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martes, 29 de marzo de 2011

Cuaresma 3, lunes: Jesús nos da el agua viva que cura, que sacia la sed, que crece cuando se comunica con el amor

Segundo Libro de los Reyes 5,1-15 (también domingo 28-B): Naamán, general del ejército del rey de Arám, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Arám. Pero este hombre, guerrero valeroso, padecía de una enfermedad en la piel. En una de sus incursiones, los arameos se habían llevado cautiva del país de Israel a una niña, que fue puesta al servicio de la mujer de Naamán. Ella dijo entonces a su patrona: "¡Ojalá mi señor se presentara ante el profeta que está en Samaría! Seguramente, él lo libraría de su enfermedad". Naamán fue y le contó a su señor: "La niña del país de Israel ha dicho esto y esto". El rey de Arám respondió: "Está bien, ve, y yo enviaré una carta al rey de Israel". Naamán partió llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez trajes de gala, y presentó al rey de Israel la carta que decía: "Al mismo tiempo que te llega esta carta, te envío a Naamán, mi servidor, para que lo libres de su enfermedad". Apenas el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y dijo: "¿Acaso yo soy Dios, capaz de hacer morir y vivir, para que este me mande librar a un hombre de su enfermedad? Fíjense bien y verán que él está buscando un pretexto contra mí". Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras, mandó a decir al rey: "¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que él venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel". Naamán llegó entonces con sus caballos y su carruaje, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Eliseo mandó un mensajero para que le dijera: "Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio". Pero Naamán, muy irritado, se fue diciendo: "Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano sobre la parte afectada y curaría al enfermo de la piel. ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio?". Y dando media vuelta, se fue muy enojado. Pero sus servidores se acercaron para decirle: "Padre, si el profeta te hubiera mandado una cosa extraordinaria ¿no la habrías hecho? ¡Cuánto más si él te dice simplemente: Báñate y quedarás limpio!". Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor".

Salmo 42,2-3.43, 3-4: Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, mi Dios. / Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? / Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas. / Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío.

Texto del Evangelio (Lc 4,24-30, también domingo 4-C): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente reunida en la sinagoga de Nazaret: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».
Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.

Comentario: 1. Los sirios tenían fama de poseer secretos mágicos para curar las enfermedades. Los judíos, inferiores en sabiduría y en ciencia profana, tienen el favor divino de curar (cf. Misa dominical). Era hoy el día en que antiguamente se anunciaba el primer escrutinio de los catecúmenos para el Bautismo (al miércoles siguiente). El deseo del Bautismo se hacía más intenso. Y la liturgia de Naamán el Sirio acompañaba la “estación” en San Marcos, en cuya basílica reposan también las reliquias de los mártires persas Abdón y Senén.
Damasco brilla esplendorosa en el horizonte del pasado. De ahí va Naamán, favorito del rey, a Israel, buscando la curación de su lepra. Una jovencita judía le animó a ir, para curarse. “Cuando sufro por mis pecados, cuando me siento impuro o egoísta, cuando veo que soy cobarde ante mis responsabilidades... ¿tengo como un reflejo de acudir a Dios, de apelar a la gracia de mi bautismo? Yo también he sido lavado por el agua que purifica por la Fe. Sin embargo sé muy bien que no saldré de mis debilidades mediante esfuerzos o crispaciones voluntarias, sino por mi recurso constante a tus sacramentos: penitencia y eucaristía... siempre que sean actos sinceros y verdaderos gestos de fe. Es decir gestos de afecto y confianza en ti, Señor. Cada sacramento recibido, si pienso realmente en él, es, para mí, una manera de reafirmar que «es sólo en Ti con quien yo cuento, Señor, y no con mis propias fuerzas». Tú eres: "el que salva", eres mi salvador” (Noel Quesson).
