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miércoles, 31 de agosto de 2011

Jueves de la 22ª semana del Tiempo Ordinario: Nos saca Dios del dominio de las tinieblas para llevarnos al reino de su Hijo querido. Vemos cómo llama

Jueves de la 22ª semana del Tiempo Ordinario: Nos saca Dios del dominio de las tinieblas para llevarnos al reino de su Hijo querido. Vemos cómo llama a los Apóstoles que, dejándolo todo, lo siguieron





Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,9-14. Hermanos: Desde que nos enteramos de vuestra conducta, no dejamos de rezar a Dios por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias al Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.



Salmo 97,2-3ab.3cd-4.5-6. R. El Señor da a conocer su victoria.

El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.

Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor.



Santo Evangelio según san Lucas 5,1-11. En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: -«Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.» Simón contestó: -«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a lo socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: -«Apártate de mi, Señor, que soy un pecador.» Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: -«No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.



Comentario: 1. Col 1,9-14. La alabanza de ayer se convierte ahora en una oración de Pablo, para que la comunidad de Colosas siga adelante, profundice en su conocimiento de la voluntad de Dios y le agrade en todas sus obras. Habla de "conocimiento", pero en seguida añade lo de las "obras buenas" y, si es el caso, "la fuerza para soportar todo con paciencia y alegría". “Aquí habla de la vida y de las obras, y es que también lo hace en todas partes: siempre junta la fe a la conducta (…) Efectivamente, quien conoce a Dios y es considerado digno de ser siervo de Dios, más aún, incluso hijo, mira tú cuánta virtud no necesitará” (San Juan Crisóstomo). Dios les ha trasladado de las tinieblas a la luz, lo cual, por una parte, llena de alegría y, por otra, compromete a un estilo de vida conforme a Cristo Jesús.

Podemos examinarnos, ante todo, si existe una buena mezcla de "conocimiento" y de "buenas obras" en nuestra vida. Si nos conformamos con "saber" o si también "hacemos" lo que sabemos que es la voluntad de Dios, buscando agradarle en todo. La sabiduría que Pablo quiere para los suyos es "un conocimiento perfecto" (en griego, "epignosin", super-conocimiento), una "sabiduría e inteligencia espiritual", o sea, apoyada en el Espíritu. Una sabiduría que no se queda en palabras, sino que conduce a una vida "digna del Señor". Podemos preguntarnos también si nos hemos liberado totalmente del "dominio de las tinieblas" y hemos pasado al "reino de la luz". Si caminamos en la verdad, en la sinceridad, o si andamos a medias, entre penumbras, con regateos y vías tortuosas, con trampas y manipulaciones de la verdad. Si caminamos en la luz, nosotros mismos estaremos mucho más llenos de alegría -en la línea optimista del salmo- y también seremos mucho más creíbles en nuestro testimonio para con los demás.

-Desde el día que oímos hablar de vuestra «vida en Cristo» no dejamos de orar por vosotros. Se trata pues de unos cristianos a quienes Pablo no conoce personalmente. No ha estado nunca en Colosas, solamente ha oído hablar de ellos. Sin embargo ruega sin cesar por esos fieles que no conoce. En lo invisible, por encima de las distancias y del anonimato ¿soy capaz de rezar con un corazón tan amplio?

-Pedimos a Dios que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual. Pablo insiste a menudo en la necesidad de «progresar en el conocimiento» (Fil 1,9; File 6; Ef 1,17; Col 2,2-3). Para este progreso pide dos dones del Espíritu: la sabiduría y la inteligencia. Pablo, ya lo hemos visto, temía que los colosenses se dejasen engañar por falsas doctrinas imbuidas de esoterismo-gnóstico. Para prevenirles contra esas especulaciones místico-intelectuales, ruega por ellos a fin de que tengan la verdadera inteligencia de su fe. En nuestro tiempo estamos también tentados por unas desviaciones doctrinales que provienen de la influencia que tienen sobre nosotros las corrientes de pensamiento que nos envuelven. Razón de más para profundizar en nuestros conocimientos.

-Así vuestra conducta será digna del Señor y capaz de agradarle en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios. Lo que Pablo propone no es pues una pura teoría reservada a los intelectuales: el conocimiento de Dios es a menudo el privilegio de los humildes y es ante todo una actitud, un comportamiento concreto, "una conducta digna de Dios". La fe se manifiesta en la vida real. Haz, señor, que mi conducta te agrade siempre... que mi vida sea fructífera... que no deje de progresar.

-Seréis confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, que os dará constancia y paciencia. Daréis gracias al Padre con alegría... He ahí cuatro frutos del verdadero conocimiento de Dios: la perseverancia, la paciencia, la alegría, la acción de gracias. Todo ello signos de que ¡Dios está allí!

-Al Padre que os ha hecho aptos para participar en la luz en la herencia del pueblo santo. De muchas maneras, la Escritura nos repite que Dios decidió comunicarse desde acá abajo a sus fieles, en prenda de esa plenitud de unión que será un día la visión intuitiva de Dios. «Participar en la herencia de los santos». Es la imagen de la Tierra Prometida, abierta para siempre a los paganos, a todos los hombres (Ef 1,11-14; 2,19).

-El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo muy amado, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados. La más profunda definición del hombre: «un ser capaz de Dios»… «un ser programado para llegar a ser Dios»... «una criatura que Dios decidió hacer a su imagen»... «un ser que Dios introdujo en su propia esfera divina». San León MAGNO, ese gran Papa del siglo V, pensando sin duda en ese pasaje de san Pablo decía, en su famoso sermón de Navidad: «Reconoce, oh cristiano, tu dignidad. Has llegado a ser participante de la naturaleza divina, no vuelvas a tu bajeza primera viviendo de un modo indigno de tu condición. Recuerda que has sido arrancado de las tinieblas y transplantado a la luz y al reino de Dios» (Noel Quesson).

Orar por aquellos a quienes, por medio nuestro, Dios abrió al Evangelio y los hizo partícipes de su Vida, de su Luz y de su Sabiduría, nos hace conscientes de que la obra de salvación es de Dios y no nuestra. Por ese motivo nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo; su Evangelio es para nosotros la Sabiduría que Dios nos ha manifestado, para que, conociéndola y aceptándola en nuestra vida, podamos dar fruto abundante con toda clase de buenas obras, siendo, así, gratos a Dios. Hechos partícipes del Reino de la luz, no seremos vencidos por las tinieblas, pues el Poder del Señor en nosotros nos ayudará a resistir y a perseverar en el bien, de tal forma que, cuando nos reunamos para celebrar la Acción de Gracias, vayamos con la alegría de saber que Dios ha hecho su obra en nosotros y nos ha conservado en su amor participándonos de su Vida y de su Reino. Efectivamente, por medio del Bautismo, Él nos ha liberado del poder de las tinieblas, haciendo que, junto con su Hijo, nos levantemos de aquello que nos retenía en la muerte y lejos de su presencia; y para que, hechos hijos en el Hijo, ahora vivamos para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Así formamos el Reino del Hijo amado de Dios. Unidos al Señor, el Padre Dios nos contempla con el mismo amor con que contempla a su Hijo, y nos hace coherederos con Él de la misma herencia que le corresponde como a Hijo suyo.

2. Sal 97,2-6: El Señor ha sido fiel a su promesa al sacarnos de las tinieblas y trasladarnos a la luz admirable del reino de su Hijo. Ha sido la culminación de las obras victoriosas de Yahvé. Su salvación se nos ha hecho posible mediante la redención. Por eso, nuestra aclamación y canto jubiloso. Juan Pablo II decía que era el salmo del triunfo del Señor en su venida final: “Se trata de un himno al Señor rey del universo y de la historia (cf v 6). Se define como "cántico nuevo" (v 1), que en el lenguaje bíblico significa un canto perfecto, pleno, solemne, acompañado con música de fiesta. En efecto, además del canto coral, se evocan "el son melodioso" de la cítara (cf v 5), los clarines y las trompetas (cf v 6), pero también una especie de aplauso cósmico (cf v 8).

Luego, resuena repetidamente el nombre del "Señor" (seis veces), invocado como "nuestro Dios" (v 3). Por tanto, Dios está en el centro de la escena con toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia y se le espera para "juzgar" al mundo y a los pueblos (cf. v 9). El verbo hebreo que indica el "juicio" significa también "regir": por eso, se espera la acción eficaz del Soberano de toda la tierra, que traerá paz y justicia.

El salmo comienza con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf vv 1-3…) la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: "misericordia" y "fidelidad" (cf v 3). Estos signos de salvación se revelan "a las naciones", hasta "los confines de la tierra" (vv 2 y 3), para que la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvífica.

La acogida dispensada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza coral: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (cf vv 5-6), participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico (…) se trata de un coro colosal (…). Esta es la gran esperanza y nuestra invocación: "¡Venga tu reino!", un reino de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la creación.

En este salmo, el apóstol san Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio "se ha revelado la justicia de Dios" (cf. Rm 1,17), "se ha manifestado" (cf. Rm 3,21). La interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una mayor plenitud de sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al contemplarlo, se admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan y son invitadas a beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio "es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego", es decir del pagano (Rm 1,16). Ahora "todos los confines de la tierra" no sólo "han contemplado la salvación de nuestro Dios" (Sal 97,3), sino que la han recibido.

Desde esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto recogido después por san Jerónimo, interpreta el "cántico nuevo" del salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el anuncio evangélico: "Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Cantad al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios". Prosigue Orígenes: Cristo "hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo"”.

En Cristo Jesús, Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte. Todas las naciones son testigos del amor que Dios le ha tenido a su Pueblo Santo. A pesar de nuestras infidelidades, Él permanece fiel, y su lealtad jamás da marcha atrás. Quienes se adhieran al Señor, aún sin pertenecer al antiguo Pueblo de Dios, podrán no sólo aclamarlo, sino participar de su victoria y, formando un único pueblo basado en la fe en Jesucristo, podrán tenerlo como su Señor y Rey. Entonces, todas las naciones podrán aclamar jubilosas al Señor eternamente. Efectivamente Jesucristo ha derrumbado el muro que nos separaba: el odio; y nos ha unido en el amor que procede de Dios, de tal forma que ahora todos vivamos y caminemos en el amor fraterno teniendo un sólo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre. Que esta dignación con que Dios nos ha distinguido nos ayude a no seguirnos dividiendo, sino a vivir la unidad en el amor fraterno querida por Jesucristo, y que servirá como testimonio para que el mundo crea.

