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miércoles, 29 de diciembre de 2010

IV Domingo de Adviento, Ciclo A. La fe de San José nos ayuda a participar en el misterio de Emanuel, “Dios con nosotros



Isaías (7,10-14). En aquellos días, dijo el Señor a Acaz: -Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo. Respondió Acaz: -No la pido, no quiero tentar al Señor. Entonces dijo Dios: -Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel (que significa: «Dios-con-nosotros»).

Salmo 23, 1-2,3-4ab,5-6: R./ Va a entrar el Señor: Él es el Rey de la Gloria
Del Señor es la tierra y cuanto la llena / el orbe y todos sus habitantes: / Él la fundó sobre los mares, / Él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro? / El hombre de manos inocentes
y puro corazón. / Ése recibirá la bendición del Señor, / le hará justicia el Dios de salvación. / Este es el grupo que busca al Señor, / que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 1,1-7. Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio; prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas, se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Texto del Evangelio (Mt 1,18-24): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.
Comentario: 1. Is 7,10-14. El rey Acaz y el profeta Isaías se hallan frente a frente. Acaz solicita la ayuda a Siria para vencer a sus vecinos enemigos: bajo una falsa religiosidad oculta una absoluta falta de fe en la intervención divina. Isaías le ofrece un signo: el nacimiento de un niño, encarnación de la benevolencia de Dios, de su presencia salvadora -Enmanuel- Dios con nosotros. El niño pudo ser históricamente el mismo hijo del rey, próximo a nacer. Pero en el contexto profético designa ya al Mesías. Y con él -como parte integrante del mismo signo- se asocia la madre. El niño es puro don de Dios, fruto de la fe. Aquella maternidad se entenderá pronto dentro de las maternidades prodigiosas del AT. Son años difíciles para el pueblo de Dios (735), su independencia política está amenazada desde dentro y desde fuera. Interiormente se la veía como castigo de tantas infidelidades a Dios. El pueblo de Judá está amenazado, por una parte, por Asiria, y, por otra, los pueblos vecinos, Siria, edomitas y filisteos. La disyuntiva era clara; aliarse con Asiria, o con sus vecinos. Y Acaz, el rey de Judá, había escogido al más poderoso, Asiria, como amigo. Isaías se presenta y aconseja al Rey el tercero y único camino salvador para Judá, una postura no de alianzas políticas ni diplomáticas, sino de fe. Precisamente de lo que carecía el rey Acaz y sus asesores; que tenga fe, que sea providencialista, que confíe única y exclusivamente en el Dios de la Alianza y las Promesas. El escéptico Acaz debió sonreír ante una respuesta divina para solucionar los problemas humanos. El profeta, indignado, se torna amenazador. "Si no tenéis fe, no subsistiréis". Israel era un pueblo teocrático. El rey era simplemente el representante de Dios. Debía actuar siempre en dependencia de él, debía creer. No podía Acaz prescindir de Dios en sus decisiones y convertirse en un rey como los demás reyes de la tierra. Si obraba así era como una usurpación divina. Isaías, consciente de la infidelidad del rey y de no haber sido escuchado, se presenta ante la corte demostrando cómo Dios puede hacer lo que desea y cómo deben fiarse de él, que le pidan un "signo" a cualquier nivel, en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo. Pero Acaz no está dispuesto a cambiar su política de pacto con Asiria y lleno de hipocresía rechaza el signo. Isaías no aguanta más. Y reprochando su conducta hace este maravilloso anuncio de que la fidelidad y garantía de Dios estará siempre con el pueblo que se fía de él. Cuando, el comenzar nuestra era, una joven doncella llamada María quede embarazada sin concurso de varón y dé a luz un hijo, síntesis de lo humano y lo divino y en cuya vida, muerte y resurrección se den cita cumplidamente todos los anuncios de Isaías en estos capítulos conocidos como al "Libro del Emmanuel" ya nadie podrá negar la proyección mesiánica y salvífica de aquel Emmanuel en pañales de Isaías, cuya madurez nos ha sido revelada en Cristo.
2. Salmo 23. Así comentaba el Papa: “Dios creó el mundo y es su Señor. El segundo se refiere al juicio al que somete a sus criaturas: debemos comparecer ante su presencia y ser interrogados sobre nuestras obras. El tercero es el misterio de la venida de Dios: viene en el cosmos y en la historia, y desea tener libre acceso, para entablar con los hombres una relación de profunda comunión. Un comentarista moderno ha escrito: "Se trata de tres formas elementales de la experiencia de Dios y de la relación con Dios; vivimos por obra de Dios, en presencia de Dios y podemos vivir con Dios".
A estos tres presupuestos corresponden las tres partes del salmo 23, que ahora trataremos de profundizar, considerándolas como tres paneles de un tríptico poético y orante. La primera es una breve aclamación al Creador, al cual pertenece la tierra, incluidos sus habitantes (vv. 1-2). Es una especie de profesión de fe en el Señor del cosmos y de la historia. En la antigua visión del mundo, la creación se concebía como una obra arquitectónica: Dios funda la tierra sobre los mares, símbolo de las aguas caóticas y destructoras, signo del límite de las criaturas, condicionadas por la nada y por el mal. La realidad creada está suspendida sobre este abismo, y es la obra creadora y providente de Dios la que la conserva en el ser y en la vida.
Desde el horizonte cósmico la perspectiva del salmista se restringe al microcosmos de Sión, "el monte del Señor". Nos encontramos ahora en el segundo cuadro del salmo (vv. 3-6). Estamos ante el templo de Jerusalén. La procesión de los fieles dirige a los custodios de la puerta santa una pregunta de ingreso: "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?". Los sacerdotes -como acontece también en algunos otros textos bíblicos llamados por los estudiosos "liturgias de ingreso" (cf. Sal 14; Is 33, 14-16; Mi 6, 6-8)- responden enumerando las condiciones para poder acceder a la comunión con el Señor en el culto. No se trata de normas meramente rituales y exteriores, que es preciso observar, sino de compromisos morales y existenciales, que es necesario practicar. Es casi un examen de conciencia o un acto penitencial que precede la celebración litúrgica.
Son tres las exigencias planteadas por los sacerdotes. Ante todo, es preciso tener "manos inocentes y corazón puro". "Manos" y "corazón" evocan la acción y la intención, es decir, todo el ser del hombre, que se ha de orientar radicalmente hacia Dios y su ley. La segunda exigencia es "no mentir", que en el lenguaje bíblico no sólo remite a la sinceridad, sino sobre todo a la lucha contra la idolatría, pues los ídolos son falsos dioses, es decir, "mentira". Así se reafirma el primer mandamiento del Decálogo, la pureza de la religión y del culto. Por último, se presenta la tercera condición, que atañe a las relaciones con el prójimo: "No jurar contra el prójimo en falso". Como es sabido, en una civilización oral como la del antiguo Israel, la palabra no podía ser instrumento de engaño; por el contrario, era el símbolo de relaciones sociales inspiradas en la justicia y la rectitud.
Así llegamos al tercer cuadro, que describe indirectamente el ingreso festivo de los fieles en el templo para encontrarse con el Señor (vv. 7-10). En un sugestivo juego de llamamientos, preguntas y respuestas, se presenta la revelación progresiva de Dios, marcada por tres títulos solemnes: "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". A las puertas del templo de Sión, personificadas, se las invita a alzar los dinteles para acoger al Señor que va a tomar posesión de su casa.
El escenario triunfal, descrito por el salmo en este tercer cuadro poético, ha sido utilizado por la liturgia cristiana de Oriente y Occidente para recordar tanto el victorioso descenso de Cristo a los infiernos, del que habla la primera carta de san Pedro (cf. 1 P 3, 19), como la gloriosa ascensión del Señor resucitado al cielo (cf. Hch 1, 9-10). El mismo salmo se sigue cantando, en coros que se alternan, en la liturgia bizantina la noche de Pascua, tal como lo utilizaba la liturgia romana al final de la procesión de Ramos, el segundo domingo de Pasión. La solemne liturgia de la apertura de la Puerta santa durante la inauguración del Año jubilar nos permitió revivir con intensa emoción interior los mismos sentimientos que experimentó el salmista al cruzar el umbral del antiguo templo de Sión.
El último título: "Señor de los ejércitos", no tiene, como podría parecer a primera vista, un carácter marcial, aunque no excluye una referencia a los ejércitos de Israel. Por el contrario, entraña un valor cósmico: el Señor, que está a punto de encontrarse con la humanidad dentro del espacio restringido del santuario de Sión, es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen. En el libro del profeta Baruc se lee: "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen: "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3, 34-35). El Dios infinito, todopoderoso y eterno, se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el amor”.
3. Rm 1,1-7 (ver lunes de la 28º semana). El evangelio es la buena noticia que Dios ha enviado al mundo con la persona de Jesús para instaurar el reino del futuro. La fe como respuesta al Evangelio compromete al hombre entero. Por eso es siempre obediencia (“para llevar a la obediencia de la fe". También podría traducirse "a la obediencia que es la fe"). Implica efectivamente que el hombre se "someta" libremente a Dios, que se le revela como fiel y digno de ser creído y que, renovando al hombre, le permite acatar su voluntad (cf. Rom 10, 9). Este es el preludio de la contemplación del misterio de Jesús, ante el que nuestra fe se convierte en respuesta (“Eucaristía 1992”). Pablo comienza su carta con una dedicatoria, el que se anticipa ya en buena parte lo que después expondrá exhaustivamente y en detalle en el cuerpo de la carta. En primer lugar, Pablo determina su situación respecto a Jesucristo y respecto a sus lectores. En relación a Jesucristo Pablo se considera "siervo", porque ha sido redimido con la sangre del Señor y ahora le pertenece por entero; en relación a los romanos y a los hombres en general Pablo se considera "apóstol", porque ha sido escogido y enviado a predicar el Evangelio de Dios. El servicio de Pablo, siervo de Jesucristo, no es otro que el de proclamar como apóstol el Evangelio a los hombres. Este evangelio es "de Dios", porque Dios de procede para todos los hombres. En segundo lugar, Pablo afirma que el Evangelio de Dios no es otro que el que ya anunciaron los profetas como Promesa; pero ahora es Buena Noticia, pues las promesas se han cumplido en Jesucristo. Una vez aclarada la situación de cada uno, de Pablo y de los romanos, y definido formalmente el Evangelio, Pablo ofrece una concentración del contenido evangélico: Jesús, hijo de David (título mesiánico proclamado por los profetas), es también el Hijo de Dios (por lo tanto, este hombre, Jesús, es igualmente Dios) y el Señor, el cual, habiendo resucitado de entre los muertos por la fuerza del Espíritu Santo, ha recibido ya el poder y la gloria que le corresponden.
