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sábado, 11 de agosto de 2012

Domingo de la semana 19 de tiempo ordinario; ciclo B

«En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: Yo soy el pan bajado del cielo, y decían: -¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?

Jesús tomó la palabra y les dijo: -No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino aquél que procede de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del Cielo para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eterna- mente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (Juan 6, 44-52)

1. Gracias, Jesús, por darnos tu Cuerpo como comida de Vida eterna: “el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida”. Te quedas como alimento, es un misterio de amor. Un obispo santo, que daba catequesis a unos peques, preguntó por qué comulgar a Jesús. Entonces, un gitano de entre los más traviesos, contestó: "Zeñó, porque pa quererlo hay que rosarlo". Claro, para tener toda la fuerza de Dios, su amor, hay que tratarle… los que lo tocan quedan curados… "quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día", nos dices: "si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros". Así como la comida es necesaria como alimento del cuerpo, el alma necesita la Eucaristía. Gracias, Jesús, porque haces realidad lo que nos anunciaste: "yo estaré con vosotros cada día hasta el fin de los siglos" (Mt 28, 20), y estás con tu presencia viva, con la Eucaristía.

Y también recuerdo que nos dices: "venid a mí todos los que estéis cansados o agobiados, y yo os aliviaré". Quiero ir a ti cada día, pues necesito tu alimento como dices hoy: “Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera”. Estás presente, Jesús, en tu cuerpo, sangre, alma y divinidad; eres en la Eucaristía el mismo que nació en Belén y creció en Nazaret y que hizo milagros: eres el mismo que se nos da en la comunión.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. La comunión es un misterio inmenso, pues no transformamos el cuerpo de Jesús en el nuestro sino que Jesús nos hace como Él (espirituales, hijos de Dios). La fe nos va llevando a tratar a Jesús como una persona viva, y transformarnos hasta poder decir: "no soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí".

Hay muchos jóvenes y mayores que no van a Misa, cierto, y otros usan esta excusa para tampoco ir, pero no se trata de hacer lo que todos, sino de actuar en conciencia. Podemos recordar la vieja historia de un chico que tenía una novia en el pueblo, y se fue a hacer la mili. Desde ahí escribía a la novia cada día. El cartero llevaba puntualmente las cartas a casa de la novia, pero él, influido por malas compañías, no iba nunca al pueblo a verla, sino que utilizaba los permisos para irse de juergas. Cuando acabó la mili y volvió al pueblo, fue a casa de la novia y se encontró con la sorpresa de que la novia se había casado... ¡con el cartero! Ojos que no ven, corazón que no siente, y al no ver nunca a su novio y ver sólo al cartero, acabó por enamorarse de él. Si dejamos de tratar a una persona, poco a poco podemos quererla menos, y si esto nos pasa con Dios nuestro corazón puede llenarse con las cosas en las que ponemos el corazón. Decía una chica, leyendo el "Cántico espiritual" de San Juan de la Cruz, que "hasta entonces no se me había ocurrido plantearme mi relación con Dios como la de dos amantes... la palabra amor no me sonaba como amor real... esto me abrió una puerta, y pido al Señor cuando comulgo que me haga descubrirle/vivir como mi Amado, y sentirme yo su amada". La misa es un acontecimiento de amor, en el que Jesús, "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". ¿Estamos tratando a Dios como se merece?

Podemos decirle nosotros con san Pedro que no queremos dejarle: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna".

2. En el libro de los Reyes vemos a Elías que se escapó de la reina que le perseguía por el desierto “y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: - «¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!» Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: - «¡Levántate, come!» Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: -«¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.» Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”, que es todo un símbolo: fue donde se reveló Dios a Abraham, a Isaac y a Jacob bajo el nombre de Yahvé; el monte de las confidencias entre Moisés y Yahvé; donde se había sellado la Alianza, por eso Moisés y Elías estarán con Jesús en el monte de la transfiguración.

Jezabel, una reina casada con el poder, le hace la vida imposible al profeta, que tiene que huir... Pero recibe alimento para ir mucho más allá que sus fuerzas le permitirían, y superar los desánimos que acongojan a tantos que dicen en algún momento “quiero morirme”… Pero el Señor nos manda el pan de ángeles, para que las dificultades se transformen en oportunidades, para que la debilidad se transforme en confianza en Dios, para que el desánimo se transforme en la fuerza de Dios siendo nosotros instrumentos suyos y poder decir con gallardía, como el poeta: "Caminante no hay camino, se hace camino al andar". Cuesta seguir la misión, como en “el Señor de los anillos”, pero el profeta tiene la fuerza de la vocación, como los Reyes Magos que siguen la estrella, como dice una canción, que podemos aplicar al diálogo con Jesús, con la Virgen: “Siguiendo una estrella he llegado hasta aquí, aunque es largo el camino lo seguiré hasta el fin. Cuando sientas miedo y no puedas seguir, su luz es tu destino y hoy brilla para ti... cógela y aprieta fuerte. Lucha, cueste lo que cueste, contra el viento, contra el fuego llegarás al mismo cielo... Mi estrella será tu luz..., coge mi mano, yo estoy contigo, esto es un sueño, sueña conmigo... tu estrella será tu luz y conseguirlo no es tan difícil si la voz te sale del corazón. Juntas nuestras manos, la estrella brillará, música es la fuerza que nos empujará... juntos… corazones en una sola voz, tantas ilusiones en un corazón...” Y la estrella se esconde, o nos cansamos en el desierto y tenemos hambre…, nos falta la fe y un problema nos parece insoportable.

El Salmo nos hace ver que Dios viene en nuestra ayuda como un Padre: “Gustad y ved qué bueno es el Señor… me respondió, me libró de todas mis ansias… Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege”.

See full size imageEn el desierto de nuestra soledad, de la desolación más grande, podemos escuchar la voz de Dios, y un ángel en forma de alguien que nos ayuda nos despierta y anima a caminar. Pero sobre todo aquí se nos habla de una comida que nos da fuerza, la comunión, el mismo Jesús es el ángel y el pan que nos da energías cuando tenemos miedo, hambre, desesperación, altibajos, conciencia de culpabilidad, y nos ayuda a caminar ilusionados y decididos…

3. San Pablo a los Efesios anima a vivir en el amor de Jesús: “Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor”. Todo pecado entristece al Espíritu Santo, y como dirá en otros sitios: "No te dejes vencer por el mal, vence al mal a fuerza de bien". Nadie es perfecto, pero se trata de arreglar las faltas de amor con actos de amor, debemos ser comprensivos y estar dispuestos al perdón. Si Dios nos ha perdonado a todos en Jesucristo, también nosotros debemos perdonarnos los unos a los otros. Así tenemos a Jesús en el corazón.

Estar sin Jesús es un infierno insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraíso. Hemos de ser como la luz que refleja la luz del sol. La comunión es fuente de verdadera alegría y libertad, una amistad que es fuente de amor perfecto. Le pedimos a la Santísima Virgen que nos enseñe a recibir a Jesús como ella lo hizo.

Llucià Pou Sabaté

lunes, 6 de agosto de 2012

Lunes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario. El pan vivo de la Eucaristía es alimento para nuestra conciencia, para hacer la voluntad de Dios, por enci

“En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: -«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: -«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: -«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.» Les dijo: -«Traédmelos.» Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños” (Mateo 14,13-21).