3.- Lc 5,1-11 (ver domingo 5, C). Lucas nos narra la llamada vocacional de Pedro y de los otros primeros discípulos, de una forma ligeramente distinta a los otros Evangelios (Mt 4,18-25; Mc 1,16-20; Jn 1,35-51) que cuentan la llamada en los inicios de l avida pública, pero Mateo y Marcos lo hacen como el primer acto del ministerio de Jesús y subrayan la identificación de los discípulos con el maestro; Lucas lo hace preceder de un breve ministerio de Jesús en Cafarnaún y un cierto trato de Jesús con los apóstoles, especialmente con Pedro (Biblia de Navarra): "desde ahora serás pescador de hombres". Hasta ahora aparecía trabajando solo. Ahora busca colaboradores. Ya ayer hablaba de Pedro el evangelio: Jesús curó a su suegra de la fiebre. Hoy nos cuenta cómo, para poder apartarse un poco de la gente que se agolpaba en torno, le pide a Pedro que le preste su barca. Qué satisfacción sentiría Pedro: ese predicador que se está haciendo famoso, por su palabra y por sus milagros, le ha pedido a él su barca. Luego, aunque a regañadientes, porque tiene la experiencia del fracaso de la noche, echa las redes "por la palabra de Jesús". Y sucede lo inesperado: la pesca milagrosa, que provoca en Pedro una reacción de espanto y admiración: "apártate de mí, Señor, que soy un pecador". No debieron entender mucho lo de ser "pescador de hombres". Pero aquel hombre les ha convencido: "dejándolo todo, lo siguieron".

Ser "pescadores de hombres" no significa nada peyorativo. Pescar a las personas, en este sentido, no es un proselitismo a ultranza, ni hacer que mueran para nuestro provecho -en eso consiste la pesca de los peces- sino lo contrario: evangelizar, convencer, ofrecer de parte de Dios a cuantas más personas mejor la buena noticia del amor y la salvación. En el origen de nuestra vocación cristiana y apostólica tal vez no haya una "pesca milagrosa" o algún hecho extraordinario. Pero sí, de algún modo, ha habido y sigue habiendo un sentimiento de admiración y asombro por Cristo, y la convicción de que vale la pena dejarlo todo y seguirle, para colaborar con él en la salvación del mundo. Probablemente lo que sí hemos experimentado ya son noches estériles en que "no hemos pescado nada" y días en que hemos sentido la presencia de Jesús que ha vuelto eficaz nuestro trabajo. Sin él, esterilidad. Con él, fecundidad sorprendente. Y así vamos madurando, como aquellos primeros discípulos, en nuestro camino de fe, a través de los días buenos y de los malos. Para que, por una parte, no caigamos en la tentación del miedo o la pereza. Y, por otra, no confiemos excesivamente en nuestros métodos, sino en la fuerza de la palabra de Cristo. Si no hemos conseguido más, en nuestro apostolado, "mar adentro", ¿no habrá sido porque hemos confiado más en nosotros que en él? ¿porque hemos "echado las redes" en nombre propio y no en el de él? (J. Aldazábal). “Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: ‘Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre’” (Juan Pablo II).

-Jesús se encontraba a la orilla del lago de Genezaret. La gente se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios. Escena viva, concreta. Trato de imaginarla. ¿Tengo yo esa misma avidez?

-Vio dos barcas junto a la orilla: Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Jesús subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la retirara un poco de tierra. Cuando Jesús mete el pie dentro, la barca bambolea un poco; pero Simón sabe restablecer el equilibrio como marino experto.

-Luego se sentó y desde la barca enseñaba a la gente. ¡Cuánto me hubiera gustado encontrarme en esa playa entre los oyentes!

-Cuando acabó de hablar dijo a Simón: "Sácala mar adentro"... En aguas profundas.

-Simón contestó: "Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero ya que Tú lo dices, echaré las redes. Y Simón sube la vela, o toma sus remos... y se boga, lago adentro con Jesús a bordo. A menudo, así, Jesús nos pide de hacer cosas sorprendentes, irracionales. Salir de nuevo a pescar ¡cuando nada se ha logrado en toda una noche de esfuerzo! La fe es algo semejante. Confiar en Jesús. No fiarse de los propios razonamientos. Partir mar adentro. Partir hacia los misterios: la Eucaristía... la Trinidad... la Encarnación... la Resurrección... la Iglesia... Ya que lo dices, Señor, te creo; echo las redes.

-Obtuvieron tal redada de peces que reventaba la red. Hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a echarles una mano... Llenaron las dos barcas que casi se hundían. Contemplo esas barcas demasiado llenas que amenazan zozobrar. ¿Me ha sucedido alguna vez en mi vida hacer la experiencia de la sobreabundancia que Dios aporta? ¿sentirse colmado? Orar partiendo de mis éxitos, de mis alegrías. En los días de aridez espiritual es bueno acordarse de los buenos momentos... como Pedro debió recordarlos más tarde... en medio de los fracasos de su vida apostólica.

-Al ver esto Simón Pedro se echó a los pies de Jesús, diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador." El espanto le embargó. En el lenguaje bíblico ese miedo o espanto es señal de que Dios se ha acercado a nosotros. Nuestras mentes modernas encuentran esto casi excesivo. ¡Y sin embargo es así! No nos hagamos los más listos ante Dios. No se trata de caer en un miedo enfermizo y malsano -Dios es infinitamente bueno- pero ¿no nos sería muy conveniente volver a descubrir la santidad y el poder de Dios? -Dios es infinitamente grande-. Y ¿cómo no nos descubriríamos entonces, como Pedro, indignos de permanecer en su presencia? Señor, soy un pecador, una pecadora, no soy digno de recibirte...

-Jesús dijo a Simón: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres." ¡No temas! Es uno de los refranes de Dios. Es natural que el hombre tiemble ante Dios; y he aquí que Dios mismo se empeña en tranquilizarnos. ¡Gracias, Señor! "Serás pescador de hombres"... Vocación divina. Dios cambia un destino.

-Dejándolo todo lo siguieron. "Todo". Dejándolo todo. ¿Cuál es mi disponibilidad? (Noel Quesson).

El Evangelio de hoy viene decirnos que para encontrar, para "pescar" tenemos que aceptar definitivamente que hay Alguien que sabe más que nosotros y que es a su Sombra donde nuestras búsquedas alcanzan su objetivo, donde nuestras preguntas encuentran respuesta.

Lucas nos presenta a pescadores expertísimos intentando explicar a Jesús que El sabrá mucho del Reino de su Padre... pero que de peces son ellos los que entienden. Sin embargo, Pedro deja que Jesús se "meta" en su vida cotidiana, en sus asuntos más triviales en apariencia y tiene la lucidez suficiente para responder a Jesús: "fiado en tu palabra echaré la red". No hizo falta más. Su gesto fue bastante para poner en evidencia el poder de Dios y, sobre todo, para descubrir que Dios es más grande que todos nuestras teorías, más poderoso que nuestra ciencia.

Pero necesitamos Fe. Sin ella no tendremos el valor de echar las redes, no nos determinaremos a abandonar la seguridad de lo que conocemos para buscar allí donde la Palabra nos asegura que hemos de encontrar.

Simón Pedro creyó y alcanzó la sabiduría -"¡Señor!"- y, con la Sabiduría la serenidad para acogerla en la propia vida y dejar que le marcara un rumbo diferente: "No tengas miedo; desde ahora serás pescador de hombres."

¡Dios está con nosotros! Basta tener la Fe y la transparencia de corazón suficientes para saber mirar... y para arriesgarnos. ¿No os parece que es motivo más que suficiente para una verdadera y profunda alegría? (Olga Elisa Molina). No hay que tener miedo (cf San Josemaría, Forja 287).

El agua tiene en el A.T. un sentido negativo y caótico; sacar de las aguas es salvar (Gn 1.7; Ex 14; 15). Toda salvación se realiza a través del agua: el Bautismo.

Pescar=salvar sin Jesús es imposible. Todos los saberes y técnicas humanas, las horas oportunas: la noche, no son capaces de salvar.

Jesús, el aprisionado, el que tiene peligro de ser apropiado y destruido entra en el mar y la salvación comienza. Él corrió nuestros caminos hasta el fondo.

Ser "pescadores de hombres" no puede ser cambiar a los hombres de prisión, es dar libertad de ídolos, de ideologías, de opresiones.

Es la salvación total la que anuncia Cristo. Es abrir el corazón humano a la esperanza y al amor de Dios.

Sólo pueden salvar los pobres, los libres: "dejándolo todo le siguieron"(v.11). Los aprisionados por el poder, el dinero, la sociedad de consumo no podremos salvar, hay que dejarlo todo ante el pasmo de un Dios que se hace carne para hacernos hijos de Dios. El pecado no aparta a Dios, cuando es reconocido como tal.

Él no vino a salvar a los justos, sino a los pecadores.

Si no se ha capturado nada durante la noche, que es el tiempo de la pesca, ahora -por la mañana- se pescará mucho menos. La elección y la vocación exigen fe, aunque no se comprenda, exigen "esperanza contra toda esperanza" (Rm 4. 18). Así creyó y esperó María, así también Abraham.

Simón reconoce que la palabra de Jesús ordena con autoridad y que es capaz de realizar lo que no se puede lograr con fuerzas humanas: "Maestro... por tu palabra, echaré las redes" (...) La fe en la palabra imperiosa del Maestro no se ve frustrada. Las redes estaban a punto de romperse debido al peso de los peces.

Como Pedro no exige ningún signo, recibe el signo que se amolda a su vida, a su inteligencia y a su vocación. Dios procede con él como con María. Así procede Dios con su pueblo. La salvación exige fe, pero Dios apoya la fe con sus signos. (...) Simón ve en Jesús una manifestación (epifanía) de Dios. Ha visto y vivido el milagro, el poder divino que actúa en Jesús. La manifestación de Dios suscita en él la conciencia de su condición de pecador, de su indignidad, el temor del Dios completamente Otro, del Dios santo. La manifestación del Dios santo a Isaías remata en esta confesión del profeta: "¡Ay de mí, perdido soy!, pues siendo hombre de impuros labios..., he visto con mis ojos al Rey, Yahvéh Sebaot" (Is 6,5). La admiración por Jesús atrae a Simón hacia él, la conciencia de su pecado le aleja de él. En la palabra "Señor" expresa la grandeza de aquel al que ha reconocido en su milagro (Comentarios Herder).

Se comprende mejor la importancia del episodio de la pesca milagrosa si se tiene en cuenta que el judío considera el agua, sobre todo el mar, como morada de Satanás y de las fuerzas contrarias a Dios. Hasta la venida del Salvador, nada podía hacerse -salvo un milagro del tipo del del mar Rojo- para salvar a quienes la mar enemiga engullía; pero desde que Él está aquí, se pueden pescar hombres en abundancia y sustraerlos a las garras del imperio del mal. Ese es, por otro lado, el sentido profundo de la bajada a los infiernos (inferi=aguas inferiores) en 1P 3,19, en donde Cristo desciende precisamente para salvar a quienes habían sucumbido bajo las aguas del diluvio. Ser pescadores de hombres es, pues, participar en esa empresa de salvamento de todos cuantos se han visto absorbidos por el mal; ya Jr 16. 15-16a preveía esa función.