Y, si sabemos escuchar, si no vamos con prejuicios, prevenciones, con actitud crítica, con nuestros criterios… Si vamos –como decía san Josemaría- con la docilidad del barro en las manos del alfarero, nos sorprenderemos descubriendo nuevas luces, incluso en cosas que ya habíamos escuchado antes. Como el leproso, también nosotros andamos con frecuencia enfermos del alma, con errores y defectos que no acabamos de arrancar. El Señor espera que seamos humildes y dóciles a las indicaciones de la dirección espiritual. No tengamos soluciones propias cuando el Señor nos indica otras, quizá contrarias a nuestros gustos y deseos. En lo que se refiere al alma, no somos buenos consejeros, ni buenos médicos de nosotros mismos. En la dirección espiritual el alma se dispone para encontrar al Señor y reconocerle en lo ordinario. La fe en los medios que el Señor nos da, obra milagros. La docilidad, muestra de una fe operativa, hace milagros. El Señor nos pide una confianza sobrenatural en la dirección espiritual; sin docilidad, ésta quedaría sin fruto. Y no podrá ser dócil quien se empeñe en ser tozudo, obstinado e incapaz de asimilar una idea distinta de la que ya tiene: el soberbio es incapaz de ser dócil. Disponibilidad, docilidad, dejarnos hacer y rehacer por Dios cuantas veces sea necesario, como barro en manos del alfarero. Este puede ser el propósito de nuestra oración de hoy, que llevaremos a cabo con la ayuda de María (cf. F. Fernández Carvajal).
2. Emitte lucem tuam et veritatem tuam (Ps 42,3): pedimos luces con esperanza de que Dios se volcará estos días dándonos gracias muy especiales, para renovar nuestra vida y con su verdad provocar en nuestras almas una nueva mudanza, un serio paso adelante en nuestra identificación con Cristo. Por eso hemos comenzado con esas palabras del salmo: “envíame tu luz y tu verdad”: «ningún manjar es más sabroso para el alma que el conocimiento de la verdad» (Lactancio PL VI,c.709); pedir luz para en estos días mirar a Dios, mirarnos a nosotros mismos: considerar la vida del Señor, para conocerle más, para tratarle más, para amarle más, para seguirle más.
Son momentos de agradecer esta oportunidad de una nueva conversión, de fomentar la esperanza: Dios se vuelca con gracias muy especiales, para renovar nuestra vida interior y obrar en nuestras almas una nueva conversión: la nueva mudanza, que siempre hemos de buscar. Luz del Señor, pedir con fe y valentía, para discernir qué nos lleva a configurarnos con Cristo, y qué nos aparta: Domine, ut videam! Señor, que vea (Lc 18,41; Mc 10,46s).
Es el de hoy un salmo de búsqueda… en nuestra vida aparecen preguntas, dificultades: Si Dios existe, ¿por qué tanto mal en el mundo? ¿Por qué el impío triunfa y el justo viene pisoteado? ¿La omnipotencia de Dios no termina con aplastar nuestra libertad y responsabilidad? Este salmo recoge las aspiraciones del alma: “Como anhela la cierva las corrientes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh Dios! Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo iré y veré la faz de Dios?” (Sal 41, 2-3). Esa aspiración es una necesidad del hombre que no se puede ahogar, nos nace en el interior… Cuando no se encuentra a Dios, esas palabras expresan nuestra sed de Él: «Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo» (versículos 2-3), recordaba Juan Pablo II: “En el idioma del Antiguo Testamento, el hebreo, «el alma» es expresada con el término «nefesh», que en algunos textos designa la «garganta» y en otros muchos se amplia hasta indicar todo el ser de la persona. Tomado en estas dimensiones, el término ayuda a comprender hasta qué punto es esencial y profunda la necesidad de Dios; sin él desfallece la respiración y la misma vida. Por este motivo, el salmista llega a poner en segundo plano la existencia física, en caso de que decaiga la unión con Dios: «Tu gracia vale más que la vida» (Salmo 62, 4)”. La luz del misterio pascual nos habla de que esta sed queda saciada en Cristo crucificado y resucitado. El hombre no podrá nunca reprimir la sed existencial de Dios. Añadía San Josemaría Escrivá: “Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados sólo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo… mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y veré la faz de Dios? (Ps. XLI, 3): verle, contemplarlo, conversar con él. Lo podemos realizar ya ahora, lo estamos tratando de vivir, es parte de nuestra existencia”. También aquel himno de vísperas: “Esta es la hora para el buen amigo, / llena de intimidad y confidencia, / y en la que, al examinar nuestra conciencia, / igual que siente el rey, siente el mendigo. / Hora en que el corazón encuentra abrigo / para lograr alivio a su dolencia / y, el evocar la edad de la inocencia, / logra en el llanto bálsamo y castigo. // Hora en que arrullas, Cristo, nuestra vida / con tu amor y caricia inmensamente / y que a humildad y a llanto nos convida. // Hora en que un ángel roza nuestra frente / y en que el alma, como cierva herida, / sacia su sed en la escondida fuente”.
