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martes, 16 de agosto de 2011

Martes de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. La llamada de Dios da fuerza para ser instrumentos suyos para grandes empresas, y Él es buen pagador para

Martes de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. La llamada de Dios da fuerza para ser instrumentos suyos para grandes empresas, y Él es buen pagador para los que tienen esa libertad interior de seguirle



Lectura del libro de los Jueces 6, 11-24a. En aquellos días, el ángel del Señor vino y se sentó bajo la encima, de Ofrá, propiedad de Joás de Abiezer, mientras su hijo Gedeón estaba trillando a látigo en el lagar, para esconderse de los madianitas. El ángel del Señor se le apareció y le dijo: -«El Señor está contigo, valiente.» Gedeón respondió: -«Perdón, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido, encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres: "De Egipto nos sacó el Señor". La verdad es que ahora el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas.» El Señor se volvió a él y le dijo: -«Vete, y con tus propias fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo te envío.» Gedeón replicó: -«Perdón, ¿cómo puedo yo librar a Israel? Precisamente mi familia es la menor de Manasés, y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre. » El Señor contestó: -«Yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre.» Gedeón insistió: -«Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien habla conmigo. No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con una ofrenda y te la presente.» El Señor dijo: -«Aquí me quedaré hasta que vuelvas.» Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo ofreció bajo la encina. El ángel del Señor le dijo: -«Coge la carne y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo.» Así lo hizo. Entonces el ángel del Señor alargó la punta del cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor desapareció. Cuando Gedeón vio que se trataba del ángel del Señor, exclamó: -«¡Ay Dios mío, que he visto al ángel del Señor cara a cara!» Pero el Señor le dijo: -«¡Paz, no temas, no morirás!» Entonces Gedeón levantó allí un altar al Señor y le puso el nombre de «Señor de la Paz».



Salmo 84,9.11-12.13-14. R. El Señor anuncia la paz a su pueblo.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón.»

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.



Lectura del santo evangelio según san Mateo 19,23-30. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.» Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: -«Entonces, ¿quién puede salvarse?» Jesús se les quedó mirando y les dijo: -«Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo.» Entonces le dijo Pedro: -«Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar? » Jesús les dijo: -«Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mi deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.»



Comentario: 1.- Jc 6,11-24. -Vino el Ángel del Señor y se sentó bajo el terebinto de Ofrá. Su hijo, Gedeón, majaba trigo en el lagar para sustraerlo al pillaje de los madianitas. Un hombre, un labrador, está ocupado en su labor. Trata de salvar su cosecha en este tiempo de inseguridad. Y he aquí que Dios está allá: «el Ángel del Señor» es una expresión bíblica tradicional que designa a Yahvé mismo cuando se manifiesta a alguien.

-«El Señor es contigo, valiente guerrero." Escena de vocación. María, en la Anunciación, oirá la misma llamada (Lc 1,28). Dios está con los que sufren y se mantienen disponibles a su Palabra. -Gedeón respondió: «¡Perdón, mi Señor! Si el Señor está con nosotros ¿por qué nos ocurre todo esto? ¿Dónde están todos esos prodigios que nos contaron nuestros padres?... Hoy el Señor nos ha abandonado, nos ha entregado en manos de Madián». Gedeón discute. Quiere precisiones sobre su vocación.

-Entonces el Señor miró a Gedeón y le dijo: «Con esa fuerza que tienes, ve a salvar a Israel del poder de Madián. Toda vocación es un "ponerse al servicio" de los demás. ¿Cuál es mi servicio? ¿Soy el salvador de algunos? Mis responsabilidades humanas no se limitan al papel que he asumido por decisión o aceptación personal... son también y ante todo un "envío" una «misión recibida»: ¡Ve! dice Dios. El compromiso no es sólo mío: Dios se compromete conmigo... en mi familia, mi profesión, mis compromisos diversos. ¡Qué fuerza, si fuésemos más conscientes de esta dimensión extraordinaria de nuestras diversas funciones en el mundo!

-Le respondió Gedeón: "¡Perdón, Señor mío! ¿Cómo voy a salvar yo a Israel? Mi clan es el más débil, y yo soy el menor en la casa de mi padre...» Tema bíblico constante: la elección de los menores en las situaciones menos importantes, para realizar los grandes designios de Dios. «Puso sus ojos en la humildad de su esclava... Derribó a los poderosos de sus tronos y ensalzó a los humildes» (Lc 1, 52). «La debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres». (1 Co 1, 25). La cruz de Jesús, debilidad suprema.

Hay una cierta mezquindad en excusarse en la propia pequeñez para no hacer nada y rehusar unas responsabilidades... ¡cómo si la capacidad de hacer algo proviniera de nuestras propias fuerzas!

-Gedeón continuó: «Dame una señal...» En todos los relatos de vocación, encontramos esa petición. Dios no nos lanza a una irracional aventura. Una vocación se reflexiona y se prueba. Una responsabilidad se prevé y se prepara. Es necesario que nuestro compromiso pueda ser una decisión libre y racional: lo contrario sería indigno de Dios... y del hombre. ¡Es algo serio! Pero, quien dice «señal, dice «realidad escondida, frágil que hay que interpretar.» Una señal no es una indicación de absoluta evidencia... "¿qué ha querido decir con este gesto?". Hay que hacer pues una opción gratuita, un paso hacia algo desconocido... a la gracia de Dios, precisamente. Después de la promesa de ayuda Gedeón pide una señal para identificar al Señor (17). Si es el Señor quien se le manifiesta, él ha de poder ofrecerle alguna cosa. A veces es el Señor quien por propia iniciativa da una señal que acredita la misión confiada (Ex 3,12). Pero aquí este aspecto de la vocación se enfoca del lado de Gedeón, vemos su interés por presentar algo al Señor, una escena que recuerda el convite de Abrahán a los huéspedes divinos (Gn 18), si bien aquí los alimentos se convierten en sacrificio: el Señor se manifiesta en ellos mediante el fuego (cf. Dt 4,33.36). La reacción temerosa de Gedeón ante el «cara a cara» que ha tenido con Yahvé origina la respuesta tranquilizadora del v 23: «La paz sea contigo; no temas, no morirás». Gedeón levantó en aquel lugar un altar al Señor, bajo el vocablo de "Señor de la Paz". Señor sigue quedándote con nosotros. Danos la paz.

