This is default featured slide 1 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 2 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 3 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 4 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

This is default featured slide 5 title

Go to Blogger edit html and find these sentences.Now replace these sentences with your own descriptions.

Mostrando entradas con la etiqueta fortaleza divina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta fortaleza divina. Mostrar todas las entradas

viernes, 6 de mayo de 2011

VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: la Eucaristía, fortaleza para ser testimonios de la verdad, da alas para amar

Hechos de los apóstoles 5, 34-42: Entonces levantándose en el concilio un Fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerable á todo el pueblo, mandó que sacasen fuera un poco á los apóstoles. 35 Y les dijo: Varones Israelitas, mirad por vosotros acerca de estos hombres en lo que habéis de hacer. 36 Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien; al que se agregó un número de hombres como cuatrocientos: el cual fué matado; y todos los que le creyeron fueron dispersos, y reducidos á nada. 37 Después de éste, se levantó Judas el Galileo en los días del empadronamiento, y llevó mucho pueblo tras sí. Pereció también aquél; y todos los que consintieron con Él, fueron derramados. 38 Y ahora os digo: Dejaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo ó esta obra es de los hombres, se desvanecerá: 39 Mas si es de Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo á Dios. 40 Y convinieron con Él: y llamando á los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y soltáronlos. 41 Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre. 42 Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar á Jesucristo.

Samo 27, 1.4.13-14: el Altísimo es mi luz y mi salvación: ¿de quién temeré? el Altísimo es la fortaleza de mi vida: ¿de quién he de atemorizarme? 4 Una cosa he demandado á el Altísimo, ésta buscaré: Que esté yo en la casa del Altísimo todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura del Altísimo, y para inquirir en su templo. 13 Hubiera yo desmayado, si no creyese que tengo de ver la bondad del Altísimo En la tierra de los vivientes. 14 Aguarda á el Altísimo; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón: Sí, espera á el Altísimo.

Evangelio según san Juan 6,1-15 (también se lee el domingo 17 (B)): En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».
Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.

Comentario: 1. Fariseo de tendencia liberal, Gamaliel fue el profesor de Pablo de Tarso (cf. Hch 22,3). Cuando fueron detenidos los apóstoles, sugirió al tribunal que dejara que las cosas siguieran su curso. Según él, si el movimiento cristiano venía de Dios, los hombres no podrían nada contra él; si, por el contrario, venía de los hombres, desaparecería por sí mismo.
a) La historia de Teudas y Judas son recogidas por Flavio Josefa (Antiquitates iud. 18,4-10;20,169-172), parece que fueron revueltas de tiempos del nacimiento de Jesús. Sagacidad y cálculo es la base del procedimiento de los miembros del Sanedrín. Mandan azotar a los apóstoles, como lo fueron Jeremías, y Elías y otros muchos amenazados; el efecto causado en los apóstoles no es de retraimiento sino de alegría por haber sufrido a causa de Jesús, y por ello se dedican a la predicación con ardor, inmediatamente, según las palabras que recogerá Mateo de la boca de Jesús: “bienaventurados seréis cuando os injurien…” (5,11-12).
b) Gamaliel nos da una lección de coherencia, de honradez, de no dejarse llevar por la moda. Cuando es difícil ejercer lúcidamente un discernimiento, vemos gente que se pone del lado de la Iglesia por motivos de sinceridad, de buscar la verdad aunque no compartan la doctrina. Gamaliel recuerda a los senadores judíos que esas insurrecciones acabaron en nada: sus jefes fueron muertos violentamente y sus seguidores dispersados. Les aconseja entonces que no den mucha importancia al naciente movimiento de los apóstoles: si es de los hombres se disolverá por sí mismo. Si es de Dios nada podrán contra ellos. Hombres como él están muy cerca del Reino de Dios, son los que llamamos “hombres de buena voluntad” que, sin saberlo, encarnan muchos de los valores y de las virtudes evangélicas (“Diario Bíblico”), esa familia inaugurada por Jesús, aunque algunos no lo sepan, como recordamos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Apoc 5,9-10), y esta familia tiene una tierra, que es la que nos promete la esperanza, que recordamos en la Colecta: «Oh Dios, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la resurrección». Supone vivir con los pies en la tierra pero sin valorar lo material más que lo que es para siempre, como pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre».
c) es de destacar la alegría de los Apóstoles por padecer por Cristo, como recuerda Juan Pablo II: «La alegría cristiana es una realidad que no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaros a gozar de esta alegría!»
