lunes, 19 de abril de 2010

VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: la Eucaristía, fortaleza para ser testimonios de la verdad, da alas para amar


Hechos (5,34-42): Entonces un fariseo, Gamaliel, les dijo que fueran
con cuidado, pues Teudas, Judas el Galileo perecieron al cabo de poco
de levantarse con sus proclamas y se disolvió su grupo. "Y ahora os
digo: Dejad a estos hombres; porque si este consejo o esta obra es de
los hombres, se desvanecerá: mas si es de Dios, no la podréis
deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios. Y convinieron
con él: y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron
que no hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron. Y ellos
partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por
dignos de padecer afrenta por el Nombre. Y todos los días, en el
templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a
Jesucristo".
Fariseo de tendencia liberal, Gamaliel fue el profesor de Pablo de
Tarso. Nos da una lección de coherencia, de honradez, de no dejarse
llevar por la moda. Cuando es difícil ejercer lúcidamente un
discernimiento, vemos gente que se pone del lado de la Iglesia por
motivos de sinceridad, de buscar la verdad aunque no compartan la
doctrina. Gamaliel recuerda a los senadores judíos que esas
insurrecciones acabaron en nada: sus jefes fueron muertos
violentamente y sus seguidores dispersados. Les aconseja entonces que
no den mucha importancia al naciente movimiento de los apóstoles: si
es de los hombres se disolverá por sí mismo. Si es de Dios nada podrán
contra ellos. Hombres como él están muy cerca del Reino de Dios, son
los que llamamos "hombres de buena voluntad" que, sin saberlo,
encarnan muchos de los valores y de las virtudes evangélicas ("Diario
Bíblico"), esa familia inaugurada por Jesús, aunque algunos no lo
sepan, como recordamos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has
comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has
hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya», y
esta familia tiene una tierra, que es la que nos promete la esperanza,
que recordamos en la Colecta: «Oh Dios, que, para librarnos del poder
del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz; concédenos
alcanzar la gracia de la resurrección». Supone vivir con los pies en
la tierra pero sin valorar lo material más que lo que es para siempre,
como pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas
de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus
bienes y descubra los que permanecen para siempre».
Es de destacar la alegría de los Apóstoles por padecer por Cristo,
como recuerda Juan Pablo II: «La alegría cristiana es una realidad que
no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma
parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo
Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en
lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz,
abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la
fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría!
¡Habituaros a gozar de esta alegría!»

