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domingo, 2 de octubre de 2011

Lunes de la 27º semana. La clave de la vida eterna es amar, en esta vida, a los demás.

Lunes de la 27º semana. La clave de la vida eterna es amar, en esta vida, a los demás.

Jonás. 1:1-2,1.11. 1. La palabra de Yahvé fue dirigida a Jonás, hijo de Amittay, en estos términos: 2 «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella que su maldad ha subido hasta mí.» 3 Jonás se levantó para huir a Tarsis, lejos de Yahvé, y bajó a Joppe, donde encontró un barco que salía para Tarsis: pagó su pasaje y se embarcó para ir con ellos a Tarsis, lejos de Yahvé. 4 Pero Yahvé desencadenó un gran viento sobre el mar, y hubo en el mar una borrasca tan violenta que el barco amenazaba romperse. 5 Los marineros tuvieron miedo y se pusieron a invocar cada uno a su dios; luego echaron al mar la carga del barco para aligerarlo. Jonás, mientras tanto, había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente. 6 El jefe de la tripulación se acercó a él y le dijo: «¿Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos.» 7 Luego se dijeron unos a otros: «Ea, echemos a suertes para saber por culpa de quién nos ha venido este mal.» Echaron a suertes, y la suerte cayó en Jonás. 8 Entonces le dijeron: «Anda, indícanos tú, por quien nos ha venido este mal, cuál es tu oficio y de dónde vienes, cuál es tu país y de qué pueblo eres.» 9 Les respondió: «Soy hebreo y temo a Yahvé, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra.» 10 Aquellos hombres temieron mucho y le dijeron: «¿Por qué has hecho esto?» Pues supieron los hombres que iba huyendo lejos de Yahvé por lo que él había manifestado. 11 Y le preguntaron: «¿Qué hemos de hacer contigo para que el mar se nos calme?» Pues el mar seguía encrespándose. 12 Les respondió: «Agarradme y tiradme al mar, y el mar se os calmará, pues sé que es por mi culpa por lo que os ha sobrevenido esta gran borrasca.» 13 Los hombres se pusieron a remar con ánimo de alcanzar la costa, pero no pudieron, porque el mar seguía encrespándose en torno a ellos. 14 Entonces clamaron a Yahvé, diciendo: «¡Ah, Yahvé, no nos hagas perecer a causa de este hombre, ni pongas sobre nosotros sangre inocente, ya que tú, Yahvé, has obrado conforme a tu beneplácito!» 15 Y, agarrando a Jonás, le tiraron al mar; y el mar calmó su furia. 16 Y aquellos hombres temieron mucho a Yahvé; ofrecieron un sacrificio a Yahvé y le hicieron votos.
2:1 Dispuso Yahvé un gran pez que se tragase a Jonás, y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches. 11 Y Yahvé dio orden al pez, que vomitó a Jonás en tierra.

Salmo responsorial: Jonás 2,2-5,8. R. Sacaste mi vida de la fosa, Señor.
2 Jonás oró a Yahvé su Dios desde el vientre del pez. 3 Dijo: Desde mi angustia clamé a Yahvé y él me respondió; desde el seno del seol grité, y tú oíste mi voz.
4 Me habías arrojado en lo más hondo, en el corazón del mar, una corriente me cercaba: todas tus olas y tus crestas pasaban sobre mí.
5 Yo dije: ¡Arrojado estoy de delante de tus ojos! ¿Cómo volveré a contemplar tu santo Templo?
8 Cuando mi alma en mí desfallecía me acordé de Yahvé, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo.

Evangelio según Lucas, 10,25-37. 25 Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» 26 El le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» 27 Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» 28 Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.» 29 Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» 30 Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. 31 Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. 32 De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. 33 Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; 34 y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. 35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva." 36 ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» 37 El dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.»