S. Lucas considera, pues, a la Iglesia como la institución encargada de salvar a la humanidad de la sumersión que la amenaza. Para garantizar la realización de esa misión hay hombres encargados de una misión apostólica particular dentro de la Iglesia. Pero sólo a Cristo le deben las fuerzas con que cuentan para llevar a buen término su "pesca" y el ardor que ponen en conseguirlo.

El misionero será un pescador de hombres en la medida en que salve seres humanos mediante la administración del bautismo. El cristiano será pescador de hombres en la medida en que multiplique a su alrededor las conversiones e introduzca en la Iglesia a muchas almas. Este concepto individualista no corresponde quizá del todo con la manera de pensar de Lucas y ni siquiera con la mentalidad moderna. Bajo apariencias místicas, el relato de la pesca milagrosa parece tener otro alcance: la humanidad es presa de potencias que la absorben y la anegan; Cristo se reserva a Sí y a sus discípulos una misión liberadora que frene y contrarreste ese deslizamiento hacia la catástrofe.

El caso es que la humanidad actual se mueve en la cuerda floja y bastaría muy poca cosa para que se hundiese a sí misma sin necesidad de otras fuerzas demoníacas que su propio egoísmo y su afán de poder. Ser pescador de hombres consiste, por tanto, hoy, en participar en todas las empresas que quieren evitarle al hombre esa perdición y colaborar, mediante una mayor igualdad, una paz más estable y una mayor posibilidad para los humildes de promoverse a sí mismos, sacar a la humanidad del océano que la sumerge. Dejarla fuera de estos movimientos es condenar a la Iglesia a no revelar su identidad y su misión entre los hombres (Maertens-Frisque).

Los amigos de Jesús habían estado pescando toda la noche y habían vuelto con las redes vacías. Pero Jesús les invita a remar mar adentro y a echar de nuevo las redes. La pesca supera a todas las expectativas: su peso hace que se rompan las redes. A lo largo de los siglos se hablará de aquella "pesca milagrosa". La cosa podría haber quedado ahí, y lo que ocurrió aquella mañana no habría pasado de ser una anécdota. Pero Jesús prosigue: "En adelante serás pescador de hombres". La imagen resulta sorprendente, y la anécdota se hace parábola. Aquella mañana desveló Jesús la misión de la Iglesia.

¡Pescar hombres...! Hay una enorme competencia en todos los bancos de pesca... Sectas, gurús e ideologías tratan de seducir a los hombres que nadan entre dos aguas, abandonados a las corrientes que les llevan de acá para allá sin que ellos puedan dar con el sentido de su vida. ¿Será la Iglesia una "empresa de pesca" más, en competencia con otras muchas? "En adelante serán hombres lo que captures". Ahora bien, uno puede ser capturado en el sentido en que se afirma de un prisionero, y puede también ser capturado en el sentido que se emplea para referirse a un enamorado que ha quedado atrapado en las redes del amor. "En adelante serán hombres lo que captures".

La Iglesia sólo podrá lanzar sus redes a la manera de su Señor: aquellos a los que éste ha "capturado" han sido llamados por él sin ser engañados. Lo que ha hecho ha sido iluminarlos con su verdad, pero sin manipularlos; reconfortarlos con su Espíritu, pero sin violentarlos. Y es que Jesús "captura" a los hombres para gozo y alegría de éstos: los hace libres. Jesús "captura" al hombre para que éste quede prendado de él.

En adelante, la misión de la Iglesia consiste en lanzar a todos los vientos la Palabra para que los hombres queden seducidos por ese rostro que les despierta a la vida y a la libertad. "En adelante... : esta expresión no significa sólo "a partir de este momento en que te lo digo", sino también: "a causa de la experiencia que acabas de realizar". Aun habiendo sido seducida, la Iglesia no ha de ser seductora: las presiones, los eslóganes y los chantajes no tienen nada que ver con la misión. La vocación de la Iglesia no consiste en atrapar a nadie en sus redes; no se trata de "tener" a los hombres, de poseerlos. Tan sólo resultan "tocados" los que han visto cómo su libertad era despertada, suscitada, re-sucitada. El "¡Tú sabes que te amo!" brota únicamente en la libertad de un corazón convertido y que se abandona. Sólo los enamorados son atrapados en las redes que les sumergen en la libertad de la vida.

Tú nos has seducido, Dios de ternura, / con la solicitud por nosotros. / Tu amor se ha hecho pasión / para revelarnos tu proyecto: / prendernos en las redes de tu benevolencia. / Haz que sepamos abandonarnos a semejante pasión: / danos a conocer el gozo de ser amados para siempre (Dios cada día, Sal Terrae).

Hoy, el Evangelio nos ofrece el diálogo, sencillo y profundo a la vez, entre Jesús y Simón Pedro, diálogo que podríamos hacer nuestro: en medio de las aguas tempestuosas de este mundo, nos esforzamos por nadar contra corriente, buscando la buena pesca de un anuncio del Evangelio que obtenga una respuesta fructuosa...

Y es entonces cuando nos cae encima, indefectiblemente, la dura realidad; nuestras fuerzas no son suficientes. Necesitamos alguna cosa más: la confianza en la Palabra de aquel que nos ha prometido que nunca nos dejará solos. «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes» (Lc 5,5). Esta respuesta de Pedro la podemos entender en relación con las palabras de María en las bodas de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Y es en el cumplimiento confiado de la voluntad del Señor cuando nuestro trabajo resulta provechoso.

Y todo, a pesar de nuestra limitación de pecadores: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5,8). San Ireneo de Lyón descubre un aspecto pedagógico en el pecado: quien es consciente de su naturaleza pecadora es capaz de reconocer su condición de criatura, y este reconocimiento nos pone ante la evidencia de un Creador que nos supera.

Solamente quien, como Pedro, ha sabido aceptar su limitación, está en condiciones de aceptar que los frutos de su trabajo apostólico no son suyos, sino de Aquel de quien se ha servido como de un instrumento. El Señor llama a los Apóstoles a ser pescadores de hombres, pero el verdadero pescador es Él: el buen discípulo no es más que la red que recoge la pesca, y esta red solamente es efectiva si actúa como lo hicieron los Apóstoles: dejándolo todo y siguiendo al Señor (cf. Lc 5,11; Blas Ruiz i López).

La Iglesia, simbolizada en la barca de Pedro, teniendo consigo a Cristo, proclama la Buena Nueva a todos los hombres, invitándolos a unirse a ella para que la salvación se haga realidad para todos. No podemos anunciar el Nombre de Dios sin preocuparnos de atraer a todos hacia Cristo. Cuando el Señor pide a Pedro arrojar las redes al mar, lo está invitando a cumplir fielmente con la misión de hacer que la salvación, por medio del anuncio del Evangelio, que conduce a la fe en Cristo, llegue a todos los hombres sin distinción. Esa labor no podrá hacerse al margen de Cristo. Antes que nada, la Iglesia debe saber escuchar al Señor y serle fiel. No son nuestros métodos, ni nuestras imaginaciones o investigaciones técnicas lo que le da su eficacia a la Palabra de Dios. Es el Señor quien nos salva y nos conduce para que, abandonando nuestro antiguo modo de vivir, nos convirtamos en testigos suyos por caminar tras sus huellas. Entonces el anuncio eficaz del Evangelio no será fruto de la ciencia humana, sino de nuestra experiencia personal del Señor y del Espíritu que nos conduce a la Verdad plena.

Venimos ante el Señor trayendo todas nuestras fatigas apostólica y humanas. Él nos precede con su cruz, con su entrega. Él nos hace saber que, a pesar de que, por serle fieles dando testimonio de Él en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, encontremos dificultades, persecuciones, e incluso la muerte, jamás debemos dar marcha atrás en la escucha fiel de su Palabra y en la puesta en práctica de la misma. Efectivamente, nuestra fe en Cristo no puede quedarse arrinconada en actos litúrgicos. Cuando acudimos a la Celebración de la Eucaristía nos presentamos ante el Señor trayendo como ofrenda nuestra propia vida con todas nuestras ilusiones; aun cuando traemos también nuestras angustias y todo aquello que, por algún motivo, nos ha querido impulsar a dar marcha atrás en el camino recto, o en nuestra entrega a favor del bien hecho a quienes nos rodean. El Señor nos contempla con gran amor y nos invita a seguir sus huellas, sin claudicar de aquello que dará un nuevo rumbo a nuestra historia. No importa que la noche totalmente oscura se haya cernido sobre nosotros; el Señor nos invita a que le demos espacio en la barca de nuestra propia vida para que conozcamos la Buena Nueva de su amor y recuperemos la paz y el ánimo de seguirnos esforzando por darle sentido a nuestra vida.

Por eso el Señor nos dice: Conduce la barca mar adentro. Yo voy contigo; aprende a escuchar mi Palabra y a ponerla en práctica. La salvación no puede estar al margen de tu esfuerzo continuo por vivir conforme al Camino que yo te he indicado. Si queremos convertirnos en pescadores de hombres; si queremos ser colaboradores para que todos encuentren el camino del amor fraterno, para que, unidos a Cristo, le demos un nuevo rumbo a nuestra existencia comprometiéndonos constante por erradicar de nosotros la pobreza, los encarcelados injustamente por oponerse a las propias ideas, las injusticias sociales, el pecado y el enviciarse en él, antes que nada nosotros mismos hemos de tomar las actitudes de Cristo que el mundo requiere para encontrar en nosotros un poco más de luz, de amor y de esperanza en su vida. No podemos sólo predicarles la Buena Nueva; es necesario ponernos a trabajar echando las redes y afanándonos para que ese Reino de Dios, ese mundo nuevo se abra paso entre nosotros. A pesar de que nuestros intentos anteriores por colaborar en el bien hayan sido fallidos, ahora, con Cristo presente en nosotros, fieles a su Palabra, vayamos mar adentro, no huyamos del mundo y sus problemas, acerquémonos a todos para proclamarles el Nombre del Señor, tanto con nuestras palabras, como, sobre, todo, con nuestro propio testimonio. Así, siendo instrumentos eficaces en las manos de Dios, nosotros seremos realmente colaboradores para que Él continúe realizando su obra salvadora entre nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de esforzarnos continuamente, guiados por el Espíritu Santo, para que el Reino de Dios esté en nosotros y nos ayude a vivir como hijos de un mismo Dios y Padre; y para que, sin quedarnos en una salvación adquirida de un modo personalista, nos preocupan de que esa salvación llegue a todos hasta que todos seamos uno en Cristo, en una sola Barca en la que, encontrándose el Señor con nosotros al final todos convertirnos en una continua alabanza del Padre Dios, por quien fuimos llamados a la Vida y hacia el que se encaminan nuestros pasos para gozarle y alabarle eternamente. Amén (www.homiliacatolica.com).

