This is default featured slide 1 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 2 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 3 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 4 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 5 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

Mostrando entradas con la etiqueta libertad de los hijos de Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta libertad de los hijos de Dios. Mostrar todas las entradas

martes, 13 de marzo de 2012

Cuaresma 3, miércoles: Hemos de alabar a Dios que nos protege, en Jesús que lleva la ley a cumplimiento en la nueva ley de la libertad de los hijos de

Cuaresma 3, miércoles: Hemos de alabar a Dios que nos protege, en Jesús que lleva la ley a cumplimiento en la nueva ley de la libertad de los hijos de Dios

Deuteronomio 4,1.5-9: Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. Tengan bien presente que ha sido el Señor, mi Dios, el que me ordenó enseñarles los preceptos y las leyes que ustedes deberán cumplir en la tierra de la que van a tomar posesión. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán: "¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!". ¿Existe acaso una nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia de ustedes? Pero presta atención y ten cuidado, para no olvidar las cosas que has visto con tus propios ojos, ni dejar que se aparten de tu corazón un sólo instante. Enséñalas a tus hijos y a tus nietos.

Salmo 147,12-13.15-16.19-20: ¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! / Él reforzó los cerrojos de tus puertas y bendijo a tus hijos dentro de ti; / Envía su mensaje a la tierra, su palabra corre velozmente; / reparte la nieve como lana y esparce la escarcha como ceniza. / Revela su palabra a Jacob, sus preceptos y mandatos a Israel: / a ningún otro pueblo trató así ni le dio a conocer sus mandamientos. ¡Aleluya!

Evangelio (Mt 5,17-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos».

