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jueves, 28 de octubre de 2010

Emagister.com

Queridos amigos: cuando entré hace meses en la comunidad
http://www.emagister.com/ pensé que era un sitio educativo, por eso os invité
a participar. Ahora tengo que decir que no me gusta, y por eso me
salgo. Aquí expongo algunas razones... Saludos!
Llucià

Después de un tiempo, he quitado este post. Cuando sufrí acoso por parte de algunos, pienso que por las reformas que allí se hicieron debido a nuestras sugerencias, y que a algunos que creían perder poder no les gustó, Joaquim Falgueras y Erasmo López se portaron bien, con ejemplaridad. Por eso retiro las críticas del debate público, porque están ya planteadas, y yo me retiro de esta polémica. Espero que con las medidas que se tomen se resuelvan los conflictos de acoso que había. Además, al que no le guste un sitio que se vaya. Dejo aquí solo los comentarios, porque no son míos.

miércoles, 27 de octubre de 2010

A la escucha del otro

Mi querida Misa

sábado, 16 de octubre de 2010

Domingo XVIII, año C: la fe y la obediencia nos llevan a confiar en las manos de Dios, que ofrece a todos la salvación

Domingo XVIII, año C: la fe y la obediencia nos llevan a confiar en
las manos de Dios, que ofrece a todos la salvación

1. Segundo libro de los Reyes (5,14-17).
El general sirio ha venido por la palabra de una esclava judía, para
curarse. El profeta le ha dicho que se lave en el río, y él dudó
porque los ríos de su país son mucho mejores, pero al final obedece el
consejo sencillo que le proponen: En aquellos días, Naamán el sirio
bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado
Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia de la lepra, como
la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le
presentó diciendo:
-Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de
Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.
Contestó Eliseo: -Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada.
Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo: -Entonces, que entreguen
a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas;
porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios
de comunión a otro dios que no sea el Señor.
Ellos pensaban que los dioses tenían un territorio, por eso se lleva
tierra… pero aquí vemos que la salvación es para todos. Lo entienden
de momento a medias… sólo un poco. También es una lección de
gratuidad. Eliseo no acepta ningún presente y no pide nada. Con Dios
tampoco hemos de pagarle ni demostrarle nada, Él nos quiere y basta…
Lo de lavarse está claro que es una profecía de lo que es el bautismo.
Este general, después de haber llegado a la cúspide de  su carrera, de
repente frente al abismo: tiene lepra. Está condenado en vida a muerte
en un  doble sentido: tendrá que contemplar en su cuerpo, todavía
vivo, su propia corrupción, y  experimentar en vida el destino de la
muerte. Y porque así ocurría, porque el leproso se  hallaba ya en las
garras de la muerte, era arrojado de la sociedad y «dejado en la
intemperie»: él no tenía ya -por supuesto, en Israel, pero tampoco en
otras religiones-  ningún acceso al santuario; era excomulgado de la
comunidad, la cual quedaría  contaminada con el hálito de la muerte.
En ese aislamiento, queda abandonado totalmente  al poder de la
muerte, cuya esencia es soledad, ruina y destrucción de la comunión
con  otros.
En este momento cruel y terrible de su derrumbamiento en la nada,
Naamán se agarra a  un clavo ardiendo y se aferra al más mínimo rumor
de posible salvación. En este caso, lo  escucha de una criada: en
Israel hay un hombre que puede curar. Pero cuando iba a  realizar lo
que se le pedía, todo está a punto de fracasar. En efecto, su orgullo
se resiste a  someterse a un baño en el Jordán; pero un criado suyo le
debe recordar que él no se halla  en situación en la que pueda
vanagloriarse de su posición o del papel que desempeña;  enfrentado
con la muerte, no es más que ese hombre y debe intentar lo último. De
ese modo  queda bien claro que no es el Jordán el que cura, sino la
obediencia, el renunciar al propio  papel y a su arrogancia o a la
hipocresía, el descender y el presentarse desnudo ante el  Dios vivo.
La obediencia es el baño que purifica y salva.
Nosotros también tenemos nuestra lepra, lo que nos cuesta: hemos de
tener la disposición a  aceptar lo pequeño, lo ordinario; en la
disposición al baño de la obediencia y dejarnos ayudar…
Como Naamán, muchos querrían imponer sus condiciones a Dios, para
tomarlo en serio y creer. Pero es Dios quien tiene la palabra. Y Dios
no convoca oposiciones, ni valora el curriculum, ni acepta enchufes.
Dios sale al encuentro de todos los que le buscan con sincero corazón,
y se les muestra en los acontecimientos más insospechados de la vida.
Moisés lo descubrió en una zarza que ardía sin consumirse. Lo
importante es saber ver, saber mirar con ojos nuevos, tener el corazón
limpio para poder ver a Dios (Joseph Ratzinger / Eucaristía 1989).

2. Salmo (97,1.2-3ab.3cd-4) R/. El Señor revela a las naciones su justicia.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo; / el Señor da a
conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó
de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro
Dios. / Aclama al Señor, tierra entera, / gritad, vitoread, tocad.

Es un canto que proclama la victoria de Jesús que nos salva. Un
cántico nuevo al Niño de Belén, en quien se manifiesta el amor de Dios
Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La alabanza a Cristo,
aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto de la alegría que
suscita su Nacimiento en un corazón admirado y agradecido de sentirse
salvado por su Señor, que aparece en la verdad de nuestra misma carne.
En un famoso himno navideño de Sedulio (+450), el 'A solis ortus
cárdine', se recogen estas palabras: "No rechaza el pesebre, ni dormir
sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo
que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre."
Es un "salmo del reino": en la fiesta de las Tiendas (que recordaban
los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto),
Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el
Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían
"tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su
rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no
era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía
largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la
fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!",
"¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra
intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación".
Porque "Él ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"...
"Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su
Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El
vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado",
que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta
última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada):
"El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"...

3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 2,8-13.

Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de
entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi
Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor.

Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo
por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación,
lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna:

Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si
perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí
mismo.

       Pablo está preso, pero libre por dentro: a la Palabra de Dios no se
la puede encadenar y Pablo ha recibido la misión de anunciarla. Por
eso, lo aguanta todo en favor de los que Dios ha elegido, para que
ellos alcancen también la salvación, lograda por Jesucristo, con la
gloria eterna.

4. Evangelio según San Lucas 17,11-19.
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez
leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

-Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Al verlos, les dijo:
-Id a presentaros a los sacerdotes.

Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que
estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó
por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:

-¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No
ha vuelto más que este extranjero para dar gloria Dios?

Y le dijo: -Levántate, vete: tu fe te ha salvado.

Sólo el samaritano vuelve para alabar a Dios y reconocer en Jesús al
Rey-Mesías. La postración delante de Jesús no es una adoración, sino
el reconocimiento de esta realeza mesiánica. Los otros nueve no
vuelven. Parece como si vieran natural que en ellos, hijos de Abrahán,
se cumplieran las promesas mesiánicas. Pero, al decir Jesús al
samaritano, al extranjero, "tu fe te ha salvado", nos enseña que el
verdadero Israel se asienta en la fe agradecida (Eucaristía 1989).
Jesús vive y nos espera en el Sagrario, y queremos visitarle,
tratarle, que sea nuestro mejor Amigo, para confiarle nuestras
preocupaciones y fallos, enfermedades y lepras, y su manto, vestiduara
mágica, nos hace invencibles... (Ricardo Martínez Carazo). Llucià Pou
Sabaté, 10.10.10, con notas tomadas de Mercaba.org.

--
Llucià Pou Sabaté:
http://alhambra1492.blogspot.com/

jueves, 14 de octubre de 2010

Jueves de la 28º semana: somos hijos de Dios, en Jesús, que nos da la libertad de no estar en manos de los que nos quieren esclavizar

Jueves de la 28º semana: somos hijos de Dios, en Jesús, que nos da la
libertad de no estar en manos de los que nos quieren esclavizar

1. Efesios 1:1-10 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de
Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús. Gracia a vosotros y paz
de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Bendito sea
el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con
toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por
cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser
santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de
antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según
el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su
gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de
su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de
su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e
inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el
benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo
en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por
Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.
El comienzo de la carta es un himno entusiasta al plan salvador de
Dios: una gran bendición a Dios, porque él nos ha bendecido antes con
toda clase de bendiciones, en Cristo Jesús. Todo es iniciativa de
Dios, que nos ha predestinado desde la eternidad a ser sus hijos, a
ser salvados por Cristo. Todo sucede siempre "en la persona de
Cristo", o sea, porque estamos unidos a su Hijo Jesús, en quien Dios
piensa "recapitular todas las cosas del cielo y de la tierra".
Jesús nos ha perdonado, nos ha hecho por tanto también hijos en su
familia, y nos destina a la salvación plena, ¿no es para alegrarnos?
,¿no tendría que cambiar la cara con que vivimos cada jornada? Porque
si somos hijos de Dios, dice S. Pablo, tendríamos que vivir con
libertad y alegría. Libertad de no tener miedo, porque estamos en el
mundo como en la casa del Padre, y no hemos de tener miedo de nadie. Y
con alegría, porque pase lo que pase será lo mejor; aunque pase algo
malo, no dejaría Dios que pasara si no fuera porque de eso Dios sacará
algo bueno: todo será para bien, para los que Dios ama, para los que
ha predestinado. Claro que esto nos compromete, porque él espera una
respuesta: "nos eligió en la persona de Cristo para que fuésemos
santos e irreprochables ante él por el amor".
"Bendito sea Dios…" El clima del alma de Pablo es la alegría y la
acción de gracias. Cada eucaristía es una «acción de gracias» por
todos los beneficios de Dios. Cuando oigo misa ¿procuro captar y
aprovechar todas las razones que podría yo tener para decir: «Bendito
sea Dios»? Es bueno también decirlo, ahora, en este momento de mi
oración.
-Dios nos ha colmado... nos ha elegido, nos ha destinado de antemano a
ser hijos suyos adoptivos por Jesucristo... Nos ha colmado de
sabiduría y de inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su
voluntad... lo que de antemano se propuso... Toda la iniciativa parte
de Dios. Y nosotros hemos sido «colmados». Estas palabras ardientes y
sencillas manifiestan una aventura: la aventura de las relaciones
entre Dios y los hombres. El hombre no es un huérfano... no es un
producto del azar... es amado de antemano.
-Según el beneplácito de su voluntad para alabanza de la maravilla del
don gratuito que nos ha hecho en su Hijo muy amado. «Beneplácito... de
Dios para mí y para todos los hombres. «Maravilla... de Dios para mí y
para todos los hombres. «Don gratuito... de Dios para mí y para todos
los hombres. El gran don es Cristo. La gran maravilla es Cristo.
-El nos obtiene por su sangre la redención, el perdón de nuestras
faltas. Esta es la prueba de la gratuidad. Éramos culpables, somos,
todavía culpables y Dios nos ama, nos salva y nos perdona... y El pone
el precio, el precio de su sangre. En lugar de estar dando vueltas a
mis pecados con amargura y despecho de amor propio... ¿por qué, Señor,
no considerarlos como Tú haces, como aquello que ha suscitado tu amor
y tu perdón? La «gracia» de Dios es inagotable. Ciertos días sentimos
más la necesidad de afirmarnos a tales certezas... los días en que
tenemos la impresión de continuar siendo pecadores, incapaces de salir
del pecado, de estar clavados a nuestros hábitos. La gracia es
«inagotable».
-Dios proyectaba hacer que todo tenga a Cristo por cabeza: lo celeste
y lo terrestre. He ahí el «proyecto» de Dios, antes secreto y ahora
«revelado»: recapitular todas las cosas en Cristo... Ahora que conozco
el designio de Dios, ¿cómo colaboro a él? ¿Soy un artífice de unidad?
¿Considero que es una oportunidad para la humanidad dividida? (Noel
Quesson).