Miércoles de la 22ª semana de Tiempo Ordinario: la nueva vida en Cristo da fruto en la fe, esperanza y el amor, Jesús nos enseña con su vida que se nu

Miércoles de la 22ª semana de Tiempo Ordinario: la nueva vida en Cristo da fruto en la fe, esperanza y el amor, Jesús nos enseña con su vida que se nutre de la oración y se manifiesta en las obras de misericordia.



Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 1-8. Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos que viven en Colosas, hermanos fieles en Cristo. Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros desde el día en que lo escuchasteis y comprendisteis de verdad la gracia de Dios. Fue Epafras quien os lo enseñó, nuestro querido compañero de servicio, fiel ministro de Cristo para con vosotros, el cual nos ha informado de vuestro amor en el Espíritu.



Salmo 51,10.11. R. Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás.

Pero yo, como verde olivo, en la casa de Dios, confío en la misericordia de Dios por siempre jamás.

Te daré siempre gracias porque has actuado; proclamaré delante de tus fieles: «Tu nombre es bueno.»



Santo Evangelio según san Lucas 4,38-44. En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: -«Tú eres el Hijo de Dios.» Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con Él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero Él les dijo: -«También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.» Y predicaba en las sinagogas de Judea.



Comentario: 1.- Col 1,1-8. A partir de hoy, y durante ocho días, leeremos la Carta de Pablo a los cristianos de Colosas, una ciudad que estaba en Frigia, a unos doscientos kilómetros de Éfeso, en el Asia Menor, actual Turquía. Pablo no había fundado aquella comunidad, ni la conocía. Había sido su discípulo Epafras el evangelizador de aquella región. Pablo les dirige una carta amable, hacia el año 63, cuando estaba en Roma en arresto domiciliario. Se ve que aquellos cristianos, aunque no conocían personalmente a Pablo, habían oído hablar mucho y sentían "un profundo amor" por él. Por el contenido de su misiva se entrevé la vida de aquella comunidad, mezcla de griegos y judíos, también con algún problema doctrinal: por ejemplo la tendencia "gnóstica", la dualidad de su visión cósmica, tal vez con un excesivo aprecio de los ángeles, mientras que los cristianos sitúan claramente a Cristo en el centro de toda su cosmovisión. Por eso la Carta es muy "cristológica".

La primera página de esta Carta es un saludo afectuoso y lleno de optimismo. Pablo tenía buenas noticias de aquel "pueblo santo que vive en Colosas": tiene fama "vuestra fe en Cristo Jesús y el amor que tenéis a todo el pueblo santo". Buen retrato de una comunidad. Pablo aprovecha para decirles que la fe en Cristo, "el mensaje de la verdad, se sigue propagando y dando fruto en el mundo entero".

Ojalá se pudiera decir de todas nuestras comunidades -las diócesis, las parroquias, las comunidades religiosas, los diversos movimientos y asociaciones- que son famosas por su "fe en Cristo Jesús" y su "amor a todos los demás" y que "les anima en todo la esperanza". Luego pueden añadirse más cosas organizativas y vistosas. Pero lo principal es que existan estas tres virtudes llamadas teologales, las básicas de todo cristiano: la fe, la esperanza y la caridad. Éste es el mejor adorno de una comunidad, y la mejor garantía de que su presencia en medio de la sociedad será eficazmente misionera. En este documento tenemos, pues, una síntesis teológica muy corta, pero que expresa el pensamiento más maduro de Pablo tal como se manifiesta abiertamente en la epístola de los Efesios.

-Yo, Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a los cristianos de Colosas, hermanos fieles en Cristo. Es la dirección y el saludo del comienzo de toda carta. Dos veces aparece el término «hermano». Era la manera de nombrarse entre sí los primeros cristianos. El cristianismo, ¿es también para nosotros una gran fraternidad? «Hermanos en Cristo»... porque no se trata solamente de solidaridad humana, como la creada por la familia, el ambiente, la raza. Se trata de considerar las relaciones humanas desde el ángulo de la fe: unos hombres unidos al mismo Cristo son hermanos. Examino mis relaciones a esa misma luz.

-Miembros del pueblo santo, ¡que Dios nuestro Padre os dé la gracia y la paz! Pablo tiene la costumbre de llamar «santos» a los cristianos (Rm 1,7; 6,19; 15,25; 2 Co 9,1;1 Co 1,2; 6,1; 14,33 etc). Esto no quiere decir que fuesen perfectos y sin pecado. Los llama así porque participan de la santidad de Dios al recibir su vida: «Dios nuestro Padre». Otra razón de llamarse «hermanos». Pablo llama santos a los Colosenses, consciente de que participan de la misma dignidad del Hijo de Dios, Jesucristo, por su unión a Él. Efectivamente: así como una persona sin linaje, unida en alianza matrimonial con un personaje importante participa del linaje de este último, y como tal se le ha de reconocer por todos; así, quien se une a Cristo en Alianza con Él, en Él participa de la gracia que le corresponde como a Hijo único del Padre Dios. Sin embargo no basta esa Alianza con el Señor para ser santos; hay que vivirle fieles; y así Pablo lo expresa: Los hermanos santos y fieles en Cristo. De esta manera, junto con Pablo y con todos los que se han unido al Señor, participan de la Gracia que Dios comunica a quienes han pronunciado su sí, lleno de amor, a la oferta salvadora que Dios nos hace para vivir unidos a Él sin desviarse por caminos equivocados. Nuestra fe en Cristo nos ha de llevar al amor fraterno aún en medio de grandes dificultades, sin perder la esperanza de que, al final, después de haber pasado por grandes tribulaciones, viviremos unidos eternamente al Señor. Conscientes de que esa unión ya se ha iniciado en esta vida, hemos de manifestar con obras, que el Evangelio crece y fructifica día a día en nosotros y no se ha quedado como una semilla sembrada en un terreno estéril. Trabajemos, pues, constantemente, guiados por el Espíritu Santo, para que el Reino de Dios llegue en nosotros a su plenitud.

-Damos gracias sin cesar a Dios... por vosotros en nuestras oraciones. La mayoría de las epístolas de san Pablo empiezan dando gracias o «eucaristía». Yo también, Señor, quisiera que me dieras un alma alegre, que no cese de dar gracias, pensando en... Enumero los nombres de las personas de las que soy responsable. Tenemos noticia de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis con todos los santos, en la esperanza de lo que nos aguarda en los cielos. La fe, la caridad y la esperanza caracterizan a los cristianos y es aquello sobre lo que versa la oración. La fórmula da a entender que el motor, el dinamismo de las otras dos virtudes, es la esperanza. El cristiano está en marcha. Sabe donde va. Su vida tiene un sentido. Va hacia el cielo. Y la fe y la caridad son como un gustar anticipado de ese cielo que realizará en plenitud todas las aspiraciones del hombre.

-De lo que fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio que llegó hasta vosotros que fructifica y crece entre vosotros, lo mismo que en todo el mundo... ¡Cuando pensamos que los cristianos sólo eran entonces una ínfima minoría! Y nosotros nos entretenemos en lamentaciones sobre las crisis de la Iglesia. Danos, Señor, ese alegre dinamismo. Concede a cada cristiano sentirse responsable del progreso de la fe en el mundo entero (Noel Quesson).

2. Sal 51. Muchas persecuciones sufre el justo, pero de todas ellas Dios lo libra. El malvado se engríe en su maldad, se abalanza sobre los pobres e indefensos para maltratarlos y acabar con ellos, y piensa: Dios no lo ve, el Señor se oculta para no enterarse. Sin embargo, por los huesos del justo vela Dios y no le alcanzará la maldad de los inicuos. Por eso, quien confía en el Señor y en su amor sabe que ha plantado su vida como se plantan los olivos junto a las corrientes de los ríos y no le alcanzará tormento alguno; a pesar de los contratiempos, su esperanza en el Señor le conservará constantemente dando frutos de bondad, pues la presencia del Señor en el hombre justo no puede quedar infecunda, a pesar de la persecución y la muerte. Confiados en el amor que el Señor nos tiene ofrezcámosle, no sólo un sacrificio de acción de gracias, sino toda nuestra vida convertida en un continuo sacrificio de alabanza a su Santo Nombre.

El salmo hace un eco amable a este saludo: "confío en tu misericordia, Señor... proclamaré delante de tus fieles: tu nombre es bueno". El salmista espera vivir en la abundancia y muchos años como el olivo, que indica ambas cosas (cf Jr 11,16; Sal 128,3) junto al Templo, y dar gracias a Dios toda la vida experimentando la fidelidad de Dios a Sí mismo y a sus fieles. La Iglesia conecta con esta esperanza ante los retos del mundo de hoy “devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de su destino más alto” (Gaudium et spes 21).

3.- Lc 4,38-442. Lo que Jesús anunció en Nazaret lo va cumpliendo. Allí dijo, aplicándose la profecía de Isaías, que había venido a anunciar la salvación a los pobres y curar a los ciegos y dar la libertad a los oprimidos. En efecto, hoy leemos el programa de una jornada de Jesús "al salir de la sinagoga": cura de su fiebre a la suegra de Pedro, impone las manos y sana a los enfermos que le traen, libera a los poseídos por el demonio y no se cansa de ir de pueblo en pueblo "anunciando el reino de Dios". En medio, busca momentos de paz para rezar personalmente en un lugar solitario. Desde luego, el Reino ya está aquí. Ha empezado a actuar la fuerza salvadora de Dios a través de su Enviado, Jesús.

Buen programa para un cristiano y sobre todo para un apóstol. "Al salir de la sinagoga", o sea, "al salir de nuestra misa o de nuestra oración", nos espera una jornada de trabajo, de predicación y evangelización, de servicio curativo para con los demás y a la vez de oración personal. ¿Ayudamos a que a la gente se le pase la fiebre? ¿a que se liberen de sus depresiones y males? ¿atendemos a los que acuden a nosotros, acogiéndoles con nuestra palabra y dedicándoles nuestro tiempo? ¿nos sentimos movidos a seguir anunciando la buena noticia del Reino, sea cual sea el éxito de nuestro esfuerzo? ¿y lo hacemos todo en un clima de oración?

Podemos revisar dos significativos rasgos de esta página. a) Jesús, en medio de una jornada con un horario intensivo de trabajo y dedicación misionera, encuentra momentos para orar a solas. b) Y no quiere "instalarse" en un lugar donde le han acogido bien: "también a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios". Para que evitemos dos peligros: el activismo exagerado, descuidando la oración, y la tentación de quedarnos en el ambiente en que somos bien recibidos, descuidando la universalidad de nuestra misión.

Cristo evangelizador. Cristo liberador. Cristo orante. Fijos nuestros ojos en Él, que es nuestro modelo y maestro, aprenderemos a vivir su mismo estilo de vida. Dejándonos liberar de nuestras fiebres y ayudando a los demás a encontrar en Jesús su verdadera felicidad (J. Aldazábal).

