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miércoles, 2 de mayo de 2012

JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor e


JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor en la historia.

Primera Lectura, de los Hechos de los Apóstoles (13, 13-25): En aquellos días, Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos; llegaron a Perge de Panfilia, y allí Juan Marcos los dejó y volvió a Jerusalén. Desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia, y el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron decir: “Hermanos, si tienen alguna exhortación que hacer al pueblo, hablen”. Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal de silencio con la mano, les dijo: “Israelitas y cuantos temen a Dios, escúchenme: El Dios del pueblo de Israel eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo cuando éste vivía como forastero en Egipto, lo sacó de allí con todo su poder, lo alimentó en el desierto durante cuarenta años, aniquiló siete tribus del país de Canaán y dio el territorio de ellas en posesión a Israel por cuatrocientos cincuenta años. Posteriormente les dio jueces, hasta el tiempo del profeta Samuel. Pidieron luego un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Después destituyó a Saúl y les dio por rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios. Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador, Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: ‘Yo no soy el que ustedes piensan. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias’ ”.

Salmo Responsorial 88, 2-3.21-22.25.27: Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. He encontrado a David, mi servidor, y con mi aceite santo lo he ungido. Lo sostendrá mi mano y le dará mi brazo fortaleza. Contará con mi amor y mi lealtad y su poder aumentará en mi nombre. El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva’”.

† Lectura del santo Evangelio según san Juan (13, 16-20): Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado».

Comentario: 1. Desde ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la misión de Pablo y de Bernabé. Los relatos estarán llenos de nombres de provincias y de ciudades que podremos seguir en un mapa: Seleucia, Chipre, Pafos, Perge de Panfilia, Antioquía de Pisidia, donde Pablo fue requerido a que tomase la palabra. En Antioquía de Pisidia -en las altiplanicies de la Turquía actual- existen todavía las ruinas de esa Sinagoga del tiempo de san Pablo. El discurso recoge lo que eran temas principales de la predicación apostólica: iniciativa divina salvadora de Dios en Israel (vv. 17-22), referencia al precursor (24-25), y hasta aquí el trozo de hoy, pero los temas se completan con el anuncio del Evangelio y mención de Jerusalén (26-31), argumentos de la Sagrada Escritura (33-37), completado con la Tradición apostólica (38-39) y exhortación escatológica (40-41; cf. Biblia de Navarra). Como en toda la catequesis petrina, hay una proyección de todo hacia Jesús, como Mesías salvador. Les dio la posesión de ese país... Les suscitó un rey, David. Pablo repite toda la historia de Israel. Dios intervino en esa Historia nacional, tan humana: ser liberado de la servidumbre...luchar por la supervivencia... defenderse contra los invasores vecinos... y elegir el propio gobierno... Se trata de hechos extremadamente «políticos» como decimos hoy. San Pablo, al igual que toda la gran tradición de los profetas, sabe que Dios está presente en todo esto. Dios se interesa por lo humano... Incluso Dios se ha «encarnado» en lo humano, en una historia y una geografía, en una cultura y una tradición. La gloria de Dios es el hombre totalmente abierto, realizado. Y esta apertura o plenitud querida por Dios, es a la vez corporal y espiritual, temporal y eterna. Ayudar al crecimiento. Promocionar a alguien o a todo un grupo humano. Contribuir al «desarrollo». ¡Es Voluntad de Dios! HOY, como ayer. La Iglesia no cesa de recordárnoslo con insistencia. ¿Cuál será, HOY, mi participación en esa gran obra divina? ¿en mi familia, mi ambiente, mis relaciones?

-“De la descendencia de David, Dios, según su promesa ha suscitado para Israel un Salvador, Jesús”. San Pablo pasa así, espontáneamente, del Antiguo al Nuevo Testamento. No basta con referirse al pasado. No basta con repetir o comentar los Libros de la Escritura. Hay que descubrir el misterio «actual» de Cristo que nos salva hoy. La Iglesia no tiene que poner al gusto del día una antigua doctrina; sino que, en la fidelidad a lo antiguo, debe proclamar la actualidad de la acción salvadora de Jesús. En este momento, ¡Jesús salva! La Iglesia quiere contemplar esa acción de Cristo en todos los acontecimientos de hoy (Noel Quesson).

Cuando Pablo predicaba, siempre anunciaba a Jesús como la respuesta plena de Dios a las esperanzas humanas. Si sus oyentes eran judíos, como en el caso de hoy, les hablaba partiendo del AT. Si eran paganos, como cuando llegó a Atenas, les citaba sus autores predilectos y sabía apelar a su búsqueda espiritual del sentido de la vida. ¿Sabemos nosotros sintonizar con las esperanzas y los deseos de nuestros contemporáneos, jóvenes o mayores, creyentes o alejados, para poder presentar a Jesús como el que da pleno sentido a nuestra vida y a nuestros mejores deseos? ¿Somos valientes a la hora de presentar a Jesús como la Palabra decisiva, como el Salvador único, como aquél en quien vale la pena creer y a quien vale la pena seguir? Pedimos en la Colecta: «Oh Dios, que has restaurado la naturaleza humana elevándola sobre su condición original, no olvides tus inefables designios de amor y conserva, en quienes han renacido por el Bautismo, los dones que tan generosamente han recibido».

2. – El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo 88 cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor, que se vierte en un Mesías que va mucho más allá de la gloria humana, Él será el liberador auténtico, el Redentor. Dios es fiel a sus promesas. Nosotros muchas veces hemos fallado, pero Dios permanece siempre fiel. Y a pesar de nuestros pecados Él jamás ha dejado de amarnos y de procurar nuestro bien. Y el amor de Dios hacia nosotros consiste en esto: Que siendo nosotros pecadores, Él nos envió a su propio Hijo para perdonarnos y hacernos hijos suyos. Dios, que mediante la Unción de su Espíritu nos ha hecho de su misma familia, quiere que vivamos, sostenidos por Él, libres de todas nuestras esclavitudes manifestando, con una vida llena de buenas obras, que en verdad es nuestra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Por eso podemos afirmar con toda certeza que quien tenga a Dios con Él lo tendrá todo, pues Dios será su Padre y su protector y su salvador, y proclamamos este agradecimiento, desde la Entrada: «Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo y acampabas con ellos y llevabas sus cargas, la tierra tembló, el cielo destiló. Aleluya» (cf. Sal 67,8-9.20).

3. A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos. Esta cena empezó con un gesto simbólico muy elocuente: el lavatorio de los pies, una gran lección de fraternidad y de actitud de servicio para con los demás. Es una página entrañable que leemos el Jueves Santo. La afirmación de la identidad de Jesús se repite también aquí: «para que creáis que Yo soy». Es como el estribillo de la máxima realización divina, con la Encarnación Dios se nos da, se muestra, se manifiesta máximamente. En la humildad, en el servicio, en la Eucaristía, dándosenos como Pan y Vino de vida, Jesús nos hace participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás. Él mismo nos encargó que celebráramos la Eucaristía: «haced esto» en memoria mía. Pero también nos encargó que le imitáramos en el lavatorio de los pies: «haced vosotros» otro tanto, lavaos los pies los unos a los otros. Ya que comemos su «Cuerpo entregado por» y bebemos su «Sangre derramada por», todos somos invitados a ser durante la jornada personas «entregadas por», al servicio de los demás. «Dichosos nosotros si lo ponemos en práctica» (J. Aldazábal). Por eso los Apóstoles exaltan tanto la pertenencia a la Iglesia. Orígenes decía: «Si alguno quiere salvarse, venga a esta Casa, para que pueda conseguirlo. Ninguno se engañe a sí mismo: fuera de esta Casa, esto es, fuera de la Iglesia, nadie se salva». Es verdaderamente Dios con nosotros, el que necesitamos, el que nos salva, como anuncia el salmo -«Cantaré eternamente la misericordia del Señor» (salmo)-, la primera lectura, y la liturgia de hoy: «Sabed que estoy con vosotros todos los días» (comunión); «que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas» (poscomunión). «Conserva en nosotros los dones que tan generosamente hemos recibido» (oración), acoger con la fe la salvación: «Dichosos los que no vieron y creyeron» (aleluya). "Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy". "YO SOY". La fórmula de la revelación de Dios a Moisés: yo estoy aquí con vosotros. Jesús se ha apropiado este título varias veces en su vida. Pero ahora dice a sus discípulos cuál es el momento en que ellos descubrirán que ese título pertenece realmente a Jesús: cuando Judas lo traicione y lo entreguen a la muerte. Jesús es Dios, pero la única prueba que aporta para decir que Él es, es la de morir. Él es eterno y la única manera de demostrarlo es dejar que se ponga término a su vida humana. Él es poderoso y el único procedimiento al cual recurre para afirmar este poder es ponerse dócilmente en las manos de aquel discípulo a quien Él podría juzgar y derribar. El Dios de Jesús no es el Dios lógico de las filosofías y de la razón humana. Jesús anuncia que la muerte es el momento característico de la revelación de Dios. "Os aseguro: el criado no es más que su amo..." La cruz, el servicio a los demás hasta la muerte de mi tiempo, comodidad,... es donde puedo descubrir el poder de Cristo resucitado, donde puedo tener experiencia del "Yo soy" de Jesús.