Comentario: 1. Jon 1,1-2,1-11. El relato de Jonás no es la biografía de un hombre real -dicho sea de una vez por todas para que no nos choquen unos detalles inverosímiles-, se trata de un «midrash», es decir, un relato imaginario con fines educativos. Es una de las más hermosas parábolas del Antiguo Testamento, nos recuerda que «todos los hombres, incluso los más feroces enemigos de Israel, son llamados a la salvación». Escrito hacia el siglo V antes de Jesucristo, en una época en que Esdras había revalorizado el particularismo de Israel para salvaguardar la fe auténtica, el libro de Jonás reafirma fuertemente la «vocación misionera» del pueblo de Dios: Dios ama a los paganos y se regocija de su conversión. Durante tres días nos acompañará como primera lectura el libro de Jonás. No es un libro histórico en el sentido estricto de la palabra. El profeta Jonás existió, en tiempos del rey Jeroboam II (cf 2 R 14,25), pero el relato del que se le hace protagonista aquí es más bien una parábola historizada, didáctica, con una intención clara: mostrar que Dios tiene planes de salvación no sólo para Israel, sino también para los pueblos paganos. Más aún, que los paganos muchas veces le responden mejor que los judíos. Es probable que fuera escrito en tiempos de Esdras y en contra de éste, que, para asegurar la pureza del yahvismo en la época de la reconstrucción de Sión, se pasó un poco, cerrando fronteras en un particularismo exagerado y denigrando a los demás países. Este libro sería como un contrapunto al excesivo nacionalismo de Esdras. En esta edificante historia todos los paganos que aparecen son buenos, desde el rey de Nínive y sus habitantes hasta el ganado, pasando por los marineros del barco y el cachalote que cumple también su papel en la parábola. El único judío, Jonás, es el peor, un anti-profeta. El autor del libro ha elegido, como muestra de una ciudad pagana que se convierte, nada menos que a Nínive, la capital de los asirios, famosa por su política despiadada y cruel.
-La palabra del Señor fue dirigida a Jonás: «Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad pagana y proclama que su maldad ha subido hasta mí.» Así, desde la primera línea de este apólogo, el autor nos revela la clave: Dios no es solamente el Dios de Israel, sino el de todas las naciones. El pecado cometido por un pagano ofende a Dios lo mismo que el pecado de un cristiano. Dios desea nuestra conversión, la de todos. El amor de Dios es universal. Sea cual sea el color de nuestra piel, cualquiera que sea nuestra religión, todos estamos invitados a la salvación.
Cuando Jonás recibe el encargo de ir a Nínive y anunciar allí el castigo de Dios, no se le ocurre otra cosa mejor que huir: toma el primer barco que zarpa por el Mediterráneo, precisamente hacia tierras de Tarsis, en el sur de la actual España. Ante la tempestad que se forma, los marineros aparecen como personas buenas, que temen a sus dioses y les rezan y les ofrecen sacrificios, y además respetan a Jonás, a pesar de que se ha declarado culpable. Hacen lo posible para salvarle. Por fin lo tienen que arrojar al agua, y allí es donde entra en acción el gran cachalote o ballena que le retiene durante tres días hasta arrojarlo a tierra firme. Estos tres días serán en el NT un símbolo de los tres días que estuvo Jesús en el sepulcro antes de resucitar. Pero la intención de la lectura de hoy es la conversión de los ninivitas, que Jesús comentará pronto, en una lectura que haremos la semana que viene (Lc 11,29ss).
Mal profeta, Jonás. Otros se habían resistido en principio a cumplir el encargo de Dios, poniendo excusas, como Moisés o Jeremías. Elías se refugió en el desierto, acobardado, y caminó hasta el monte Horeb. Pero a nadie se le había ocurrido tomar un barco en dirección contraria a Nínive, que es donde le quería Dios. El único personaje judío de la parábola es el único que se resiste a Dios. Es una lección para nosotros. Cada uno tiene su misión propia: ser de alguna manera sus testigos en este mundo. Si yo fallo y por pereza o por miedo no hago lo que Dios quiere que haga -en mi familia, en la sociedad, en la comunidad religiosa-, ¿quién hará ese trabajo? Se quedará por hacer, y habrá personas que por mi culpa no se enterarán del plan salvador de Dios.
Claro que es difícil la misión, tal como está el mundo (aunque peor estaba Nínive), porque el mensaje del evangelio es exigente. Pero no tendríamos que huir. También a Cristo le costó, y tuvo momentos en que pedía que pasara de él el cáliz, la pasión y la muerte. Pero triunfó la obediencia y la fidelidad a su Padre.
¿Nos hacemos los sordos cuando intuimos que Dios nos llama a colaborar en la mejora de este mundo? ¿nos acobardamos fácilmente por las dificultades que intuimos que vamos a tener? ¿en qué barco nos refugiamos para huir de la voz de Dios? ¿o somos capaces de trabajar con generosidad en la misión evangelizadora, a pesar de que ya tengamos experiencia de que la sociedad nos hará poco caso?
-Jonás se levantó, pero huyó a Tarsis, lejos del rostro del Señor. Jonás no tomó el camino de Nínive, al este de Palestina... sino exactamente la dirección contraria. Huye hacia el oeste, hacia un rincón del Mediterráneo. De hecho Jonás no desea en absoluto la conversión de Nínive. Para un judío, Nínive es el enemigo hereditario, el pueblo idólatra, la potencia cruel que recientemente deportó a toda la población de Israel. Pero no juzguemos a ese profeta (!) que se hace el sordo ante Dios. ¿No tenemos nosotros estrecheces semejantes? ¿Escuchamos, realmente, las llamadas misioneras de Dios? ¿Amamos a nuestros enemigos? ¿No hemos quizá creado unas fronteras que protegen nuestras seguridades pero que a la vez nos privan de los grandes soplos de largueza y magnanimidad? ¿Es nuestro corazón universal como el de Dios?
-Pero el Señor desencadenó un gran viento sobre el mar. Nada puede impedir a Dios realizar su Proyecto de salvación universal. Lo dispondrá todo para que Jonás siga la dirección de Nínive. Incluso un gran pez se encargará de ello, humorísticamente. Repítenos, Señor, que tu voluntad misionera es tenaz y que nadie puede hacer que fracase tu Designio de amor misericordioso para todos los hombres. Los acontecimientos obligarán a Jonás a «dirigirse a los paganos». Con frecuencia, los acontecimientos, las crisis... «empujan» a la Iglesia a no encerrarse en sí misma. Cuando la fe está en peligro, es tentador replegarse en sí mismo. Cuando los cristianos son minoritarios en el seno de un mundo no creyente, será tranquilizador quedarse «entre cristianos». Ahora, en el momento en que la Iglesia ya no está tranquila «en sus murallas» es cuando se halla en la tempestad del mundo, en contacto con los paganos, en situación eminentemente misionera en el corazón del mundo. ¿Sabremos ser la levadura en la masa, la sal de la tierra?
-Ahora bien, Jonás había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente. ¡Despiértate, Jonás! Tus hermanos corren peligro de naufragar. ¡No durmáis, cristianos, en tanto no hayáis transmitido a todo el mundo la buena nueva! (Noel Quesson).
El libro de Jonás, a diferencia del resto de los escritos proféticos, no es un conglomerado de oráculos o visiones, sino la narración de un episodio de la vida del hijo de Amitai, profeta en tiempos de Jeroboán II (2 Re 14,25). Sin embargo, parece que el autor desconocido de este pequeño libro escogió el nombre de tal profeta precisamente porque, a causa de las escasas noticias que de él se tenían, resultaba más adecuado para convertirlo en protagonista de una ficción literaria. Quizá el mismo nombre contribuya a la elección: Jonás significa «paloma», nombre que se aplica a Israel, como símbolo no de inocencia, sino de estupidez (cf Os 7,11). De este modo, se considera a Jonás como la personificación del espíritu mezquino, particularista y ridículo de buena parte de Israel. Pero –dice S. Jerónimo- “los doce profetas, encerrados en un único volumen, prefiguran cosas distintas de aquellas que revelan cuando son interpretados sólo a la letra (…). Jonás, paloma bellísima, prefigura la pasión del Señor; llama al mundo a la penitencia, y bajo el nombre de Nínive, anuncia la salvación a los gentiles”. Y “la huida del profeta puede ser referida en general también al hombre que, transgrediendo los mandamientos de Dios, se aleja de su presencia y se queda inmerso en el mundo, donde una tempestad de desdichas y los estragos del naufragio del mundo entero contra él, le obligan a advertir la presencia de Dios y a volver hacia Aquél del que había intentado huir”.
Parece, pues, que nuestro libro debe catalogarse en el género literario de la parábola o de la alegoría; o quizá mejor: de la parábola alegórica. Intenta darnos un mensaje a través de una pequeña historia, forma muy pedagógica de enseñar.
En primer lugar, es evidente el universalismo que respira: Yahvé es el Dios del cielo que ha hecho la tierra y el mar, es decir, el Dios de la creación, en contraste con el Dios de los padres y del éxodo, cuya concepción favorecía más la visión de elección de Israel y el particularismo correspondiente. Su misericordia alcanza a los paganos y no se limita al pueblo de la alianza. El libro se sitúa en la línea universalista de Rut y Job. Parece un eco de los grandes profetas, los cuales habían enseñado que Yahvé es Dios de todo el mundo. Esta corriente universalista del AT se presenta unas veces como un universalismo centralista en torno al santuario de Jerusalén (Is, Zac Ag) y otras como un universalismo descentralizado, por ejemplo Mal (1,10), que contempla la posibilidad de que se cierre el santuario y los sacrificios sean ofrecidos fuera de él. El universalismo de Jonás coincide con el de Malaquías: los marineros pueden ofrecer sacrificios en la nave.