Jesús no les deja hablar y los expulsa (v 41). En este rasgo común en los antiguos exorcismos, se descubre que es preciso luchar contra lo malo sin detenerse a discutir sus pretensiones. Todos sabemos que el mal se puede revestir de una apariencia buena, engañando a los que vienen a escuchar sus ruegos. Jesús no se ha parado. Sabía que todo lo que destruye al hombre es perverso y se ha esforzado por vencerlo. La obra de Jesús suscita una reacción egoísta entre las gentes: quieren aprovecharle, monopolizar el aspecto más extenso de su actividad y utilizarle como un simple curandero. Por eso vienen a buscarle (4,42). Nuestra relación con Jesús y el cristianismo puede moverse en ese plano: los aceptamos simplemente en la medida en que nos ayudan a resolver nuestros problemas (nos ofrecen tranquilidad psicológica, garantizan un orden en la familia o el estado, sancionan unas normas de conducta que pensamos provechosas). Esa forma de utilizar el evangelio es vieja; quizá puede aplicarse a ella las palabras de condena que Jesús dirige a Cafarnaún (Lc 10,15), la ciudad que pretendía monopolizar sus obras milagrosas.

La respuesta de Jesús es clara: tiene que anunciar el reino en otros pueblos (4,43). Su exigencia se traduce en un don que se halla abierto a todos los que esperan. Ciertamente, el evangelio es un regalo que enriquece la existencia: pero es un regalo que no se puede encerrar, un regalo que nos abre sin cesar hacia los otros (Edic. Marova).

“En cuanto rogaban al Salvador, enseguida curaba a los enfermos; dando a entender que también atiende las súplicas de los fieles contra las pasiones de los pecados” (S. Jerónimo). Buscar a Jesús; ojalá y no sea sólo para recibir la curación o la solución a problemas que nos agobien. Ciertamente que por medio de Él Dios se ha manifestado misericordioso con nosotros; y, también es cierto que cuando por medio de alguna persona recibimos el remedio de nuestros males nos apegamos a esa persona y las multitudes no le dejan espacio ni para comer. Sin embargo Jesús no vino como un curandero; Él ha venido como el Hijo de Dios que nos libera de la esclavitud del pecado; que nos desata de nuestros males para que trabajemos en el bien y construyamos su Reino. La Iglesia tiene como vocación el anuncio del Reino de Dios en todas partes. A partir de vivir y caminar en el amor que procede de Dios, será posible construir un mundo más justo, con menos pobreza y con más oportunidades para que todos disfruten de una vida más digna. Es necesario que no sólo nos fijemos en la solución de la enfermedad y de la pobreza material; tenemos que luchar porque el Reino de Dios nos quite nuestro anquilosamiento espiritual, que nos hace vivir como postrados en cama, sólo pensando en nosotros mismos y en nuestro provecho personal. Hemos de permitir que el Espíritu de Dios nos levante y nos ponga a servir, en amor fraterno, a quienes necesitan de una mano, no que los explote y maltrate, sino que les sirva con el amor que procede de Dios y habita en nosotros.

En esta Eucaristía nos reúne Aquel que no sólo vino a aliviar nuestros sufrimientos y a soportar nuestros dolores, sino también a cargar sobre sí nuestras culpas y a interceder por nosotros, pecadores, para que por sus llagas fuéramos curados, fueran perdonados nuestros pecados. Por eso Dios lo resucitó de entre los muertos y le dio un Nombre que está por encima de todo nombre. La Celebración de la Eucaristía nos hace comprender el amor que el Señor nos tiene y cómo, a costa de la entrega de su propia vida, nos ha elevado a la dignidad de hijos de Dios, manifestándonos, así, un amor como nadie más puede tenernos.

Quienes creemos en Cristo y nos hemos hecho uno con Él debemos meditar en el banquete que el Señor nos ha preparado; cómo Él nos alimenta con la entrega de su propia vida, para que nosotros tengamos vida; para que, así como Él nos ha amado, nos amemos los unos a los otros. El verdadero discípulo del Señor no sólo recibe la Palabra que lo salva y se alimenta de ella, sino que se convierte en portador de la misma, para que otros conozcan al Señor, reciban la salvación que Él nos ha traído, y puedan, también ellos, esforzarse para que cada vez más personas vayan al Señor y se dejen salvar por Él. Quien destruye la vida de su prójimo, quien mata sus ilusiones, quien le deja inutilizado para caminar y progresar, quien le escandaliza y destruye en él el amor de Dios, no puede en verdad llamarse hijo de Dios, pues el Señor no vino a destruir, sino a salvar a todos los que se habían perdido y andaban como ovejas sin pastor; y esta es la misma misión que ha confiado a su Iglesia, comunidad de fe en Él.

“Ningún hijo de la Iglesia Santa puede vivir tranquilo, sin experimentar inquietud ante las masas despersonalizadas: rebaño, manada, piara, escribí en alguna ocasión. ¡Cuántas pasiones nobles hay, en su aparente indiferencia! ¡Cuántas posibilidades! / Es necesario servir a todos, imponer las manos a cada uno —"singulis manus imponens", como hacía Jesús—, para tornarlos a la vida, para iluminar sus inteligencias y robustecer sus voluntades, ¡para que sean útiles!” (S. Josemaría, Forja 901).

Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de abrir nuestro corazón para que en él habite el amor misericordioso de Dios, de tal forma que desde nosotros produzca fruto abundante que, convertido en un serio apostolado a favor del Evangelio, nos convierta en colaboradores que ayuden a que la semilla de la Buena Nueva pueda ser sembrada en el corazón de todos los hombres, de tal forma que, convertidos en testigos del Dios-Amor podamos construir, en verdad, entre nosotros su Reino. Amén (www.homiliacatolica.com; tomo muchos textos, como siempre, de www.mercaba.org: Llucià Pou: llucia.pou@gmail.com).

domingo, 28 de agosto de 2011

Lunes de la 22ª semana de Tiempo Ordinario: hemos de dar razón de nuestra esperanza a todos, proclamar la liberación del Señor, que nos da los bienes

Lunes de la 22ª semana de Tiempo Ordinario: hemos de dar razón de nuestra esperanza a todos, proclamar la liberación del Señor, que nos da los bienes terrenos como camino para los eternos, para entrar en su Reino



Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4,13-18. Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.



Salmo 95,1 y 3.4-5.11-12a.12b-13. R. El Señor llega a regir la tierra.

Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.

Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo.

Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos.

Aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.



Santo evangelio según san Lucas 4,16-30. En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: -«¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: -«Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo Y'; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: -«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos habla en Israel en tiempos de] profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.



Comentario: 1.- 1Ts 4,13-18 (ver domingo 32, A). El de hoy es uno de los pasajes más conocidos de la carta a los de Tesalónica, en Grecia, que empezamos a leer la semana pasada: el referente a los difuntos. Pablo no quiere que los cristianos miren la muerte de sus seres queridos "sin esperanza", como los que no creen. Para nosotros, tanto la vida como la muerte son participación en el destino de Jesús: "si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él". Y esto no es una reflexión que hace él, sino que es Palabra del Señor. Aunque no sabemos bien a qué se refiere Pablo con el misterioso orden en que resucitaremos (primero los que hayan fallecido ya cuando llegue el final, y luego los que en aquel momento estén todavía vivos), lo que sí aparece claro es que el anuncio de la vuelta de Cristo como Juez, sea cuando sea, no quiere producir una sensación de terror, sino de esperanza: "el Señor llega a regir la tierra, cantad al Señor", "y así estaremos siempre con el Señor".

Los cristianos tenemos una experiencia de la muerte que, en cierto modo, no se diferencia de la de los demás: nos da miedo pensar en la nuestra y nos llena de dolor la de los seres queridos. Pero tenemos un "plus" de luz que da a nuestra visión un color de esperanza: nuestra fe en Cristo Jesús y nuestra convicción de que, ya desde nuestro Bautismo, estamos vinculados a su mismo destino. No podemos vivir en desesperanza. La muerte no es la última palabra. Dios nos tiene destinados a la vida. Aunque no sepamos tampoco nosotros explicar el misterio de la muerte, ni logremos consolarnos ni consolar a otros por una muerte prematura o injusta, la fe cristiana enciende una luz de esperanza sobre este acontecimiento y nos dice que, si morimos con Cristo, viviremos con él, y "estaremos siempre con el Señor". Cuando participamos en la Eucaristía deberíamos recordar con frecuencia lo que nos dijo Jesús: "el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día". La Eucaristía es garantía y semilla de la vida sin fin.

–Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos. En el mundo entero el «sueño» es la imagen de la muerte. Esta imagen es dulce y tranquilizadora, porque cuando alguien «duerme» damos por descontado que se «despertará». Y es bueno aplicar esa imagen a nuestros difuntos (J. Aldazábal).

La precipitada marcha del Apóstol había dejado incompleta la instrucción cristiana. Una de las dudas que les quedaban podía formularse así: “Cuándo llegue el Señor, ¿tendrán los difuntos alguna desventaja frente a los que estemos vivos?” San Pablo responde con dos enseñanzas: primero afirma que el mero hecho de estar vivo en ese momento no supondrá ventaja alguna (4,15-18); después aclara que no sabemos cuándo ocurrirá ese acontecimiento (5,1-2).

“los difuntos” (v 13): literalmente “los que duermen”, expresión ya usada por los escritores paganos pero usada en un sentido nuevo, a causa de la fe en la resurrección, como dice S. Agustín: “¿Por qué se dice que duermen sino porque en su día serán resucitados?”. La certeza de la resurrección es una de las verdades centrales de nuestra fe, recogida por el símbolo de los Apóstoles y el Credo de Nicea-Constantinopla (Biblia de Navarra).

-Para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza. En efecto, esa imagen por tranquilizadora que sea no basta a darnos una prueba fuera de la Fe en Cristo: porque ese sueño también podría ser definitivo. Y fuera de algunos grupitos de «iniciados» en las religiones mistéricas de tipo oriental, el conjunto de los griegos de aquel tiempo no daban mucho crédito a una vida en el más allá. Las encuestas-sonda hechas recientemente en Europa manifiestan que para muchos de nuestros contemporáneos la muerte es también el «fin» de todo, el aniquilamiento. Con pleno conocimiento de esa opinión corriente, el creyente afirma la resurrección: ¡Es su esperanza! y eso le debería provocar una alegría muy particular que hiciera que los no creyentes replanteasen su postura. Con todo sucede que a algunos cristianos les turba pensar en la muerte. Y el apóstol quiere darles nuevas razones de esperanza. Ayúdame, Señor, ayuda a todos los hombres a aceptar serenamente la muerte, en la plena certeza de que no se cae en la nada sino «en las manos del Padre». Como dijo Jesús: «Padre, en tus manos entrego mi espíritu.» (Lc 23,46).

-Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera creemos que Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús. Nuestra seguridad proviene de que si vivimos en unión con Jesús y en comunión con su Cuerpo, el «destino» de Jesús será también el nuestro. Los evangelios no están escritos todavía, pero lo esencial de su mensaje es proclamado: ¡Jesús, muerto, resucitado!