La historia de Gedeón ocupa los cc. 6, 7 y 8 del libro de los Jueces. Gedeón supo organizar las tribus del norte para hacer frente a los madianitas, enemigos temibles que invadían precisamente Israel cuando los campos estaban a punto para la cosecha (vv 1-6). Un factor que les daba superioridad era el hecho de poseer camellos domesticados: un ataque rápido por sorpresa de jinetes montados en camellos podía realizarse con una agilidad y una fuerza difíciles de contener. El narrador atribuye a la decadencia religiosa la impotencia de Israel para enfrentarse a ellos. Hasta que por fin los israelitas "clamaron a Yahvé" (6). La vocación de Gedeón (11-24) concreta la respuesta del Señor al grito angustioso del pueblo. Tiene puntos de contacto con la vocación de otros jefes del pueblo o profetas, como Moisés, Saúl y Jeremías. Tanto a Gedeón como a Moisés, quien se les aparece es el ángel de Yahvé, aunque quien les habla es Yahvé mismo (Ex 3,255; Jue 6,14.16.23), y a ambos confía el Señor una misión liberadora (Ex 3,10; Jue 6,14), y de Gedeón se subraya además su coraje y valentía. Moisés y Gedeón, al igual que Saúl y Jeremías, ante la magnitud de la llamada presentan como objeción su pequeñez personal, o la pequeñez de la tribu a que pertenecen. Así Moisés replica: "¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?" (Ex 3,11). Y es bien conocida la objeción de Jeremías: «No sé hablar. Soy todavía un niño» (Jr 1,6). La respuesta del Señor es en todos los casos la promesa de una ayuda indeficiente: él estará siempre con aquel al que envía (Jue 6,16; Ex 3,12; Jer 1,8). Los que han de ayudar al pueblo de Dios no son la gente más cualificada, mas el Señor está con ellos ayer y hoy (Noel Quesson/D. Roure).

2. El primero de los Jueces, esos personajes carismáticos que suscitó Dios en el período del asentamiento en Palestina, fue un campesino, Gedeón. El pueblo vivía atemorizado por los madianitas, que, si en otros tiempos habían sido más o menos amigos (Moisés había emparentado con ellos), ahora se dedicaban al pillaje y hostigaban continuamente a los nuevos inquilinos de la tierra. Dios llama a Gedeón para una misión difícil: «vete y salva a Israel de los madianitas». Él, en la mejor línea de los llamados por Dios -Moisés, Jeremías-, se resiste a aceptar este encargo y pone objeciones, porque cree que no está preparado, que es débil («yo soy el más pequeño en casa de mi padre»). Y escucha la misma respuesta que da Dios en estos casos: «yo te envío... yo estaré contigo». El salmo recoge la idea de la paz, con la última palabra del Señor a Gedeón: «paz, no temas». Y al lugar le llamó «Señor de la Paz». Todos los cristianos, y no sólo los sacerdotes o los religiosos o los misioneros, tenemos una cierta vocación de liberadores. No sólo intentamos ser nosotros mismos creyentes, sino que estamos llamados a contribuir a que nuestra familia, o los jóvenes, o los pobres, o quienes, de alguna manera, sufren las molestias de la vida y las esclavitudes provocadas por los madianitas de turno, vayan liberándose. No seremos «jueces» en un sentido técnico de la palabra, ni hará falta que poseamos cualidades carismáticas de líderes. Pero todos podemos hacer algo para que las personas a las que llega nuestra influencia, empezando por nuestra familia, encuentren más sentido a sus vidas y se gocen de la ayuda de Dios.

Esta vocación de testigos de Cristo y liberadores nos puede parecer difícil y tal vez, ya tenemos experiencia de fracasos en nuestro intento de ayudar a los demás. También a nosotros, como a Gedeón, nos pueden asaltar los interrogantes («si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto?») y querremos una señal para saber dónde está la voluntad de Dios. Es la hora de recordar la palabra de Dios a Gedeón y a todos sus llamados: «no temas, yo estoy contigo». Estamos colaborando con Dios, no somos protagonistas, no salvamos nosotros al mundo con nuestras fuerzas. Y Dios parece tener preferencias por los débiles: ya dijo la Virgen que «miró la humildad de su sierva y ha hecho cosas grandes en mí».

La misericordia y la fidelidad de Dios cantadas en este salmo se han dado encuentro en Jesucristo. En Él se manifiesta el ofrecimiento del perdón divino (misericordia), y en Él se cumplen las promesas hechas por Dios a su pueblo (fidelidad). Por eso San Juan proclamará que el Verbo encarnado está lleno de “gracia y verdad” (Jn 1,14), que equivalen a misericordia y fidelidad. Y Teodoreto de Ciro, aplicando estas palabras a la bendición dada a la tierra con Cristo, comenta: “le otorga esa bendición egregia que consiste en la Encarnación de su Hijo, con la cual el Padre anula aquella otra maldición del Génesis (cf Gn 3,17), y muestra que cualquier tristeza ha llegado a su fin, que toda la creación queda renovada”. Juan Pablo II habló del tema en su Encíclica, que ya hemos comentado (Dives in misericordia, n. 4). S. Atanasio dice: “ciertamente la verdad y la misericordia se besaron mediante la verdad que trajo al mundo la siempre Virgen Madre de Dios”. A ella damos gracias.