Por mediación de este Señor Jesucristo le ha sido dada a Pablo la misión y la gracia de anunciar el Evangelio a todos los gentiles. Por el mismo Señor Jesucristo, los romanos han sido también llamados a responder con fe al Evangelio. De manera que tanto la predicación del apóstol como la fe de los creyentes ha de ser para mayor gloria del nombre de Jesucristo. La vocación a la fe es una muestra del amor que Dios tiene a los hombres, en este caso concreto a los fieles de Roma. Es, además, una llamada de Dios a formar parte de su pueblo santo extendido por toda la tierra y que es la Iglesia. La fe es un encuentro con Dios en Jesucristo, pero también un encuentro con los hermanos. La fe se mantiene con la gracia de Dios, y la misma fe es la que construye en la comunidad cristiana aquella paz que sólo Dios puede dar. Pablo pide para los romanos la gracia y la paz que viene de Dios (“Eucaristía 1980”).
4. Jesús es “Dios ayuda” y también significa “Dios salva”. ¿De qué nos salva? Del pecado, de todo mal… y nos llega por María y José, que aparece hoy junto a María, como un hombre justo (cf. Mt 1,19), con una fidelidad unida a su misión con Jesús y María, que hoy precisamente vemos que descubre en su famosa “duda”. Le vemos padre de Jesús, y de la Iglesia, y especialmente de los sacerdotes. Hoy vamos a contemplar la fe a través de la figura de José, y la noche de Navidad veremos la caridad que Jesús nos trae, el amor de Dios encarnado.
“Enviadlo, altos cielos, como rocío, que las nubes lluevan al Justo. Abrase la tierra i germine el Salvador” (Is 45, 8), dice la Antífona de entrada. Y le pedimos al Señor en la oración colecta lo que cada día recitamos en el Angelus: “derrama tu gracia sobre nuestros corazones, para que, así como por el anuncio del ángel hemos conocido la Encarnación de tu Hijo Jesucristo, seamos llevados por su Pasión y Cruz a la gloria de la Resurrección.”. Veremos hoy cómo la fe de San José se manifiesta de una manera especial en el sacrificio, ante la cruz. Ya el libro de Isaías nos muestra una señal que vendrá del cielo: una virgen tendrá un hijo, que será llamado Emanuel, “Dios con nosotros”.
Vemos ahora la fe de san José: ha buscado lugar para acoger a María, que es portadora de Jesús, el Emmanuel, el “Dios con nosotros”, “Dios que salva”. En Belén la gente dice que no hay lugar para ellos. Hoy también la gente va a lo suyo, no tiene tiempo por Dios, Jesús está buscando lugar en el corazón de los hombres. Explica con ingenuidad el poeta catalán Mn. Cinto Verdaguer que yendo José y la Virgen de camino por ese mundo con el niño Jesús, como eran pobres y el camino era largo, entró en un pueblo a pedir comida, y se llegó a las puertas de una casa buena, golpeteando la puerta con el bastón: “-¿Quien va?” -le dijeron desde dentro.
–“unos pobres que vamos de camino”, respondió el patriarca humilde. “¿Nos harían una gracia de caridad, por amor de Dios?”
-“Dios os ampare”, le dieron como respuesta.
-“Estos serán pobrecitos como nosotros”, añadió el santo. “Llamemos a esa otra casa que tiene aires de palacio, aquí vivirá gente rica y caritativa que nos llenará el zurrón”... y al llamar dijo: - "¿querríais hacer una limosna a unos pobres peregrinos, por amor de Dios?"
-"¡Para peregrinos estamos!" -respondió una voz ronca sin abrir la puerta.
-"Deben de estar enfermos” -dijo San José-, “los ricos también pasan enfermedades y penas".
Llamó a otra casa importante y le respondieron: "¡Dios os dé!", y en otra ni esto le dijeron, respondiéndole solamente los perros con sus ladrillos poco acogedores. San José, que era un saco de paciencia, al ver una recibida tan mala para su santísima esposa, y para el Niño, la salvación del mundo, se apenó y dos lágrimas amargas le resbalaron por su cara. El niño Jesús tuvo compasión, y sintiendo brotar también sus lágrimas de sus hermosos ojos, dijo a san José: -"llamemos, si te parece, a esa cabañita". Era la más pobre de las casas de aquel pueblo y tan pequeña que ni el santo ni su esposa se habían apercibido de ella; mes, esto sí, todas estaban cerradas a cal y canto como si tuvieran miedo de ladrones, y esa, que no tenía nada que esconder, estaba de puertas abiertas; ni hubieron de llamar sino que entraron y –en un inocente anacronismo el poeta pone en boca de san José la frase popular-: "-¡Ave María purísima!" y de dentro respondieron: "-sin pecado concebida", y vieron que era una familia alegre y pobre, que les invitaban: "pasad, pasad, ¿queréis quedaros a cena con nosotros?" decía la mujer, mientras ponía más platos en la mesa, con unos pequeños panecillos y en medio la sopera... allí estuvieron muy bien acogidos y contentos de estar con aquella humilde familia, y luego se fueron, y después cuando ya estaban alejándose, la Virgen María volviéndose al niño Jesús, le dijo: -"hijo mío, ¿y qué paga les darás por esta obra buena que han hecho?" Dicen que el niño respondió: "-madre mía, la paga la tendrán en el cielo; aquí en la tierra, cruces y más cruces".
Es el misterioso sentido de la cruz que lleva a la gloria, la puerta de la salvación, el signo más y de victoria, que tienen forma de cruz, sacrificio que da fruto… Dios llama a la puerta de nuestra casa de muchas maneras. En lo de cada día y ha algo de divino. En la abundancia o en la pobreza, en la salud o enfermedad es Jesús quien nos busca, y hemos de dejarlo entrar... pues dónde los dedos notan la espina que pincha, la mirada de fe descubre la belleza de la rosa que nos regala, esto es la cruz.
Hoy en el Evangelio vemos la confianza de san José en Dios es modelo para nosotros… (cómo reacciona ante la “duda”). José es "justo" (Mt 1. 19), no con esa justicia legalista que quiere poner la ley de su parte y repudiar a su mujer, ni tampoco con esa justicia, que respeta al prójimo y se niega a causarle el mínimo perjuicio, sino con esa justicia religiosa que le prohíbe hacerse pasar por el padre de un Hijo que no es suyo (tanto si comprendió o no de entrada que ese Niño milagroso sería también un Niño divino). Entonces es cuando interviene el ángel para comunicar a José que Dios le necesita, porque si bien no tiene nada que hacer al nivel del alumbramiento, tiene una misión que cumplir al nivel de la paternidad legal. El mensaje del ángel podría interpretarse así: "Es cierto que lo que se ha engendrado en María ha sido por obra del Espíritu Santo, pero Dios te necesita para hacer que ese Niño entre en el linaje de David y darle un nombre". José no es, pues, "justo", porque sea un modelo de resignación, capaz de una actitud bonachona respecto a su esposa, sino porque respeta a Dios en su obra y se limita a cumplir el papel que Dios le asigna: introducir a Jesús en la estirpe real. La salvación del hombre no depende, por tanto, exclusivamente de una iniciativa soberana de Dios que basta esperar pasivamente. Dios no salva al hombre sin la cooperación y sin la fidelidad del hombre (Maertens-Frisque). La duda de José no fue acerca de la culpabilidad o inocencia de María, sino sobre el papel que él personalmente tenía que jugar en todo aquello. Una intervención sobrenatural -aparece el motivo del ángel- se lo aclara: deberá poner el nombre al niño, es decir, deberá ser su padre legal (era el padre quien imponía el nombre) y entonces, conocido su papel en aquel matrimonio, cesa su turbación, desconcierto o duda. San Bernardo, antes de otras explicaciones complejas que han aparecido después, y más bien extrañas a la confidencia entre esposos, hace mil años, bien puede comentar esta explicación, o al menos no la desmiente: "¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad acerca de este punto no mi propio pensamiento, sino el de lo Padres; si quiso despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc 5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8). También dentro de este pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión. Del mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la profundidad de un misterio semejante; he ahí por qué pensó en dejar secretamente a María. ¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel no pudo soportar la presencia de la Virgen sin una especie de temor mezclado de respeto? (Lc 1, 43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la dicha de que la madre de mi Señor venga a mí?". San Jerónimo fue más parco: “José, conociendo la castidad de María y extrañado por lo acaecido, oculta con su silencio aquello cuyo misterio ignora”. Por tanto la interpretación de más arriba es moderna también, pero mejor que las que se enseñaron en los últimos siglos.
El anuncio del ángel a José es un resumen completo del Nuevo Testamento: Jesús salvará al pueblo de sus pecados. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento la expresión "Perdón de los pecados" no significa el perdón de una falta concreta sino que es el resumen de toda la acción salvadora de Dios. Quiere decir esto que, con la aparición de Jesús, ha sido superada la separación entre Dios y el hombre. Decir Jesús o salvador es exactamente lo mismo. El nacimiento de Jesús, su vida y actividad fue -y es- Dios con nosotros. Como lo había anunciado el profeta Isaías.
En María y José encontramos un matrimonio ejemplar, modelo para todos nuestros hogares, pero sin duda singular, como vemos en el Evangelio de hoy. Es también naciente iglesia doméstica, que custodiará el Redentor. Son de carne y hueso como nosotros, vivían nuestras mismas dificultades y alegrías similares a las nuestras. La Sagrada Familia es modelo de nuestras familias, luchaban por llevar las cosas adelante, y nos enseñan a vivir las “dificultades” en positivo: transformarlas en “posibilidades”, de amar más, de ser más entregados, de tener más fe y perseverancia; así se refuerza el amor y la fidelidad. Las dificultades de “ordinaria administración” no aparecen en el Evangelio: problemas con clientes del taller, rumores de pueblo, estrecheces económicas propias de vivir al día… Se intuye que para ellos los nervios no degeneraban en discusiones; que cuando no podían solucionar una cosa hablando, optaban por el silencio (es una forma de diálogo, cuando se ama): meditar las cosas, el silencio de la oración… Los problemas que nos muestra el Evangelio no son los pequeños de cada día, sólo vemos los más graves… y vemos como actúan, en silencio, "aguantan en el dolor" y esperan el “dedo” de Dios…