Esta alegría es la que proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi
luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso
buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar
de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la
dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé
valiente, ten ánimo, espera en el Señor», pues como recordamos en la
Comunión, «Cristo nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y
resucitado para nuestra justificación. Aleluya».
Querer vivir en la casa del Señor puede ser el mejor de los deseos. La
confianza absoluta en Dios tiene una referencia completa en Jesús, luz
del mundo que ilumina el camino que se ha encendido plenamente en su
resurrección; este es el sentido de "tierra de los vivos" pues el
cielo es donde está el Santuario.
Juan Pablo II comentaba que este Salmo tiene como telón de fondo el
templo de Sión, sede del culto de Israel, en un ambiente de confianza
en Dios. Ante las dificultades, no está el hombre solo y su corazón
mantiene una paz interior sorprendente, pues -como dice la espléndida
«antífona» de apertura del Salmo- «El Señor es mi luz y mi salvación».
Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios
está por nosotros ¿quién contra nosotros?»… «habitaré en la casa del
Señor por años sin término». Y mientras, buscamos en esta tierra el
rostro del Señor, la intimidad divina a través de la oración, en la
liturgia, hasta que un día «le veremos tal cual es», «cara a cara».
Orígenes, escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la
gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los
ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos». Y
san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la
oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera
de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia
insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino
tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada
más valioso..."
El Evangelio (Juan 6,1-15): -"Levantando pues los ojos, y contemplando
la gran muchedumbre que venía a Él, dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos
pan para dar de comer a estos?"" Dios es amor, dirá san Juan en su
primera Epístola. Jesús es amor, nos revela a Dios. Jesús ve las
necesidades de los hombres. Jesús se preocupa de la felicidad de los
hombres. Jesús tiene presente la vida de los hombres. Y hace un
milagro, la multiplicación de los panes, como más tarde el sacramento
de eucaristía... son gestos de amor. ¡Me paro a escuchar tu voz,
Jesús! Eres Tú quien nos interroga, quien nos provoca. Eres Tú, Señor,
quien nos pide saber mirar el hambre de los hombres, y sus necesidades
aun las más prosaicas... "para que tengan de qué comer" Tú dices...
¡simplemente de qué comer! Y nosotros que tan a menudo soñamos en un
Dios lejano, en las nubes. Eres Tú que nos conduces a nuestra vida
humana cotidiana. Amar... ¡ahí está! es un humilde servicio cotidiano.
-"Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces;
pero ¿qué es esto para tanta gente?" Ante los grandes problemas
humanos -el Hambre, la Paz, la Justicia- repetimos constantemente la
misma respuesta: "¿qué podemos hacer nosotros? esto nos rebasa."
Retengo la inmensa desproporción: 5 panes... 2 peces... 5.000 hombres.
-"Jesús tomó los panes, y, habiendo "eucaristiado" -habiendo "dado
gracias"- se los distribuyó". Dar Gracias. Agradecer a Dios. Tal es el
sentimiento de Jesús en este instante. Piensa en otra multiplicación
de "panes". Piensa en el inaudito misterio de la comida pascual que
ofrecerá a los hombres de todos los tiempos. No descuida el "hambre
corporal", pero piensa sobre todo en el "hambre de Dios" que es de tal
modo más grave aún para los hombres.
-"Verdaderamente éste es el gran profeta, que ha de venir al mundo."
Pero Jesús conociendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey
se retiró otra vez al monte El solo. Jesús no quiere dejar creer que
El trabaja para un reino terrestre. Su proyecto no es político,
incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús no entra
directamente en el proyecto de "liberación" cívica en el que sus
contemporáneos quisieran arrastrarle. Esto será por otra parte la gran
decepción de estas gentes, que le abandonarán todos. Jesús piensa que
su proyecto es otro: su gran discurso sobre el "pan de la vida eterna"
nos revelará ese "proyecto"" (Noel Quesson).
"En un mundo también ahora desconcertado y hambriento, Cristo Jesús
nos invita a la continuada multiplicación de su Pan, que es él mismo,
su Cuerpo y su Sangre. También ahora la Eucaristía se puede entender
como relacionada a los dones humanos y limitados, pero dones al fin,
que podemos aportar nosotros. Los cinco panes y dos peces del joven
pueden compararse a los deseos de justicia y de paz por parte de la
humanidad, el amor ecologista a la naturaleza, la igualdad apetecida
entre hombres y mujeres, y entre razas y razas, los progresos de la
ciencia: Jesús multiplica esos panes y se nos da él mismo como el
alimento vital y la respuesta a las mejores aspiraciones de la
humanidad. Nosotros, los que podemos gozar de la Eucaristía diaria,
apreciamos más todavía el don de Cristo que se nos da como Palabra
iluminadora y como Pan de vida (J. Aldazábal).
Quiero comentar brevemente aquella frase: «Se lo decía para probarle,
porque Él sabía lo que iba a hacer». Hoy leemos el Evangelio de la
multiplicación de los panes: «Tomó entonces Jesús los panes y, después
de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo
mismo los peces, todo lo que quisieron». El agobio de los Apóstoles
ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no
hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una "anorexia
espiritual", que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No
sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un
mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos
sobrenaturales; no seamos "realistas", sino "confiados" en Dios. Así,
cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en
realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a
hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él.
Al contemplar esos "signos de los tiempos", no queremos pasividad
(pereza, languidez por falta de lucha...), sino esperanza: el Señor,
para hacer el milagro, quiere la dedicación de los Apóstoles y la
generosidad del joven que entrega unos panes y peces. Jesús aumenta
nuestra fe, obediencia y audacia, aunque no veamos enseguida el fruto
del trabajo, como el campesino no ve despuntar el tallo después de la
siembra. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin
pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos,
hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de
manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San
Josemaría), que aparecerán de modo insospechado.
No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte:
¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las
dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del
nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo
alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió Juan Pablo
II. Acompañemos, pues, con el Rosario a la Virgen, pues su intercesión
se ha hecho notar en tantos momentos delicados por los que ha surcado
la historia de la Humanidad.

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