Y San Agustín llega a decir algo increíble: «Fuera de la Iglesia Católica se puede encontrar todo menos la salvación. Se puede tener honor, se pueden tener los sacramentos, se puede cantar aleluya, se puede responder amén, se puede sostener el Evangelio, se puede tener fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y predicarla, pero nunca, si no es en la Iglesia Católica, se puede encontrar la salvación».

Este texto de hoy, continuación del relato del lavatorio de los pies, en esos 20 primeros versículos del cap. 13 expone la constitución de la comunidad: es la ley fundamental de la iglesia, por la que deberá regirse. No se trata, por tanto, de entender en sentido moral el ejemplo decisivo de Jesús, sino de deducir de ese ejemplo de Jesús y de sus palabras, la ley, el modelo, la estructura fundamental de la comunidad de Jesús: la Iglesia. “Como en aquellos films que comienzan recordando un hecho pasado, la liturgia hace memoria de un gesto que pertenece al Jueves Santo: Jesús lava los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,12). Así, este gesto —leído desde la perspectiva de la Pascua— recobra una vigencia perenne. Fijémonos, tan sólo, en tres ideas. En primer lugar, la centralidad de la persona. En nuestra sociedad parece que hacer es el termómetro del valor de una persona. Dentro de esta dinámica es fácil que las personas sean tratadas como instrumentos; fácilmente nos utilizamos los unos a los otros. Hoy, el Evangelio nos urge a transformar esta dinámica en una dinámica de servicio: el otro nunca es un puro instrumento. Se trataría de vivir una espiritualidad de comunión, donde el otro —en expresión de Juan Pablo II— llega a ser “alguien que me pertenece” y un “don para mí”, a quien hay que “dar espacio”. Nuestra lengua lo ha captado felizmente con la expresión: “estar por los demás”. ¿Estamos por los demás? ¿Les escuchamos cuando nos hablan? En la sociedad de la imagen y de la comunicación, esto no es un mensaje a transmitir, sino una tarea a cumplir, a vivir cada día: «Dichosos seréis si lo cumplís» (Jn 13,17). Quizá por eso, el Maestro no se limita a una explicación: imprime el gesto de servicio en la memoria de aquellos discípulos, pasando inmediatamente a la memoria de la Iglesia; una memoria llamada constantemente a ser otra vez gesto: en la vida de tantas familias, de tantas personas. Finalmente, un toque de alerta: «El que come mi pan ha alzado contra mí su talón» (Jn 13,18). En la Eucaristía, Jesús resucitado se hace servidor nuestro, nos lava los pies. Pero no es suficiente con la presencia física. Hay que aprender en la Eucaristía y sacar fuerzas para hacer realidad que «habiendo recibido el don del amor, muramos al pecado y vivamos para Dios» (San Fulgencio de Ruspe)” (David Compte).

¿Mujeres sacerdote? ¿Quién ha de mandar? El problema que hoy tenemos es que vivimos una crisis de servicio, se valora el poder, y entonces se ve como injusto no dar poder por igualdad a todos. Jesús nos habla de otro orden de cosas: el que más quiera, que más sirva. Se valora la santidad (el amor), el servicio, no el poder temporal. Cada uno con su carisma, su ministerio. Quizá este fundamento cambiaría no sólo el orden social, lleno de egoísmo y envidias, sino también la misma concepción de ministerios eclesiales. Él está siempre dispuesto, basta con que le franqueemos el corazón—, nos veremos urgidos a corresponder en lo que es más importante: amar. Y sabremos difundir esa caridad entre los demás hombres, con una vida de servicio. “Os he dado ejemplo, insiste Jesús, hablando a sus discípulos después de lavarles los pies, en la noche de la Cena. Alejemos del corazón el orgullo, la ambición, los deseos de predominio; y, junto a nosotros y en nosotros, reinarán la paz y la alegría, enraizadas en el sacrificio personal” (san Josemaría Escrivá). Esto va muy unido a la felicidad. Pero hay quien la pone en el yoga, tener salud, etc... ¿Qué factores determinan la felicidad del ser humano?

El cerebro humano incluye por defecto la capacidad de sentir felicidad, que eso es imprescindible para la adaptación y la supervivencia: “En cada momento los mecanismos que regulan el estado de ánimo van recogiendo si disponemos o no de lo necesario para vivir” (Xaro Sánchez), y en esta inter-actuación psico-emotivo-somática en “la corteza cerebral es lo que imprime nuestro grado de bienestar subjetivo”, con algunos “picos” de infelicidad o gozo y en general un “grado moderado”, de rutina diaria. Junto a esto, se dispone “de una gran capacidad de adaptación a las contrariedades vitales” (resiliencia). La felicidad no está en las cosas, sino en nuestra actitud ante ellas (aceptarlas, para reconducirlas), “procesos íntimos o endógenos”, el hombre sólo puede experimentar la auténtica felicidad en la propia interioridad (Boecio). Como el burro detrás de la zanahoria, nos lanzamos a metas que siempre plantean un más allá, como el mito de Aquiles siguiendo la tortuga (que cuando llega donde estaba, ésta se ha ido más adelante y es el cuento de nunca acabar). No hay vida peor que una vida sin esperanza, o una esperanza sin fundamento. Hoy día se ve que las cosas externas como bienes materiales, dinero, cierto estatus no son determinantes, la ambición concreta que nos hemos propuesto alcanzar no causa la felicidad, pero también se confunde la consecuencia con la causa, cuando se dice que lo crucial es tener ganas de luchar por alguna cosa, cuando en realidad, es cuando uno está feliz, cuando emprende proyectos con ganas, y no al revés.

La verdad no cabe en un esquema, pero es necesario integrar los diversos aspectos, pues si no parece que cada uno tiene su verdad: uno ve la felicidad en la salud, o la técnica, yoga... ¿verdades? no: verdad, pero la comprendemos de modo dinámico. Pienso que hay como tres “mónadas” que determinan el equilibrio-armonía que llamamos felicidad, que va mucho más allá de la estabilidad emocional, y otros aspectos de la misma: 1) salud corporal-física; 2) mi entorno, la historia y 3) salud interior-psíquica-espiritual. Cada uno de ellos tiene a su vez 3 puntos, y nos detendremos en el último apartado, porque al componer lo más esencialmente humano, constituye el secreto de cómo ser feliz siempre:

1) salud “física”, determinada, además de cosas más específicas extraordinarias, por ciertas rutinas cotidianas: a) dormir, b) armonía con las funciones instintivas físicas (supervivencia personal y de la especie): comer, integrar la sexualidad dentro del proyecto personal, c) ejercicio físico aeróbico-vascular.

2) salud “ambiental”, como decía Ortega y Gasset, yo soy yo y mis circunstancias: ésas son también mi historia: a) familia donde nacemos, que nos viene dada, b) ambiente en el que vivimos y escogemos-amigos, clase social, etc.; c) ambiente social, la historia de nuestro tiempo (estamos condicionados por factores higiénicos y otros de tipo médicos, cultura, deporte, ideas dominantes, tecnologías, globalización…). En todos estos aspectos, mirando subidos al gigante de la tradición, vemos más y más lejos…

3) salud “interior”: esta armonía interior comprende: a) la personalidad genética: introvertida o extrovertida, primaria o secundaria, racional o sanguínea, flemática o apasionada…; b) una psicología sana en el modo de afrontar la vida: visión positiva, adaptabilidad a los cambios, prever algún remanente para llegar a final de mes… que llamamos también carácter, educado a través de las virtudes, al hacer cosas buenas nos hacemos buenos, nos vamos configurando en primer lugar con lo que hacemos, luego con lo que decimos, y en tercer lugar con lo que pensamos; y c) una espiritualidad llena de trascendencia, las potencias espirituales (inteligencia, amor y libertad) que es lo más importante y puede suplir la ausencia de los otros aspectos. No hablamos aquí de quien se aburre porque tiene falta de serotonina, por una cuestión química, sino que hay una retro-alimentación entre el sentido de sublimidad que estamos analizando bajo la óptica de la filiación divina, y la vida en el espíritu y virtudes, que de alguna manera vemos en toda educación, que básicamente consta de dos elementos: motivación y esfuerzo. Quien está motivado, se esfuerza, y quien se esfuerza crece interiormente y se va motivando. Según este esquema, la vida cristiana tendría como motor de arranque (más o menos consciente) este querer ser dios, hijos de Dios, que se aviva con su consideración: el sentirse hijos de Dios, que da alegría y libertad, de ello hablaremos en otro momento.