Embarazada como está la Virgen, estando desposada con José, él ve que espera un hijo. Sabe de su pacto de virginidad, que habían acordado entre los dos. Ella, por vocación; él, seguramente por acompañarla pues la quería en la situación que ella dispusiera, respetando su compromiso con Dios, pues eso hace el amor.
¿María le dijo lo del ángel? Quizá sí, y José la acompañó a visitar y estar esas semanas o meses a su prima Isabel. Quizá se sintió entonces indigno de estar ahí por medio, que molestaba en un plan que no tenía nada que ver con él, como escribía mi amigo Antoni Carol: si les veían muy unidos iba a ser difícilmente creíble el misterio de la Encarnación virginal. Dios no dice nada; María ve a José pensar esas cosas, i ella intuye y sufre pero tampoco dice nada… José hace oración, y sigue sin tener luces. La Virgen intenta hacerse cargo del desconcierto de su esposo —que no se siente digno para acompañarla—.
José es el que permanece en segundo plano, oculto, escondido, con su sí permanente es el hombre fiel: de fe a prueba de fuego, dócil a la voz del Señor, aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda a los planes divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de hombros, que todo le está bien. Le veo con una fe que rezumaba paz: cuando una cosa iba como esperaba diría: “gracias a Dios!”, y cuando iba al revés, diría: “bendito sea Dios!”, de manera que siempre estaba entre dar gracias y bendecir a Dios.
La decisión de dejar a María era darle libertad, quedaba fuera del riesgo de pública infamia; y él aparecía como causante de la separación. Dios, al ver su docilidad, no le hace sufrir más e interviene en sueños por medio de un ángel. La caricia de Dios da vida otra vez a José, que así se va preparando más y más para su misión.
Hay quien piensa la otra posibilidad, que María sabe y calla, que no dice nada a José, quien al conocer su estado piensa dejarla –quedando él mal- y no discute ni se queja ni pide explicaciones convencido de que algo divino está ocurriendo, y que aquel asunto no es suyo. Cumpliendo la ley, debía dejarla, y la deja libre para no perjudicarla. No estaría ajeno a conocer lo que pasó con el nacimiento de Juan Bautista y los portentos –quedarse mudo Zacarías, etc.-. Dios ilumina a José en sueños, y José es dócil: aprende a ir al paso de Dios, como más tarde cuando se le indica que vaya a Egipto, que vuelva, etc.
Desplazarse a Belén para empadronarse no sería nada fácil, José sabía que era inoportuno aquel viaje; pensaba que algún pariente en Belén les podría albergar, pero una vez más nada salió como ellos habían pensado: el viaje a Egipto será otro ejemplo de cambio de planes, como en el episodio del Niño perdido y hallado en el Templo… aprenden a meditar las cosas, a ir al paso de Dios, para cumplir su voluntad. Todo esto es modelo para nosotros, les pedimos a José y María que nos ayuden a dejarnos llevar por Dios, a tener confianza y ver esa mano invisible que nos acompaña y nos guía a lo largo de la vida.
María y José son experimentados en llevar la cruz, aquellos seis meses que José tardó al saber que Jesús era el hijo de Dios, cuando veía que tendría un hijo. María sabe y calla, está serena y con mirada de fe, pero sufriendo, no dice nada, y José no le pregunta y piensa dejarla, aquella cruz fue fuerte… y aguantan pacientemente, sin pensar mal un del otro, y sin desconfiar de Dios. El ángel se aparece a José, y le explica todo. Han aprendido a decir que si a Dios en todo momento, a ser morada de Dios. Jesús ha nacido para nosotros, para cada uno, la noche de Nadal, y queremos hacernos pequeños, como los pastores, y ser de los primeros que están allá aprendiendo la lección que Dios nos da de humildad y pobreza, de estar por encima de las cosas materiales, pues el rey del mundo nace pobre en un establo. Queremos estar allá, verle como tiene frío, pero frío de cariño, de nuestro amor. Jesús se muestra necesitado, y aprendemos así nosotros a sabernos mostrar vulnerables. Y así la gente nos tendrá más confianza, se acercarán al inspirar nosotros credibilidad, y los podremos ayudar, y nos podrán hacer preguntas sobre las cosas importantes. No poseemos totalmente la verdad, y de ahí que no tengamos que ser nunca prepotentes. El tema de la verdad es importante, pues en nombre de ella se matan y discuten muchos. ¿Cómo se puede hacer compatible con el pluralismo? Machado decía aquello de “¿tu verdad? –No, la verdad, ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela…” No se llega a la verdad por mucho gritar... la libertad es tan importante como la verdad, como el amor, son tres cosas que si no van juntas no existen, así Jesús nos invita a seguirle con aquel “si alguien quiere venir conmigo”... José también fue modelo de sencillez, que es el mejor vestido para la verdad. Para ayudar a los demás, hace falta hacerse pequeño, tener la humildad de la fe, la gran verdad. Cuando la razón pierdo la fe, se pierdo también ella. Por esto es tan bonita la Navidad: no es un aniversario, ni un recuerdo, ni un sentimiento. Es el día que Dios pone un Belén dentro de cada alma, como decía E. Monasterio: aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si no nace dentro de mí, estaré eternamente perdido. Decía también un cantante: “Jesús nace para mí la noche de Navidad”. Si le digo que sí, tendré los ojos limpios, transparentes, iré a unos paisajes lejanos, entraré dentro un paraíso perdido, cuyo recuerdo tenemos en la memoria, aquella luz del niño que llevamos dentro. "Si te olvidas... de la fiebre / que te priva de vivir, que te quema la sangre, verás el musgo del pesebre, con figuras de barro. Verás la montaña segura / blanca de corderos emblanquecidos / con la luz de tus ojos de criatura / completamente desempañados. Si te piensas cazar la estrella / no vayas adormilado, / humedécete el párpado / con tres lágrimas de niño, / agáchate hasta que eras niño" (J. M. de Segarra, "El poema de Nadal"). Hacernos pequeños es necesario, para poder entrar a la cueva de Belén. Sólo fueron los pastores quienes con ojos llenos de alegría vieron el ángel que anuncia el misterio de Nadal: ellos pudieron oír, los pequeños, aquel “gloria a Dios en el cielo, y paz a la tierra a los hombres de buena voluntad”; ellos fueron los primeros invitados a adorar al niño que ha nacido en un pesebre, y ellos son los que comprenden el anuncio del ángel y el misterio de Navidad. Alguno no, en la tradición catalana está representado por el rabadán, que protesta, a veces es lo que hacemos nosotros, él "yacía como siempre en la paja / lleva a los dientes una rebanada de pan / y en el corazón una cantinela / una canción del perezoso". Él protestaba a los pastores que le decían: "a Belén me quiero ir, quieres venir tú rabadán? - ¡Quiero almorzar! - El Mesías elegido ha nacido esta noche - ¿Quien te lo ha dicho? - Un arcángel flameando por el cielo lo va pregonando. - ¡No será tanto!" Traemos este villancico colgado al cuello, la cobardía de todos está aquí retratada, esta pelea entre los pastores y el rabadán continúa siempre en el mundo, entre la luz y la oscuridad, entre el anuncio del misterio y aquel "¡No será tanto, ya será menos!", entre la esperanza y el pesimismo… dicen –en broma- que había uno tan pesimista que veía la vida como un túnel oscuro, y que la única luz que ve dentro del túnel es el tren que viene en dirección contraria. Una vez nos hemos hecho pequeños, podemos hacer ya sin impedimentos el camino hacia el pesebre. "El camino significa humildad, / quiere decir renunciamiento a fin de bien... camino de la gloria, camino de la cruz, / camino que sube y baja y cansa"... "¿cómo se encuentra el camino de Belén? / El camino de Belén, quien es capaz de verlo?" "Si eres limpio de corazón, pastor mesquino, / no te debes perder por el camino / que te va guiando la estrella cauta; / no te debes perder, pastorcito, / ve siguiendo el camino derecho, / con el saco de gemidos y la flauta!". Nos hacemos así pobres, entre los más pobres, y así podemos seguirlo, porque si Dios escogió un establo no es algo que nos deba ser indiferente, sólo con las manos vacías nos podemos llenar de él, si estamos cogidos a las cosas no podríamos. Cuando uno vacía su corazón de otras posesiones y de espíritu entonces Él lo llena, es Dios que nos habita y actúa con la verdad, es la fe que hoy hemos visto en san José.
Dios está en el hombre, no ayuda desde la distancia. "El Señor está contigo" no sólo se puede decir de María, sino también de cada uno de nosotros. El hombre es portador de Dios que, de esta forma, da o recibe amor. Es paradójico que mientras Dios viene a la tierra, los hombres nos empeñamos en buscarlo en el cielo. Yo y el otro somos portadores del Dios de Jesús. Ame Duval, cantaba, guitarra en mano, "los que buscáis al Buen Dios en las nubes nunca veréis su cara. Los que buscáis al Buen Dios en las nubes no le véis cuando a vuestro lado pasa". Esta presencia divina en el otro convierte los derechos humanos en derechos divinos. Engrandecer al hombre será engrandecer a Dios, atacarlo será blasfemar. La grandeza de Dios cabe en la pequeñez del hombre como la luna se refleja entera en una minúscula gota de agua.
Encontrar, experimentar a Dios en nosotros mismos es hallar la fuerza más determinante de nuestro vivir. Juan Crisóstomo dice bellamente que "los magos no se pusieron en camino porque hubieran visto la estrella, sino que vieron la estrella porque se habían puesto en camino". Un viaje de ida a nuestro interior puede hacer posible este transcendental encuentro. Sin embargo, muchas veces andamos buscándolo en conocimientos teológicos o en estéticos ceremoniales. Así lo dice Anthony de Mello:"¿Qué andas buscando, Mullah? Mi llave. La he perdido. Y arrodillados los dos se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino: ¿Dónde la perdiste? En casa. ¡Santo Dios! y entonces, ¿por qué la buscas aquí? Porque aquí hay más luz. ¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos, si donde lo has perdido es en tu corazón?" El método de búsqueda nos lo concreta San Anselmo: "Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré". Como San Agustín, nuestra oración se concreta hoy en un "Señor, que te conozca; Señor, que me conozca" (“Eucaristía 1992”). Llucià Pou Sabaté

