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sábado, 19 de enero de 2013
domingo, 13 de noviembre de 2011
Lunes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. La desgracia de la incredulidad se abatió sobre Israel, pero gracias a unos pocos se salvó la fe del puebl
Lunes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. La desgracia de la incredulidad se abatió sobre Israel, pero gracias a unos pocos se salvó la fe del pueblo… como hoy. Un ciego pide a Jesús ver, y también nosotros le hemos de invocar para tener más fe.
Primer libro de los Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64. En aquellos días, brotó un vástago perverso: Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco. Habla estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida. Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos: -« ¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias! » Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal. El rey Antíoco decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su imperio, obligando a cada uno a abandonar su legislación particular. Todas las naciones acataron la orden del rey, e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el Sábado. El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey mandó poner sobre el altar un ara sacrílega, y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno; quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; los libros de la Ley que encontraban, los rasgaban y echaban al fuego, al que le encontraban en casa un libro de la alianza y al que vivía de acuerdo con la Ley, lo ajusticiaban, según el decreto real. Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se abatió sobre Israel.
Salmo 118,53.61.134.150.155.158. R. Dame vida, Señor, para que observe tus decretos.
Sentí indignación ante los malvados, que abandonan tu voluntad.
Los lazos de los malvados me envuelven, pero no olvido tu voluntad.
Líbrame de la opresión de los hombres, y guardaré tus decretos.
Ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad.
La justicia está lejos de los malvados que no buscan tus leyes.
Viendo a los renegados, sentía asco, porque no guardan tus mandatos.
Evangelio según san Lucas 18, 35-43. En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un cie-go sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explica-ron: -«Pasa Jesús Nazareno.» Entonces gritó: -«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: -«¡Hijo de David, ten compasión de mi!» Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: -«¿Qué quieres que haga por ti?» Él dijo: -«Señor, que vea otra vez.» Jesús le contestó: -«Recobra la vista, tu fe te ha curado.» En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
Comentario: 1.- 1M 1,11-16.43-45.57-60.65-67. Durante esta semana, la penúltima del Año Litúrgico, leemos una selección de los dos libros de los Macabeos. En el siglo II antes de Cristo, en concreto a partir del año 175, hubo en Israel un gran conflicto político, cultural y religioso. Con los reyes sirios seléucidas, que dominaron el territorio en aquella época, y sobre todo con Antíoco IV Epífanes, se desató una fuerte persecución religiosa. No sólo prohibió el culto judío, sino que profanó el Templo y el altar, y obligó a aceptar las costumbres helénicas. A bastantes judíos les agradó el cambio, por el prurito de imitar a las naciones vecinas y de adoptar un estilo de vida que les parecía más moderno, y apostataron de su fe. Mientras que otros, capitaneados por los hermanos Macabeos, se mantuvieron fieles a la Alianza y, después de una hostilidad de guerrillas y hasta de guerra en toda forma, lograron humillar a Antíoco, devolver la libertad al pueblo y restaurar el culto verdadero en el Templo de Jerusalén. Los dos libros de los Macabeos no son dos relatos sucesivos, sino paralelos, y por eso los leemos un poco mezclados. La lectura de hoy nos narra la diversa reacción de los israelitas ante la orden de adoptar la religión oficial pagana. Fue un tiempo difícil: "una cólera terrible se abatió sobre Israel".
La tentación secularizante sigue existiendo: también los cristianos de ahora podemos dejarnos encandilar por la idea de "hacer un pacto con las naciones vecinas", lo cual políticamente es recomendable. Pero si se refiere como aquí, a adoptar las costumbres paganas, en contra del estilo que Yahvé exigía a su pueblo y del que Cristo nos ha enseñado a nosotros, nos lleva a la pérdida de nuestra identidad y de nuestros mejores valores. El pecado de los judíos apóstatas no fue la aceptación o no de la cultura helénica, sino que "se acomodaron a las costumbres de los gentiles, apostataron de la alianza santa, se juntaron a los paganos y se vendieron para hacer el mal" y "ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado". Podemos ser modernos, y asumir todos los progresos de la ciencia y de la cultura. Pero lo que no tenemos que perder es nuestra fe y nuestro estilo cristiano de vida. Ahí está nuestro testimonio: ser fuertes, luchar contra corriente. Los judíos fieles lo fueron con todas las consecuencias: "prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa, y murieron". En sus labios pone el salmo la queja: "sentí indignación ante los malvados que abandonan tu voluntad; los lazos de los malvados me envuelven, pero no olvido tu voluntad... ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad". Los alimentos o la circuncisión o el sábado, no son lo importante: lo importante es la alianza de la que eran signos esos elementos externos. Y es la alianza -para nosotros la Nueva Alianza en Cristo- la que hay saber conservar a pesar de las instancias contrarias de este mundo (J. Aldazábal).
Los 3 pilares judíos fueron atacados: el templo, la circuncisión, el sábado. Y los libros de la ley de Moisés. Podía desaparecer el judaísmo, pero no fue así, se mantuvo la identidad, es la enseñanza de los dos libros. San Agustín es consciente de que no han sido transmitidos estos libros con la misma importancia que otros, “pero no han sido recibidos por la Iglesia inútilmente, si se leen o se escuchan con serenidad, en especial lo referente a los mismos Macabeos que, por la ley de Dios, como verdaderos mártires padecieron cosas tan indignas y horrendas”.
Este libro relata la «resistencia». Después de doscientos años de ocupación persa, Palestina está ahora ocupada por el Imperio Macedonio -norte de Grecia-. A la muerte de Alejandro Magno que conquistó por las armas su inmenso Imperio, los judíos son sometidos al Reino griego de Egipto. En 198 pasan a depender de la autoridad de los griegos de Siria. Bajo esa dinastía Antíoco IV Epifanes (175-163) quiere imponer a todos sus súbditos la cultura griega, que le parece ser la única verdaderamente humana. Algunos judíos se dejan seducir y asimilar... Otros bajo la dirección de la Familia de los Macabeos se sublevan. Será ésta época de «mártires», de ahí que este libro se denomine también Libro de los Mártires. Señor, cuán importante es para nosotros, hombres del siglo XXI, saber que la Fe ha sido siempre vivida inmersa en la Historia, en medio de los acontecimientos, en el centro de situaciones políticas y culturales. ¿Cuál es el contexto de mi Fe, HOY? ¿Cuáles son las grandes corrientes de pensamiento que nos marcan, incluso sin que nosotros lo sepamos? Ayúdanos, Señor, a mirar cara a cara a nuestro "tiempo".
-Entre los nobles que se repartieron la sucesión de Alejandro, surgió un renuevo pecador, Antíoco Epifanes, hijo de Antíoco el Grande... El creyente reacciona según esta primera fórmula. La historia profana no es solamente profana, se juega en ella un misterio de "gracia y de pecado". En mi "empresa"... en mi "periódico"... en los "acontecimientos" de todas clases... ¿sabré leer e interpretar los "signos de Dios"?
-En aquellos días surgieron de Israel unos hijos rebeldes, que sedujeron a muchos diciendo: "concertemos alianza con los pueblos paganos que nos rodean..." Se trata del conocido fenómeno de "colaboración" con el ocupante. En profundidad es la tentación tan corriente de «asimilación y de contaminación» de la Fe con la no-Fe. «No te pido que los retires del mundo, sino que los preserves del maligno», decía Jesús. Es esencial para nuestra Fe que sea encarnada, que esté inmersa en el corazón del mundo pagano: es una "situación de contacto", providencialmente favorable a la "misión". Dios no quiso nunca que su pueblo fuese un pueblo protegido, encerrado en sus fronteras: los creyentes dentro... los paganos fuera... Dios quiso, y esto es un hecho, que los creyentes fuesen «dispersados» -la diáspora de los judíos primero-, sembrados, encarnados, testigos, fermento, en medio de los no-creyentes. ¿Siento nostalgia de una "cristiandad" bien protegida? ¿Acepto la responsabilidad y el riesgo del contacto? ¿Por qué estoy en contacto con tanta gente que no comparte mi Fe? ¿Se debe esto al plan de Dios, o al puro azar?
-Se les permitió adoptar las costumbres paganas: levantaron un gimnasio en Jerusalén, disimularon su circuncisión, sacrificaron a los ídolos, violaron el Sábado, quemaron los libros de la Ley... ¡He aquí la provocación! ¡Hay que elegir! Ya no se puede vivir entre dos aguas, mitad «a lo judío» y mitad «a lo pagano». Es la opción radical. Hay unos gestos exteriores, visibles que descubren la pertenencia o no pertenencia a tal tendencia. Claro está que esos "gestos" exteriores no son lo esencial, lo que cuenta es el corazón. Pero los ritos traducen el corazón y la Fe. ¿Qué sentido doy a los ritos?
-Pero muchos israelitas resistieron... Y prefirieron morir antes que... (Noel Quesson).