Todos queremos ser felices, pero no tenemos un “dispositivo” para conseguir directamente la felicidad: la publicidad muchas veces engaña, al ofrecer algo muy por encima de lo que da aquel producto. Tenemos el placer y riqueza y todo esto como sucedáneos que duran poco; la felicidad hay que buscarla principalmente en las cosas espirituales (conocer y amar), a través de la potencia volitiva, que está en querer lo bueno: he de orientar mi vida –como decía Manzoni- no a estar bien, sino a hacer el bien, y así estaremos todos mucho mejor; es decir: no he de querer ser feliz, sino bueno, y haciendo cosas buenas soy feliz, porque me convierto en bueno. Un «hombre bueno» es la manera que tenemos de honrar una persona cabal. Al estudiar la ética filosófica se entiende que el hombre tiende a la felicidad pero ésta consiste en satisfacer todas sus funciones lo cual implica que a través de sus facultades superiores puede conocer cómo sentirse realizado (inteligencia) y cómo realizar esa plenitud (voluntad). Pero la voluntad consiste en el querer y esta facultad no busca estar bien sino que tiende a través de la libertad a escoger lo que es bueno. Es decir que la voluntad como objeto de sus operaciones no tiene el ser feliz, sino lo que aparece como bueno a sus “apetencias”. Podría decirme a mí mismo que “esencial y radicalmente no he de querer ser feliz, sino bueno. Y es así como “de rebote” seré feliz. En cambio, la búsqueda del placer me lleva a la insatisfacción. Puede parecer complicado, que la felicidad se adquiere no directamente sino “de rebote” cuando hago el bien, pero la más cruel de las desventuras es el engaño de mostrar la felicidad en señuelos pasajeros que dejan rastro de vaciedad.

Pero aún hay que dar otro paso, pues la voluntad tiende al bien pero el bien supremo es el amor. Es más, el hombre –imagen de Dios, que es amor- se realiza cuando –como el modelo de su ejemplar- vive de amor, reconoce el amor y se dedica a amar, la felicidad es propia de un corazón enamorado, del que sabe querer. En definitiva, para ser buenos no hay que hacer cosas bien en un sentido de moral de obligación, sino que se han de unir las dos cosas: el bien y el amor. Porque ella es siempre la consecuencia -¡no buscada!- de la propia perfección, de la propia bondad. Y para ser buenos, hay que olvidarse por completo de uno mismo y querer procurar el bien de los demás, recuerda Tomás Melendo: “hay que aprender a amar. Únicamente entonces, cuando la desestimemos plenamente, nos sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la felicidad. El amor, sólo el amor, engendra la dicha”.

El gozo se alcanza siempre al tener lo bueno que se buscaba, y así desde el placer, que es el gozo más sensible, hasta el éxtasis –salir de uno mismo- que es el más sublime. En todos los casos, es siempre consecuencia de tender a lo que se ve como bueno y cuando se busca el gozo en sí mismo se aborta.

El goce de la felicidad es consecuencia del amor, señal de plenitud en la realización personal, como decía Aristóteles, «querer al otro en cuanto otro», es decir, amar. O como dice la moderna fenomenología de Gehlen y Plessner: la superioridad del hombre sobre los animales es la aptitud para olvidarse del propio bien y querer y procurar el bien de los otros (no pensar en que me quieran, sino en querer). Entonces volvemos a confirmarnos en que somos imagen de Dios, quien obra por amor, pone el amor, y quiere sólo amor, correspondencia, reciprocidad, amistad: y puesto que el hombre es imagen del Dios Amor, se realiza también cuando ama, cuando vive de amor, y si no, no es hombre, es hombre frustrado, autorreducido a cosa. Como dice “Gaudium et spes” del Vaticano II, «el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por si misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás», es decir en el éxtasis, la donación amorosa. El hombre bueno es quien hace el bien a los demás, y el hombre malo el que es egoísta y perjudica a los demás, pero entonces se autodestruye pues renuncia a ser hombre. Pero el mal no tiene la última palabra, existe el perdón: pues el amor es fecundo y tiene frutos, hijos: la fecundidad del amor es su hijo, que es el perdón. Como fruto del amor viene la misericordia, que mueve a perdonar todo, y entonces es verdad que “amar es no tener que decir nunca lo siento”, pues está el perdón “englobado” en el amor, metido dentro de él como al “baño maría”.

Entramos en las últimas reuniones de Jesús con sus discípulos, conversaciones habidas en el marco mismo de su Pasión... las últimas confidencias, podría decirse, de alguien que sabe que se va. -Sí, en verdad os digo: Quien recibe al que Yo enviare, a mí me recibe; y el que me recibe, recibe a Quien me ha enviado. Hay aquí una cascada de meditaciones. Recibir a un "enviado" de Jesús, es recibir a "Jesús", y es recibir a "Dios" Es todo el misterio de la Iglesia. Jesús ha escogido no ser ya alcanzado "en directo" sino sólo por la mediación de "hermanos", de "ministros". Cuando Pedro bautiza, es Jesús quien bautiza (Noel Quesson). Pedimos en el Ofertorio: «Que nuestra oración, Señor, y nuestras ofrendas sean gratas en tu presencia, para que así, purificados por tu gracia, podamos participar más dignamente en los sacramentos de tu amor». Y en la Postcomunión: «Dios Todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante, y que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas».

domingo, 3 de abril de 2011

Cuaresma 4, Domingo A: Dios se conmueve por nosotros y nos lleva como el buen pastor a su oveja preferida hacia la felicidad para siempre


Cuaresma 4, Domingo A: Dios se conmueve por nosotros y nos lleva como el buen pastor a su oveja preferida hacia la felicidad para siempre

Lectura del primer libro de Samuel 16,1b. 6-7. 10-13a: En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: -Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: «Sin duda está ante el Señor su ungido.
Pero el Señor dijo a Samuel: -No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo: -A ninguno de éstos ha elegido el Señor.
Preguntó, pues, Samuel a Jesé: -¿No quedan ya más muchachos?
El respondió: -Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé: -Manda, que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia. Dijo el Señor: -Levántate y úngelo, porque éste es.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.

Sal 22,1-3a. 3b-4. 5. 6: El Señor es mi pastor, nada me falta; / en verdes praderas me hace recostar; / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis 'fuerzas.
Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor /por años sin término.

Carta a los Efesios 5,8-14: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.»

Texto del Evangelio (Jn 9,1-41): En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?». Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece». Pero él decía: «Soy yo». Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?». Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?». El respondió: «No lo sé».
Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?». Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de Él, ya que te ha abierto los ojos?». Él respondió: «Que es un profeta».
No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?». Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo». Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él».
Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Él replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?». Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es». El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?». Y le echaron fuera.
Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos». Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro pecado permanece».