Nuestro libro quiere ilustrar también la idea de que Dios al margen de lo que haga el hombre, consigue su fin. La tempestad, el hecho de que Jonás sea arrojado al mar y tragado por el pez son, más que castigos, hechos providenciales y destinados a forzar al profeta a cumplir su misión (J. Aragonés Llebaria).
Estas páginas de Jonás nos quieren enseñar también que los designios de Dios se cumplen inexorablemente, que no imputa sangre inocente, que hace todo según su beneplácito… el personaje da ilación a estas verdades religiosas que van apareciendo.
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. A nadie creó Dios para la muerte, pues Él no se deleita en la muerte sino en la vida. Ninguno, que haya experimentado el amor y la misericordia de Dios, puede condenar a los demás pensando que sólo él tiene derecho exclusivo sobre Dios. Jonás, reluctante a hacer partícipe de la misericordia de Dios a los pueblos paganos, es conducido por Dios hasta el lugar donde el Señor quiere que se cumplan sus planes de salvación. Jonás, rebelde, no de palabra sino de hecho, a la voluntad de Dios respecto a la salvación universal, finalmente proclamará esa salvación: primero a los marineros, que temen a Dios, y que al arrojar a Jonás al abismo, se salvan de la muerte pues el mar se calma; y después a los ninivitas, proclamando el mensaje de salvación de Dios, al que ellos hacen caso y salvan así su vida. Nos dice san Pablo: si la rebeldía de los judíos se convirtió en causa de salvación para el mundo, ¡qué no será su conversión! Si la desobediencia del pueblo elegido simbolizado en Jonás, si su reticencia a abrir la salvación a todos, incluso a los enemigos fue causa de que esa salvación, conforme al Plan de Dios, llegara a Nínive en la que se simboliza la persecución de los inocentes y la lejanía de Dios, cuánto más ha logrado el Señor Jesús que, obediente a su Padre Dios, sale al encuentro del hombre pecador para proclamarnos la Buena Nueva del amor que Dios nos tiene. Él fue arrojado al abismo de la muerte, y ahí permaneció tres días y tres noches, para luego resucitar como el Hombre Nuevo con quien estamos llamados a identificarnos todos sin distinción alguna. Así Él ha logrado para nosotros la salvación. Y Él nos pide que abramos los ojos para no condenar a nadie, pues así como nos ha amado quiere que nos amemos los unos a los otros; y así como Él dio su vida en rescate por todos, quiere que su Iglesia se esfuerce constantemente en salir al encuentro del hombre pecador para invitarlo a rectificar sus caminos.
2. Jon 2,2-5.8. El canto de meditación que sigue a la lectura no es un salmo, sino un poema tomado del mismo libro de Jonás, que hace eco a la situación del protagonista: "sacaste mi vida de la fosa, desde el vientre del infierno pedí auxilio y escuchó mi clamor".
“Para llegar a una vida perfecta, es necesario imitar a Cristo –dice S. Basilio-, no sólo en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, humildad y paciencia, sino también en su muerte (…). Mas, ¿de qué manera podremos reproducir en nosotros su muerte? Sepultándonos con Él por el bautismo. ¿En qué consiste este modo de sepultura, y de qué nos sirve el imitarla? En primer lugar, es necesario cortar con la vida anterior. Y esto nadie puede conseguirlo sin aquel nuevo nacimiento de que nos habla el Señor, ya que la regeneración, como su mismo nombre indica, es el comienzo de una vida nueva (…). ¿Cómo podremos, pues, imitar a Cristo en su descenso a la región de los muertos? Imitando su sepultura mediante el bautismo. En efecto, los cuerpos de los bautizados quedan, en cierto modo, sepultados bajo las aguas. Por eso el bautismo significa, de un modo misterioso, el despojo de las obras de la carne”.
La oración de Jonás en el vientre del pez que leemos como salmo es un mosaico de trozos de salmos en acción de gracias, por salir de angustias pasadas, por la salvación, promesa de sacrificios y votos ofrecidos a Dios… (Biblia de Navarra). Dice Orígenes: “quien sabiendo de qué monstruo es figura el que engulló a Jonás (…), ese tal, si por una caída en la infidelidad, viene a parar al vientre del gran monstruo, que ore arrepentido, y saldrá otra vez de allí y una vez fuera, si persevera en observar los mandamientos de Dios, podrá (…) ser ocasión de salvación para los ninivitas de hoy día, que también están en riesgo de perecer, pues sintiéndose feliz por la misericordia divina, no querrá que Dios mantenga una actitud de dureza con los penitentes”.
A pesar de nuestras rebeldías e incongruencias en la fe, Dios siempre está dispuesto a escuchar nuestras súplicas, pues su amor misericordioso hacia nosotros nunca se acaba. Dios nos ama como un padre ama a sus hijos. Dios escuchó a su Hijo que le pidió, con ardientes lágrimas, que lo librara de la muerte. Dios siempre está y estará de parte nuestra. Sepamos, también nosotros, escuchar su Palabra y hacerla nuestra, pues el Señor quiere santificarnos en la Verdad por medio de ella. Dejemos de vivir nuestra fe con hipocresía; seamos leales al Señor como Él lo ha sido con nosotros. No encerremos la fe en nuestro corazón sino que proclamemos el amor y la misericordia del Señor a todos los pueblos; hagámoslo con las obras que manifiesten cómo el Señor, por medio de nosotros, se hace cercanía amorosa y misericordiosa para todos.
3.- Lc 10,25-37 (ver domingo 15C). La de hoy es una de las páginas más felizmente redactadas y famosas del evangelio: la parábola del buen samaritano, que sólo nos cuenta Lucas. La pregunta del letrado es buena: "¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?". -En esto, un Doctor de la Ley le preguntó a Jesús: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?" Un escriba preocupado por quién debe ser objeto de nuestra bondad y quién no, se dirige a Jesús para plantearle este dilema. La respuesta de Jesús no se dirige a solucionar esta falsa oposición, sino que se dirige a las más profundas opciones humanas, aquellas que compartimos con Dios.
¿Me hago yo también esa misma pregunta? ¿Qué respuesta personal y espontánea daría yo a esa pregunta? La vida... La vida eterna... Si nuestra vida terminara con la muerte, seríamos los más desgraciados de los hombres. La vida temporal, la que tiene un término, es corta. Todo lo finito es corto. Y si bien hay en ella algunas alegrías, habitualmente es difícil soportarla, sobre todo conforme van pasando los años: toda la literatura, antigua y moderna es copiosa en señalar lo trágico de la "condición humana". Sería ingenuo cerrar los ojos a esa realidad. Siempre los hombres han esperado "otra vida". Jesús también habló a menudo de ella, y aun decía que esa vida eterna ya ha comenzado, está en camino, si bien inacabada, naturalmente. ¿La deseo? ¿Pienso en ella? ¿Comienzo a vivirla?
-Jesús le pregunto: "¿Qué está escrito en la Ley?" En lugar de contestar a la pregunta del jurista, Jesús le propone a su vez otra pregunta, obligándole a tomar, él, posición. ¡La vida eterna no es ciertamente una pregunta que los demás podrían resolver en mi lugar! Jesús, en un primer momento, le remite a la ley del AT, a unas palabras que los judíos repetían cada día: amar a Dios y amar al prójimo como a ti mismo. Jesús hace que el letrado llegue por su cuenta a la conclusión del mandamiento fundamental del amor.
-El jurista contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda la mente... Y a tu prójimo como a ti mismo"... Jesús le dijo: "Bien contestado. Haz eso y tendrás la vida". El Doctor de la Ley citó el Deuteronomio 6,5 y el Levítico 19,18. Amar, amar a Dios y al prójimo. No es pues algo nuevo. No es original. Todas las grandes religiones tienen en común esa base esencial. Esto forma ya parte del Antiguo Testamento. El mensaje de Jesús se basa primero en esa gran actitud, eminentemente humana.
-¿Quién es mi prójimo? Es ahí donde empieza toda la novedad ciertamente revolucionaria del evangelio. Lucas nos aporta aquí un relato escenificado por Jesús. Lucas es el único evangelista que nos ha comunicado esa página admirable que, por otra parte, está en la línea recta de todo el evangelio. ¡El amor al prójimo, para Jesús, va hasta al "enemigo! Es preciso repetírnoslo.
Ante la siguiente pregunta, Jesús concreta más quién es el prójimo.
-Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó... Lo asaltaron unos bandidos y lo dejaron medio muerto, al borde del camino... Pasó un sacerdote y luego un levita que lo vieron y pasaron de largo... Pero un samaritano... Hemos visto en Lucas 9,52-55 cuán detestados eran los samaritanos. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo...? Jesús da completamente la vuelta a la noción de prójimo. El legista había preguntado "quién es mi prójimo" -en sentido pasivo-: en este sentido los demás son mi prójimo. Jesús le contesta: ¿"de quién te muestras tú ser el prójimo"? -en el sentido activo-: en este sentido somos nosotros los que estamos o no próximos a los demás. El prójimo soy "yo" cuando me acerco con amor a los demás. No debo preguntarme: ¿"quién es mi prójimo"?, sino "¿cómo seré yo el prójimo del otro, de cualquier otro hombre?" Cerca de mí, ¿quiénes son los despreciados, mal considerados, difíciles de amar?
-El samaritano al verlo le dio lástima, se acercó a él y le vendó las heridas, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada... ¡Anda, haz tu lo mismo! Amar no es, ante todo, un sentimiento; es un acto eficaz y concreto (Noel Quesson).
La clave es amar. Si buscamos la vida eterna, sabemos que «la fe y la esperanza pasarán, mientras que el amor no pasará nunca» (cf. 1Co 13,13). Cualquier proyecto de vida y cualquier espiritualidad cuyo centro no sea el amor nos aleja del sentido de la existencia. Un punto de referencia importante es el amor a uno mismo, a menudo olvidado. Solamente podemos amar a Dios y al prójimo desde nuestra propia identidad… La propuesta de Jesús es clara: «Vete y haz tú lo mismo». No es la conclusión teórica del debate, sino la invitación a vivir la realidad del amor, el cual es mucho más que un sentimiento etéreo, pues se trata de un comportamiento que vence las discriminaciones sociales y que brota del corazón de la persona. San Juan de la Cruz nos recuerda que «al atardecer de la vida te examinarán del amor» (Lluís Serra i Llansana).