3.- Mt 19,23-30 (ver paralelo Mc 10,27-31: Domingo 28, ciclo B). Extracto del discurso de Cristo sobre el uso de riquezas (Mt 19,16-30). Lo del camello que quiere pasar por el ojo de una aguja se ve que era un proverbio popular para indicar algo imposible. Lo mismo vendría a ser si se interpreta, como algunos quieren, no de un camello, sino de una maroma (en hebreo ambas palabras son parecidas). También se llamaba aguja a la puerta pequeña de la ciudad, abierta todo el día, donde pasaban las personas pero no los camellos, para los que había que abrir las puertas grandes. Lo que asusta a sus oyentes es que Jesús aplique este dicho a los ricos que quieren salvarse. Si uno está tan lleno de cosas que no necesita nada más, si se siente tan satisfecho de sí mismo, y no se puede desprender de su ansia de poseer y de la idolatría del dinero, ¿cómo puede aceptar como programa de vida el Reino que Dios le propone? Las riquezas son buenas en sí, a no ser que se hayan acumulado injustamente. Pero lo que no es bueno es ser esclavo del dinero y no utilizarlo para lo que Dios quiere. El comentario de Jesús sigue a la breve escena de ayer la del joven que no se decidió a abandonar sus riquezas para seguir a Jesús. Por eso Pedro le replica que ellos lo han abandonada «todo» y le han seguido. Se ve en seguida que, ni por parte de Pedro ni de los demás, es muy gratuito este seguimiento: «¿qué nos va a tocar?». Y Jesús les promete un premio cien veces mayor que lo que han dejado.

Nosotros, probablemente, no somos ricos en dinero. Pero podemos tener alguna clase de «posesiones» que nos llenan, que nos pueden hacer autosuficientes y hasta endurecer nuestra sensibilidad, tanto para con los demás como para con Dios, porque, en vez de poseer nosotros esos bienes, son ellos las que nos poseen a nosotros. No se puede servir a Dios y a Mammón, al dinero, como nos dijo Jesús en el sermón de la montaña (Mt 6,24). Este aviso nos debe hacer pensar. Nuestro seguimiento de Jesús debería ser gratuito y desinteresado, sin preocuparnos de si llegaremos a ocupar los tronos para juzgar a las tribus de Israel (una alusión a Daniel 7,9), ni de la contabilidad exacta del ciento por uno de cuanto hemos abandonado. No vamos preguntando cada día: «¿qué nos vas a dar?». Seguimos a Jesús por amor, porque nos sentimos llamados por él a colaborar en esta obra tan noble de la salvación del mundo. No por ventajas económicas ni humanas, ni siquiera espirituales, aunque estamos seguros de que Dios nos ganará en generosidad (J. Aldazábal).

a) Discursos de este género han debido de ser numerosos en las comunidades primitivas, bastante inquietas por la actitud a adoptar con respecto a los ricos. La importancia de este problema aparece sobre todo en la comunidad de Jerusalén, compuesta exclusivamente de pobres (Act 4,34-5,11). Desde el v 23, el discurso expresa una comprobación: los ricos encuentran muchas dificultades en vivir al ritmo de la comunidad cristiana (y por tanto al ritmo del Reino, que ya no podía tardar y coincidiría con la comunidad). El "ojo de la aguja" designa probablemente un lugar próximo a Jerusalén, de tal manera estrecho que las caravanas de camellos no podían franquearlo (v 24). Los discípulos se asombran tanto más de estas dificultades de los ricos para formar parte del Reino (v 25), en cuanto que el Antiguo Testamento había hecho muchas veces de la riqueza un signo de bendición divina y de participación en el Reino (Si 31,8-11).

b) Sin embargo, no por el hecho de que los ricos encuentren dificultades para entrar en la comunidad cristiana les está necesariamente prohibido entrar en el Reino. Lo que aquí es imposible puede ser posible para Dios. El v 26 relativiza en parte a la Iglesia terrestre con relación al Reino escatológico; aquella es ya el Reino y, sin embargo, no lo es todavía. Es cierto que determinadas comunidades primitivas eran demasiado particularistas, demasiado ligadas sociológicamente a la clase de los pobres (cf Lc 6,20-24) para poder integrar a los ricos (en contra: Mt 5,3). Pero no porque la Iglesia se revele, en determinado momento de su historia, incapaz de acoger una mentalidad o una cultura han de dejar estas de formar parte del reino escatológico: la pertenencia a este último depende de la gracia de Dios y no necesariamente de la pertenencia visible a la Iglesia. Ciertamente, la Iglesia es signo de salvación en el sentido de que toda la humanidad se salva por su mediación y su misión, pero esto no quiere decir que solo sea posible salvarse perteneciendo visiblemente a ella. La salvación sigue siendo gracia de Dios y rebosa la institución eclesial. El hecho de que haya, en un momento dado, desacuerdo entre una clase social (pobres o ricos) y la Iglesia no implica una incompatibilidad entre esta clase y la salvación.

c) La intervención de Pedro (vv 27-30) hace discretamente alusión al episodio del joven rico (vv 16-22), al cual Jesús ha exigido una renuncia que le habría permitido acceder a la vida eterna. El joven ha rehusado mientras que sus compañeros han aceptado (v 27). ¿Cual será su recompensa? La respuesta de Cristo es doble. La primera parte, que se dirige solamente a los apóstoles (v 28), no se encuentra, más que en el Evangelio de Mateo; la segunda, por el contrario, es común a los tres sinópticos y concierne a todo aquel que practique la renuncia ("todo aquel que"; v 29). Todo aquel que abandona todo para seguir a Jesús (este "seguimiento" adquiere, en el contexto, el sentido de una última marcha de Cristo, yendo hacia la muerte) obtiene la vida eterna. Mateo suprime la mención de una bendición de Dios "en este mundo" (cf Mc 10,30) y relaciona el "céntuplo" con la vida eterna. La vida de Cristo muerto y resucitado repercute así en la dualidad renuncia-vida eterna que da ritmo a la vida cristiana.

d) Pero la renuncia de los apóstoles será recompensada de manera particular: se sentarán sobre los doce tronos que se alzarán a la entrada del Reino y llevarán a cabo, con el Mesías, el juicio que permitirá o prohibirá el acceso a él (cf Is 3,14). Esta concepción bastante arcaica del papel de los apóstoles está lejos de tener alguna relación con la que, más misionera, se hace hoy día del colegio de los Doce. Los apóstoles, además, han sido mucho tiempo víctimas de este concepción estrecha de su papel; querrán, por ejemplo, reconstruir su grupo después de la muerte de Judas (Act 1) y quedarse en Jerusalén para esperar allí la llegada del Juez-Restaurador, más bien que ir al encuentro del mundo (Maertens-Frisque).