1. Jesús, al saber de la muerte de Juan Bautista te marchas de allí en barca a un sitio tranquilo y solitario. ¿Cuáles fueron tus sentimientos, Señor, cuando supiste la muerte de tu precursor, tu primo? Era la muerte de aquel que llamabas "el más grande de los profetas"... de aquél que te había preparado tus primeros discípulos: Andrés, Simón, Juan, pues habían sido discípulos del Bautista antes de que te siguieran... ¿Piensas en tu propia muerte de la que aquella es presagio? Como no ha llegado el momento de afrontar la Pasión, te escondes. Quizá también, sencillamente, porque en tu dolor sientes necesidad de llorar el duelo, pensando también en el dolor de tu madre, y rezar...

-“Pero la gente lo supo y lo siguió por tierra... Al desembarcar vio Jesús una gran muchedumbre, le dio lástima y se puso a curar los enfermos”. No lograste aislarte, Señor, salvo durante la travesía del lago. Obediencia y servicio de tu ministerio. ¿Cómo reacciono yo cuando algo trastorna mis planes?... Esta enfermedad inesperada, esta nueva preocupación, esta responsabilidad que acaban de imponernos. Esta visita, esta llamada por teléfono, este servicio que esperan de nosotros, esta presencia bochornosa de los demás, estas gentes de las que se quisiera huir por unos momentos… quisiera ser como tú, Señor…

-“Por la tarde se acercaron los discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y ya ha pasado la hora; despide a la multitud, que vayan a las aldeas y se compren comida". Jesús les contestó: "No necesitan ir, dadles vosotros de comer"”. Jesús, les pides que actúen. Tú sigues haciendo milagros, cuando encuentras personas que como los apóstoles, se sienten instrumentos que se dejan llevar, porque tienen fe.

-“¡Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces!” Es tan poca cosa...

-"Traédmelos". Mandó al gentío que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces... Poner mis pobres medios humanos en tus manos, Señor. Contemplo esos cinco pobres panecillos y esos dos simples peces en tus manos.

-“Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos a su vez los dieron a la gente”. Jesús, estás pensando en saciar de hambre a los necesitados. Pero son los mismos gestos y las mismas palabras que en la Cena (Mt 26,26). Aquí quieres decirnos también que no sólo de pan material vive el hombre. Es la Misa. Quieres alimentar espiritualmente a los hombres, responder a su hambre de absoluto: alimentarse de Dios... palabra de vida, pan de vida eterna (Noel Quesson).

Por eso los evangelios cuentan hasta seis veces la multiplicación de los panes. Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Pero tú, Jesús, cumples todas esas figuras cuando muestras tu corazón lleno de misericordia y tu poder divino como Enviado e Hijo de Dios. Cuando te nos das en la Pascua.

Son las dos cosas: la solidaridad del pan material («dadles vosotros de comer»). Y la misa, con el Padrenuestro que nos hace pedir el pan nuestro de cada día, el pan de la subsistencia y, luego, pasamos a ser invitados al Pan que es el mismo Señor Resucitado que se ha hecho nuestro alimento sobrenatural. Hay un doble pan porque el hambre también es doble: de lo humano y de lo trascendente. De la luz de los ojos a la luz interior de la fe, en el caso del ciego. Del agua del pozo al agua que sacia la sed para siempre, a la mujer samaritana. Lo mismo tendremos que hacer nosotros, los cristianos. El lenguaje de la caridad es el que mejor prepara los ánimos para que acepten también nuestro testimonio sobre los valores sobrenaturales (J. Aldazábal).

Quisiera seguir ese camino, Señor, en la oración de cada día, en la Eucaristía. “Diría que la adoración es reconocer que Jesús es mi Señor, que Jesús me señala el camino que debo tomar, me hace comprender que sólo vivo bien si conozco el camino indicado por él, sólo si sigo el camino que él me señala. Así pues, adorar es decir: "Jesús, yo soy tuyo y te sigo en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo". También podría decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en el que le digo: "Yo soy tuyo y te pido que tú también estés siempre conmigo"” (Benedicto XVI). Para esto, quiero cuidar también la confesión: aunque sólo es necesario confesarse en caso de pecado grave, es muy útil confesarse regularmente para mantener la limpieza, la belleza del alma, y madurar poco a poco en la vida.

2. –“Al principio del reinado de Sedecías, rey de Judá, en el año cuarto, en el mes quinto, el profeta Ananías habló así a Jeremías: «Palabra del Señor del universo: He quebrado el yugo del rey de Babilonia... Haré devolver a este lugar todo el mobiliario del templo... Conduciré de nuevo a este lugar al rey de Judá y a todos los deportados...»

Jeremías anuncia la desgracia, el castigo de Jerusalén. El otro, Ananías, anuncia la felicidad, el éxito de Jerusalén. Uno y otro pretenden hablar en nombre del Señor, sus fórmulas parecidas: "Palabra del Señor del universo", dijo Ananías. Ambigüedad de la «Palabra» de Dios, siempre envuelta en una «palabra» humana, y que hay que interpretar. ¿Se puede estar seguro, alguna vez, de poseer la verdad? Como Ananías ¿no estamos también tentados de retener, de los acontecimientos o de la Escritura, solamente aquello que nos va bien, que nos gusta? Señor, concédenos aceptarlo todo como recibido de Ti.

Jeremías nos sorprende hoy con una cierta vacilación. ¿Puede uno estar seguro de poseer la verdad? Cuando lo que hace la mayoría no es lo que nos dice nuestra conciencia, ¿cómo estar seguros de que tenemos la luz auténtica? Y es una imagen de Jesús, que irá contra los falsos profetas y autoridades de su época, que son los que toleran una inadecuación entre sus palabras y las de Dios.

Hoy la verdad de la conciencia no coincide con el aparato de la ley. En una insinceridad general, se prefiere muchas veces eliminar la conciencia, y muchos políticos y eclesiásticos se contentan con defender la verdad de la institución aunque no encuentren la verdad de la conciencia, la de ellos o la de los otros. ¿Dónde está la sinceridad, la autenticidad? Lo legal o correcto son las cosas que dominan. La sociedad designa como desobedientes a aquellos que se apartan de esa regla. La "verdad del sistema" ahoga la sinceridad. Y también está el fanatismo, los que están ingenuamente convencidos de poseer la verdad en exclusiva, los que se aíslan en su búsqueda cuando la verdad es buscada y encontrada en común, los que no quieren escuchar, sino que se les escuche (Maertens-Frisque).

-“El profeta Jeremías contestó: «¡Amén! ¡hágalo así el Señor! Que el Señor confirme lo que acabas de profetizar... Pero escucha, ahora: los profetas que nos han precedido a ti y a mí, han profetizado la guerra, el hambre, la peste... En cuanto al profeta que profetiza la paz, no se le reconoce por un profeta enviado por el Señor, mas que si su palabra se cumple»”. Jeremías no halla ningún placer en anunciar la prueba y el sufrimiento. También él desea la felicidad y está presto a desear que Ananías tenga razón. Pero reconoce que es muy fácil suavizar un mensaje, atenuar la exigencia y el rigor, aceptar compromisos para ser más fácilmente escuchado. Señor, ayúdanos a recibir las alegrías sin que nos hagan perder la cabeza ni el corazón. Señor, ayúdanos a recibir las pruebas sin que nos dejen en el abatimiento (Noel Quesson).

Una nueva palabra de Yahvé descubrirá la mentira de Ananías y confirma a Jeremías en su misión. Ananías queda como represente de los que hacen decir a Dios lo que les conviene. Jeremías sabe que Yahvé quiere nuestra salvación pero su designio es misterioso y el profeta ha de seguir su Palabra.

3. Tendremos que pedir con el salmo discernimiento: «instrúyeme, Señor, en tus leyes, apártame del camino falso, no quites de mi boca las palabras sinceras... sea mi corazón perfecto en tus leyes».