Comentario: Este domingo “Laetare" –comienza con “Alégrate, Jerusalén…”- porque la Pascua está cerca, pasada ya la mitad de la Cuarentena nos tomamos un momento de respiro en el tono penitencial; segundo domingo de escrutinios en el catecumenado, tiempo de hacer experiencia de examen interior, renovación –para cada uno, en solidaridad con los llamados al bautismo-, domingo "luminoso" sobretodo en este Evangelio; algunos preparan hoy el Cirio pascual. Como es típico en esta época, también la segunda lectura acompaña directamente al evangelio. La primera lectura –temática, según las etapas de la historia salvífica- toca hoy el "reino"; este año en la primera unción del rey David: su "elección" por parte de Dios, cuando guardaba los rebaños de su padre; es también "elegido" como los llamados al bautismo; su pastoreo es imagen del Pastor que nos guía, como rememoramos en el salmo.
Esta doctrina se condensa en las oraciones, hoy en el prefacio. La primera parte está centrada en el misterio de la encarnación: el Hijo de Dios se ha hecho hombre (que celebramos en fecha no muy lejana, el 25 de marzo), y “la encarnación es vista como una fuerza que conduce hacia la luz, en tanto que la luz-Cristo ha venido a habitar en medio de las tinieblas-linaje humano: “Cristo se dignó hacerse hombre / para conducir al género humano, / peregrino en tinieblas, / al esplendor de la fe; / y a los que nacieron esclavos del pecado, / los hizo renacer por el bautismo, / transformándolos en hijos adoptivos del Padre”.
El prólogo de san Juan es la referencia de esta idea, y la narración del ciego de nacimiento su verificación”. Se habla de Jesús como "este hombre"; y se usa del barro para dar la vista al ciego, recuerdo del Génesis: el divino alfarero trabaja el barro del hombre "terrenal", iluminado-recreado por el Enviado, en el bautismo. El segundo momento es el sacramental: Cristo-luz continúa conduciéndonos de las tinieblas a la luz, por medio del baño de regeneración, por el que somos "hijos de adopción". El canto litúrgico que san Pablo recoge en la segunda lectura de hoy dice exactamente esto: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz". Los cristianos son luz, como Cristo es luz, viviendo entre los hombres, para iluminarlos. El bautismo es "iluminación". Hay una analogía con la samaritana del domingo pasado, que conducía a "escrutar" las disposiciones interiores para acoger el Don del Espíritu como agua vida, aquí las regiones tenebrosas del corazón se abren a la luz, aquellos rincones profundos donde se combina la admiración por la belleza de la gracia con el reclamo sugestivo del pecado, la contradicción de un amor que hace a veces exclusión de personas, de fe con dudas de sospecha o interrogación… la Palabra de Dios, la contemplación personal, los sacramentos de la Eucaristía y de Penitencia, son puntos de luz para que el claroscuro se convierta en día. La oración postcomunión expresa precisamente esta petición (Pere Tena): "Ve y lávate en la piscina de Siloé" es quizá la expresión que une este domingo y el anterior.
1. El rey se va consolidando como portador de esperanza: un mesías que anuncia al Mesías. Cuando lo ha señalado el carisma o la unción, el rey es reconocido por el pueblo. Reconoce así, no restrictivamente a una persona, sino al espíritu de Dios que en ella se manifiesta. David es señalado por un carismático y ungido; así después su dinastía (II Sam 7). El mesianismo real se apoya ahí. A pocos personajes se les dedica, en la Biblia tantas páginas como a David, guerrero-músico, guerrero-pastor... tradiciones diferentes van perfilando el relato amasado con recuerdos y teología.
Saúl rechazado, David elegido; traspaso de poderes. Dios no se fija en las apariencias, mira el corazón. Hay silimilud con Gedeón, que al ser llamado pronuncia: "Perdón, Señor mío, ¿cómo voy yo a salvar a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre" (Jc 6,15); con Saúl: “¿No soy yo de Benjamín, la menor de las tribus de Israel? ¿No es mi familia la más pequeña de todas las de la tribu de Benjamín?" (1S 9,21); con S. Pablo quien recuerda cómo Dios escoge la debilidad humana para que así brille su poder y su gracia (1 Co 1, 26-28).
¿Cómo es su corazón? Lo vemos guerrero que comete pillaje, pero noble, perdona la vida a Saúl que le persigue para matarle; adúltero que luego reconoce su culpa y pide perdón; lo quiere todo, con entusiasmo, con pasión, vive a fondo... con etapas de luz y algunas de sombra (A. Gil Modrego).
2. Dios es presentado como este "Pastor" diligente (Ezequiel 34 - Oseas 4,16 - Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11), pero aquí aparece con la belleza sublime de la poesía.
Es un texto profundamente cristológico: ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Jesús se identificó varias veces con este pastor, que ama a sus ovejas y que vela amorosamente sobre ellas: "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). Pero como hemos visto también en el clima de "intimidad" evoca el alma, San Juan habla de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El, yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20). Los primeros cristianos lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir".. . Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad.
El pastor viaja por caminos llenos de peligros, por eso necesita expresar su confianza en Yahvé: «El Señor es mi pastor». El se encarga de que llegue sano y salvo. También el pueblo camina en su éxodo, y Señor-pastor conducirá al pueblo a través del desierto, después de la prueba del destierro. Y él mismo preparará la mesa (v. 5) para los que vuelven del destierro extenuados. De este modo las palabras del salmo serían para el pueblo judío un incomparable motivo de ánimo en la esperanza de su prueba. Cristo tenía presente este salmo cuando contaba la parábola del buen pastor y ha cambiado a sabiendas las primeras palabras «el Señor es mi pastor» por «yo soy el buen pastor» (Jn 10, 14).
El problema más difícil del salmo 22 está en la interpretación del último versículo. Según se traduzca «retornaré» o «habitaré» en la casa del Señor, cambia notablemente el sentido de todo el salmo; abarca los dos movimientos, de “vuelta Dios” y conversión, y de esperanza. En cualquier caso, todo se expresa en el confiado abandono: “El Señor es mi pastor, nada me falta (v. 1). El significado y la densidad de esta expresión va más allá de una disección de estudiosos. “Señor, me veo parte de tu gran rebaño. Pero tengo la maldita costumbre de ponerme siempre a la cola, rezagado en la última fila. El camino se me hace difícil, las piernas están doloridas, me pesa el sol, la sed, el polvo que seca la garganta, y ciertos perros odiosos que siempre están dispuestos a morder apenas intentas separarte, que me quitan la libertad. Y muchas veces pienso que vas demasiado rápido. Pero ¿por qué te empeñas en ir tan deprisa? Me cuesta ver que nos guías «por el sendero justo» (v. 3), porque con frecuencia es cuesta arriba. A veces camino triste con la cabeza baja, y no veo más que polvo, piedras y cardos; las prohibiciones me irritan, me quitan libertad; algunas ovejas son encantadoras, pero otras fieles y celosas, de cerca me desilusionan y casi me empujan a marchar, sus caras no son felices, no me atrae ir por los caminos que van, ya no me atrae la gente que vive con “corrección” sino la que vive con “comprensión”; ayúdame a aprender a levantar la cabeza de una vez. A mirarte. Porque, entonces, ya no tendría que amargarme ante los peligros del camino y tu mirada de amor puesta en mí sería la luz y el único camino hacia esas praderas encantadoras donde me harás descansar. Porque he estado inquieto con tantas cosas y necesito estar en paz, contigo; a veces cuando más perdido me veo, cuando no controlo nada, veo de golpe que «tú vas conmigo» (v. 4), has venido a buscarme. Tu amor va más allá de esas ideas de libertad baratas de “él se lo ha buscado, que vuelva si quiere”, tú pones el corazón, sabes adivinar incluso cuando alguien te dice “déjame en paz” si en realidad te está gritando: “ven, te necesito”. Y tú no has estado en paz hasta que no le has encontrado. Te sentías empobrecido de esa oveja. De mí, la oveja de la última fila. Ni una