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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Miércoles de la 3ª semana de Adviento. La vida en la tierra ya comienza a parecer el cielo, cuando sabemos caminar con Jesús

1.Isaías (45,6s) nos dice de parte de Dios: “Yo soy el Señor, y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra, y brote la salvación, y con ella germine la justicia; el Señor, lo he creado.» Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: "Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua"; dirán: "Sólo el Señor tiene la justicia y el poder." A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.” Nos habla de Cristo es el primer "brote" de la nueva humanidad renovada. Justicia y salvación son los frutos de la humanidad fecundada por la misericordia divina. Esta es una de las profecías de Isaías que el Adviento ha tenido más en cuenta. La renovación anunciada como una «primavera». La naturaleza entera se renueva y participa a la fabulosa venida del Mesías. Todo es hermoso. Dios es creador, salvador: por medio de su Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo en el Señor purísimo de María Virgen, nos ofrece el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Y aun cuando esta oferta de parte de Dios ya está hecha, no puede hacerse realidad en nosotros si no abrimos nuestro corazón a la justificación que nos viene de Dios. Por eso podemos decir que cada uno va colaborando con la gracia para que la Redención no quede inutilizada en nosotros, ni caiga como en saco roto.

2. Salmo (84,9-14). “Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, nuestra tierra dará su fruto la justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos”. Es la gran fiesta en que todos son amigos, todos se abrazan, el amor de Dios es una realidad.
3. El Evangelio (Lucas 7,19-23) nos cuenta que “Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: - «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?»… Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí.” La pregunta del Bautista es un resumen del anuncio de la llegada del reino de Dios sobre la tierra. -Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan... Jesús cita al profeta Isaías. Adviento nos hace revivir este tiempo de espera. Son tantos los hombres que hoy también esperan la liberación de todo lo que pesa sobre sus vidas.
En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino».
Jesús nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores. La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han anunciado. También nosotros lo hemos encontrado y es lo más extraordinario de nuestra existencia. Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima Juan Pablo II. Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible. Llucià Pou Sabaté

domingo, 6 de junio de 2010

Sábado de la 8ª semana de Tiempo Ordinario. Dios puede preservarnos de tropiezos y ante su gloria sin mancha. Tenemos necesidad de ir a Dios, y Jesús nos lleva con autoridad