-Luego que se marchó el joven, Jesús dijo a sus discípulos: "Os aseguro que con dificultad entrará un rico en el Reino de Dios." Jesús está apenado. Propuso a un joven que lo siguiera, pero ¡este prefirió su "bolsa"! ¿Cómo podemos sentir tales preferencias? Entre Tú, Señor, y el "dinero"... ¿Cómo es posible preferir el dinero? Lo repito: "Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja, que no que entre un rico en el Reino de Dios." Dura palabra, que no hay que suavizar, aun siendo una hipérbole típicamente oriental. Esta palabra quiere ciertamente, chocar, despertar, sacudir nuestras torpezas. ¡Atención! ¡Grave peligro! Y no es una palabra aislada, accidental, en el evangelio: veinte veces Jesús ha repetido cosas de este género. Para tener una idea equilibrada del pensamiento de Jesús sobre la "riqueza" es preciso recordar que:

1º Constantemente puso en guardia a los hombres contra el obstáculo que suponen las riquezas para el que quiere entrar en la "vida"...

2º Y sin embargo ha estimado y ha llamado a hombres ricos de rango social elevado, sin exigirles que abandonasen sus responsabilidades... La riqueza en sí no es mala, sino "su origen", si esa riqueza ha sido adquirida injustamente... y "su empleo", si esa riqueza es malgastada egoístamente sin tener en cuenta a los más pobres... y sobre todo "su riesgo" de endurecimiento del corazón a los verdaderos valores espirituales -Ya no se necesita de Dios-

-Al oír aquello, los discípulos se quedaron enormemente desorientados y decían: "¿quién puede salvarse?" Jesús se los quedo mirando y les dijo: "Humanamente eso es imposible, pero para Dios todo es posible". La cosa es seria. Es grave. Va en ello la salvación eterna. Señor, bien sabes todas las habilidades que los hombres han desplegado para tratar de atenuar esa Palabra... o para aplicarla, a "los demás", pues hay siempre uno "más rico que uno mismo". Señor, es verdad, la pobreza me espanta y la riqueza me atrae. Es preciso que te lo diga, porque es así. Ayúdame. Convierte mi corazón.

-Intervino entonces Pedro: "Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido ¿qué nos va a tocar? Después que el joven rico, apegado a sus bienes se marchó, una sombra de abatimiento planeó sobre el grupo. Pedro interviene, como para consolar al Maestro y le ofrece el homenaje de su fidelidad. "Nosotros te hemos seguido." Señor, da a tu Iglesia apóstoles... como ellos, capaces de dejarlo todo y de seguirte. Concede, Señor, a todos los apóstoles que no piensen ante todo en las cosas que hay que hacer, ni en las empresas apostólicas que conviene activar... sino en ti, y en seguirte.

-Vosotros, los que me habéis seguido... No, para Jesús el apostolado no es una empresa, es una amistad.

-Cuando llegue el mundo nuevo... Tu pensamiento se dirige a menudo hacia "ese día", hacia ese porvenir. Tú eres un hombre que está en tensión hacia el fin del mundo, hacia el fin del hombre. ¡Que venga, Señor, ese tiempo! ¡Ese mundo en el que todo será renovado... y todo será hermoso!

-Os sentaréis con el Hijo del hombre... Recibiréis el céntuplo de lo que habéis dejado... Y heredaréis vida eterna... El porvenir que prometes a los tuyos, a los que te han seguido, venciendo todos los obstáculos... es un porvenir alegre, es una abundancia de vida, una plenitud, es una expansión, un crecimiento divino. Gracias, Señor. Condúceme hacia ese día (Noel Quesson).



sábado, 16 de abril de 2011

Cuaresma 5, miércoles: Jesús y la auténtica liberación; la libertad interior del amor

Cuaresma 5, miércoles: Jesús y la auténtica liberación; la libertad interior del amor

Libro de Daniel 3,14-20.91-92.95: Nabucodonosor tomó la palabra y les dijo: "¿Es verdad Sadrac, Mesac y Abed-Negó, que ustedes no sirven a mis dioses y no adoran la estatua de oro que yo erigí? ¿Están dispuestos ahora, apenas oigan el sonido de la trompeta, el pífano, la cítara, la sambuca, el laúd, la cornamusa y de toda clase de instrumentos, a postrarse y adorar la estatua que yo hice? Porque si ustedes no la adoran, serán arrojados inmediatamente dentro de un horno de fuego ardiente. ¿Y qué Dios podrá salvarlos de mi mano?" Sadrac, Mesac y Abed-Negó respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: "No tenemos necesidad de darte una respuesta acerca de este asunto. Nuestro Dios, a quien servimos, puede salvarnos del horno de fuego ardiente y nos librará de tus manos. Y aunque no lo haga, ten por sabido, rey, que nosotros no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que tú has erigido". Nabucodonosor se llenó de furor y la expresión de su rostro se alteró frente a Sadrac, Mesac y Abed-Negó. El rey tomó la palabra y ordenó activar el horno siete veces más de lo habitual. Luego ordenó a los hombres más fuertes de su ejército que ataran a Sadrac, Mesac y Abed-Negó, para arrojarlos en el horno de fuego ardiente. Entonces el rey Nabucodonosor, estupefacto, se levantó a toda prisa y preguntó a sus consejeros: «¿No hemos echado nosotros al fuego a estos tres hombres atados?» Respondieron ellos: «Indudablemente, oh rey.» Dijo el rey: «Pero yo estoy viendo cuatro hombres que se pasean libremente por el fuego sin sufrir daño alguno, y el cuarto tiene el aspecto de un hijo de los dioses.» Nabucodonosor exclamó: «Bendito sea el Dios de Sadrak, Mesak y Abed-Negó, que ha enviado a su ángel a librar a sus siervos que, confiando en Él, quebrantaron la orden del rey y entregaron su cuerpo antes que servir y adorar a ningún otro fuera de su Dios.