Hoy, como ayer con la samaritana (ciclo A, que se puede leer siempre), el tema sigue siendo el agua… Es además una sed que se quita compartiendo el agua que Dios nos da, como leemos en santa Teresa: el amor crece cuando se sabe comunicar, y en una pequeña historia que leí por Internet: En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, que ganaba el concurso al mejor producto, año tras año. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos. - "¿Por qué comparte su mejor semilla de maíz con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso año tras año?" preguntó el reportero. - "Verá usted, señor," dijo el agricultor. - "El viento lleva el polen del maíz maduro, de un sembrío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada degradaría constantemente la calidad del mío. Si voy a sembrar buen maíz debo ayudar a que mi vecino también lo haga". Lo mismo es con otras situaciones de nuestra vida. Quienes quieran lograr el éxito, deben ayudar a que sus vecinos también tengan éxito. Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Y quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad, porque el bienestar de cada uno se halla unido al bienestar de todos.
3. El Señor, después de un tiempo de predicación por las aldeas y ciudades de Galilea, vuelve a Nazaret, donde se había criado. Todos han oído maravillas del hijo de María y esperaban ver cosas extraordinarias. Sin embargo no tienen fe, y como Jesús no encontró buenas disposiciones en la tierra donde se había criado, no hizo allí ningún milagro. Aquellas gentes sólo vieron en Él al hijo de José, el que les hacía mesas y les arreglaba las puertas. No supieron ver más allá. No descubrieron al Mesías que les visitaba. Nosotros, para contemplar al Señor, también debemos purificar nuestra alma. La Cuaresma es buena ocasión para intensificar nuestro amor con obras de penitencia que disponen el alma a recibir las luces de Dios. "Ningún profeta es bien recibido en su patria". Me imagino esta escena lo más concretamente posible: Jesús está en su pueblo, todo el mundo le conoce o cree conocerle; por su parte da los "buenos días" a cada uno y pregunta por sus familias. Todo se sitúa al más simple nivel de la vida humana familiar: es el carpintero del país, el que ha ido creciendo entre los otros adolescentes del pueblo, es aquel de quien se conocen todos los ascendientes, sus primos, sus primas.
La gente pide cosas extraordinarias… Así sucede también en nuestras vidas. No siempre sabemos ir más allá de las apariencias que nos esconden el misterio. Miro detenidamente mi vida desde este ángulo, para descubrir lo que se esconde detrás de mis relaciones humanas tan sencillas aparentemente” (Noel Quesson).
Jesús achaca a la gente de Nazaret que no ha sabido captar los signos de los tiempos. La viuda y el general, ambos paganos, favorecidos por los milagros de Elías y de Eliseo, sí supieron reconocer la actuación de Dios. No les gustó nada a sus oyentes lo que les dijo Jesús: lo empujaron fuera del pueblo con la intención de despeñarlo por el barranco. La primera predicación en su pueblo, que había empezado con admiración y aplausos, acaba casi en tragedia. Ya se vislumbra el final del camino: la muerte en la cruz (J. Aldazábal). «Señor, purifica y protege a tu Iglesia con misericordia continua» (oración). «Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen» (salmo), y queremos también vivir este deseo: «Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón» (aclamación).
A Jesús lo expulsaron fuera de la ciudad…, proféticamente anuncian ya cómo lo sacarán fuera de Jerusalén y lo crucificarán… Pero Jesús, abriéndose paso entre ellos, emprendió el camino: para mí es una imagen también de cómo pasará por entre los barrancos tenebrosos de la muerte y resucitará, pues su camino es hacia la gloria.