Llucià Pou Sabaté

sábado, 24 de abril de 2010

SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: el Apóstol Pedro, vicario de Jesús, está asistido por el Espíritu Santo a lo largo del tiempo, y es portavoz de


Hechos (9,31-42)
En la historia de la primera comunidad de Jerusalén llegamos ahora a una época de paz. Vemos la acción del Espíritu Santo, más allá de los poderes humanos y del demonio. “Entonces por toda Judea, Galilea y Samaria la iglesia tenía paz. Iba edificándose y vivía en el temor del Señor, y con el consuelo del Espíritu Santo se multiplicaba. Aconteció que mientras Pedro recorría por todas partes, fue también a visitar a los santos que habitaban en Lida. Allí encontró a cierto hombre llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años, pues era paralítico. Pedro le dijo: "Eneas, ¡Jesucristo te sana! Levántate y arregla tu cama." De inmediato se levantó, y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor”.
Pedro, sale de Jerusalén y hace un recorrido por las comunidades cristianas, a modo de visita pastoral, para reanimarlas en su fe. Su presencia va acompañada por hechos milagrosos. La fuerza curativa de Jesús se ha comunicado ahora a su Iglesia, en la persona de Pedro, que explícitamente invoca a Jesús.
“Entonces había en Jope cierta discípula llamada Tabita, que traducido es Dorcas. Ella estaba llena de buenas obras y de actos de misericordia que hacía. Aconteció en aquellos días que ella se enfermó y murió. Después de lavarla, la pusieron en una sala del piso superior. Como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, al oír que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres para que le rogaran: "No tardes en venir hasta nosotros."
Entonces Pedro se levantó y fue con ellos. Cuando llegó, le llevaron a la sala y le rodearon todas las viudas, llorando y mostrándole las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas. Después de sacar fuera a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y vuelto hacia el cuerpo, dijo: "¡Tabita, levántate!" Ella abrió los ojos, y al ver a Pedro se sentó. Él le dio la mano y la levantó. Entonces llamó a los santos y a las viudas, y la presentó viva”.
Antes de resucitar a la muchacha, se arrodilla y reza. Siempre lo hace «en el nombre de Jesús». Vemos los protagonistas de la historia de la Iglesia: Jesús, su Espíritu y la comunidad misma, con sus ministros. Jesús, desde su existencia gloriosa, sigue presente en su Iglesia, la llena de fuerza por su Espíritu. Siempre la misma frase: «¡levántate!» La misma que Pedro había dirigido ya al mendigo de la Puerta Hermosa en Jerusalén... esa palabra que Jesús había dicho tan a menudo a los enfermos, a los pecadores. Todo Jope -ciudad de Tabita- supo la noticia de esa resurrección y muchos creyeron en el Señor. El milagro está en función de la fe. Y la fe se propaga (Noel Quesson).
Como Pedro en su tiempo, deberíamos ser cada uno de nosotros «buenos conductores» de la salud y de la vida del Resucitado. Yo no tengo el «milagro» a mi disposición, como se lo diste a Pedro para facilitar la primera expansión de tu Iglesia. Pero puedo actuar «en el sentido de la vida»: ¿cómo puedo traducir, concretamente, el poder de tu resurrección en mis responsabilidades, en mis compromisos, en mis relaciones... para que crezca la vitalidad profunda de la humanidad? Para que retrocedan el mal, el pecado, la injusticia, el egoísmo. Celebrar la Pascua es dejarnos llenar nosotros mismos de la fuerza de Jesús, y luego irla transmitiendo a los demás, en los encuentros con las personas. ¿Curamos enfermos, resucitamos muertos en nombre de Jesús? Sin llegar a hacer milagros, pero ¿salen animados los que sufren cuando se han encontrado con nosotros?, ¿logramos reanimar a los que están sin esperanza, o se sienten solos, o no tienen ganas de luchar? Todo eso es lo que podríamos hacer si de veras estamos llenos nosotros de Pascua, y si tenemos en la vida la finalidad de hacer el bien a nuestro alrededor, no por nuestras propias fuerzas, sino en el nombre de Jesús. La Eucaristía nos debería contagiar la fuerza de Cristo para poder ayudar a los demás a lo largo de la jornada. Salir de nosotros mismos -fue un buen símbolo que Pedro saliera de Jerusalén- y recorrer los caminos de los demás -saberles «visitar»-para animarles en su fe, podría ser una buena consigna para nuestra actuación de cristianos en la Pascua.
La esperanza de esta primitiva Iglesia estaba ligada a la maternidad de María, y en este sábado pascual queremos felicitarla por la resurrección de Jesús, y agradecerle sus cuidados maternales para con la Iglesia: “Señor, tú hiciste de María la llena de gracia; te bendecimos. / María, en este nuevo sábado del tiempo pascual, celebramos tu gozo maternal. / Jesús, María, haced de nosotros y de nuestros corazones vuestra morada. / Jesús, María, sed nuestros reyes de paz, justicia, amor, solidaridad”.

Con su resurrección Cristo ha vencido a la muerte. Las cadenas que nos ataban han quedado definitivamente rotas. Jesús nos ha salvado ¿Cómo pagar tan inmenso bien? La Santa Misa es la acción de gracias más agradable al Padre. Con el Salmo decimos: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” Salmo (116/115,12-17), alusión a la libación ritual, quizá, de vino y aceite, copa derramada en acción de gracias por haber sido librado de la muerte: “¿Quién te dio la copa de salvación, de suerte que, tomándola e invocando el nombre del Señor, le retribuyas por todo lo que a ti te retribuyo? Quien sino Aquel que dice: ‘¿podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Quién te otorgó imitar sus padecimientos sino Aquel que primeramente padeció por ti? Por tanto, preciosa es delante del Señor la muerte de sus santos. La compró con su sangre, que primeramente derramó por la salud de sus siervos, para que sus siervos no dudasen en derramarla por el Nombre del Señor” (S. Agustín). “Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor la muerte de su fieles. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor». El sacrificio de acción de gracias tenía lugar en el Templo (donde habitaba el Señor): esas palabras eran citadas en la antigua liturgia romana antes de la comunión (la mejor manera de pagar la deuda es unirse al sacrificio de Jesús), y es un salmo que se usa con frecuencia para preparar el sacrificio de la Misa y lo proclama la liturgia en la fiesta del Corpus y el Jueves santo.
“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”. La única correspondencia que nos pide Dios es la de la gratitud y la lealtad. Cuando Jesús relataba cada una de las Bienaventuranzas, pensaba en cada uno de nosotros: los perseguidos, los que lloran, los que sufren… pero, además, entraban en el mismo “saco” los limpios de corazón, los pacíficos, etc. Esa “mezcla” entre lo que a primera vista puede parecer bueno y malo, es de una coherencia sobrenatural que debe asombrarnos. Se trata del mismo recorrido que hizo Cristo, y nosotros hemos sido llamados por Él para acompañarle y dar testimonio de lo que en verdad es el hombre: un ser limitado con aspiraciones de eternidad (de archidiócesis Madrid).