Los libros de los Macabeos no suelen presentar dificultades de interpretación. Narran la historia de un breve período de la vida de Israel (del 175 al 135 a. C.) que, por otra parte, todos los pueblos han vivido: la resistencia contra el dominio extranjero. La única diferencia está en que nuestros libros insisten mucho en el carácter religioso de la lucha y en el auxilio que Israel recibe de Dios. El título que se les ha dado proviene de Judas, tercer hijo de Matatías (1 Mac 2,4), y parece significar "designado por Dios" y no "martillo", como se ha dicho a menudo. El libro primero de los Macabeos empieza haciendo una presentación del imperio de Alejando Magno y de la muerte del rey (323 a. C.), que iba a crear la situación política en que se desarrollan nuestros hechos. Al parecer, Alejandro no dividió el reino durante su vida; pero los generales, una vez proclamados reyes diecisiete años más tarde (306 a. C.), se consideraron sucesores directos de él. El autor hace seguidamente un salto de ciento treinta y un años, y nos sitúa en septiembre del año 175, fecha en que Antíoco sucede a su hermano Seleuco; unos años más tarde toma el nombre de Epífanes (dios manifiesto), que sus súbditos cambian pronto en epimanes (loco). El poder central favorecía la cultura helenística para fomentar la unidad religiosa y social del reino. Muchos judíos contemplaban con simpatía la helenización de Palestina y la consideraban como un signo de cultura y modernización. Entre ellos destacaba Jasón, que había comprado el gran sacerdocio (2 Mac 4,7-20). Pero el helenismo encerraba graves dificultades para los judíos, entre otras la construcción de gimnasios, donde jugaban desnudos, con el correspondiente escándalo para la moral tradicional. Más aún: como los griegos despreciaban la circuncisión, los judíos la disimulaban con una operación quirúrgica, lo cual equivalía a la apostasía. Antíoco atacó a su sobrino Tolomeo VI de Egipto, que acababa de cumplir catorce años. Durante este tiempo corrió la voz de que había muerto, y Jasón, cabeza del partido pro-egipcio, se apoderó de la ciudad. Al regresar victorioso, Antíoco expolió el templo. Nosotros estamos viviendo un fenómeno parecido al que provocó el helenismo entre los judíos: en nombre de una nueva cultura, nos invaden ideas y maneras de vivir ajenas a la mentalidad cristiana. Y, como los judíos, podemos aceptarlas indiscriminadamente o rechazarlas en bloque, en lugar de hacer una selección y, sobre todo, una cristianización.
Para someter al pueblo judío, que, pese a las simpatías que el helenismo había suscitado en algunos, se oponía al intento dominador de Antioco, éste edificó una fortaleza en el interior de la ciudad para tener una especie de quinta columna. Y consiguió su propósito, al menos en parte: muchos se vieron obligados a abandonar la ciudad y el templo. Para llevar a cabo su propósito de erradicar el separatismo judío, el rey comenzó por revocar el decreto de su padre, que concedía a Judá regirse por sus leyes y costumbres. La disposición, aunque era universal, tenia consecuencias más graves para el yahvismo debido a sus especiales características: la supresión de todo culto en el único templo de Jerusalén, la abolición del sábado y demás fiestas, la construcción de lugares de culto idolátrico, el uso de animales impuros en los sacrificios, la prohibición de la circuncisión, signo de la alianza, etc. Para las naciones paganas significaba sólo añadir un nuevo culto a los muchos que ya practicaban.
El 7 de diciembre del año 167 a. C. llegó al máximo la profanación del templo: instaló un altar idolátrico encima del altar de los holocaustos. En otras partes se da como fecha de este acontecimiento el 25 del mismo mes; es posible que se trate de un error de la tradición manuscrita o bien un día es el de la colocación del altar y otro el de su inauguración con motivo de una fiesta, probablemente el natalicio del rey (v 62). Toda Palestina se paganizó; en las plazas de las ciudades se construyeron altares, y se ofrecía incienso a las divinidades colocadas en las puertas de las casas.
Todo se hacia en nombre de la unidad del reino. No era la primera vez -y, por desgracia, tampoco sería la última- que se cometía un feroz absolutismo en nombre de la unidad. Como si la unidad fuera uniformismo. O como si la unidad justificara egoísmo en cualquier nivel: social, eclesial, familiar... Es la excusa de la unidad que tantas veces se ha utilizado para ahogar la libertad humana (J. Aragonés Llebaria).
El hombre de fe vive en el mundo sin ser del mundo. Da testimonio de su fe en los diversos ambientes en que se desarrolla su existencia. Vive como todos, pero diferente a todos. Colabora con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de un mundo más humano, más justo y más fraterno. Lo que le cuesta al hombre de fe es no disimular que ha depositado toda su confianza en Dios. No puede vivir con hipocresía, manifestándose como hombre de fe y piadoso en el templo, y después vivir en sus asuntos temporales como si no conociera a Dios, viviendo tras las injusticias y llevando una vida escandalosa, disociando así su fe de su vida ordinaria. Hemos de vivir en su totalidad nuestro compromiso con el Señor, aceptando todas las consecuencias que nos vengan por haber creído en Él. Hemos de vivir en el mundo sin ser del mundo; es decir: sin dejarnos envolver por actitudes contrarias a la fe, al amor a Dios y al amor fraterno. Con nuestro ejemplo, con nuestras palabras, con nuestras obras, con nuestra vida misma hemos de procurar que la Buena Nueva se vaya encarnando en todos los ambientes y culturas, de tal forma que la humanidad retome el rumbo del Reino del amor que Jesucristo inició entre nosotros. No dejemos que la maldad levante su trono en nuestros corazones. Esforcémonos denodadamente, guiados por el Espíritu Santo que habita en nosotros, para que el Reino de Dios llegue a nosotros y no nos convirtamos en hombres malvados que destruyen la vida y los auténticos valores en los demás.
2. Sal. 118. Vivimos inmersos en un mundo que trata de avanzar constantemente hacia su plena realización, gracias al esfuerzo constante de muchos que tienen una visión de un futuro mejor para toda la humanidad. Pero no podemos negar, por otra parte, la presencia del mal en muchos que, aprovechando los avances de la ciencia tratan de dañar las conciencias de las personas. Quienes creemos en Cristo no podemos caer en las redes del Maligno, pues no hemos sido llamados a unirnos con Cristo para convertirnos en signo de muerte sino de vida. Por eso, no pudiendo cerrar los ojos ante una realidad que se ha deteriorado en muchos aspectos y que amenaza con echar a perder los buenos propósitos de los hombres de buena voluntad, quienes vivimos en comunión con el Señor no podemos olvidar su Plan de Salvación, sino que hemos de trabajar, guiados por el Espíritu de Dios, para que no sólo no desaparezcan, sino que se incrementen entre nosotros la Verdad, el Amor y la Paz, que proceden de Dios, a cuya imagen y semejanza hemos sido creados.
Comienza el salmo de hoy con consuelo y esperanza. Lo que más siente él con respecto a sus enemigos, y lo que le enfurece (v. 53) hasta hacerle derramar ríos de lágrimas (v 136) es el desacato con que estos impíos tratan la Ley de Dios. ¡Ojalá sintiésemos nosotros la misma santa indignación al ver hollada de tantos modos la santa Ley de Dios! Pero no es difícil indignarse cuando son otros los que la huellan ¿nos indignamos también contra nosotros mismos cuando pecamos?
La decisión de ser fiel es lo siguiente. De alguna manera, había caído atrapado en las redes de los malvados (v. 61), “pero no olvido tu voluntad”: no se ha olvidado de la Ley de Yahweh (v. 61)…
Como en otras secciones, el salmista, además de luz, pide protección. En el versículo 134, habla de la «opresión» de los hombres, que podría resultarle un obstáculo para la observancia de los mandamientos de Dios: Ya que Dios le ha puesto en la senda recta con su palabra, pide que le siga guiando, con su palabra y con su gracia, por esa misma senda. De esa manera, ninguna iniquidad (hebreo, aven), es decir, ninguna infracción de la ley, se enseñoreará de él, prevalecerá sobre él con los halagos de la tentación.
En medio de este clamor de la oración, se advierte la nota de esperanza: «Cercano estás tú, Yahweh, para salvarme, como mis enemigos están cercanos (v. 150) para atacarme, pero no tengo miedo, porque ellos están alejados de tu ley (v. 150b), mientras que yo amo tu ley (v. 140, entre otros). Comenta Cohén: «Tras larga reflexión sobre los testimonios de Dios, se ha convencido de que son eternamente válidos y por eso confía en ellos cuando se halla en peligro.»
El salmista fija su mirada en su propia aflicción, tómame por cliente y defiende mi caso contra los que me persiguen (comp. con 35:1; 43:1), ellos no pueden esperar la salvación, porque están tan lejos de la salvación (v. 155), como de tu ley» (v. 150b). Nuestra obediencia es agradable a Dios únicamente cuando procede del amor; no se ama por obediencia, sino que se obedece por amor. Ese amor, esa búsqueda (v. 155).
3. Lc 18,35-43 (ver paralelo domingo 30B). La curación del ciego está contada por Lucas con detalles muy expresivos. Alguien explica al ciego que el que está pasando es Jesús. Él grita una y otra vez su oración: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". La gente se enfada por esos gritos, pero Jesús "se paró y mandó que se lo trajeran". La gente no le quiere ayudar, pero Jesús sí. El diálogo es breve: "Señor, que vea otra vez", "recobra tu vista, tu fe te ha curado". Y el buen hombre le sigue lleno de alegría, glorificando a Dios.
Nosotros no podemos devolver la vista corporal a los ciegos. Pero en esta escena podemos vernos reflejados de varias maneras. Ante todo, porque también nosotros recobramos la luz cuando nos acercamos a Jesús. El que le sigue no anda en tinieblas. Y nunca agradeceremos bastante la luz que Dios nos ha regalado en Cristo Jesús. Con su Palabra, que escuchamos tan a menudo, él nos enseña sus caminos e ilumina nuestros ojos para que no tropecemos. ¿O tal vez estamos en un período malo de nuestra vida en que nos sale espontánea la oración: "Señor, que vea otra vez"? También podemos preguntarnos qué hacemos para que otros recobren la vista: ¿somos de los que ayudan a que alguien se entere de que está pasando Jesús?, ¿o más bien de los que no quieren oír los gritos de los que buscan luz y ayuda? Si somos seguidores de Jesús, ¿no tendríamos que imitarle en su actitud de atención a los ciegos que hay al borde del camino? ¿sabemos pararnos y ayudar al que está en búsqueda, al que quiere ver? ¿o sólo nos interesamos por los sanos y los simpáticos y los que no molestan?
Esos "ciegos" que buscan y no encuentran tal vez estén más cerca de lo que pensamos: pueden ser jóvenes desorientados, hijos o hermanos con problemas, amigos que empiezan a ir por malos caminos. ¿Les ayudamos? ¿les llevamos hacia Jesús, que es la Luz del mundo? (J. Aldazábal).