Comentario: 1. Los caminos que Dios señala son en verdad justos y sensatos, por ellos se llega a la felicidad y a la vida. Dios se dirige a los hombres como a una persona amada, por su nombre: «Escucha, Israel...» En estos días de cuaresma trato de estar «a la escucha». «Para vivir» plenamente... “Escuchar a Dios para vivir en plenitud. Ayúdame, Señor: que yo experimente, que tu Palabra escuchada sea «vida» para mí... como una respiración vital cotidiana y de ningún modo un triste deber cotidiano obligatorio”. Para así "entrar en posesión de la tierra que Dios da", en un sentido «interior», un espacio vital sagrado. “Que tu Palabra, Señor, sea mi "sabiduría", un alimento de mi espíritu. Que tus pensamientos lleguen a ser también mis pensamientos. Que tu manera de ver impregne mis modos de ver. Y todo ello en plena libertad. No como una coacción exterior obligatoria... sino como una fuente vivificante y profunda. No como un "mandamiento" tiránico y humillante... sino como una necesidad interior aceptada de buen grado”. Sin embargo, a veces dudamos: “Tú te callas, pareces estar lejos de nosotros. Pero lo sé, estás ahí. Tú me miras en este mismo momento. Te interesas por mí y estás más cerca de mí que mi propio corazón” (Noel Quesson).
2. El inicio del salmo de hoy se ha hecho famoso en parte por haber sido llevado con frecuencia a la música en latín: «Lauda, Jerusalem, Dominum». Lo comentaba así Juan Pablo II: “Estas palabras iniciales constituyen la típica invitación de los himnos de los salmos a alabar al Señor. Jerusalén, personificación del pueblo, es interpelada para que exalte y glorifique a su Dios (Cf. versículo 12).
Ante todo se menciona el motivo por el que la comunidad orante debe elevar al Señor su alabanza. Es de carácter histórico: ha sido Él, el Liberador de Israel del exilio de Babilonia, quien ha dado seguridad a su pueblo, reforzando «los cerrojos de las puertas» de la ciudad (Cf. versículo 13).
Cuando Jerusalén se derrumbó ante el asalto del ejército del rey Nabucodonosor en el año 586 a. c., el libro de las Lamentaciones presentó al mismo Señor como juez del pecado de Israel, mientras «decidió destruir la muralla de la hija de Sión... Él deshizo y rompió sus cerrojos» (Lamentaciones 2, 8.9). Ahora, el Señor vuelve a construir la ciudad santa; en el templo resurgido vuelve a bendecir a sus hijos. Se menciona así la obra realizada por Nehemías (Cf. Nehemías 3, 1-38), quien restableció los muros de Jerusalén para que volviera a ser oasis de serenidad y paz.
De hecho, la paz, «shalom», es evocada inmediatamente, pues es contenida simbólicamente en el mismo nombre de Jerusalén. El profeta Isaías ya había prometido a la ciudad: «Te pondré como gobernantes la paz, y por gobierno la justicia» (60, 17).
Pero, además de reconstruir los muros de la ciudad, de bendecirla y de pacificarla en la seguridad, Dios ofrece a Israel otros dones fundamentales: así lo describe el final del Salmo. Se recuerdan los dones de la Revelación, de la Ley de las prescripciones divinas: «Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos» (Salmo 147, 19).
De este modo, se celebra la elección de Israel y su misión única entre los pueblos: proclamar al mundo la Palabra de Dios. Es una misión profética y sacerdotal, pues «¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?» (Deuteronomio 4, 8). A través de Israel y, por tanto, también a través de la comunidad cristiana, es decir, la Iglesia, la Palabra de Dios puede resonar en el mundo y convertirse en norma y luz de vida para todos los pueblos (Cf. Salmo 147, 20).
Hasta este momento hemos descrito el primer motivo de la alabanza que hay que elevar al Señor: es una motivación histórica, ligada a la acción liberadora y reveladora de Dios con su pueblo.
Hay, además, otra razón para exultar y alabar: es de carácter cósmico, es decir, ligada a la acción creadora de Dios. La Palabra divina irrumpe para dar vida al ser. Como un mensajero, recorre los espacios inmensos de la tierra (Cf. Salmo 147, 15). E inmediatamente hace florecer maravillas.
De este modo, llega el invierno, presentado en sus fenómenos atmosféricos con un toque de poesía: la nieve es como lana por su candor, la escarcha recuerda al polvo del desierto (Cf. versículo 16), el granizo se parece a las migajas de pan echadas al suelo, el hielo congela la tierra y bloquea la vegetación (Cf. versículo 17). Es un cuadro invernal que invita a descubrir las maravillas de la creación y que será retomado en una página sumamente pintoresca por otro libro bíblico, el Eclesiástico (43,18-20).
Ahora bien, la acción de la Palabra divina también hace reaparecer la primavera: el hielo se deshace, el viento caluroso sopla y hace discurrir las aguas (Cf. Salmo 147, 18), repitiendo así el perenne ciclo de las estaciones y, por tanto, la misma posibilidad de vida para hombres y mujeres.
Naturalmente no han faltado lecturas metafóricas de estos dones divinos: La «flor de harina» ha hecho pensar en el don del pan eucarístico. Es más, el gran escritor cristiano del siglo III, Orígenes, vio en esa harina un signo del mismo Cristo, y en particular, de la Sagrada Escritura.
Este es su comentario: «Nuestro Señor es el grano de trigo que cae a tierra y se multiplicó por nosotros. Pero este grano de trigo es superlativamente copioso. La Palabra de Dios es superlativamente copiosa, recoge en sí misma todas las delicias. Todo lo que quieres, proviene de la Palabra de Dios, como narran los judíos: cuando comían el maná sentían en su boca el sabor de lo que cada quien deseaba. Lo mismo sucede con la carne de Cristo, palabra de la enseñanza, es decir, la comprensión de las santas Escrituras: cuanto más grande es nuestro deseo, más grande es el alimento que recibimos. Si eres santo, encuentras refrigerio; si eres pecador, tormento» (Orígenes - Jerónimo, «74 homilías sobre el libro de los Salmos» («74 omelie sul libro dei Salmi»), Milán 1993, pp. 543-544).
Por tanto, el Señor actúa con su Palabra no sólo en la creación, sino también en la historia. Se revela con el lenguaje mudo de la naturaleza (Cf. Salmo 18, 2-7), pero se expresa de manera explícita a través de la Biblia y a través de su comunicación personal por medio de los profetas y en plenitud por medio del Hijo (Cf. Hebreos 1,1-2). Son dos dones de su amor diferentes, pero convergentes.
Por este motivo todos los días debe elevarse hacia el cielo nuestra alabanza, y por eso se reza en los Laudes de la Liturgia de las Horas, “para bendecir al Señor de la vida y de la libertad, de la existencia y de la fe, de la creación y de la redención”.