Hoy vemos que el discurso eucarístico tiene un efecto de escándalo y rechazo de la gran mayoría...: ¡es la crisis! Hasta aquí las muchedumbres le han seguido y buscado. Pero la revelación del misterio eucarístico repele a la mayor parte de los oyentes: -Muchos de sus discípulos gritaron: "¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede escucharlas? ¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?" (Juan 6,61-70): Lejos de retirar sus afirmaciones o de explicarlas simbólicamente, Jesús las subrayará: -"¿Esto os escandaliza? Pues, ¿qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde antes estaba?... El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen. Pues desde el principio Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién le había de entregar, y decía: -Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sido concedido por el Padre.
Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él. Entonces Jesús dijo a los doce: -¿Queréis acaso iros vosotros también?” "Yo no os retengo..." parece decir. Sois libres. En el conflicto actual entre muchos jóvenes y sus padres, cara a la eucaristía, recordemos ese gran misterio. Decía una canción de “Operación Triunfo” algo sobre el amor, que en parte se puede aplicar a esa experiencia de amor con Jesús, que aunque se sufra y muchas cosas no se entiendan, o cuesten… se prefiere a otras cosas: “Traigo en los bolsillos tanta soledad, desde que te fuiste no me queda más... que un triste sentimiento... por ti he dejado todo sin mirar atrás, aposté la vida y me dejé ganar. Te extraño, te olvido, te amo de nuevo… Te extraño: porque anidan en mí tus recuerdos, te olvido: a cada minuto lo intento, te: amo... es que ya no tengo remedio... Te extraño te olvido te amo de nuevo. Por ti... He perdido todo hasta la identidad, y si lo pidieras más podría dar... Es que cuando se ama nada es demasiado. Me enseñas el límite de la pasión, y no me enseñaste a decir adiós…, he aprendido ahora que te has marchado. Por ti he dejado todo sin mirar atrás, aposté la vida y me dejé ganar”. Podemos decirle nosotros con san Pedro que no queremos dejarle: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Estar sin Jesús es un infierno insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraíso (como decía Kempis). Hemos de ser como la luna, que refleja la luz del sol, así llenos de ese amor llevarlo a los demás. Llenarnos de la alegría que va con la libertad de amar que Jesús nos da. «No dejan huella en el alma las buenas costumbres, sino los buenos amores (...). Esto es en verdad el amor: obedecer y creer a quien se ama» (San Agustín). El amor lleno de fe guía la respuesta del Apóstol: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Estas palabras fueron el lema de la Jornada Mundial de la Juventud de 1996 convocada por Juan Pablo II: “«Señor, ¿a quién iremos?». La meta y el término de nuestra vida es Él, Cristo, que nos espera, a cada uno y a todos juntos, para guiarnos más allá de los confines del tiempo en el abrazo eterno del Dios que nos ama.
Pero si la eternidad es nuestro horizonte de hombres hambrientos de verdad y sedientos de felicidad, la historia es el escenario de nuestro compromiso diario. La fe nos enseña que el destino del hombre está inscrito en el corazón y en la mente de Dios, que gobierna los hilos de la historia. Y nos enseña asimismo que el Padre pone en nuestras manos la tarea de comenzar ya desde aquí la construcción del reino de los cielos que el Hijo vino a anunciar y que llegará a su plenitud al final de los tiempos.
Así pues, tenemos el deber de vivir dentro de la historia, al lado de nuestros contemporáneos, compartiendo sus anhelos y esperanzas, porque el cristiano es, y debe ser, plenamente hombre de su tiempo. No se evade a otra dimensión, ignorando los dramas de su época, cerrando los ojos y el corazón a las inquietudes que impregnan su existencia. Al contrario, es un hombre que, aun sin ser de este mundo, está inmerso cada día en este mundo, dispuesto a acudir a donde haya un hermano a quien ayudar, una lágrima que enjugar, una petición de ayuda a la cual responder. En esto seremos juzgados…
A vosotros, jóvenes, que de forma natural e instintiva hacéis del deseo de vivir el horizonte de vuestros sueños y el arco iris de vuestras esperanzas, os pido que os transforméis en profetas de la vida. Sedlo con las palabras y con las obras, rebelándoos contra la civilización del egoísmo que a menudo considera al ser humano un instrumento en vez de un fin, sacrificando su dignidad y sus sentimientos en nombre del mero lucro; hacedlo ayudando concretamente a quien tiene necesidad de vosotros y que tal vez sin vuestra ayuda tendría la tentación de resignarse a la desesperación.
La vida es un talento que se nos ha confiado para que lo transformemos y lo multipliquemos, dándola como don a los demás. Ningún hombre es un iceberg a la deriva en el océano de la historia; cada uno de nosotros forma parte de una gran familia, dentro de la cual tiene un puesto que ocupar y un papel que desempeñar. El egoísmo vuelve sordo y mudo; el amor abre de par en par los ojos y el corazón, capacita para dar la aportación original e insustituible que, junto a los innumerables gestos de tantos hermanos, a menudo lejanos y desconocidos, contribuye a constituir el mosaico de la caridad, que puede cambiar el rumbo de la historia.
Cuando, considerando demasiado duro su lenguaje, muchos de sus discípulos lo abandonaron, Jesús preguntó a los pocos que habían quedado: «¿También vosotros queréis marcharos?», le respondió Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Y optaron por permanecer con Él. Se quedaron porque el Maestro tenía palabras de vida eterna, palabras que, mientras prometían la eternidad, daban pleno sentido a la vida.
Hay momentos y circunstancias en que es preciso hacer opciones decisivas para toda la existencia. Como sabéis muy bien, vivimos momentos difíciles, en los que con frecuencia no logramos distinguir el bien del mal, los verdaderos maestros de los falsos. Jesús nos ha advertido: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis». Orad y escuchad su palabra; dejaos guiar por verdaderos pastores; no cedáis jamás a los halagos y a los fáciles espejismos del mundo que luego, con demasiada frecuencia, se transforman en trágicos desengaños.
En los momentos difíciles, en los momentos de prueba se mide la calidad de las opciones. Así pues, en estos tiempos de dificultad cada uno de vosotros está llamado a tomar decisiones valientes. No existen atajos hacia la felicidad y la luz. Prueba de ello son los tormentos de las personas que, en el decurso de la historia de la humanidad, se han puesto a buscar con empeño el sentido de la vida, la respuesta a los interrogantes fundamentales inscritos en el corazón de todo ser humano.
Ya sabéis que estos interrogantes no son sino la expresión de la nostalgia de infinito sembrada por Dios mismo en el interior de cada uno de nosotros. Así pues, con sentido del deber y del sacrificio debéis caminar por las sendas de la conversión, del compromiso, de la búsqueda, del trabajo, del voluntariado, del diálogo, del respeto a todos, sin rendiros ante los fracasos, conscientes de que vuestra fuerza está en el Señor, que guía con amor vuestros pasos, dispuesto a acogeros de nuevo como al hijo pródigo.
Queridos jóvenes, os he invitado a ser profetas de la vida y del amor. Os pido también que seáis profetas de la alegría: el mundo nos debe reconocer por el hecho de que sabemos comunicar a nuestros contemporáneos el signo de una gran esperanza ya realizada, la de Jesús, muerto y resucitado por nosotros.
No olvidéis que «la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Gaudium et spes).
Purificados por la reconciliación, fruto del amor divino y de vuestro arrepentimiento sincero, practicando la justicia, viviendo en acción de gracias a Dios, podréis ser en el mundo, a menudo sombrío y triste, profetas de alegría creíbles y eficaces. Seréis heraldos de la plenitud de los tiempos.