El Evangelio de este día cuenta cómo Jesús, después de anunciar su Pasión y resurrección curó a un ciego dentro del contexto de una subida a Jerusalén. La incredulidad de los apóstoles es un tema frecuente en los anuncios de la Pasión y de la subida a Jerusalén. Jesús padece esta falta de fe de los suyos que "no comprenden" (Mc 8, 31-33; cf. Lc 2, 41-50). Según esto, cabe preguntarse si Lucas no hace seguir el anuncio de la Pasión del relato de la curación del ciego con el fin de procurar una enseñanza sobre la necesidad de la fe. Mateo y Marcos sitúan este episodio más lejos, después de dos incidentes más (Mt 20, 29-34). Mateo ni siquiera hace alusión a la fe y menciona dos ciegos en donde Lucas solo cita uno. La intención de Lucas está tanto más clara en cuanto que une el episodio del ciego al hecho de que los apóstoles no comprenden nada de las palabras de Jesús (v. 34) y es el único en hacer notar esto. El es el único asimismo que menciona la frase "todo lo que ha sido escrito por los profetas" (v. 31). No se podía decir mejor que la ceguera de los apóstoles lleva precisamente a no entender las Escrituras a propósito del Hijo del hombre y de su necesidad de subir a Jerusalén. Poseemos una réplica luminosa de este pasaje en el episodio de los discípulos de Emmaús, en donde Lucas hace notar que después de la explicación de las Escrituras ("¿no era necesario que Cristo padeciese...?") y de la fracción del pan, "sus ojos se abrieron" (Lc 24, 26-31). La doctrina de esta perícopa se concreta de esta manera. Cristo debe subir a Jerusalén para cumplir la ley y los profetas; pero, para comprender este misterio pascual hay que abrir los ojos de la fe para poder entender las Escrituras. Los medios humanos son inadecuados; hay que "dejarse conducir" (v. 40) por otro para descubrir la luz. Las peregrinaciones a Jerusalén ocupan un gran puesto en la vida de Jesús. Si se prescindiera de ellas, no se entendería su ministerio público. Las "subidas" sucesivas de Jesús a Jerusalén son necesarias para entender su obra. Lucas concibe su Evangelio como una subida progresiva a Jerusalén en donde se consumará el sacrificio de la cruz. Para San Juan, las peregrinaciones de Jesús a Jerusalén forman la trama misma del relato evangélico (Jn 1,13; 5,1; 7,1-14; 10,22-23; 11,15). No debe extrañarnos esta situación. La intervención histórica de Jesús descubre su originalidad en el centro mismo del itinerario espiritual de Israel. Jesús, como miembro del pueblo escogido, sube a Jerusalén. Se trata, tanto para él como para todos los hijos de Abraham, de cumplir una obligación ritual que es esencial en la religión judía. Pero Jesús, al cumplir esa obligación en la forma en que lo hizo, inaugura la nueva religión fundada en su persona.
Al subir a Jerusalén, el hombre judío quiere manifestar el contenido de su fe en Yahvé. Dentro de este mismo rito, Jesús encarna su itinerario de obediencia hasta la muerte de cruz: sube a Jerusalén para morir de amor por los hombres. Al entregar su vida por obediencia a la voluntad del Padre, Jesús funda la religión del amor universal; se convierte en el prójimo de todos los hombres y los atrae a todos hacia él. Al mismo tiempo, el rito se hace caduco, pues al ser realizado por Jesús, la peregrinación a Jerusalén pierde su significación. Nace un nuevo templo: el cuerpo de Cristo. Se consuma el régimen de la ley: ha llegado el momento de una religión en espíritu y en verdad. Jesús supera definitivamente la solución pagana del "espacio sagrado". De ahora en adelante ya no hay ciudades santas. El centro espiritual de la humanidad es el cuerpo de Cristo resucitado. La obediencia amorosa de Cristo, hasta entregar su vida, inaugura en El un Reino que no es de este mundo. En toda su vida terrestre fue el peregrino de la Jerusalén celestial. Así será también la Iglesia, cuerpo de Cristo. Ella peregrina en esta tierra continuamente en marcha hacia su realización perfecta más allá de la muerte.
La Iglesia convoca a todo miembro suyo a ser aquí abajo un peregrino del Reino. Este peregrinar lo invita a dar su vida entera por la construcción del Reino. No le espera ninguna ciudad santa sino solo la familia del Padre. Esta tarea exige al cristiano que renueve constantemente su fe y su caridad. Ser peregrino del Reino es, en definitiva, "seguir a Jesús". Y Jesús nos invita a que le sigamos precisamente en aquellos pasajes evangélicos en que se trata de su subida a Jerusalén. Solamente Jesús trazó la ruta de la obediencia hacia el Reino; si lo seguimos, los cristianos seremos fieles a nuestra condición de peregrinos. A lo largo de su viaje por esta tierra, a la Iglesia le gusta recordar a la comunidad creyente su situación aquí abajo. Este peregrinar propuesto a los cristianos afecta a toda su vida. Exige ante todo un resurgimiento teologal (Maertens-Frisque).
Se ponía todos los días en el mismo lugar, como un complemento pintoresco entre otros muchos de la calle, sin molestar a nadie. En su mundo cerrado aparece de pronto una presencia: "Es Jesús el Nazareno". El hombre se pone en pie: "¡Señor, que vea!". Como Dios es Luz, ha inventado los ojos de Jesús para mirar nuestro mundo como nunca lo había podido mirar nadie, con una verdad y una intensidad que son a la vez inexorables para con la mentira y misericordiosas para con la debilidad, "¡Ten compasión de mí" Y como Jesús es la Luz del mundo, inventa unos ojos para ese mendigo ciego: Ve. Tu fe te ha salvado". Un proverbio árabe dice: "Ven a mi con tu corazón y yo te daré mis ojos". Ven a mí con tu corazón, nos dice Jesús. "¡Ten compasión de mí!" Tenemos que ir a Jesús con nuestro corazón, con nuestro coraje de ver, de verlo todo, de no parpadear ante la realidad, la de nosotros mismos, la del mundo. Tenemos que atrevernos a ver nuestras tinieblas: la fe es ante todo una prueba y un grito: "¡Ten compasión de mí!" Porque ¿cómo no hacer aquella constatación dramática de un hombre de teatro: "Por la mañana abría los ojos ciertamente con un verdadero placer por ver la luz del día; me levantaba y, al cabo de pocos minutos, como un manto de plomo, el cansancio aplastaba mis hombros... Es como si en pleno día estuviera viendo la noche, la noche mezclada con el día, el sol negro de la melancolía" (F. Ionesco, Journal en miettes)? "Ven a mí con tu corazón..." Sólo un grito puede subir de nuestros labios ante lo que estamos viendo: "¡Ten compasión de nosotros!" "Yo te daré mis ojos": sólo los ojos del Resucitado pueden hacernos huir de la desesperación y ver el mundo con una mirada distinta. Sólo la luz puede deslumbrarnos hasta el punto de llegar a irradiar la realidad entera. "Ve...": la mirada a la que nos abre Jesús no es una mirada cualquiera: si nos atrevemos a mirar la realidad cara a cara, es porque ella nos ha sido revelada como salvada.
Luz nacida de la luz,
Jesús, Hijo del Dios vivo,
¡ten compasión de nosotros!
Arráncanos de nuestras tinieblas,
danos a vivir tu salvación.
Deslúmbranos con tu misericordia
y enséñanos a mirar nuestro mundo
como Tú lo ves por los siglos de los siglos (“Dios cada día”, Sal terrae).
La impotencia humana y su humilde fe viene gráficamente expresadas en el ciego del evangelio de hoy. Es la imagen de Adán, cegado por la culpa. Es la imagen de la Iglesia, llamada del paganismo, en el que vivía pobre y pecadora, ciega para la verdadera gloria de Dios. En ella no había nada más que sed de luz, ansia por el "Dios desconocido". Se sienta en el camino y espera su salud. En el camino, pues "la Verdad misma dice: Yo soy el camino" (S. Gregorio Magno, segunda homilía sobre los Evangelios). Y no espera en vano; Cristo viene; sí, viene por el camino del sufrimiento, que ha de servirle para redimirnos. "Mirad que vamos a Jerusalén y se va a cumplir todo cuanto los profetas escribieron del Hijo del hombre. Será entregado a los gentiles, escarnecido, azotado, escupido y, en habiéndolo azotado, lo matarán. Y resucitará al tercer día" (Lc 18,31-33). Sí, Cristo viene. El mismo es el camino que conduce al Padre. Cristo viene; es la luz por la que clama la Iglesia. Toda sabiduría humana enmudece ante El; la pobre humanidad no redimida todavía hase olvidado por completo de todas las hermosas palabras de sus poetas y filósofos. Su única exclamación es: "¡Compadécete de mí!" La conducen a Jesús... Así lo ordena El; y nadie va a Jesús si el Padre no le atrae... La conducen, pues, a Jesús; El es quien dice: "Yo soy la luz del mundo". "¿Qué quieres que te haga?", le pregunta. No pide más que: "Señor, ¡que vea!". Sabe bien que El solo es la luz, y así lo cree y confiesa. En efecto, ha oído la llamada de "¡Despiértate tú que duermes, álzate de entre los muertos y Cristo te iluminará!" (Ef 5,14). Nada juzga tan preciso como la vista; con la luz le vendrá también todo lo demás. "Ve", le dice el Señor, "tu fe te ha salvado".
Aquí tenemos la verdadera imagen del Bautismo. Lo que el Señor hace al ciego, le acontece a la Iglesia entera. Viene del paganismo y está ciega. Se dirige a Cristo y El le da la luz. Los primitivos cristianos, al Bautismo lo llamaban "iluminación". El que ha de ser bautizado no tiene necesidad más que de creer en Cristo y desearle. La fe salva al hombre, ve y se pone a seguir a Cristo. Y el hecho de que le siga es precisamente porque lo ve.