Adviento, 18 de Diciembre: la confianza de san José en Dios es modelo para nosotros… (como reacciona ante la “duda”): escucha al Ángel en sueños y “to

Jeremías 23,5-8: 5 Mirad que días vienen - oráculo de Yahveh - en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra. 6 En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y este es el nombre con que te llamarán: «Yahveh, justicia nuestra.» 7 Por tanto, mirad que vienen días - oráculo de Yahveh - en que no se dirá más: «¡Por vida de Yahveh, que subió a los hijos de Israel de Egipto!», 8 sino: «¡Por vida de Yahveh, que subió y trajo la simiente de la casa de Israel de tierras del norte y de todas las tierras a donde los arrojara!», y habitarán en su propio suelo.

Salmo 72: 1-2,12-13,18-19. 1 De Salomón. Oh Dios, da al rey tu juicio, al hijo de rey tu justicia: 2 que con justicia gobierne a tu pueblo, con equidad a tus humildes. 12 Porque él librará al pobre suplicante, al desdichado y al que nadie ampara; 13 se apiadará del débil y del pobre, el alma de los pobres salvará. 18 ¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel, el único que hace maravillas! 19 ¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! ¡Amén! ¡Amén!

Evangelio (Mt 1,18-24): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: «Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

Comentario: En el Evangelio de este día, Mateo insistirá sobre el título "José, hijo de David". Toda una tradición presentaba al Mesías como un descendiente de la familia de David.
1.- Jr 23, 5-8 . -Oráculo del Señor: Mirad que vienen días en que suscitaré a David un «Germen justo». Ese oráculo de Jeremías está inserto en un contexto de duras condenas por parte de los reyes de Judá. La dinastía davídica está en plena decadencia, y suscita la cólera de Dios (Jr 21 y 22): incapacidades, injusticias sociales, alianzas idolátricas, crímenes políticos, mala conducta personal... El panorama es muy negro. «Ay de los pastores que dejan que perezca el rebaño de mi pastizal, ¡oráculo del Señor!» «Pero mirad, que vienen días en que nacerá un verdadero rey.» Reinará como verdadero rey, será inteligente y prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra. De modo que, en la humanidad pecadora hay un «germen justo», un germen de Dios. En la dinastía de David, tan condenable, hay un germen de Mesías. Tú Señor, ves en mí, en germen, todas las posibilidades de santidad. Imagen casi biológica: el "germen" es el comienzo del ser. Lo que contiene toda la potencia de vida que irá desarrollándose. Minúsculo, casi invisible, el germen posee todo el poder que se manifestará esplendoroso a pleno día. Son cualidades del rey esperado, del Mesías, de Jesús, ser un verdadero jefe, inteligente, bueno y justo.¿No es esto lo que está esperando la humanidad HOY y siempre? ¡Que la prudencia rija en los responsables a todos los niveles! ¡Que el derecho y la justicia presidan las relaciones entre los hombres! Que a los problemas humanos se les apliquen soluciones sensatas. Sin saberlo, quizá todo ello es un esperar a Cristo. El mundo, sin darse cuenta, espera a este Cristo prudente, recto y justo; y esto no se realiza más que mediante la mediación de un hombre. HOY puedo yo cooperar en esa obra de Cristo.
-En sus días estará a salvo el reino de Judá, e Israel vivirá en seguro. Y éste es el nombre que se le dará: «El Señor-justicia-nuestra. Un rey-mesías cuyo nombre es simbólico.
Los nombres tienen mucha importancia para la mentalidad semítica: caracterizan a la persona. Un hombre que no es por sí mismo su propia justicia. Un hombre investido de la misma justicia de Dios. Cuando trato de ser más justo, en realidad "es el Señor mi justicia".
-Mirad que vienen días en que no se dirá más: «El Señor hizo... en el pasado,» sino: «El Señor hace... hoy». Los judíos, del tiempo de Jeremías, solían, como nosotros, referirse al pasado: antes se hacía esto... Una vez Dios hizo que los hijos de Israel salieran del país de Egipto... Jeremías reacciona. Nunca más se dirá esto. Porque, es HOY cuando Dios libera de la esclavitud a su pueblo; es HOY cuando Dios reúne a sus hijos dispersos y les instala en su propio pueblo. Efectivamente, el Señor vive, es un contemporáneo, su acción es actual; pero la mayoría de las veces no sabemos reconocer su obra. Ayúdanos, Señor, a reconocer lo que ahora estás haciendo por nosotros (Noel Quesson).
2. De nuevo el salmo 71 canta al rey ejemplar, que gobierna con justicia, que escucha los clamores de los pobres y oprimidos y sale en su defensa. Ningún rey del A.T. cumplió estas promesas. Por eso, tanto el pasaje de Jeremías como el salmo se orientaron claramente hacia la espera de los tiempos mesiánicos. Nosotros, los cristianos, los vemos cumplidos plenamente en Cristo Jesús.
Dios se ha convertido en salvador de todos. Él no ha venido a casarse con los poderosos, ni a humillar a los pobres. Él, como buen Pastor, cuida de las ovejas débiles y enfermas; y a las descarriadas, las busca hasta encontrarlas y, lleno de amor, las carga sobre sus hombros y las lleva de vuelta al Redil, a la Casa Paterna. Así Dios ha querido convertirse en bendición para todos. En verdad que contemplando así a Dios hecho Dios-con-nosotros no podemos sino estallar en bendiciones a su santo Nombre, pues ha hecho grandes cosas por nosotros el Todopoderoso librando al débil del poderoso y ayudando al que se encuentra sin amparo. Aprendamos a acogernos a su misericordia, pues Él salvará a quienes en Él confían.
Dios, que ha constituido en autoridad a aquellos que están al frente de los pueblos, los ha elegido para que estén al servicio de la verdad y de la justicia, de tal forma que jamás se dejen corromper por los poderosos, sino que rijan a sus pueblos justamente. Si Dios se pone a favor de los débiles y pobres es porque lo hace por medio de aquellos que han recibido autoridad de parte de Dios. La Iglesia de Cristo, en este sentido, debe también ser un signo del amor de Dios y de su preocupación de la defensa de los derechos de los desvalidos. Sin embargo no puede uno decidirse a favor de los más desprotegidos movido por la compasión hacia ellos, pues por encima de la compasión debe regir el verdadero ejercicio de la justicia y de la verdad. Dios ha salido a nuestro encuentro como poderoso Salvador para apiadarse del desvalido y pobre, y salvar la vida al desdichado. Esa es la misma Misión que continúa su Iglesia en el mundo. Actuemos, por tanto, no bajo nuestros criterios, ni conforme a los criterios mundanos, sino conforme a los criterios de Cristo y de su Evangelio.
3.- Mt 1, 18-25 (ver Adviento, 4º Domingo A). 2. El anuncio del ángel a José nos sitúa ya en la proximidad del tiempo mesiánico. La interpretación que de esta escena hacen ahora los especialistas nos sitúa a José bajo una luz mucho más amable. No es que él dude de la honradez de María. Ya debe saber, aunque no lo entienda perfectamente, que está sucediendo en ella algo misterioso. Y precisamente esto es lo que le hace sentir dudas: ¿es bueno que él siga al lado de María? ¿es digno de intervenir en el misterio?
El ángel le asegura, ante todo, que el hijo que espera María es obra del Espíritu. Pero que él, José, no debe retirarse. Dios le necesita. Cuenta con él para una misión muy concreta: cumplir lo que se había anunciado, que el Mesías sería de la casa de David, como lo es José, «hijo de David» (evangelio), y poner al hijo el nombre de Jesús (Dios-salva), misión propia del padre.
«Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel». Admirable disponibilidad la de este joven israelita. Sin discursos ni posturas heroicas ni preguntas, obedece los planes de Dios, por sorprendentes que sean, conjugándolos con su profundo amor a María. Acepta esa paternidad tan especial, con la que colabora en los inicios de la salvación mesiánica, a la venida del Dios-con-nosotros. Deja el protagonismo a Dios: el Mesías no viene de nosotros. Viene de Dios: concebido por obra del Espíritu.
La alabanza que se hizo a María, «feliz tú porque has creído», se puede extender también a este joven obrero, el justo José.¿Acogemos así nosotros, en nuestras vidas, los planes de Dios? La historia de la salvación sigue. También este año, Dios quiere llenar a su Iglesia y al mundo entero de la gracia de la Navidad, gracia siempre nueva. Nos quiere salvar, en primer lugar, a cada uno de nosotros de nuestras pequeñas o grandes esclavitudes, de nuestros Egiptos o de nuestros destierros. Durante todo el Adviento nos ha estado llamando, invitándonos a una esperanza activa, urgiéndonos a que preparemos los caminos de su venida. Él nos acepta a nosotros. Nosotros tenemos que aceptarle a él y salirle al encuentro.
Y a la vez, como a los profetas del A.T., y ahora a José, nos encarga que seamos heraldos para los demás de esa misma Buena Noticia que nos llena de alegría a nosotros y que colaboremos en la historia de esa salvación cercana en torno nuestro. ¿A quién ayudaremos en estos días a sentir el amor de Dios y a celebrar desde la alegría la Navidad cristiana?
No somos nosotros los que salvaremos a nadie. También aquí es el Espíritu el que actúa. Nuestra «maternidad-paternidad» dejará el protagonismo a Dios, que es quien salva. Pero podemos colaborar, como José, desde nuestra humildad, a que todos conozcan el nombre de Jesús: Dios-salva. «Concédenos, Señor, a los que vivimos oprimidos por el pecado, vernos definitivamente libres por el renovado misterio del nacimiento de tu Hijo» (oración) «Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley: ven a librarnos con el poder de tu brazo»: En el A.T. en verdad Dios guió y salvó a su pueblo, con brazo poderoso, de la esclavitud de Egipto, sirviéndose de su siervo Moisés. Ahora le pedimos que también nos salve a nosotros de tantas esclavitudes que nos pueden agobiar, enviándonos al nuevo Moisés, Cristo Jesús. A pesar de la humildad de Belén, nosotros, juntamente con todo el N.T., vemos en Jesús al Kyrios, al Señor que Dios ha enviado para salvarnos con brazo poderoso (J. Aldazábal).
Ocho días antes de Navidad, la Iglesia nos propone "los evangelios de la infancia". Estas páginas tienen un carácter particular, bastante diferente al resto del Evangelio: los evangelistas no han sido testigos directos, como lo fueron de los sucesos que vivieron con Jesús, desde su bautismo hasta su ascensión. Recordemos que con estos acontecimientos comienza el relato de Marco. Mateo y Lucas recogieron los datos y detalles que se nos dan sobre la infancia de Jesús; de las confidencias de María. Con este "dato histórico" de base han elaborado una especie de "prólogo teológico", algo así como un músico compone una "obertura" donde esboza los temas esenciales que luego desarrollará. Mateo, por ejemplo, subraya todos los signos que muestran que Jesús "cumplió todas las promesas de Dios": él considera los relatos de la infancia de Jesús como un enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento... Jesús es verdaderamente aquel que Israel esperaba, el que fue prometido a Abraham y David, el nuevo Moisés. Lucas, por su parte, subraya que Jesús es el salvador universal, prometido también a los paganos, a los gentiles. Veremos, en particular, que estos "evangelios de la infancia" remiten a menudo a textos y situaciones de la Biblia. Con su apariencia ingenua e infantil, son textos ricos en doctrina, que deben leerse con Fe.
-Y el nacimiento de Cristo fue de esta manera: María... María es la que está en el centro de los relatos que leeremos hasta Navidad. -María, su Madre, estando desposada con José, antes que hubiesen vivido juntos, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. En esta frase tan sencilla hay dos niveles de profundidad.
1.Un acontecimiento humano, lleno de encanto, que contemplo en primer lugar: una muchacha, muy joven... entre 15 y 20 años, según costumbre de la época en oriente... una joven prometida... una novia feliz... Para evocarlo pienso en mi propia experiencia -si he sido novia-: esos días de espera, de dicha. Observo a mi alrededor la alegría de las jóvenes parejas... que se tratan.
2.Pero, otro acontecimiento misterioso interviene ya en esta pareja: sin haber tenido relaciones sexuales, están esperando un hijo. La fórmula es una fórmula teológica: "ella concibió por obra del Espíritu Santo". Este niño no es un niño ordinario. De El, se dirá más tarde que es "hombre y Dios". Pero ya está sugerido aquí, en este prólogo del evangelio.
-José, su esposo, siendo como era justo y no queriendo denunciarla... Todo lo que sigue está enunciado por Mateo siguiendo un esquema literario convencional, es una "anunciación" un anuncio de nacimiento, narrada como otras muchas anunciaciones a lo largo de la Biblia. En cada una se encuentra: 1ª La aparición de un ángel... 2º La imposición de un nombre, característico de la función del personaje que nace... 3º Un signo dado como prenda, a causa de una dificultad particular.
-José, hijo de David, no tengas recelo... Le pondrás por nombre "Jesús" que significa "El Señor salva", pues El es el que ha de salvar a su pueblo. Todo lo cual se hizo en cumplimiento de lo que preanunció el Señor por el profeta Isaías. Filiación davídica; una promesa de Dios se realiza. Un salvador: una promesa de Dios. Una nueva Alianza: "Emmanuel" Dios-con-nosotros... ¡Estaba prometido! Contemplo la delicadeza de José... este justo, capaz de entrar en los secretos de Dios. Dios necesita de los hombres. He aquí un matrimonio, marido y mujer que recibe una responsabilidad excepcional. ¿No soy yo también responsable de un cierto "nacimiento" de Dios, hoy? (Noel Quesson).
En María y José encontramos un matrimonio ejemplar, modelo para todos nuestros hogares, pero sin duda singular, como vemos en el Evangelio de hoy. Es también naciente iglesia doméstica, que custodiará el Redentor. Son de carne y hueso como nosotros, vivían nuestras mismas dificultades y alegrías similares a las nuestras. La Sagrada Familia es modelo de nuestras familias, luchaban por llevar las cosas adelante, y nos enseñan a vivir las dificultades en positivo: transformarlas en posibilidades, de amar más, de ser más entregados, de tener más fe y perseverancia; así se refuerza el amor y la fidelidad. Las dificultades de ordinaria administración no aparecen en el Evangelio: problemas con clientes del taller, rumores de pueblo, estrecheces económicas propias de vivir al día… Se intuye que para ellos los nervios no degeneraban en discusiones; que cuando no podían solucionar una cosa hablando, optaban por el silencio (es una forma de diálogo, cuando se ama): meditar las cosas, el silencio de la oración… Los problemas que nos muestra el Evangelio no son los pequeños de cada día, sólo vemos los más graves… y vemos como actúan, en silencio, "aguantan en el dolor" y esperan el “dedo” de Dios…
Embarazada como está la Virgen, estando desposada con José, él ve que espera un hijo. Sabe de su pacto de virginidad, que habían acordado entre los dos. Ella, por vocación; él, seguramente por acompañarla pues la quería en la situación que ella dispusiera, respetando su compromiso con Dios, pues eso hace el amor.
¿María le dijo lo del ángel? Quizá sí, y José la acompañó a visitar y estar esas semanas o meses a su prima Isabel. Quizá se sintió entonces indigno de estar ahí por medio, que molestaba en un plan que no tenía nada que ver con él, como escribía mi amigo Antoni Carol: si les veían muy unidos iba a ser difícilmente creíble el misterio de la Encarnación virginal. Dios no dice nada; María ve a José pensar esas cosas, y ella intuye y sufre pero tampoco dice nada… José hace oración, y sigue sin tener luces. La Virgen intenta hacerse cargo del desconcierto de su esposo —que no se siente digno para acompañarla—.
José es el que permanece en segundo plano, oculto, escondido, con su sí permanente es el hombre fiel: de fe a prueba de fuego, dócil a la voz del Señor, aunque sea en sueños, como solía hablarle el ángel. Se acomoda a los planes divinos sin protestar. Es el hombre del santo encogimiento de hombros, que todo le está bien. Le veo con una fe que rezumaba paz: cuando una cosa iba como esperaba diría: ¡gracias a Dios!, y cuando iba al revés, diría: ¡bendito sea Dios!, de manera que siempre estaba entre dar gracias y bendecir a Dios.
La decisión de dejar a María era darle libertad, quedaba fuera del riesgo de pública infamia; y él aparecía como causante de la separación. Dios, al ver su docilidad, no le hace sufrir más e interviene en sueños por medio de un ángel. La caricia de Dios da vida otra vez a José, que así se va preparando más y más para su misión.
Hay quien piensa la otra posibilidad, que María sabe y calla, que no dice nada a José, quien al conocer su estado piensa dejarla –quedando él mal- y no discute ni se queja ni pide explicaciones convencido de que algo divino está ocurriendo, y que aquel asunto no es suyo. Cumpliendo la ley, debía dejarla, y la deja libre para no perjudicarla. No estaría ajeno a conocer lo que pasó con el nacimiento de Juan Bautista y los portentos –quedarse mudo Zacarías, etc.-.
Dios ilumina a José en sueños, y José es dócil: aprende a ir al paso de Dios, como más tarde cuando se le indica que vaya a Egipto, que vuelva, etc.
Desplazarse a Belén para empadronarse no sería nada fácil, José sabía que era inoportuno aquel viaje; pensaba que algún pariente en Belén les podría albergar, pero una vez más nada salió como ellos habían pensado: el viaje a Egipto será otro ejemplo de cambio de planes, como en el episodio del Niño perdido y hallado en el Templo… aprenden a meditar las cosas, a ir al paso de Dios, para cumplir su voluntad. Todo esto es modelo para nosotros, les pedimos a José y María que nos ayuden a dejarnos llevar por Dios, a tener confianza y ver esa mano invisible que nos acompaña y nos guía a lo largo de la vida. Llucià Pou Sabaté

Lecturas del 17 de diciembre. “Jesús les dice… ‘Hágase en vosotros según vuestra fe‟. Y se abrieron sus ojos”: La fe para acoger la luz de Dios. Aquel

Isaías 29.17-24. Así dice el Señor: «Pronto, muy pronto, el Líbano se convertirá en vergel, el vergel parecerá un bosque; aquel día, oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos. Los oprimidos volverán a alegrarse con el Señor, y los más pobres gozarán con el Santo de Israel; porque se acabó el opresor, terminó el cínico; y serán aniquilados los despiertos para el mal, los que van a coger a otro en el hablar y, con trampas, al que defiende en el tribunal, y por nada hunden al inocente.» Así dice a la casa de Jacob el Señor, que rescató a Abrahán: «Ya no se avergonzará Jacob, ya no se sonrojará su cara, pues, cuando vea mis acciones en medio de él, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de Israel. Los que habían perdido la cabeza comprenderán, y los que protestaban aprenderán la enseñanza.