2. Esta alegría es la que proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor», pues como recordamos en la Comunión, «Cristo nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Aleluya» (Rom 4,25), y pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su resurrección».
Querer vivir en la casa del Señor puede ser el mejor de los deseos. La confianza absoluta en Dios tiene una referencia completa en Jesús, luz del mundo que ilumina el camino (cf. Jn 8,12; 1,9) que se ha encendido plenamente en su resurrección; este es el sentido de “tierra de los vivos” (v. 13) pues el cielo es donde está el Santuario (v. 4; Ap 7,15-16).
Juan Pablo II comentaba así este Salmo, que tiene como telón de fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel. “De hecho, el salmista habla explícitamente de la «casa del Señor», del «templo» (versículo 4)… En el original hebreo, estos términos indican más precisamente el «tabernáculo» y la «tienda», es decir, el corazón mismo del templo, en el que el Señor se revela con su presencia y palabra”. El Salmo está imbuido de un ambiente de gran serenidad, basada en la confianza en Dios. Ante las dificultades, no está el hombre solo y su corazón mantiene una paz interior sorprendente, pues -como dice la espléndida «antífona» de apertura del Salmo- «El Señor es mi luz y mi salvación». Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? » (Romanos 8, 31)… «habitaré en la casa del Señor por años sin término». Entonces podrá «gozar de la dulzura del Señor» (Salmo 26, 4). El monje Isaías lo aplica a la oración en la tentación: «Si vemos que los enemigos nos rodean con su astucia, es decir, con la acidia, debilitando nuestra alma en el placer, ya sea porque no contenemos nuestra cólera contra el prójimo cuando actúa contra su deber, o si tientan nuestros ojos con la concupiscencia, o si quieren llevarnos a experimentar los placeres de gula, si hacen que para nosotros la palabra del prójimo sean como el veneno, si nos hacen devaluar la palabra de los demás, si nos inducen a diferenciar a los hermanos diciendo: "Este es bueno, este es malo", si nos rodean de este modo, no nos desalentemos, más bien, gritemos como David con corazón firme diciendo: "El Señor es la defensa de mi vida" (v.1)». Es bellísimo el llamamiento que se dirige a sí mismo al final el salmista: «Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor» (versículo 14; Cf. Salmo 41,6.12 y 42,5). También en otros Salmos estaba viva la certeza de que del Señor se obtiene fortaleza y esperanza: «a los fieles protege el Señor... ¡Valor, que vuestro corazón se afirme, vosotros todos que esperáis en el Señor!» (Salmo 30, 24-25). El profeta Oseas exhortaba así a Israel: «espera en tu Dios siempre» (Oseas 12, 7). En varias ocasiones el Salmo reclama: «Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro» (versículos 8-9). “El rostro de Dios es, por tanto, la meta de la búsqueda espiritual del orante. Al final emerge una certeza indiscutible, la de poder «gozar de la dicha del Señor» (v. 13).
En el lenguaje de los salmos, «buscar el rostro del Señor» es con frecuencia sinónimo de la entrada en el templo para celebrar y experimentar la comunión con el Dios de Sión. Pero la expresión comprende también la exigencia mística de la intimidad divina a través de la oración. En la liturgia, por tanto, y en la oración personal, se nos concede la gracia de intuir ese rostro que nunca podremos ver directamente durante nuestra existencia terrena (cf. Ex 33,20). Pero Cristo nos ha revelado, de manea accesible, el rostro divino y ha prometido que en el encuentro definitivo de la eternidad -como nos recuerda san Juan- «le veremos tal cual es» (1 Juan 3, 2). Y san Pablo añade: «Entonces veremos cara a cara» (1 Corintios 13, 12)”. Orígenes, escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos» (PG 12, 1281). Y san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada más valioso... "No te alejes airado de tu siervo" para que buscándote no me encuentre con otra cosa. ¿Qué pena puede ser más dura que ésta para quien ama y busca la verdad de tu rostro?
Pero ese buscar el rostro del Señor, querer encontrar refugio, consuelo y apoyo en el Señor no puede convertirse para nosotros en un signo de huida del mundo y del cumplimiento de nuestros compromisos temporales. No nos importa tanto el templo, sino el saber que al llegar a él nos vamos a reunir con aquellos con quienes disfrutamos de la misma fe, con quienes tenemos las mismas aspiraciones para darle un nuevo rumbo a nuestra historia. Ahí nos sentiremos fortalecidos por Dios y por los hermanos. Ahí encontraremos fuerzas para seguir luchando por el Reino de Dios y su justicia. Busquemos al Señor para orar, para escuchar su Palabra y para vivir totalmente comprometidos en el trabajo a favor de su Reino entre nosotros.