Daniel 3,52-56: «Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, loado, exaltado eternamente. Bendito el santo nombre de tu gloria, loado, exaltado eternamente. / Bendito seas en el templo de tu santa gloria, cantado, enaltecido eternamente. / Bendito seas en el trono de tu reino, cantado, exaltado eternamente. / Bendito Tú, que sondeas los abismos, que te sientas sobre querubines, loado, exaltado eternamente. / Bendito seas en el firmamento del cielo, cantado, glorificado eternamente.

Evangelio según San Juan 8,31-42: En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Así pues, si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».
Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».
Comentario: 1. En los tiempos de Antíoco, los judíos fueron obligados a venerar otros dioses, pero hubo quienes no quisieron acatar el mandamiento del rey, y algunos fueron torturados. También responderá así san Pedro: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). Es un canto de libertad en medio de la esclavitud (el Evangelio de hoy profundizará más en lo que es la libertad verdadera). Es precioso el ejemplo de fortaleza que nos dan esos tres jóvenes del horno de Babilonia, que en un ambiente hostil, pagano, saben pensar por libre, por encima de las órdenes y amenazas de la corte real en la que sirven. Las personas coherentes son admiradas y por eso su cántico es propuesto como modelo (además de la oración penitencial que leíamos el martes de la tercera semana, la alabanza a Dios que hoy leemos como salmo se canta en la hora de Laudes de los domingos, a trozos: el cántico de las criaturas). “Unas alabanzas así sólo pueden brotar de corazones realmente libres” (J. Aldazábal).
a) Es también un ejemplo de cómo la pertenencia a un sistema no determina el modo de actuar. La cultura dominante, que se convierte en una forma habitual de pensar y de actuar, un hábito, algo normal, espontáneo, casi inconsciente, puede producir ignorancia en muchos (como luego dirá el Evangelio, la persona acaba siendo esclava del pecado, dominada por él aun sin darse cuenta). En esa situación, la injusticia no es un pecado simplemente personal, forma parte del sistema social, es un pecado también social. Como en las imágenes de literatura (“Un mundo feliz”) o películas (“Matriz”, “Blade runer”) las personas se vuelven robots mecanizados a quienes se les impone una idea y una como religión del Estado. Está prohibido pensar de modo distinto que el partido en el poder o la cultura dominante, se genera un pensamiento único. El que se niega a ello es enviado al gran horno -los hornos crematorios de los totalitarismos de ayer, las difamaciones y calumnias de hoy-. Frente a intoxicaciones colectivas hay quien elige mantener una posición personal: no quieren someterse a nadie, sino sólo a Dios. También “El señor de los anillos” es un ejemplo de cómo unos débiles hobbits unidos a otros más poderosos, formando una comunidad, pueden afrontar esos poderes del mal y liberar a tantos ignorantes. Han hallado un «absoluto», un Sentido. Han encontrado una razón de vivir que es más importante que su propia vida. La muerte misma no les condiciona, no les da miedo, no empaña su libertad, ni es capaz de doblegarles. La historia está hecha por la gente sencilla, y algunos son escogidos para grandes cosas (como muestran los niños de las apariciones de Lourdes y Fátima), es el mundo de los sencillos, que creen, que son fieles a esa misión divina (también Juan Diego, ante la Virgen de Guadalupe). Y ante los ataques y calumnias, «atados»... cantan como los 3 jóvenes: «Bendito eres, Señor Dios de nuestros padres, a Ti el honor y la gloria para siempre». No se encadena al espíritu. Podemos preguntarnos en nuestro examen: ¿Tengo yo ese sentimiento de que es Dios quien me libera? Jesús en la cruz, sujetado también, clavado en la madera... era total e íntimamente libre. Señor, concédenos seguirte libremente, incluso si es preciso ir contra la corriente.
b) Las ocasiones de heroísmo son excepcionales. El martirio en su forma violenta se presenta raras veces, pero el martirio del día a día es más importante: permanecer fiel en cumplir los compromisos aceptados... continuar con nuestros compromisos lo mejor posible... seguir en la tarea comenzada aunque nos parezca que no avanzamos... empezar de nuevo, sin tregua el combate contra un defecto que nos hace sufrir... reemprender la resolución mil veces hecha. Señor, no confío en mí... creo y confío en Ti... (Noel Quesson). Con la ayuda de la gracia, como decimos en la Entrada: «Dios me libró de mis enemigos, me levantó sobre los que resistían y me salvó del hombre cruel» (Sal 17,48-49s). Y es lo que pedimos, acabando este tiempo de preparación, en la Colecta: «Ilumina, Señor, el corazón de tus fieles, purificado por las penitencias de Cuaresma; y Tú que nos infundes el piadoso deseo de servirte, escucha paternalmente nuestras súplicas». Pedimos obrar como justos, que obran libremente, por amor a Dios. Dice San Jerónimo: «Él, que promete estar con sus discípulos hasta la consumación de los siglos, manifiesta que ellos habrán de vencer siempre, y que Él nunca se habrá de separar de los que creen».
Estos tres son mártires en vistas de Jesús. Orígenes dirá: «El Señor nos libra del mal no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla valiéndose de sus mil artes, sino cuando vencemos arrostrando valientemente las circunstancias». Todo es figura de Cristo en su Pasión. El fuego no toca a sus siervos. El condenado, el vencido, se levanta glorioso al tercer día de entre los muertos.