“Jesús, estás hablando en la sinagoga de Nazaret a los habitantes de tu pueblo. Allí están tus compañeros de infancia, tus amigos y amigas. Y sus padres, aquéllos que habían ido tantas veces a San José para pedirle un favor, para que les arreglara algo. Todos te miraban como un chico ejemplar, como un compañero estupendo. Pero… ¡un profeta!: esto ya es demasiado.
No te reconocen, Jesús. Tu infancia y juventud habían sido tan normales que ahora no pueden aceptar tu divinidad y necesitan milagros como prueba de que eres el Mesías. Ningún profeta es bien recibido en su patria. ¿Cuántas veces había pasado ya en el Antiguo Testamento, y cuántas veces ha pasado también en la historia de la Iglesia!: verdaderos santos queridos en todo el mundo pero criticados en su propia patria. Y es que un santo no tiene por qué ser espectacular hacia fuera, aunque muchas veces se note realmente su unión con Dios por el amor que tiene a los demás; basta con que sea espectacular hacia dentro: en su amor, en su entrega, en su humildad, en su sacrificio escondido y discreto.
Jesús, Tú no quieres hacer la exhibición, el “milagrito” que te pedían. Prefieres la naturalidad: santificar la vida corriente, las relaciones de amistad, el trabajo ordinario. Que aprenda a seguir el ejemplo de tu vida ordinaria en Nazaret: trabajando, sirviendo, siendo amable con todos, buscando hacer la voluntad de tu Padre Dios en cada momento, en vez de buscar el aplauso humano” (Pablo Cardona).
Esta apertura hacia la gracia supone ser dócil a las cosas pequeñas que el Señor nos pide, a esa conversión, y si yo cambio se harán realidad las grandes cosas, como señalan aquellas frases que corren por internet: “Si yo cambiara mi manera de pensar hacia otros, me sentiría seren@. / Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás, los haría felices. / Si yo aceptara a todos como son, sufriría menos. / Si yo me aceptara tal como soy, quitándome mis defectos, cuánto mejoraría mi familia, mi ambiente. / Si yo comprendiera plenamente mis errores, sería humilde. / Si yo encontrara lo positivo en todos, la vida sería digna de ser vivida. / Si yo amara al mundo, a mi país....lo cambiaría. / Si yo me diera cuenta de que al lastimar, el primer lastimad@ soy yo! / Si yo criticara menos y amara más.... / Si yo cambiara... cambiaría el mundo”.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 27 de mayo de 2010

Miércoles de la 8ª semana, año 2. “Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto”. Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado

Primera carta del apóstol san Pedro 1,18-25. Queridos hermanos: Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza. Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y duradera, porque «toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre.» Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.

Comentario: 1.- 2.- 1P 1,18-25. a) Pedro recuerda a los recién bautizados la suerte que han tenido, porque ahora creen en Cristo Jesús, han sido rescatados de su antigua vida y han vuelto a nacer de Dios.
Ser rescatados significa que alguien ha pagado el precio, la fianza por su liberación. Ese alguien ha sido Cristo, que no ha pagado con una cantidad de dinero, sino con su propia sangre.
Con eso ha cambiado la situación de estos neófitos: ahora ponen su fe y su esperanza en Dios, que ha resucitado a Cristo de la muerte. Han vuelto a nacer, no de un padre mortal, sino de Dios mismo, de su Palabra viva y duradera, el evangelio.
Pedro quiere que los cristianos saquen de esta convicción una consecuencia concreta: «Amaos unos a otros de corazón». Si todos hemos nacido del mismo Dios, todos somos hermanos.
b) Una perspectiva tan optimista debería motivar nuestra vida cristiana. De nosotros se tendría que poder decir que «habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza».
Tenemos motivos abundantes para esta confianza. Hemos vuelto a nacer, esta vez del amor de Dios mismo, no del amor de unos padres mortales. Hemos sido rescatados por la sangre de Cristo: debemos valer mucho, cada uno de nosotros, a los ojos de Dios, porque ha pagado un precio muy alto por nosotros.