palabra siquiera de reprensión. «¿Qué has hecho? ¿A qué viene esto? ¿Mira cómo estás?». He entendido en qué estado me encontraba por tu gesto de subirme a las espaldas evitando hasta la fatiga del retorno. Y como castigo: Preparas una mesa ante mí…; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa (v. 5). Ahora veo que ser cristiano es aceptar la alegría del pastor por haber recuperado la oveja escapada, rezagada, en la cola del hatajo. He vuelto a mi mundo, con grandezas y miserias, mías y de los demás, pero con el descubrimiento decisivo: mi corazón está lleno del corazón del pastor. Desde ahí, las deficiencias de los demás ya no me escandalizan. Ya no tengo ansias de grandeza, disfruto más pues no deseo ser más que los demás, «nada me falta» (v. 1): el amor de verdad es lo que más llena: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida” (v. 6). Sobre la montaña pelada del sufrimiento de no tener lo que deseo, y la monotonía del día a día, me has hecho descubrir el mejor alimento, el desierto de mis días se ha transformado en verde pradera. Y la pobreza una riqueza. Y la mansedumbre una fuerza. Y las lágrimas una fuente de alegría.Y las persecuciones y los ultrajes, un certificado de felicidad. «El monte de la calavera» será el «sendero justo» (v. 3), cuando al partir en dos tu vara y hacer una cruz, el pastor convertido en cordero que vierte la sangre por la oveja rezagada, se convierte en Rey glorioso resucitado que desposa mi alma y la invita al festín «y mi copa rebosa» (v. 5). Sí, ahora me siento seguro: «tu vara y tu cayado me sosiegan» (v. 4). Esté donde esté, pase lo que pase, con tu amor conmigo me siento “en casa”: “Y habitaré en la casa del Señor por años sin término” (v. 6; cf. Alessandro Pronzato, texto adaptado).
El hermano Roger, superior de Taizé, recordaba esta lucha contra el mal, y cómo el Señor nos conduce a la "fiesta sin fin": "descubrimos, en el fondo de nuestro ser, el Cristo Resucitado, ¡El es nuestra fiesta! Conocer los dramas del presente, las guerras, las minorías raciales maltratadas, es intolerable... Porque el hombre, para nosotros, es sagrado. ¿Cómo quedarse con los brazos cruzados, ante el hombre víctima del hombre? Pero en la sed de participar en una mayor justicia, ¿iríamos hasta renunciar a la fiesta íntima que se ofrece a todo cristiano? Sólo nos quedaría doblegarnos bajo el peso de la desesperación y proponer a la humanidad entera nuestra tristeza. ¿Vivir la fiesta, sería óbice para combatir y luchar por la justicia? Al contrario. La fiesta no es una simple euforia pasajera. Está animada por Cristo, en hombres y mujeres plenamente lúcidos sobre la situación del mundo y capaces de asumir los acontecimientos más graves...".
Sí, ¡hay una especie de "deber de ser feliz"! A condición de que esta felicidad se ponga en lo esencial y se quiera para todos.
La intimidad con Dios. Sería grave, que los cristianos aparecieran como gente desesperada y triste, ellos que tienen el secreto fantástico de la plena alegría: la humanidad avanza hacia Dios, felicidad infinita. ¿Por qué no comenzar de inmediato? "Sólo bondad y benevolencia me acompañan todos los días de mi vida; y moraré en la Casa del Señor todos los días de mi vida". El clima árido "de la sociedad de consumo" lleva a muchos jóvenes y menos jóvenes a la búsqueda de "fuentes frescas". El hombre no vive solamente de pan ni de supermercados, ni de placeres... Hoy descubre alegrías más profundas. La experiencia de la "vida con" Dios hace parte de estas alegrías secretas: "porque Tú estás conmigo"... "Nada me falta", cuando vivo esta experiencia.
Vuelta a la naturaleza. Es esta una de las aspiraciones del hombre moderno. "Mirad las flores del campo", decía Jesús. Este salmo nos invita a mirar las praderas, las fuentes, los trabajos pastoriles, la mesa en que recibimos a los amigos, las casas que nos alojan. Muchas alegrías inocentes están a nuestro alcance. ¿Por qué no aprovecharlas? ¿Por qué no proporcionarlas a los demás? (Noel Quesson).
Tres mil años de historia no han hecho perder nada a esa poesía altísima, al revés, cada vez resplandece con más belleza. W. Beecher nos dirá: "¡Bendito el día en que nació este salmo! pues él ha calmado más dolor que toda la filosofía del mundo". Y H. Bergson igualmente: "Los centenares de libros que yo he leído no me han procurado tanta luz ni tanto consuelo como el verso de este salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo". De la misma forma J. Green nos dirá: "Estas frases sencillas, estas frases de niño se quedaron sin dificultad en mi memoria. Yo veía el pastor, el valle de la sombra de la muerte, yo veía la mesa preparada. Era el evangelio en pequeño. Cuántas veces, en las horas de angustia, me he acordado del cayado reconfortante que ahuyenta el peligro. Cada día recitaba este pequeño poema profético cuyas riquezas yo nunca agotaría". Recuerdo alguna persona en el momento de la muerte, me ha pedido recitar juntos este salmo, y en el contexto de alguien que está diciendo las últimas palabras adquiere un valor especial, un sentido más profundo, pues se ve que el salmo refleja los sentimientos-resumen de una vida de esperanza, que expresa en germen el sermón de la montaña, condensado en la imagen poética que es única manera de expresar lo inexpresable, y al recitarlo un santo que se está muriendo, se ven que esas palabras expresan el fruto maduro de una fe inquebrantable, la confianza, serenidad, optimismo. Cuando las recita alguien curtido por las luchas de la vida, por situaciones angustiosas, por pruebas de todo tipo, adquieren una viveza pues se vuelven como el testamento de quien por encima de todo, el alma entonces se ve como oveja que es conocida por su pastor. Su rara brevedad es lógica: no hacen falta más que sus 6 versículos, pues está todo dicho ahí.
Dios como pastor nos lleva (vv. 1-4), Dios como anfitrión nos dará el cielo (v. 5-6), ya aquí nos hará degustar su bondad, providencia, ayuda, generosidad, esplendidez (cf. J. M. Vernet), como Joan Maragall expresó tan bien en su “Cant espiritual”, y eso es el bautismo y los demás sacramentos, como bien dirá San Ambrosio: "Escucha cuál es el sacramento que has recibido, escucha a David que habla. También él preveía, en el espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada". ¿Por qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás hambre. ¡Cuántas veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué bien se ajusta a los sacramentos del cielo". San Gregorio Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la sagrada doctrina". Y San Cirilo de Alejandría: es "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de Dios, que alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como Israel tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia." Veremos con más detalle estas ideas al hablar de Jesús como buen pastor.
3. Las "tinieblas" del pecado y la ignorancia dejan paso a la "luz" de la presencia de Dios en Cristo, "la luz del mundo" (cf. evangelio de hoy). Cuando se proyecta la luz sobre el pecado, se consigue que el pecado aparezca como tal, digno de reprobación, y esto conecta con el bautismo como dinamismo de despertar, resucitar, ser iluminado por Cristo. Ahora hemos de vivir en coherencia con esa luz, e iluminar a cuantos todavía permanecen en las tinieblas (J. M. Grané). “Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.
—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (J. Escrivá). Así lo explica el Catecismo (1695): "Justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11), "santificados y llamados a ser santos" (1 Co 1,2), los cristianos se convierten en "el templo del Espíritu Santo" (cf 1 Co 6,19). Este "Espíritu del Hijo" les enseña a orar al Padre (cf Gál 4,6) y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar (cf Gal 5,25) para dar "los frutos del Espíritu" (Gal 5,22) por la caridad operante. Curando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente por una transformación espiritual (cf Ef 4,23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como "hijos de la luz" (Ef 5,8), "por la bondad, la justicia y la verdad" en todo (Ef 5,9)”.