El camino que Jesús os señala no es cómodo; se asemeja más bien a un sendero escarpado de montaña. No os desalentéis. Cuanto más escarpado sea el sendero, tanto más rápidamente sube hacia horizontes cada vez más amplios. Os guíe María, estrella de la evangelización. Dóciles, al igual que ella, a la voluntad del Padre, recorred las etapas de la historia como testigos maduros y convincentes.
Con ella y con los Apóstoles sabed repetir en cada instante la profesión de fe en la presencia vivificante de Jesucristo: Tú tienes palabras de vida eterna”.
Y decía en una fiesta del Corpus: “Jesús se define "el Pan de vida", y añade: "El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo".
¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaum, también nosotros experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender. A veces podríamos sentir la tentación de darle una interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos discípulos que "desde entonces ya no andaban con Él".
Nosotros queremos permanecer con Cristo, y por eso le decimos con Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Con la misma convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo”.
Y al preparar el encuentro del 2000 volvía sobre el tema: “Roma es «ciudad santuario», donde las memorias de los Apóstoles Pedro y Pablo y de los mártires recuerdan a los peregrinos la vocación de todo bautizado. Ante el mundo, en el mes de agosto del próximo año, repetiremos la profesión de fe del apóstol Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» porque «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
También a vosotros, muchachos y muchachas, que seréis los adultos del siglo próximo, se os ha confiado el «Libro de la vida», que en la noche de Navidad de este año el Papa, al cruzar el primero el umbral de la puerta santa, mostrará a la Iglesia y al mundo como fuente de vida y esperanza para el tercer milenio. Que el Evangelio se convierta en vuestro tesoro más valioso: en el estudio atento y en la acogida generosa de la palabra del Señor hallaréis alimento y fuerza para la vida diaria, y encontraréis las razones de un compromiso constante en la construcción de la civilización del amor”; y Benedicto XVI en su primer encuentro volvía al tema: “Esta fuerza de atracción interna de Dios ha hecho que los Tres Reyes Magos hace 2000 años emprendieran el camino para encontrar a Cristo, y os ha traído a vosotros hoy aquí a Colonia para buscar y encontrar a Jesús. Él os garantiza un gran futuro, una vida plena. No existe alternativa en relación a Jesucristo. Cuando algunos de sus discípulos se sintieron molestos por las palabras de Jesús, no siguieron el camino junto con él. Luego Jesús les preguntó a los que se quedaron con él: "¿Queréis acaso iros vosotros también?" Y es el primero de los Pedros el que le da una respuesta al Señor que prácticamente es el primer credo y el más corto a la vez, dentro de toda la Santa Biblia: "Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna". Esta declaración de San Pedro también es nuestro propio credo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". El Señor nos dice explícitamente: "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere". A vosotros, queridas hermanas y queridos hermanos, el Padre os ha guiado. Y esto forma el último motivo por el que estáis aquí en Colonia. Es el resultado de una acción divina llena de gracia. Y os prometo lo siguiente, y os doy mi palabra: Por medio de vosotros, Él seguirá siendo nuestro guía, para que vosotros lleguéis a ser una bendición para vuestro medioambiente, vuestra patria, para el mundo, convirtiendo en la cercanía de Dios, por medio de vuestro empeño, la gran distancia que existe a nivel global entre los hombres y Dios. Porque sólo así, este mundo seguirá siendo habitable para los hombres, que son los hijos de Dios”.
Es importante aquella respuesta de la fe de Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo, el Santo de Dios." Palabra humilde de Pedro. Palabra de amor delicado: Jesús es irremplazable para ellos. Así, Jesús parece terminar por un fracaso su catequesis esencial sobre el más grande misterio de su Presencia. Pero la Iglesia está ya aquí, en estos "doce" que confían en Él. En estas últimas palabras de Pedro, tenemos un equivalente de la famosa "confesión de Cesarea". San Juan no embellece, no adorna el evangelio: dice, de otro modo, a su manera, las mismas cosas que Mateo, Marcos y Lucas (Noel Quesson).
¿Qué es creer? S. Agustín preguntaba a Dios: “¿por ventura, el que sabe estas cosas (otras que ya había dicho) ya os agrada, Señor Dios, de verdad? Desventurado es el hombre que las sabe todas y os ignora a Vos, y bienaventurado el que os conoce, aunque no las sepa. Más aquel que os conoce a Vos y a ellas no es más bienaventurado por conocerlas a ellas, sino que sólo por Vos es bienaventurado, si, conociéndoos a Vos como a Vos, os glorifica y os da gracias y no se desvanece en sus pensamientos”. Algo misterioso, cuando “el corazón entiende las razones que la razón desconoce” (Pascal), como mejor expresa la poesía: “Dice la razón: tú mientes. Y contesta el corazón: quien miente eres tú, razón, que dices lo que no sientes” (Machado). “Dios quiere necesitar de nosotros: tengo necesidad de tus manos para continuar bendiciendo, tengo necesidad de tus labios para continuar hablando, tengo necesidad de tu cuerpo para continuar amando, tengo necesidad de ti para continuar salvando.” (M. Quoist). E, insistiendo en lo mismo, hace unos días aparecían estas frases en el calendario-taco que edita Mensajero: “Dios cuenta contigo siempre: /Dios puede crear, pero tú has de dar valor a lo que Él ha creado. /Dios puede dar la vida, pero tú has de transmitirla y respetarla. /Dios puede dar fe, pero tú has de ser un signo de Dios para todos. /Dios puede dar el amor, pero tú has de aprender a querer al prójimo. /Dios puede dar la esperanza, pero tú has de devolver la confianza a otros. /Dios puede dar la fuerza, pero tú has de animar. /Dios puede dar la paz, pero tú has de hacer las paces siempre. /Dios puede dar el gozo, pero tú has de sonreír. /Dios puede ser luz para el camino, pero tú has de hacerla brillar. /Dios puede hacer milagros, pero tú has de buscar cinco panes y dos peces. /Dios puede hacer lo imposible, pero tú has de hacer todo lo posible.” A veces cuesta… cuentan de un capitán de barco de vela, que mandó un grumete al palo mayor, y desde arriba, al ver pequeña la cubierta, y con el balanceo, bajo él el mar inmenso y profundo, tuvo miedo, y el capitán al verlo le gritó: “¡muchacho, mira hacia arriba!” y al ver el cielo que conocía se sintió tranquilo. Luego, el capitán continuó: “baja poco a poco, pero no dejes de mirar hacia arriba” y todo fue bien. Quien mira hacia arriba todo lo supera, nada le perturba, mantiene la ilusión debida y la fortaleza deseada, nunca le faltarán motivos para la esperanza y la alegría (J. M. Alimbau). “Levanta el corazón hacia mí, cielo arriba, y no te contristarán los desprecios de los hombres” (Tomás de Kempis), o el salmo 33: “Levantad hacia Dios la mirada y os llenará de luz”. Hace falta una opción, en esa dinámica dócil ante la fuerza divina, como hacen los santos: “¡Dios mío, que odie el pecado, y me una a ti… no reservándome nada…”
Simón Pedro proclama su fe en Él, el Mesías, el Hijo de Dios. Comenta San Agustín: «¿Nos alejas de Ti? Danos otros igual que Tú. ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Mirad cómo comprendió esto Pedro con la ayuda de Dios y confortación del Espíritu Santo. ¿De dónde le viene esta inteligencia sino de su fe? Tú tienes palabras de vida eterna. Porque Tú das la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y de tu sangre y nosotros hemos creído y entendido. No entendimos y creímos, sino creímos y entendimos. Creímos, pues, para llegar a comprender; porque si quisiéramos entender primero y creer después, no nos hubiera sido posible entender sin creer. ¿Qué es lo que hemos creído y qué lo que hemos entendido? Que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que Tú eres la misma vida eterna y que no comunicas en el servicio de carne y sangre sino lo que Tú eres».