c) La Iglesia desde sus primeras persecuciones vio en los tres jóvenes arrojados al horno de Babilonia su propia imagen: los jóvenes perseguidos, castigados, condenados a muerte, perseveran en la alabanza divina y son protegidos por una brisa suave que los inmuniza del fuego mortal. También la Iglesia, en medio de sus persecuciones continúa alabando al Señor con el Cántico de Daniel: «A Ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres... Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito eres en el templo de tu santa gloria. Bendito sobre el trono de tu reino. Bendito eres Tú, que sentado sobre querubines, sondeas los abismos. Bendito eres en la bóveda del cielo. A Ti gloria y alabanza por los siglos».
La fe, el testimonio de estos jóvenes, capaces de arriesgarlo todo, hasta su propia vida, por su confianza absoluta en Dios, es algo maravilloso. Y no dependen de una especie de "negocio" con Dios, pues su oración es madura, no depende de los resultados: confían en Dios, pero no piden un milagro y que los salve, quieren ser fieles aun con la consecuencia de morir por ello. Sobrecogido de temor, el tirano descubre que hay un poder por encima de su poder, sucede con frecuencia que la fe, en su debilidad frente al poder externo, convierte con su fuerza interior. Las dificultades abren paso a la fe, la virtud mejora en la dificultad, a veces necesitamos que se arruinen nuestros planes para que admiremos la sabiduría, bondad y poder de Sus planes. A veces, ser vencidos es la única forma de salir ganando. La fidelidad, dirá Jesús, es lo que define al creyente: "Si permanecéis fieles a mi palabra..." (como veremos luego). San Alfonso María de Ligorio dice de los mandamientos: "¿pesan al cristiano los divinos mandamientos? Sí, como al ave sus alas". Las alas pesan, pero las alas son vuelo, vida. Unirse a la palabra de Dios, Jesús, “es vuelo, es vida, y es libertad” (Fray Nelson).
2. Juan Pablo II comentó abundantemente este cántico, que “refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplación del Creador. Pero en el contexto del libro de Daniel, el himno se presenta como agradecimiento pronunciado por tres jóvenes israelitas -Ananías, Azarías y Misael-, condenados a morir quemados en un horno por haberse negado a adorar la estatua de oro de Nabucodonosor. Milagrosamente fueron preservados de las llamas. En el telón de fondo de este acontecimiento se encuentra la historia especial de salvación en la que Dios escoge a Israel como a su pueblo y establece con él una alianza. Los tres jóvenes israelitas quieren precisamente permanecer fieles a esta alianza, aunque esto suponga el martirio en el horno ardiente. Su fidelidad se encuentra con la fidelidad de Dios, que envía a un ángel para alejar de ellos las llamas (cf. Daniel 3, 49)”, en la línea de los cánticos como el de Éxodo 15, y resuena como anticipación de la resurrección de Jesús y como ejemplo de oración dominical como recuerdan antiquísimos testimonios: “Las catacumbas romanas conservan vestigios iconográficos en los que se pueden ver a tres jóvenes que rezan incólumes entre las llamas, testimoniando así la eficacia de la oración y la certeza en la intervención del Señor”.
"Bendito eres en la bóveda del cielo: a Ti honor y alabanza por los siglos" (Daniel 3, 56): se siente el alma agradecida “no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo.
Un cuidado paterno que permite ver con ojos nuevos a la misma creación y permite gozar de su belleza, en la que se entrevé, como distintivo, el amor de Dios. Con estos sentimientos, Francisco de Asís contemplaba la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda belleza. Espontáneamente la imaginación considera que el santo de Asís debió experimentar el eco de este texto bíblico cuando, en San Damián, después de haber alcanzado las cumbres del sufrimiento en el cuerpo y en el espíritu, compuso el "Cántico al hermano sol."”
Engarzada esta luminosa oración en forma de letanía, el cántico de las criaturas es de acción de gracias, por todas las maravillas del universo. El hombre se hace eco de toda la creación para alabar y dar gracias a Dios. “El dolor rudo y violento de la prueba desaparece, parece casi disolverse en presencia de la oración y de la contemplación. Precisamente esta actitud de confiado abandono suscita la intervención divina… Las pesadillas se deshacen como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado cuando todo el ser humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y esperanza. Esta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa, cuando está llena de abandono en Dios, providente y redentor”.
“Este himno es como una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben hasta Dios como figuras espirales de humo de incienso, recorriendo el espacio con formas semejantes pero nunca iguales. La oración no tiene miedo de la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su cariño. Insistir en las mismas cuestiones es signo de intensidad y de los múltiples matices propios de los sentimientos, de los impulsos interiores, y de los afectos… Comienza con seis invocaciones dirigidas directamente a Dios”.
Nabucodonosor, el tremendo soberano babilonio que aniquiló la ciudad santa de Jerusalén en el año 586 a.c. y deportó a los israelitas «a orillas de los ríos de Babilonia» (Cf. Salmo 136), no puede nada ante ese poder de la fe, estandarte durante las persecuciones de los reyes sirio-helenos del siglo II a.c. Precisamente tuvo lugar entonces la valiente reacción de los Macabeos, combatientes por la libertad de la fe y de la tradición judía: “El cántico, tradicionalmente conocido como el de «los tres jóvenes», es como una llama que ilumina en la oscuridad del tiempo de la opresión y de la persecución, tiempo que con frecuencia se ha repetido en la historia de Israel y en la historia del cristianismo. Y nosotros sabemos que el perseguidor no asume siempre el rostro violento y macabro del opresor, sino que con frecuencia se complace en aislar al justo con el sarcasmo y la ironía, preguntándole con sarcasmo: «¿En dónde está tu Dios?» (Salmo 41, 4. 11).