En su parábola, tan expresiva, quedan muy mal parados el sacerdote y el levita, ambos judíos, ambos considerados como "oficialmente buenos". Y por el contrario queda muy bien el samaritano, un extranjero ("los judíos no se tratan con los samaritanos": Jn 4,9). Ese samaritano tenía buen corazón: al ver al pobre desgraciado abandonado en el camino le dio lástima, se acercó, le vendó, le montó en su cabalgadura, le cuidó, pagó en la posada, le prometió que volvería, y todo eso con un desconocido.
¿Dónde quedamos retratados nosotros?, ¿en los que pasan de largo o en el que se detiene y emplea su tiempo y su dinero para ayudar al necesitado? ¡Cuántas ocasiones tenemos de atender o no a los que encontramos en el camino: familiares enfermos, ancianos que se sienten solos, pobres, jóvenes parados o drogadictos que buscan redención! Muchos no necesitan ayuda económica, sino nuestro tiempo, una mano tendida, una palabra amiga. Al que encontramos en nuestro camino es, por ejemplo, un hijo en edad difícil, un amigo con problemas, un familiar menos afortunado, un enfermo a quien nadie visita.
Claro que resulta más cómodo seguir nuestro camino y hacer como que no hemos visto, porque seguro que tenemos cosas muy importantes que hacer. Eso les pasaba al sacerdote y al levita, pero también al samaritano: y éste se paró y los primeros, no. Los primeros sabían muchas cosas. Pero no había amor en su corazón. El buen samaritano por excelencia fue Jesús: él no pasó nunca al lado de uno que le necesitaba sin dedicarle su atención y ayudarle eficazmente. Ahora va camino de la cruz, para entregarse por todos, y nos enseña que también nuestro camino debe ser como el suyo, el de la entrega generosa, sobre todo a los pobres y marginados. Al final de la historia el examen será sobre eso: "me disteis de comer... me visitasteis".
La voz de Jesús suena hoy claramente para mí: "anda, haz tú lo mismo". También podríamos añadir: "acuérdate de Jesucristo, el buen samaritano, y actúa como él" (J. Aldazábal).
La parábola del buen samaritano pone como modelo de ser humano a un hombre que era despreciado en la cultura israelita de la época. Esta contradicción se propone resaltar el valor de la vida humana por encima de cualquier diferencia cultural, étnica o política.
Cuando los tres personajes, el levita, el sacerdote y el samaritano, encuentran al hombre herido y abandonado en el camino, tienen que discernir si optan por su propia comunidad u optan por la vida. Los dos primeros pasan indiferentes, pues, aunque tienen una función religiosa en el pueblo, su manera de pensar les impide ver que su religión debe estar a favor de la vida del ser humano. El samaritano por el contrario, desde una opción por la vida, auxilia a aquel hombre, sin importarle de qué religión es, o a qué nacionalidad o raza pertenece. Para el samaritano lo importante es que ese herido moribundo es un ser humano necesitado de compasión. Por tanto, actúa conforme a unos principios humanitarios.
La parábola elimina el falso dilema de a quién debo y a quien no debo hacer el bien. La parábola plantea una opción por defender la vida del ser humano como un valor absoluto. Toda esta enseñanza se puede resumir en el conocido adagio popular: "Haz el bien sin mirar a quién". Pues, lo absoluto de Dios es la vida del ser humano. Por tanto, se deben superar las diferencias étnicas, patrióticas o de cualquier índole a la hora de aceptar al hombre enfermo y abandonado, como el prójimo que me habla con la misma voz de Dios (servicio bíblico latinoamericano).
El evangelio que se abre camino "por revelación" suele tener un tono exigente, pero profundamente liberador. Apela a la inteligencia de las personas ("¿Qué os parece?) y también a su libertad ("Si quieres"). Jesús tiene toda la fuerza del mundo para "imponer" el evangelio por decreto ley, porque sí, porque yo soy el que mando, y, sin embargo, procede según la "debilidad" de la seducción. Lo comprobamos en el evangelio de hoy. Más que la parábola del buen samaritano (siempre hermosa y siempre interpelante) me llaman la atención las preguntas de Jesús. He encontrado tres en el fragmento de hoy: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Y también dos recomendaciones: "Haz esto y tendrás la vida", "Anda, haz tú lo mismo".
Jesús no cuenta la parábola para humillar al maestro de la ley, sino para conectar con lo mejor de este hombre, para abrirle un horizonte más amplio, para hacerle ver la buena noticia, con la que "tendrá vida". ¡De qué manera tan distinta sonaría el evangelio en nosotros si surgiese de este modo y no como un arma arrojadiza al servicio de nuestros intereses, por nobles que aparezcan! (gonzalo@claret.org).
Jesús no debía hablar demasiado de la otra vida, de la «vida eterna», cuando tanto un jurista o maestro de la ley como un dirigente de Israel le formulan la misma pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (10,25; 18,18), para ponerlo a prueba, es decir, para atraparlo con la pregunta, el primero, y para adularlo, es decir, para ganárselo para la clase rica, el segundo. Quienes no quieren comprometerse con el hermano necesitado hablan siempre de la vida eterna. Es como una droga que los aliena de los deberes con la vida presente. Y no solamente hablan de ella, sino que quieren imponer este lenguaje, el lenguaje común a todas las religiones, que brota de lo más profundo del hombre, pero que necesita ser clarificado por el mensaje liberador y comprometido de Jesús. Es decir, el seguimiento de Jesús tiene exigencias reales. No sólo implica un compromiso con los pobres, sino también un crecimiento personal y una mayor conciencia de uno mismo. El evangelio de hoy nos trae la parábola que comúnmente hemos llamado "el buen samaritano". El problema del texto que analizamos, no es la vida eterna. Si este texto lo analizamos desde el problema del más allá, pierde su valor real y su sentido en las páginas del evangelio de Lucas. Hay que partir de un hecho que palpamos todos los días en la vida de la Iglesia: quienes no quieren comprometerse con el hermano necesitado hablan siempre de la vida eterna. Este tema para muchos cristianos y cristianas es como una droga que los aliena de los deberes con la vida presente.
No es válido hablar de más allá, de cielo, de vida eterna, si esta historia de ahora, si este más acá, si esta tierra, está tan desordenada y tan deshumanizada por las estructuras perversas que se han impuesto sobre la creación, obra de Dios. Jesús coloca un ejemplo concreto y aclara que lo más importante es hacer de esta historia una verdadera experiencia de "vida eterna".
Frente a la realidad del hermano que sufre, Jesús acusa a los hombres de religión de pasar por alto y no importarle el sufrimiento del otro. Lucas, en el relato, deja bien en claro que solamente los que experimentan en su propia vida la marginación y la exclusión, sienten compasión del sufrimiento y miseria que viven sus hermanos en la historia. No podemos seguir pensando en el más allá, para zafarnos del compromiso de hacer de esta historia un lugar donde quepamos todos. El cristiano tienen la tarea de dejar este mundo un poquito mejor de como lo encontró (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
El jurista está molesto porque Jesús no habla a la gente de lo que él cree esencial para un buen judío y que es el centro de su religión: los diez mandamientos, contenidos en las dos tablas de la Ley de Moisés. Se trata de la Ley fundamental de Israel, como lo es la Constitución para las naciones modernas. Siendo, sin embargo, Israel una teocracia, Constitución es igual a Ley de Dios.
Jesús no se deja atrapar. Ni siquiera se digna recitarla. Hace que sea el propio jurista quien se dé la respuesta: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo es eso que recitas?» (10,26). La recitación del Shemá Israel (=«Escucha, Israel») es perfecta, como quien recita el Credo. El jurista no se ha contentado con recitar largo y tendido el encabezamiento solemne del Deuteronomio: «Amarás al Señor tu Dios...» (Dt 6,5), sino que ha añadido una breve referencia al prójimo (segunda tabla de la Ley), sacada del Levítico: «Y a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18). No basta con recitar de memoria y con los labios, es preciso ponerlo en práctica. Quien cumple la Ley tiene garantizada la vida eterna. Pero, entonces, ¿qué ha venido a hacer Jesús si no ha venido a hablarnos de la otra vida? La respuesta la reserva Lucas para el final de la estructura, cuando, en la perícopa gemela, un dirigente de Israel le formulará la misma pregunta. Pero no anticipemos. Primero es preciso asimilar las enseñanzas que encierran las secuencias que componen esa gran estructura.
Los hombres religiosos pasan de largo. La secuencia que ahora examinamos tiene forma de tríptico. Acabamos de ver la hoja izquierda. En el centro se encuentra la parábola. En la hoja derecha, la enseñanza o «moraleja». El jurista que quería atrapar a Jesús se ha quedado atrapado en su propia trampa («queriendo justificarse»): ha recitado demasiado bien los mandamientos. Jesús lo ha invitado a «hacer», y cuando se trata de «hacer» no hay más remedio que tener en cuenta al prójimo. El jurista pretende escurrirse: «Y ¿quién es mi prójimo?» (10,29), como quien dice: Esto es muy difícil de saber. Jesús le propone una parábola.