2. Salmo 98:1-6: Salmo. Cantad a Yahveh un canto nuevo, porque ha
hecho maravillas; victoria le ha dado su diestra y su brazo santo.
Yahveh ha dado a conocer su salvación, a los ojos de las naciones ha
revelado su justicia; se ha acordado de su amor y su lealtad para con
la casa de Israel. Todos los confines de la tierra han visto la
salvación de nuestro Dios. ¡Aclamad a Yahveh, toda la tierra,
estallad, gritad de gozo y salmodiad! Salmodiad para Yahveh con la
cítara, con la cítara y al son de la salmodia; con las trompetas y al
son del cuerno aclamad ante la faz del rey Yahveh. Cantamos a Dios
que nos da sus dones, su misericordia y su fidelidad son para siempre…
3. Lucas 11:47-54 «¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de
los profetas que vuestros padres mataron! Por tanto, sois testigos y
estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los
mataron y vosotros edificáis. «Por eso dijo la Sabiduría de Dios: Les
enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán,
para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los
profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de
Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el
Santuario. Sí, os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación.
«¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la
ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo
habéis impedido.» Y cuando salió de allí, comenzaron los escribas y
fariseos a acosarle implacablemente y hacerle hablar de muchas cosas,
buscando, con insidias, cazar alguna palabra de su boca.
-Cuando Jesús salió de allí -según san Lucas, todo eso se dijo en casa
de un doctor de la Ley- los escribas y los fariseos comenzaron a
acosarlo implacablemente sobre muchas cuestiones, estando al acecho
para atraparlo con sus propias palabras. Sí, Jesús ha sido rechazado,
rehusado. ¿Cómo es posible, Señor? El más grande entre los profetas.
Aquel que llevo a la perfección la enseñanza religiosa. El mundo, en
todo tiempo, rehúsa la revelación de Dios. "Yo" soy de los que rehúsan
la revelación de Dios ¡Señor. ten piedad del mundo! ¡Ten piedad de
todos aquellos que rehúsan, ten piedad de mí! (Noel Quesson).
Es valiente Jesús, no tiene miedo de que lo critiquen, de que lo
maten, no tiene miedo de mezclarse con las cosas humanas, de meterse a
hacer justicia, de desenmascarar las actitudes de las clases
dirigentes de su época. Hay mucho miedo hoy día, se prefiere la
seguridad… y es que sólo quien no tiene miedo es libre, quien no se
deja intimidar por las amenazas porque no tiene nada que perder,
porque sabe que perder las cosas de este mundo es cartón repintado,
cosas como de teatro, bambalinas de poca cosa, y en cambio vale mucho
más la dignidad de la libertad interior… hemos de vivir como nos dice
Jesús, sin miedo. Y comunicar a los demás esperanza y alegría, y
quitar esas angustias y miedos que vemos alrededor (Llucià Pou
Sabaté).

miércoles, 13 de octubre de 2010

Lunes de la 28º semana: Jesús nos habla de una pasión por la libertad, que nos viene de sentirnos hijos de Dios.

Lunes de la 28º semana: Jesús nos habla de una pasión por la libertad,
que nos viene de sentirnos hijos de Dios.

Gálatas (4:22-24,26-27,31;5:1). Pues dice la Escritura que Abraham
tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Pero el de la
esclava nació según la naturaleza; el de la libre, en virtud de la
Promesa. Hay en ello una alegoría: estas mujeres representan dos
alianzas; la primera, la del monte Sinaí, madre de los esclavos, es
Agar, Pero la Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre,
pues dice la Escritura: Regocíjate estéril, la que no das hijos; rompe
en gritos de júbilo, la que no conoces los dolores de parto, que más
son los hijos de la abandonada que los de la casada. Así que,
hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre. Para ser
libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis
oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud.

Igual que en nuestro tiempo se pelean islamistas y de otras
religiones, en tiempos de San Pablo los judíos se peleaban contra
cristianos. El nuevo mandamiento del amor es de libertad, ya no hacen
falta tantos mandatos de esclavitud de la Antigua Alianza como tenían
los judíos, que se perdían en reglas. Somos "hijos de la libre".
Cristo nos ha "liberado para la libertad". ¿Es verdad eso para cada
uno de nosotros? Jesús habla de libertad, no aguanta la imposición, de
las autoridades. Ser libres significa que vivimos nuestra fe cristiana
con coherencia, con fidelidad, pero no movidos por el interés o el
miedo, sino por el amor y la convicción, y lo hacemos con ánimo
esponjado, libres tanto de las modas permisivas del mundo como de los
voluntarismos exagerados de algunas espiritualidades, que se refugian
en un cumplimiento meticuloso que impide respirar.
Pablo les habla con el ejemplo de Abraham que tuvo dos hijos, uno de
su sirvienta, Agar... otro de la mujer libre, Sara... las dos mujeres
representan las dos alianzas. A los judaizantes que están llenos de
normas que les atan, les dice que no tenemos más cuerda que la del
amor. Que no nos ganamos la salvación por nuestros méritos sino que es
un don gratuito, un regalo sobrenatural. Así como Sara no podía tener
hijos, Dios es el amo de lo imposible. Nada es imposible a Dios. El
ángel lo repetirá a la Virgen María, el día de su anunciación, y le
dirá que también Isabel, ya mayor, podrá tener a san Juan. Este es un
bello símbolo de la gracia, de la gentileza del don gratuito de Dios:
una esterilidad vencida, una tristeza vencida... Dios da la fecundidad
y la alegría a la que ya no podía esperar, humanamente, nada más.
¡Señor, cólmanos de tu gracia! ¡Señor, haznos disponibles y abiertos a
las gracias que quieras otorgarnos!
También nosotros podemos sentirnos esclavos, pero con Jesús seremos
siempre libres. ¿De qué libertad habla san Pablo? De romper cadenas y
ser por dentro libres. En una pared de un puesto de guardia de mi
cuartel, cuando hice el servicio militar, alguien que se sentía allí
obligado escribió en la pared su "reivindicación" que me gustó: "no
morirá jamás / quien de esclavo se libera / rompiendo para ser libre /
con su vida / cadenas".
No estar encadenado a nada, no tener miedo de nada, la ley ya no es
nada de fuera sino lo de dentro: «¡ama, y haz lo que quieras!» será la
traducción de san Agustín… ¿Soy yo libre, interiormente? ¿Es mi
religión "opresora", onerosa, una carga que hay que arrastrar? ¿O
bien, es una «liberación» una alegría, una espontaneidad? (Noel
Quesson).

2. Salmo (113:1-7) ¡Aleluya! ¡Alabad, servidores de Yahveh, alabad el
nombre de Yahveh! ¡Bendito sea el nombre de Yahveh, desde ahora y por
siempre! ¡De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre de
Yahveh! ¡Excelso sobre todas las naciones Yahveh, por encima de los
cielos su gloria! ¿Quién como Yahveh, nuestro Dios, que se sienta en
las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? El levanta
del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre.
Es un canto de alabanza a Dios, que nos hace más contentos, pues
cuando nos ponemos a proclamar cosas buenas por la "ley de atracción"
estas vienen como un imán…

3. Lucas (11:29-32). La gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se
puso a decirles: "esta generación es una generación perversa. Pide un
signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás"… A Jesús no
le gustaba que le pidieran "signos" y milagros. Quería que le creyeran
a él por su palabra, como enviado de Dios, no por las cosas
maravillosas que pudiera hacer. Aunque también las hiciera. Jonás era
una historia de uno que quiso huir y se pasó tres días en el vientre
de un monstruo marino. "Como Jonás fue un signo para los habitantes de
Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación", o sea
que Jesús estará tres día sen el vientre de la tierra para que creamos
en su resurrección. Y luego añade también el ejemplo de la reina de
Sabá, que vino de Etiopía para ver las maravillas del reino de
Salomón. Mientras que a Jesús, "uno que es más que Jonás", y que,
además, ha hecho signos sorprendentes que ya debieran bastar para
reconocerle como el Mesías de Dios, no le acaban de creer. Y lo mismo
la reina de Sabá, que vino desde lejos a escuchar la sabiduría de
Salomón, y Jesús "es más que Salomón": pero Jesús "vino a su casa y
los suyos no le recibieron' (Jn 1,11).
Muchas veces buscamos lo extraordinario, el lugar donde se espera
encontrar la presencia divina es en las apariciones, en lo mágico. El
hombre se dirige allí donde pueden encontrarse soluciones mágicas a
sus problemas, fuera del curso normal de los acontecimientos. Esta
forma de búsqueda de señales de la presencia de Dios nos ofusca y
llega a hacernos cerrar los ojos ante la verdadera señal que El nos
ofrece que, la mayoría de las veces, se presenta bajo las humildes
apariencias de los hechos cotidianos de nuestra vida. La Palabra de
Dios en ellos toma la forma de una invitación a la conversión que
muchas veces es rechazada porque no nos saca de lo cotidiano sino que
pide una respuesta que no nos aleja de ese ámbito. Por eso, en la vida
se nos coloca frecuentemente ante la necesidad de tomar una decisión
entre la Persona y la vida de Jesús, por un lado, y nuestro gusto por
lo maravilloso, por otro. De esa decisión depende que nos situemos en
medio de la generación malvada condenada por Jesús o entre los que
aceptan la presencia de Dios como los ninivitas que supieron escuchar
la predicación de Jonás y como la Reina del Sur que supo buscar la
Sabiduría en Salomón. La conversión no es otra cosa que reconocer las
señales de vida ofrecidas por Dios, asumir su visión y la defensa que
Dios hace de Ella. Aceptar la presencia de Dios en Jesús y en los
hermanos y confiar en la capacidad de transformación que Dios ha
ligado a su Palabra son el único camino válido para el Encuentro
auténtico con Dios (Josep Rius-Camps). Llucià Pou Sabaté

lunes, 11 de octubre de 2010

Domingo XVIII, año C: la fe y obediencia llevan al abandono confiado en las manos de Dios, que ofrece a todos la salvación