Una primera consecuencia es que nuestra vida queda cambiada radicalmente. Esa Palabra viva de Dios que escuchamos y acogemos, nos quiere regenerar día tras día, infundiéndonos su fuerza transformadora. Otras palabras y doctrinas que nos pueden gustar son caducas, «como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae, pero la Palabra del Señor permanece para siempre». La Palabra de Dios es firme: si construimos sobre ella edificamos para siempre.
Hay otra consecuencia que se deriva de la anterior: los mismos dones que yo, los han recibido también los demás. Debo considerarlos hermanos míos, hijos del mismo Dios. La invitación de Pedro va para nosotros, cada uno en su ambiente: «habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente».
¿Cuántas veces nos enseña Dios, a través de las lecturas bíblicas, esta doble dirección de nuestra vida cristiana: la unión gozosa con él y la caridad sincera con el prójimo?
San Pedro continúa su catequesis del "bautismo". Esta Epístola es una de las mejores preparaciones al bautismo para los padres que esperan a un niño y lo confían ya en su oración al Señor. Es también una de las mejores meditaciones para avivar en nosotros la gracia de nuestro bautismo.
-Hermanos, conducíos con respeto y temor de Dios, mientras estáis aquí de paso. Hay dificultades en toda traducción. En la lengua bíblica, la lengua materna de Pedro el término "temor" no tiene el matiz teñido de miedo que posee en nuestras lenguas. Sería mejor traducir por «conducíos en el respeto amoroso de Dios»: es el sentimiento que experimentamos hacia nuestros padres... es el «temor» que los hijos tienen a sus padres cuando se sienten profundamente amados. Así lo que Pedro propone a los bautizados, es "vivir delante de Dios y con Dios" como los hijos en una familia. Ocasión de revisar nuestras actitudes como padres y madres. Ocasión de preguntarnos si adoptamos ante Dios esa misma actitud que pedimos a nuestros hijos. Estar bautizado es en el fondo "estar dispuesto a obedecer a Dios" a "hacer su voluntad por amor", a "adoptar su Proyecto sobre el mundo" a "ser un verdadero hijo para con Dios"... Esto no es tan sólo un privilegio, ¡es una responsabilidad! El bautismo es un "compromiso"", como decimos hoy. Convendría que fuéramos siendo capaces de decir a nuestros amigos no creyentes, en un lenguaje comprensible para ellos, lo que significa el bautismo para nosotros: Vivir adoptando el proyecto de Dios.
-Habéis santificado vuestras almas obedeciendo a la verdad, para amaros sinceramente como hermanos. En la misma frase: la santidad, la perfección, la obediencia a la verdad, la sumisión al plan de Dios, el amor fraterno... Tal es el contenido, para san Pedro, de esta «vida nueva» en la que el bautismo nos compromete: lo que Dios espera de nosotros es la perfección del amor. Haciendo esto, «obedecemos a la verdad». Es lo mismo que decir que realizamos aquello para lo cual hemos sido creados, aquello a lo que Dios nos ha destinado. ¡Estar bautizado es «corresponder» a Dios! ¡establecer una «correspondencia» entre nosotros y Dios!
-Amaos intensamente unos a otros con corazón puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible: la Palabra de Dios viva y permanente. Dios es amor. Corresponder a Dios es amar. Nuestro primer nacimiento humano fue ya el fruto de un amor, el de nuestros padres. Nuestro nuevo nacimiento -«engendrados de nuevo»- viene del «germen» mismo de Dios-Amor... un germen incorruptible, vivo y permanente. Ser bautizado es dejar que la Palabra de Dios quede «sembrada» en nosotros! ¡Concédenos, Señor, vivir de tu Palabra! ¡Que tu Palabra fecunde nuestra vida! Que nuestra vida llegue a ser «Amor», bajo la influencia de tu gracia.
-Toda criatura es como hierba... Como flor del campo... La hierba se seca y la flor se marchita. Pero la Palabra de Dios permanece eternamente. Admirable imagen bautismal. ¡Una flor perdurable! El hombre por naturaleza es efímero y frágil: ¡Dios lo eterniza! (Noel Quesson).


Salmo 147,12-15.19-20. R. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.
Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.