La luz celestial está operante en él y no le permite ver otra cosa como necesaria, sino el seguir a Cristo. Aparece ahora netamente la relación con la historia de Abraham. De hecho, el retorno del hombre caído a la vida y a la salud de Dios no es posible de no hacerse por el camino de Cristo, y este camino es el de la fe y de la obediencia, como lo fue el de Abraham. No en vano la Iglesia ha pedido incesantemente desde el primer día del año litúrgico: "¡Muéstrame, Señor, tus caminos; adiéstrame en tus sendas!" (Sal 24,4). Y las dos cosas se realizan hoy: ve el camino y se le da fuerza para andarlo. Se ve ya a sí misma marchando por el camino de Cristo, resucitada de la oscuridad de la muerte y de la ceguera del pecado a la vida y a la luz de Dios.
Estamos en domingo, día de la resurrección de Cristo. Por eso, en la imagen de la curación del ciego, la Iglesia contempla su propia resurrección y vocación a la vida de Cristo, la resurrección de todos sus hijos en el Bautismo. Todos han sido iluminados, es decir, han recobrado la vista merced a la fe en Cristo. Ahora, en el sacrificio de Cristo en el altar, por el cual sus hijos son salvados y recobran la vista, vuelve a sentir realmente la Iglesia su vocación e iluminación; los llama al altar del Señor para que den gracias por la maravilla de su Bautismo (Emiliana Löhr).
Lucas concibió el plan de su evangelio como una «subida a Jerusalén», la ciudad santa donde tendrá lugar el sacrificio de Jesús y su glorificación... la ciudad de la que pronto volverá a salir la buena nueva para difundirse por toda la tierra... No olvidemos que esa subida de Jesús a Jerusalén corresponde a la época de la fiesta de la Pascua: grandes multitudes recorren los caminos con Jesús, son peregrinos que van a celebrar la «liberación de Israel». Jericó es la última ciudad etapa, a veinte Kms. tan sólo de Jerusalén. Jesús hará en ella dos «signos»: -curar a un ciego, -convertir un «recaudador de impuestos»... -Cuando se acercaban a Jericó, había un ciego sentado a la vera del camino, pidiendo limosna. Ese encuentro, aparentemente «casual», en el desarrollo del relato de Lucas, se sitúa inmediatamente después del «último anuncio de la Pasión» (Lucas 18,3-34), Lucas acaba de subrayar la ceguera de los apóstoles: «Pero ellos, los Doce, no entendieron nada. Esa palabra -el anuncio de la Pascua: muerte y resurrección- permanecía para ellos velado, y no sabían qué quería decir Jesús.»
También nosotros somos como ciegos a la vera del camino. Igual que los apóstoles, no vemos claro... Es necesario que el Señor mismo nos dé unos «ojos nuevos» para llegar a ser capaces de entender el significado de la «subida a Jerusalén». ¡Señor, concédenos la fe... aparta el velo que nos impide ver las cosas como Tú las ves! Lucas nos dará la réplica exacta de ese pasaje en el relato de los peregrinos de Emaús: cuando Jesús les habrá explicado de nuevo que «era preciso que Cristo sufriera» ... sus ojos se abrieron... (Lucas 24, 26-31)
-Al oír que pasaba gente... Son peregrinos, que cantan sin duda los «cánticos de las subidas», los Salmos 120 a 134, según la tradición. El ciego sentado está oyéndolos.
-...Preguntó qué era aquello. Es el ciego, el que toma la iniciativa.
-Le explicaron: «Está pasando Jesús, el Nazareno.» «Nazôreano», título raramente empleado por los otros evangelistas, y que Lucas usará ocho veces en los Hechos de los Apóstoles. La multitud identifica a Jesús más sencillamente como «Jesús de Nazaret», en patués arameo...
-Empezó a gritar diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mi!» En vez de repetir el título sencillo que acaba de oír, el ciego pasa de inmediato a una profesión de fe: «Hijo de David», título mesiánico, anunciado a María el día de la concepción de Jesús (Lucas 1, 32): «el Señor Dios le dará el trono de David, su padre». De modo que muchos vieron las obras de Jesús y permanecieron ciegos sobre su verdadera identidad. Pero el Mesías, anunciado por los profetas, es ciertamente aquel que «cura a los ciegos» (Isaías 35, 5; Lucas 4, 18) ¡y son esos «videntes interiores», los pobres, los que ven justo! Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Acepta ese título de realeza, cuyo uso había prohibido antes (Mateo 9,30) . Ahora que su Pasión está cerca, todas las esperanzas políticas y nacionales que no quiso asumir, cuando todo el mundo le empujaba a ellas, han quedado atrás: se dirige a Jerusalén, no para tomar el poder, sino para morir.
-Jesús le dijo: «Recobra la vista. Tu fe te ha salvado.» Y en el acto recobró la vista, y siguió a Jesús bendiciendo a Dios. ¡Concédeme, Señor, que yo también te siga hasta la cruz y hasta la Pascua! (Noel Quesson).
La situación del ciego era sumamente precaria. Estaba impedido por un defecto que no le permitía percibir la realidad, sino que lo limitaba a escuchar lo que ocurría. Estaba sentado a la orilla del camino, totalmente marginado del devenir humano. Además, pedía limosna como cualquier menesteroso. Sin embargo, es un hombre atento a los pocos signos que alcanza a percibir.
El ciego escucha el rumor que produce el avance de Jesús a Jerusalén. Sus discípulos van haciendo el camino con él y tratan de seguir adelante sin hacer caso al hombre postrado. Jesús se detiene al escuchar el clamor y pide que traigan al ciego, a pesar de la oposición de los discípulos.
Los discípulos quieren callar al ciego por varias causas. Su lamento era inoportuno e interrumpía la marcha. El nombre con el que el ciego llama a Jesús se presta para malos entendidos: "Hijo de David" era un título mesiánico que Jesús no reivindicaba para sí y que podía representar un peligro ante las autoridades de Jerusalén. Y, por último, era costumbre de los discípulos y apóstoles alejar a Jesús de la multitud.
La actitud de Jesús le da un giro a la situación: envía por el ciego y lo escucha. El ciego entonces no pide limosna, sino la restitución de sus sentidos. Jesús le da la vista, reconociendo en el hombre una fe transformadora de la realidad. Pasó de ser un marginado a ser un hombre en una nueva situación.
En la actualidad nosotros nos hallamos en una situación similar a la del ciego. Estamos atentos a los signos de la realidad pero no la percibimos completamente. Muchas veces nos sentamos a la orilla de camino sin saber qué hacer, aunque reconociéndonos como seres humanos necesitados. La parábola, entonces nos muestra que urgimos, como el ciego, ser curados por Jesús, recuperar nuestra visión de la realidad para poder seguirle. El evangelio nos invita a que clamemos a Jesús para que el nos ayude a ver la realidad y a seguir su camino (servicio bíblico latinoamericano).
El Señor nunca niega su gracia. Este hombre es imagen “de quien desconoce la claridad de la luz eterna”, pues en ocasiones el alma puede sufrir también momentos de ceguera y de oscuridad. Muchas veces esta situación está causada por pecados personales, cuyas consecuencias no han sido del todo zanjadas, o por falta de correspondencia a la gracia. En otras ocasiones, el Señor permite esta difícil situación para purificar el alma, para madurarla en la humildad y en la confianza en Él. Sea cual sea su origen, si alguna vez nos encontramos en ese estado, ¿qué haremos? El ciego de Jericó, Bartimeo, el hijo de Timeo (Marcos 10, 46-52) nos lo enseña: dirigirnos al Señor, siempre cercano para que tenga misericordia de nosotros, y como Bartimeo decirle: ¡Ut videam!, ¡Que vea, Señor!
Si el Señor permite que nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas; si sentimos que nuestra fe no es firme, acudamos al buen pastor. Nadie, de ordinario, puede guiarse a sí mismo sin una ayuda extraordinaria de Dios. La falta de objetividad con que nos vemos a nosotros mismos hace imposible encontrar los senderos seguros que nos llevan en la dirección justa. “El alma sola sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo” (San Juan de la Cruz) ¡Cuántas veces Jesús espera la sinceridad y la docilidad del alma para obrar el milagro! Nunca niega el Señor su gracia si acudimos a Él en la oración y en los medios por los cuales derrama su gracia.
En quien nos ayuda vemos al mismo Cristo, que enseña, ilumina, cura y da alimento a nuestra alma para que siga su camino. Sin ese sentido sobrenatural, sin esta fe, la dirección espiritual quedaría desvirtuada. Se transformaría en algo completamente distinto: en intercambio de opiniones, quizá. Este medio es una gran ayuda cuando lo que realmente queremos es averiguar la voluntad de Dios sobre nosotros e identificarnos con ella. No busquemos en la dirección espiritual a quien pueda resolver nuestros asuntos temporales; nos ayudará a santificarlos, nunca a organizarlos ni a resolverlos. No es ésa su misión. Si seguimos bien este medio de dirección espiritual, nos sentiremos como Bartimeo, que seguía en el camino a Jesús glorificando a Dios, lleno de alegría. Nos acercamos a Jesús llenos de fe para suplicarle que nos haga contemplar su Rostro y nos llene de su Luz. Entonces podremos caminar tras sus huellas. Huellas que nos ha dejado especialmente en la Eucaristía, a la que acudimos no sólo a adorarlo y a reconocerlo como Señor en nuestra vida, sino a aceptar el compromiso de vivir conforme a su Evangelio, dando testimonio de Él con nuestras obras. Es el Señor que se acerca a nosotros y que nos dice: ¿Qué quieres que haga por ti? Ante esa pregunta no queramos responder pidiendo cosas intranscendentes. Pidámosle que nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo, capaz de ayudarnos a convertirnos en un testimonio vivo del Amor y de la Verdad, que es Dios, y que habita en nuestros corazones. Ante el Señor reconocemos nuestras miserias, pero el Señor quiere perdonarnos; ojalá y aceptemos su perdón y, libres de las tinieblas del pecado y de la muerte, vayamos tras de Cristo, alabando su Nombre con nuestras buenas obras.