Domingo XVIII, año C: la fe y obediencia llevan al abandono confiado
en las manos de Dios, que ofrece a todos la salvación

Lectura del segundo libro de los Reyes 5,14-17.
En aquellos días, Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el
Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne
quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva
al hombre de Dios y se le presentó diciendo:
-Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de
Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.
Contestó Eliseo: -Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada.
Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo: -Entonces, que entreguen
a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas;
porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios
de comunión a otro dios que no sea el Señor.


Salmo 97,1.2-3ab.3cd-4 R/. El Señor revela a las naciones su justicia.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo; / el Señor da a
conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó
de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro
Dios. / Aclama al Señor, tierra entera, / gritad, vitoread, tocad.

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 2,8-13.

Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de
entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi
Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor.

Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo
por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación,
lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna:

Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si
perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí
mismo.

Evangelio según San Lucas 17,11-19.

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez
leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

-Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

Al verlos, les dijo:

-Id a presentaros a los sacerdotes.

Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que
estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó
por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:

-¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No
ha vuelto más que este extranjero para dar gloria Dios?

Y le dijo: -Levántate, vete: tu fe te ha salvado.


COMENTARIO: 1. 2 R 5,14-17. Naamán, el pagano, ha sido curado en el
Jordán de una enfermedad que las aguas de su país no podían curar. Las
ideas naturalistas de la época vinculan la eficacia de las aguas a las
divinidades que las hacen brotar. Para ellos, los dioses ejercen su
imperio sobre zonas bien delimitadas. Abandonar un país equivale a
abandonar al Dios que le domina. Por eso Naamán significa su
conversión a Yahvé llevando consigo un poco de la tierra de Israel (v.
17), justo los suficiente para colocarse de pie sobre ella y ofrecer
un culto a ese mismo Yahvé. Es una llamada a la universalidad.
Pero la lección más importante del episodio de Naamán es, sin duda,
una lección de gratuidad. Naamán es sirio, y las relaciones de su país
con Israel son tan tensas como lo son hoy. Ha sido atacado por la
lepra y ni los médicos ni los magos de su país pueden hacer nada. Y he
aquí que una pobre esclava le sugiere que se ponga en manos de un
profeta hebreo. Atender las sugerencias de una sierva y aceptar el
ponerse en manos de un enemigo: ¡no está mal! Se pagará lo que sea
necesario y se hará lo que haya que hacer. Pero he aquí que Eliseo no
acepta ningún presente y no pide ninguna prestación de su cliente; le
invita a zambullirse unas cuantas veces en el agua del Jordán.
La verdadera religión no es difícil: basta con habituarse a recibir.
Lo más duro es querer conquistarla a base de acciones heroicas o
laboriosas o a costa de sacrificios considerables.
Dios no acepta ser pagado: se le recibe (Maertens-Frisque).
Dirá Jesús un día (Lc 4,27) que "muchos leprosos había en Israel en
tiempos del profeta Eliseo y, sin embargo, ninguno de ellos fue curado
más que Naamán, el Sirio", un extranjero, un pagano. De hecho, he ahí
a ese arameo enemigo, curado de pronto; y helo ahí, además -tan viva
es su docilidad espiritual-, dispuesto a reconocer al Dios de Israel
como Dios de toda la tierra. Según la costumbre antigua (1 S 9,7-10,
etc.), quiere dar pruebas de su agradecimiento al profeta, su
bienhechor, haciéndole un don. La ofrenda es rechazada
categóricamente: ¿no tendría como resultado hacer creer que le es
posible al hombre devolver a Dios los bienes de Él recibidos? La
insistencia de Naamán se orienta entonces al derecho de ofrecer
sacrificios a Yahvé, el generoso Dios-dador de la salud encontrada.
¿Qué más sorprendente para la conciencia israelita que el que un
pagano quiera ofrecer sacrificios a Yahvé? Pero es un hecho: este
pagano no sólo sabe reconocer, como el Samaritano del evangelio, el
origen divino del beneficio recibido, sino que se compromete a
transformar su vida y se hace adorador fiel de Aquél que ahora sabe es
el verdadero Dios. Ocurre así que los que se saben y se tienen por
miembros del pueblo privilegiado reciben lecciones de docilidad en la
fe y de generosidad en el servicio de Dios; y las reciben de quienes
menos podía esperarse. Le corresponde, pues, a ese pueblo, aceptarlas
dócilmente y tender siempre a ser humildemente digno de su vocación
(Louis Monloubou).
Apenas vio la iglesia tan claramente representado y prefigurado lo que
es el bautismo, en un texto del antiguo testamento, como en el relato
de la curación de Naamán el sirio. Pero ¿de qué se trata aquí? El
rico Naamán se halla, después de haber llegado a la cúspide de su
carrera, de repente frente al abismo: tiene lepra. Está condenado en
vida a muerte en un doble sentido: tendrá que contemplar en su
cuerpo, todavía vivo, su propia corrupción, y experimentar en vida el
destino de la muerte. Y porque así ocurría, porque el leproso se
hallaba ya en las garras de la muerte, era arrojado de la sociedad y
«dejado en la intemperie»: él no tenía ya -por supuesto, en Israel,
pero tampoco en otras religiones- ningún acceso al santuario; era
excomulgado de la comunidad, la cual quedaría contaminada con el
hálito de la muerte. En ese aislamiento, queda abandonado totalmente
al poder de la muerte, cuya esencia es soledad, ruina y destrucción de
la comunión con otros.
En este momento cruel y terrible de su derrumbamiento en la nada,
Naamán se agarra a un clavo ardiendo y se aferra al más mínimo rumor
de posible salvación. En este caso, lo escucha de una criada: en
Israel hay un hombre que puede curar. Pero cuando iba a realizar lo
que se le pedía, todo está a punto de fracasar. En efecto, su orgullo
se resiste a someterse a un baño en el Jordán; pero un criado suyo le
debe recordar que él no se halla en situación en la que pueda
vanagloriarse de su posición o del papel que desempeña; enfrentado
con la muerte, no es más que ese hombre y debe intentar lo último. De
ese modo queda bien claro que no es el Jordán el que cura, sino la
obediencia, el renunciar al propio papel y a su arrogancia o a la
hipocresía, el descender y el presentarse desnudo ante el Dios vivo.
La obediencia es el baño que purifica y salva.
La semejanza con nuestra situación es evidente. La situación del
leproso, el enfrentarse con la plena incomunicación, con el estar
vivo en medio de la muerte, proporciona la disposición para seguir en
pos del último rumor y agarrarse a un clavo ardiendo para buscar la
salvación. Se está preparado para lo mayor, lo más importante, pero lo
pequeño, lo ordinario, la iglesia, esto es demasiado antiguo,
demasiado simple. Esto no puede ser causa de salvación o de salud.
Pero precisamente aquí tiene lugar la decisión: en la disposición a
aceptar lo pequeño, lo ordinario; en la disposición al baño de la
obediencia
Después de la salvación, surge de nuevo una crisis, que es la que
aporta la curación definitiva. Naamán pretende dar gracias y lo desea
hacer en el sentido de su posición: mediante dinero. Pero debe
aprender que aquí se le pide no la situación, sino él mismo; no el
dinero, sino la conversión como retorno permanente al Dios de Israel.
El tomar algo de tierra nos puede parecer algo pagano, pero expresa
algo muy profundo: este único Dios no es una construcción filosófica:
se transmite de un modo terreno. El único Dios es para él, lo mismo
que para nosotros, el Dios de Israel. Solamente cuando él siente a
Dios desde allí donde se le ha mostrado se convierte de una manera
real y concreta. Esto vale también hoy: únicamente en la vinculación
con la tierra santa de la iglesia veneramos nosotros verdaderamente
al único Dios, que, en Jesucristo, tomó nuestra tierra para llevarla a
su eternidad, y así venció a la muerte (Joseph Ratzinger).
Como Naamán, muchos querrían imponer sus condiciones a Dios, para
tomarlo en serio y creer. Pero es Dios quien tiene la palabra. Y Dios
no convoca oposiciones, ni valora el curriculum, ni acepta enchufes.
Dios sale al encuentro de todos los que le buscan con sincero corazón,
y se les muestra en los acontecimientos más insospechados de la vida.
Moisés lo descubrió en una zarza que ardía sin consumirse. Lo
importante es saber ver, saber mirar con ojos nuevos, tener el corazón
limpio para poder ver a Dios (Eucaristía 1989).