Evangelio según san Marcos 10,32-45. En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: -«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará.» Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: -«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.» Les preguntó: -«¿Qué queréis que haga por vosotros?» Contestaron: -«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. » Jesús replicó: -«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» Contestaron: -«Lo somos.» Jesús les dijo: -«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo; está ya reservado. » Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: -«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
3.- Mc 10,32-45. a) En el camino hacia Jerusalén -lo cual no es un dato geográfico, sino un símbolo teológico de su marcha hacia la pasión y la muerte- sitúa Marcos varias escenas programáticas. Jesús «sube» a la pasión, muerte y resurrección, y el evangelista quiere dejar bien claro que los discípulos han de seguir el mismo camino. Jesús va decidido y se adelanta un poco a los demás. Marcos dice que «los discípulos se extrañaban y los que seguían iban asustados».
Jesús les anuncia por tercera vez su muerte. Marcos subraya cada vez que los discípulos no querían entender nada. La primera vez fue Pedro el que tomó aparte a Jesús y le echó en cara que hablara de muerte y fracaso. La segunda vez que Jesús anunció su muerte, los discípulos se pusieron a discutir sobre los primeros puestos. En esta tercera, de nuevo Marcos subraya la cerrazón de los apóstoles: nos cuenta la escena de Santiago y Juan, ambiciosos, en búsqueda de grandeza y poder, pidiendo los primeros puestos en el Reino.
Como respuesta Jesús les anuncia la muerte que deberán asumir esos dos discípulos que ahora piden honores: lo hace con las comparaciones de la copa y el bautismo. Beber la copa es sinónimo de asumir la amargura, el juicio de Dios, la renuncia y el sacrificio. Pasar por el bautismo también apunta a lo mismo: sumergirse en el juicio de Dios, como el mundo en el diluvio, dejarse purificar y dar comienzo a una nueva existencia. La pasión de Cristo -la copa amarga y el bautismo en la muerte- les espera también a sus discípulos. Santiago será precisamente el primero en sufrir el martirio por Cristo.
Los otros diez se llenan de indignación, no porque creyeran que la petición hubiera sido inconveniente, sino porque todos pensaban lo mismo y esos dos se les habían adelantado. Jesús aprovecha para dar a todos una lección sobre la autoridad y el servicio. Se pone a sí mismo como el modelo: «El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos».
b) Por si también nosotros ambicionamos, más o menos conscientemente, puestos de honor o intereses personales en nuestro seguimiento a Jesús, nos viene bien su lección.
La autoridad no la tenemos que entender como la de «los que son reconocidos como jefes de los pueblos», porque esos, según la dura descripción de Jesús «los tiranizan y los oprimen». Para nosotros, «nada de eso». Los cristianos tenemos que entender toda autoridad como servicio y entrega por los demás: «el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». Cuando nos examinamos sinceramente sobre este punto, a veces descubrimos que tendemos a dominar y no a servir, que en el pequeño o grande territorio de nuestra autoridad nos comportamos como los que tiranizan y oprimen. Tendríamos que imitar a Jesús, que estaba en medio de los suyos como quien sirve.
Pero además, y yendo a la raíz de la lección, debemos preguntarnos si aceptamos el evangelio de Jesús con todo incluido, también con la cruz y la «subida» a Jerusalén, sólo en sus aspectos más fáciles. El mundo de hoy nos invita a rehuir el dolor y el sufrimiento.
Lo que cuenta es el placer inmediato. Pero un cristiano se entiende que tiene que asumir a Cristo con todas las consecuencias: «que cargue cada día con su cruz y me siga». Ser cristiano es seguir el camino de Cristo e ir teniendo los mismos sentimientos de Cristo. El va hacia Jerusalén. Nosotros no hemos de rehuir esa dirección.
Igual que el amor o la amistad verdadera, también el seguimiento de Cristo exige muchas veces renuncia, esfuerzo, sacrificio. Como tiene que sacrificarse el estudiante para aprobar, el atleta para ganar, el labrador para cosechar, los padres para sacar la familia adelante.