En la sagrada Escritura la creación a menudo está vinculada también a la Palabra divina que irrumpe y actúa: "Él envía su mensaje a la tierra; su palabra corre veloz" (Sal 147, 15). En la literatura sapiencial veterotestamentaria la Sabiduría divina, personificada, es la que da origen al cosmos, actuando el proyecto de la mente de Dios (cf. Pr 8, 22-31). Estamos en un momento plural con distintas religiones, que buscan la trascendencia, la verdad, el sentido profundo de la vida. En la revelación judeo-cristiana, es Dios quien busca al hombre, le dirige su Palabra, como dice Moisés: «¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que le invocamos?» (Dt 4,7). El salmo nos invita a alabar a Dios («glorifica al Señor, Jerusalén») porque ha bendecido a su pueblo comunicándole su palabra: «él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz... anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel: con ninguna nación obró así», sigue por tanto la idea de la primera lectura, al modo poético, como todos estos días. Y, todavía, el salmista canta que Dios «revela a Jacob su palabra, sus preceptos y sus juicios a Israel: no hizo tal con ninguna nación, ni una sola conoció sus juicios » (Sal 147,19-20). En la Entrada pedimos: «Asegura mis pasos con tu promesa. Que ninguna maldad me domine» (Sal 118,133).
3. Jesús continúa hoy con el Sermón de la montaña, pero con una nota de continuidad al Antiguo Testamento, sin quedarse en las aplicaciones circunstanciales o rituales de ceremonias, sino yendo al sentido profundo, perenne, pues entre los primeros cristianos tenían pugnas sobre si también debían vivir aquellas concreciones. Por eso nos dice: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a dar cumplimiento»… Recuerda a este respecto Benedicto XVI que del Mesías se esperaba que trajera una nueva Torá, su Torá, que es ley de libertad (como veremos al comentar las cartas a los Romanos y Gálatas). “La mayor parte del Sermón de la Montaña (cf. Mt 5, 17-7, 27) está dedicada al mismo tema: tras una introducción programática, que son las Bienaventuranzas, nos presenta, por así decirlo, la Torá del Mesías”. Mateo escribió su Evangelio para judeocristianos y pensando en el mundo judío, para dar nuevo vigor al gran impulso que había llegado con Jesús. “A través de su Evangelio, Jesús habla de modo nuevo y de continuo a Israel. En el momento histórico de Mateo, habla muy especialmente a los judeocristianos, que reconocen así la novedad y la continuidad de la historia de Dios con la humanidad, comenzada con Abraham, y del cambio profundo introducido en ella por Jesús; así deben encontrar el camino de la vida”.
“Pero, ¿cómo es esa Torá del Mesías? Al comienzo, y como encabezamiento y clave de interpretación, nos encontramos, por así decirlo, con unas palabras siempre sorprendentes y que aclaran de modo inequívoco la fidelidad de Dios a sí mismo y la lealtad de Jesús a la fe de Israel: «No creáis que he venido a abolir la Ley o los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos» (Mt 5, 17-19). Es una ley de libertad, como decía Jacques Philippe en “La libertad interior”: “considero esencial que cada cristiano descubra que, incluso en las circunstancias externas más adversas, dispone en su interior de un espacio de libertad que nadie puede arrebatarle, porque Dios es su fuente y su garantía. Sin este descubrimiento, nos pasaremos la vida agobiados y no llegaremos a gozar nunca de la auténtica felicidad. Por el contrario, si hemos sabido desarrollar dentro de nosotros este espacio interior de libertad, sin duda serán muchas las cosas que nos hagan sufrir, pero ninguna logrará hundimos ni agobiamos del todo”. Se trata de tener un “oasis” en nuestro corazón: “el hombre conquista su libertad interior en la misma medida en que se fortalecen en él la fe, la esperanza y la caridad… el dinamismo de lo que tradicionalmente se han denominado las «virtudes teologales» constituye el centro de la vida espiritual”; esto coloca en un papel decisivo en el desempeño de nuestro crecimiento interior la virtud de la esperanza: una virtud que sólo puede cultivarse unida a la pobreza de corazón, resumida en la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Para ser dóciles a esa maravillosa renovación interior que el Espíritu Santo quiere obrar en los corazones con el fin de hacemos acceder a la gloriosa libertad de los hijos de Dios –“donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”-, es importante acudir a María: «Ofreceremos a Dios nuestra voluntad, nuestra razón, nuestra inteligencia, todo nuestro ser a través de las manos y el corazón de la Santísima Virgen. Entonces nuestro espíritu poseerá esta preciada libertad del alma, tan ajena a la ansiedad, a la tristeza, a la depresión, al encogimiento, a la pobreza de espíritu. Navegaremos en el abandono, liberándonos de nosotros mismos para atarnos a Él, el Infinito» (Madre Yvonne-Airnée de Malestroit).
Interiorizar la ley, sin formalismos. No es fácil. No he venido a "abrogar" la ley, sino a "consumarla"... samaritanos, publicanos, extranjeros, leprosos. El evangelio está lleno de controversias de Jesús con los escribas, muy aferrados a la letra de la Ley. Jesús luchaba contra todo formalismo, contra toda estrechez de miras. Sin embargo, obrando así, pero no para destruir la Ley, sino para salvarla, mejorarla para que cumpliera su fin. “Nada es pequeño delante de Dios, según el texto de la Sagrada Escritura. No hay "pequeños deberes" sobre lo que nos pide la Palabra de Dios.
"Considerar las cosas pequeñas como grandes, a causa de Jesús que es quien las hace en nosotros”(B. Pascal). Jesús nos invita a no soñar con cosas grandes: lo que a diario hacemos es a menudo pequeño, minúsculo. Todo depende de lo que nuestro corazón pone en ello.
Santa Teresa de Lisieux entró en el Carmelo a los quince años con todo el entusiasmo de su adolescencia. Lo que le esperaba fue: barrer los claustros, hacer la colada, acompañar al refectorio a una hermana vieja y enferma. Pequeñas cosas. La vida humilde, la dedicada a trabajos pesados y fáciles, es una obra de selección que requiere mucho amor.
-El que practicare y enseñare -esos mandamientos mínimos- será "grande" en el reino de los cielos.
"Las obras deslumbrantes me están prohibidas. Para dar pruebas de mi amor no tengo otro medio que el de no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra; de aprovechar las más pequeñas acciones y hacerlas por amor.' (Santa Teresita) Lo que es "pequeño" a los ojos de los hombres, puede ser "grande" a los ojos de Dios.
Ayúdame, Señor, a saber apreciar cualquier cosa, como Tú. Modesta actualidad de cada día. Banalidad cotidiana enaltecida. Una vez más, Jesús insiste en el "hacer"... practicar... poner en práctica... Es fácil el ilusionarse con bellas palabras. Uno se cree bueno porque se siente capaz de hablar bien de "espiritualidad" o incluso de discutir sobre doctrina teológica... Jesús nos reconduce a la realidad de nuestros actos cotidianos. Hacer la voluntad de Dios, aun en los mínimos detalles. Esfuerzo de cuaresma (Noel Quesson), para ver, como decía san Teófilo de Antioquía: «Dios es visto por los que pueden verle; sólo necesitan tener abiertos los ojos del espíritu (...), pero algunos hombres los tienen empañados». Para poder purificar el corazón y poder ver, pedimos en la Colecta (en la nueva redacción, con elementos del Gelasiano y del Sermón 40,4 de San León Magno): «Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados con tu Palabra, te pedimos, Señor, que te sirvamos fielmente con nuestras penitencias y perseveremos unidos en la plegaria». Y también en la Postcomunión: «Santifícanos, Señor, con este pan del cielo que hemos recibido, para que, libres de nuestros errores, podamos alcanzar las promesas eternas».
Llucià Pou Sabaté