2. Salmo 97: es un canto que proclama la resurrección de Jesús. Y esas
maravillas de las que habla el salmo -comenta Jerónimo- responden a
aquellas otras del Antiguo Testamento. De un modo semejante a como
Eliseo (4 Reg 4: 34 ss) se contrajo al postrarse sobre el cadáver del
hijo de la viuda -ojos sobre ojos, manos sobre manos, ...- para
resucitarle, así también el Señor ha asumido la forma de hombre y se
ha contraído para constituirnos en hijos de la Resurrección.
Tanto la Liturgia como la tradición cristiana, nos invitan a alabar
con un cántico nuevo (v. 1) al Niño de Belén, en quien se manifiesta
el amor de Dios Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La
alabanza a Cristo, aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto
de la alegría que suscita su Nacimiento en un corazón admirado y
agradecido de sentirse salvado por su Señor, que aparece en la verdad
de nuestra misma carne. En un famoso himno navideño de Sedulio (+450),
el 'A solis ortus cárdine', se recogen estas palabras: "No rechaza el
pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco
de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros
sientan hambre."
Venidos desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño
Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes
se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del
Unigénito a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al
mundo. Una colecta de la liturgia de Adviento sirve para convertir en
oración estos sentimientos: "Suban, Señor, a tu presencia nuestras
súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en
plenitud el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo. Que vive
y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los
siglos de los siglos. Amén."
Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de
lsrael (v. 3). Este versículo, que podría haber inspirado -quizá- el
Magníficat, nos sugiere meditar en los sentimientos de María en la
Resurrección de su Hijo: "Fuerte en la fe, contempló de antemano el
día de la luz y de la vida, en el que, desvanecida la noche de la
muerte, el mundo entero saltaría de gozo y la Iglesia naciente, al ver
de nuevo a su Señor inmortal, se alegraría entusiasmada" (F. AROCENA).
Este es un "salmo del reino": una vez al año, en la fiesta de las
Tiendas (que recordaban los 40 años del Éxodo de Israel, de
peregrinación por el desierto), Jerusalén, en una gran fiesta popular
que se notaba no solamente en el Templo, lugar de culto, sino en toda
la ciudad, ya que se construían "tiendas" con ramajes por todas
partes... Jerusalén festejaba a "su rey". Y la originalidad admirable
de este pueblo, es que este "rey" no era un hombre (ya que la dinastía
Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona.
Este salmo es una invitación a la fiesta que culminaba en una enorme
"ovación" real: "¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!"
Imaginemos este "Terouah", palabra intraducible, que significa:
"grito"... "ovación"... "aclamación".
Originalmente, grito de guerra del tiempo en que Yahveh, al frente de
los ejércitos de Israel, los conducía a la victoria... Ahora, regocijo
general, gritos de alegría, mientras resonaban las trompetas, los
roncos sonidos de los cuernos, y los aplausos de la muchedumbre
exaltada.
¿Por qué tanta alegría? Seis verbos lo indican: ¡seis "acciones" de
Dios! Cinco de ellas están en "pasado" (o más exactamente en
"acabado": porque el hebreo no tiene sino dos tiempos de conjugación
para los verbos, "el acabado", y el "no acabado"). "El ha hecho
maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"... "Ha hecho conocer y
revelado su justicia"... "Se acordó de su Hessed"... (Amor-fidelidad
que llega a lo más profundo del ser); "El vino-el viene"... Y para
terminar, un verbo en tiempo, "no acabado", que se traduce en futuro a
falta de un tiempo mejor (ya que esta última acción de Dios está
solamente sin terminar aunque comenzada): "El regirá el orbe con
Justicia y los pueblos con rectitud"...
Observemos la audaz "universalidad" de este pensamiento de Israel. La
salvación (justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de
Israel... está, efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El
Dios que aclama como su único Rey, será un día el rey que gobernará la
humanidad entera. Entonces será poca la potencia de nuestros gritos!
¡Será poca toda la naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para
"cantar su alegría y aplaudir"!
Habiendo leído el salmo en su sentido "literal", tal como Israel lo
leía, es necesario en un segundo tiempo, leerlo a la luz del
"acontecimiento Jesucristo"... Decirlo en nombre de Jesucristo y con
sus sentimientos, y la oración que encontraba en él para luego
aplicarlos a su misión en los designios del Padre.
¡La revelación del amor-fiel de Dios! La Encarnación del Verbo es el
acontecimiento histórico que hace visible, que "levanta el velo"
(significado de la palabra revelar) del amor que Dios tiene a Israel,
y que extiende a todos los pueblos, en Jesús.
¡La "Nueva Alianza", la "Nueva Liberación"! Hay que cantar un "canto
nuevo, porque Dios renueva su Alianza: la celebración de la "venida"
de Dios es un "signo", un "sacramento" que realiza lo que significa.
Cuando se aclama a Dios como Rey, no se le confiere la realeza (El lo
es desde siempre), sin embargo se "actualiza" esta "realeza" se "urge
la venida del reino escatológico". "¡La salvación que tú preparaste
ante todos los pueblos!" Así se expresa Simeón en su canto de alabanza
(Lucas 2,30) "Atraeré hacia mí a todos los hombres" (Grita Jesús en
proximidad de la Pascua). (Juan 12,32). "¡Jesús había de morir por el
pueblo de Israel, y no solamente por él, sino para reunir en uno todos
los hijos de Dios que están dispersos!" En expresión de San Juan
(11,52). Y esta visión universal, realizada en Cristo, era anunciada
en la esperanza de todo un pueblo, que se atrevía a convidar a "toda
la tierra", "todas las naciones", "todos los habitantes del mundo" a
su propio "Terouah". ¡Una fiesta mundial! ¡Vamos hacia una fiesta en
que todos los hombres estarán felices y cantarán todos juntos, el
mismo día, el mismo Dios, el mismo amor que los habrá salvado
¡Salvado!
Me imagino a Jesús recitando este salmo... Lo recito con El...
¡Vamos, no lo dudemos. Dejémonos "invitar" a la fiesta! ¡Vamos!
Saquemos todos los instrumentos, trompetas, bocinas, guitarras,
panderetas, flautas... Y nuestras voces y aplausos. ¿Hay personas que
se escandalizan por la "alegría" y el "ruido" que hacen los muchachos
de hoy en sus fiestas? Hay un tiempo para la oración silenciosa. Sí.
Hay un tiempo para la meditación y la oración íntima. ¡Sí. Pero hay
también un tiempo para la oración de aclamación!
Escuchemos a Paul Claudel, que vive a su manera este salmo: "¿Qué
canto, oh Dios mío, podemos inventar al compás de nuestro asombro? El
ha roto todos los velos. Se ha mostrado. Se ha manifestado tal como es
a todo el mundo. La misma caridad, la misma verdad, todo semejante, a
lo que quiso con Israel, ¡helo aquí, doquier, brillando a los ojos de
todo el mundo! ¡Tierra, estremécete! ¡Que oiga en tus profundidades el
grito de todo un pueblo que canta y que llora y que patalea!
¡Adelante, todos los instrumentos! ¡Adelante la cítara y el salmo!
¡Adelante, la trompeta en pleno día con sonido claro, y esta trompeta,
la otra, muy bajo, como un hormigueo de trompetas que yo creía
escuchar durante la noche! ¡Adelante el mar, para sumirme! ¡Adelante,
la redondez de la tierra como un canasto que se sacude! ¡Ríos,
aplaudid, y que se alisten las montañas, porque ha llegado el momento
en que Dios va a "juzgar" a la tierra! ¡Ha llegado el día del rayo del
sol, y de la radiante nivelación de la justicia!".
¡La "justicia"! ¡Un mundo gobernado "según Dios"! ¡Está por venir! ¡Un
mundo gobernado según el amor! Está por venir, Dios viene. El Reino de
Dios ha comenzado... (Noel Quesson).
Entre los documentos del Qumran han aparecido una serie bellísima de
himnos de alabanza, en la misma línea, algunos de los cuales nada
tendrían que envidiar a los mismos salmos por su profundidad y su
belleza, por la expresión de su alabanza sentida y feliz. En el Nuevo
Testamento, Cristo mismo alaba al Padre en diferentes ocasiones y se
admira de sus obras; su infancia viene acompañada de grandes cánticos,
como el de María (Magníficat), el de Zacarías (Benedictus), y el mismo
himno de los ángeles en su nacimiento de Belén: "Gloria a Dios en las
alturas...". San Pablo y el Apocalipsis nos muestran abundante
literatura hímnica, y todo ello nos hace ver la Biblia jalonada de una
atmósfera de alabanza y de júbilo: el hombre mantiene esta relación
gozosa con Dios, consciente de su grandeza y de su bondad,
respondiendo con sus cantos de gratitud y admiración.
Y esta corriente de exultación gozosa ha continuado en la vida de la
Iglesia con el ejemplo de los santos y la proliferación inacabable de
expresiones de alabanza: recordemos el "Te Deum", el "Cántico de las
creaturas" de san Francisco de Asís. Y sobre todo, la Liturgia de la
Iglesia, con su variadísima gama de alabanzas, desde la Plegaria
Eucarística hasta la Liturgia de las Horas y tantas y tantas prácticas
de piedad cristianas que siguen el mismo camino de alabanza y gratitud
a Dios.
De una manera privilegiada los salmos nos dan esta enseñanza, y un
determinado grupo entre ellos, los himnos o cánticos a Yahvé (además
de otros grupos), muestran especialmente esta realidad, que no es sino
la necesidad del alma agradecida y admirada ante su Dios. Muestran una
experiencia profunda de Dios, de un Dios sentido en el fondo del alma:
su ayuda se ha dejado ver en cada paso, se ha recibido toda su
solicitud y su providencia, se ha sentido siempre su presencia.
Así, pues, los himnos a Yahvé cantan la grandeza, la actuación, el
reino de Dios. Son salmos universalistas que, partiendo de la
experiencia histórica de Israel, extienden su campo de alabanza a
todos los pueblos y naciones, invitando incluso a los seres celestes
(ángeles) y a la naturaleza toda (tierra y mar, árboles y ríos) a
sumarse a esta alabanza grandiosa al Dios del universo, de la historia
y de la salvación, cuyo juicio dará la recompensa a sus elegidos y
permitirá un nuevo orden de cosas. Su victoriosa actuación le hace
superior a todos los dioses y fuerzas del universo y le da dominio
sobre todas las naciones. "Cantad al Señor un cántico nuevo"… (J. M.
Vernet).
Hablaba Juan Pablo II de "Un coro colosal, por tanto, que tiene un
único objetivo: exaltar al Señor, rey y juez justo. El final del
Salmo, como se decía, presenta de hecho a Dios «que llega para regir
(juzgar) la tierra... con justicia y los pueblos con rectitud»
(versículo 9). Esta es nuestra gran esperanza y nuestra invocación:
«¡Venga tu reino!», un reino de paz, de justicia y de serenidad, que
restablezca la armonía originaria de la creación.
En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una
profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del
versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en
el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (Cf. Romanos 1, 17),
«se ha manifestado» (Cf. Romanos 3, 21). La interpretación de Pablo
confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la
perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a
su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin
embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en
Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a
aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de
Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y
también del griego», es decir el pagano (Romanos 1,16). Ahora «los
confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro
Dios» (Salmo 97, 3), sino que la han recibido.
En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un
texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo»
del Salmo como una celebración anticipada dela novedad cristiana del
Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el
canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el
Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había
escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico
nuevo. "Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en
realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la
pasión como hombre, pero redimió como Dios". Orígenes continúa: Cristo
"hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a
leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas.
Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable
pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de
nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de
nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida;
el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo»".