El centro de la parábola es «un hombre». Lucas ha escogido el término «hombre», y no otro de los muchos posibles, y lo acompaña del indefinido «un/cierto»: este individuo personifica la humanidad y, en concreto, la que está de vuelta en sentido figurado: «un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó» (10,30b). «Bajar de Jerusalén», siendo «Jerusalén» el término sacro empleado para designar la institución judía y, en especial, su centro, el templo, tiene sentido negativo. El alejamiento del templo se paga muy caro; puede significar la pérdida de la propia vida, desde el punto de vista judío. Lucas lo expresa en imágenes: «lo asaltaron unos bandidos, lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto» (10,30c). Se explica, ahora, que bajando por aquel camino (¡no se dice que bajen de Jerusalén!) un sacerdote del templo y un levita o clérigo perteneciente a la misma alcurnia, uno y otro den un rodeo y pasen de largo (vv. 31-32). Su comentario sería unánime: Le está bien empleado, por abandonar las prácticas religiosas..., él se lo ha buscado!
La compasión de los que experimentan la marginación. Lucas hace coincidir fortuitamente (explicitado en el texto) a tres individuos que representan otros tantos estamentos: los dos primeros están estrechamente vinculados al templo, mientras que el tercero, un samaritano, representa al pueblo más odiado por un judío religioso. En los dos primeros hay coincidencia con el desgraciado, pero sólo material: «Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote...; igualmente un clérigo, que llegó a aquel lugar...»; el tercero va derecho: «Pero un samaritano, que hacía su camino, llegó adonde estaba el hombre» (10,33). Hay una clara oposición entre el templo, que es el lugar por excelencia donde reside Dios, para un judío, y «aquel lugar» donde se encuentra el hombre que ha abandonado la institución. El samaritano está ya habituado a la maldición que los judíos profieren contra quienes abandonan la Ley y el templo: es un excomulgado. Va directamente «adonde estaba el hombre», como si hubiese olido la desgracia que ha caído sobre el hombre que ha abandonado la religión. Se compadece de él, y no sólo lo cuida personalmente, sino que se preocupa de que luego otros se ocupen de él (10,34-35).
El prójimo se crea haciéndose uno mismo prójimo. «¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» (10,36). El jurista quería escurrirse de amar al prójimo con la excusa de que es muy difícil de individualizar quién es y dónde se encuentra. Jesús le responde que el prójimo no se pasea por la calle, no lleva ningún distintivo: uno mismo se hace prójimo cuando se acerca a los más necesitados, cuando toma partido por el hombre a quien han pisoteado sus derechos y que ha sido reducido a una condición infrahumana... El samaritano, marginado él también por su condición religiosa heterodoxa, es capaz de sentir compasión por los proscritos por la institución oficial. No indaga en absoluto. Pasa a la acción y se vuelca haciendo el bien. El jurista no se atreve a pronunciar la palabra maldita («el samaritano») y responde: «El que tuvo compasión de él.» Jesús remacha el clavo: «Pues anda, haz tú lo mismo» (10,37). Quien se compromete con su prójimo tiene la vida eterna asegurada.
Nuestra comunión con Dios está esencialmente ligada al lugar en que buscamos la realización de esta comunión. La parábola nos presenta los dos ámbitos en que puede situarse esta búsqueda y nos enseña que la respuesta adecuada a la cuestión no puede ser reducida al ámbito de la participación cultual.
En continuidad con la línea profética de Israel, la respuesta de Jesús nos indica la vaciedad de las compensaciones cultuales que nacen de un corazón que ha reducido la presencia divina a ese ámbito. Sacerdote y levita son los exponentes de una concepción en que la preocupación cultual impide el acercamiento al ámbito de lo divino y ofusca el descubrimiento del Dios de la vida.
El samaritano, situado al margen de la pureza ritual, imposibilitado para participar en los bienes del pueblo elegido y de su culto oficial, es el único personaje de la historia que es capaz de comprender y dar la respuesta que Dios espera en la vida de los hombres. Sus acciones nacidas de la compasión ante el hombre golpeado por los bandidos lo colocan en la participación de los bienes de Dios y ello de tal manera que se convierte en ejemplo que debe seguir incluso todo fiel israelita como debe reconocer el escriba, interlocutor de Jesús.
El "vete y haz tu lo mismo" dirigido a este maestro se convierte en invitación a todo el pueblo de Dios para la rectificación y purificación de su relación religiosa, a menudo oscurecida por la búsqueda de pureza para la participación cultual (Josep Rius-Camps).
Con la parábola Jesús toca la razón más honda de todo lo que hacía: el amor a Dios y el amor al prójimo, son una unidad inseparable, son el camino más seguro que nos lleva al Padre, más que todas las prácticas rituales y todos los sacrificios que se hacían en el Templo. Y éste será el núcleo del conflicto que Jesús tenía con las autoridades judías, que daban más importancia a las prácticas religiosas que al compromiso con la vida, al culto que a la misericordia y la justicia. El Dios del que Jesús hablaba era Dios, el Padre, no el imaginado por los fariseos, al que le importa más la vida de sus hijos que los sacrificios o los ayunos o las oraciones rituales.
Este amor misericordioso del Padre debe pasar por encima de cualquier otra consideración en la vida de los cristianos. En este gesto del samaritano, el de sentir compasión, la Iglesia debe reconocer un aspecto fundamental de su misión: la de tener un corazón compasivo, que se exprese en un amor eficaz, levantando a todos los hombres y mujeres que son víctimas de las estructuras injustas de nuestra sociedad (servicio bíblico latinoamericano).
Amar al prójimo es procurar su bien, fortalecerle cuando sus manos se han cansado o sus rodillas han empezado a vacilar, tenderle la mano cuando lo vemos caído en algún pecado o en alguna desgracia, dejar nuestras seguridades para ofrecérselas y hacerle recobrar su dignidad; en fin, nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos. Y es muy fácil amar a quienes nos hacen el bien; y es muy fácil, también, solucionar el problema que nos causan nuestros enemigos acabando con ellos. Así sólo puede considerarse nuestro prójimo el cercano a nosotros y a nuestro corazón, aquel que no nos causa penas, dolores, angustias, aquel que no se ha levantado en contra de nosotros para dañarnos, pues, si lo ha hecho, no será nuestro prójimo, sino nuestro enemigo. Dios en Cristo Jesús, su Hijo amado hecho uno de nosotros, ha salido al encuentro de su prójimo, de aquel que jamás ha sido expulsado de su corazón. Y su cercanía ha sido hacia los pobres, hacia los marginados, hacia los despreciados y, sobre todos, hacia los pecadores, aun cuando sus pecados puedan haberse considerado demasiado graves. Amó tanto a la humanidad frágil y pecadora, que se desposó con ella y cargó sobre sí sus pecados clavándolos en la cruz y derramando su sangre para que fuesen perdonados. Así puede presentar a su esposa, que es la iglesia, ante su Padre, libre de pecado y adornada con las arras del Espíritu Santo. El Señor, en el Evangelio de este día nos manifiesta el gran amor que nos tiene para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo.
En esta Eucaristía nos hacemos uno con Cristo. Uno en su amor, uno en su envío, uno en la vida que Él recibe de su Padre Dios. Por eso su Iglesia, que celebra este Misterio Pascual, debe ser luz para todos los pueblos, debe ser portadora de la salvación para todos sin poner fronteras o barreras a algunas personas. Por eso no sólo podemos pedirle al Señor que nos llene de su Vida y de su Espíritu; hemos de pedir que esa Vida y ese Espíritu llegue también a quienes viven lejos de Él; y nuestro esfuerzo apostólico ha de acompañar nuestra oración llevándonos hasta aquellos que, incluso convertidos en perseguidores nuestros, necesitan que alguien no sólo les hable, sino que se convierta para ellos en un signo vivo del amor misericordioso de Dios. Por ello, quienes participamos de esta Eucaristía no venimos a ella sólo a cumplir con un deber cristiano, consecuencia de una tradición familiar, sino que venimos con el compromiso de aceptar convertirnos en portadores de la salvación de Dios para todos, aun cuando en algún momento se hayan levantado contra nosotros ofendiéndonos, criticándonos o persiguiéndonos.
Volveremos a nuestra vida ordinaria. Es hermoso escuchar la voz de Dios en el lugar de culto y dejar que nuestro corazón se conmueva ante sus palabras. Pero vamos a encontrarnos nuevamente con aquellos que nos insultan por ser cristianos; con aquel vecino, compañero de trabajo o de estudio que nos causó algún daño, incluso tal vez diciendo cosas falsas de nosotros, o profiriendo amenazas contra nosotros; con aquel familiar que está enfadado con nosotros y que, tal vez, han pasado días, meses o años sin que podamos volver a relacionarnos de un modo adecuado, antes al contrario, parece que se profundiza cada vez más el abismo que nos separa. El hacer que la salvación llegue a todos no sólo significa el que proclamemos el Nombre de Dios con discursos bien elaborados, significa especialmente el que nosotros, con nuestras actitudes nuevas, con nuestro amor, con nuestro cariño, con nuestro respeto, con nuestra alegría, comencemos nuevamente a relacionarnos adecuadamente, como hijos de Dios, con todos aquellos que antes fueron nuestros enemigos, pero a quienes ahora no sólo consideramos prójimos, sino hermanos nuestros. Entonces, realmente sólo hasta entonces, sabremos que estamos trabajando por el Evangelio de la Salvación que Dios ofrece a todos; entonces, también sólo entonces, podremos no sólo llamar Padre a Dios, sino tenerlo en verdad por Padre. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, ser portadores de la salvación para todos los hombres. Que nuestra vida, en la que no cerremos a nadie nuestro corazón ni excluyamos a nadie de nuestro amor, se convierta en el mejor testimonio del amor que Dios tiene a todos. Amén (www.homiliacatolica.com).

