sábado, 16 de octubre de 2010

Domingo XVIII, año C: la fe y la obediencia nos llevan a confiar en las manos de Dios, que ofrece a todos la salvación

Domingo XVIII, año C: la fe y la obediencia nos llevan a confiar en
las manos de Dios, que ofrece a todos la salvación

1. Segundo libro de los Reyes (5,14-17).
El general sirio ha venido por la palabra de una esclava judía, para
curarse. El profeta le ha dicho que se lave en el río, y él dudó
porque los ríos de su país son mucho mejores, pero al final obedece el
consejo sencillo que le proponen: En aquellos días, Naamán el sirio
bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado
Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia de la lepra, como
la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le
presentó diciendo:
-Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de
Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.
Contestó Eliseo: -Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada.
Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo: -Entonces, que entreguen
a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas;
porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios
de comunión a otro dios que no sea el Señor.
Ellos pensaban que los dioses tenían un territorio, por eso se lleva
tierra… pero aquí vemos que la salvación es para todos. Lo entienden
de momento a medias… sólo un poco. También es una lección de
gratuidad. Eliseo no acepta ningún presente y no pide nada. Con Dios
tampoco hemos de pagarle ni demostrarle nada, Él nos quiere y basta…
Lo de lavarse está claro que es una profecía de lo que es el bautismo.
Este general, después de haber llegado a la cúspide de  su carrera, de
repente frente al abismo: tiene lepra. Está condenado en vida a muerte
en un  doble sentido: tendrá que contemplar en su cuerpo, todavía
vivo, su propia corrupción, y  experimentar en vida el destino de la
muerte. Y porque así ocurría, porque el leproso se  hallaba ya en las
garras de la muerte, era arrojado de la sociedad y «dejado en la
intemperie»: él no tenía ya -por supuesto, en Israel, pero tampoco en
otras religiones-  ningún acceso al santuario; era excomulgado de la
comunidad, la cual quedaría  contaminada con el hálito de la muerte.
En ese aislamiento, queda abandonado totalmente  al poder de la
muerte, cuya esencia es soledad, ruina y destrucción de la comunión
con  otros.
En este momento cruel y terrible de su derrumbamiento en la nada,
Naamán se agarra a  un clavo ardiendo y se aferra al más mínimo rumor
de posible salvación. En este caso, lo  escucha de una criada: en
Israel hay un hombre que puede curar. Pero cuando iba a  realizar lo
que se le pedía, todo está a punto de fracasar. En efecto, su orgullo
se resiste a  someterse a un baño en el Jordán; pero un criado suyo le
debe recordar que él no se halla  en situación en la que pueda
vanagloriarse de su posición o del papel que desempeña;  enfrentado
con la muerte, no es más que ese hombre y debe intentar lo último. De
ese modo  queda bien claro que no es el Jordán el que cura, sino la
obediencia, el renunciar al propio  papel y a su arrogancia o a la
hipocresía, el descender y el presentarse desnudo ante el  Dios vivo.
La obediencia es el baño que purifica y salva.
Nosotros también tenemos nuestra lepra, lo que nos cuesta: hemos de
tener la disposición a  aceptar lo pequeño, lo ordinario; en la
disposición al baño de la obediencia y dejarnos ayudar…
Como Naamán, muchos querrían imponer sus condiciones a Dios, para
tomarlo en serio y creer. Pero es Dios quien tiene la palabra. Y Dios
no convoca oposiciones, ni valora el curriculum, ni acepta enchufes.
Dios sale al encuentro de todos los que le buscan con sincero corazón,
y se les muestra en los acontecimientos más insospechados de la vida.
Moisés lo descubrió en una zarza que ardía sin consumirse. Lo
importante es saber ver, saber mirar con ojos nuevos, tener el corazón
limpio para poder ver a Dios (Joseph Ratzinger / Eucaristía 1989).

2. Salmo (97,1.2-3ab.3cd-4) R/. El Señor revela a las naciones su justicia.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo; / el Señor da a
conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó
de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro
Dios. / Aclama al Señor, tierra entera, / gritad, vitoread, tocad.

Es un canto que proclama la victoria de Jesús que nos salva. Un
cántico nuevo al Niño de Belén, en quien se manifiesta el amor de Dios
Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La alabanza a Cristo,
aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto de la alegría que
suscita su Nacimiento en un corazón admirado y agradecido de sentirse
salvado por su Señor, que aparece en la verdad de nuestra misma carne.
En un famoso himno navideño de Sedulio (+450), el 'A solis ortus
cárdine', se recogen estas palabras: "No rechaza el pesebre, ni dormir
sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo
que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre."
Es un "salmo del reino": en la fiesta de las Tiendas (que recordaban
los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto),
Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el
Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían
"tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su
rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no
era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía
largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la
fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!",
"¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra
intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación".
Porque "Él ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"...
"Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su
Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El
vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado",
que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta
última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada):
"El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"...

3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 2,8-13.

Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de
entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi
Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor.

Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo
por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación,
lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna:

Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si
perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí
mismo.

       Pablo está preso, pero libre por dentro: a la Palabra de Dios no se
la puede encadenar y Pablo ha recibido la misión de anunciarla. Por
eso, lo aguanta todo en favor de los que Dios ha elegido, para que
ellos alcancen también la salvación, lograda por Jesucristo, con la
gloria eterna.

4. Evangelio según San Lucas 17,11-19.
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.
Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez
leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

-Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Al verlos, les dijo:
-Id a presentaros a los sacerdotes.

Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que
estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó
por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:

-¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No
ha vuelto más que este extranjero para dar gloria Dios?

Y le dijo: -Levántate, vete: tu fe te ha salvado.

Sólo el samaritano vuelve para alabar a Dios y reconocer en Jesús al
Rey-Mesías. La postración delante de Jesús no es una adoración, sino
el reconocimiento de esta realeza mesiánica. Los otros nueve no
vuelven. Parece como si vieran natural que en ellos, hijos de Abrahán,
se cumplieran las promesas mesiánicas. Pero, al decir Jesús al
samaritano, al extranjero, "tu fe te ha salvado", nos enseña que el
verdadero Israel se asienta en la fe agradecida (Eucaristía 1989).
Jesús vive y nos espera en el Sagrario, y queremos visitarle,
tratarle, que sea nuestro mejor Amigo, para confiarle nuestras
preocupaciones y fallos, enfermedades y lepras, y su manto, vestiduara
mágica, nos hace invencibles... (Ricardo Martínez Carazo). Llucià Pou
Sabaté, 10.10.10, con notas tomadas de Mercaba.org.

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Llucià Pou Sabaté:
http://alhambra1492.blogspot.com/

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