3. 2 Tm 2,8-13: los consejos de Pablo son: hay que partir del único
inicio posible en una comunidad cristiana: la persona de Cristo: ser
cristiano es fundamentalmente creer en Jesús, aquel hombre histórico y
determinado, conocido por todos, pero que sigue estando
misteriosamente presente en la comunidad después de su resurrección,
de una manera siempre viva y renovada (Edic. Marova).
Pablo está preso, pero libre por dentro: -Muertos con él, viviremos
con él (2 Tm 2, 8-13).
Timoteo ha sido invitado a recordar y avivar en sí mismo la gracia que
recibió por la imposición de las manos; es un carisma de fortaleza
para anunciar el evangelio y predicar la sana doctrina. Pablo se
encuentra encadenado como un malhechor, pero a la Palabra de Dios no
se la puede encadenar y Pablo ha recibido la misión de anunciarla. Por
eso, lo aguanta todo en favor de los que Dios ha elegido, para que
ellos alcancen también la salvación, lograda por Jesucristo, con la
gloria eterna.
La exhortación termina con un himno pascual que quizá fue un canto
litúrgico utilizado en el momento de la iniciación cristiana: Es
doctrina segura: "Si morimos con él, viviremos con él. Si
perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí
mismo". La fidelidad de Dios es para siempre, por encima de toda
lógica… es la lógica del amor, que parece locura… (Adrien Nocent).Las
penalidades van unidas a las bienaventuranzas… Nuestra lógica (bien
por bien, mal por mal, ojo por ojo...) se estrella ante la fuerza
irresistible de un Dios que siempre nos perdona, a pesar de nuestras
repetidas infidelidades (E. Cortés).

4. Lc 17,11-19. La fe de la que habla Jesús es descubrir a Dios
presente y activo siempre en nuestra vida. Y responder con fe, con
sintonía, comulgando del todo con él. Esto es lo que significa la
expresión bíblica "dar gloria a Dios". Es decir que Dios está en y con
nosotros, no con un poder arbitrario e imprevisible, sino con amor y
comunión. De esta fe surge una actitud de alabanza, de acción de
gracias, de no querer reconocer -como Naamán- ningún otro Dios (ningún
otro ídolo, ningún otro absoluto). Actitud totalmente opuesta a la de
quien cree en un Dios fuera de nuestra vida, que interviene sólo en
circunstancias excepcionales: esto supone que habitualmente -para lo
de cada día- se cree en otros "dioses" (como los judíos contra quienes
lucharon los profetas: un Dios en el cielo para las grandes ocasiones,
pequeños dioses en la tierra para los problemas de cada día).
Podríamos preguntarnos si actualmente bastantes bautizados no piensan
semejantemente (un Dios para el nacimiento, matrimonio, muerte...,
quizá incluso para la misa de cada domingo..., pero otros "dioses" más
manejables, a quienes no es preciso dar gloria con toda la vida, para
el pan de cada día (J. Gomis).
Jesús manda a los leprosos que se pongan en camino para ser
reconocidos por los sacerdotes. Antes de curarlos, los somete a prueba
y les exige un acto de fe.
Sólo el samaritano vuelve para alabar a Dios y reconocer en Jesús al
Rey-Mesías. La postración delante de Jesús no es una adoración, sino
el reconocimiento de esta realeza mesiánica.
Los otros nueve no vuelven. Parece como si vieran natural que en
ellos, hijos de Abrahán, se cumplieran las promesas mesiánicas.
Pero, al decir Jesús al samaritano, al extranjero, "tu fe te ha
salvado", nos enseña que el verdadero Israel se asienta en la fe
agradecida (Eucaristía 1989).
Este relato de la curación de los diez leprosos está en conformidad
con la legislación contra la lepra fijada por Lv 13. 45-46 y 14. 2-7.
Cuando los leprosos son enviados por Cristo a que se presenten a los
sacerdotes, aquél se somete a las exigencias de la ley. Nueve de ellos
se presentan efectivamente a los sacerdotes. Pero el décimo, que es
samaritano, no está obligado a someterse al examen por parte del
sacerdocio judío y, por consiguiente, puede volver a expresar su
agradecimiento a Cristo.
Este relato constituye, pues, una nueva pieza que añadir al acerbo
integrador de la polémica de los primeros cristianos contra los
judíos. La ley obstaculiza la libertad de expresión de los
sentimientos; el pagano está más cerca de la verdadera religión porque
es libre frente a la ley y más sensible a la única liberación
efectiva, la que proporciona la cruz (Ga 2, 19-20; 5. 11-16; 2 Co 5.
15-18), la de la gracia gratuita (Rm 5. 12-17; 6. 14-15). A la
gratuidad del gesto de Dios responde con frecuencia la acción de
gracias espontánea del hombre liberado.
Una relación así no podía establecerse dentro del marco de la ley en
la que todo está en la línea del "dar al que da"; se sitúa, por el
contrario, en la línea de la fe: "Vete, tu fe te ha salvado".
La lepra aparece frecuentemente en la Biblia como símbolo del pecado.
El milagro de Cristo supera, pues, el significado de una simple
curación para configurar la obra de la salvación que saca al hombre de
su pecado.
Hay todavía cristianos que se parecen a esos nueve leprosos judíos:
practican mucho, pero no saben contemplar; comulgan con frecuencia,
pero no saben dar gracias. Su ética carece de horizonte, replegada
sobre sí mismo; la minucia y el escrúpulo invaden su vida moral. Su
Dios lleva una contabilidad... Al mismo tiempo, se sienten incapaces
de abrirse realmente a la iniciativa del Otro, a la gratuidad.
Los sacerdotes judíos encerraban a los leprosos curados en el Templo.
De igual modo, hay sacerdotes en la Iglesia que han educado a los
laicos en esa minucia legal y en esa entrega de cuentas que son tan
contrarias a la verdadera acción de gracias y a la comunión personal
entre Dios y el hombre. Y sucede hoy que esos fieles experimentan un
despego cada vez más profundo respecto a los sacramentos...
(Maertens-Frisque).
S. Agustín comenta: Lc 17,11-19: Te amaré, Señor, y te daré gracias:
"¿Qué daré en retorno al Señor por poder recordar mi memoria todas
estas cosas sin que tiemble ya mi alma por ellas? Te amaré, Señor, y
te daré gracias y confesaré tu nombre por haberme perdonado tan
grandes y tan nefandas acciones mías. A tu gracia y misericordia debo
el que hayas deshecho mis pecados como hielo y no haya caído en otros
muchos. ¿Qué pecado realmente no pude cometer yo que amé gratuitamente
el crimen?
Confieso que todos me han sido ya perdonados, así los cometidos
voluntariamente como los que dejé de cometer por tu favor. ¿Quién hay
entre los hombres que, conociendo su flaqueza, atribuya a sus fuerzas
su castidad y su inocencia, para por ello amarte menos, cual si
hubiera necesitado menos de tu misericordia, por la que perdonas los
pecados a los que se convierten a ti? Que aquel, pues, que, llamado
por ti siguió tu voz y evitó todas estas cosas que lee de mi, y yo
recuerdo y confieso, no se ría de mí por haber sido curado, estando
enfermo, por el mismo médico que le preservó a él de caer en la
enfermedad; o más bien, de que no enfermara tanto. Antes, sí, debe
amarte tanto y aún más que yo; porque el mismo que me sanó a mi de
tantas y tan graves enfermedades, ése le libró a él de caer en ellas".
«¿Dónde están los otros nueve?». Diez leprosos son curados por el
Señor en el evangelio mientras van de camino a presentarse a los
sacerdotes por orden de Jesús. Los sacerdotes tenían la obligación de
declarar impuros a los leprosos (Lv 13,11-12), pero también la de
constatar su eventual curación y anular el veredicto de impureza
(ibid. 16). Está claro que es únicamente Jesús el que opera el
milagro, que se produce mientras los leprosos van a presentarse a los
sacerdotes. Pero para los judíos enfermos el rito litúrgico prescrito
en la ley es tan decisivo que atribuyen toda la gracia de la curación
a la ceremonia prescrita. Exactamente igual que algunos cristianos,
que consideran que «practicar» es el auténtico centro de la religión y
olvidan completamente la gracia recibida de Dios, que es el punto de
partida y la meta de la «marcha de la Iglesia». El fin desaparece en
el medio, que a menudo apenas tiene ya algo que ver con lo
genuinamente cristiano y que es pura costumbre, mera tradición
rutinaria. Tendrá que ser un «extranjero» (un samaritano), es decir,
alguien no familiarizado con la tradición, el que perciba la gracia
como tal mientras va de camino hacia la «autoridad sanitaria» y
vuelva a dar las gracias al lugar adecuado.
«Acepta un presente de tu servidor». En el paralelo
veterotestamentario de la primera lectura se describe anteriormente
(cfr. versículos 1-13) el enfado de Naamán el sirio, que se niega a
obedecer la orden de Eliseo de bañarse siete veces en el Jordán para
curarse de la lepra. ¿Es que no hay ríos suficientes en nuestra
tierra? Sus siervos tienen que aconsejarle que obedezca al profeta. El
sirio obedece finalmente y queda curado: no propiamente por su fe,
sino en virtud de su obediencia. El agraciado se llena entonces de
admiración y rebosa gratitud por todas partes. Quiere mostrarse
agradecido con regalos, pero el profeta no acepta nada, está
simplemente de «servicio». Entonces se produce la segunda curación del
sirio, ésta totalmente interior: se llena nuevamente de admiración,
pero esta vez no por el poder que el profeta tiene de hacer milagros,
sino por la fuerza del propio Dios. En lo sucesivo quiere adorar
exclusivamente a este Dios, sobre la misma tierra del país que
pertenece a este Dios y que se lleva consigo. Se precisa una
distancia con respecto a los hábitos religiosos para experimentar lo
que es un milagro y demostrar la gratitud que se debe a Dios por él.
Jesús lo había dicho ya claramente en su discurso programático de
Nazaret (Lc 4,25-27).
«Mi evangelio, por el que sufro». La segunda lectura muestra que el
verdadero cristianismo, tras su degeneración espiritualmente
mortífera en mera tradición, tiene la forma vivificante del martirio,
que es una confesión de fe (no necesariamente cruenta) mediante el
sufrimiento. Aquí se sufre «por los elegidos», para que éstos, a
pesar de su indolencia, «alcancen su salvación» en Cristo y la
«gloria eterna». No podemos contentarnos simplemente con el último
versículo de este pequeño himno que cierra la lectura: «Si somos
infieles, él permanece fiel» -esta idea, justa por lo demás, puede
convertirse en una cómoda poltrona-, sino que hay que tomar
igualmente en serio el versículo anterior: «Si lo negamos, también él
nos negará». Si tratamos a Dios como si fuera una especie de autómata
religioso, El se encargará de demostrarnos que no es eso, sino que es
el Dios libre, vivo, y también la Palabra eterna, que se manifiesta
libremente y no está encadenada, cuando nosotros, por el contrario,
«llevamos cadenas como malhechores». Sólo «si morimos con él,
viviremos con él» (Hans Urs von Balthasar).