En la bendición que los tres jóvenes elevan desde el crisol de su prueba al Señor Omnipotente quedan involucradas todas las criaturas. Entretejen una especie de tapiz multicolor en el que brillan los astros, se suceden las estaciones, se mueven los animales, se asoman los ángeles y, sobre todo, cantan los «siervos del Señor», los «santos» y los «humildes de corazón» (Cf. Daniel 3, 85.87).
El pasaje que acabamos de proclamar precede a esta magnífica evocación de todas las criaturas. Constituye la primera parte del cántico, que evoca la presencia gloriosa del Señor, transcendente y al mismo tiempo cercana. Sí, Dios está en los cielos, donde «sondea los abismos» (Cf. 3, 55), pero está también en «el templo santo glorioso» de Sión (Cf. 3, 53). Se sienta en el «trono de su reino» eterno e infinito (Cfr. 3, 54), pero también «sobre querubines» (Cf. 3, 55), en el arca de la alianza, colocada en el Santo de los Santos del templo de Jerusalén.
Es un Dios que está por encima de nosotros, capaz de salvarnos con su potencia, pero también un Dios cercano a su pueblo, en medio del cual ha querido morar en su «templo santo glorioso», manifestando así su amor. Un amor que revelará en plenitud para que «habite entre nosotros» su Hijo, Jesucristo, «lleno de gracia y de verdad» (Cf. Juan 1, 14). Él revelará en plenitud su amor al enviar entre nosotros al Hijo a compartir en todo, a excepción del pecado, nuestra condición marcada por pruebas, opresiones, soledad y muerte”. Esta alabanza continúa en la Iglesia, como Clemente Romano: «Tú abriste los ojos de nuestro corazón (Cf. Efesios 1, 18) / para que te conociéramos a Ti, el único (Cf. Juan 17, 3) / altísimo en lo altísimo de los cielos, / el Santo que estás entre los santos, / que humillas la violencia de los soberbios (Cf. Isaías 13, 11), / que deshaces los designios de los pueblos (Cf. Salmo 32, 10), / que exaltas a los humildes, / y humillas a los soberbios (Cf. Job 5, 11). / Tú, que enriqueces y empobreces, / que quitas y das la vida (Cf. Deuteronomio 32, 39), / benefactor único de los espíritus, / y Dios de toda carne, / que sondeas los abismos (Cf. Daniel 3, 55), / que observas las obras humanas, / que socorres a los que están en peligro, / y salvas a los desesperados (Cf. Judit 9, 11), / creador y custodio de todo espíritu, / que multiplicas los pueblos de la tierra, / y que entre todos escogiste a los que te aman / por medio de Jesucristo, / tu altísimo Hijo, / mediante el cual nos has educado, nos has santificado / y nos has honrado».
San Máximo el Confesor también rezará, tomando pie de este canto penitencial: «No nos abandones para siempre, por amor de tu nombre, no repudies tu alianza, no nos retires tu misericordia (Cf. Daniel 3, 34-35), por tu piedad, Padre nuestro que estás en los cielos, por la compasión de tu Hijo unigénito y por la misericordia de tu Santo Espíritu... No desoigas nuestra súplica, Señor, y no nos abandones para siempre. Nosotros no confiamos en nuestras obras de justicia, sino en tu piedad, por la que conservas nuestra estirpe... No detestes nuestra indignidad, más bien ten compasión de nosotros por tu gran piedad, y por la plenitud de tu misericordia cancela nuestros pecados para que sin condena nos acerquemos a tu santa gloria y podamos ser considerados dignos de la protección de tu unigénito Hijo… Sí, Señor dueño omnipotente, escucha nuestra súplica, pues no reconocemos a otro que fuera de Ti».
3. En el Evangelio, Jesús nos dice: "Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos". Quiere decir que la palabra de Jesús es como el espacio vital en que el hombre ha de mantenerse siempre. La palabra de Jesús es como la señal de tráfico para la vida del creyente. La señal única y definitiva. La norma suprema a la cual el creyente apuesta su vida. Y al discípulo auténtico y fiel le promete el conocimiento de la verdad y la libertad. "Conoceréis la verdad y la verdad os haré libres". Esta maravillosa sentencia de Jesús de la verdad que hace libres, forma ya parte del mejor patrimonio de la humanidad. Últimamente han dicho que es al revés, que es la libertad lo que nos hace verdaderos, en realidad son las dos cosas, la verdad nos hace libres y la libertad ha de ser la base de nuestra verdad, pues así como los seres tienen sus trascendentales (ser, verdad, belleza, bien) la persona tienen sus caracteres irreductibles personales (inteligencia, amor, libertad), y para que un acto sea humano ha de tener las tres condiciones: ser inteligente y por tanto abierto a la verdad, libre y fruto del amor. Sin referencia a la verdad auténtica no hay libertad y amor auténticos, pues mucha gente acude a estas palabras para imponer su verdad y su concepto de libertad y de amor a los demás. Aquí el evangelista no habla de una verdad teórica, para “saber”, sino de la verdad en la persona de Jesús. Para san Juan la verdad aparece vinculada total y absolutamente a la persona de Jesús. Y alcanzamos la máxima revelación de la Verdad, pues no es seguir un maestro, un portador de una verdad doctrinal, sino una vida-verdad (14, 6) pues Él, personalmente, es el camino, la verdad y la vida. Y esta verdad, o sea su Persona, es la que "hará libres", a los que aceptan y experimentan esta verdad. Esto es lo decisivo de la fe, la liberación.