Quienes participamos de la Eucaristía y entramos en comunión de Vida con el Señor, hemos de tener los ojos abiertos para contemplar su Rostro en nuestros hermanos, para preocuparnos de hacerles siempre el bien. El ir tras de Jesús no ha de ser sólo para vivir nuestra fe de un modo personalista, sino para vivirla como testigos. A la Iglesia de Cristo, formada por nosotros, corresponde la Misión de devolver la vista a quienes el pecado les ha enceguecido los ojos del corazón y les ha embotado su mente. La proclamación del Evangelio de Cristo se ha de hacer en todo momento, insistiendo a tiempo y a destiempo. Y, al proclamar la Buena Nueva del Señor, no podemos dejar de pasar haciendo el bien a todos, pues el anuncio del Evangelio, que no vaya acompañado de buenas obras, difícilmente podrá conducir a la fe a quienes nos escuchen. El Espíritu Santo debe llenar todo nuestro ser para que podamos no sólo ver, sino comprender la voluntad de Dios sobre nosotros, y, siguiendo las huellas de Cristo, podamos algún día, junto con Él, contemplar y disfrutar eternamente la Gloria del Padre Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles discípulos de su Hijo, dejándonos perdonar por Él, permitiéndole que nos ayude a contemplar su vida para amoldarnos a ella, y dejándonos conducir por su Espíritu para llegar a la Gloria, a la que nos llama como término de nuestro camino como testigos por este mundo. Amén (www.homiliacatolica.com).
Primer libro de los Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64. En aquellos días, brotó un vástago perverso: Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco. Habla estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida. Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos: -« ¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias! » Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal. El rey Antíoco decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su imperio, obligando a cada uno a abandonar su legislación particular. Todas las naciones acataron la orden del rey, e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el Sábado. El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey mandó poner sobre el altar un ara sacrílega, y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno; quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; los libros de la Ley que encontraban, los rasgaban y echaban al fuego, al que le encontraban en casa un libro de la alianza y al que vivía de acuerdo con la Ley, lo ajusticiaban, según el decreto real. Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se abatió sobre Israel.
Salmo 118,53.61.134.150.155.158. R. Dame vida, Señor, para que observe tus decretos.
Sentí indignación ante los malvados, que abandonan tu voluntad.
Los lazos de los malvados me envuelven, pero no olvido tu voluntad.
Líbrame de la opresión de los hombres, y guardaré tus decretos.
Ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad.
La justicia está lejos de los malvados que no buscan tus leyes.
Viendo a los renegados, sentía asco, porque no guardan tus mandatos.
Evangelio según san Lucas 18, 35-43. En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un cie-go sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explica-ron: -«Pasa Jesús Nazareno.» Entonces gritó: -«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: -«¡Hijo de David, ten compasión de mi!» Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: -«¿Qué quieres que haga por ti?» Él dijo: -«Señor, que vea otra vez.» Jesús le contestó: -«Recobra la vista, tu fe te ha curado.» En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
Comentario: 1.- 1M 1,11-16.43-45.57-60.65-67. Durante esta semana, la penúltima del Año Litúrgico, leemos una selección de los dos libros de los Macabeos. En el siglo II antes de Cristo, en concreto a partir del año 175, hubo en Israel un gran conflicto político, cultural y religioso. Con los reyes sirios seléucidas, que dominaron el territorio en aquella época, y sobre todo con Antíoco IV Epífanes, se desató una fuerte persecución religiosa. No sólo prohibió el culto judío, sino que profanó el Templo y el altar, y obligó a aceptar las costumbres helénicas. A bastantes judíos les agradó el cambio, por el prurito de imitar a las naciones vecinas y de adoptar un estilo de vida que les parecía más moderno, y apostataron de su fe. Mientras que otros, capitaneados por los hermanos Macabeos, se mantuvieron fieles a la Alianza y, después de una hostilidad de guerrillas y hasta de guerra en toda forma, lograron humillar a Antíoco, devolver la libertad al pueblo y restaurar el culto verdadero en el Templo de Jerusalén. Los dos libros de los Macabeos no son dos relatos sucesivos, sino paralelos, y por eso los leemos un poco mezclados. La lectura de hoy nos narra la diversa reacción de los israelitas ante la orden de adoptar la religión oficial pagana. Fue un tiempo difícil: "una cólera terrible se abatió sobre Israel".
La tentación secularizante sigue existiendo: también los cristianos de ahora podemos dejarnos encandilar por la idea de "hacer un pacto con las naciones vecinas", lo cual políticamente es recomendable. Pero si se refiere como aquí, a adoptar las costumbres paganas, en contra del estilo que Yahvé exigía a su pueblo y del que Cristo nos ha enseñado a nosotros, nos lleva a la pérdida de nuestra identidad y de nuestros mejores valores. El pecado de los judíos apóstatas no fue la aceptación o no de la cultura helénica, sino que "se acomodaron a las costumbres de los gentiles, apostataron de la alianza santa, se juntaron a los paganos y se vendieron para hacer el mal" y "ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado". Podemos ser modernos, y asumir todos los progresos de la ciencia y de la cultura. Pero lo que no tenemos que perder es nuestra fe y nuestro estilo cristiano de vida. Ahí está nuestro testimonio: ser fuertes, luchar contra corriente. Los judíos fieles lo fueron con todas las consecuencias: "prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa, y murieron". En sus labios pone el salmo la queja: "sentí indignación ante los malvados que abandonan tu voluntad; los lazos de los malvados me envuelven, pero no olvido tu voluntad... ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad". Los alimentos o la circuncisión o el sábado, no son lo importante: lo importante es la alianza de la que eran signos esos elementos externos. Y es la alianza -para nosotros la Nueva Alianza en Cristo- la que hay saber conservar a pesar de las instancias contrarias de este mundo (J. Aldazábal).
Los 3 pilares judíos fueron atacados: el templo, la circuncisión, el sábado. Y los libros de la ley de Moisés. Podía desaparecer el judaísmo, pero no fue así, se mantuvo la identidad, es la enseñanza de los dos libros. San Agustín es consciente de que no han sido transmitidos estos libros con la misma importancia que otros, “pero no han sido recibidos por la Iglesia inútilmente, si se leen o se escuchan con serenidad, en especial lo referente a los mismos Macabeos que, por la ley de Dios, como verdaderos mártires padecieron cosas tan indignas y horrendas”.
Este libro relata la «resistencia». Después de doscientos años de ocupación persa, Palestina está ahora ocupada por el Imperio Macedonio -norte de Grecia-. A la muerte de Alejandro Magno que conquistó por las armas su inmenso Imperio, los judíos son sometidos al Reino griego de Egipto. En 198 pasan a depender de la autoridad de los griegos de Siria. Bajo esa dinastía Antíoco IV Epifanes (175-163) quiere imponer a todos sus súbditos la cultura griega, que le parece ser la única verdaderamente humana. Algunos judíos se dejan seducir y asimilar... Otros bajo la dirección de la Familia de los Macabeos se sublevan. Será ésta época de «mártires», de ahí que este libro se denomine también Libro de los Mártires. Señor, cuán importante es para nosotros, hombres del siglo XXI, saber que la Fe ha sido siempre vivida inmersa en la Historia, en medio de los acontecimientos, en el centro de situaciones políticas y culturales. ¿Cuál es el contexto de mi Fe, HOY? ¿Cuáles son las grandes corrientes de pensamiento que nos marcan, incluso sin que nosotros lo sepamos? Ayúdanos, Señor, a mirar cara a cara a nuestro "tiempo".
-Entre los nobles que se repartieron la sucesión de Alejandro, surgió un renuevo pecador, Antíoco Epifanes, hijo de Antíoco el Grande... El creyente reacciona según esta primera fórmula. La historia profana no es solamente profana, se juega en ella un misterio de "gracia y de pecado". En mi "empresa"... en mi "periódico"... en los "acontecimientos" de todas clases... ¿sabré leer e interpretar los "signos de Dios"?
-En aquellos días surgieron de Israel unos hijos rebeldes, que sedujeron a muchos diciendo: "concertemos alianza con los pueblos paganos que nos rodean..." Se trata del conocido fenómeno de "colaboración" con el ocupante. En profundidad es la tentación tan corriente de «asimilación y de contaminación» de la Fe con la no-Fe. «No te pido que los retires del mundo, sino que los preserves del maligno», decía Jesús. Es esencial para nuestra Fe que sea encarnada, que esté inmersa en el corazón del mundo pagano: es una "situación de contacto", providencialmente favorable a la "misión". Dios no quiso nunca que su pueblo fuese un pueblo protegido, encerrado en sus fronteras: los creyentes dentro... los paganos fuera... Dios quiso, y esto es un hecho, que los creyentes fuesen «dispersados» -la diáspora de los judíos primero-, sembrados, encarnados, testigos, fermento, en medio de los no-creyentes. ¿Siento nostalgia de una "cristiandad" bien protegida? ¿Acepto la responsabilidad y el riesgo del contacto? ¿Por qué estoy en contacto con tanta gente que no comparte mi Fe? ¿Se debe esto al plan de Dios, o al puro azar?
-Se les permitió adoptar las costumbres paganas: levantaron un gimnasio en Jerusalén, disimularon su circuncisión, sacrificaron a los ídolos, violaron el Sábado, quemaron los libros de la Ley... ¡He aquí la provocación! ¡Hay que elegir! Ya no se puede vivir entre dos aguas, mitad «a lo judío» y mitad «a lo pagano». Es la opción radical. Hay unos gestos exteriores, visibles que descubren la pertenencia o no pertenencia a tal tendencia. Claro está que esos "gestos" exteriores no son lo esencial, lo que cuenta es el corazón. Pero los ritos traducen el corazón y la Fe. ¿Qué sentido doy a los ritos?
-Pero muchos israelitas resistieron... Y prefirieron morir antes que... (Noel Quesson).