1.- Judas, autor de la carta, puede ser el hermano de Santiago y por tanto primo de Jesús, el que sucedió a Santiago como responsable de la comunidad de Jerusalén: Queridos hermanos, acordaos de lo que predijeron los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo”. La referencia de la verdad es el evangelio... lo que han relatado los apóstoles. Es una llamada a la «tradición». La verdad no se inventa, se recibe. Para nosotros HOY es una invitación suplementaria a referirnos, sin cesar, a la Palabra de Dios, a tratar de comprenderla mejor. No basta con «repetir» las palabras del pasado... pero es en estas "palabras" fielmente conservadas, que se encuentra el criterio de la verdad. A nosotros nos toca traducirlas sin traicionarlas. Costosa responsabilidad la de los cristianos de nuestro tiempo, en este siglo de mutación acelerada: decir la verdad eterna en el lenguaje de hoy. Danos, Señor, esa fidelidad y esa audacia. Ser a la vez «hombres de tradición»... y «hombres de hoy»...
“Idos asentando sobre el cimiento de vuestra santa fe, orad movidos por el Espíritu Santo y manteneos así en el amor de Dios, aguardando a que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os dé la vida eterna”. Conforme a la práctica de la Iglesia primitiva la conclusión de san Judas se inscribe en el marco de un himno trinitario. Es también el plan general de muchas oraciones de la misa: el «Gloria a Dios en el cielo»... "Creo en Dios Padre..." las plegarias eucarísticas... El final de cada una de las oraciones de la misa es también trinitario: por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor y nuestro Dios que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. ¿Qué lugar ocupa la Trinidad en mi oración?
También parece como si hubiera querido reunir en un mismo programa de vida las tres virtudes teologales: «Continuando el edificio de vuestra santa fe... manteneos en el amor de Dios, aguardando a que Jesucristo os dé la vida eterna».
“¿Titubean algunos? Tened compasión de ellos; a unos, salvadlos, arrancándolos del fuego; a otros, mostradles compasión, pero con cautela, aborreciendo hasta el vestido que esté manchado por la carne. Al único Dios, nuestro salvador, que puede preservaros de tropiezos y presentaros ante su gloria exultantes y sin mancha, gloria y majestad, dominio y poderío, por Jesucristo, nuestro Señor, desde siempre y ahora y por todos los siglos. Amén”.
Usa términos duros, contra los gnósticos, que se metían a maestros en la comunidad, proclamando un espiritualismo que se demostraba falso, entre otras cosas por el libertinaje moral a que iba unido. Anima a los cristianos a mantenerse fieles en su fe, sin hacer caso de desviaciones. La polémica contra los "heréticos" se transparenta aquí. ¡Hay que tratar de salvarlos discutiendo con ellos! Pero a otros hay que tratarlos con mucha cautela e incluso huir de ellos. En ciertas épocas de la historia de la Iglesia, quizá se ha acentuado demasiado este ponerles de lado, este apartarlos. Perdón, Señor, por las épocas de Inquisición. En nuestra época quizá se corre el riesgo de incurrir en la confusión inversa, un liberalismo tan abierto que llega a desconcertar. Una vez más, Señor, danos, da a tu Iglesia, el rigor del pensamiento justo y fiel y la apertura amorosa al pensamiento de los demás, a las objeciones de los no-creyentes o de los que no piensan como nosotros. ¡Danos, Señor, este sentido agudo de tu Gloria! Ayúdanos a ser más «irreprochables»... y "llenos de alegría"... (Noel Quesson).