7 de octubre, Nuestra Señora del Rosario: es una oración que mueve el corazón de Dios y nos mete en el corazón de Jesús…

7 de octubre, Nuestra Señora del Rosario: es una oración que mueve el
corazón de Dios y nos mete en el corazón de Jesús…

1. Hechos  (1:12-14):  Entonces se volvieron a Jerusalén desde el
monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio
de un camino sabático.  Y cuando llegaron subieron a la estancia
superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y
Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas
de Santiago.  Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo
espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús,
y de sus hermanos.
Rezar con la Virgen, como los primeros cristianos… es lo que queremos
hacer especialmente hoy y todo el mes, con motivo de la devoción del
Rosario: a la Virgen le gustan mucho las flores, y que le ofrezcamos
flores y rosas, y le digamos cosas bonitas, alabanzas, porque es mujer
-la mujer más maravillosa-, y a todas las mujeres les gusta que les
digan piropos, cosas de cariño. Y le gustan también las rosas y las
flores del campo, porque son muy bonitas y algo se parecen a Ella. La
Santísima Virgen es muchísimo más bella que la rosa más bella que Dios
ha creado. Porque Dios es Toda la Belleza y Toda la Hermosura. Y la
Virgen por estar llena de gracia, está llena de Dios. Y como es el
espejo más limpio -sin ninguna mancha-, pues en la Virgen es donde
mejor se refleja la Hermosura de Dios. Y las rosas que más gustan a la
Virgen son las rosas del Rosario, porque son del Cielo, no de la
tierra. El rosal es María, que nos trae el fruto que es Jesús…
- Dios Padre celestial.  Ten misericordia de nosotros… - Dios Hijo,
Redentor del mundo. - Dios Espíritu Santo. - Trinidad Santa, un solo
Dios. - Santa María… Ruega por nosotros. - Santa Madre de Dios. -
Santa Virgen de las Vírgenes. - Madre de Cristo. - Madre de la Iglesia
(Ricardo Martínez Carazo).
Es una oración que viene de cuando los que no podían rezar los salmos,
que son 150, porque no podían leer o ir a cantar al coro (la Liturgia
de las horas) tomaban unas cuentas, con nudos en un cordel, y rezaban
50 avemarías, y en 3 partes hacían 150… Domingo de Guzmán, agotado de
tanto predicar, según la tradición, escuchó que le dijo la Virgen:
«Domingo, siembras mucho y riegas poco». Le hizo tomar conciencia de
que había de orar más. Así comenzó a propagar el rezo del Rosario.
Reunió un grupo de mujeres para orar, y más adelante fundó la Orden de
predicadores, y propagó mucho la devoción al Rosario.
Luego, en el año 1571, amenazaban los turcos invadir Chipre, era como
una señal de si pasaban o no la frontera que tenían del Danubio para
invadir el resto de Europa, los moros… San Pío V organizó una flota
con sus Estados, Venecia y España, La Liga Santa, capitaneada por D.
Juan de Austria. Y pidió a toda la Iglesia que rezara el Santo
Rosario. La batalla se desencadenó en el golfo de Lepanto: tronaba el
cañón, las gabarras descargaban su metralla, las bombardas disparaban
contra las embarcaciones, las naves embestían, el humo cegaba y casi
oscurecía el sol, las aguas se teñían de sangre... las voces subían
clamorosas al cielo rezando el Rosario. Pío V contempló
misteriosamente la victoria mientras rezaba asomado a una ventana del
Vaticano. Para dar gracias a Dios por esta victoria, el mismo
Pontífice instituyó la fiesta del Rosario.
El rosario es una oración que Pío XII y Pablo VI llamaron compendio
del Evangelio, y Evangelio abreviado. Jesús nos enseña el
Padrenuestro, que es la principal oración del Rosario, pero la que más
rezamos es el Avemaría, la del arcángel San Gabriel, que completa la
prima de María, Isabel y segunda parte es de la Iglesia. Acabamos con
el gloria, que alaba al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Algunos la ven monótona… porque es repetir… "Tú que esta devoción
supones / monótona y cansada, y no la rezas, / porque siempre repite
iguales sones, / tú no entiendes de amores ni tristezas. / ¿Qué pobre
se cansó de pedir dones? / ¿qué enamorado de decir ternezas?».
En 1858, la Virgen en Lourdes le pide a Bernardette que rece el
rosario. Y en 1917, en Fátima a tres niños que recen el rosario y
promete que Rusia se convertirá. Pasan los años... y las catástrofes y
hecatombes, genocidios, hambre y dolor, esclavitud, guerra fría,
escalada de armamentos... asolan a la humanidad. Hemos repasado la
historia y hemos contemplado la caída del comunismo, y ahora le
pedimos la Alianza de civilizaciones, la paz con el islam, que no haya
más actos terroristas como las del 11-IX ni guerras como als de Irak,
etc. (Jesus Martí Ballester).
 "El principio del camino, que tiene por final la completa locura por
Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima. / —¿Quieres amar a
la Virgen? —Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien  el Rosario de
nuestra Señora. / Pero, en el Rosario... ¡decimos siempre lo mismo!
—¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se
aman?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de
pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando
tu pensamiento muy lejos de Dios? —Además, mira: antes de cada decena,
se indica el misterio que se va a contemplar. —Tú... ¿has contemplado
alguna vez estos misterios?" (San Josemaría).
Decía Juan Pablo II: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria
maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad… con el
trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios
principales de la vida de Jesucristo... misterios (que) nos ponen en
comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su
Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas
del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la
familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales
o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos
más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario
sintoniza con el ritmo de la vida humana» (Leonis XIII)… Cuántas
gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en
estos años: Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi
agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo
cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!"… «es
necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la
oración». Y el Rosario es la Oración por la paz y por la familia:
oración contemplativa, para comprender a Cristo desde María.
Así explicaba Juan Pablo II los Misterios:
Misterios de gozo: El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se
caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de
la encarnación. Esto es evidente desde la anunciación, cuando el
saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la
alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la
historia de la salvación, es más, en cierto modo, la historia misma
del mundo. En efecto, si el designio del Padre es de recapitular en
Cristo todas las cosas (cf. Ef 1, 10), el don divino con el que el
Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo
el universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el
fiat con el que Ella responde prontamente a la voluntad de Dios.
El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la
voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen «saltar
de alegría» a Juan (cf. Lc 1, 44). Repleta de gozo es la escena de
Belén, donde el nacimiento del divino Niño, el Salvador del mundo, es
cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como «una gran
alegría» (Lc 2, 10).
Pero ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la
alegría, anticipan indicios del drama. En efecto, la presentación en
el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía
al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será
«señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el
alma de la Madre (cf. Lc 2, 34-35). Gozoso y dramático al mismo tiempo
es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con
su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo
sustancialmente el papel de quien 'enseña'. La revelación de su
misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia
aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del
Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. José
y María mismos, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus
palabras (Lc 2, 50).
De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en
los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más
profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de
la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor
salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría
cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelion,
'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido
mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador
del mundo.
Misterios de luz: Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la
vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que
se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad,
todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8,
12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la
vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar
a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios
«luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden
señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las
bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la
conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía,
expresión sacramental del misterio pascual.
Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona
misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán.
En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por
nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre
y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y
el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le
espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn
2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el
corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María,
la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual
Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión
(cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con
humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio
de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo,
especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a
la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que
según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la
Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo
acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf.
Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la
Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una
vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin,
la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento
con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando
testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1)
y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.
Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda
en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia
en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35;
Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento
de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido
que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La
revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del
Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María
en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la
Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es
una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo
durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de
todos los «misterios de luz».
Misterios de dolor: Los Evangelios dan gran relieve a los misterios
del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la
Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre
cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el
culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El
Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a
fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario
meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento
particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la
cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí,
Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y
frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no
se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo
cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría
esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios
siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas,
la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor
ignominia: Ecce homo!
En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido
mismo del hombre. Ecce homo: quien quiera conocer al hombre, ha de
saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo, Dios
que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8).
Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús
poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en
la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza
regeneradora.
Misterios de gloria: «La contemplación del rostro de Cristo no puede
reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!» (Carta
milenio). El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe,
invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse
en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión.
Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones
de la propia fe (cf. 1 Co 15, 14), y revive la alegría no solamente de
aquellos a los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena,
los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que
experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta
gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre,
sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por
especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con
la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como aparece
en el último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los
Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la condición
escatológica del Iglesia.
En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el
Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que
muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María,
avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la
misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros
misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia
cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la
Iglesia; una vida cuyo gran 'icono' es la escena de Pentecostés. De
este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la
esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como
miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les
impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel «gozoso
anuncio» que da sentido a toda su vida.