Salmo 26,1.4.13-14. R. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mí luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

Evangelio (Mt 9,27-31): Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.

Comentario: 1. Is 29,17-24. Hay injusticia, adulación, abusos sociales. Cuando triunfe el Mesías, cuando llegue su Reino y todo sea transformado y el mundo redimido, no podrá existir el mal en ningún sentido. La humanidad espera, son «poemas» líricos que nos hablan de que el Líbano se convertirá en vergel. Los sordos oirán las palabras del libro y saliendo de la oscuridad y las tinieblas los ojos de los ciegos verán. -Los humildes volverán a alegrarse en el Señor y los pobres se regocijarán en Dios, el santo de Israel. Estas son, por adelantado, las palabras mismas del Magnificat. María, toda ella, estaba como impregnada de esos pasajes de la Biblia, que ahora leemos diariamente. Ella había leído ese poema de Isaías, lo aprendió en la escuela de su pueblo; y a su vez, como madre lo enseñó a Jesús. Un pueblo entero, alimentándose de esa Palabra, esperaba la era mesiánica. María debió «exultar» cuando vio a su hijo «abrir los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos». El Mesías ha venido. La era mesiánica ha comenzado y ¡ha llegado el tiempo anunciado por los profetas! Y, no obstante, son todavía muchos los pobres que sufren y gimen, y ¡que están muy lejos de exultar! Los pobres y oprimidos están contentos porque quedarán defendidos y en paz (Noel Quesson). Ante la hipocresía de tantos, los pobres son los que esperan, confían en Dios, como dice Pablo: "De hecho, el mensaje de la cruz de Cristo es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, para nosotros, es un portento de Dios, pues dice la Escritura: Perderé la sabiduría de los sabios y anularé la cordura de los cuerdos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el estudioso de este mundo? ¿No ha demostrado Dios que el saber de este mundo es locura?" (1 Cor 1,18-20). Ante la actuación soberana de Dios, que escapa absolutamente a todo juicio humano, la sabiduría de este mundo se nos muestra impotente y ridícula. La auténtica sabiduría está solamente allí donde está Dios y Dios se encuentra cerca de la paradoja, de la insignificancia de la cruz de Cristo. ¿Qué valor puede tener, por tanto, una sabiduría que justamente rechaza la cruz? Cuando el creyente triunfa en vencer el escándalo de los signos humildes, se decide por la verdad oculta de Dios, y entonces siente la palabra de la cruz como fuerza de Dios (F. Raurell).
No cerremos nuestros ojos ante las inmoralidades, ante los engaños, ante las injusticias, ante la corrupción que reina en muchos ambientes. Hemos de implicarnos en este mundo nuestro, para quitar aquella carga de maldad que oprime a tantos, y puedan vivir en un auténtico amor a Dios y a su prójimo. Entonces, sólo entonces, irá surgiendo realmente una humanidad renovada en Cristo Jesús.
2. ¡Ven, Señor Jesús! Esperamos alegre y confiadamente en la venida de nuestro Señor Jesucristo, para estar continuamente en su presencia. Por eso, nos armamos de valor y fortaleza y, sin descuidar nuestro trabajo en las realidades temporales de nuestra vida diaria, nos esforzamos, guiados y fortalecidos por el Espíritu Santo, que habita en nosotros, en poder llegar a vivir en la casa del Señor todos los días de nuestra vida. Dios nos ha favorecido por medio de su Hijo Jesús, mediante el cual nos llama para que seamos hijos suyos. Escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará en contra nuestra? Confiemos en el Señor. Mas no por eso pensemos que el Señor hará su obra de salvación sin considerar nuestra fe, nuestra disposición a hacer su volunta y a caminar conforme a sus enseñanzas. En el camino de salvación no es sólo Dios; ni somos sólo nosotros; es la Gracia de Dios con nosotros. Es verdad que de parte nuestra sólo hay una frágil voluntad; pero será el Señor el que nos tome bajo su cuidado, e irá haciendo que poco a poco vayamos creciendo en el amor a Él y en la fidelidad a su voluntad, pues el camino de salvación es eso precisamente, un camino que se inicia tal vez con mucha fragilidad, pero que, si confiamos en el Señor, Él hará que lleguemos a amar y a querer conforme a lo que Él espera de nosotros. Confiemos siempre en el Señor. Dejemos que Él guíe nuestros pasos por el camino del bien, hasta que algún día podamos contemplar el Rostro del Señor y disfrutemos de Él eternamente.
3. Mt 9, 27-31 (ver domingo 30B). La ceguera que hoy la liturgia trae a nuestra consideración tiene diversos niveles. En primer lugar, en el mundo hay sufrimiento. En la encíclica “Salvados en la esperanza”, Benedicto XVI dice que “podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”. Hemos de procurar aliviar el sufrimiento, pero el objetivo va más allá, sobre todo cuando no puede quitarse el dolor y hay que transformarlo.
Otra forma de ceguera es la interior, como decía de sí mismo San Agustín: “ciego y hundido, no podía concebir la luz de la honestidad y la belleza que no se ven con el ojo carnal sino solamente con la mirada interior”, pues sin la apertura a Dios la ceguera es una enfermedad incurable: “¿qué soy yo sin ti para mi mismo sino un guía ciego que me lleva al precipicio?”, la búsqueda del “ciego y turbulento amor a los espectáculos” es una forma de suplir esa carencia vital.
La clave para aumentar la fe, en el sufrimiento, es la que nos indica Benedicto XVI en la citada encíclica: “La oración como escuela de la esperanza”. Cuenta que “Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y esperanza en una 5 homilía sobre la Primera Carta de San Juan. Él define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. « Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don] ». Agustín se refiere a san Pablo, el cual dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13). Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano. « Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? » El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados.” Así logramos esta fe, necesaria para obtener lo que deseamos, aun de un modo mejor que el que deseamos, y es el que Dios quiere; pero el camino es ensanchar nuestro corazón, para poder albergar ese don, esa luz para poder ver.
Los ciegos claman a Jesús: -"¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!" Su plegaria es muy simple: es su grito, grito que brota de su sufrimiento. Mi plegaria, también debería ser a veces simplemente esto: la expresión sincera de que algo no marcha bien en mí, alrededor de mí... mi sufrimiento... los sufrimientos de los que yo soy el testigo... "Ten compasión de nosotros, Señor. Kyrie eleison." En cada misa, se nos sugiere a menudo este tipo de plegaria. Sabemos darle un contenido concreto: plegaria de intercesión. Al decir "Hijo de David", los dos ciegos reconocen a Jesús un título mesiánico. Tú eres aquel que ha de venir, aquel que ha sido prometido por los profetas.
-Luego que llegó a su casa, se le presentaron los ciegos. Jesús parece haber querido poner a prueba su plegaria: de momento no les contesta. A menudo, Señor, nos da la impresión de que Tú no nos oyes. Imagino la escena que se prolonga: los dos ciegos que se apegan a El, que continúan siguiendo a Jesús por la calle, que continúan gritando, rogando... hasta la casa, y entran con El.
-Jesús les dijo: "Creéis que puedo hacer eso que me pedís?"
-"Sí, Señor". Jesús interroga. Quiere asegurarse de la autenticidad de su fe. Desea purificar esta Fe. La necesidad humana que está en el origen de su plegaria podría no ser sino el deseo de un milagro... para sí mismos, para ellos dos. Y esto tiene ya su importancia, lo hemos visto. Y Dios lo escucha. Es un punto de partida, ambiguo, pero tan natural... Jesús, con su pregunta, trata de hacerles progresar hacia una fe más pura: ellos pensaban en "sí mismos"... Jesús les orienta hacia su propia persona, hacia El. "¿Creéis que yo puedo hacer esto? Jesús les pregunta si tienen Fe. Don de Dios; el milagro que se dispone a hacer no es una cosa automática ni mágica. Los sacramentos no son actos mágicos: los sacramentos requieren Fe. Lo que me llama la atención Señor, es el respeto que tienes a la libertad del hombre: Suscitas en ellos la espera, el deseo, la fe... No quieres forzar... hace falta una cierta correspondencia, en el hombre, para que Tú le colmes.
-Entonces les tocó los ojos diciendo: Según vuestra fe, así os sea hecho. Sí, Tú no has obligado. Has esperado y has suscitado su Fe. "Así se haga, según vuestra Fe." Señor, aumenta en nosotros la Fe.
-Se les abrieron los ojos, mas Jesús les conminó diciendo: Mirad que nadie lo sepa. Ellos, sin embargo, al salir de allí, lo publicaron por toda la comarca. Ese secreto que Jesús les pide pone de manifiesto que no desea levantar un entusiasmo superficial. No es lo sensacional ni lo prodigioso lo que cuenta (Noel Quesson).
Es una estampa muy propia de Adviento la de los dos ciegos que están esperando, y cuando se enteran que viene Jesús, le siguen gritando: «ten compasión de nosotros, Hijo de David». Dos ciegos que desean, buscan y piden a gritos su curación. Tal vez no conocen bien a Jesús, ni saben qué clase de Mesías es. Pero le siguen y se encuentran con el auténtico Salvador, quedan curados y se marchan hablando a todos de 7 Jesús. Como tantas otras personas que a lo largo de la vida de Jesús encontraron en él el sentido de sus vidas. Una vez más se demuestra la verdad de la gran afirmación: «yo soy la luz del mundo: el que me sigue no andará en tinieblas».
El Adviento nos invita a abrir los ojos, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros. La Iglesia peregrina hacia delante, hacia los tiempos definitivos, donde la salvación será plena. Por eso durante el Adviento se nos invita tanto a vivir en vigilancia y espera, exclamando «Marana tha», «Ven, Señor Jesús».
Al inicio de la Eucaristía, muchas veces repetimos -ojalá desde dentro, creyendo lo que decimos- la súplica de los ciegos: «Kyrie, eleison. Señor, ten compasión de nosotros». Para que él nos purifique interiormente, nos preste su fuerza, nos cure de nuestros males y nos ayude a celebrar bien su Eucaristía. Es una súplica breve e intensa que muy bien podemos llamar oración de Adviento, porque estamos pidiendo la venida de Cristo a nuestras vidas, que es la que nos salva y nos fortalece. La que nos devuelve la luz. En este Adviento se tienen que encontrar nuestra miseria y la respuesta salvadora de Jesús (J. Aldazábal).
Jesús, otro milagro. Los milagros son un medio para mostrar tu divinidad: Nadie tiene poder sobre la naturaleza sino Aquel que la hizo. Nadie puede obrar un milagro sino Dios. Si surgen milagros tenemos una prueba de que Dios está presente (card. Newman). Pero cómo cuesta arrancártelo. Durante tus años de vida pública te resistes a hacer milagros: sólo los realizas cuando hay una razón suficiente.
No quieres llamar la atención de los jefes judíos, pues sabes que los milagros, al mostrar tu divinidad, pueden ponerte en peligro de muerte. Por eso procuras que no se divulgue la curación: Jesús les ordenó severamente: Mirad que nadie lo sepa. Al igual que en ese otro milagro en las bodas de Caná, cuando le dijiste a tu madre: todavía no ha llegado mi hora, te resistes a hacer cosas extraordinarias.
Sin embargo, Jesús, acabas realizando el milagro. Y Tú mismo explicas por qué: Según vuestra fe así os suceda. Y se les abrieron los ojos. Estos dos ciegos creían en Ti. Por eso venían siguiéndote y gritándole: Ten piedad de nosotros, Hijo de David. Su fe es capaz de arrancarte cualquier favor. Yo también necesito que me ayudes. Ten piedad de mí, Jesús, que tantas veces no estoy a la altura de lo que me pides. Mi egoísmo, mis caprichos, mis gustos, mis planes, me ciegan y no acabo de ver tu voluntad. Ten piedad y ábreme los ojos del espíritu para que te vea, para que te desee, para que quiera hacer lo que me pides.
Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones, muchos errores.
-Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle cada día mejor, con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo [san Josemaría].
Jesús, quiero prepararme para tu nacimiento, y me doy cuenta de que me falta mucha visión sobrenatural: ver las cosas como Tú las ves. Las veo todavía según mis intereses: ahora tengo que estudiar y que nadie me moleste; ahora me debo un rato de música; mi deporte nadie lo toca; este programa no me lo puedo perder; etc...
Tú me conoces: aún me falta mejorar mucho. Lo único que me pides es la humildad de reconocerlo, y lucha para rectificar. Acercarme más a Ti y, si hace falta, pedirte a gritos, como los dos ciegos: ten piedad de mí. Y la manera de pedirte las cosas es: con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo.
Jesús, me preguntas: ¿Crees que puedo hacer eso? Te respondo: Sí, Señor. Tócame los ojos de mi corazón para que vea cómo servirte más y mejor cada día. Y aunque es muy difícil moverse a oscuras, Tú me pides que te siga primero un poco a ciegas, fiándome de Ti, como te siguieron estos dos ciegos antes de darles la vista. Si los dos ciegos hubieran esperado a ver todo clarísimo antes de dar un paso, no lo hubieran dado nunca, ni tampoco se hubieran curado. Igualmente, si espero a ser más generoso hasta entenderlo todo perfectamente, no aprenderé a ser generoso ni tampoco llegaré a entender nada. Que me decida, Jesús, a empezar a caminar: a seguirte más de cerca, a tener más vida interior, a rezar más, a 11 santificar el trabajo día a día. Si lo hago así, me darás la visión sobrenatural que necesito, y -como los ciegos- sabré divulgar tu mensaje a mi alrededor (Pablo Cardona).
Sólo cuando reconocemos nuestras propias miserias y nos decidimos a salir de ellas, al reconocer nuestra propia fragilidad, podremos acudir al Señor para que lleve a cabo su obra de salvación en nosotros. Si decimos ver estando ciegos, es difícil iniciar un camino renovado, pues permaneceremos en las tinieblas a causa de la falta de una nueva esperanza. El Señor no sólo nos quiere cercanos a Él. Él quiere que nos pongamos en camino para dar testimonio de su bondad, de su amor y de su gracia. Pero nos será imposible ponernos en camino mientras el Evangelio no tome carne en nosotros. Somos nosotros los que hemos de renacer a una vida nueva. Hemos de preparar en nosotros un nuevo nacimiento que nos haga presentarnos ante el mundo como hijos de Dios, ya no dominados por las tinieblas de la maldad, de la injusticia, de la violencia, del egoísmo. Sólo en Cristo encontraremos el camino que nos salva y nos libera de la opresión al pecado. Invoquémoslo con humildad y con gran confianza, si es que en verdad queremos convertirnos en auténticos testigos de una vida renovada en Él.