jueves, 26 de mayo de 2011

JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: “cantemos al Señor”, que se manifiesta por su misericordia sobre toda la tierra, y nos invita a unirnos a Él por

JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: “cantemos al Señor”, que se manifiesta por su misericordia sobre toda la tierra, y nos invita a unirnos a Él por el amor, y vivir en la libertad de los hijos de Dios.

Hechos de los apóstoles 15, 7-21: “En la asamblea de Jerusalén, después de una larga discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los ancianos: Hermanos, desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran... Pero Dios no hizo distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús.
Luego, toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y a Pablo, que les contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios. Cuando terminaron, Santiago resumió la discusión... y añadió: a mi parecer no hay que molestar a los gentiles que se convierten; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría...”

Salmo responsorial: 95, 1-2a.2b-3.10 Contad a los pueblos la gloria del Señor. «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos: “El Señor es Rey. Él afianzó el orbe y no se moverá. Él gobierna a los pueblos rectamente”».

Evangelio según san Juan 15, 9-11 (15, 9-17 se lee en el domingo 6º de Pascua B): “Jesús continuó hablando a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.

Comentario: 1. Se reúne la Iglesia jeràrquica (pues todos somos Iglesia, pero aquí vemos a los pastores reunidos) para estudiar si están obligados los nuevos cristianos a los ritos de la Antigua Ley. Vemos aquí las características de lo que llamaremos Concilios: a) reunión universal, no sólo local; b) promulga normas de caràcter preceptivo y vinculante; c) abarca temas tanto de fe como costumbres; d) se promulga por escrito; e) Pedro preside la asamblea. Pedro dirá que la Ley antigua es irrelevante y superflua para la salvación (Biblia de Navarra. Como comentará S. Efrén: “todo lo que Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la Ley”). Todo esto, después de una larga discusión. Pedro aparece claramente como el jefe del Colegio Apostólico. Jesús confió a Pedro ese papel: ser el garante de la fe de sus hermanos (Lc 22, 32). -«Dios me ha escogido entre vosotros para que de mi boca oigan los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y abracen la fe..» Pedro alude aquí a la conversión del Centurión romano, Cornelio (Hechos 10). El discurso de Pedro es breve como un decreto de Concilio. Cierra el debate. Toma partido por Pablo y Bernabé: La Iglesia es para el mundo... la puerta de la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.
-Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la palabra Santiago y dijo... La discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la decisión del Concilio. Santiago es el representante cualificado de la «tendencia opuesta»: es obispo de Jerusalén... los judíos son mayoritarios en su comunidad... cree conveniente mantener algunas costumbres judías. ¡Está de acuerdo con que se abandone la «circuncisión»! Pero propone que se pida a los gentiles que adopten algunas prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más importantes. Con el fin de asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago propone que los «cristianos venidos del paganismo» se abstengan, no obstante, de aquello que más repugna a los «cristianos venidos del judaísmo». Es un compromiso. La delicadeza hacia los demás debe ir por delante de los derechos personales. “Ayuda, Señor, a tu Iglesia, HOY, también a aceptar plenamente - tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su opinión. - como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la cuestión... ¡Ayúdanos, Señor, a encontrar puntos de conciliación! Que tu Iglesia sea «diálogo». Ayúdame, Señor, a escuchar los puntos de vista de los demás, sobre todo cuando no piensan como yo” (Noel Quesson).
El motivo de la convocatoria, recordamos, fue: en Antioquía y en Jerusalén «algunos de la facción farisea que se habían hecho creyentes» se oponen violentamente a la opción de liberar el evangelio de la sinagoga. La decisión favorable del Concilio tiene tres fases culminantes. El discurso de Pedro (6-12) invoca tres hechos: la conversión de Cornelio, el yugo insoportable de la ley y la salvación de todos por la gracia de Jesús. El discurso de Santiago (13-21), jefe respetado e indiscutible de la comunidad judía de Jerusalén, invoca un texto universalista de la Escritura, pero pide que se observen las llamadas «cláusulas de Santiago». El decreto del Concilio (22-29) se limita a imponer esas cláusulas, al tiempo que alaba la obra de Pablo y Bernabé y censura a sus adversarios. La promulgación del decreto apostólico en Antioquía (30-35), donde había surgido la disensión, es el epílogo del relato. Así quedaba solemnemente avalada la misión universal de Pablo. Parece que en Gál 2,1-10 tenemos una información paralela de nuestro acontecimiento eclesial. Puede ayudar a verificar críticamente y leer con mayor provecho la narración de los Hechos. Las versiones de Pablo y de Lucas coinciden en los hechos sustanciales, pero presentan diferencias importantes. La de Pablo, que es protagonista de los sucesos narrados y escribe todavía en plena lucha, es más polémica y no se aviene a los compromisos: ignora las cláusulas de Santiago (quizá superadas en este tiempo en el que se va descubriendo el mensaje incluido en la Buena Nueva, como sigue pasando a lo largo de la historia). La de Lucas, que escribe a finales de siglo, con la batalla bien ganada, es más conciliadora y parece suavizar las polarizaciones del pasado. Este acontecimiento crucial de la época apostólica es una lección permanente para la Iglesia en el tiempo y en el espacio. Si el mensaje evangélico debe abrazar todas las culturas para que llegue a todos con eficacia la buena nueva de Jesucristo, la Iglesia tiene que considerar como una especie de infidelidad a la misión el hecho de quedar prisionera de una cultura determinada. Por eso podríamos decir que el Vaticano II, al optar por un mayor pluralismo y por una actualización de acuerdo con los signos de los tiempos, ha tomado una decisión histórica en el campo misionero. Como la de Pablo en el corazón de la época apostólica (F. Casal).