2. Salmo (Lucas  1:46-55). Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor
/ y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador  / porque ha puesto los
ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las
generaciones me llamarán bienaventurada,  / porque ha hecho en mi
favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre  / y su misericordia
alcanza de generación en generación a los que le temen.  / Desplegó la
fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio
corazón.  / Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los
humildes.  / A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos
sin nada.  / Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la
misericordia  / - como había anunciado a nuestros padres - en favor de
Abraham y de su linaje por los siglos.»
De los 'misterios' pasamos al 'Misterio': a Jesús, por el camino de
María: la mujer de fe, de silencio y de escucha. Haciendo nuestras en
el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos
sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus
brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1,
42).

3. Lucas  (1:26-38). Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel
Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,  a una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre
de la virgen era María.  Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo.»  Ella se conturbó por estas palabras,
y discurría qué significaría aquel saludo.  El ángel le dijo: «No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;  vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús.  El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el
Señor Dios le dará el trono de David, su padre;  reinará sobre la casa
de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.»  María respondió al
ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»  El ángel le
respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será
llamado Hijo de Dios.  Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido
un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban
estéril,  porque ninguna cosa es imposible para Dios.»  Dijo María:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el
ángel dejándola se fue.
       Nosotros también queremos oír la palabra de Dios y poner en práctica
lo que nos diga Jesús.

--
Llucià Pou Sabaté:
http://alhambra1492.blogspot.com/

domingo, 10 de octubre de 2010

Sabado de la 27ª semana de tiempo ordinario. Somos hijos de Dios por la fe, y la Virgen es el modelo más perfecto de llevar a las obras lo que escuchó de Dios, por eso cuando alguien dijo a Jesús el piropo “Dichoso el vientre que te llevó”, contestó

Sabado de la 27ª semana de tiempo ordinario. Somos hijos de Dios por
la fe, y la Virgen es el modelo más perfecto de llevar a las obras lo
que escuchó de Dios, por eso cuando alguien dijo a Jesús el piropo
"Dichoso el vientre que te llevó", contestó para su madre: "Mejor,
dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la llevan a la
práctica".

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 3, 22-29:
Hermanos: La Escritura presenta al mundo entero prisionero del pecado,
para que lo prometido se dé por la fe en Jesucristo a todo el que
cree. Antes de que llegara la fe estábamos prisioneros, custodiados
por la ley, esperando que la fe se revelase. Así, la ley fue nuestro
pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe.
Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo,
porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os
habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis vestido de
Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y
libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y,
si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la
promesa.

Sal 104, 2-3. 4-5. 6-7: R. El Señor se acuerda de su alianza eternamente.
Cantadle al son de instrumentos, / hablad de sus maravillas; /
gloriaos de su nombre santo, / que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder, / buscad continuamente su rostro. /
Recordad las maravillas que hizo, / sus prodigios, las sentencias de
su boca.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo; / hijos de Jacob, su elegido! / El
Señor es nuestro Dios, / él gobierna toda la tierra.

Evangelio según san Lucas 11, 27-28: En aquel tiempo, mientras Jesús
hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz,
diciendo: -«Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te
criaron.» Pero él repuso: -«Mejor, dichosos los que escuchan la
palabra de Dios y la cumplen. »

COMENTARIO: 1.- Comentaba Ratzinger que Pablo escribe a
judeocristianos que habían comenzado a dudar sobre si no sería una
obligación seguir observando toda la Torá, tal como ésta se había
comprendido hasta entonces. Esta incertidumbre se refería sobre todo a
la circuncisión, a los preceptos sobre los alimentos, a todo lo
concerniente a la purificación y a la forma de observar el sábado.
Pablo ve en esto un retroceso respecto a la novedad mesiánica, con el
cual se pierde lo fundamental del cambio que se ha producido: la
universalización del pueblo de Dios, en virtud de la cual Israel puede
abarcar ahora a todos los pueblos del mundo y el Dios de Israel ha
sido llevado realmente —según las promesas— a todos los pueblos, se
manifiesta como el Dios de todos ellos, como el único Dios. Ya no es
decisiva la «carne» —la descendencia física de Abraham—, sino el
«espíritu»: el participar en la herencia de fe y de vida de Israel
mediante la comunión con Jesucristo, el cual «espiritualiza» la Ley
convirtiéndola así en camino de vida abierto a todos. En el Sermón de
la Montaña Jesús habla a su pueblo, a Israel, en cuanto primer
portador de la promesa. Pero al entregarle la nueva Torá lo amplía, de
modo que ahora, tanto de Israel como de los demás pueblos, pueda nacer
una nueva gran familia de Dios.

2. La alegría estalla en este canto, es un canto de liberación, por
las maravillas que Dios ha hecho. El Amor "misericordioso" de Dios,
"matricial", como traduce Chouraqui, es decir elabora sin cesar la
vida como una fantástica matriz vital... maternal, que se inclina
hacia nosotros, "fuerte", "poderoso", "todopoderoso"… "más fuerte que
la muerte, que reclama tu vida a la muerte", "capaz no solamente de
crearte", ¡sino de re-crearte! Un Amor "que suscita una respuesta
alegre y libre". La sumisión que Dios quiere no es la de un esclavo
que tiembla, sino la de un hijo feliz (Noel Quesson). Es Dios Alguien
"que sale al encuentro del hombre, y en este momento la soledad última
del hombre queda poblada por la presencia, las lágrimas humanas se
evaporan, sus miedos huyen, y la consolación, como un río delicioso,
inunda sus valles. El problema es uno solo: dejarse amar, saberse
amado. Qué mal se siente el hombre cuando es dominado por la sensación
de que nadie lo ama, de que nadie está con él, y, peor todavía, cuando
percibe que alguien está en contra de él. El problema original,
repetimos, y la necesidad fundamental del ser humano es el del amor.
Por eso, las relaciones del hombre con Dios no podían desenvolverse
sino en la órbita del amor, y, en esta relación, fue Dios quien marcó
el paso y dio el tono, quien amó primero". En la larga peregrinación
de la fe, "Dios fue desvelándose lentamente de mil formas pero, en
todo caso, de manera fragmentaria, mediante acontecimientos, prodigios
de salvación, revelaciones inesperadas hasta que, llegada la plenitud
de los tiempos, se nos dio la certeza total: Dios es Amor. Y ¿qué es
el amor? ¿Concepto? ¿Emoción? ¿Convicción? ¿Energía? Nada de eso; otra
cosa. Es el movimiento de Dios hacia el hombre. Es Dios mismo en
cuanto se aproxima y se inclina sobre el hombre, y lo abraza. En suma,
es el fluido vital que mueve las entrañas, el corazón y los brazos de
Dios Padre, y todo lo llena de alegría. Dios-es-Amor, es la flor y
fruto, y la espiga dorada, de cuanto el Señor ha venido actuando y
hablándonos desde los tiempos antiguos y últimamente a través de su
Hijo (Hb 1,1); y, ciertamente, esta afirmación va iluminando
retrospectivamente el contenido general de la revelación, y
concretamente, los relatos de la creación y de las alianzas. La
avalancha de las ternuras divinas que viene desplegándose por los
torrentes de la Biblia desemboca finalmente y se condensa en la
síntesis de Juan: Dios-es-Amor".
En el contexto general de la ternura divina está el salmo anterior
102, en que se han condensado todas las vibraciones de la ternura
humana, transferidas esta vez a los espacios divinos. Viene a decirnos
que la caducidad y fugacidad humanas invocan, por contraste, y
provocan la misericordia eterna. "El hombre no vale nada. Es tan solo
un sueño. Su vida pasa como una comedia. Sus días son como la risa que
se enciende y se apaga, como el heno del campo que por la mañana
aparece y por la tarde desaparece. Es, el hombre, una estatua de humo,
la roza el viento y ya no existe (v. 16). Una calamidad.
Pero la misericordia brillará como las estrellas eternas por encima de
los huesos quemados y las cenizas, y se arremolinará en torno de los
débiles, y ceñirá, como un abrazo, esa estatua de sombra que es el
hombre para darle vida, y llenar de risa su rostro, y de consistencia
sus huesos, y, como una corriente vital irá encendiendo por contacto
todas las generaciones hasta que las estrellas se apaguen (vv. 17-18).
¡Hurras, pues, para nuestro compasivo Dios! (vv. 19-22). Formemos una
orquesta sinfónica y cósmica con todas las voces del universo, vengan
los ejércitos de arriba y los servidores de abajo (v. 21), aproxímense
los poderosos ejecutores de sus órdenes, los ángeles (vv. 20),
prestemos la voz a los minerales y a los manantiales, a las cumbres
nevadas y a las estrellas apagadas para gritar, brazos en alto, todos
a una: ¡Aleluya para el que era, es y será! ¡Honor, esplendor y
alabanza para Aquel que cabalga eternamente sobre la nube blanca de la
Misericordia! ¡Gloria en lo más alto de los cielos!" ("Salmos para la
vida", Claret).
Como aquel otro salmo, es bendicional, de alabanza, que nos invita a
una actitud de admiración y alegría, sobre todo por el amor que Dios
nos muestra. Empieza y acaba de la misma manera: "bendice, alma mia,
al Señor". Es, pues, una autoinvitación a la alabanza, desde lo más
profundo del ser, Al final, en el himno solemne con que concluye,
invitará también a los ángeles, a los "ejércitos" de Dios (los mismos
ángeles) y a la creación entera (las obras de Dios) a bendecir al Dios
a quien sirven. Pero lo principal es que cada uno de nosotros -"alma
mía"- se decida a esta bendición.
Veo una relación con el otro, que nos muestra cómo es Dios: retrato de
Dios: "perdona, cura, rescata, colma de gracia, sacia de bienes, hace
justicia, defiende, enseña...". Pero sobre todo, siguiendo la idea de
Moisés (Ex 34,6), llega a la definición: "el Señor es compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia"; y hace suyo el
comentario del profeta (Is 57,16): "no está siempre acusando, ni
guarda rencor perpetuo"... Es una imagen entrañable de un Dios que se
muestra perdonador, magnánimo, paciente, Padre. La experiencia la ha
tenido el salmista y todo el pueblo de Israel. La cita de Moisés está
en el contexto del perdón que Dios ha concedido a su pueblo después de
su grave pecado: el becerro de oro.
Por encima de toda nuestra historia, que no es nada gloriosa, está el
amor y la misericordia de Dios. El Salmo, por tanto, nos invita
también a nosotros a ver la vida desde esta perspectiva de admiración
y de confianza: estamos en las manos de un Dios que muestra su
grandeza no sólo en las obras magnificas de la creación sino sobre
todo en su ternura de Padre que siempre está cerca para ayudar y
perdonar.