Los libros de los Macabeos no suelen presentar dificultades de interpretación. Narran la historia de un breve período de la vida de Israel (del 175 al 135 a. C.) que, por otra parte, todos los pueblos han vivido: la resistencia contra el dominio extranjero. La única diferencia está en que nuestros libros insisten mucho en el carácter religioso de la lucha y en el auxilio que Israel recibe de Dios. El título que se les ha dado proviene de Judas, tercer hijo de Matatías (1 Mac 2,4), y parece significar "designado por Dios" y no "martillo", como se ha dicho a menudo. El libro primero de los Macabeos empieza haciendo una presentación del imperio de Alejando Magno y de la muerte del rey (323 a. C.), que iba a crear la situación política en que se desarrollan nuestros hechos. Al parecer, Alejandro no dividió el reino durante su vida; pero los generales, una vez proclamados reyes diecisiete años más tarde (306 a. C.), se consideraron sucesores directos de él. El autor hace seguidamente un salto de ciento treinta y un años, y nos sitúa en septiembre del año 175, fecha en que Antíoco sucede a su hermano Seleuco; unos años más tarde toma el nombre de Epífanes (dios manifiesto), que sus súbditos cambian pronto en epimanes (loco). El poder central favorecía la cultura helenística para fomentar la unidad religiosa y social del reino. Muchos judíos contemplaban con simpatía la helenización de Palestina y la consideraban como un signo de cultura y modernización. Entre ellos destacaba Jasón, que había comprado el gran sacerdocio (2 Mac 4,7-20). Pero el helenismo encerraba graves dificultades para los judíos, entre otras la construcción de gimnasios, donde jugaban desnudos, con el correspondiente escándalo para la moral tradicional. Más aún: como los griegos despreciaban la circuncisión, los judíos la disimulaban con una operación quirúrgica, lo cual equivalía a la apostasía. Antíoco atacó a su sobrino Tolomeo VI de Egipto, que acababa de cumplir catorce años. Durante este tiempo corrió la voz de que había muerto, y Jasón, cabeza del partido pro-egipcio, se apoderó de la ciudad. Al regresar victorioso, Antíoco expolió el templo. Nosotros estamos viviendo un fenómeno parecido al que provocó el helenismo entre los judíos: en nombre de una nueva cultura, nos invaden ideas y maneras de vivir ajenas a la mentalidad cristiana. Y, como los judíos, podemos aceptarlas indiscriminadamente o rechazarlas en bloque, en lugar de hacer una selección y, sobre todo, una cristianización.
Para someter al pueblo judío, que, pese a las simpatías que el helenismo había suscitado en algunos, se oponía al intento dominador de Antioco, éste edificó una fortaleza en el interior de la ciudad para tener una especie de quinta columna. Y consiguió su propósito, al menos en parte: muchos se vieron obligados a abandonar la ciudad y el templo. Para llevar a cabo su propósito de erradicar el separatismo judío, el rey comenzó por revocar el decreto de su padre, que concedía a Judá regirse por sus leyes y costumbres. La disposición, aunque era universal, tenia consecuencias más graves para el yahvismo debido a sus especiales características: la supresión de todo culto en el único templo de Jerusalén, la abolición del sábado y demás fiestas, la construcción de lugares de culto idolátrico, el uso de animales impuros en los sacrificios, la prohibición de la circuncisión, signo de la alianza, etc. Para las naciones paganas significaba sólo añadir un nuevo culto a los muchos que ya practicaban.
El 7 de diciembre del año 167 a. C. llegó al máximo la profanación del templo: instaló un altar idolátrico encima del altar de los holocaustos. En otras partes se da como fecha de este acontecimiento el 25 del mismo mes; es posible que se trate de un error de la tradición manuscrita o bien un día es el de la colocación del altar y otro el de su inauguración con motivo de una fiesta, probablemente el natalicio del rey (v 62). Toda Palestina se paganizó; en las plazas de las ciudades se construyeron altares, y se ofrecía incienso a las divinidades colocadas en las puertas de las casas.
Todo se hacia en nombre de la unidad del reino. No era la primera vez -y, por desgracia, tampoco sería la última- que se cometía un feroz absolutismo en nombre de la unidad. Como si la unidad fuera uniformismo. O como si la unidad justificara egoísmo en cualquier nivel: social, eclesial, familiar... Es la excusa de la unidad que tantas veces se ha utilizado para ahogar la libertad humana (J. Aragonés Llebaria).
El hombre de fe vive en el mundo sin ser del mundo. Da testimonio de su fe en los diversos ambientes en que se desarrolla su existencia. Vive como todos, pero diferente a todos. Colabora con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de un mundo más humano, más justo y más fraterno. Lo que le cuesta al hombre de fe es no disimular que ha depositado toda su confianza en Dios. No puede vivir con hipocresía, manifestándose como hombre de fe y piadoso en el templo, y después vivir en sus asuntos temporales como si no conociera a Dios, viviendo tras las injusticias y llevando una vida escandalosa, disociando así su fe de su vida ordinaria. Hemos de vivir en su totalidad nuestro compromiso con el Señor, aceptando todas las consecuencias que nos vengan por haber creído en Él. Hemos de vivir en el mundo sin ser del mundo; es decir: sin dejarnos envolver por actitudes contrarias a la fe, al amor a Dios y al amor fraterno. Con nuestro ejemplo, con nuestras palabras, con nuestras obras, con nuestra vida misma hemos de procurar que la Buena Nueva se vaya encarnando en todos los ambientes y culturas, de tal forma que la humanidad retome el rumbo del Reino del amor que Jesucristo inició entre nosotros. No dejemos que la maldad levante su trono en nuestros corazones. Esforcémonos denodadamente, guiados por el Espíritu Santo que habita en nosotros, para que el Reino de Dios llegue a nosotros y no nos convirtamos en hombres malvados que destruyen la vida y los auténticos valores en los demás.
2. Sal. 118. Vivimos inmersos en un mundo que trata de avanzar constantemente hacia su plena realización, gracias al esfuerzo constante de muchos que tienen una visión de un futuro mejor para toda la humanidad. Pero no podemos negar, por otra parte, la presencia del mal en muchos que, aprovechando los avances de la ciencia tratan de dañar las conciencias de las personas. Quienes creemos en Cristo no podemos caer en las redes del Maligno, pues no hemos sido llamados a unirnos con Cristo para convertirnos en signo de muerte sino de vida. Por eso, no pudiendo cerrar los ojos ante una realidad que se ha deteriorado en muchos aspectos y que amenaza con echar a perder los buenos propósitos de los hombres de buena voluntad, quienes vivimos en comunión con el Señor no podemos olvidar su Plan de Salvación, sino que hemos de trabajar, guiados por el Espíritu de Dios, para que no sólo no desaparezcan, sino que se incrementen entre nosotros la Verdad, el Amor y la Paz, que proceden de Dios, a cuya imagen y semejanza hemos sido creados.
Comienza el salmo de hoy con consuelo y esperanza. Lo que más siente él con respecto a sus enemigos, y lo que le enfurece (v. 53) hasta hacerle derramar ríos de lágrimas (v 136) es el desacato con que estos impíos tratan la Ley de Dios. ¡Ojalá sintiésemos nosotros la misma santa indignación al ver hollada de tantos modos la santa Ley de Dios! Pero no es difícil indignarse cuando son otros los que la huellan ¿nos indignamos también contra nosotros mismos cuando pecamos?
La decisión de ser fiel es lo siguiente. De alguna manera, había caído atrapado en las redes de los malvados (v. 61), “pero no olvido tu voluntad”: no se ha olvidado de la Ley de Yahweh (v. 61)…
Como en otras secciones, el salmista, además de luz, pide protección. En el versículo 134, habla de la «opresión» de los hombres, que podría resultarle un obstáculo para la observancia de los mandamientos de Dios: Ya que Dios le ha puesto en la senda recta con su palabra, pide que le siga guiando, con su palabra y con su gracia, por esa misma senda. De esa manera, ninguna iniquidad (hebreo, aven), es decir, ninguna infracción de la ley, se enseñoreará de él, prevalecerá sobre él con los halagos de la tentación.
En medio de este clamor de la oración, se advierte la nota de esperanza: «Cercano estás tú, Yahweh, para salvarme, como mis enemigos están cercanos (v. 150) para atacarme, pero no tengo miedo, porque ellos están alejados de tu ley (v. 150b), mientras que yo amo tu ley (v. 140, entre otros). Comenta Cohén: «Tras larga reflexión sobre los testimonios de Dios, se ha convencido de que son eternamente válidos y por eso confía en ellos cuando se halla en peligro.»
El salmista fija su mirada en su propia aflicción, tómame por cliente y defiende mi caso contra los que me persiguen (comp. con 35:1; 43:1), ellos no pueden esperar la salvación, porque están tan lejos de la salvación (v. 155), como de tu ley» (v. 150b). Nuestra obediencia es agradable a Dios únicamente cuando procede del amor; no se ama por obediencia, sino que se obedece por amor. Ese amor, esa búsqueda (v. 155).
3. Lc 18,35-43 (ver paralelo domingo 30B). La curación del ciego está contada por Lucas con detalles muy expresivos. Alguien explica al ciego que el que está pasando es Jesús. Él grita una y otra vez su oración: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". La gente se enfada por esos gritos, pero Jesús "se paró y mandó que se lo trajeran". La gente no le quiere ayudar, pero Jesús sí. El diálogo es breve: "Señor, que vea otra vez", "recobra tu vista, tu fe te ha curado". Y el buen hombre le sigue lleno de alegría, glorificando a Dios.