         2. “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de ti; / mi carne tiene ansia de ti, / como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario / viendo tu fuerza y tu gloria! / Tu gracia vale más que la vida, / te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré / y alzaré las manos invocándote. / Me saciaré como de enjundia y de manteca, / y mis labios te alabarán jubilosos” (Salmo 62,2-6”.  Juan Pablo II comenta que “es el salmo del amor místico, que celebra la adhesión total a Dios, partiendo de un anhelo casi físico y llegando a su plenitud en un abrazo íntimo y perenne. La oración se hace deseo, sed y hambre, porque implica el alma y el cuerpo”. Como escribe santa Teresa de Ávila, "sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace tan gran falta que, si nos falta, nos mata". Así como la tierra está reseca en espera del agua, el Señor es "manantial de aguas vivas", y había reprendido al pueblo por haber construido "cisternas agrietadas, que no retienen el agua". Jesús mismo exclamará en voz alta: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba, el que crea en mí". En pleno mediodía de una jornada soleada y silenciosa, promete a la samaritana: "El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna".
Otro salmo dirá: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo". La palabra de Dios se hace alimento que sacia el habre que tiene el alma, pues "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor". También hay una clara alusión a la Eucaristía: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él"… San Juan Crisóstomo, comentando las palabras de san Juan: de su costado "salió sangre y agua", dice: "Esa sangre y esa agua son símbolos del bautismo y de los misterios", es decir, de la Eucaristía. Y concluye: "¿Veis cómo Cristo se unió a su esposa? ¿Veis con qué nos alimenta a todos? Con ese mismo alimento hemos sido formados y crecemos. En efecto, como la mujer alimenta al hijo que ha engendrado con su propia sangre y leche, así también Cristo alimenta continuamente con su sangre a aquel que él mismo ha engendrado".
3.En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: -«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?»” La escena de hoy es continuación de la de ayer: ante el gesto profético de Jesús expulsando a los mercaderes y cambistas del Templo, las autoridades, alborotadas por un gesto tan provocativo, envían una delegación a pedirle cuentas de con qué autoridad lo ha hecho. Jesús no les contesta, sino que a su vez les propone una pregunta. Muchas veces vemos que cuando no quieren más que discusión, no compensa hablar con alguien, no puede haber diálogo, contesta otra cosa. Ante Caifás, Pilatos o Herodes, Jesús calla. ¡Jesús reivindica su soberanía sobre la Casa de Dios! Y lo hace pretendiendo así cumplir las profecías mesiánicas que expresan la espera de todo un pueblo. Jesús, verdadero hombre, tan cercano a nosotros por muchos detalles de su vida... Jesús verdadero Dios, investido de una autoridad suprahumana. ¿Cómo me sitúo yo en relación a Jesús? ¿Qué replanteamiento, ésta "su autoridad" divina, debiera provocar en mí?
 “Jesús les respondió: -«Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme.»” Sabe, en efecto que ante El tiene a unos interlocutores que no buscan precisamente la verdad... sino prolongar quisquillosamente la discusión. No están dispuestos a cambiar de opinión ni de conducta: están seguros de sí mismos, poseen la verdad. La personalidad misteriosa de Jesús, sus palabras, sus acciones sorprendentes no les interpelan: están bloqueados en sus certidumbres. Yo mismo, ¿estoy dispuesto a avanzar, a cambiar algo, a dejarme "interrogar" por Jesús? Respondedme. Os hago sólo una pregunta. Discutían entre ellos: "Si decimos: del cielo, dirá: Pues ¿por qué no habéis creído en él?" Y nosotros, hoy, ¿qué hacemos? Tenemos miedo de sentirnos obligados a comprometernos, a hacer ciertos cambios... y a la vez nos las arreglamos para no contestar las preguntas hechas. Señor, ven en ayuda de nuestras pobres fuerzas.
 “Se pusieron a deliberar: -«Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le habéis creído?" Pero como digamos que es de los hombres ... » (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta.) Y respondieron a Jesús: -«No sabemos.»” Respondieron pues a Jesús: No lo sabemos. ¡Qué hipocresía! Lo sabían muy bien. Y henos también a nosotros entre la espada y la pared. A los pocos días de la Pasión surgen las posturas, los campos se delimitan... no es posible quedarse neutral. Nosotros también tendremos que escoger en pro o en contra de Jesús... y comprometernos por entero a seguirle.
“Jesús les replicó: -«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto»” (Marcos 11,27-33). ¡No! que no se espere tampoco que Jesús les vaya a forzar la mano con una manifestación de potencia divina. Cuando, dentro de unos días le provocarán: "Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz"... ¡No bajará! Dios sólo quiere reinar sobre los corazones libres, los corazones que se entregan (Noel Quesson).
Después de haber criticado las estructuras religiosas de su tiempo se le acercan los que representan la jerarquía del templo y la estructura social israelita: son los sacerdotes-escribas-ancianos, son los responsables del orden sagrado, los representantes de la ciudad y el templo; vienen para interrogar a Jesús sobre su autoridad y sobre su forma de hablar y de criticar las estructuras que durante años y siglos habían sustentado la vida de los judíos y que hacían de ellos un grupo muy importante y los únicos incluidos en el amor de Dios. Esto llevará a Jesús a la muerte, y Él lo sabe. A Jesús lo acompaña el testimonio de su propia vida, la coherencia entre su palabra y las actitudes que asume frente a los demás. Jesús dejó ver que no es necesario hablar en nombre de una institución, ya que la misma vida ratifica lo que predica o condena. La institución está en decadencia, cuando se avala en el grupo y no en la apertura a la verdad, honradez, etc., como vemos hoy en tantas instituciones del mundo.
Asumamos la misma actitud de Jesús, quien fue capaz de sustentar su palabra con la vida, y fue capaz de enfrentarse a los poderes de su tiempo y de buscar nuevas alternativas capaces de generar una sociedad nueva. Esta nueva sociedad pone sus bases en la defensa de la vida y de la justicia, en torno al Dios y Señor de la historia (servicio bíblico latinoamericano).