La experiencia del Espíritu llevó a las primeras comunidades a liberarse de los yugos insoportables e inútiles que imponía el legalismo judío. La tensión creciente entre la tendencia "helenista" y la judaizante se resolvió a favor de la libertad. Toda la predicación de Jesús se encaminó a liberar a las personas de las trabas inútiles. La ley, el sistema de pureza, los signos exteriores (circuncisión, uniformes, etiquetas) fueron puestos a la luz de la Palabra de Jesús. Las comunidades encontraron en el camino liberador de Jesús un derrotero para vencer los temores y las inhibiciones. El resucitado los convoca a una vida nueva. El discurso de Pedro es una clara defensa de la libertad cristiana. Las diferencias de raza, cultura... son un valor que enriquece al cristianismo. Este es universal precisamente porque acepta todas las particularidades y no por uniformar al resto de la humanidad (servicio biblico latinoamericano). Y todo ello, obra del Espíritu Santo, como dice Orígenes: «Pienso que no pueden explicarse las riquezas de estos inmensos acontecimientos si no es con ayuda del mismo Espíritu que fue autor de ellas».
2. –El anuncio de las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal. Está destinado a todos los pueblos. A todos tiene que llegar ese anuncio. De ahí la vocación misionera del cristiano: contar a todas las naciones las maravillas del Señor. El Salmo 96/95 clama que todos somos llamados e invitados a celebrar la soberanía y la grandeza de Dios. Él nos ama a todos, sin distinción de razas ni culturas. Él nos ha creado porque nos quiere con Él, junto con su Hijo, participando de su Vida y de su Gloria eternas. Por eso alabemos y bendigamos al Señor y proclamemos sus maravillas a todos los pueblos, para que todos conozcan el amor que Él nos ofrece y para que, reconociéndolo ellos también como su Dios y Padre, junto con nosotros alcancen los bienes eternos, de los que el Señor quiere hacernos partícipes. La invitación de toda la tierra a alabar a Dios es el “cántico nuevo” de alegría de toda la creación, en relación con una salvación ofrecida a todos, como señalaba Juan Pablo II: “«Decid a los pueblos: "el Señor es rey"». Esta exhortación del Salmo 95 (v. 10), que acabamos de proclamar, presenta por así decir el tono con el que se modula todo el himno. Se trata de uno de los así llamados «Salmos del Señor rey», que comprenden los Salmos 95 a 98, además del 46 y el 92… estos cánticos se centran en la grandiosa figura de Dios, que rige todo el universo y gobierna la historia de la humanidad.
También el Salmo 96 exalta tanto al Creador de los seres, como al Salvador de los pueblos: Dios «afianzó el orbe, y no se moverá; juzga a los pueblos rectamente» (v. 10). Es más, en el original hebreo el verbo traducido por «juzgar» significa, en realidad, «gobernar»: de este modo se tiene la certeza de que no quedamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que estamos siempre en manos de un Soberano justo y misericordioso.
El Salmo comienza con una invitación festiva a alabar a Dios, invitación que se abre inmediatamente a una perspectiva universal: «Cantad al Señor, toda la tierra » (v. 1). Los fieles son invitados a contar la gloria de Dios «a los pueblos» y después a dirigirse a «todas las naciones» para proclamar «sus maravillas» (v. 3)… pide a los fieles que digan «a los pueblos: el Señor es rey» (v. 10), y precisa que el Señor «juzga a los pueblos» (v. 10). Es muy significativa esta apertura universal por parte de un pueblo pequeño aplastado entre grandes imperios... El gesto fundamental frente al Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación es, por tanto, el canto de adoración, de alabanza y de bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia cotidiana y en nuestra oración personal”. Hoy se acaba el fragmento del salmo “con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv. 10-13). Ahora se dirige al universo… Como dirá san Pablo, incluso la naturaleza, junto con el hombre «espera impacientemente... ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Romanos 8,19.21). Al llegar a este momento, quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este Salmo, realizada por los Padres de la Iglesia, que en él han visto una prefiguración de la Encarnación y de la Crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo.
De este modo, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del año 380, san Gregorio Nacianceno retoma algunas expresiones del Salmo 95: «Cristo nace, ¡glorificadle! Cristo baja del cielo, ¡salid a recibirle! Cristo está sobre la tierra, ¡lavaos! "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1), y para unir los dos conceptos, "que se alegre el cielo y exulte la tierra" (v. 11) con aquél que es celestial, pero que se ha hecho terrestre».