4. ¿Es lícito o no curar en sábado? A nosotros la pregunta nos hace reír. Pero la risa se hiela en los labios, cuando lo traducimos a nuestra época: ¿Se puede hacer el bien cuando su esto va en contra de las normas establecidas, de la ley? El “sábado” aparece como una excusa, para no ayudar: hoy será la distancia para no dar alimentos al tercer mundo, la distinción de quien “no tiene papeles” para no sentir la responsabilidad de darle la atención que requiere (trabajo, casa, medicinas…). El ciego de hoy carece de autonomía; necesita de los demás; es dependiente. Jesús lo libera (por dentro y por fuera), ya no será dependiente de otros, podrá ser libre, andar solo. Pensemos que más que normas y reglamentos el Evangelio ofrece actitudes; metas altísimas que estimulan a volar en un camino de libertad. El sábado no será esclavitud; ni las abluciones rituales antes de comer porque no es lo que el hombre toca sino lo que el hombre alberga en su interior, lo que lo hace puro o impuro. Por eso a Jesucristo no le importa comer con los oficialmente "pecadores". Jesús es un hombre absolutamente libre que no conocía más que una norma: hacer la voluntad de su Padre, la norma del amor. El Código que nos da como testamento será su Espíritu de amor, vivo en la Eucaristía y entre nosotros (Dabar). Hoy, día de los neófitos, día de los grandes escrutinios (“Aperirio aurium, -Apertura de los oídos"), es una nueva obra de creación, según San Ambrosio -quien cita a San Ireneo- con las poderosas manos creadoras del Padre: "Por la palabra del Señor se asentaron los cielos y por el Espíritu de su boca toda su fuerza" (Sal 32, 6; cf. Emiliana Löhr).
En la vigilia pascual, al encender el cirio, se proclama la luz del mundo, que ilumina nuestra vida, se hace feliz. San Agustín, partiendo de su propia experiencia, afirmaba que no hay nada más infeliz que la felicidad de aquellos que pecan: San Agustín: «El Señor dice: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Esta breve sentencia contiene un mandato y una promesa. Cumplamos, pues, lo que nos manda, y así tendremos derecho a esperar lo que nos promete. No sea que nos diga el día del juicio: «¿Ya hiciste lo que te mandaba, pues que esperas alcanzar lo que prometí?» «¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?» Te dice: «Que me siguieras.» Has pedido un consejo de vida. ¿Y de qué vida sino de aquella acerca de la cual está escrito: En ti está la fuente viva? Por consiguiente, ahora que es tiempo, sigamos al Señor; deshagámonos de las amarras que nos impiden seguirlo. Pero nadie es capaz de soltar estas amarras sin la ayuda de aquel de quien dice el salmo: Rompiste mis cadenas. Y como dice también otro salmo: El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los que ya se doblan. Y nosotros, una vez libertados y enderezados, podemos seguir aquella luz de la que afirma: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Porque el Señor abre los ojos al ciego. Nuestros ojos, hermanos, son ahora iluminados por el colirio de la fe. Para iluminar al ciego de nacimiento, primero le untó los ojos con tierra mezclada con saliva. También nosotros somos ciegos desde nuestro nacimiento de Adán, y tenemos necesidad de que Él nos ilumine». «El género humano está representado en este ciego, y esta ceguedad viene por el pecado al primer hombre, de quien todos descendemos. Es, pues, un ciego de nacimiento. El Señor escupió en la tierra y con la saliva hizo lodo, “porque el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). Untó los ojos del ciego de nacimiento. Tenía puesto el lodo y aun no veía, porque cuando lo untó, quizá le hizo catecúmeno. Le envió a la Piscina que se llama Siloé, porque fue bautizado en Cristo, y fue entonces cuando lo iluminó. Tocaba al Evangelista el darnos a conocer el nombre de esta Piscina, y por eso dice: “Que quiere decir Enviado”, porque si Aquél no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido absuelto del pecado».
«Vete, lávate» (Jn 9,7), nos dice Jesús… San Juan Cristóstomo nos ofrece una interpretación: «quiso enseñarnos que Él era el mismo Creador, que al principio se sirviera de lodo para formar al hombre. Por eso no se sirve de agua para hacer el lodo, sino de saliva, para que no atribuyéramos nada a la virtud de la fuente y entendiésemos que por la virtud de su boca hizo y abrió los ojos». ¿Y por qué recién ve luego de lavarse en la piscina de Siloé? Una clave fundamental de interpretación es la que da el mismo apóstol y evangelista cuando explica que Siloé «significa Enviado.» Así, deduce el Crisóstomo, «el que sana en ella [la piscina] es Cristo». Él es el Enviado del Padre, enviado a hacer sus obras (Jn 9,4), enviado a curar de la ceguera y arrancar de las tinieblas del pecado a todo hombre, enviado a iluminarlo y a hacer de él un hijo de la luz (2ª. lectura).
La piscina tomaba el nombre de un canal subterráneo, excavado en la roca, que recogía las aguas de una fuente externa de la ciudad de Jerusalén para introducirlas al interior de la misma, conduciéndolas a esta piscina. De allí que al canal se le había dado el nombre de “el que envía” el agua, y al agua de la piscina “el [líquido] enviado”. Es evidente que para San Juan esta agua es símbolo de Cristo, el enviado del Padre que devuelve la vista al ciego de nacimiento. La roca nos recuerda la fuente que mana de la fe en Cristo, agua viva –como hemos leído estos días, de muchos modos-. Después de la primera iluminación vendrá otra de mucho mayor trascendencia para el que era ciego. Culminado el durísimo interrogatorio –las pruebas, como el oro en el crisol- y echado fuera de la sinagoga –las contradicciones, por Jesús- el Señor sale a su encuentro y se apresta a abrirle también los ojos de la fe a quien ha sido fiel a la verdad: «“¿Tú crees en el Hijo del hombre?” Él respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Le has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él entonces dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él» (v.35). Es un itinerario “neocatecumenal”, que lo llevó gradualmente a descubrir Aquél que lo había curado, como el Hijo enviado del Padre, «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). La ceguera puede ser de muchos modos: «habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció» (Rom 1,21; la palabra con que en la Escritura se designa este oscurecimiento de la mente y corazón es “escotosis”, que deriva del griego skotos, oscuridad, tinieblas. La escotosis es la ceguera en la que vive aquél que dice que ve, incluso con mucha claridad, cuando en realidad se encuentra en la más espantosa penumbra).
Ciego está el hombre cuando -sin poder entenderse sin Dios-, opta por desconocer a Dios, como un aviador accidentado en medio del desierto, perdido, solo, incomunicado, sin brújula, sin GPS, sin un mapa o instrumento que le indique dónde se encuentra y hacia dónde ir para poder sobrevivir…, el hombre caminará entonces desorientado, su sed se hará cada vez más fuerte, empezará a desvariar por el calor, creerá que puede saciar su sed en los oasis que no son sino espejismos, y finalmente moriría en su desventura si no fuera por la misericordia divina (cf. salmo del buen pastor): «Dios se deja ver de los que son capaces de verlo, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen bañados en tinieblas y no pueden ver la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean deja por eso de brillar la luz solar, sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión. Así tú tienes los ojos entenebrecidos por tus pecados y malas acciones. (…) Pero, si quieres, puedes sanar; confíate al médico y él punzará los ojos de tu mente y de tu corazón. ¿Quién es ese médico? Dios, que por su Palabra y su sabiduría creó todas las cosas. (…) Si eres capaz, oh hombre, de entender todo esto y procuras vivir de un modo puro, santo y piadoso, podrás ver a Dios; pero es condición previa que haya en tu corazón la fe y el temor de Dios, para llegar a entender estas cosas» (San Teófilo de Antioquia), con «la luz del mundo» (Jn 9,4), «la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9): «Cristo, el nuevo Adán, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et spes, 22). ¡Déjate iluminar por Él y tendrás la luz de la vida, y tú mismo te convertirás en luz para muchos! (Jürgen Daum).