3. “Empezamos hoy la lectura del famoso capítulo 6 de san Juan: es una verdadera síntesis teológica sobre la eucaristía y sobre la fe. Según un procedimiento de composición, habitual en san Juan, tendremos el relato de dos milagros, luego un largo discurso de Jesús que expresa y prolonga la significación de estos dos "signos" prodigiosos. La lectura de este conjunto abarcará toda la próxima semana. 1) Multiplicación de los panes. 2) Marcha sobre las aguas. 3) Discurso sobre el Pan de Vida. La alusión explícita a la proximidad de la Pascua... y, como enseguida veremos, la fórmula de bendición de los panes (eucaristasas en griego) que es exactamente la utilizada durante la Cena-comida pascual... prueban que san Juan pensaba ciertamente en la Eucaristía. No olvidemos, además, que cuando Juan escribió este relato, la Iglesia tenía ya una práctica de al menos unos 40 o 50 años de celebraciones eucarísticas.
-“Levantando pues los ojos, y contemplando la gran muchedumbre que venía a El, dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para dar de comer a estos?"” Dios es amor, dirá san Juan en su primera Epístola. Jesús es amor, nos revela a Dios. Jesús ve las necesidades de los hombres. Jesús se preocupa de la felicidad de los hombres. Jesús tiene presente la vida de los hombres. Su milagro de la multiplicación de los panes, como su sacramento de eucaristía... son gestos de amor. ¡Me paro a escuchar tu voz, Jesús! Eres Tú quien nos interroga, quien nos provoca. Eres Tú, Señor, quien nos pide saber mirar el hambre de los hombres, y sus necesidades aun las más prosaicas... "para que tengan de qué comer" Tú dices... ¡simplemente de qué comer! Y nosotros que tan a menudo soñamos en un Dios lejano, en las nubes. Eres Tú que nos conduces a nuestra vida humana cotidiana. Amar... ¡ahí está! es un humilde servicio cotidiano.
-“Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente?” Ante los grandes problemas humanos -el Hambre, la Paz, la Justicia- repetimos constantemente la misma respuesta: "¿qué podemos hacer nosotros? esto nos rebasa." Retengo la inmensa desproporción: 5 panes... 2 peces... 5.000 hombres.
-“Jesús tomó los panes, y, habiendo "eucaristiado" -habiendo "dado gracias"- se los distribuyó”. Dar Gracias. Agradecer a Dios. Tal es el sentimiento de Jesús en este instante. Piensa en otra multiplicación de "panes". Piensa en el inaudito misterio de la comida pascual que ofrecerá a los hombres de todos los tiempos. No descuida el "hambre corporal", pero piensa sobre todo en el "hambre de Dios" que es de tal modo más grave aún para los hombres.
-"Verdaderamente éste es el gran profeta, que ha de venir al mundo." Pero Jesús conociendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey se retiró otra vez al monte El solo. Jesús no quiere dejar creer que El trabaja para un reino terrestre. Su proyecto no es político, incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús no entra directamente en el proyecto de "liberación" cívica en el que sus contemporáneos quisieran arrastrarle. Esto será por otra parte la gran decepción de estas gentes, que le abandonarán todos. Jesús piensa que su proyecto es otro: su gran discurso sobre el "pan de la vida eterna" nos revelará ese "proyecto"” (Noel Quesson).
b) “En un mundo también ahora desconcertado y hambriento, Cristo Jesús nos invita a la continuada multiplicación de su Pan, que es él mismo, su Cuerpo y su Sangre. También ahora la Eucaristía se puede entender como relacionada a los dones humanos y limitados, pero dones al fin, que podemos aportar nosotros. Los cinco panes y dos peces del joven pueden compararse a los deseos de justicia y de paz por parte de la humanidad, el amor ecologista a la naturaleza, la igualdad apetecida entre hombres y mujeres, y entre razas y razas, los progresos de la ciencia: Jesús multiplica esos panes y se nos da él mismo como el alimento vital y la respuesta a las mejores aspiraciones de la humanidad. Nosotros, los que podemos gozar de la Eucaristía diaria, apreciamos más todavía el don de Cristo que se nos da como Palabra iluminadora y como Pan de vida (J. Aldazábal).