Depende del ideal que se tenga. Para un cristiano el ideal es colaborar con Cristo en la salvación del mundo. Por eso, en la vida de comunidad muchas veces debemos estar dispuestos al trabajo y a la renuncia por los demás, sin pasar factura. La filosofía de la cruz no se basa en la cruz misma, con una actitud masoquista, sino en la construcción de un mundo nuevo, que supone la cruz. Lo que parece una paradoja -buscar los últimos lugares, ser el esclavo de todos- sólo tiene sentido desde esta perspectiva y este ejemplo de Jesús (J. Aldazábal).
-Iban subiendo hacia Jerusalén; Jesús caminaba delante, y ellos iban sobrecogidos y le seguían medrosos. Escena concreta. Contemplar. Según Marcos, en la construcción de su relato, es la primera vez que el grupo se dirige hacia Jerusalén. Hasta aquí todo tuvo lugar en Galilea o en territorio pagano y he aquí que ahora suben hacia la capital. Jesús va delante.
-Tomando de nuevo a los doce, comenzó a declararles lo que había de sucederle. Y detrás, ¡todos tienen miedo! Gesto afectuoso de Jesús. Les agrupa "junto a El", para hacerles de nuevo "la confidencia... "el tercer anuncio de su Pasión y de su Resurrección".
-"Subimos a Jerusalén: y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, se burlarán de El y le escupirán, y le azotarán y le darán muerte... Pero a los tres días resucitará. Ya hemos señalado que de un anuncio a otro, los detalles son cada vez más precisos. ¡Jesús sabe lo que le espera! Su muerte no es un accidente fortuito en su vida... ¡El sube hacia allá! No es tampoco una fatalidad inevitable... ¡Allá se dirige voluntariamente! Y no es algo banal, desesperante... ¡es un paso hacia la vida! La finalidad es la resurrección... ¡es la gloria! ¿Qué significa esto para mi? ¿Qué plegaria me sugiere?
-Santiago y Juan se acercaron a Jesús... "Concédenos sentarnos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria." Jesús les respondió: "No sabéis lo que pedís." Esta es todavía la postura de los apóstoles: buscan los primeros sitios, buscan "subir", comparten todavía los sueños mesiánicos de su pueblo. El Mesías es aún para ellos -¿y para nosotros hoy?- el triunfador victorioso que arreglará todas las cosas por su poder, con un "soplo de sus labios".
-"¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que Yo he de ser bautizado?" Jesús trata de hacerles comprender cuál es el camino para acceder a la gloria, el suyo. Dos símbolos:
-el cáliz, imagen de algo "difícil de tragar"...
-el bautismo, imagen de la inmersión con su riesgo...
¿Podéis ser sepultados conmigo bajo las aguas, es decir, participar en mi muerte?
-Los diez oyeron esto y se indignaron contra Santiago y Juan. Se indignan porque todos tienen la misma "ambición".
-"Ya sabéis cómo los que en las naciones son príncipes las dominan con imperio y los grandes ejercen poder sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; antes, si alguno quiere ser grande, sea vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos... Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida para redención de muchos." Para Jesús, el camino de la cruz no es ante todo "sufrir" sino "servir". Y es la regla constitutiva de la comunidad de los discípulos: cada uno debe ser servidor, siervo de todos. ¿Por qué? Para hacer como hizo Jesús. Sería una verdadera revolución, muy positiva, si todos nos esforzáramos en "servir" (Noel Quesson).
Camino de Jerusalén, ya cerca de la ciudad. Jesús «va delante»: firme, consciente de su destino. Anuncia por tercera vez la pasión. Tres veces quiere decir insistentemente. Los evangelistas presentan tan explícitas las predicciones, para resaltar que Jesús sabía adónde iba, y lo hacía con generosa libertad.
Como en las anteriores, también en esta última predicción podemos distinguir tres pasos: el anuncio, la incomprensión, el adoctrinamiento.
Anuncio. Es va casi un esquema o programa de los hechos. Subraya las humillaciones. El evangelista escribe para una Iglesia perseguida, que vive en clima de humillación social su propia "pasión".
Incomprensión. Dos de los más destacados en el grupo apostólico manifiestan claramente su ambición de gloria y privilegio. En contraste con la humillación del Hijo del hombre, la iniciativa de los dos hermanos resulta disonante, casi ridícula. Jesús «interpreta» y supera su deseo: tendrán ciertamente aquello que han pedido (la más íntima asociación de destino con el Maestro); pero a un nivel superior (el martirio), no como lo esperaban (la gloria en este mundo)...