jueves, 22 de abril de 2010

JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: Jesús, pan de Vida, nos enseña el sentido del sufrimiento, y nos estimula a preocuparnos de los demás


Los Hechos (8,26-40) nos muestra hoy a Felipe, que un ángel le dice: «Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que va de Jerusalén a Gaza a través del desierto». –(El evangelio está en los caminos y no en el Templo. ¡A Jesús se le encuentra por las carreteras! Por la vía que va de París a Marsella... Por la que va de Alejandría a Addis-abeba... Por la calle que va de «mi» casa a la casa de los demás). Y allí ve a un etíope eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía, administrador de todos sus bienes, que había venido a Jerusalén, que regresaba y, sentado en su carro, leía al profeta Isaías. (Etiopía es el reino de Nubia, entonces su capital era Meroe, y se extendía al sur de Egipto más allá de Asuán, actualmente parte del Sudán, y Candace no era una persona real sino la dinastía de las reinas -entonces el país era gobernado por mujeres. Eunuco era en general un empleado de la corte, quizá ministro del tesoro).
El Espíritu dijo a Felipe: «Avanza y acércate a ese carro». Felipe corrió, oyó que leía al profeta Isaías y dijo: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Él respondió: «¿Cómo lo voy a entender si alguien no me lo explica?». Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él. (Felipe iría en mula, la ataría al carruaje del ministro y subiría a leerle el pasaje que no entiende, el poema del Siervo que hemos meditado durante la semana santa. Y se sorprende de que el «justo» sea conducido al matadero como un cordero mudo, de que la vida del "justo" sea humillada y de que se termine en el fracaso. El sufrimiento... la muerte de los inocentes... ¡Es también nuestra pregunta! La injusticia, la opresión...¡es la pregunta de todos los hombres! A Dios no se le encuentra cerrando los ojos ante las verdaderas preguntas de los hombres. No se logra hacer que los hombres encuentren a Dios, si uno cierra los ojos ante las verdaderas preguntas humanas que nuestros hermanos se formulan).
A veces la vida nos deja tristes y desconcertados, con una visión pesimista de la condición humana. Hay presiones, surge un sentimiento de insatisfacción, nos falta aire... "Tengo pena de la vida, siento lastima de mis lagrimas, mis ojos están secos de tanto llorar, mi alma está resentida de tantos golpes, mi corazón lleno de cicatrices de tantas puñaladas, mi vida es un libro con palabras cubiertas de pena, escucho mi voz y sólo son lamentos, tengo pena de esta vida resignada, tengo pena de mi cuerpo cansado, de este corazón marchito, tengo pena de la sequedad de sueños, tengo pena de mi falta de amor…, tengo pena por no poder soñar, tengo pena de lo que soy"… Así se leía en Internet, es la sensación que tiene alguien que sufre.
Me acordaba de la historia de una chica joven, que desconsolada cuenta a su madre lo mal que le va todo: “-los estudios, un desastre; con el marido, la cosa no va bien, el examen de conducir suspendido”… Su madre, de pronto, le dice: "-vamos a hacer un pastel". La hija, desconcertada por esta salida ilógica, le ayuda entre sollozos. La madre le pone delante harina, y le dice: "-come". Ella contesta asombrada: "-¡si es incomible!" Luego le pone unos huevos, y vuelve a decirle: "-come", y la hija: "-¡si ya sabes que los huevos crudos me dan asco!" Y luego un limón, y otros ingredientes…, y la hija que insiste en que eran cosas muy malas para comer. La madre lo revuelve todo bien amasado, luego lo pasa por el horno, y queda un pastel que dice “cómeme” de sabroso que está. La madre le dice a su hija la moraleja: "-Tantas cosas de la vida son impotables, no nos gustan, son malas. Decimos: ¡vaya pastel! Y muchas veces nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por momentos y circunstancias tan malos, y trabaja estos ingredientes malos, los revuelve bien, de la misma manera que hemos hecho ahora... dejando que Él amase todo esto, bien cocinado, saldrá un pastel pero no malo sino delicioso… Solamente hemos de confiar en Él, y llegará el momento en el que ¡las cosas malas que nos pasan se convertirán en algo maravilloso! Lo mejor siempre está por llegar.
El tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que está lejano… El silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas de la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido.
Y sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el dolor no se convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la vida, sino un camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para el gozo sin fin que es el cielo. Jesús nos salva en la Pascua, pero sobretodo demuestra su amor en el sufrimiento llevado hasta la muerte, que es lo que tiene mérito: resucitar no tiene tanto mérito como dar la vida, esto sí cuesta, y es lo que hace Jesús por nosotros, para darnos la Vida.
b) Señor, que estemos atentos a las preguntas de nuestros hermanos.
-“Felipe tomó entonces la palabra, y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la Buena Nueva de Jesús”. La humillación de Jesús, su fracaso aparente, sólo son un pasaje. La finalidad de la vida de Jesús no ha sido la "matanza" del calvario, sino la alegría de Pascua. La finalidad de la vida del hombre no es el sufrimiento y la muerte a perpetuidad, ni la opresión y la injusticia para siempre...¡es la vida a perpetuidad, es la vida eterna, es la vida resucitada! «¡Era necesario que Cristo sufriera para entrar en su gloria!»
El pasaje de la Escritura que leía era éste: “Como cordero llevado al matadero, como ante sus esquiladores una oveja muda y sin abrir la boca. Por ser pobre, no le hicieron justicia. Nadie podrá hablar de su descendencia, pues fue arrancado de la tierra de los vivos”. El eunuco dijo a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice esto el profeta? ¿De él o de otro?». Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje de la Escritura, le anunció la buena nueva de Jesús. Continuaron su camino y llegaron a un lugar donde había agua; el eunuco dijo: «Mira, aquí hay agua; ¿qué impide que me bautice?».
Este es el último punto de la andadura catecumenal, la marcha de toda iniciación cristiana, el ritmo del descubrimiento de Dios: 1. Una pregunta formulada por los acontecimientos, por la vida, por una lectura, por un encuentro... 2. Una respuesta hallada en la Palabra de Dios comentada por la Iglesia, y que da un «sentido» nuevo a la existencia... 3. La terminación del encuentro con Dios en un rito, signo sacramental, que explicita el «don que Dios hace al hombre»... La vida eterna, la salvación.
Y mandó detener el carro. Bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. Al salir del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco ya no lo vio más, y continuó su camino muy contento. Felipe se encontró con que estaba en Azoto, y fue evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.
-“Y el Etiope siguió gozoso su camino”. Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, pero está «velado». Está en todas nuestras casas, en todos nuestros ambientes de trabajo... ¡portador de alegría! (Noel Quesson). Es lo que canta el Salmo (66/65,8-9.16-17.20): “Pueblos, bendecid a nuestro Dios, proclamad a plena voz sus alabanzas; Él nos conserva la vida y no permite que tropiecen nuestros pies. Fieles del Señor, venid a escuchar, os contaré lo que Él hizo por mí. Mi boca lo llamó y mi lengua lo ensalzó. Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi plegaria ni me ha retirado su misericordia”.