De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Es más, aquel que reina, «haciéndose terrestre», reina precisamente en la humillación de la Cruz. Es significativo el que muchos en tiempos antiguos leyeran el v. 10 de este Salmo con una sugerente asociación cristológica: «El Señor reinó desde el madero».
Por este motivo, ya la Carta de Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre el madero» y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a exultar porque «el Señor reinó desde el madero» de la Cruz.
En este ambiente floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, «Vexilla regis», en el que exalta a Cristo que reina desde lo alto de la Cruz, trono de amor, no de dominio: «Regnavit a ligno Deus». Jesús, de hecho, en su existencia terrena ya había advertido: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,43-45)”. La reflexión sobre la cruz es oportuna en consonancia con algunos manuscritos de la versión de los Setenta y de la Vulgata latina que añaden a “el Señor reina” la expresión “desde el árbol”, aplicando el salmo a Jesús.
3. La seguridad de que Dios nos ama en Jesús es la base de toda alegría cristiana, y lleva a una correspondencia. Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a «permanecer en Él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Se establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad. Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
-“Como mi Padre me amó, Yo también os he amado”. ¡Es inversosímil! ¡Es maravilloso! El amor con que Jesús nos ama es el mismo con el que Él es amado por el Padre. Nuestra unión con Jesús es comparable a la de Jesús con el Padre. La frase siguiente nos lo dirá de manera inaudita.
-“Permaneced en mi amor... Y Yo permanezco en su amor. Si guardáis mis mandamientos, como Yo he guardado los mandamientos del Padre. Permaneceréis en mi amor”. Fijémonos en la estructura de la frase. A un lado están las relaciones de los discípulos con Jesús... y al otro, las relaciones del Hijo con el Padre... y ¡son las mismas! Los discípulos permanecen en el amor de Jesús =Jesús permanece en el amor del Padre. Hay que guardar los mandamientos de Jesús. =Jesús guarda los mandamientos del Padre.
-“Como Yo guardé fielmente los preceptos de mi Padre... Y como Yo permanezco en su amor”. Este es el modelo. ¡La fidelidad de Jesús a su Padre! ¡Como quien no dice nada! A través del evangelio, evoco esta fidelidad... que le ha conducido hasta la Pasión. "Si es posible que se aleje de mí este cáliz" dirá Jesús dentro de pocas horas, en el huerto de los olivos. Su fidelidad tampoco fue fácil para Él. "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres"
-“Si guardáis mis mandamientos”... Este "si" ¡es inquietante para nosotros! Es la responsabilidad de nuestra libertad. La relación con Dios no es algo automático.
-“Permaneceréis en mi amor”... Hay que dejarse introducir en todas las delicadezas de este pensamiento. Dios está presente en todas partes. Dios ama a todos los seres, incluso a los peores malvados. Sí; Dios ama a los pecadores, y no les está ausente! Pero hay diferentes modos de presencia de Dios y diversos modos de relación. Hay una presencia particular, una relación privilegiada, de Dios con "aquel que le ama y guarda sus mandamientos"... más que con "aquel que no le ama". Es una cuestión de amor. ¡El que ama lo comprende! ¡Señor! Ayúdame a guardar fielmente tus mandamientos. Ayúdame a permanecer en tu amor. Como Tú has guardado fielmente los mandamientos de tu Padre. Y como Tú permaneces en su amor.
“-Os he dicho estas cosas a fin de que os gocéis con el gozo mío, y vuestro gozo sea completo”. Tú ya nos has dado tu paz. Tú nos das también el gozo tuyo. Tu gozo = permanecer en el amor del Padre. El gozo de Jesús es ser amado y amar. Dios es la fuente de su gozo. ¿Y yo? El gozo cruza el evangelio desde el comienzo hasta el fin, desde Navidad a la Pascua. De mi vida, ¿brota también el gozo? Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús quiere para los suyos. Una alegría plena. Una alegría recia, no superficial ni blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros. Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer que da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo (es la comparación que pronto leeremos que trae el mismo Jesús, explicando qué alegría promete a sus seguidores). Popularmente decimos que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos celebrando nos hará crecer en alegría si la celebramos no meramente como una conmemoración histórica -en tal primavera como esta resucitó Jesús- sino como una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida (Noel Quesson/J. Aldazábal). «Cristo, sabemos que estás vivo. Rey vencedor, míranos compasivo» (aleluya), ayúdanos a «permaneced en tu amor», para «que tu alegría esté en nosotros, y nuestra alegría llegue a plenitud».
"Donde hay caridad y amor, allí está Dios", lo cual también es exacto porque ambos amores –a Dios y al prójimo- son inseparables (v. 23), y Jesús dijo también que Él está en medio de los que se reúnen en su Nombre (Mat. 18, 20). Fácil es por lo demás explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se piensa que yo no puedo dejar de tener sentimientos de caridad y misericordia en mi corazón mientras estoy creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi vida y dar por mí su Hijo para que yo pueda ser tan glorioso como Él. No puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así (en 16,24; 17,13; 1 Juan 1,4, etc., vemos que todo el Evangelio es un mensaje de gozo fundado en el amor). «Cantemos al Señor, sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor; Él fue mi salvación. Aleluya» (Ex 15,1-2; ant. de entrada). «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella» (colecta). Y seguimos en el Ofertorio: «¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos».