jueves, 24 de marzo de 2011

Cuaresma I, sábado: Amar es la ley de los hijos

Libro del Deuteronomio 26, 16-19: Moisés habló al pueblo diciendo: “Hoy el Señor tu Dios te manda que cumplas estas leyes y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma.
Hoy te has comprometido con el Señor a que Él sea tu Dios; a ir por sus caminos; a observar sus leyes...; y a escuchar su voz.
Y hoy el Señor se compromete a que seas su pueblo propio, como te lo había prometido... Él te elevará por encima de todas las naciones que ha hecho, en gloria, renombre y esplendor...”

Texto del Evangelio (Mt 5, 43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».

Comentario: Las palabras de amistad entre Yahvé y su pueblo elegido tienen expresiones de intimidad y mutuo compromiso admirables y de gran ternura. La gracia y la benevolencia de Dios se realizan en la humanidad de forma histórica y concreta. Dios quiere manifestar su amor por los hombres, amando y siendo fiel a un pueblo, Israel; éste, a su vez, se compromete a ser obediente a la Ley de Dios. Se establece una especie de contrato bilateral, compromiso mutuo de dos libertades (vv. 17-18): "Yo seré tu Dios (v. 17) y tú serás mi pueblo propio" (vv. 18-19) El pueblo se había apartado de su Dios, y tenía necesidad de tener un corazón de carne y no un corazón de piedra (Jer 31) para responder a la acción de Dios. Se prepara así ya la encarnación: no se salvará al hombre sin el hombre y sin una fidelidad total a la condición humana (Maertens-Frisque). Se prepara así la Iglesia, pueblo de Dios creado en el momento en que es elegido.
Seguiremos el comentario de Ratzinger a las lecturas de este día: “Con la oración del sábado volvemos al principio de la semana. El centro de esta oración es la palabra «Converte». Aparece así de nuevo el hilo conductor, el objetivo de la Cuaresma: la conversión. Todos los textos de la Cuaresma no son más que interpretaciones y aplicaciones de esta realidad, de la que todo depende en nuestra vida”.
1. Como el lunes, le pedimos a Dios el don de la conversión, con las palabras «Pater aeterne». “La oración señala la dirección de la conversión: queremos volver a la casa del Padre; la conversión es un retorno. En la conversión buscamos al Padre, la casa del Padre, la patria”. Todos necesitamos un hogar, una patria. “Con estas palabras, la oración alude a la descripción clásica del camino de la conversión, a la parábola del hijo pródigo. El joven de la parábola no se limita a emigrar solamente; su alma, y no sólo su cuerpo, vive en una «tierra lejana». Víctima de su arrogancia, perdida la verdad de su ser, se ha exiliado, ha salido fuera de la casa paterna. Olvidado de Dios y de sí mismo, vive lejos del Padre, en la «regio disimilitudinis», como dicen los Padres; en las tinieblas de la muerte. La vida fuera de la verdad es camino que conduce a la muerte. En consecuencia, también el retorno a la patria comienza por una peregrinación interior: el hijo encuentra de nuevo la verdad”. Juan Pablo II decía: «Semejante visión en la verdad constituye la auténtica humildad» (Dives in misericordia IV, 6). Se trata de un viaje interior que llega a su término en la confesión: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti». La conversión es un «obrar la verdad», afirma San Agustín, interpretando a San Juan: «El que obra la verdad viene a la luz» (Jn 3,21). “El reconocimiento de la verdad se realiza en la confesión; en la confesión venimos a la luz; en la confesión, que ya se ha hecho realidad en tierra lejana, el hijo cubre la distancia, salva el abismo que le separa de la patria; en virtud de la confesión entra de nuevo en la verdad y, en consecuencia, en el amor del Padre, el cual ama la verdad, es la verdad: el amor del Padre abre definitivamente las puertas de la verdad”.
La figura del hermano mayor es enigmática, hay quien habla de la parábola de los dos hermanos (como también se llama la parábola del padre misericordioso, pues es una imagen de Dios). “Con la figura de los dos hermanos, el texto se sitúa en la estela de una larga historia bíblica, que se inicia con el relato de Caín y Abel, continúa con los hermanos Isaac e Ismael, Jacob y Esaú, y es interpretada de nuevo en diferentes parábolas de Jesús. En la predicación de Jesús, la figura de los dos hermanos refleja, ante todo, el problema de la relación Israel-paganos. En esta parábola, es fácil descubrir el mundo pagano en la figura del hijo más joven, que ha dilapidado su vida lejos de Dios”. La carta a los Efesios, por ejemplo, dice a los paganos: «Vosotros, que estabais lejos» (2,17). La descripción de los pecados del mundo pagano en el primer capítulo de la carta a los Romanos parece evocar los vicios del hijo pródigo. “Por otra parte, no es difícil ver en el hijo mayor al pueblo elegido, a Israel, que siempre ha permanecido fiel en la casa del Padre”. Es Israel el que expresa su amargura en el momento de la vocación de los paganos, que están exentos de las obligaciones de la Ley: «Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos» (Lc 15,29). Es Israel el que se indigna y se niega a participar en las bodas del hijo con la Iglesia. La misericordia de Dios invita a Israel, suplica a Israel que entre, con las palabras: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son» (v.31).
“Pero es todavía más amplio el significado de este hermano mayor. En cierto sentido, representa al hombre fiel; es decir, representa a aquellos que se han mantenido al lado del Padre y no han transgredido sus mandamientos. Con la vuelta del pecador se enciende la envidia, aparece el veneno hasta entonces oculto en el fondo de sus almas. ¿Por qué esta envidia? La envidia revela que muchos de estos «fieles» ocultan también en su corazón el deseo de la tierra lejana y de sus promesas. La envidia muestra que semejantes personas no han llegado a comprender realmente la belleza de la patria, la felicidad que se expresa en las palabras «todos mis bienes tuyos son», la libertad del que es hijo y propietario; así se hace patente que también ellos desean secretamente la felicidad de la tierra lejana; que, con el deseo, han salido ya hacia esa tierra, y no lo saben ni lo quieren reconocer. La pérdida de la verdad es en este caso muy peligrosa: no se percibe la urgencia de la conversión. Y, a lo último, no entran a la fiesta; al final se quedan fuera”. Este es el sentido de estas palabras tremendas: «Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás precipitada. Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros obrados en ti, hasta hoy subsistiría. Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del juicio» (Mt 11,23-24).
“La figura del hermano mayor nos obliga a hacer examen de conciencia; esta figura nos hace comprender la reinterpretación del Decálogo en el Sermón de la Montaña. No sólo nos aleja de Dios el adulterio exterior, sino también el interior; se puede permanecer en casa y, al mismo tiempo, salir de ella. De este modo comprendemos también la «abundancia», la estructura de la justicia cristiana, cuya piedra de toque es el «no» a la envidia, el «sí» a la misericordia de Dios, la presencia de esta misericordia en nuestra misericordia fraterna” (lo hemos destacado, pues es de suma importancia).
2. Siguiendo la colecta de hoy (también en su redacción anterior) vemos que conversión es descubrimiento de la primacía de Dios. «Operi Dei nihil praeponatur»; este axioma de San Benito no se refiere únicamente a los monjes, sino que debe constituirse en regla de vida para todo hombre. “Donde se reconoce a Dios con todo el corazón, donde se tributa a Dios el honor debido, también el hombre halla su centro. La definición, tanto del paraíso como de la ciudad nueva, es la presencia de Dios, el habitar con Dios, el vivir en la luz de la gloria de Dios, en la luz de la verdad”. Cuando ponemos a Dios primero, todo tiene su lugar, no se absolutiza ningún sentimiento nocivo: «Buscad primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6,33).
El ateísmo es deshumanizador: “Es ésta una regla que me parece sumamente importante en la situación que vivimos hoy. Ante la miseria ingente que sufren tantos países del Tercer Mundo, muchos, incluso buenos cristianos, piensan que hoy ya no es posible atenerse a este mandato; piensan que ha de diferirse durante un cierto tiempo el anuncio de la fe, el culto y la adoración, y tratar primero de dar solución a los problemas humanos. Pero con semejante inversión crecen los problemas, se incrementa la miseria. Dios es y será siempre la necesidad primera del hombre, de suerte que allí donde se pone entre paréntesis la presencia de Dios, se despoja al hombre de su humanidad, se cae en la tentación del diablo en el desierto y, a la postre, no se salva al hombre, sino que se le destruye”.