Dentro de este comentario-meditación, como el Salmo 102 lo tenemos que
decir desde la nueva clave en que nos encontramos los cristianos.

Ante todo, cabe preguntarse en qué pasajes evangélicos se nos ha
mostrado Dios con esa imagen que el Salmo había descrito:
-la persona misma de su Hijo, Cristo Jesús, la prueba mejor de la
cercania y del amor de Dios, sobre todo en el misterio de su Muerte y
Resurrección;
-el retrato que Jesús nos hace de Dios: que perdona, que se cuida de
los suyos, que se alegra con nosotros;
-Cristo nos ha enseñado a llamar "Padre" a Dios; somos hijos, y no
esclavos, en la casa de Dios;
-y él mismo, Cristo, ha aparecido entre nosotros como el que perdona y
cura y devuelve la vida.

Junto al Evangelio de hoy, también sería útil mirar algunos pasajes
del N. T. que muestran el mismo entusiasmo y admiración por la
misericordia de Dios:
-"por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol
que nace de lo alto" (Lc 1,78 = esta es la frase que la Liturgia de
las horas antepone al Señor 102);
-"se hizo visible la bondad de Dios y su amor por los hombres" (Tit 3,4);
-"Bendito sea Dios, que nos ha bendecido desde el cielo con toda
bendición; la derramó sobre nosotros por medio de su Hijo querido, el
cual, con su sangre, nos ha obtenido la liberación, el perdón de los
pecados: muestra de su inagotable generosidad" (Ef 1,3.7);
-pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor que nos tuvo, nos
dio vida con el Mesías: estáis salvados por pura generosidad" (Ef
2,4-5);
-"el Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores: así
demuestra Dios el amor que nos tiene" (Rm 5,8);
-"todo lo superamos de sobra gracias al que nos amó; porque estoy
convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni soberanías, ni lo
presente ni lo futuro, ni poderes, ni alturas, ni abismos, ni ninguna
otra criatura podrá privarnos de este amor de Dios, presente en Cristo
Jesús, Señor nuestro" (Rm. 8,37-39);
-"si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el
horno, la viste Dios así, ¿no hará mucho más por vosotros?" (Mt 6,30);
-"el amor que Dios mantiene entre nosotros ya lo conocemos y nos
fiamos de él; Dios es amor: quien permanece en el amor permanece en
Dios y Dios con él" (1 Jn 4,16)...
Salmo "cristiano". Si el salmista pudo decir con verdad esta alabanza
a Dios, nosotros los cristianos, en unión con Cristo Jesús tenemos
muchos más motivos para proclamarlo. Porque en Cristo Jesús hemos
experimentado en concreto el amor de Dios. Y porque todavía hoy, en la
Iglesia, estamos de lleno sumergidos en los dones de su misericordia.
Como la Virgen María podemos recitar nuestra alabanza, verdadera glosa
cristiana de los Salmos; "proclama mi alma la grandeza del Señor... su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación".

Cada vez que celebramos la Eucaristía (= bendición, acción de gracias)
estamos ejercitando esta actitud de admiración y alabanza a la que el
salmo nos invita. Cada vez que celebramos el sacramento de la
Reconciliación experimentamos el perdón de Dios y la alegría de una
nueva vida: la juventud del águila que remonta de nuevo el vuelo.

"Dios rico en misericordia" (Juan Pablo II) nos da unas notas para
completar este recorrido: "En Cristo y por Cristo se hace
particularmente visible Dios en su misericordia, esto es, se pone de
relieve el atributo de la divinidad que ya en el A.T., sirviéndose de
diversos conceptos y términos, definió "misericordia". Cristo no sólo
habla de ella, y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que
además, y ante todo, él mismo la encarna y personifica. El mismo es,
en cierto modo, la misericordia. A quien la ve y la encuentra en él,
Dios se hace concretamente visible como Padre rico en misericordia.
La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre
del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además
a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la
misericordia. Es una palabra que parece producir una cierta desazón en
el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y
de la técnica, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que
en el pasado. Y este hecho parece no dejar espacio a la misericordia.
Pero tenemos que leer la Constitución "Gaudium et Spes", del Concilio,
cuando traza la imagen del mundo contemporáneo: "el mundo moderno
aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y lo peor".
Revelada en Cristo, la verdad acerca de Dios como Padre de la
misericordia, nos permite verlo especialmente cercano al hombre, sobre
todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su
existencia y de su dignidad.
Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha
demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el
amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que
forma su humanidad, con toda su fragilidad, bien sea física, bien sea
moral. Cristo nos revela que Dios es Padre, que es amor, rico en
misericordia. Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es
en la conciencia de Cristo la prueba fundamental de su misión de
Mesías"".
«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. El perdona
todas tus culpas y cura todas tus enfermedades».
Hoy canto tu misericordia, Señor; tu misericordia, que tanto mi alma
como mi cuerpo conocen bien. Tú has perdonado mis culpas y has curado
mis enfermedades. Tú has vencido al mal en mí, mal que se mostraba
como rebelión en mi alma y corrupción en mi cuerpo. Las dos cosas van
juntas. Mi ser es uno e indivisible, y todo cuanto hay en mí, cuerpo y
alma, reacciona, ante mis decisiones y mis actos, con dolor o con gozo
físico y moral a lo largo del camino de mis días.
Sobre todo ese ser mío se ha extendido ahora tu mano que cura, Señor,
con gesto de perdón y de gracia que restaura mi vida y revitaliza mi
cuerpo. Hasta mis huesos se alegran cuando siento la presencia de tu
bendición en el fondo de mi ser. Gracias, Señor, por tu infinita
bondad.
«Como se levanta el cielo sobre la tierra, así se levanta su bondad
sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de
nosotros nuestros delitos; como un padre siente ternura por sus hijos,
así siente el Señor ternura por sus fieles, porque él conoce nuestra
masa, se acuerda de que somos barro».
Tú conoces mis flaquezas, porque tú eres quien me has hecho. He
fallado muchas veces, y seguiré fallando. Y mi cuerpo reflejará los
fallos de mi alma en las averías de sus funciones. Espero que tu
misericordia me visite de nuevo, Señor, y sanes mi cuerpo y mi alma
como siempre lo has hecho y lo volverás a hacer, porque nunca fallas a
los que te aman.
«Él rescata, alma mía, tu vida de la fosa y te colma de gracia y de
ternura; él sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se renueva
tu juventud».
Mi vida es vuelo de águila sobre los horizontes de tu gracia. Firme y
decidido, sublime y mayestático. Siento que se renueva mi juventud y
se afirma mi fortaleza. El cielo entero es mío, porque es tuyo en
primer término, y ahora me lo das a mí en mi vuelo. Mi juventud surge
en mis venas mientras oteo el mundo con serena alegría y recatado
orgullo. ¡Qué grande eres, Señor, que has creado todo esto y a mí con
ello! Te bendigo para siempre con todo el agradecimiento de mi alma.
«Bendice, alma mía, al Señor» (Carlos G. Vallés).
3. Encontramos la aclamación de una mujer que representa al resto de
Israel: « ¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te
criaron!» (11,27). Se trata de la pequeña parte del pueblo que se
escapa de la destrucción y constituye el núcleo del pueblo salvado por
Dios, según el lenguaje profético. Son los que con sinceridad siguen
creyendo en los privilegios históricos de Israel. Pero Jesús no va en
absoluto en esta dirección. El proclama una sociedad alternativa, en
la que todo hombre tenga cabida: «Pero él repuso: "Mejor: ¡dichosos
los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!"» (11,28). No hay
fronteras de ascendencia de sangre para Jesús. Para entrar a formar
parte de la comunidad del reino es suficiente -¡como quien no dice
nada!- 'escuchar el mensaje' que él proclama y 'ponerlo en práctica'.
Dicho y hecho. Este es el núcleo de toda la secuencia. Quien hace
fructificar en hechos palpables y experiencias reales lo que ha
escuchado, éste es verdaderamente "dichoso".
Una mujer de entre la multitud, en voz alta y en público se dirige a
Jesús; detengámonos en estos dos detalles. No es común que las mujeres
hablen en publico y se dirijan al maestro de esa manera. Esto indica
el modo de relación de Jesús y su grupo para con las mujeres en
general. Podemos suponer que la mujer que alzó la voz era una mujer
cercana a Jesús y a su grupo. Es sabido que es bien probable que
Jesús, camino a Jerusalén, iba acompañado también de discípulas.
La expresión de la mujer aclude a dos figuras maternales por
excelencia: el seno materno que le llevó y los pechos que le
amamantaron. Esta sentencia hace referencia a la relación maternal
directa de Jesús hacia su madre, María, pero él, muy hábilmente, da la
vuelta a la expresión y amplía el círculo de filiación al discipulado,
Para ser parte de la familia de Jesús es necesario seguirlo, ser
discípulo suyo. Se rompe con el círculo familiar y se da un paso hacia
la comunidad de hermanos y hermanas, a quienes se proclama dichosos.
"Dichosos más bien los que oyen y ponen en práctica la Palabra de
Dios". La escucha y la práctica de la palabra de Dios: dos condiciones
sin las cuales no es posible hacer el camino. Por eso Jesús responde
en voz alta al elogio de la mujer con una sentencia que nos desafía e
interpela. En este breve evangelio la comunidad de Lucas nos pone
frente a una realidad que no es imposible evadir; estamos llamados a
confrontar nuestra realidad histórica con la palabra de Dios, que es
la verdadera causa de nuestra alegría y de nuestra fuerza (Josep Rius
Camps / Diario Bíblico). Llucià Pou Sabaté, 10.10.10