-Como Palabra del Señor os decimos esto... Pablo tiene conciencia de no ser el inventor de lo que va a decir por vez primera. No se trata de una reflexión humana de tipo filosófico, de una especie de apuesta sobre la ultra-tumba... Es Jesús quien lo dijo. Quizá Pablo alude a las frases que Mateo nos dirá pronto: «El Hijo del hombre vendrá con sus ángeles en la Gloria del Padre, y dará a cada cual según su conducta». (Mt 16, 27). Quizá Pablo piensa en unas palabras de Jesús que no se encuentran en los relatos evangélicos y que la tradición oral propalaba.

-A la señal dada por la voz del arcángel y por la llamada de Dios... Pablo emplea las imágenes tradicionales de los apocalipsis judíos: -voces de ángeles, -la «trompeta de Dios», que aquí se ha traducido por «la llamada de Dios», porque, efectivamente, esas imágenes son unos revestimientos simbólicos concretos que no hay que tomar materialmente, como se ha hecho tan a menudo en el pasado.

-El Señor mismo bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después seremos arrebatados en nubes al encuentro del Señor. Así estaremos siempre con el Señor. Las «voces», las «trompetas", las «nubes» no están aquí más que para comunicarnos el mensaje más esencial: ¡estaremos siempre con el Señor! Esto, evidentemente, debería cambiar por completo para un cristiano el "sentido de la muerte". Y no se trata sólo de vivir junto a Jesús, sino de participar de su vida, de sus privilegios divinos, por así decir. Jesús lo dijo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y yo en él.» (Jn 6,53-56; Noel Quesson).

Nuestra vida, como hijos de Dios, en medio de fatigas y persecuciones por el Nombre del Señor, anunciando con las palabras y testificando con las obras el Evangelio de la gracia, que Dios nos ha concedido en su Hijo Jesús, tiene una gran esperanza: estar para siempre con el Señor. Él, que se levantó victorioso sobre el autor del pecado y de la muerte por su fidelidad amorosa y libre a la voluntad soberana del Padre Dios, vendrá por nosotros para arrebatarnos de la muerte y hacernos partícipes de la Vida eterna a quienes ahora le vivamos fieles, tanto sin perder la victoria que conquistó para nosotros, levantándose sobre el Diablo, como luchando para que el Reino de Dios llegue a todos. Por eso no perdamos nuestra fe, sino que, fortalecidos con la presencia del Espíritu Santo en nosotros, esforcémonos constantemente por conquistar el Reino de Dios, con la mirada puesta en Jesús, Caudillo y Consumador de nuestra esperanza.

2. El Señor llega a regir toda la tierra… Comentaba así Juan Pablo II: “"Decid a los pueblos: "El Señor es rey"". Esta exhortación del salmo 95 (v 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad en que se modula todo el himno. En efecto, se sitúa entre los "salmos del Señor rey", que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92 (…) sabemos que en estos cánticos el centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la humanidad. También el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador de los pueblos: Dios "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente" (v. 10). El verbo "gobernar" expresa la certeza de que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y misericordioso.

“El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al Señor, toda la tierra" (v 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus maravillas" (v 3). Es más, el salmista interpela directamente a las "familias de los pueblos" (v 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan "a los pueblos: el Señor es rey" (v 10), y precisa que el Señor "gobierna a las naciones" (v 10), "a los pueblos" (v 14). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el Dios del universo y que "los dioses de los gentiles son apariencia" (v 5). El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor "en su santuario" (v 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina: "Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)" (vv 1-3, 7-9). Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal.

En el centro de este canto coral encontramos una declaración contra los ídolos. Así, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la pureza de la fe, según la conocida máxima: lex orandi, lex credendi, o sea, la norma de la oración verdadera es también norma de fe, es lección sobre la verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a través de la íntima comunión con Dios realizada en la oración. El salmista proclama: "Es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo" (vv 4-5). A través de la liturgia y la oración la fe se purifica de toda degeneración, se abandonan los ídolos a los que se sacrifica fácilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de su amor.

Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf vv 10-14). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica: "Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra" (vv 11-13). Como dirá san Pablo, también la naturaleza, juntamente con el hombre, "espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8,19.21). Aquí quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo. Así, san Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95: "Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre". De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Más aún, el que reina "hecho terrestre", reina precisamente en la humillación de la cruz. Es significativo que muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con una sugestiva integración cristológica: "El Señor reina desde el árbol de la cruz". Por esto, ya la Carta a Bernabé enseñaba que "el reino de Jesús está en el árbol de la cruz" y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque "el Señor reinó desde el árbol de la cruz". En esta tierra floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, Vexilla regis, en el que se exalta a Cristo que reina desde la altura de la cruz, trono de amor y no de dominio: Regnavit a ligno Deus. En efecto, Jesús, ya durante su existencia terrena, había afirmado: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,43-45)”. Se nos habla de ese reinado en justicia y fidelidad, y comenta S. Agustín: “¿qué significan esta justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá en torno a sí a sus elegidos y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a otros a la izquierda. ¿Qué más juto y equitativo que no esperen misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán juzgados con misericordia”.

Dios, el Señor, se ha levantado victorioso sobre sus enemigos. Él liberó a los suyos de la esclavitud; y despojó a quienes poseían la tierra prometida para entregársela a su Pueblo Santo. Así Dios se ha manifestado como el único Dios vivo y verdadero, que vela por quienes en Él confían; y ha demostrado la falsedad de los dioses en quienes confían las demás naciones, que no pueden velar por ellas ni librarlas de las manos de sus enemigos. Por eso, que cielo, mar y tierra y todo lo que contienen, se alegren, regocijen, exulten y aclamen al Señor, que viene a gobernar con justicia al mundo, y a las naciones con fidelidad. Por medio de Cristo, Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte. Quienes hemos depositado en Él nuestra confianza, alegrémonos y llenémonos de gozo, pues, hechos partícipes de su victoria, nos participa también, ya desde ahora, de los bienes eternos, que reserva para los que le viven fieles.

3. Lc 4,16-30 (ver domingo 3, C). Después de la lectura continua de los evangelios de Marcos y de Mateo, abordamos hoy el evangelio según san Lucas, que nos conducirá hasta el fin de noviembre -de la 22ª a la 34ª semana del tiempo ordinario-. Los evangelios relativos a la infancia de Jesús, habiendo sido leídos durante el Adviento y el tiempo de Navidad, empezamos en el capítulo cuarto de san Lucas: Jesús tiene treinta años y aborda su vida pública. Empezamos con una escena bien significativa, programática, que se puede decir que da sentido a todo el ministerio mesiánico de Jesús: su primera predicación en la sinagoga de su pueblo Nazaret. Una escena densa, muy bien narrada por Lucas, con una serie de detalles significativos:

- la costumbre de ir a la sinagoga todos los sábados,

- la invitación para que lea (de pie) al profeta; las lecturas de la Ley las hacían los rabinos; las de los profetas las podían hacer los laicos, como Jesús, que hubieran cumplido los treinta años;

- el pasaje de Isaías lo recuerda Lucas, porque es como el programa mesiánico de Jesús: "el Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para dar la libertad a los oprimidos... para anunciar el año de gracia del Señor";

- el comentario es del mismo Jesús (sentado), con unas primeras palabras que son como la definición de lo que es una homilía: "hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir";

- las primeras reacciones de admiración y aprobación por parte de sus paisanos,

- que, sin embargo, quedan bloqueados en su camino de fe porque conocen demasiado a Jesús: "¿no es éste el hijo de José?";

- la queja de Jesús sobre esta falta de fe, comparada con la acogida que ha encontrado en otros pueblos; cita dos refranes o dichos de la época: "médico, cúrate a ti mismo", y "ningún profeta es bien mirado en su tierra";

- la segunda reacción, esta vez de ira, ante estas palabras, hasta el punto de querer acabar con él despeñándolo por el barranco;

- pero Jesús "se abrió paso entre ellos y se alejaba".

Jesús aparece desde la primera página como el Enviado de Dios, su Ungido, el lleno del Espíritu. Y aparece también como el que anuncia la salvación a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos.

Lucas va a ser para nosotros un buen maestro para que sepamos presentar a Jesús, también a nuestro mundo de hoy, como el salvador de los pobres. "Me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres". En la Plegaria Eucarística IV damos gracias a Dios Padre porque nos ha enviado a su Hijo Jesús, el cual "anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo (la alegría)". Es un buen retrato de Jesús, que se irá desarrollando durante las próximas semanas: el que atiende a los pobres, el que quiere la alegría para todos, el que ofrece la liberación integral a los que padecen alguna clase de esclavitud. ¿Es éste también el programa de su comunidad, o sea, de nosotros? ¿se puede decir que estamos anunciando la buena noticia a los pobres? ¿y somos nosotros mismos esos pobres que se dejan alegrar por el anuncio de Jesús?

La admiración, primero, y el rechazo y la persecución, después, son ya desde el inicio la síntesis de las reacciones que Jesús va a suscitar a lo largo de su ministerio, acabando en la cruz. Y también de lo que pasará a su Iglesia a lo largo de los siglos, como muy bien se encargó de describir el mismo Lucas en su libro de los Hechos. Con la convicción de que después de la cruz viene la resurrección. Pero, mientras tanto, no nos extraña que fracasen muchos de nuestros esfuerzos, como fracasó Jesús en muchas ocasiones.

Jesús es en verdad el "año de gracia" que Dios ha preparado para la humanidad, al enviarlo -hace ahora dos mil años- como salvador y "evangelizador". Ojalá también nosotros le miremos como sus paisanos al principio: "toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él". El incio del tercer milenio es una nueva ocasión para que esta mirada nuestra hacia Jesús renueve su intensidad y para que nuestro conocimiento de él sea más profundo.

"Hoy se cumple esta Escritura". Es lo que pasa cada día, en nuestra escucha de las lecturas bíblicas. No se nos proclaman para que nos enteremos de lo que pasó (lo solemos saber ya), sino porque Dios quiere renovar su gracia salvadora, la del AT y la del NT, hoy y aquí para nosotros. Es lo que nuestra meditación personal y la homilía deben buscar: actualizar en nuestras vidas lo que Dios nos ha dicho en su Historia de Salvación (J. Aldazábal).