La primacía de Dios alude en nuestra oración de hoy al relato de Marta y María: «Porro unum est necessarium» (Lc 10,42) –una cosa sola es necesaria: del estar con el Señor, de la escucha de su palabra, del «buscad primero el reino de Dios», salen las obras de amor y el trabajo para la renovación del mundo.
3. Era tradición de la Iglesia que la primera semana de Cuaresma fuera la semana de las Cuatro Témporas de primavera. “Las Cuatro Témporas representan una tradición peculiar de la Iglesia de Roma; sus raíces se encuentran, por una parte, en el Antiguo Testamento -donde, por ejemplo, el profeta Zacarías habla de cuatro tiempos de ayuno a lo largo del año-, y por otra, en la tradición de la Roma pagana, cuyas fiestas de la siembra y de la recolección han dejado su huella en estos días. Se nos ofrece así una hermosa síntesis de creación y de historia bíblica, síntesis que es un signo de la verdadera catolicidad. Al celebrar estos días, recibimos el año de manos del Señor; recibimos nuestro tiempo del Creador y Redentor, y confiamos a su bondad siembras y cosechas, dándole gracias por el fruto de la tierra y de nuestro trabajo. La celebración de las Cuatro Témporas refleja el hecho de que «la expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios» (Rom 8,19). A través de nuestra plegaria, la creación entra en la Eucaristía, contribuye a la glorificación de Dios.
Las Cuatro Témporas recibieron en el siglo V una nueva dimensión significativa; pasaron a ser fiestas de la recolección espiritual de la Iglesia, celebración de las ordenaciones sagradas. Tiene un sentido profundo el orden de las estaciones correspondientes a estos tres días: miércoles, Santa María la Mayor; viernes, Los doce Apóstoles; sábado, San Pedro. En el primer día, la Iglesia presenta los ordenandos a la Virgen, a la Iglesia en persona. Al meditar en este gesto, nos viene a la memoria la plegaria mariana del siglo III: «Sub tuum praesidium confugimus», Bajo tu amparo nos acogemos. La Iglesia confía sus ministros a la Madre: «He ahí a tu madre». Estas palabras del Crucificado nos animan a buscar refugio junto a la Madre. Bajo el manto de la Virgen estamos seguros. En todas nuestras dificultades podemos acudir siempre, con una confianza sin límites, a nuestra Madre. Este gesto del miércoles de las Cuatro Témporas se refiere a nosotros. Como ministros de la Iglesia, somos «asumidos» en virtud de este ofrecimiento que representa el verdadero principio de nuestra ordenación. Confiando en la Madre, nos atrevemos a abrazar nuestro servicio”.
La primera semana de Cuaresma es la semana de la siembra. “Confiamos a la bondad de Dios los frutos de la tierra y el trabajo de los hombres, para que todos reciban el pan cotidiano y la tierra se vea libre del azote del hambre. Confiamos también a la bondad de Dios la siembra de la palabra, para que reviva en nosotros el don de Dios, que hemos recibido por la imposición de las manos del obispo (2 Tim 1,6) en la sucesión de los Apóstoles, en la unidad con Pedro. Damos gracias a Dios porque nos ha protegido siempre en las tentaciones y dificultades, y le pedimos, con las palabras de la oración de la comunión, que nos otorgue su favor, es decir, su amor eterno, Él mismo, el don del Espíritu Santo, y que nos conceda también el consuelo temporal que nuestra frágil naturaleza necesita”. Oramos bajo el manto de la Madre. Oramos con la confianza de los hijos. Permanecen vigentes las palabras del Redentor: «Confiad; yo he vencido al mundo» (Jn 16,33; cf. Joseph Ratzinger, “El camino pascual”, pp. 59-65).
4. El evangelio de hoy nos pone delante un ejemplo muy concreto de este estilo de vida que Dios quiere de nosotros. Jesús nos presenta su programa: amar incluso a nuestros enemigos (la expresión “odiar a los enemigos no venía en la ley de Moisés, sino que era de la interpretación rabínica, que Jesús desmonta). “El pasaje recapitula las enseñanzas anteriores. El Señor llega a establecer que el cristiano no tiene enemigos personales” (Biblia de Navarra, com. ad loc.). La expresión final «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo» está citada en Lumen gentium 40 como el reclamo divino a la llamada universal a la santidad, aunque no se refiere el contexto tanto a tener el poder de Dios sino a beber de su amor y misericordia: ése es el sentido profundo de la santidad, que es exigente: incluye amar a todos, ser misericordiosos y entregados por los demás, y poner buena cara incluso a los que ni nos saludan. «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma» (entrada), y «dichoso el que camina en la voluntad del Señor» (salmo). ¿Cuál? Participar de la misericordia divina: «Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?... Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (evangelio).
Amar no solo es aceptar las diferencias... La propuesta de Jesús contrasta las actitudes muy radicalmente: amar, hacer el bien y orar antes que todo en relación a los enemigos, a quienes nos aborrecen y a quienes nos persiguen.
“Dios promulgó en el Sinaí su voluntad a Israel. Allí mostró al pueblo, en razón de su camino incipiente de principiantes, el boceto de su divino querer. Como el bulbo de una azucena, que necesita desarrollo y madurez, para convertirse en una flor, así la ley del Señor estaba aún en embrión. Jesús va a actuar como un pintor que, aplicando los colores sobre un boceto hecho al carbón, (Teofilacto), no sólo no destruye el boceto, sino que lo completa, lo perfecciona, lo embellece, y le da mayor realismo. Jesús rejuvenece la Ley Antigua, (Fillion) que, aparte de ser camino de principiantes, había sido deformada por un rabinismo leguleyo, y había degenerado en un formalismo rudimentario, que con frecuencia sólo exigía actos externos. Jesús nos ha enseñado el proyecto de Dios para el hombre, que ya promulgado en el Sinaí, necesitaba desarrollo, progreso y madurez. Necesitaba amor: "No he venido a abolir la ley, sino a perfeccionarla" (Mt 5,17). Lo que era semilla, lo desarrolló y se convirtió en árbol: lo que era flor, lo transformó en fruto. Jesús dirigió su mirada, más que a los actos, al corazón en sentido bíblico, que es todo el ser interior del hombre, porque "del corazón salen las malas ideas: los homicidios, adulterios, inmoralidades, robos, testimonios falsos, calumnias". "Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo os digo: Amad a vuestros enemigos. Haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian" (Mt 5,45. Parece que Jesús nos señala un camino inalcanzable. Y es verdad si contamos con las fuerzas solas de la naturaleza humana, que sólo siente inclinación a amar a los que le aman y conceder favores a los amigos. Por eso Jesús dice que así todavía somos paganos. Aún no somos discípulos suyos. No nos hemos convertido. ¿Cómo poder hacer lo que nos propone? Él derrama su Espíritu sobre nosotros para que poco a poco vayamos amando como Él, con su fuerza y energía. En un mundo atacado por la peste de la guerra e infectado de odio, orgullo y revancha, ¡cuánta falta hacen bautizados convertidos, hombres de amor!
En la adhesión del hombre a la voluntad de Dios, consiste su felicidad. Por eso el salmista canta: "Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor. Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón" (Salmo 118: J. Martí Ballester).
“El Evangelio nos exhorta al amor más perfecto. Amar es querer el bien del otro y en esto se basa nuestra realización personal. No amamos para buscar nuestro bien, sino por el bien del amado, y haciéndolo así crecemos como personas” (Juan Costa Bou). El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, “no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”, y añadía Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente».
“¿Cómo tirar piedras contra nuestros enemigos si en el fondo nosotros nos parecemos a ellos? Ver al prójimo en su intimidad, llegar hasta el fondo de su alma es considerar que tantas veces no es tal vez verdadera maldad la suya, sino fatalidad, herencia, miseria humana. Vernos a nosotros por dentro es percibir que también lo nuestro es muchas veces maldad y miseria humana. Compartimos todos la culpa y miseria común de la humanidad. Es verdad que algunos asesinan con las manos, pero nosotros tal vez asesinamos con el corazón.
Hubo alguien que en la vida no devolvió mal por mal, injuria por injuria, insulto por insulto. Hubo alguien que de esta manera llenó el mundo de luminosidad y bondad. Volvamos los ojos a Él, fijemos nuestra mirada en Él. De seguro que algo comenzará a ser de otra manera en nuestra vida.” (P. Gª Barriuso cmf)