Comenta San Agustín: «Ahí tenéis la razón de la bondad de nuestras obras. ¿De dónde había de venir esa bondad a nuestras obras sino de la fe que obra por el amor? ¿Cómo podríamos nosotros amar si antes no fuéramos amados? Ciertamente lo dice este mismo evangelista en su carta: “Amemos a Dios porque Él nos amó primero... Permaneced en mi amor”. ¿De qué modo? Escuchad lo que sigue: “Si observareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor”. «¿Es el amor el que hace observar los preceptos o es la observancia de los preceptos la que hace el amor? Pero, ¿quién duda de que precede el amor? El que no ama no tiene motivos para observar los preceptos. Luego, al decir: “Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor”, quiere indicar no la causa del amor, sino cómo el amor se manifiesta. Como si dijere: “No os imaginéis que permanecéis en mi amor si no guardáis mis preceptos; pero, si los observareis, permaneceréis”, es decir, “se conocerá que permanecéis en mi amor si guardáis mis mandatos” a fin de que nadie se engañe diciendo que le ama si no guarda sus preceptos, porque en tanto le amamos en cuanto guardamos sus mandamientos».
Entramos en esa corriente de amor trinitario: “El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá! Ahora nos revela, «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Y, ¿qué haremos nosotros? Pues mantenernos en su amor, observar sus mandamientos, amar la Voluntad del Padre. ¿No es éste el ejemplo que Él nos da?: «Yo hago siempre lo que le agrada a Él». Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes, cobardes y —por qué no decirlo— incluso, malos, ¿perderemos, pues, para siempre su amistad? ¡No, Él no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas! Pero si alguna vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la gracia de volver corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir al sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. «Yo también os he amado —nos dice Jesús—. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9.11)” (Lluís Raventós).
“Quien se deje amar por Cristo no sólo tendrá consigo la salvación y la manifestación más grande del amor que el Padre Dios nos tiene, sino que estará llamado a vivir en fidelidad a la Palabra que Dios ha pronunciado sobre nosotros para que, dejándonos transformar por ella, vivamos en verdad como hijos de Dios. Sólo entonces podremos decir que en verdad permanecemos en Dios, pues no nos alejaremos de Él a causa de nuestras rebeldías. Ciertamente, a pesar de sentirnos amados y protegidos por Dios, no dejaremos de ser acosados por una serie de diversas tentaciones, ni dejaremos de ser perseguidos y calumniados. Pero en medio de las diversas pruebas por las que debamos pasar no podemos perder ni la paz, ni la alegría, pues el Señor jamás se olvidará de nosotros, ya que Él vela y camina siempre con los que le aman y le viven fieles. Alegrémonos en el Señor, pues Él nos ha amado, nos ha perdonado nuestros pecados y nos ha hecho hijos de Dios. El Señor ha pronunciado sobre nosotros su Palabra en esta celebración del Memorial de su Misterio Pascual. Él quiere que vayamos tras sus huellas, siguiéndolo hasta entrar, junto con Él, en la gloria del Padre. Sabemos que, si Él padeció por nosotros, nosotros debemos, como Él, dar la vida por nuestros hermanos. Si queremos que nuestra vida tenga la misma fecundidad que la de Cristo, debemos morir a nosotros mismos, no buscar nuestros propios intereses, sino abrir nuestros ojos y nuestro corazón para saber buscar el bien de todos; pues sólo el que ama a su prójimo, como Cristo nos ha amado a nosotros, puede decir que en verdad tiene consigo a Dios. Entrar en comunión de Vida con Cristo, por tanto, es todo un compromiso de amor fiel a Dios, amor que no se nos quede en vana palabrería, sino que nos impulse a pasar haciendo el bien a todos, como Cristo lo hizo para con nosotros. ¿En verdad amamos a nuestro prójimo como Jesús nos ha amado a nosotros? Unidos a Cristo debemos de preocuparnos del bien de todos. Junto a nosotros hay mucho dolor, pobreza y enfermedad; hay muchos ánimos decaídos y puestos a merced de cualquier viento. Nuestro amor por nuestro prójimo nos ha de llevar a procurar el bien de todos, a fortalecer las manos cansadas y las rodillas vacilantes. Mientras en lugar de procurar la alegría y la paz de los demás seamos para ellos ocasión de tristeza, de dolor o de sufrimiento, no podemos, en verdad, decir que vivimos unidos a Cristo y que su Vida es nuestra vida, y que su Espíritu habita en nosotros. Ante un mundo que se enfrenta con nuevas realidades que muchas veces no alcanza a interpretar adecuadamente, la Iglesia de Cristo debe saber poner al servicio de la humanidad de nuestro tiempo, la voz del Señor, su Evangelio, para que se convierta en Luz que ilumine el camino del hombre y oriente sus pasos, para que no pierda el rumbo ni el sentido de la bondad, del amor, de la alegría y de la paz. Sólo viviendo con la máxima responsabilidad nuestra capacidad de hacer siempre el bien a todos podremos manifestar a los demás, con las obras, que Dios permanece en nosotros y nosotros en Él. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber permanecer unidos a Él, de tal forma que, dando testimonio de su amor en medio de nuestros hermanos, colaboremos para que a todos llegue la salvación que Dios ofrece a la humanidad entera. Amén” Llucià Pou Sabaté(www.homiliacatolica.com).