Los judíos indican que tienen libertad interior, pues pueden vivir en regímenes adversos, pero Jesús les habla de esa libertad interior más profunda. No se trata en primer término de una liberación política o social (podemos vivir en cualquier sociedad humana), sino de una encarnación de la vida de Jesús, libres de las potencias de la muerte, del pecado, de las tinieblas, y una liberación del hombre de sí mismo. Experiencia de libertad radical, como Jesús, que no tiene miedo. Salvación y libertad son lo mismo aquí. Es un proyecto siempre abierto, con Jesús, camino de verdad y vida libre. ¡Estar en casa! Estar siempre en la casa del Padre, siempre con Dios, como recordábamos ayer, ese Dios que “soy el que soy con vosotros”, Dios aquí presente, en mi vida y nuestra historia: “Si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres”. Sucedía alguna vez que "un hijo de la casa", tramaba amistad con uno de sus esclavos, y sentía el deseo de "liberarle"... para que no continuara en situación de dependencia humillante. Es lo que ha hecho Jesús con nosotros. Nos ha introducido en "su casa", en "su familia". Él nos ha liberado, redimido. En aquel momento, los criados podían ser despedidos en cualquier momento, mientras que los miembros de la familia estaban firmemente vinculados a la casa. El Hijo nos saca de servidumbres, y trae la verdadera libertad y la regala; pero esto no significa que podemos abusar, pues sentirse libres requiere vivir la vida de Jesús, darse: "A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad, pero que esa libertad no dé pie a los bajos instintos. Al contrario, que el amor os tenga al servicio de los demás" (Gal 5, 13-14). La libertad característica del cristiano es la libertad de amar. "Soy libre, cierto, nadie es mi amo; sin embargo, me ha puesto al servicio de todos" (1Co 9,19). "El cristiano es un hombre libre, dueño de todas las cosas; no está sometido a nadie. El cristiano es un servidor lleno de obediencia, se somete a todos" (M. Lutero). Esto es paradójico, como todo el evangelio; la esclavitud a los demás es el signo de haber sido realizada la liberación de la esclavitud. Dice san Agustín: "La libertad es un placer. Mientras que tú haces el bien por miedo, no gozas de Dios. Mientras que estés obrando como un esclavo no puedes disfrutar. Que Dios te fascine y entonces serás libre", y aquí acabamos este itinerario de libertad, que se activa en el amor.
¿Hago yo esta experiencia? ¿Siento que el pecado me ata, me encadena? San Pablo decía: "No hago el bien que quisiera, y hago el mal que no quisiera... ¿Quién me librará?" (Rm 7,24). Señor:¡Dame amor a esta Palabra, libérame, Señor! Siguiéndote no caminamos hacia una esclavitud (como alguien dijo, que era una religión de esclavos), no hacia una "vida disminuida" (como dicen otros, que ser cristiano está en contra de la vida y sus placeres), sino que viviéndola tengo esta experiencia de libertad, dentro de mí veo esta expansión total, "vida en plenitud"... ¡Libre! Palabra preciosa que muchos artistas han querido retratar, como Matisse (en “La danza”), el padre del color quiso ir más allá de la impresión, captar la naturaleza y la persona en su mundo interior, pero pienso que su visión naturalista es muy pobre, cuando capta sólo un aspecto de la alegría de vivir, no ha podido reflejar lo que en profundidad significa ¡ser libre!, que es tener holgura interior, sin trabas ni obstáculos, sin tantas cosas que me encadenan: mis hábitos, mis límites, mis pecados... y esto no se consigue dejando los instintos de forma natural sino con la educación de las virtudes, la libertad es una conquista, un trabajo, como un cuadro, dejando que el pincel, cada uno, sea llevado por Dios: con esfuerzo y gracia: Hazme libre, Señor. La Cuaresma es un tiempo muy a propósito para la liberación. Hoy, ¿de qué atadura procuraré liberarme? ¿Qué cadenas voy a romper con tu ayuda?
“Yo hablo lo que he visto en el Padre”. Jesús es perfectamente libre, porque es perfectamente Hijo. Ama, y es libre porque ama: no está apegado a sí mismo. Nada le detiene, ninguna retrospección sobre sí mismo. Ningún egoísmo. Ningún obstáculo al amor.
“Yo no he venido de mí mismo”. El amor hace salir de uno, ¡libera! Amar al solo Dios verdadero. Someterse al solo Dios verdadero. Es el único medio de no estar sometido a nadie, sino a Dios, y de liberarse de cualquier ídolo. Líbrame, Señor, de mis ídolos, de todo lo que no tiene valor verdadero alguno, de todo lo que obstaculiza mi libertad (Noel Quesson). Jesús, te veo libre ante tu familia, ante los discípulos, ante las autoridades, ante los que entendían mal el mesianismo y querían hacerte rey. Libre para anunciar y para denunciar, para seguir tu camino con fidelidad, con alegría, con libertad interior. Cuando estás ante unos acusadores, eres mucho más libre que los que te condenan. Como lo era Pablo aunque muchas veces le tocara estar encadenado. Como lo fueron los admirables jóvenes de hoy en el ambiente pagano y en el horno de fuego. Como lo fueron tantos mártires, que iban a la muerte con el rostro iluminado y una opción gozosa de testimonio por Jesús. Celebrar la Pascua es dejarse comunicar la libertad por el Señor resucitado. Cuando cumplimos las “obligaciones” sociales, religiosas, ¿lo hacemos desde el amor, desde la libertad de los hijos, o desde la rutina o el miedo o la resignación?
Cuando rezamos el Padrenuestro deberíamos decir esas breves palabras con un corazón esponjado, un corazón no sólo de criaturas o de siervos, sino de hijos que se saben amados por el Padre y que le responden con su confianza y su propósito de vivir según su voluntad. Es la oración de los que aman. De los libres (J. Aldazábal). «El sacramento que acabamos de recibir sea medicina para nuestra debilidad» (comunión); «Dios nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la Redención, el perdón de los pecados» (Ant. Comunión: Col 1,13-14). San Agustín dice: «Eres, al mismo tiempo, siervo y libre: siervo porque fuiste hecho, libre porque eres amado de Aquel que te hizo, y también porque amas a tu Hacedor». Al terminar nuestra oración acudimos a la Virgen para que nos enseñe a vivir nuestra vocación de libertad –don y tarea- con Cristo en medio de nuestra vida ordinaria, con la mirada puesta en el cielo, en la libertad completa.