llucià Pou Sabaté

miércoles, 5 de mayo de 2010

LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: Dios viene al alma que le deja, que es humilde, que busca no la propia gloria sino la gloria de Dios, amar corres



Pablo y Bernabé acaban su viaje. Ha ido muy bien por Derbe. Han estado en Listra, donde Timoteo se convertiría a la fe, y la curación de un cojo de nacimiento provocó una gran conmoción religiosa entre el pueblo. Los habitantes de Listra toman a Bernabé y a Pablo por Zeus y Hermes, dioses viajeros de una leyenda pagana: “Estando en Iconio entraron Pablo y Bernabé en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal modo que muchos, judíos y paganos, creyeron. Pero los judíos que no aceptaron la palabra soliviantaron a los paganos contra ellos.
A pesar de todo, Pablo y Bernabé permanecieron allí bastante tiempo... Pero al correr de los días, la gente de la ciudad se dividió: unos a favor de los judíos, y otros a favor de los apóstoles... Como Pablo y Bernabé se dieron cuenta de lo que tramaban contra ellos, escaparon a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia.., y allí también anunciaron la Buena Noticia.
Precisamente en Listra había un paralítico que les escuchaba... Y un día, cuando estaba oyendo hablar a Pablo,... éste le dijo en voz alta: amigo, levántate, ponte derecho. Él dio un salto y echó a andar... El gentío, al verlo, exclamó: ‘dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos...’, y querían ofrecerles un sacrificio...” (Hechos 14, 1-17). -Los habitantes toman a Pablo y a Bernabé por «dioses», les llaman ya Zeus y Hermes, respectivamente, y se disponen a ofrecerles un sacrificio. Se trata de una antigua leyenda de la región frigia, según la cual los dioses Zeus y Hermes (Mercurio) habían visitado como caminantes aquella tierra y obrado prodigios en beneficio de quienes les habían acogido en sus casas. Piensan que se repite la situación… "Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros". Pablo y Bernabé anuncian que deben abandonar todos esos ídolos vanos y volver hacia el Dios vivo que hizo el cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos. ¿Me inclino yo hacia Dios?, ¿o hacia unos ídolos? Ídolo es todo cuanto ocupa el lugar reservado a Dios. Incluso las cosas mejores pueden llegar a convertirse ídolos: el amor, el oficio o la carrera, el trabajo, las vacaciones, el descanso, la salud, la belleza, el confort, el coche, el objeto al cual se aficiona uno, las ideas o las opciones a las cuales se atribuye un valor «absoluto». Una característica del ídolo es ser «vano»... ¡vacío! y, a la larga, decepcionante... incapaz de dar realmente lo que se le pide. Cuando se pide lo absoluto, la plenitud, la felicidad perfecta, a cosas relativas, frágiles, mortales... un día llega forzosamente la decepción. Entonces el ídolo se revela vano, como dice san Pablo. Señor, ayúdanos a relativizar las cosas relativas, ¡a no darles mayor importancia de la que tienen! Ayúdanos, en lo esencial, a saber apoyarnos sólo en Ti... y en «todo lo restante» con relación a Ti, Señor Dios.
Los paralelismos de Lucas nos hacen ver en el "cojo de nacimiento" al otro «tullido de nacimiento» curado por Pedro a la puerta del templo y los dos hechos provocan gran agitación. “Así como el hombre cojo curado por Pedro y Juan en la puerta del Templo prefigura la salvación de los judíos, también este tullido licaonio representa a los pueblos gentiles alejados de la religión de la Ley y del Templo, pero recogidos ahora por la predicación del apóstol Pablo” (San Beda). De lo malo –ser atacados- sacan los apóstoles algo bueno –extender el Evangelio a otros lugares-. Todo es providencial. Viendo un hombre tullido, Pablo le dijo: «¡Levántate!...» El hombre dio un salto y echó a andar. Pablo realiza las mismas maravillas que Pedro y Jesús. Es el mismo tipo de milagro que Pedro había hecho en favor de un mendigo paralítico junto a la Puerta hermosa del Templo. Y con la misma palabra: «¡levántate!». Pero aquí el beneficio va destinado a un pagano. Señor, prodiga tus beneficios sobre los que no te conocen todavía. Y ensancha nuestros corazones.
-El Dios vivo... Que os envía desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, que llena vuestros corazones de sustento y de alegría. Cuando de veras se ha relativizado las cosas terrenas en provecho del apoyo único en el Único que no puede decepcionar... entonces se encuentran de nuevo todas las «cosas» como un don de Dios: lluvia, estaciones, saciedad, alegría, felicidad. ¡Danos, Señor, esa concepción optimista de la creación! (Noel Quesson).
Como vemos aquí con los Apóstoles, “en nuestra vida a veces experimentamos éxitos, y otras fracasos. Momentos de serenidad y momentos de tensión y zozobra. Deberíamos estar dispuestos a todo. Sin perder en ningún momento la paz y el equilibrio interior, y sobre todo sin permitir que nada ni nadie nos desvíe de nuestra fe y de nuestro propósito de dar testimonio de Jesús en el mundo de hoy. También hay otras direcciones en que nos interpela la escena de hoy. ¿Nos buscamos a nosotros mismos? Como Pablo y Bernabé, tendremos que luchar a veces contra la tentación de «endiosarnos» nosotros, recordando que «somos mortales igual que vosotros». Nuestra catequesis no debe atraer a las personas hacia nosotros, sino claramente hacia Cristo y hacia Dios. Como el Bautista, que orientaba a sus propios seguidores hacia el verdadero Mesías, Jesús: «no soy yo». Como dice el salmo de hoy: «no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria». Otra lección que nos da Pablo es la de sabernos adaptar a la formación y la cultura de las personas que escuchan nuestro testimonio: el hombre de hoy, o el joven de hoy, frecuentemente desconcertados y en búsqueda, entienden unos valores, que serán incompletos tal vez, pero son valores que aprecian. A partir de ellos es como podemos anunciarles a Dios y su plan de salvación. Partiendo como Pablo del AT si se trataba de judíos, o de la naturaleza si eran paganos, lo importante es que podamos ayudar a nuestros contemporáneos a no adorar a dioses falsos, sino al Dios único y verdadero, el Creador y Padre, porque en él está la respuesta a todas nuestras búsquedas” (J. Aldazábal).
De vuelta a Antioquía de Siria visitan las comunidades evangelizadas de Asia Menor, las consolidan en la fe y establecen un ministerio local: los ancianos o presbíteros.
Los cristianos hemos heredado de Israel el oficio de testimoniar y dar gloria a Dios. Y el primer testimonio es que Cristo ha resucitado y ha sido glorificado. Por eso proclamamos: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Por tu misericordia (bondad), por tu fidelidad (lealtad). ¿Por qué han de decir las naciones: “Dónde está tu Dios”? Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas. Benditos seáis del Señor que hizo el cielo y la tierra. El cielo pertenece al Señor, la tierra se la ha dado a los hombres»”(Salmo 115/113b,1-4.15-16). Se ensalza el único Dios creador, que sacó el pueblo de la esclavitud de Egipto. Comienza con el desprecio a los ídolos; pero por desgracia los hombres siguen adorando las obras de sus manos, dando a esta salmo una perenne actualidad, y el fragmento de hoy acaba con el reconocimiento de Dios y la alabanza a Él.
Los ídolos de los gentiles, insensibles e inanimados son pura nulidad, no pueden actuar como sí hace el auténtico Dios. Sean lo mismo los que confían en ellos. En cambio nosotros tenemos como nuestro Dios y Señor a Aquel que ha hecho el cielo y la tierra y todo lo que en ellos se contiene. Dios, nuestro Dios, se ha manifestado con todo su poder y con toda su grandeza, pues nos escogió para hacernos su Pueblo Santo. Él nos llena de bendiciones, especialmente por medio de su propio Hijo que, encarnado, ha cargado sobre sí nuestros pecados para redimirnos. ¿Habrá una prueba mayor de la existencia y del amor del Señor Dios nuestro? Dios nos ha entregado la tierra para que, pasando por ella y viviendo en un auténtico amor fraterno, nos encaminemos, unidos a su Hijo, a la posesión del cielo, de la Gloria que a Él le pertenece, pero que será nuestra, pues el Hijo unigénito del Padre, a quienes creemos en Él, nos hace partícipes de la herencia que como a Hijo le pertenece en la Gloria de su Padre celestial.
Muchas peleas y amistades rotas, familias destrozadas, son por la cochina soberbia, porque queremos que nos hagan caso, que nos pongan en un altarcillo, y nos falta entendimiento con los demás. De un malentendido se pasa a una enemistad. “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.” Que no se fijan en mí, que no me han agradecido esto, que han hecho esta injusticia… Ten paz, toda la gloria a Dios, da gracias a Dios que te conoce y al que tú conoces (“Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?), y sigue trabajando, orando, entregándote, como la Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre. María, con que tú mires mis trabajos y desvelos y se los muestres a tu Hijo eso me basta, no quiero más gloria humana.
Ahora comienza el período de su glorificación. ¿Por qué en esta etapa en la que Jesús ya está resucitado y constituido señor del mundo no se manifiesta de una manera sensacional a todos los hombres? Esta es nuestra tentación… Toda esta semana meditaremos el "discurso después de la Cena". Esas palabras de Jesús, en el relato de san Juan, siguen inmediatamente el anuncio de la negación de Pedro, portavoz del grupo de los discípulos. Un malestar profundo invade a estos hombres. Temen lo peor. Y es verdad que mañana Jesús será torturado. Jesús experimenta también esta turbación: Y he aquí lo que acierta a decir para reconfortarles... para reconfortarse a sí mismo: “el que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama”. Amar a Jesús. Jesús quiere que se le ame. E indica el signo del verdadero amor: la sumisión al amado. Es una experiencia que comprenden todos los que aman. Cuando se ama a alguien, se es capaz de abandonar libremente el punto de vista personal para adaptarse al máximo a la voluntad y a los deseos de aquel que ama: se transforma en aquel a quien se ama. Se establece una especie de simbiosis mutua: tu deseo es también el mío, tu voluntad es la mía, tu pensamiento ha llegado a ser el mío... nuestras dos vidas forman una sola vida.
“…y al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él”. Hay que ir repitiéndose esto a sí mismo. Una verdadera cascada de amistad. Yo... Jesús... El Padre... Es todo lo contrario a un Dios lejano y temible, es un Dios próximo y amoroso.
“Entonces Judas, no el Iscariote, le dijo: Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?” Esta es la pregunta de uno de los apóstoles. Llenos del Antiguo Testamento, los apóstoles piden a Jesús que se manifieste "pública y gloriosamente", en una especie de teofanía, en medio de relámpagos y truenos, como en el Sinaí... y como los profetas lo habían anunciado alguna vez. Hoy, también, algunos cristianos... y quizá, yo... continúan buscando manifestaciones espectaculares. ¿Cuál será la respuesta de Jesús?
“Respondió Jesús: el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él...” ¡Esta es la manifestación que Dios nos hace! Hace su morada en el corazón de los que creen en El Dicho de otro modo: No se manifiesta más que en el corazón de los que le aman. Para todos los demás, Dios parece ausente.... No se manifiesta! Jesús habla de amor. Señor, Tú no te manifiestas más que a los que aceptan tu palabra, a los que libremente aceptan amarte. No fuerzas las puertas estruendosamente. No quieres hacer prodigios espectaculares que forzarían las muchedumbres a la adhesión. No vienes a habitar sino en aquellos que, por amor, ¡te abren su puerta! Señor, bien quisieras manifestarte a todos, pero respetas la libertad de cada uno: ¡No hay que forzar el amor! A nosotros, cristianos, tú nos encargas servir de intermediarios: es la calidad de nuestro amor por ti lo que debería revelarte, manifestarte a todos los que te ignoran. "La morada de Dios." ¡No es ante todo un Templo de piedras! El templo "soy yo" ¡si soy fiel a la Palabra de Jesús! La oración, la plegaria.... se trata de escuchar a este Dios presente en mí, y responderle. No hay que ir lejos a buscarle... Está aquí (Noel Quesson).
“Os he hablado esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que yo os he dicho” (Juan 14,21-26). Nos invita a permanecer atentos al Espíritu, nuestro verdadero Maestro interior, nuestra memoria: el que nos va revelando la profundidad de Dios, el que nos conecta con Cristo. Él es nuestro maestro interior, especialmente cuando sentimos: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Igual que yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mi» (Jn 6, 56-57). En la Eucaristía se cumple, por tanto, el efecto central de la Pascua, con esta comunicación de vida entre Cristo y nosotros, y, a través de Cristo, con el Padre (J. Aldazábal). Pedimos en la Colecta: «¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría». San Gregorio Magno dice: «El Espíritu se llama también Paráclito –defensor–, porque a quienes se duelen de sus pecados cometidos, al tiempo que les dispone para la esperanza del perdón, libera sus mentes de la aflicción y de la tristeza. Por eso, con razón se hace esta promesa: “Él os enseñará todas las cosas”. En efecto, si el Espíritu no actúa en el corazón de los oyentes, resultan inútiles las palabras del que enseña. Que nadie, pues, atribuya al hombre que instruye a los demás aquello que desde la boca del maestro llega a la mente del que escucha, pues si el Espíritu no actúa internamente, en vano trabaja con su lengua aquél que está enseñando. Todos vosotros, en efecto, oís las palabras del que os habla, pero no todos percibís de igual modo lo que significan». Y decía también: “Porque si el Espíritu no toca el corazón de los que escuchan, la palabra de los que enseñan sería vana. Que nadie atribuya a un maestro humano la inteligencia que proviene de sus enseñanzas. Si no fuera por el Maestro interior, el maestro exterior se cansaría en vano hablando.
Vosotros todos que estáis aquí, oís mi voz de la misma manera; y no obstante, no todos comprendéis de la misma manera lo que oís. La palabra del predicador es inútil si no es capaz de encender el fuego del amor en los corazones. Aquellos que dijeron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” habían recibido este fuego de boca de la misma verdad. Cuando uno escucha una homilía, el corazón se enardece y el espíritu se enciende en el deseo de los bienes del reino de Dios. El auténtico amor que le colma, le provoca lágrimas y al mismo tiempo le llena de gozo. El que escucha así se siente feliz de oír estas enseñanzas que le vienen de arriba y se convierten dentro de nosotros en una antorcha luminosa, nos inspiran palabras enardecidas. El Espíritu Santo es el gran artífice de estas transformaciones en nosotros”.