jueves, 29 de abril de 2010

JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor


Desde ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la misión de Pablo y de Bernabé. Cuenta la historia del pueblo de Israel, en la que Dios está presente. Dios se interesa por lo humano... Incluso Dios se ha «encarnado» en lo humano, en una historia y una geografía, en una cultura y una tradición. La gloria de Dios es el hombre totalmente abierto, realizado. Y esta apertura o plenitud querida por Dios, es a la vez corporal y espiritual, temporal y eterna. Ayudar al crecimiento. Promocionar a alguien o a todo un grupo humano. Contribuir al «desarrollo». ¡Es Voluntad de Dios! HOY, como ayer. La Iglesia no cesa de recordárnoslo con insistencia. ¿Cuál será, HOY, mi participación en esa gran obra divina? ¿en mi familia, mi ambiente, mis relaciones?
“En aquellos días, Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos; llegaron a Perge de Panfilia, y allí Juan Marcos los dejó y volvió a Jerusalén. Desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia, y el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron decir: “Hermanos, si tienen alguna exhortación que hacer al pueblo, hablen”. Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal de silencio con la mano, les dijo: “Israelitas y cuantos temen a Dios, escúchenme: El Dios del pueblo de Israel eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo cuando éste vivía como forastero en Egipto, lo sacó de allí con todo su poder, lo alimentó en el desierto durante cuarenta años, aniquiló siete tribus del país de Canaán y dio el territorio de ellas en posesión a Israel por cuatrocientos cincuenta años. Posteriormente les dio jueces, hasta el tiempo del profeta Samuel. Pidieron luego un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Después destituyó a Saúl y les dio por rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios. Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador, Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: ‘Yo no soy el que ustedes piensan. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias’” (13, 13-25): San Pablo pasa así, espontáneamente, del Antiguo al Nuevo Testamento. No basta con referirse al pasado. No basta con repetir o comentar los Libros de la Escritura. Hay que descubrir el misterio «actual» de Cristo que nos salva hoy. La Iglesia no tiene que poner al gusto del día una antigua doctrina; sino que, en la fidelidad a lo antiguo, debe proclamar la actualidad de la acción salvadora de Jesús. En este momento, ¡Jesús salva! La Iglesia quiere contemplar esa acción de Cristo en todos los acontecimientos de hoy (Noel Quesson).
El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo 88 cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor, que se vierte en un Mesías que va mucho más allá de la gloria humana, Él será el liberador auténtico, el Redentor. Dios es fiel a sus promesas. Nosotros muchas veces hemos fallado, pero Dios permanece siempre fiel. Y a pesar de nuestros pecados Él jamás ha dejado de amarnos y de procurar nuestro bien. Y el amor de Dios hacia nosotros consiste en esto: Que siendo nosotros pecadores, Él nos envió a su propio Hijo para perdonarnos y hacernos hijos suyos. Dios, que mediante la Unción de su Espíritu nos ha hecho de su misma familia, quiere que vivamos, sostenidos por Él, libres de todas nuestras esclavitudes manifestando, con una vida llena de buenas obras, que en verdad es nuestra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Por eso podemos afirmar con toda certeza que quien tenga a Dios con Él lo tendrá todo, pues Dios será su Padre y su protector y su salvador, y proclamamos este agradecimiento: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. He encontrado a David, mi servidor, y con mi aceite santo lo he ungido. Lo sostendrá mi mano y le dará mi brazo fortaleza. Contará con mi amor y mi lealtad y su poder aumentará en mi nombre. El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva’” (88,2-3.21-22.25.27).
A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos. “Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado»(Juan 13,16-20): Esta cena empezó con el lavatorio de los pies, una gran lección de fraternidad y de actitud de servicio para con los demás: «para que creáis que Yo soy». Es como el estribillo de la máxima realización divina, con la Encarnación Dios se nos da, se muestra, se manifiesta máximamente. En la humildad, en el servicio, en la Eucaristía, dándosenos como Pan y Vino de vida, Jesús nos hace participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás. Él mismo nos encargó que celebráramos la Eucaristía: «haced esto» en memoria mía. Pero también nos encargó que le imitáramos en el lavatorio de los pies: «haced vosotros» otro tanto, lavaos los pies los unos a los otros. Ya que comemos su «Cuerpo entregado por» y bebemos su «Sangre derramada por», todos somos invitados a ser durante la jornada personas «entregadas por», al servicio de los demás. «Dichosos nosotros si lo ponemos en práctica» (J. Aldazábal). "YO SOY", es la fórmula de la revelación de Dios a Moisés: yo estoy aquí con vosotros. Jesús se ha apropiado este título varias veces en su vida. Pero ahora dice a sus discípulos cuál es el momento en que ellos descubrirán que ese título pertenece realmente a Jesús: cuando Judas lo traicione y lo entreguen a la muerte. Jesús es Dios, pero la única prueba es la debilidad, en la cruz vence, reina… La cruz, el servicio a los demás hasta la muerte de mi tiempo, comodidad,... es donde puedo descubrir el poder de Cristo resucitado, donde puedo tener experiencia del "Yo soy" de Jesús. En la armonía de la vida, de la felicidad, hay que poner la sal de la cruz… como expresión del amor.
La verdad no cabe en un esquema, pero es necesario integrar los diversos aspectos, pues si no parece que cada uno tiene su verdad: uno ve la felicidad en la salud, o la técnica, yoga... ¿verdades? no: verdad, pero la comprendemos de modo dinámico. Pienso que hay como tres “mónadas” que determinan el equilibrio-armonía que llamamos felicidad, que va mucho más allá de la estabilidad emocional, y otros aspectos de la misma: 1) salud corporal-física; 2) mi entorno, la historia y 3) salud interior-psíquica-espiritual. Cada uno de ellos tiene a su vez 3 puntos, y nos detendremos en el último apartado, porque al componer lo más esencialmente humano, constituye el secreto de cómo ser feliz siempre:
1) salud “física”, determinada, además de cosas más específicas extraordinarias, por ciertas rutinas cotidianas: a) dormir, b) armonía con las funciones instintivas físicas (supervivencia personal y de la especie): comer, integrar la sexualidad dentro del proyecto personal, c) ejercicio físico aeróbico-vascular.
2) salud “ambiental”, como decía Ortega y Gasset, yo soy yo y mis circunstancias: ésas son también mi historia: a) familia donde nacemos, que nos viene dada, b) ambiente en el que vivimos y escogemos-amigos, clase social, etc.; c) ambiente social, la historia de nuestro tiempo (estamos condicionados por factores higiénicos y otros de tipo médicos, cultura, deporte, ideas dominantes, tecnologías, globalización…). En todos estos aspectos, mirando subidos al gigante de la tradición, vemos más y más lejos…
3) salud “interior”: esta armonía interior comprende: a) la personalidad genética: introvertida o extrovertida, primaria o secundaria, racional o sanguínea, flemática o apasionada…; b) una psicología sana en el modo de afrontar la vida: visión positiva, adaptabilidad a los cambios, prever algún remanente para llegar a final de mes… que llamamos también carácter, educado a través de las virtudes, al hacer cosas buenas nos hacemos buenos, nos vamos configurando en primer lugar con lo que hacemos, luego con lo que decimos, y en tercer lugar con lo que pensamos; y c) una espiritualidad llena de trascendencia, las potencias espirituales (inteligencia, amor y libertad) que es lo más importante y puede suplir la ausencia de los otros aspectos. No hablamos aquí de quien se aburre porque tiene falta de serotonina, por una cuestión química, sino que hay una retro-alimentación entre el sentido de sublimidad que estamos analizando bajo la óptica de la filiación divina, y la vida en el espíritu y virtudes, que de alguna manera vemos en toda educación, que básicamente consta de dos elementos: motivación y esfuerzo. Quien está motivado, se esfuerza, y quien se esfuerza crece interiormente y se va motivando. Según este esquema, la vida cristiana tendría como motor de arranque (más o menos consciente) este querer ser dios, hijos de Dios, que se aviva con su consideración: el sentirse hijos de Dios, que da alegría y libertad, de ello hablaremos en otro momento.
Todos queremos ser felices, pero no tenemos un “dispositivo” para conseguir directamente la felicidad: la publicidad muchas veces engaña, al ofrecer algo muy por encima de lo que da aquel producto. Tenemos el placer y riqueza y todo esto como sucedáneos que duran poco; la felicidad hay que buscarla principalmente en las cosas espirituales (conocer y amar), a través de la potencia volitiva, que está en querer lo bueno: he de orientar mi vida –como decía Manzoni- no a estar bien, sino a hacer el bien, y así estaremos todos mucho mejor; es decir: no he de querer ser feliz, sino bueno, y haciendo cosas buenas soy feliz, porque me convierto en bueno. Un «hombre bueno» es la manera que tenemos de honrar una persona cabal. Al estudiar la ética filosófica se entiende que el hombre tiende a la felicidad pero ésta consiste en satisfacer todas sus funciones lo cual implica que a través de sus facultades superiores puede conocer cómo sentirse realizado (inteligencia) y cómo realizar esa plenitud (voluntad). Pero la voluntad consiste en el querer y esta facultad no busca estar bien sino que tiende a través de la libertad a escoger lo que es bueno. Es decir que la voluntad como objeto de sus operaciones no tiene el ser feliz, sino lo que aparece como bueno a sus “apetencias”. Podría decirme a mí mismo que “esencial y radicalmente no he de querer ser feliz, sino bueno. Y es así como “de rebote” seré feliz. En cambio, la búsqueda del placer me lleva a la insatisfacción. Puede parecer complicado, que la felicidad se adquiere no directamente sino “de rebote” cuando hago el bien, pero la más cruel de las desventuras es el engaño de mostrar la felicidad en señuelos pasajeros que dejan rastro de vaciedad.
Pero aún hay que dar otro paso, pues la voluntad tiende al bien pero el bien supremo es el amor. Es más, el hombre –imagen de Dios, que es amor- se realiza cuando –como el modelo de su ejemplar- vive de amor, reconoce el amor y se dedica a amar, la felicidad es propia de un corazón enamorado, del que sabe querer. En definitiva, para ser buenos no hay que hacer cosas bien en un sentido de moral de obligación, sino que se han de unir las dos cosas: el bien y el amor. Porque ella es siempre la consecuencia -¡no buscada!- de la propia perfección, de la propia bondad. Y para ser buenos, hay que olvidarse por completo de uno mismo y querer procurar el bien de los demás, recuerda Tomás Melendo: “hay que aprender a amar. Únicamente entonces, cuando la desestimemos plenamente, nos sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la felicidad. El amor, sólo el amor, engendra la dicha”.
El gozo se alcanza siempre al tener lo bueno que se buscaba, y así desde el placer, que es el gozo más sensible, hasta el éxtasis –salir de uno mismo- que es el más sublime. En todos los casos, es siempre consecuencia de tender a lo que se ve como bueno y cuando se busca el gozo en sí mismo se aborta.
El goce de la felicidad es consecuencia del amor, señal de plenitud en la realización personal…, la donación amorosa. El hombre bueno es quien hace el bien a los demás, y el hombre malo el que es egoísta y perjudica a los demás, pero entonces se autodestruye pues renuncia a ser hombre. Pero el mal no tiene la última palabra, existe el perdón: pues el amor es fecundo y tiene frutos, hijos: la fecundidad del amor es su hijo, que es el perdón. Como fruto del amor viene la misericordia, que mueve a perdonar todo, y entonces es verdad que “amar es no tener que decir nunca lo siento”, pues está el perdón “englobado” en el amor, metido dentro de él como al “baño maría”.

MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA: Jesús, Buen Pastor, nos lleva la Iglesia madre, santuario de Cristo y salvación, y María es quien nos acompaña y la fortaleza que nos protege