jueves, 6 de mayo de 2010

JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: “cantemos al Señor”, que se manifiesta por su misericordia sobre toda la tierra, y nos invita a unirnos a Él por


Se reúne la Iglesia jerárquica (los pastores) para estudiar si están obligados los nuevos cristianos a los ritos de la Antigua Ley. “En la asamblea de Jerusalén, después de una larga discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los ancianos: Hermanos, desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran... Pero Dios no hizo distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”. Pedro dirá que la Ley antigua es irrelevante y superflua para la salvación. Como comentará S. Efrén: “todo lo que Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la Ley”. Todo esto, después de una larga discusión. Pedro aparece claramente como el jefe del Colegio Apostólico. Jesús confió a Pedro ese papel: ser el garante de la fe de sus hermanos. El discurso de Pedro es breve y cierra el debate: La Iglesia es para el mundo... la puerta de la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.
“Luego, toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y a Pablo, que les contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios. Cuando terminaron, Santiago resumió la discusión... y añadió: a mi parecer no hay que molestar a los gentiles que se convierten; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría...” (Hechos 15,7-21). -Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la palabra Santiago y dijo... La discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la decisión del Concilio. Santiago es el representante cualificado de la «tendencia opuesta»: es obispo de Jerusalén... los judíos son mayoritarios en su comunidad... cree conveniente mantener algunas costumbres judías. ¡Está de acuerdo con que se abandone la «circuncisión»! Pero propone que se pida a los gentiles que adopten algunas prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más importantes. Con el fin de asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago propone que los «cristianos venidos del paganismo» se abstengan, no obstante, de aquello que más repugna a los «cristianos venidos del judaísmo». Es un compromiso. La delicadeza hacia los demás debe ir por delante de los derechos personales. “Ayuda, Señor, a tu Iglesia, HOY, también a aceptar plenamente - tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su opinión. - como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la cuestión... ¡Ayúdanos, Señor, a encontrar puntos de conciliación! Que tu Iglesia sea «diálogo». Ayúdame, Señor, a escuchar los puntos de vista de los demás, sobre todo cuando no piensan como yo” (Noel Quesson).
El anuncio de las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal. Está destinado a todos los pueblos. A todos tiene que llegar ese anuncio. De ahí la vocación misionera del cristiano: contar a todas las naciones las maravillas del Señor. El Salmo 96/95 clama que todos somos llamados e invitados a celebrar la soberanía y la grandeza de Dios. Él nos ama a todos, sin distinción de razas ni culturas. Él nos ha creado porque nos quiere con Él, junto con su Hijo, participando de su Vida y de su Gloria eternas. Por eso alabemos y bendigamos al Señor y proclamemos sus maravillas a todos los pueblos, para que todos conozcan el amor que Él nos ofrece y para que, reconociéndolo ellos también como su Dios y Padre, junto con nosotros alcancen los bienes eternos, de los que el Señor quiere hacernos partícipes: «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos: “El Señor es Rey. Él afianzó el orbe y no se moverá. Él gobierna a los pueblos rectamente”» (Salmo 95,1-3.10). La invitación de toda la tierra a alabar a Dios es el “cántico nuevo” de alegría de toda la creación, en relación con una salvación ofrecida a todos,
Dios cuida de nosotros, no nos deja solos, y no por la violencia, sino por ese amor que le lleva a dar la vida por nosotros. Por este motivo, ya la Carta de Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre el madero» y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a exultar porque «el Señor reinó desde el madero» de la Cruz: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Es lo que nos dice en el Evangelio: “Jesús continuó hablando a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor”. ¡Es inversosímil! ¡Es maravilloso! El amor con que Jesús nos ama es el mismo con el que Él es amado por el Padre. Nuestra unión con Jesús es comparable a la de Jesús con el Padre. La frase siguiente nos lo dirá de manera inaudita.
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”… a un lado están las relaciones de los discípulos con Jesús... y al otro, las relaciones del Hijo con el Padre... y ¡son las mismas! Los discípulos permanecen en el amor de Jesús =Jesús permanece en el amor del Padre. Hay que guardar los mandamientos de Jesús. =Jesús guarda los mandamientos del Padre. -“Si guardáis mis mandamientos”... Este "si" ¡es inquietante para nosotros! Es la responsabilidad de nuestra libertad. La relación con Dios no es algo automático. -“Permaneceréis en mi amor”... Hay que dejarse introducir en todas las delicadezas de este pensamiento. Dios está presente en todas partes. Dios ama a todos los seres, incluso a los peores malvados. Sí; Dios ama a los pecadores, y no les está ausente! Pero hay diferentes modos de presencia de Dios y diversos modos de relación. Hay una presencia particular, una relación privilegiada, de Dios con "aquel que le ama y guarda sus mandamientos"... más que con "aquel que no le ama". Es una cuestión de amor. ¡El que ama lo comprende! ¡Señor! Ayúdame a guardar fielmente tus mandamientos. Ayúdame a permanecer en tu amor. Como Tú has guardado fielmente los mandamientos de tu Padre. Y como Tú permaneces en su amor.
…”lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Este es el modelo. ¡La fidelidad de Jesús a su Padre! ¡Como quien no dice nada! A través del evangelio, evoco esta fidelidad... que le ha conducido hasta la Pasión. "Si es posible que se aleje de mí este cáliz" dirá Jesús dentro de pocas horas, en el huerto de los olivos. Su fidelidad tampoco fue fácil para Él. "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres"
“Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud” (Juan 15,9-11). Tú ya nos has dado tu paz. Tú nos das también el gozo tuyo. Tu gozo = permanecer en el amor del Padre. El gozo de Jesús es ser amado y amar. Dios es la fuente de su gozo. ¿Y yo? El gozo cruza el evangelio desde el comienzo hasta el fin, desde Navidad a la Pascua. De mi vida, ¿brota también el gozo? Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús quiere para los suyos. Una alegría plena. Una alegría recia, no superficial ni blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros. Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer que da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo (es la comparación que pronto leeremos que trae el mismo Jesús, explicando qué alegría promete a sus seguidores). Popularmente decimos que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos celebrando nos hará crecer en alegría si la celebramos no meramente como una conmemoración histórica -en tal primavera como esta resucitó Jesús- sino como una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida (Noel Quesson/J. Aldazábal). «Cristo, sabemos que estás vivo. Rey vencedor, míranos compasivo» (aleluya), ayúdanos a «permaneced en tu amor», para «que tu alegría esté en nosotros, y nuestra alegría llegue a plenitud».
La seguridad de que Dios nos ama en Jesús es la base de toda alegría cristiana, y lleva a una correspondencia. Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a «permanecer en Él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Se establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad. Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
"Donde hay caridad y amor, allí está Dios", lo cual también es exacto porque ambos amores –a Dios y al prójimo- son inseparables, y Jesús dijo también que Él está en medio de los que se reúnen en su Nombre. Fácil es por lo demás explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se piensa que yo no puedo dejar de tener sentimientos de caridad y misericordia en mi corazón mientras estoy creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi vida y dar por mí su Hijo para que yo pueda ser tan glorioso como Él. No puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así. «Cantemos al Señor, sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor; Él fue mi salvación. Aleluya». «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella» (colecta).
Entramos en esa corriente de amor trinitario: “El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá! Ahora nos revela, «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Y, ¿qué haremos nosotros? Pues mantenernos en su amor, observar sus mandamientos, amar la Voluntad del Padre. ¿No es éste el ejemplo que Él nos da?: «Yo hago siempre lo que le agrada a Él». Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes, cobardes y —por qué no decirlo— incluso, malos, ¿perderemos, pues, para siempre su amistad? ¡No, Él no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas! Pero si alguna vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la gracia de volver corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir al sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. «Yo también os he amado —nos dice Jesús—. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9.11)” (Lluís Raventós).