Dios concede con su gracia a quien se dispone, que mueve el corazón, lo convierte a Dios, abre los ojos del alma y da la suavidad para aceptar y creer la verdad. La fe y la gracia y la filiación divina se corresponden, pertenecen a una misma realidad. Y en el discurso de la eucaristía vemos que tanto la fe como la comunión dan la vida eterna, que también son la misma realidad, vivir en Cristo.
El Evangelio (Jn 6,44-51) nos muestra a Jesús que dice: “nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Sacramento de nuestra fe, el núcleo de la fe está ahora anunciando Jesús en esta parte del discurso. El primer libro de la Biblia, el Génesis, afirma que Dios había hecho al hombre para la inmortalidad, pues estaba en un "jardín donde había el árbol de la vida". Siguiendo con lo que ayer veíamos, el último libro, el Apocalipsis, afirma que Dios volverá a dar esta inmortalidad: "Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el jardín de Dios". Jesús afirma aquí que esta inmortalidad nos está ya devuelta por la Fe, y por la Eucaristía... "Quien come de ese pan no morirá jamás": «El maná era signo de este pan, como lo era también el altar del Señor. Ambas cosas eran signos sacramentales: como signos son distintos, más en la realidad hay identidad... Pan vivo, porque desciende del cielo. El maná también descendió del cielo; pero el maná era sombra, éste la verdad... ¡Oh qué misterio de amor, y qué símbolo de la unidad y qué vínculo de la caridad! Quien quiere vivir sabe dónde está su vida y sabe de dónde le viene la vida. Que se acerque y que crea, y que se incorpore a este cuerpo, para que tenga participación de su vida...» (San Agustín). Se podría objetar: pero, ¡los que comen el pan eucarístico mueren como todo el mundo! Pues bien, Jesús afirma que el alimento eucarístico, recibido en la Fe pone al fiel en posición, ya desde ahora -en el presente- de una vida eterna a la cual la muerte física no la afecta en absoluto: «Cosa grande, ciertamente, y de digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero, presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá para siempre. Luego, no en vano dices tú “Amén”, confesando ya en espíritu que recibes el Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto» (San Ambrosio).
El cristianismo es esto: ¡la divinización del hombre! El gozo y la acción de gracias -eucaristía en griego- deberían ser el estado normal de los cristianos. La grande, la gozosa, la "buena nueva" -evangelio en griego-, hela aquí: Dios nos da ¡su vida eterna! En este momento iremos viendo en el discurso un tono más explícitamente eucarístico: "el pan que Yo daré es mi carne... (Noel Quesson).
b) El discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaum sigue adelante, progresando hacia su plenitud. La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es: «os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna». Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer-«ver», «venir» y «creer»- hoy se añade uno nuevo: «nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae». La fe va unida a la gracia, el don de Dios, al que se responde con la decisión personal. Al final de la lectura de hoy ha empezado a sonar el verbo «comer». La nueva repetición: «yo soy el pan vivo» tiene ahora otro desarrollo: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la Eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.
Nosotros, cuando celebramos la Eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del Cuerpo y Sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí «vemos, venimos y creemos» en Él, le reconocemos, y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es Él que nos atrae. Tenemos motivos para alegrarnos y sentir que estamos en el camino de la vida: que ya tenemos vida en nosotros, porque nos la comunica el mismo Cristo Jesús con su Palabra y con su Eucaristía. La vida que consiguió para nosotros cuando entregó su carne en la cruz por la salvación de todos y de la que quiso que en la Eucaristía pudiéramos participar al celebrar el memorial de la cruz. Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente: ¿de veras esto nos está ayudando a vivir la jornada más alegres, más fuertes, más llenos de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con Él, como Él, en unión con Él (J. Aldazábal), como pedimos en la Colecta: «Dios Todopoderoso y eterno, que en estos días de Pascua nos has revelado claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más profundidad; concede a quienes has librado de las tinieblas del error adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad», y también pedimos que seamos testimonios de la Verdad, como se dice en el Ofertorio: «¡Oh Dios! que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos». Es un vivir “para” los demás: «Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. Aleluya» (ant. de comunión). Y en la Postcomunión: «Ven Señor en ayuda de tu pueblo y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna».
“Hoy cantamos al Señor de quien nos viene la gloria y el triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy» que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna. El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos a nosotros, sino que nos asimila. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). Oculto bajo las especies sacramentales, Jesús nos espera, y le decimos: Tú eres nuestro Redentor, la razón de nuestro vivir.
c) Ya en el desierto Dios había alimentado al pueblo con el maná. Y el profeta Eliseo había alimentado a cien hombres con veinte panes de cebada que alguien le había llevado de regalo, y también en aquella ocasión había sobrado pan. Ahora Jesús, el profeta por excelencia, el mediador de la nueva alianza alimenta al pueblo hambriento en el desierto. En el naciente siglo XXI de las telecomunicaciones, la globalización y el mercado mundial, todavía hay millones y millones de seres humanos hambrientos. Millones de niños siguen muriendo de la enfermedad más elemental que podamos sufrir: el hambre, la desnutrición. El milagro de Jesús es una protesta por nuestra falta de solidaridad. Con lo que desperdiciamos en vanidades, en comidas superfluas que después nos hacen daño: golosinas, helados, exquisiteces, con eso nada más podríamos alimentar a nuestros hermanos necesitados. Con lo que los países desarrollados gastan en producir armas, la humanidad podría solucionar el problema del hambre en el mundo. Pero nosotros no somos como Jesús, no somos capaces de compadecernos, ni de invitar fraternalmente a la solidaridad. La gente agradecida reconoce que Jesús es “el profeta que tenía que venir al mundo”, el nuevo Moisés, y quieren hacerlo rey, porque Él sí se compadece de sus sufrimientos y los alivia, no como los reyes de este mundo que solo han explotado al pobre pueblo. Pero Jesús sabe que su reino no es de este mundo, ha despreciado el poder universal que le ofrecía el tentador, sabe que su misión es hacer la voluntad del Padre, por eso se retira, solo, a la montaña. Un buen propósito para hoy sería cuidar esas visitas a Jesús en el sagrario, al Santísimo Sacramento, y pedirle una fe más viva, que nos aumente la fe, pues así fomentamos que Él pueda acrecentarla en nosotros.

lunes, 19 de abril de 2010

LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: con la aceptación de Jesús realizamos en la fe la obra de Dios