Antioquia es, después de Roma y Alejandría, la tercera ciudad del
Imperio romano (con medio millón de habitantes, y una numerosa colonia
judía), centro de gran importancia cultural, económica y religiosa;
fue la primera gran urbe del mundo antiguo donde se predica el
Evangelio. La fundación de la Iglesia en Antioquía, capital de Siria y
entonces en pleno país pagano es una etapa principal en la expansión
de la Iglesia. Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar
el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la
dispersión que le siguió resultó que la Iglesia empezó a sentirse
misionera y abierta. Los discípulos huidos de Jerusalén fueron
evangelizando -anunciando que Jesús es el Señor- a regiones como
Chipre, Cirene y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego
también a los paganos: "Los que se habían dispersado a causa de la
persecución ocurrida con ocasión de Esteban, llegaron hasta Fenicia,
Chipre y Antioquía, predicando sólo a los judíos. Pero había entre
ellos algunos chipriotas y cirenenses, quienes, llegados a Antioquía,
se dirigieron también a los griegos, anunciando a Jesús, el Señor. El
Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al
Señor". Problema típico de todos los tiempos: el respeto a la
diversidad: los «griegos», paganos, tienen una mentalidad totalmente
distinta a la de los judíos… "anunciándoles el Evangelio del Señor
Jesús...": es decir, que Jesús es Dios (no Mesías de un solo pueblo,
sino que su dominio es sobre todos los hombres).
Dios dirige la Iglesia, se sirve de todo para que la cosa vaya hacia
el bien. "Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y
enviaron a Bernabé a Antioquía". No se contentan con "crear" nuevas
Iglesias locales, la comunidad de Jerusalén cuida de incorporarlas a
la unidad de la Iglesia única. «Creo en la Iglesia, Una, Santa,
Católica y Apostólica». Se crean lazos entre una y otra comunidad, así
se «envía a Bernabé», que pertenecía a la comunidad de Jerusalén, a la
comunidad de Antioquía... Aparece aquí un personaje muy significativo
del nuevo talante de la comunidad: Bernabé. Era de Chipre. Había
vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles.
Había ayudado a Pablo en su primera visita de convertido a Jerusalén,
para que se sintiera un poco mejor acogido por los hermanos. Era
generoso, conciliador: y éste vio en seguida la mano del Espíritu en
lo que sucedía en aquella comunidad, se alegró y les exhortó a seguir
por ese camino. Más aún: fue a buscar a Pablo, que se había retirado a
Tarso, su patria, y lo trajo a Antioquía como colaborador en la
evangelización. Bernabé influyó así decisivamente en el desarrollo de
la fe en gran parte de la Iglesia. También la comunidad cristiana de
ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más
abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo
esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una
determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso
-por ejemplo, en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una
clara descentralización de normas y aplicaciones concretas- debería
seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu
misionero. Nuestra comunidad sigue necesitando personas como Bernabé,
que saben ver el bien allí donde está y se alegran por ello, que creen
en las posibilidades de las personas y las valoran dándoles confianza,
que se fijan, no sólo en los defectos, sino en las fuerzas positivas
que existen en el mundo y en la comunidad. Personas conciliadoras,
dialogantes, que saben mantener en torno suyo la ilusión por el
trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Esto tendría
que notarse hoy mismo, en nuestra vida personal, al tratar a las
personas y valorar sus capacidades y virtudes, en vez de constituirnos
en jueces rápidos e inclementes de sus defectos. Deberíamos ser, como
Bernabé, conciliadores, y no divisores en la comunidad.
"Al llegar y ver la gracia de Dios, se llenó de alegría y exhortaba a
todos a perseverar con un corazón firme, fieles al Señor, porque era
un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran
multitud se unió al Señor. Se fue a Tarso en busca de Saulo; lo
encontró y se lo llevó a Antioquía. Y estuvieron un año entero en
aquella Iglesia instruyendo en la fe a muchas personas. Fue en
Antioquía donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de
cristianos (Hch 11,19-26). El Espíritu hace que de las patadas que les
pegan las persecuciones, como un saco lleno de semilla, más se
extienden los granos y el viento los lleva lejos (decía san
Josemaría). Te ruego, Señor, por la unidad de tu Iglesia. Que cada
comunidad esté abierta a las demás. Que ninguna llegue a ser un gheto,
un círculo cerrado, un club reservado a sólo algunos. Te ruego, Señor,
por la unidad del mundo. Que la Iglesia, en el mundo, sea signo y
fermento de unidad entre todos los hombres.
"En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el
nombre de cristianos". «Cristianos» = «hombres de Cristo». Se ha
inventado una palabra nueva. ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un
cristiano? Reflexiono sobre esta palabra, que expresa mi identidad. o
bien, ¿se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme
semejante a Ti! (Noel Quesson/J. Aldazábal).

El Salmo 87/86 habla del nuevo Pueblo de Dios, el Reino de Dios entre
nosotros. El Señor nos ha elegido como pueblo suyo: «alabad al Señor
todas las naciones», porque Dios llama a todos por igual. "Contaré a
Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han
nacido allí…" con alusiones al Templo, que es Jesús, la Presencia de
Dios vivo, y todos seremos puestos en el registro de este pueblo
santo, familia de Dios, Iglesia: "Este ha nacido allí"; y cantarán
mientras danzan: "Todas mis fuentes están en ti"». Es la hermandad de
todos los pueblos. Es la «ciudad de Dios»; está por tanto en la base
del proyecto de Dios. Todos los puntos cardinales de la tierra se
encuentran en relación con esta Madre: Ráhab, es decir, Egipto, el
gran estado Occidental; Babilonia, la conocida potencia oriental;
Tiro, que personifica al pueblo comercial del norte; mientras que
Etiopía representa al profundo sur; y Palestina, el área central,
también es hija de Sión. Es sugerente observar cómo incluso las
naciones consideradas hostiles a Israel suben a Jerusalén y son
acogidas no como extranjeras sino como «familiares», miembros de la
misma familia, llamados a abrazarse como hermanos, de regreso a casa.
Página de auténtico diálogo interreligioso, anticipa la tradición
cristiana que aplica este Salmo a la «Jerusalén de arriba» de la que
san Pablo proclama que «es libre y es nuestra madre» y tiene más hijos
que la Jerusalén terrena. Del mismo modo habla el Apocalipsis cuando
ensalza «la Jerusalén que bajaba del Cielo, de junto a Dios».
Siguiendo la línea del Salmo 87, también el Concilio Vaticano II ve en
la Iglesia universal el lugar en el que se reúnen «todos los justos
descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido».
Tendrá su «cumplimiento glorioso al fin de los tiempos».
El buen pastor -el verdadero pastor- es Jesús: pastor "bueno, bravo,
honrado, hermoso, perfecto en todos los aspectos"... ¿qué significa
"pastor" en la Biblia? El guía ("El Señor es mi pastor, nada me falta,
sobre verdes praderas reposo, hacia fuentes tranquilas me
conduce..."), el que cuida ("como un Pastor que apacienta su rebaño,
recoge con su brazo los corderos, los lleva junto a su pecho y cuida
las ovejas madres"), y gobierna ("he aquí que yo mismo cuidaré de mi
rebaño..."), el "mesías", el "jefe del pueblo", pero Jesús añade: -"El
verdadero pastor da su vida por sus ovejas...", "pone su alma" = "deja
su vida" = "da su vida". ¡Esta es una imagen sorprendente! Cuando un
pastor muere, no puede ya defender sus ovejas... Pero Jesús, por su
muerte misma, salva a sus ovejas. Por otra parte, enseguida añadirá
que El tiene el poder de "recobrar su vida" -resurrección.
Conscientemente Jesús dice que es capaz de "morir" por nosotros.
"Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la dedicación del templo. Era
invierno. Jesús se paseaba en el templo, por el pórtico de Salomón.
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos has de
tener en vilo? Si tú eres el mesías, dínoslo claramente». Jesús les
respondió: «Os lo he dicho y no me habéis creído. Las obras que yo
hago en nombre de mi Padre lo demuestran claramente. Pero vosotros no
creéis, porque no sois ovejas mías…" y sigue con los versículos que
leímos este domingo (Jn 10,22-30).
-"El pastor mercenario, si ve venir el lobo, huye... No tiene interés
alguno por las ovejas". He aquí la imagen contrastante. El falso
pastor, sólo piensa en él. Es incapaz de arriesgar su vida ante el
lobo. Las ovejas no cuentan para él. Jesús ha arriesgado su vida para
defender a la humanidad. Ha arriesgado su vida por mí. Y Pablo, para
expresar el inmenso valor de todo ser humano dirá: "¡es un hermano por
quien Cristo ha muerto! (Rm 14, 15; Co 8, 11) Yo soy alguien para
Jesús. Soy importante para El. Todo hombre es importante para Jesús.
Está dispuesto a batirse por él.
-"Conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí, como el Padre me
conoce y yo conozco a mi Padre". Esto va muy lejos. La intimidad entre
Jesús y sus amigos es como la que existe entre las personas divinas en
el seno de la Trinidad de Amor. Fue al llamarla por su nombre "María",
cuando Magdalena reconoció la "voz de Jesús". La llamó por su nombre.
Y fue entonces que ella le reconoció. De ese modo soy yo también
conocido. Gracias por este amor, gracias.
-"Tengo otras ovejas que no son de este aprisco: y es preciso que Yo
las traiga con las demás. Escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y
un solo pastor". Es el corazón universal de Jesús, la dimensión
misionera de la Iglesia. Jesús no se contenta jamás con el "pequeño
rebaño" ya salvado, ya reunido... se preocupa de la "oveja perdida"
que ha abandonado el rebaño. ¿Cuál es mi oración y mi acción para las
misiones, para la evangelización? ¿Cuál es mi participación en el
apostolado? -"Tengo poder para dar mi vida y poder para volver a
tomarla de nuevo" (Noel Quesson). La revelación de Jesús llega a mayor
profundidad en la fiesta de la Dedicación del Templo. No sólo es la
puerta y el pastor, no sólo está mostrando ser el enviado de Dios por
las obras que hace. Su relación con el Padre, con Dios, es de una
misteriosa identificación: «yo y el Padre somos uno». Jesús va
manifestando progresivamente el misterio de su propia persona: el «yo
soy».
El pasaje del evangelio nos invita a renovar también nosotros nuestra
fe y nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos decir que le escuchamos,
que le conocemos, que le seguimos?, ¿que somos buenas ovejas de su
rebaño? Tendríamos que hacer nuestra la actitud que expresó tan
hermosamente Pedro (leímos el sábado): «Señor, ¿a quién iremos? tú
tienes palabras de vida eterna». En la Eucaristía escuchamos siempre
su voz. Hacemos caso de su Palabra. Nos alimentamos con su Cuerpo y
Sangre. En verdad, éste es un momento privilegiado en que Cristo es
Pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo
de la jornada: siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él, imitando
su estilo de vida (J. Aldazábal). Le pedimos a la Virgen, Divina
Pastora, que nos haga escuchadores del Espíritu Santo, el Espíritu de
Jesús.