Quiero comentar brevemente aquella frase: «Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer». Hoy leemos el Evangelio de la multiplicación de los panes: «Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron» (Jn 6,11). El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una "anorexia espiritual", que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos sobrenaturales; no seamos "realistas", sino "confiados" en Dios. Así, cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él.
Al contemplar esos "signos de los tiempos", no queremos pasividad (pereza, languidez por falta de lucha...), sino esperanza: el Señor, para hacer el milagro, quiere la dedicación de los Apóstoles y la generosidad del joven que entrega unos panes y peces. Jesús aumenta nuestra fe, obediencia y audacia, aunque no veamos enseguida el fruto del trabajo, como el campesino no ve despuntar el tallo después de la siembra. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos, hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San Josemaría), que aparecerán de modo insospechado.
No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte: ¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió Juan Pablo II. Acompañemos, pues, con el Rosario a la Virgen, pues su intercesión se ha hecho notar en tantos momentos delicados por los que ha surcado la historia de la Humanidad.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 19 de abril de 2010

SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.


Hechos (6,1-7): "En aquellos días, debido a que el grupo de los
discípulos era muy grande, los creyentes de origen helenista
murmuraron contra los de origen judío, porque sus viudas no eran bien
atendidas en el suministro cotidiano. Los Doce convocaron al grupo de
los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros dejemos de anunciar la Palabra de Dios
para dedicarnos al servicio de las mesas. Por tanto, elegid de entre
vosotros, hermanos, siete hombres de buena reputación, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomendaremos este
servicio para que nosotros podamos dedicarnos a la oración y al
ministerio de la Palabra.
La proposición agradó a todos, y eligieron a Esteban, hombre lleno de
fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas
y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron ante los apóstoles,
y ellos, después de orar, les impusieron las manos.
La Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba
mucho en Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe".
Los recién llegados, los de una cultura nueva, se sentían cristianos
de segunda clase respecto a los judíos «de origen». Son problemas
humanos, que también vemos en la Iglesia: los "antiguos" y sus
"privilegios", ante la actitud que ha de ser siempre abierta y
acogedora a los recién llegados. Tensiones que en diversas épocas
pueden ser distintas, estar más a gusto con unos u otros, o de
acuerdo.
a) -"No conviene que abandonemos la Palabra de Dios por servir a las
mesas". Había banquete, es una idea que sugiere regocijo, fiesta,
comunión humana que termina con la comunión del mismo Cristo.
Son siete los elegidos, un número que recuerda los 70 jueces que elige
Moisés para que le ayuden a administrar justicia o los 70 miembros del
Sanedrín. La elección de los siete abre un nuevo apartado de los
Hechos de los Apóstoles, en el que ocupan el primer plano cristianos
procedentes de mundo griego. A partir de ahora, los cristianos se
llamarán "discípulos" en los Hechos. Veremos, de entre los escogidos,
destacar Esteban. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a la
oración y al servicio de la Palabra». Es todo un programa de
apostolado. Sin vida interior, sin oración, no es posible una
verdadera evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga
cuanto esté de su parte, para que se le escuche inteligentemente, con
gusto y docilidad. Pero no dude de que, si logra algo y en la medida
en que lo logre, es más por la piedad de sus oraciones que por sus
dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes ha de
hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se
acerque la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras,
eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar
de lo que se llenó». Y también: «Si no arde el ministro de la Palabra,
no enciende al que predica».
Cuando aparecen problemas, ¿los resolvemos hablando?
Salmo (32,1-2,4-5,18-19): "Justos, alabad al Señor, la alabanza es
propia de los rectos; dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su
honor con el arpa de diez cuerdas; pues la palabra del Señor es
eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; Él ama la justicia y el
derecho, la tierra está llena del amor del Señor. Pero el Señor se
cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, para
librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre. Que tu
misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti."
Jesús resucitado quiere salvarnos de todo lo que es negativo en
nuestra vida. Se nos exige una confianza absoluta en la misericordia
del Señor. En este sentido hay que entender la mirada amorosa de Dios,
y no como han querido hacernos ver otras veces: "Dondequiera que
vayas, hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del
día, el ojo de Dios te mira", comenta san Basilio.