-Lucas... ¿Quién era? Con ese tercer evangelista pasamos a otro mundo, que no es ya el de los judíos. Lucas nació en Antioquía de Siria. Pertenecía a la sociedad pagana cultivada, y ejercía la medicina como profesión. Siendo adulto, convertido quizá por san Pablo, pasó muy pronto a ser compañero de apostolado de san Pablo. Lucas construye su evangelio, evidentemente, con elementos comunes a Marcos y a Mateo. Pero él mismo indica cómo llevó su propia encuesta personal con los testigos oculares que vivían aún (Lc 1,2). Hay pues pasajes de los que él es el único relator. El griego empleado es el más literario y el más artísticamente redactado de todo el Nuevo Testamento. Lucas, como todo autor, tiene características y acentos propios: es el evangelio de la alegría, de la misericordia, de la vida interior y de la oración... es un evangelio eminentemente social, que quiere promover una sociedad más justa y más dichosa... todos los oprimidos de la sociedad antigua son valorizados: el niño, la mujer, los pobres... Dirigiéndose a ambientes cultivados del mundo pagano, evita las alusiones a las costumbres judías que habrían chocado o habrían exigido demasiadas explicaciones a la gente que no las conocía.

-Como era su costumbre los sábados, Jesús entró en la sinagoga de Nazaret. Asiste al oficio. Es un "practicante" regular. Para nosotros es importante contemplar a Jesús: cuando salía de su casa el sábado, el sabat... entraba en el lugar de reunión... se colocaba en su sitio. Y allí, mezclado a la multitud de los fieles, cantaba los salmos, escuchaba el sermón del rabino, rezaba con las fórmulas o preces habituales de sus compatriotas.

-Se puso en pie para hacer la lectura. Le presentaron el volumen y desarrollándolo leyó... Esa tradición ha sido restablecida por el Concilio Vaticano II. Todo el tono del evangelio según san Lucas está anunciado aquí. Una lluvia de beneficios para todos los desgraciados, la liberación de todos los que sufren. ¿Es así como concibo yo habitualmente a Jesús? ¿Es así como concibo mi propia vida cristiana? Dos mil años después de la venida de Jesús, hay todavía mucho por hacer en este sentido, en mi lugar de trabajo, en mis relaciones. Notemos que la persona que anuncia esto, tan "humano", anuncia por ello una "presencia de Dios": No se trata solamente de filantropía, o de acción social... se trata, precisamente, del proyecto de Dios y de la acción del Espíritu... "el Espíritu del Señor está sobre mí, para..."

-Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido esta palabra de la Escritura. El texto de Isaías era antiguo de varios centenares de años. Pero no era un documento del pasado. También HOY Dios me interpela (Noel Quesson).

Así contaba Juan Pablo II en Dives in misericordia 3: “Cuando Cristo comenzó a hacer y a enseñar: Ante sus conciudadanos, en Nazaret, Cristo hace alusión a las palabras del profeta Isaías: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor' (Lc 4,18). Estas frases, según San Lucas, son su primera declaración mesiánica, a la que siguen los hechos y palabras conocidos a través del Evangelio. Mediante tales hechos y palabras Cristo hace presente al Padre entre los hombres. Es altamente significativo que estos hombres sean en primer lugar los pobres, carentes de medios de subsistencia, los privados de libertad, los ciegos que no ven la belleza de la creación, los que viven en aflicción de corazón o sufren a causa de la injusticia social y, finalmente, los pecadores. Con relación a éstos especialmente, Cristo se convierte sobre todo en signo legible de Dios, que es amor; se hace signo del Padre. En tal signo visible, al igual que los hombres de aquel entonces, también los hombres de nuestros tiempos pueden ver al Padre.

Es significativo que, cuando los mensajeros enviados por Juan Bautista llegaron adonde estaba Jesús para preguntarle: 'Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?' (Lc 7,19). El, recordando el mismo testimonio con que había inaugurado sus enseñanzas en Nazaret, haya respondido: 'Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan los pobres son evangelizados', para concluir diciendo: 'y bienaventurado quien no se escandaliza de mí' (Lc 7,22ss.).

Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la 'condición humana' histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral. Cabalmente, el modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es llamado 'misericordia' en el lenguaje bíblico.

Cristo, pues, revela a Dios, que es Padre, que es 'amor', como diría San Juan en su primera Carta (1 Jn 4,16); revela a Dios 'rico de misericordia', como leemos en San Pablo (Ef 2,4). Esta verdad, más que tema de enseñanza, constituye una realidad que Cristo nos ha hecho presente. Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es, en la conciencia de Cristo mismo, la prueba fundamental de su misión de Mesías; lo corroboran las palabras pronunciadas por El primeramente en la sinagoga de Nazaret y más tarde ante sus discípulos y ante los enviados por Juan Bautista..

En base a tal modo de manifestar la presencia de Dios, que es Padre, amor y misericordia, Jesús hace de la misma misericordia uno de los temas principales de su predicación. Como de costumbre, también aquí enseña preferentemente 'en parábolas', debido a que éstas expresan mejor la esencia misma de las cosas. Baste recordar la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) o la del buen samaritano (Lc 10,30-37) y también como contraste-la parábola del siervo inicuo (Mt 18,23-35). Son muchos los pasos de las enseñanzas de Cristo que ponen de manifiesto el amor-misericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada (Mt 18,12-14; Lc 15,3-7) o la mujer que barre la casa buscando la dracma perdida (Lc 15,8-10). El evangelista que trata con detalle estos temas en las enseñanzas de Cristo es Lucas, cuyo Evangelio ha merecido ser llamado 'el Evangelio de la misericordia'.

Cuando se habla de la predicación, se plantea un problema de capital importancia por lo que se refiere al significado de los términos y al contenido del concepto, sobre todo del concepto de 'misericordia' (en su relación con el concepto de 'amor'). Comprender esos contenidos es la clave para entender la realidad misma de la misericordia. Y es esto lo que realmente nos importa (…) es necesario constatar que Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia del ethos evangélico. El Maestro lo expresa bien sea a través del mandamiento definido por El como 'el más grande' (Mt 22, 38), bien en forma de bendición, cuando en el Discurso de la Montaña proclama: 'Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia' (Mt 5,7)”.

De este modo, el mensaje mesiánico acerca de la misericordia conserva una particular dimensión divino-humana. Cristo en cuanto cumplimiento de las profecías mesiánicas- , al convertirse en la encarnación del amor que se manifiesta con peculiar fuerza respecto a los que sufren, a los infelices y a los pecadores, hace presente y revela de este modo más plenamente al Padre, que es Dios 'rico en misericordia'. Asimismo, al convertirse para los hombres en modelo del amor misericordioso hacia los demás, Cristo proclama con las obras, más que con las palabras, la apelación a la misericordia, que es una de las componentes esenciales del ethos evangélico. En este caso no se trata sólo de cumplir un mandamiento o una exigencia de naturaleza ética, sino también de satisfacer una condición de capital importancia, a fin de que Dios pueda revelarse en su misericordia hacia el hombre: ... los misericordiosos... alcanzarán misericordia”.

La unción del Señor está así expresada por S. Cirilo de Jerusalén “Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres ni su unción se hizo con óleo, o ungüento material, sino que fue el Padre quien le ungió al constituirlo Salvador del mundo, y su unción fue en el Espíritu Santo”.

No basta estar convencidos de que en Jesús se han cumplido las Escrituras, y que, por tanto, Dios ha cumplido sus promesas. No basta quedarnos admirados ante las palabras y obras de Jesús. No basta buscar a Jesús para que haga en nosotros lo que oímos que hizo en otros tiempos y lugares. Mientras no busquemos a Jesús para comprometernos con Él en la construcción del Reino, no podemos, en verdad, llamarnos hombres de fe y ser hijos de Dios. Jesús no vino a exhibirse como el todopoderoso, ni como el que cumple a los hombres todos sus caprichos, por muy buenos que estos sean. Cuando uno busca al Señor por lo externo e intranscendente, y, finalmente Dios no lo conceda y le deja a uno con las manos vacías, puede uno decepcionarse de Él porque no pudimos manipularlo conforme a nuestros planes y falsas expectativas. Entonces se le abandona, se le traiciona, se trata de acabar con Él como si fuera una utilería y no el Ser Divino lleno de amor por nosotros. Pero el Señor pasará entre los decepcionados de sí mismos y se alejará de quienes le buscaron no por la fe en Él, sino sólo por curiosidad o admiración, pues Él no se deja atrapar en las redes de las falsas esperanzas de los hombres. Ojalá y nosotros busquemos al Señor con la sola intención de encontrarnos con Él, de entrar con Él en Alianza de amor y de escuchar su Palabra, ponerla en práctica y vivirle fieles desde hoy y para siempre.

En esta Eucaristía celebramos a nuestro Señor y Rey que, mediante su Misterio Pascual, se ha levantado victorioso, venciendo al autor del pecado y de la muerte, a la serpiente antigua o Satanás. Nosotros, que pertenecemos al Reino de Dios cantamos un cántico nuevo al Señor en esta acción litúrgica. Nuestro cántico es el que se eleva a Él no sólo con los labios, sino el ofrecimiento ante Él de todo lo que hasta ahora el Espíritu de Dios, que habita en nuestros corazones como en un templo, ha hecho por medio nuestro en favor de todos los pueblos. No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre sea dado todo honor y toda gloria. Venimos para ofrecernos, junto con Cristo, como una ofrenda agradable al Padre. Por eso su Palabra, que se ha pronunciado sobre nosotros en esta Eucaristía, a la par que nos santifica, nos envía para que llevemos la salvación de Dios a todas las naciones, haciendo que la Buena Nueva llegue a los pobres, la liberación a los cautivos, la curación a los ciegos y la libertad a los oprimidos, de tal forma que hoy y siempre sea, desde la Iglesia, el día y el año de Gracia del Señor para todos.

Proclamar el Año de Gracia del Señor. A eso somos enviados. Nadie que ha entrado en contacto y en comunión de vida con el Señor puede retornar a sus labores diarias en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia para continuar pagando salarios de hambre a los pobres, comprando sus servicios por un par de sandalias; no puede continuar reteniendo cautivos injustamente a quienes son considerados perseguidos políticos, por haberse opuesto a su egoísta e injusto modo de pensar y actuar; no puede continuar robando la luz a quienes quedaron atrapados bajo el consumo de las drogas, o en las redes de los vicios mientras se arrodilla ante Dios pero sigue provocando que muchas vidas se consuman sin esperanza; no puede continuar oprimiendo a los débiles para quitarles el poco pan que llevarían a su boca, y quitarles la paz y la alegría por perseguirles injustamente tratando de apropiarse de lo poco que poseen y de la tierra que les pertenece. Quienes entramos en comunión de vida con el Señor, debemos ser motivo de paz y de alegría para todos, porque, al amarlos, levantamos su esperanza, fortalecemos su fe, volvemos a hacer que se encienda la llama de su amor, y que la paz vuelva a ellos por sentir que alguien les ama y está a su lado. ¿Que son duras estas palabras? ¿Que trataríamos de despeñar y acabar con Jesús y los suyos para que no nos molesten con esta clase de lenguaje? Ojalá y el Señor no pase entre nosotros y se aleje, dejándonos en nuestros rezos y cultos, vacíos de amor e inútiles ante Él por habernos cerrado a la escucha fiel de su Palabra y a la puesta en práctica de la misma. Que Dios, nuestro Padre, nos conceda por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir conforme a la fidelidad a su Voluntad que nos enseñó Jesús, Hijo suyo y Hermano nuestro. Amén (www.homiliacatolica.com).