Nosotros no podemos devolver la vista corporal a los ciegos. Pero en esta escena podemos vernos reflejados de varias maneras. Ante todo, porque también nosotros recobramos la luz cuando nos acercamos a Jesús. El que le sigue no anda en tinieblas. Y nunca agradeceremos bastante la luz que Dios nos ha regalado en Cristo Jesús. Con su Palabra, que escuchamos tan a menudo, él nos enseña sus caminos e ilumina nuestros ojos para que no tropecemos. ¿O tal vez estamos en un período malo de nuestra vida en que nos sale espontánea la oración: "Señor, que vea otra vez"? También podemos preguntarnos qué hacemos para que otros recobren la vista: ¿somos de los que ayudan a que alguien se entere de que está pasando Jesús?, ¿o más bien de los que no quieren oír los gritos de los que buscan luz y ayuda? Si somos seguidores de Jesús, ¿no tendríamos que imitarle en su actitud de atención a los ciegos que hay al borde del camino? ¿sabemos pararnos y ayudar al que está en búsqueda, al que quiere ver? ¿o sólo nos interesamos por los sanos y los simpáticos y los que no molestan?
Esos "ciegos" que buscan y no encuentran tal vez estén más cerca de lo que pensamos: pueden ser jóvenes desorientados, hijos o hermanos con problemas, amigos que empiezan a ir por malos caminos. ¿Les ayudamos? ¿les llevamos hacia Jesús, que es la Luz del mundo? (J. Aldazábal).
El Evangelio de este día cuenta cómo Jesús, después de anunciar su Pasión y resurrección curó a un ciego dentro del contexto de una subida a Jerusalén. La incredulidad de los apóstoles es un tema frecuente en los anuncios de la Pasión y de la subida a Jerusalén. Jesús padece esta falta de fe de los suyos que "no comprenden" (Mc 8, 31-33; cf. Lc 2, 41-50). Según esto, cabe preguntarse si Lucas no hace seguir el anuncio de la Pasión del relato de la curación del ciego con el fin de procurar una enseñanza sobre la necesidad de la fe. Mateo y Marcos sitúan este episodio más lejos, después de dos incidentes más (Mt 20, 29-34). Mateo ni siquiera hace alusión a la fe y menciona dos ciegos en donde Lucas solo cita uno. La intención de Lucas está tanto más clara en cuanto que une el episodio del ciego al hecho de que los apóstoles no comprenden nada de las palabras de Jesús (v. 34) y es el único en hacer notar esto. El es el único asimismo que menciona la frase "todo lo que ha sido escrito por los profetas" (v. 31). No se podía decir mejor que la ceguera de los apóstoles lleva precisamente a no entender las Escrituras a propósito del Hijo del hombre y de su necesidad de subir a Jerusalén. Poseemos una réplica luminosa de este pasaje en el episodio de los discípulos de Emmaús, en donde Lucas hace notar que después de la explicación de las Escrituras ("¿no era necesario que Cristo padeciese...?") y de la fracción del pan, "sus ojos se abrieron" (Lc 24, 26-31). La doctrina de esta perícopa se concreta de esta manera. Cristo debe subir a Jerusalén para cumplir la ley y los profetas; pero, para comprender este misterio pascual hay que abrir los ojos de la fe para poder entender las Escrituras. Los medios humanos son inadecuados; hay que "dejarse conducir" (v. 40) por otro para descubrir la luz. Las peregrinaciones a Jerusalén ocupan un gran puesto en la vida de Jesús. Si se prescindiera de ellas, no se entendería su ministerio público. Las "subidas" sucesivas de Jesús a Jerusalén son necesarias para entender su obra. Lucas concibe su Evangelio como una subida progresiva a Jerusalén en donde se consumará el sacrificio de la cruz. Para San Juan, las peregrinaciones de Jesús a Jerusalén forman la trama misma del relato evangélico (Jn 1,13; 5,1; 7,1-14; 10,22-23; 11,15). No debe extrañarnos esta situación. La intervención histórica de Jesús descubre su originalidad en el centro mismo del itinerario espiritual de Israel. Jesús, como miembro del pueblo escogido, sube a Jerusalén. Se trata, tanto para él como para todos los hijos de Abraham, de cumplir una obligación ritual que es esencial en la religión judía. Pero Jesús, al cumplir esa obligación en la forma en que lo hizo, inaugura la nueva religión fundada en su persona.
Al subir a Jerusalén, el hombre judío quiere manifestar el contenido de su fe en Yahvé. Dentro de este mismo rito, Jesús encarna su itinerario de obediencia hasta la muerte de cruz: sube a Jerusalén para morir de amor por los hombres. Al entregar su vida por obediencia a la voluntad del Padre, Jesús funda la religión del amor universal; se convierte en el prójimo de todos los hombres y los atrae a todos hacia él. Al mismo tiempo, el rito se hace caduco, pues al ser realizado por Jesús, la peregrinación a Jerusalén pierde su significación. Nace un nuevo templo: el cuerpo de Cristo. Se consuma el régimen de la ley: ha llegado el momento de una religión en espíritu y en verdad. Jesús supera definitivamente la solución pagana del "espacio sagrado". De ahora en adelante ya no hay ciudades santas. El centro espiritual de la humanidad es el cuerpo de Cristo resucitado. La obediencia amorosa de Cristo, hasta entregar su vida, inaugura en El un Reino que no es de este mundo. En toda su vida terrestre fue el peregrino de la Jerusalén celestial. Así será también la Iglesia, cuerpo de Cristo. Ella peregrina en esta tierra continuamente en marcha hacia su realización perfecta más allá de la muerte.
La Iglesia convoca a todo miembro suyo a ser aquí abajo un peregrino del Reino. Este peregrinar lo invita a dar su vida entera por la construcción del Reino. No le espera ninguna ciudad santa sino solo la familia del Padre. Esta tarea exige al cristiano que renueve constantemente su fe y su caridad. Ser peregrino del Reino es, en definitiva, "seguir a Jesús". Y Jesús nos invita a que le sigamos precisamente en aquellos pasajes evangélicos en que se trata de su subida a Jerusalén. Solamente Jesús trazó la ruta de la obediencia hacia el Reino; si lo seguimos, los cristianos seremos fieles a nuestra condición de peregrinos. A lo largo de su viaje por esta tierra, a la Iglesia le gusta recordar a la comunidad creyente su situación aquí abajo. Este peregrinar propuesto a los cristianos afecta a toda su vida. Exige ante todo un resurgimiento teologal (Maertens-Frisque).
Se ponía todos los días en el mismo lugar, como un complemento pintoresco entre otros muchos de la calle, sin molestar a nadie. En su mundo cerrado aparece de pronto una presencia: "Es Jesús el Nazareno". El hombre se pone en pie: "¡Señor, que vea!". Como Dios es Luz, ha inventado los ojos de Jesús para mirar nuestro mundo como nunca lo había podido mirar nadie, con una verdad y una intensidad que son a la vez inexorables para con la mentira y misericordiosas para con la debilidad, "¡Ten compasión de mí" Y como Jesús es la Luz del mundo, inventa unos ojos para ese mendigo ciego: Ve. Tu fe te ha salvado". Un proverbio árabe dice: "Ven a mi con tu corazón y yo te daré mis ojos". Ven a mí con tu corazón, nos dice Jesús. "¡Ten compasión de mí!" Tenemos que ir a Jesús con nuestro corazón, con nuestro coraje de ver, de verlo todo, de no parpadear ante la realidad, la de nosotros mismos, la del mundo. Tenemos que atrevernos a ver nuestras tinieblas: la fe es ante todo una prueba y un grito: "¡Ten compasión de mí!" Porque ¿cómo no hacer aquella constatación dramática de un hombre de teatro: "Por la mañana abría los ojos ciertamente con un verdadero placer por ver la luz del día; me levantaba y, al cabo de pocos minutos, como un manto de plomo, el cansancio aplastaba mis hombros... Es como si en pleno día estuviera viendo la noche, la noche mezclada con el día, el sol negro de la melancolía" (F. Ionesco, Journal en miettes)? "Ven a mí con tu corazón..." Sólo un grito puede subir de nuestros labios ante lo que estamos viendo: "¡Ten compasión de nosotros!" "Yo te daré mis ojos": sólo los ojos del Resucitado pueden hacernos huir de la desesperación y ver el mundo con una mirada distinta. Sólo la luz puede deslumbrarnos hasta el punto de llegar a irradiar la realidad entera. "Ve...": la mirada a la que nos abre Jesús no es una mirada cualquiera: si nos atrevemos a mirar la realidad cara a cara, es porque ella nos ha sido revelada como salvada.
Luz nacida de la luz,
Jesús, Hijo del Dios vivo,
¡ten compasión de nosotros!
Arráncanos de nuestras tinieblas,
danos a vivir tu salvación.
Deslúmbranos con tu misericordia
y enséñanos a mirar nuestro mundo
como Tú lo ves por los siglos de los siglos (“Dios cada día”, Sal terrae).
La impotencia humana y su humilde fe viene gráficamente expresadas en el ciego del evangelio de hoy. Es la imagen de Adán, cegado por la culpa. Es la imagen de la Iglesia, llamada del paganismo, en el que vivía pobre y pecadora, ciega para la verdadera gloria de Dios. En ella no había nada más que sed de luz, ansia por el "Dios desconocido". Se sienta en el camino y espera su salud. En el camino, pues "la Verdad misma dice: Yo soy el camino" (S. Gregorio Magno, segunda homilía sobre los Evangelios). Y no espera en vano; Cristo viene; sí, viene por el camino del sufrimiento, que ha de servirle para redimirnos. "Mirad que vamos a Jerusalén y se va a cumplir todo cuanto los profetas escribieron del Hijo del hombre. Será entregado a los gentiles, escarnecido, azotado, escupido y, en habiéndolo azotado, lo matarán. Y resucitará al tercer día" (Lc 18,31-33). Sí, Cristo viene. El mismo es el camino que conduce al Padre. Cristo viene; es la luz por la que clama la Iglesia. Toda sabiduría humana enmudece ante El; la pobre humanidad no redimida todavía hase olvidado por completo de todas las hermosas palabras de sus poetas y filósofos. Su única exclamación es: "¡Compadécete de mí!" La conducen a Jesús... Así lo ordena El; y nadie va a Jesús si el Padre no le atrae... La conducen, pues, a Jesús; El es quien dice: "Yo soy la luz del mundo". "¿Qué quieres que te haga?", le pregunta. No pide más que: "Señor, ¡que vea!". Sabe bien que El solo es la luz, y así lo cree y confiesa. En efecto, ha oído la llamada de "¡Despiértate tú que duermes, álzate de entre los muertos y Cristo te iluminará!" (Ef 5,14). Nada juzga tan preciso como la vista; con la luz le vendrá también todo lo demás. "Ve", le dice el Señor, "tu fe te ha salvado".