El Evangelio (Juan 6,16-21): "A la caída de la tarde, los discípulos
bajaron al lago, subieron a una barca y emprendieron la travesía hacia
Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. De pronto se
levantó un viento fuerte que alborotó el lago. Habían avanzado unos
cinco kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca
caminando sobre el lago, y les entró mucho miedo. Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
Entonces quisieron subirlo a bordo y, al instante, la barca tocó
tierra en el lugar al que se dirigían".
La tradición ha visto en esta barca la imagen de la Iglesia,
zarandeada a lo largo de los siglos por el oleaje de las
persecuciones, de las herejías y de las infidelidades. Siempre, desde
el principio sufrió contradicciones, y hoy como ayer se sigue
combatiendo a la Iglesia. Eso nos hace sufrir, pero a la vez nos da
una inmensa seguridad y una gran paz, que Cristo mismo esté dentro de
la barca; vive para siempre en la Iglesia, y por eso, las puertas del
infierno no prevalecerán contra Ella; durará hasta el final de los
tiempos. No nos dejemos impresionar porque ha arreciado la tempestad
contra nuestra Madre, porque perderíamos la paz, la serenidad y la
visión sobrenatural. Cristo está siempre cerca de nosotros, de cada
uno, y nos pide confianza.
La Iglesia durará hasta el fin del mundo, y no habrá cambio sustancial
en su doctrina, en su constitución o en su culto. La razón de la
permanencia de la Iglesia está en su íntima unión con Cristo, que es
su Cabeza y Señor. Después de subir a los cielos envió a los suyos el
Espíritu Santo para que les enseñe toda la verdad, y cuando les
encargó predicar el Evangelio a todas las gentes, les aseguró que Él
estaría siempre con ellos hasta el final del mundo. La fe nos
atestigua que esta firmeza en su constitución y en su doctrina durará
siempre, hasta que Él venga. Los ataques a la Iglesia, los malos
ejemplos, los escándalos, nos llevarán a amarla más, a rezar por esas
personas y a desagraviar. Permanezcamos siempre en comunión con Ella,
fieles a su doctrina, unidos a sus sacramentos, y dóciles a la
jerarquía.
Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, san Juan nos
trae este relato de una acción misteriosa de Jesús: alcanza a sus
discípulos, a media noche, caminando sobre las aguas del lago en medio
de las cuales ellos bregan contra la tempestad. En el momento de
alcanzarlos, cuando ellos, asustados, quieren hacerlo subir a bordo,
la barca toca tierra. Es uno de los llamados "milagros sobre la
naturaleza", diferentes de las curaciones y los exorcismos y mucho
menos numerosos. Jesús acaba de manifestarse como el Profeta, como
Moisés o Eliseo, que alimenta al pueblo en el desierto, de forma
generosa y milagrosa. Ahora, caminando sobre las aguas del lago, no
puede ser otro que el Señor del universo, creador y ordenador de las
fuerzas del mundo que, como tantas veces es descrito en el AT, domina
las aguas del caos, envía la lluvia a la tierra, hace pasar a su
pueblo, sin mojarse los pies, a través del Mar Rojo. El mismo que se
sienta por encima de la tormenta y cuyos caballos pisotean el océano
sin dejar rastro de sus huellas. Por eso la palabra de Jesús para
calmar a sus discípulos es muy significativa: "Yo soy, no tengan
miedo". El "Yo soy" nos remite al nombre mismo de Dios tal y como lo
reveló a Moisés al pie de la zarza. Esto significa que los cristianos
entre los cuales se formó y difundió inicialmente el evangelio de san
Juan, afirmaban la divinidad de Jesucristo, parangonable a Dios, el
Padre, partícipe de sus atributos. Y esto gracias a la fe en la
resurrección por la cual Dios había exaltado a Jesús manifestándolo
como su hijo muy amado.
Jesús llega inesperadamente caminando sobre las aguas, para auxiliar a
los Apóstoles que se encontraban llenos de pavor, para robustecer su
fe débil y para darles ánimos en medio de la tempestad. En nuestra
vida personal no faltarán tempestades. Con el Señor, mediante la
oración y los sacramentos, las tormentas interiores se tornan en
ocasiones de crecer en fe, en esperanza, en caridad y fortaleza. Con
el tiempo comprenderemos el sentido de estas dificultades. Siempre
contaremos con la ayuda de nuestra Madre del Cielo, especialmente
cuando lo pasamos mal. No dejemos de acudir a Ella" (Francisco
Fernández Carvajal-Tere Correa).