El Martirio de San Juan Bautista, el precursor en anunciar los caminos del Señor y también la Pascua, el camino al cielo por la cruz en proclamar la v

El Martirio de San Juan Bautista, el precursor en anunciar los caminos del Señor y también la Pascua, el camino al cielo por la cruz en proclamar la verdad.



Lectura del libro de Jeremías 1, 17-19. En aquellos días, recibí esta palabra del Señor: «Cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.» Oráculo del Señor.



Salmo 70,1-2.3-4a.5-6ab.l5ab y 17. R. Mi boca contará tu auxilio.

A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame.

Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa.

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías.

Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas.



Santo Evangelio según san Marcos 6, 17-29. En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo habla metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: -«Pídeme lo que quieras, que te lo doy.» Y le juró: -«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.» Ella salió a preguntarle a su madre: -«¿Qué le pido?» La madre le contestó: -«La cabeza de Juan, el Bautista.» Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: -«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.» El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.



Comentario: 1. Jeremías tendrá una misión difícil, pero cuenta con la fortaleza de Dios para llevarla a cabo. Cuando se acerca ya al final el reino de Judá, envía este gran profeta el Señor para cuidar de su pueblo, para hacerlo recapacitar sobre los verdaderos motivos de las desgracias que se abaten sobre él, y cuando vengan los desastres, para consolarlo con la certeza de que Él nunca abandona. Hoy la Iglesia recuerda y celebra el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Cristo, antesala, preludio, anunciador del Mesías que el pueblo judío estaba esperando. Los evangelios le recuerdan como un hombre austero, solitario, que finalmente entregó su vida por aquello que configuró su misión: anunciar la Verdad -que es Cristo- y todas las "verdades" por molestas que sean de escuchar. "Convertíos…" Por eso, de algún modo, San Juan Bautista no sólo anuncia la cercanía del Reino que llega con Cristo, sino que también con su muerte anuncia la Pascua, el Misterio cristiano. No es fácil vivir dando sentido a la muerte, y menos cuando nos encuentra violentamente. Por eso las palabras de Jeremías: no les tengas miedo… porque Yo estoy contigo para librarte; no les temas, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Es muy curiosa esta frase. ¿Cuántas veces son nuestros propios temores ante algo o alguien lo que nos hace realmente apocados, pusilánimes, cobardes? Jeremías experimentó que es este mismo Dios que lucha en nuestras luchas y nos acompaña en nuestras empresas, quien nos deja "atrapados" en el miedo, y todo porque no somos capaces de ver más allá, de poner nuestra confianza y nuestras fuerzas en el Señor que nos envía. Recordad a Moisés, a Abraham, o al mismo David ante Goliat: cuando luchamos creyendo firmemente que la batalla es de Dios y no nuestra, no sólo no tememos al mayor de los gigantes, sino que además, cualquier escudo y coraza nos parece demasiado pesado y preferimos seguir con nuestra pequeña onda.

San Juan Bautista no murió por confesar a Cristo y, sin embargo, la Iglesia, desde el principio, le considera mártir, testigo. Pues bien, hoy puede ser para nosotros una fuerte llamada a cuestionar nuestro testimonio en el mundo. ¡Tantas veces no será necesario hablar expresamente de Cristo para anunciarle!, ¡tantas ocasiones para denunciar lo que vemos desde el Evangelio, aún sabiendo que nuestra "cabeza" (en todos los sentidos) puede ponerse a disposición del capricho de cualquier herodías, o de la sumisión e incoherencia de un herodes cualquiera (Rosa Ruiz).

2. Como rezamos hoy en el salmo: Sé tú, Señor, nuestra roca de refugio, nuestra peña, nuestra seguridad, nuestra única defensa. Porque no siempre es fácil vivir desde ti y enfrentarnos a lo que nos amenaza sin perdernos en nuestros propios miedos. Ayúdanos, Señor. Es una oración confiada pidiendo a Dios socorro en la vejez… la situación de debilidad y de desgracia aviva la oración, como sucedió en Cristo, y comenta S. Agustín: “Señor, te he llamado, ven deprisa. Esto lo podemos decir todos. No lo digo yo solo, lo dice el Cristo total. Pero se refiere, sobre todo, a su cuerpo personal; ya que; cuando se encontraba en este mundo, Cristo oró con su ser de carne, oró al Padre con su cuerpo, y, mientras oraba, gotas de sangre destilaban de todo su cuerpo. Así está escrito en el Evangelio: Jesús oraba con más insistencia, y sudaba como gotas de sangre. ¿Qué quiere decir el flujo de sangre de todo su cuerpo sino la pasión de los mártires de la Iglesia?

Señor, te he llamado, ven deprisa; escucha mi voz cuando te llamo. Pensabas que ya estaba resuelta la cuestión de la plegaria con decir: Te he llamado. Has llamado, pero no te quedes ya tranquilo. Si se acaba la tribulación, se acaba la llamada; pero si, en cambio, la tribulación de la Iglesia y del cuerpo de Cristo continúa hasta el fin de los tiempos, no sólo has de decir: Te he llamado, ven deprisa, sino también: Escucha mi voz cuando te llamo.

Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Cualquier cristiano sabe que esto suele referirse a la misma cabeza de la Iglesia. Pues, cuando ya el día declinaba hacia su atardecer, el Señor entregó, en la cruz, el alma que después había de recobrar, porque no la perdió en contra de su voluntad. Pero también nosotros estábamos representados allí. Pues lo que de él colgó en la cruz era lo que había recibido de nosotros. Si no, ¿cómo es posible que, en un momento dado, Dios Padre aleje de sí y abandone a su único Hijo; que es un solo Dios con él? Y, no obstante, al clavar nuestra debilidad en la cruz, donde, como dice el Apóstol, nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, exclamó con la voz de aquel mismo hombre nuestro: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?

Por tanto, la ofrenda de la tarde fue la pasión del Señor, la cruz del Señor, la oblación de la víctima saludable, el holocausto adepto a Dios. Aquella ofrenda de la tarde se convirtió en ofrenda matutina por la resurrección. La oración brota, pues, pura y directa del corazón creyente, como se eleva desde el ara santa el incienso. No hay nada más agradable que el aroma del Señor: que todos los creyentes huelan así.

Así, pues, nuestro hombre viejo —son palabras del Apóstol— ha sido crucificado con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado”.

3. Mc 6, 17-29. Herodes había ordenado que prendieran a Juan y lo tenía encadenado en la prisión por causa de Herodías, la mujer de su hermano Herodes Filipo, con quien se había casado. Y Juan, un hombre libre con la libertad que da creer sólo en Dios, constantemente le echaba en cara aquello. Herodías odiaba a Juan, porque era lo único que se interponía entre ella y sus ambiciones. Ella conocía bien a Herodes y temía que la crítica de Juan le hiciera mella; veía cómo le impactaba lo que Juan decía y cómo regresaba perplejo. El caso es que Herodías se la tenía jurada a Juan y quería asesinarlo, pero no veía cómo hacerlo, hasta que llegó la oportunidad: un día en que Herodes organizó un gran banquete con motivo de su cumpleaños, e invitó a todos los de la corte, a los tribunos romanos y a los principales de Galilea. Entonces la hija de Herodías salió a bailar, toda provocación de la cabeza a los pies, y se dio cuenta de que Herodes no le quitaba la vista de encima. No era la mirada del padrastro orgulloso de la belleza de la hija de su esposa; era algo más. Y eso mismo había en las miradas de los otros. Les agradó. Les gustó.

Herodes entonces, queriendo complacerla y complacerse, le dijo a la muchacha: "Pídeme lo que quieras y te lo daré... incluso si me pides la mitad de mi reino te juro que te lo doy". Ya estaba dicho: la mitad del reino. Herodías vio la oportunidad de quitarse de una vez para siempre la amenaza de Juan (J. Mateos-F. Camacho).

Juan dio su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo (Prefacio) ¡Cuántas veces en la historia habrá sucedido este hecho: que quien denuncia la mentira y defiende la verdad, que quien condena el pecado y proclama la virtud, que quien fustiga la injusticia y pregona la dignidad humana, haya sido objeto de burla y condenado ante tribunales! La encíclica Veritatis splendor habla del martirio como signo de plenitud moral y testimonio que arrastra, hoy muy necesario. El martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia: la fidelidad a la ley santa de Dios, atestiguada con la muerte es anuncio solemne y compromiso misionero "usque ad sanguinem" para que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y de la sociedad. Semejante testimonio tiene un valor extraordinario a fin de que no sólo en la sociedad civil sino incluso dentro de las mismas comunidades eclesiales no se caiga en la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre: la confusión del bien y del mal, que hace imposible construir y conservar el orden moral de los individuos y de las comunidades. Los mártires, y de manera más amplia todos los santos en la Iglesia, con el ejemplo elocuente y fascinador de una vida transfigurada totalmente por el esplendor de la verdad moral, iluminan cada época de la historia despertando el sentido moral. Dando testimonio del bien, ellos representan un reproche viviente a cuantos transgreden la ley (cf. Sab 2, 2) y hacen resonar con permanente actualidad las palabras del profeta: "¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!" (Is 5, 20).

Si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios. En efecto, ante las múltiples dificultades que incluso en las circunstancias más ordinarias puede exigir la fidelidad al orden moral, el cristiano, implorando con su oración la gracia de Dios, está llamado a una entrega a veces heroica. Le sostiene la virtud de la fortaleza que -como enseña san Gregorio Magno- le capacita a "amar las dificultades de este mundo a la vista del premio eterno".

“Cuenta Josefo que Juan había sido conducido preso a la fortaleza de Maqueronte, y que allí fue degollado. La historia eclesiástica cuenta que fue sepultado en Sebaste, ciudad de Palestina, llamada en otro tiempo Samaría. En tiempos del gobernador Juliano, recelando de los cristianos que frecuentaban el sepulcro con piadosa solicitud, los paganos saquearon el sepulcro y dispersaron sus huesos por los campos; y una vez reunidos nuevamente, los quemaron y los dispersaron por los campos” (s. Beda).

Los Padres de la Iglesia, al comentar la muerte del Bautista, no pasaron por alto la enseñanza ascética del episodio. "Hemos escuchado tres acciones criminales igualmente impías: la infame celebración del cumpleaños, el lascivo baile de la joven, y el temerario juramento del rey; de cada una de las tres debemos aprender a no comportarnos de ese modo. En estas decisiones cayó Herodes porque, o debía perjurar o cometer otro delito peor (…) le venció el amor de una mujer y le obligó a poner en sus manos a aquel que sabía que era santo y justo. Porque no supo detener la lujuria incurrió en un delito, y un pecado más pequeño fue el motivo de uno más grande” (s. Beda).