Jueves de la 3ª semana de Adviento. De la tribu de Judá nacerá Jesús, hijo de Dios. Al leer la “Genealogía de Jesucristo, hijo de David” en el Evangel

Génesis 49,1-2.8-10. En aquellos días, Jacob llamó a sus hijos y les dijo: «Reuníos, que os voy a contar lo que os va a suceder en el futuro; agrupaos y escuchadme, hijos de Jacob, oíd a vuestro padre Israel: A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, pondrás la mano sobre la cerviz de tus enemigos, se postrarán ante ti los hijos de tu padre. Judá es un león agazapado, has vuelto de hacer presa, hijo mío; se agacha y se tumba como león o como leona, ¿quién se atreve a desafiarlo? No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos.»

Salmo 71,1-2.3-4ab.7-8.17. R .Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz, y los collados justicia; que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre. Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, el Gran Río al confín de la tierra. Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol; que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Evangelio según san Mateo 1,1-17: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés a Estón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia. Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquirn, Aquím a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce.

Comentario: 1.- Is 54,1-10 (ver 4ª lectura de la vigilia pascual). El poema que leemos hoy en Isaías está lleno de imágenes sorprendentes. Dios es el esposo siempre fiel. Israel, la esposa casquivana que ha sido infiel y ha tenido que vivir, en castigo, como esposa abandonada, estéril, llena de vergüenza. Ahora Dios la invita a volver a su amor. Si vuelve, el suyo ya no será un futuro sin esperanza: ya no será estéril, tendrá muchos hijos, y se verá obligada a ensanchar la tienda para que quepan todos en ella. Ya no pasará vergüenza como si siguiera siendo soltera o estéril o viuda. «El que te hizo te tomará por esposa». «Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor». «Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré, con misericordia eterna te quiero, dice el Señor». Es un lenguaje entrañable, que muestra los planes de salvación que Dios tiene para con su pueblo. Dios ofrece el perdón a Israel, le muestra su afecto, le invita a retornar a su vera.
Jesús en el evangelio se comparará a sí mismo con el novio. Su Reino será como el banquete de bodas del Novio, del Cordero, que es él mismo. El que estuvo en las bodas de Caná y convirtió el agua en el vino bueno de la alegría y del amor. El Esposo que se entregó en la cruz por su Esposa la Iglesia. Es una imagen valiente y hermosa, que se aplica en el A.T. a la relación de Dios con su Pueblo, y en el N.T. a la de Cristo con su Iglesia. Dios nos asegura su amor eterno: «aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que te quiere». La iniciativa es de él. Él es el que ama primero. Habla de la restauración, canta la fecundidad de la nueva Jerusalén. Estéril durante el exilio, puesto que la ciudad había quedado desierta, Jerusalén tendrá hijos, de nuevo. ¡Hay que «gritar»... «gritar de júbilo», "romper en gritos de alegría", dice el Señor! Una vez más notemos esa invitación a una religión alegre; de ningún modo a una religión «fácil» o beata-ingenua, porque esas palabras van dirigidas a gente anonadada, humillada, a hombres que todo podría llevarles a la tristeza y la desesperación. La alegría, que Dios nos pide, ¿de dónde procede? -Tu esposo es tu Creador. La razón de la alegría, incluso en situaciones humanamente sin salida, es el "amor de Dios" por nosotros. Dios afirma que nos ha desposado. Ese tema de los esponsales será desarrollado en tres estrofas.-Como mujer abandonada y contristada de espíritu te llamó el Señor. ¿Es repudiada la mujer de la juventud? Dice el Señor... Los pecados de Jerusalén han sido considerados por Dios como un adulterio; y Dios fue obligado a dar una carta de repudio -el exilio-. Pero Dios no olvida a la que El ha seguido amando. Ni siguiera el pecado puede parar ese amor. Entonces... Dios anula la carta de repudio. -Por un momento te abandoné, pero con gran ternura te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un momento; pero en mi amor eterno, tengo piedad de ti. Dice el Señor... Hay que volver a leer despacio esas palabras de amor ardiente. ¡Solamente los más apasionados amores humanos pueden darnos una idea de los sentimientos de Dios por su pueblo, por nosotros, por todos los hombres! «Mi amor eterno...» «Mi amor eterno...» Cuando san Pablo repetirá a los esposos que «su amor es grande, porque es el signo -el sacramento- del amor de Cristo y de la Iglesia (Ef 5-32), no hará sino repetir esas palabras mismas de Dios. -¡Juro que no me irritaré más contra ti! ¡Que no te amenazaré! Aun cuando los montes se movieran y las colinas tambalearan, mi amor por ti no cambiará, mi alianza de paz no será alterada, ha declarado el Señor en su compasión por ti... Ciertamente, así me ama Dios. Es preciso callarse y escuchar esas declaraciones. Es preciso ser muy humilde, pequeño, porque no merecemos en absoluto ser amados hasta tal punto (Noel Quesson).
3.- Lc 7,24-30. De nuevo una alabanza del Bautista en labios de Jesús. Juan no es una caña agitada por el viento. No se doblega ni ante las presiones ni ante los halagos. Ha mostrado su reciedumbre hasta el testimonio de la muerte. No usa vestidos delicados ni lleva una vida de lujo. Da un ejemplo admirable de austeridad. Éste sí que puede ser un auténtico profeta, un mensajero de Dios que prepara los caminos de Cristo, como había anunciado el profeta Malaquías, a quien cita Jesús. Pero una vez más, Jesús tiene que quejarse de que a un profeta así le han escuchado la gente sencilla, los más pecadores, pero «los fariseos y los letrados, que no han aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos».
En este Adviento se repite la invitación de Dios, ahora a su Iglesia, o sea, a cada uno de nosotros. La invitación a volver más decididamente a su amor, como esposa fiel, dispuesta a abandonar sus distracciones extramatrimoniales. ¿Quién puede decir que no necesita esta llamada? ¿a quién no le crece más, a lo largo del año, «el hombre viejo» que el nuevo? ¿quién puede asegurar que no ha habido desvíos y olvidos en su vida de fe y en su fidelidad a Dios?
La figura del Bautista también nos interpela: ahí tenemos, según Cristo, el modelo de un seguidor recio y fiel de los planes de Dios. Comparados con él, ¿podemos asegurar que somos personas de carácter, que no obran siguiendo la moda, lo fácil, lo que halaga, lo que hacen todos? ¿que somos sinceros para con Dios, fieles a su amor? Esta pregunta nos la podemos hacer los sacerdotes y los religiosos, y cada uno de los fieles cristianos. Porque nuestra relación de amor y fidelidad con Dios puede conocer en cada caso episodios de ida y de vuelta, de pasos adelante y pasos atrás. Y el Adviento, y la próxima Navidad, es una ocasión para revisar nuestra vida y volver al amor primero.
Para que no se pueda decir de nosotros lo que Jesús, con pena, tuvo que decir de los fariseos: que frustraron los planes que Dios tenía sobre ellos. Si no aceptamos la venida de Cristo a nuestras vidas, es un «fracaso de Dios»: su programa de salvación para este año no se cumplirá, por culpa nuestra.
Además, de Juan debemos aprender la lección de su honradez de profeta y precursor: no se buscó a si mismo («él tiene que crecer, yo tengo que menguar»), no sintió ninguna clase de envidia ni celos por el éxito de Jesús entre sus discípulos. Nosotros ¿nos buscamos a nosotros, en nuestro trabajo apostólico? ¿nos alegramos del bien, sea quien sea quien lo hace? ¿o la paga que buscamos es el premio de las alabanzas humanas? (J. Aldazábal).
-Así que hubieron partido los enviados de Juan, Jesús se dirigió a la muchedumbre y les habló de Juan. El punto de partida de los sermones de Jesús solía ser algo actual. Vamos a tener aquí un ejemplo típico de su estilo. -"¿Qué salisteis a ver en el desierto?" ¿Siempre esta manera interrogativa, provocadora? Jesús va directamente a las motivaciones profundas, como decimos hoy. Quiere que las gentes tomen conciencia del sentido de sus gestiones. ¿Por qué haces esto? ¿Cuál es el sentido que tú das a tal actitud? Trato de oír a Jesús, que, hoy y a mí, me hace esta clase de preguntas. -¿Una caña sacudida por el viento? Lenguaje a base de imágenes, enigmático, que corresponde al modo de pensar de los pueblos de oriente. Lenguaje que, más que afirmar, sugiere. Juan Bautista ¿una caña que se dobla según el viento? ¡Vaya por Dios! ¿Un hombre que cambia de parecer y se pliega a todas las modas del día? Si está en la cárcel precisamente por su firmeza inflexible y por su valentía. Jesús no aparenta estimar mucho la debilidad de carácter. Señor, ayúdanos a ser flexibles y firmes, acogedores y exigentes a la vez. -O ¿algún hombre vestido con ropas delicadas? Esto tampoco parece ser muy del gusto de Jesús. A través de ese tono, algo polémico y mordaz oigo y entiendo el juicio de Jesús sobre la riqueza y el lujo. -Pero, ya sabéis que los que visten ropas preciosas y viven entre delicias, están en los palacios de los reyes. ¡Esto es duro! Y a la vez refleja bien el juicio habitual de las gentes sencillas, sobre ciertos modos de malgastar el dinero. Juan Bautista, por lo contrario, vestía una simple piel de camello y no comía sino langostas y miel silvestre, alimentos pobres del desierto. Manifiestamente Jesús admira a ese tipo de hombre, capaz de vivir muy sobriamente como un asceta. ¿Me lleva esto a reconsiderar tal o cual aspecto de mi vida? -En fin, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, ciertamente yo os lo aseguro, y aún más que un profeta: pues él es de quien está escrito: "Mira que yo envío delante de ti a mi mensajero, para que vaya preparándote el camino." Ser "el que prepara un camino" para otro (Malaquías 3, 1) Tarea eminente de los padres y de las madres, respecto a sus hijos. Tarea de los apóstoles. Tarea de todos aquellos que quieren que algo o alguien progrese. -Entre los hombres, ningún profeta es mayor que Juan Bautista, sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios, es mayor que él. Jesús es verdaderamente consciente de la novedad absoluta que El aporta. Una nueva era comienza. El tiempo del Antiguo Testamento ha terminado. Jesús, a la vez que rinde testimonio al valer de Juan Bautista pone de relieve que se ha quedado en el umbral del Nuevo Testamento: ¿comprendió Juan que Jesús sobrepasaba todas las esperas y todas las profecías? No nos vanagloriemos de ser más lúcidos que Juan: ya que muy a menudo reducimos a Jesús a nuestras cortas esperanzas (Noel Quesson).