b) "No tengáis miedo... Soy Yo". Juan Pablo II comentó mucho esta
expresión del Señor: "Cristo dirigió muchas veces esta invitación a
los hombres con que se encontraba. Esto dijo el Ángel a María: "No
tengas miedo". Y esto mismo a José: "No tengas miedo". Cristo lo dijo
a los Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente
después de su Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba
cuenta de que tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que
veían era el mismo Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo
cuando fue apresado, y tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se
les apareció. Esas palabras pronunciadas por Cristo las repite la
Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo ha hecho
desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis
miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente
enraizadas en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo
Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo? No debemos temer a la verdad de
nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella, un día, con especial
viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre
pecador!" Pienso que no fue sólo Pedro quien tuvo conciencia de esta
verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo Sucesor de Pedro. La
advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le está
respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que
dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!"
Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de
hombres". ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es siempre igual;
los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más imperfectos
cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto
viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo
mismo conoce mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay
dentro de cada hombre"". Así lo decía también en el último encuentro
de los jóvenes: "¡Queridos jóvenes! Cada vez más me doy más cuenta de
cómo fue providencial y profético el que este día, Domingo de Ramos y
de la Pasión del Señor, se convirtiera en vuestra jornada. Esta fiesta
contiene una gracia especial, la de la alegría unida a la Cruz,
sintetiza el misterio cristiano. Os digo hoy: continuad sin cansaros
el camino emprendido el camino emprendido para ser por doquier
testigos de la Cruz gloriosa de Cristo. ¡No tengáis miedo! Que la
alegría del Señor, crucificado y resucitado, sea vuestra fuerza, y que
María Santísima esté siempre a vuestro lado".
¡Qué poca fe la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad!
Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias: enfermedad,
trabajo, reveses de fortuna, contradicciones del ambiente. Olvidamos
que Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad. Debemos aumentar
nuestra confianza en Él y poner los medios humanos que están a nuestro
alcance. Jesús no se olvida de nosotros: "nunca falló a sus amigos"
(Santa Teresa). Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos;
siempre llega, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento
oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular
fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. "Si no
le dejas, Él no te dejará" (J. Escrivà). Y nosotros le decimos que no
queremos dejarle. " Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros
ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios
habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es
accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo
permanente" (Id.) Esta es la medicina para barrer, de nuestras vidas,
miedos, tensiones y ansiedades. En toda nuestra vida, en lo humano y
en lo sobrenatural, nuestro "descanso", nuestra seguridad, no tiene
otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Esta realidad es
tan profunda que afecta al mismo hombre, hasta tal punto de que Santo
Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser.
Dios es un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y ha
puesto un Ángel para que nos guarde en todos los caminos. En la
tribulación acudamos siempre al Sagrario, y no perderemos la
serenidad. Nuestra Madre nos enseñará a comportarnos como hijos de
Dios; también en las circunstancias más adversas.
"Soy yo, no tengáis miedo", hemos de sentir esa palabra de Jesús que
nos da confianza. "¿Quién no ha pasado por una situación idéntica? Se
ha cerrado la noche, el viento nos es contrario, el mar de la vida se
encrespa y todo parecen ser dificultades, y cuando aparece el fantasma
resulta que el susto se transforma en el encuentro esperado, que nos
descubre que todo está en su sitio, y que ya llegamos a la meta de la
que nos parecía estar tan lejos... Situaciones de noche cerrada y mar
contrario… El ser humano es un ser que no puede caminar por la vida a
la fuerza, contra el viento y contra el mar, en noche cerrada... Eso
sólo en algunos momentos. No se puede convivir con los fantasmas de la
noche... Confianza en la vida, en la gente, en sí mismo (autoestima) y
también en Él, el único fantasma que nos puede decir insinuantemente:
«Soy yo»... Cuando el sinsentido, la mala suerte, el absurdo, o la
culpa nos cierran el paso y nos parece estar perdidos, como aquellos
discípulos, es bueno descubrir que tras esos fantasmas muchas veces es
Dios mismo quien nos prueba, y quien llegado el momento nos mira con
amor y nos dice «Soy yo, no temas» (Juan Mateos-Jesús Peláez; "Diario
Bíblico").