Adoctrinamiento. Dirigido a todos los discípulos. Es decir, a todos los cristianos. Sobre todo a los que tendrán alguna especial responsabilidad en la Iglesia. No imitar a los gobernantes del paganismo, que gobiernan esclavizando. Fácil tentación de los dirigentes (cf. 1 Pe 5,2-3). Imitar, en cambio, al Hijo del hombre, el Rey universal y glorioso según Daniel (c. 7) que se ha hecho el servidor, no sólo de Yahvé (perspectiva de los "cánticos" en el Déutero-Isaías), sino también de los hombres (Flp 2,7-8).
Novedad cristiana de la autoridad-servicio. Servicio que se ha realizado en el acto supremo de dar la vida. Servicio-amor (= Jn 15,13). Único lugar del evangelio en que encontramos la palabra «rescate» (lytron), en el sentido teológico de redención. La gente sencilla de aquel tiempo relacionaría la palabra con la liberación de los esclavos o prisioneros de guerra. Los acostumbrados a leer la Biblia pensarían en la liberación de Israel al salir de Egipto. La noción cristiana de "rescate" o redención se amplía, identificándose con la liberación total -de todo pecado esclavitud y servilismo- a partir de la profunda interioridad personal de cada existencia humana. Sólo es libre quien sirve a Dios y a los hermanos, como Cristo, por amor (I. Goma).
Nos encontramos con el tercer anuncio de la pasión (Mc. 10, 32-35). Lo que antes se había anunciado en forma incompleta, ahora se hace realidad al final del camino, es decir, en Jerusalén, el lugar del cumplimiento de las promesas mesiánicas. El tercer anuncio de la pasión se convierte en marco de referencia para entender el relato posterior centrado en las ambiciones de poder de los Zebedeos.
El relato pone dos situaciones en contraste: A Jesús, que marcha a la cabeza, abriendo camino, tomando la iniciativa; y la admiración y miedo de los que lo seguían. El contraste es evidente: para Jesús se ha cumplido el tiempo, ha llegado el momento de enfrentar el poder político, económico y religioso que representa la ciudad de Jerusalén y sus instituciones: "Miren que subimos a Jerusalén, y el hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles". Por otro lado, para sus discípulos, la entrega y el sacrificio de la propia vida no es totalmente clara, sin embargo en este camino donde se anuncia la pasión y la muerte, Jesús se encarga de aclarar con sus palabras el sentido de todo lo que va a suceder.
Marcos nos presenta a Jesús subiendo a Jerusalén, lugar donde se manifestará plenamente el poder de Dios como signo del mayor antipoder. En este trasfondo debemos situar la petición de "Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo" que pretenden tergiversar el contenido del mensaje del Reino, queriéndose sentar a la derecha y a la izquierda, convirtiéndose así en signo de antagonismo mesiánico ya que Jesús plantea la entrega de la propia vida, y ellos pretenden el poder de los primeros puestos. A su vez, la actitud de los Zebedeos es motivo de división y ruptura en la unidad del grupo. Por un lado están los dos hermanos Zebedeos y por otro los diez restantes discípulos, apareciendo como dos grupos enfrentados entre sí. Los llamados y elegidos a ser signo de unidad como experiencia de verdadera vida común, prefieren la confrontación y la lucha por la ambición del poder temporal.
Ante la lucha por el poder en los discípulos, Jesús responde de dos maneras. A los Zebedeos los confronta con la capacidad de entrega de la propia vida y del sacrificio, lo cual se convierte en la clave para entender el discipulado. Los Zebedeos han pedido un trono de poder y Jesús les ofrece beber el cáliz y ser bautizados, haciendo que ellos puedan mantenerse fieles a la causa y a la entrega hasta la muerte. A los demás discípulos los confronta con la realidad de tiranía y opresión que generan los jefes de las naciones con su poder, y establece, como única medida de pertenencia al grupo, el servicio y la entrega. Jesús con sus respuestas pone una vez más la entrega de la propia vida como base de todo seguimiento (servicio bíblico latinoamericano).