Miércoles de la 3ª semana de Adviento. Los cielos son llamados a destilar el rocío… ha llegado la salvación: “Anunciad a Juan lo que habéis visto y oí

Libro de Isaías 45 y 6b-8.18.21b-25. «Yo soy el Señor, y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra, y brote la salvación, y con ella germine la justicia; el Señor, lo he creado.» Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: "Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua"; dirán: "Sólo el Señor tiene la justicia y el poder." A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.»

Salmo 84,9ab-10.11-12.13-14. R. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al justo.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, nuestra tierra dará su fruto la justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

Evangelio según san Lucas 7,19-23. En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: - «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: -«Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?"» Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí.»

Comentario: 1.- Is 45,6b-8.18.21b-26. El capítulo 45 de Isaías comienza con un oráculo de investidura dedicado a Ciro. Por primera vez en la historia del pueblo escogido un oráculo favorable se dirige a un rey extranjero llamándolo "el ungido". Después de las invasiones de Babilonia y Siria cuya política era arrasar y aniquilar los pueblos conquistados, el gobierno de Persia, más permisivo y conciliador, resulta una bendición para la nación judía. Dentro de ese canto dirigido a Ciro, rey de Persia, se halla el verso 8º: "Que los cielos manden de lo alto la lluvia y que las nubes descarguen la justicia. Que se abra la tierra y produzca su fruto que es la salvación. La tradición de la Iglesia y la liturgia han aplicado estos versos a la venida del Salvador. Cristo es el primer "brote" de la nueva humanidad renovada. Justicia y salvación son los frutos de la humanidad fecundada por la misericordia divina.
Esta es una de las profecías de Isaías que el Adviento ha tenido más en cuenta. La renovación mesiánica es anunciada como una «primavera». La naturaleza entera se renueva y participa a la eclosión del Mesías.
-Que los cielos destilen el rocío. Que las nubes derramen la justicia y produzca la salvación. Que la justicia haga que crezcan a la vez todos sus brotes... Visión poética y optimista. Una vez más, oímos esa revelación constante de la Biblia. La humanidad no puede ser feliz, sin que la naturaleza obtenga de ello un beneficio. La tierra reseca recibe un «rocío» que la hace "fecunda" y las yemas brotan de todas partes. Concepción optimista de la naturaleza.
-¡Yo, el Señor, he creado todo esto! Así habla el Señor, el Creador de los cielos. Que ha modelado la tierra y la ha formado. No la creó como un desierto, sino para que fuera habitada. Constantemente debemos volver a encontrar ese sentido profundo de las cosas, ese optimismo enraizado. Efectivamente, Dios hizo hermosa la tierra; y quiere que sea bella, fecunda y dichosa. El anuncio de la era mesiánica, anuncia también ese renuevo. ¿Cuál es mi participación en esa renovación? Concebir todo mi trabajo, mi vida de familia, mis compromisos, como una cooperación a Dios creador.
-Yo soy el Señor. No existe ningún otro. No hay otro Dios, sino Yo. Ese optimismo está fundado en un monoteísmo feroz. Isaías es el más estricto defensor del monoteísmo: ¡un solo Dios! ¡No hay otro!
-Un Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mi. ¡Volveos a mí y seréis «salvados», habitantes de toda la tierra! La reivindicación divina no es una reivindicación orgullosa y tiránica... ¡un monopolio! ¡Es un «servicio»! Soy el único que puedo salvaros. No erréis la dirección. ¡Seria un gran daño para vosotros buscar una «salvación» fuera de mí! Seríais muy desgraciados. Malograríais vuestra vida. Esto fue dicho no sólo al pueblo hebreo, sino a "todos los habitantes de la tierra", en un universalismo sorprendente para aquella época. Cristo Jesús ha venido. Leamos de nuevo esas frases proféticas pensando en El. ¡Sálvanos, Señor! ¡Salva a todos los habitantes de la tierra!
-¡Sólo al Señor la justicia y la fuerza! A El se volverán avergonzados los que se habían levantado contra El. Cristo cambia los corazones: los que estaban "contra El", van «hacia El». Esta es la maravillosa primavera anunciada. Cumple, Señor, tu promesa. Cambia el corazón de los hombres (Noel Quesson).
Con la posibilidad cada vez más cercana del retorno de los desterrados, Isaías sigue afianzando con mayor fuerza aquella esperanza de la liberación. Precisamente el capítulo 45 comienza con la alusión a Ciro, el rey persa que permitirá el regreso. Este rey es llamado Ungido, mi ungido. El profeta lo considera un instrumento importante de Dios y por eso no duda denominarlo ungido = Mesiáh = Mesías. Sin embargo el pueblo no puede confundirse. No porque Ciro sea el medio por el cual habrá liberación, podrán ellos suplantar a Dios. Precisamente los primeros versículos de la perícopa que nos presenta hoy la liturgia son la ratificación del único Señorío de Dios. Los especialistas asumen que a partir de aquí ya se puede empezar a hablar de un monoteísmo teórico en Israel. Es decir, la evolución teológica ha madurado al punto de no reconocer ninguna otra divinidad para ningún otro pueblo; YHWH es único y no hay otro fuera de él. Antes del exilio, el concepto era distinto; los demás pueblos tenían sus dioses. Israel seguía únicamente a YHWH como al Verdadero, pero ello no implicaba que no se reconocieran otras divinidades.
El monoteísmo teórico implica, por tanto, un estadio más avanzado en el proceso de reflexión teológica de Israel, y este es el camino de la paternidad universal de Dios. Si uno solo es Dios, él es el único que ha podido crearlo todo, por él todo subsiste y se mantiene, a él única y exclusivamente acudirán todos los pueblos de la tierra. Con toda razón, pues, Isaías es el gran promotor de esta etapa teológica, gracias a él y a su predicación Israel se abre paso a una nueva etapa de la revelación.
Dios por medio de su Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo en el Señor purísimo de María Virgen, nos ofrece el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Y aun cuando esta oferta de parte de Dios ya está hecha, no puede hacerse realidad en nosotros si no abrimos nuestro corazón a la justificación que nos viene de Dios. Por eso podemos decir que cada uno va colaborando con la gracia para que la Redención no quede inutilizada en nosotros, ni caiga como en saco roto. De una u otra forma también vamos colaborando para que la salvación llegue nuestro prójimo. Incluso cuando alguien se levante en contra nuestra y nos calumnie, maldiga, persiga o crucifique, estará colaborando con Dios para que seamos purificados y lleguemos como un holocausto digno a su presencia. Aprendamos a alabar a Dios y a confiarnos a Él no sólo cuando todo marche bien, sino incluso en los momentos más difíciles de nuestra vida, imitando así al Señor que, perdonando a sus verdugos, confió su Espíritu en manos de su Padre Dios, sabiendo que era necesario padecer todo eso, para entrar así en su Gloria.

2. Sal. 85 (84). El Padre Dios nos envió su Palabra eterna, para que los que la escuchemos y pongamos en práctica, seamos eternamente bienaventurados en su presencia. Sin embargo la Palabra de Dios llega a nosotros como una buena semilla, que habiendo sido sembrada en nuestros corazones, necesita dar fruto, y frutos abundantes de salvación. Por eso el Señor derrama en nosotros la lluvia abundante de su gracia y de su Espíritu Santo, para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad, y lo manifestemos con nuestras buenas obras, pues de lo que está lleno el corazón de eso habla la boca. Dios siempre ha sido bondadoso para con nosotros; si Él nos ha dado su Vida, demos frutos de justicia y de paz; sólo así nos habremos puesto en camino tras las huellas de Cristo hacia la Gloria del Padre.
El único que puede salvar es Dios. Él es el todopoderoso, el creador de la luz y las tinieblas, de la paz y de las tribulaciones. Sólo a él podemos clamar pidiendo salvación y justicia.
Los profetas intentaban recordar al pueblo -siempre olvidadizo y distraído- la existencia y la actuación de ese Dios trascendente, el único, el «todo Otro», lleno de poder y de misericordia a la vez, Señor del cosmos y de la historia.
De esta convicción brota la oración más propia del Adviento: «cielos, lloved vuestro rocío, ábrase la tierra y brote el Salvador». El único que puede concedernos eso es Dios: «yo, el Señor, lo he creado. ¿Quién anunció esto desde antiguo? ¿no fui yo, el Señor?». El salmo 84 es uno de los más propios del tiempo de Adviento: «la salvación está ya cerca de sus fieles». Seria bueno que lo rezáramos entero, reposadamente, por ejemplo después de la comunión, o en un momento de oración personal.