c) Esta noche fatídica del pánico por la mar encrespada y, además, por
la visión de Jesús que se les acerca caminando sobre las aguas, es
motivo para pensar en nuestros miedos y oír las palabras
tranquilizadoras: «soy yo, no temáis». Como en el caso de las pescas
milagrosas, cuando no está Jesús con ellos, es inútil su esfuerzo y no
tienen paz. Cuando se acerca Jesús, vuelve la calma y el trabajo
resulta plenamente eficaz. Cuando se hace de noche en todos los
sentidos, cuando arrecia el viento contrario y se encrespan los
acontecimientos, cuando se nos junta todo en contra y perdemos los
ánimos y a Jesús no lo tenemos a bordo -porque estamos nosotros
distraídos o porque Él nos esconde su presencia- no es extraño que
perdamos la paz y el rumbo de la travesía. Si a pesar de todo,
supiéramos reconocer la cercanía del Señor en nuestra historia, sea
pacífica o turbulenta, nos resultaría bastante más fácil mantener o
recobrar la calma. Cada vez que celebramos la Eucaristía, el
Resucitado se nos hace presente en la comunidad reunida, se nos da
como Palabra salvadora, y -lo que es el colmo de la cercanía y de la
donación- Él mismo se nos da como alimento para nuestro camino. Es
verdad que su presencia es siempre misteriosa, inaferrable, como para
los discípulos de entonces. Pero por la fe tenemos que saber oír la
frase que tantas veces se repite con sus variaciones en la Biblia:
«soy yo, no temáis». Llegaríamos a la playa con tranquilidad, y de
cada Misa sacaríamos ánimos y convicción para el resto de la jornada,
porque el Señor nos acompaña, aunque no le veamos con los ojos humanos
(J. Aldazábal).
d) «Tú has querido hacernos hijos tuyos: míranos siempre con amor de
padre", para que "alcancemos la libertad verdadera y la herencia
eterna» (oración), y «que esta Eucaristía nos haga progresar en el
amor» (comunión), en medio de la oscuridad de la noche: "En el mar
trazaste tu camino, tu paso en las aguas profundas, y nadie pudo
reconocer tus huellas". El mar, símbolo de las potencias malignas, es
vencido por Jesús, como fue vencido antes por Dios en la creación, en
el éxodo, en el combate escatológico (León-Dufour). Él nos hará llegar
rápida y seguramente al puerto" ("Diario Bíblico"). Este es el motivo
de los milagros que Jesús realiza, afianzar nuestra fe: «Mas Jesús
llevaba, por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel
hermoso espectáculo a que mejorasen en sus costumbres. ¿Cómo no pensar
entonces en que se ofrecía a sí mismo como ejemplo de la vida más
santa, no sólo ante sus auténticos discípulos, sino también ante los
otros? Ante sus discípulos, para moverlos a enseñar a los hombres
conforme a la voluntad de Dios; ante los otros, para que enseñados a
la par por la doctrina, vida y milagros cómo habían de vivir, todo lo
hicieran con intención de agradar a Dios sumo» (Orígenes). "El miedo
llamó a mi puerta; / la fe fue a abrir / y no había nadie" (Juan
Carlos Martos). "Jesús no es un fantasma, ni la figura de un Dios que
venga a causarnos terror. Él es el Dios que se hace cercanía a
nosotros siempre; y en los momentos más difíciles de nuestra vida no
podemos espantarnos pensando que el Señor se nos ha acercado para
castigarnos a causa de nuestros pecados. Dios se acerca constantemente
a nosotros, especialmente, de un modo culminante, en la Eucaristía. Su
paz es nuestra paz; ojalá no perdamos la paz a causa de volver a
desviar nuestros caminos de Él. El Señor nos alimenta con su Palabra y
con su Pan de Vida eterna. Nosotros nos alegramos porque, a pesar de
que muchas veces vivimos lejos de Él, ahora nos recibe en su casa para
perdonarnos y para sentarnos a su mesa. Pero el Señor al llenarnos de
su Vida y al hacernos partícipes de su salvación, nos quiere
comprometidos con nuestro mundo para manifestarle el rostro amoroso de
Dios, que se acerca para socorrer a los necesitados y para remediar
los males de los que sufren. Por eso nuestra Eucaristía se convierte
para nosotros en un auténtico compromiso que nos ha de llevar a
cumplir con la misma Misión que el Padre Dios encomendó a su Hijo y
que el Hijo nos encomendó a nosotros. También nosotros hemos de llevar
esta presencia. Nosotros, por voluntad de Dios, hemos de ser la
cercanía amorosa de Dios para nuestro prójimo
(www.homiliacatolica.com).