Los Hechos (6,8-15) nos cuenta que Esteban, lleno de gracia y de
poder, "realizaba grandes prodigios y milagros en el pueblo". Unos
cuantos de la sinagoga se pusieron a discutir con él; "pero no podían
resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces
sobornaron a unos hombres" y le montaron un falso juicio en el
tribunal supremo, acusándolo así: «Este hombre no cesa de decir
palabras contra este lugar santo y contra la ley; le hemos oído decir
que ese Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las
costumbres que nos transmitió Moisés». "Entonces todos los que estaban
sentados en el tribunal clavaron sus ojos en él y vieron su rostro
como el rostro de un ángel". Es un espejo de vida en el que podemos
mirarnos todos los discípulos de Jesús. Él, perseverando en su
fidelidad hasta el fin, fue coronado con el martirio. Es ejemplo del
amor que sirve a los demás, del amor que se entrega en fidelidad, del
amor que perdona y ve los cielos abiertos. La "multiplicación de los
panes", del Evangelio de hoy nos habla de "Jesucristo, pan de vida".
Esteban, uno de esos primeros «diáconos» tiene que proveer al pan para
la gente, y todos hemos de hacernos "pan", darnos a los demás,
conformarnos a Cristo Jesús, como decimos hoy, si de veras «rechazamos
lo que es indigno del nombre cristiano y cumplimos lo que en él se
significa» (oración del día). Creer en Cristo es un venturoso
esfuerzo, audacia, riesgo, aventura. Es eso y mucho más. No cabe duda.
¿Podría decirse incluso que es una sinrazón porque nos pone en manos
de Dios, más allá de lo que perciben nuestra inteligencia y nuestros
sentidos? ¡Cuidado! Sinrazón no. Creer en algo más allá de nuestros
sentidos es algo muy positivo, admirable, delicioso, fascinante,
aunque sorprendente y arriesgado. Es como tener luz en medio de la
niebla. Ahí está su valor. Sólo los valientes lo alcanzan. "Creer en
Cristo, el enviado del Padre", es un trabajo de alma generosa,
abierta, esperanzada, sensible, y "agrada a Dios". Si ese don, la fe,
lo hemos recibido ya, démosle gracias. Si no, abrámosle las puertas de
nuestro corazón. Trabajo y amor.
Salmo (119,23-24.26.29): "Aunque los jefes se reúnan y deliberen
contra mí, tu siervo medita en tus decretos; tus decretos hacen mis
delicias, ellos son mis consejeros. Te he contado mis andanzas y tú me
has escuchado: enséñame tus decretos; señálame el camino de tus
mandamientos y yo meditaré en tus maravillas. Aleja de mí el camino de
la mentira y dame la gracia de tu ley; he elegido el camino de la
verdad y he preferido tus sentencias". Encaja perfectamente con San
Esteban. Una señal de que hemos resucitado con Cristo es el camino de
la verdad, los mandatos del Señor. Renacidos en Cristo por el
Espíritu, fortalecidos por el pan que ha bajado del Cielo y permanece
por siempre, cumplimos la voluntad del Padre.
Evangelio (Jn 6,22-29): "Al día siguiente la gente, que se había
quedado a la otra parte del lago, notó que allí había sólo una barca y
que Jesús no había subido a ella con sus discípulos, pues éstos se
habían ido solos. Entretanto, llegaron otras barcas de Tiberíades y
atracaron cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio
gracias. Cuando la gente vio que no estaban allí ni Jesús ni sus
discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de
Jesús. Lo encontraron al otro lado del lago, y le dijeron: «Maestro,
¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os aseguro que no me
buscáis porque habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan
hasta hartaros. Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura
para la vida eterna; el que os da el hijo del hombre, a quien Dios
Padre acreditó con su sello». Le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer
para trabajar como Dios quiere?». Jesús les respondió: «Lo que Dios
quiere que hagáis es que creáis en el que él ha enviado»".
El "Discurso sobre el Pan de Vida" nos va a acompañar estos días. Al
acabar la multiplicación de los panes y la marcha sobre las aguas,
hablará del "Pan de Vida", que tiene un sentido espiritual: "el pan de
vida", es "la persona de Jesús y su Palabra", que se asimila por la
Fe... pero también es propiamente eucarístico, del principio al fin:
el "pan de vida", es la eucaristía, una comida real. Los dos temas van
muy unidos: la Fe total en Cristo implica la Fe en su "presencia" en
la Eucaristía... La Eucaristía es el misterio de la Fe por
excelencia... meditar la Palabra de Jesús por la Fe y comulgar a su
Cuerpo se siguen el uno al otro... "Jesús se sirve de la comparación
del alimento para hacer comprender lo que El aporta a la humanidad.
Hay dos clases de vida y dos clases de alimentos: el alimento
corporal, que da una "vida perecedera" y el alimento venido del cielo
que ¡da la "vida eterna"! Creado por Dios y para Dios, el hombre tiene
hambre y sed de Dios. Nada, fuera de Dios, puede satisfacerle
enteramente. Todos los alimentos terrestres perecederos dejan al ser
humano insatisfecho.
-"¿Qué hay que hacer para "ejercitarnos en obras del agrado de Dios?
Jesús respondió: 'La obra agradable a Dios, es que creáis en Aquel que
El os ha enviado." Este alimento esencial del cual el hombre tiene
hambre es El mismo, Jesús, enviado por el Padre, y que tomamos ya por
la Fe "creyendo en El". Obrar, afanarse, trabajar... esforzarse, para
nuestra vida espiritual... es tanto más necesario que "ganarse el
pan"" (Noel Quesson).
No basta encontrar solución a la necesidad material; hay que aspirar a
la plenitud humana, y esto requiere colaboración del hombre
(trabajad). Han limitado su horizonte: el alimento que se acaba (el
pan) da sólo una vida que perece; el que no se acaba (el amor), da
vida definitiva. El pan ha de ser expresión del amor. Ellos ven el pan
sin comprender el amor, y en Jesús ven al hombre, sin descubrir el
Espíritu. Jesús es el Hijo del Hombre portador del Espíritu (sellado
por el Padre). Pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso y
eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a
la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros
fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir
fortalezca nuestras vidas». Comenta San Agustín: «Jesús, a
continuación del misterio o sacramento milagroso, hace uso de la
palabra, con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos
que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de
aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante, pero es con la
condición de que lo entiendan y, si no lo entienden, que se recoja
para que no perezcan ni las sobras siquiera... "Me buscabais por la
carne, no por el Espíritu". ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino
para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio y acude
a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más
poderoso que él y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden
que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito.
«En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los día
la iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús... "Me buscabais por
algo que no es lo que yo soy; buscadme a Mí por mí mismo". Ya insinúa
ser Él este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que
sigue...Yo creo que ya estaban esperando comer otra vez pan y sentarse
otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento
que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo
lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana... Entre
diálogos la llevó hasta la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo
mismo exactamente. Alimento es, pues, éste que no perece, sino que
permanece hasta la vida eterna». De este alimento distinto que hay que
buscar, el debate se eleva hasta la preocupación por el obrar que
agrada a Dios. A las obras múltiples que los galileos se muestran
dispuestos a cumplir, Jesús opone la única "obra de Dios", la que Dios
realiza en el creyente. Esta obra es creer en Jesús como el Enviado de
Dios. Santa Teresa de Jesús nos enseña a buscar al Señor y a creer en
Él: "Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este
castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal,
que, como sea oración, ha de ser consideración; porque la que no
advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a
quien, no lo llamo yo oración aunque mucho menee los labios".
"Dicen que hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una aldeana muy
hermosa. Todos querían esposarla pero ella sentía que nadie le
aseguraba verdadero amor. Así, se le acercó el mercader más rico
diciéndole: "Te amaré a pesar de tu pobreza". Pero como en sus
palabras no encontró verdadero amor prefirió no casarse. Después se le
acercó un gran general y le dijo: "Me casaré contigo a pesar de las
distancias que nos separen". Pero tampoco aceptó la hermosa aldeana.
Más tarde se le acercó el emperador a decirle: "Te aceptaré en mi
palacio a pesar de tu condición de mortal". Y también rehusó la
muchacha a casarse porque tampoco veía en él un amor desinteresado.
Hasta que un día se le acercó un joven y le dijo: "Te amaré a pesar...
de mí mismo". Y como en sus palabras encontró un amor verdadero y
sincero, optó por casarse con él. Ojalá que en nuestra vida suceda lo
mismo. Que estemos buscando a Dios por amor desinteresado. Que le
ofrezcamos nuestro amor a pesar de nosotros mismos. No busquemos a
Dios por el alimento perecedero como lo buscaban las personas que
menciona el evangelio. Es claro que nosotros no buscamos a Dios por un
alimento material, pues sabemos y experimentamos que ese hay que
ganárselo. Pero sí podríamos acercarnos a Cristo buscando alguna
ganancia personal. Pidiéndole cosas que en lugar de acercarnos a
nuestra santificación nos aleja. Tal vez vemos en Jesús un genio que
nos concederá deseos si pronunciamos una fórmula mágica que nosotros
llamamos "oración". Cristo ve nuestras intenciones y sabe porqué le
pedimos las cosas, conoce porqué le seguimos y porqué le buscamos.
Busquemos a Cristo en la Eucaristía de forma desinteresada. No a pesar
de... lo que nos pueda gustar o disgustar de Él, sino sabiendo que la
Eucaristía es el punto privilegiado del encuentro del amor hacia
nosotros, de forma desinteresada, a pesar de nuestra condición de
mortal y a pesar de nuestra pobreza" (de mercaba.org).