3. Lc 7,19-23. Histórica o no, la pregunta del Bautista ha condensado su destino de mensajero que anuncia la llegada del juicio de Dios sobre la tierra. Por eso, cuando los días han pasado, cuando acaba su vida en el fracaso aparente de una cárcel, es lógico que toda su existencia se convierta en la voz de una llamada: ¿Eres tú el que ha de venir? Esta pregunta es el sentido de la historia de Israel. Cuando se ha escuchado la voz de los profeta que evocan un futuro de presencia de Dios sobre la tierra; cuando todos los días se siente la urgencia de los apocalípticos, que anuncian el juicio ya inminente; cuando por doquier se advierten (y se aguardan) los signos de un futuro despertar del cosmos, la figura de Jesús tiene que suscitar una pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Esa pregunta sigue flotando en medio de la historia. Los hombres que aguardan y aceleran la irrupción de la justicia (los marxistas); los que sueñan con un mundo más humano; los que esperan un futuro cataclismo que destruya los cimientos del orden establecido; los que simplemente sufren aplastados por la figura de Jesús, siguen preguntando: "¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?" La respuesta de Jesús se despliega en el plano de los principios de los hechos. En el plano de los principios Jesús ha tomado como norma la esperanza de Israel, que aguarda la salvación definitiva de los hombres (reflejada en la cita de Is 35, 5 y 61,1): sólo cuando el mundo cambie, cuando surja una existencia nueva que destruya la ceguera, pequeñez y muerte de los hombres puede hablarse de irrupción (o de llegada) del Mesías de Dios sobre la tierra.
Pasando al plano de los hechos, Jesús ha mostrado el inmenso atrevimiento de afirmar que la novedad del mundo nuevo ha irrumpido ya sobre la tierra: los pobres reciben la buena noticia, caminan los que estaban impedidos, ven los ciegos y los muertos resucitan. Mirada desde fuera, esta pretensión produce escándalo (7, 23): es verdad que ha curado a unos enfermos; es verdad que ha ofrecido a unos cuantos la ilusión del reino... Pero, en el fondo, todo sigue igual; los pobres continúan oprimidos; desesperan y mueren los enfermos; se pudren en la tumba los que han muerto.
Sobre esta pretensión de Jesús se dividen los espíritus. Por más que le admiren, los judíos de todos los tiempos, los marxistas de hoy día o simplemente los incrédulos, suponen que Jesús ha fracasado. Puede haber tenido buenos gestos e intenciones, pero al fin todo continúa como siempre. Por eso, después de haber preguntado "¿eres tú el que ha de venir?", responden, quizá con tristeza: ¡No, Jesús no era el que ha de venir! Y siguen esperando (o desesperando). En cambio, los cristianos admiten el testimonio de Jesús y piensan que en el gesto de su vida (su amor y sus milagros) ha comenzado a irrumpir sobre el mundo la realidad definitiva (la victoria de la vida sobre la muerte).
A manera de conclusiones señalamos: a) Dios no se revela solamente en el final, cuando la vida haya destruido la muerte: Dios se está manifestando a través de toda la historia de Jesús, en sus milagros iniciales, en el fracaso de su muerte y en el comienzo nuevo de su pascua. b) Los milagros de Jesús tienen sentido como principio de un camino que (pasando ciertamente por la muerte) conduce a la resurrección universal, en la que se mostrará abiertamente que era "el que ha de venir". c) Nosotros creemos en Jesús en la medida en que llevamos la "buena noticia de la libertad" a los pobres, en la medida en que ayudamos a los necesitados; sólo así testimoniamos nuestra fe en la Pascua (com, edic. Marova).
-Juan Bautista, llamando a dos de sus discípulos, los envió a Jesús para que le hiciesen esta pregunta,; "¿Eres tú aquel que ha de venir, o debemos esperar a otro? Es necesario captar primero el drama profundo que encierra esta pregunta. Juan Bautista es un hombre que, como todos sus contemporáneos, esperaba con ardiente intensidad un Mesías triunfador y purificador por el fuego. Decía: "El os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego; tomará en su mano el bieldo, y limpiará su era, guardará después el trigo en su granero, y quemará la paja con fuego que no se apaga".
Estas eran las palabras llenas de ardor con las que Juan Bautista había anunciado anteriormente al Mesías. Ahora bien, Señor, ¿qué esperas? ¿Eres Tú éste? A menudo, ¿no es esa también nuestra pregunta y nuestra extrañeza? ¿Por qué Dios no se manifiesta mejor? ¿Por qué no nos da signos más claros de su poder? La respuesta de Jesús, para ser mejor recibida, requiere haber pasado un tiempo de prueba y de experiencia de esta especie de escándalo.
-En la misma hora curó Jesús a muchos de sus enfermedades y llagas, y de espíritus malignos, y dio vista a muchos ciegos. ¡Tales son los signos! Ante todo son signos de amor para la humanidad pobre y aplastada, signos de liberación de la desgracia. Tal es Dios. No es ante todo, aquel que hace gala de su poder, sino "aquel que ha venido para servir", es el que salva... porque ama. ¿De qué modo colaboro en el trabajo de Dios?
-Respondióles, pues, diciendo: "Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído..." Jesús, no ha comenzado por contestar; ha comenzado por actuar. Me paro a contemplar esta actitud. Jesús no tiene prisa en aportar argumentos, en discutir, en demostrar intelectualmente. Silenciosamente, "pasa haciendo el bien", "potente en la acción... en la palabra" (Hechos 10, 38). Procuro imaginar a Jesús en medio de estos enfermos, tratando de hacerles bien... sus gestos, las breves palabras que les dirige.
-Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan... Jesús cita al profeta Isaías (29, 18. 19; 35, 5-6) Así se inserta en la gran tradición de Israel, en la espera que le ha precedido. Adviento nos hace revivir este tiempo de espera. Son tantos los hombres que hoy también esperan la liberación de todo lo que pesa sobre sus vidas. En mi plegaria, expreso a Dios lo que percibo concretamente a mi alrededor de esta inmensa aspiración de la humanidad.
-A los pobres... se les anuncia la Buena Nueva. Es el resumen de todos los otros beneficios. Hablar a los pobres, decirles alguna cosa "buena" para ellos. Hablar al corazón de los pobres para darles una noticia, la buena nueva de su liberación. Está claro el por qué; en un tal asunto, hay que actuar primero antes que hablar. Y yo, ¿soy quizá de los que a menudo me contento con sólo mis buenas intenciones?
-Y bienaventurado aquel que no se escandalizare por causa mía. Una bienaventuranza nueva: No escandalizarse por las preferencias divinas (Noel Quesson).
Este poder salvador de Dios se manifestaba ya en el A.T., pero sobre todo en Cristo Jesús.
El Bautista, que sigue siendo el personaje de esta semana, no sabemos si para cerciorarse él mismo, o para dar a sus discípulos la ocasión de convencerse de la venida del Mesías, les envía desde la cárcel con la pregunta crucial: «¿eres tú, o esperamos a otro?» El Bautista orienta a sus discípulos hacia Jesús. Luego ellos, como Andrés con su hermano Simón Pedro, irán comunicando a otros la buena noticia de la llegada del Mesías. La respuesta de Jesús es muy concreta y está llena de sentido pedagógico.
Son sus obras las que demuestran que en él se cumplen los signos mesiánicos que anunciaban los profetas y que hemos ido escuchando en las semanas anteriores: devuelve la vista a los ciegos, cura a muchos de sus achaques y malos espíritus, resucita a los muertos, y a los pobres les anuncia la Buena Noticia. Ésa es la mejor prueba de que está actuando Dios: el consuelo, la curación, la paz, el anuncio de la Buena Noticia de la salvación.
En el mundo de hoy son muchos los que siguen en actitud de búsqueda, formulando, más o menos conscientemente, la misma pregunta: «¿eres tú o esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá la felicidad, el pleno sentido de la vida? ¿de la Iglesia, de las ideologías, de las instituciones, de las religiones orientales, de las sectas, de los estimulantes? Porque no vemos que vayan reinando la justicia y la paz en este mundo». Nuestra respuesta debería ser tan concreta como la de Jesús, y en la misma dirección. Sólo puede ser evangelizadora una comunidad cristiana que cura, que atiende, que infunde paz y esperanza, que libera, que se muestra llena de misericordia. La credibilidad de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, se consigue sólo si hacemos el bien a nuestro alrededor. Como en el caso de Jesús, de quien se pudo decir que «pasó haciendo el bien».
Como el Bautista ayuda a reconocer a Jesús, ¿actuamos también nosotros de precursores a nuestro alrededor? No hace falta ser sacerdote u obispo para eso. Todo cristiano puede, en este Adviento, ante todo crecer él mismo en su fe, y luego transmitirla a los demás, evangelizar, conducir a Jesús. Pueden ser precursores de Jesús los padres para con los hijos, los amigos con los amigos, los catequistas con su grupo. Y a veces al revés: los hijos para los padres, los discípulos para con el maestro. Según quién ayude y acompañe a quién, desde su fe y su convicción. Todo el que está trabajando a su modo en el campo de la evangelización, está acercando la salvación a este mundo, está siendo profeta y precursor de Adviento para los demás. Para que no sigan esperando a otro, Y se enteren que ya ha venido el Salvador enviado por Dios.
El programa mesiánico no se ha cumplido todavía. No reinan en la medida que prometían los profetas la justicia y la paz. El programa mesiánico sólo está inaugurado, sigue en marcha hasta el final. Y somos nosotros los que lo llevamos adelante. Cuanto más se manifieste la justicia y la esperanza en nuestro alrededor, tanto mejor estamos viviendo el Adviento y preparando la Navidad.
En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino». Con el compromiso de que no sólo pedimos que venga el Salvador, sino también que nosotros trabajaremos en la construcción, en nuestro mundo de hoy, de ese Reino que trae paz y salvación a todos (J. Aldazábal).
Lucas subraya que la fama de Jesús se va extendiendo por todas partes: "por toda la judea y las regiones vecinas contaban lo que Jesús había hecho" (Lc 7, 17). Juan el Bautista se entera de lo que Jesús está haciendo y envía mensajeros para que le pregunten sí él es el Mesías, el Esperado. Jesús no da una respuesta con palabras, sino con hechos tan significantes que atestiguan por sí solos que ha llegado el Reino de Dios. La Palabra y la acción de Jesús son al mismo tiempo denuncia y anuncio. Denuncian a la sociedad que masacra al pueblo, y anuncian una sociedad nueva donde el pueblo será liberado para convertirse en protagonista de un mundo nuevo, centrado en la vida (servicio biblico latinoamericano).
La pregunta que Juan manda a decir a Jesús en el evangelio de hoy nos deja con una inquietud a nosotros: ¿dudaba Juan? Es posible que, como ser humano que era, agobiado además por una prisión injusta y cruel, hubiera llegado al extremo de sus fuerzas y se preguntara si todo había valido la pena. O es posible que en un acto supremo de heroico desprendimiento haya enviado a sus discípulos sólo para que estos se convencieran de quién era aquel a quien ahora debían seguir. La pregunta en todo caso sirve de ocasión para que Cristo haga hablar no a sus labios sino a sus manos, pues son las obras de amor y salvación las que proclaman aquí quién es el Señor.
Puede extrañar la frase final de lo que dice Jesús, "Dichoso el que no se escandalice de mí." Recordemos que "escandalizarse" según el sentido original del término es "tropezar," esto es, encontrar algo que impide seguir avanzando o creyendo. ¿Y cómo puede Cristo ser motivo de escándalo? Puede serlo porque la audacia de su amor y las exigencias de su seguimiento pueden parecer excesivas. Reconocer que Cristo es admirable no es difícil; reconocer en él la Palabra que define mi vida y el juez de mi existencia no es obvio, y necesitamos auxilio de lo Alto para no equivocarnos, o como dice Cristo, no "escandalizarnos."
Jesús nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores. La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han anunciado. También nosotros lo hemos encontrado y es lo más extraordinario de nuestra pobre existencia. Sin el Señor nada valdría nuestra vida. Se nos da a conocer con señales claras. No necesitamos más pruebas para verle. Dios da siempre señales para descubrirle. Pero hacen falta buenas disposiciones interiores para ver al Señor que pasa a nuestro lado. Sin humildad y pureza de corazón es imposible reconocerle, aunque esté muy cerca. Nuestra propia historia personal está llena de señales para que no equivoquemos el camino. Nosotros podemos decir, como se le dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías!
Tener visión sobrenatural es ver las cosas como Dios las ve, aprender a interpretar y juzgar los acontecimientos desde el ángulo de la fe. Sólo así entenderemos nuestra vida y el mundo en el que estamos. El Señor nos da suficiente luz para seguir el camino: si somos humildes no tendremos que pedir nuevas señales. Lo que pasa es que a veces nos sobra pereza o nos falta correspondencia a la gracia. El Señor ha de encontrarnos con esa disposición humilde y llena de autenticidad, que excluye los prejuicios y permite escuchar al Señor, porque a veces Su voluntad contraría nuestros proyectos o nuestros caprichos.
No hay otro a quien esperar. Jesucristo está en nosotros y nos llama. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos 13, 8). “¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios” (J. Escrivá de Balaguer). Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima su Vicario (Juan Pablo II). Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible (Francisco Fernández Carvajal). Llucià Pou Sabaté