Aquí tenemos la verdadera imagen del Bautismo. Lo que el Señor hace al ciego, le acontece a la Iglesia entera. Viene del paganismo y está ciega. Se dirige a Cristo y El le da la luz. Los primitivos cristianos, al Bautismo lo llamaban "iluminación". El que ha de ser bautizado no tiene necesidad más que de creer en Cristo y desearle. La fe salva al hombre, ve y se pone a seguir a Cristo. Y el hecho de que le siga es precisamente porque lo ve.
La luz celestial está operante en él y no le permite ver otra cosa como necesaria, sino el seguir a Cristo. Aparece ahora netamente la relación con la historia de Abraham. De hecho, el retorno del hombre caído a la vida y a la salud de Dios no es posible de no hacerse por el camino de Cristo, y este camino es el de la fe y de la obediencia, como lo fue el de Abraham. No en vano la Iglesia ha pedido incesantemente desde el primer día del año litúrgico: "¡Muéstrame, Señor, tus caminos; adiéstrame en tus sendas!" (Sal 24,4). Y las dos cosas se realizan hoy: ve el camino y se le da fuerza para andarlo. Se ve ya a sí misma marchando por el camino de Cristo, resucitada de la oscuridad de la muerte y de la ceguera del pecado a la vida y a la luz de Dios.
Estamos en domingo, día de la resurrección de Cristo. Por eso, en la imagen de la curación del ciego, la Iglesia contempla su propia resurrección y vocación a la vida de Cristo, la resurrección de todos sus hijos en el Bautismo. Todos han sido iluminados, es decir, han recobrado la vista merced a la fe en Cristo. Ahora, en el sacrificio de Cristo en el altar, por el cual sus hijos son salvados y recobran la vista, vuelve a sentir realmente la Iglesia su vocación e iluminación; los llama al altar del Señor para que den gracias por la maravilla de su Bautismo (Emiliana Löhr).
Lucas concibió el plan de su evangelio como una «subida a Jerusalén», la ciudad santa donde tendrá lugar el sacrificio de Jesús y su glorificación... la ciudad de la que pronto volverá a salir la buena nueva para difundirse por toda la tierra... No olvidemos que esa subida de Jesús a Jerusalén corresponde a la época de la fiesta de la Pascua: grandes multitudes recorren los caminos con Jesús, son peregrinos que van a celebrar la «liberación de Israel». Jericó es la última ciudad etapa, a veinte Kms. tan sólo de Jerusalén. Jesús hará en ella dos «signos»: -curar a un ciego, -convertir un «recaudador de impuestos»... -Cuando se acercaban a Jericó, había un ciego sentado a la vera del camino, pidiendo limosna. Ese encuentro, aparentemente «casual», en el desarrollo del relato de Lucas, se sitúa inmediatamente después del «último anuncio de la Pasión» (Lucas 18,3-34), Lucas acaba de subrayar la ceguera de los apóstoles: «Pero ellos, los Doce, no entendieron nada. Esa palabra -el anuncio de la Pascua: muerte y resurrección- permanecía para ellos velado, y no sabían qué quería decir Jesús.»
También nosotros somos como ciegos a la vera del camino. Igual que los apóstoles, no vemos claro... Es necesario que el Señor mismo nos dé unos «ojos nuevos» para llegar a ser capaces de entender el significado de la «subida a Jerusalén». ¡Señor, concédenos la fe... aparta el velo que nos impide ver las cosas como Tú las ves! Lucas nos dará la réplica exacta de ese pasaje en el relato de los peregrinos de Emaús: cuando Jesús les habrá explicado de nuevo que «era preciso que Cristo sufriera» ... sus ojos se abrieron... (Lucas 24, 26-31)
-Al oír que pasaba gente... Son peregrinos, que cantan sin duda los «cánticos de las subidas», los Salmos 120 a 134, según la tradición. El ciego sentado está oyéndolos.
-...Preguntó qué era aquello. Es el ciego, el que toma la iniciativa.
-Le explicaron: «Está pasando Jesús, el Nazareno.» «Nazôreano», título raramente empleado por los otros evangelistas, y que Lucas usará ocho veces en los Hechos de los Apóstoles. La multitud identifica a Jesús más sencillamente como «Jesús de Nazaret», en patués arameo...
-Empezó a gritar diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mi!» En vez de repetir el título sencillo que acaba de oír, el ciego pasa de inmediato a una profesión de fe: «Hijo de David», título mesiánico, anunciado a María el día de la concepción de Jesús (Lucas 1, 32): «el Señor Dios le dará el trono de David, su padre». De modo que muchos vieron las obras de Jesús y permanecieron ciegos sobre su verdadera identidad. Pero el Mesías, anunciado por los profetas, es ciertamente aquel que «cura a los ciegos» (Isaías 35, 5; Lucas 4, 18) ¡y son esos «videntes interiores», los pobres, los que ven justo! Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Acepta ese título de realeza, cuyo uso había prohibido antes (Mateo 9,30) . Ahora que su Pasión está cerca, todas las esperanzas políticas y nacionales que no quiso asumir, cuando todo el mundo le empujaba a ellas, han quedado atrás: se dirige a Jerusalén, no para tomar el poder, sino para morir.
-Jesús le dijo: «Recobra la vista. Tu fe te ha salvado.» Y en el acto recobró la vista, y siguió a Jesús bendiciendo a Dios. ¡Concédeme, Señor, que yo también te siga hasta la cruz y hasta la Pascua! (Noel Quesson).
La situación del ciego era sumamente precaria. Estaba impedido por un defecto que no le permitía percibir la realidad, sino que lo limitaba a escuchar lo que ocurría. Estaba sentado a la orilla del camino, totalmente marginado del devenir humano. Además, pedía limosna como cualquier menesteroso. Sin embargo, es un hombre atento a los pocos signos que alcanza a percibir.
El ciego escucha el rumor que produce el avance de Jesús a Jerusalén. Sus discípulos van haciendo el camino con él y tratan de seguir adelante sin hacer caso al hombre postrado. Jesús se detiene al escuchar el clamor y pide que traigan al ciego, a pesar de la oposición de los discípulos.
Los discípulos quieren callar al ciego por varias causas. Su lamento era inoportuno e interrumpía la marcha. El nombre con el que el ciego llama a Jesús se presta para malos entendidos: "Hijo de David" era un título mesiánico que Jesús no reivindicaba para sí y que podía representar un peligro ante las autoridades de Jerusalén. Y, por último, era costumbre de los discípulos y apóstoles alejar a Jesús de la multitud.
La actitud de Jesús le da un giro a la situación: envía por el ciego y lo escucha. El ciego entonces no pide limosna, sino la restitución de sus sentidos. Jesús le da la vista, reconociendo en el hombre una fe transformadora de la realidad. Pasó de ser un marginado a ser un hombre en una nueva situación.
En la actualidad nosotros nos hallamos en una situación similar a la del ciego. Estamos atentos a los signos de la realidad pero no la percibimos completamente. Muchas veces nos sentamos a la orilla de camino sin saber qué hacer, aunque reconociéndonos como seres humanos necesitados. La parábola, entonces nos muestra que urgimos, como el ciego, ser curados por Jesús, recuperar nuestra visión de la realidad para poder seguirle. El evangelio nos invita a que clamemos a Jesús para que el nos ayude a ver la realidad y a seguir su camino (servicio bíblico latinoamericano).
El Señor nunca niega su gracia. Este hombre es imagen “de quien desconoce la claridad de la luz eterna”, pues en ocasiones el alma puede sufrir también momentos de ceguera y de oscuridad. Muchas veces esta situación está causada por pecados personales, cuyas consecuencias no han sido del todo zanjadas, o por falta de correspondencia a la gracia. En otras ocasiones, el Señor permite esta difícil situación para purificar el alma, para madurarla en la humildad y en la confianza en Él. Sea cual sea su origen, si alguna vez nos encontramos en ese estado, ¿qué haremos? El ciego de Jericó, Bartimeo, el hijo de Timeo (Marcos 10, 46-52) nos lo enseña: dirigirnos al Señor, siempre cercano para que tenga misericordia de nosotros, y como Bartimeo decirle: ¡Ut videam!, ¡Que vea, Señor!
Si el Señor permite que nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas; si sentimos que nuestra fe no es firme, acudamos al buen pastor. Nadie, de ordinario, puede guiarse a sí mismo sin una ayuda extraordinaria de Dios. La falta de objetividad con que nos vemos a nosotros mismos hace imposible encontrar los senderos seguros que nos llevan en la dirección justa. “El alma sola sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo” (San Juan de la Cruz) ¡Cuántas veces Jesús espera la sinceridad y la docilidad del alma para obrar el milagro! Nunca niega el Señor su gracia si acudimos a Él en la oración y en los medios por los cuales derrama su gracia.
En quien nos ayuda vemos al mismo Cristo, que enseña, ilumina, cura y da alimento a nuestra alma para que siga su camino. Sin ese sentido sobrenatural, sin esta fe, la dirección espiritual quedaría desvirtuada. Se transformaría en algo completamente distinto: en intercambio de opiniones, quizá. Este medio es una gran ayuda cuando lo que realmente queremos es averiguar la voluntad de Dios sobre nosotros e identificarnos con ella. No busquemos en la dirección espiritual a quien pueda resolver nuestros asuntos temporales; nos ayudará a santificarlos, nunca a organizarlos ni a resolverlos. No es ésa su misión. Si seguimos bien este medio de dirección espiritual, nos sentiremos como Bartimeo, que seguía en el camino a Jesús glorificando a Dios, lleno de alegría. Nos acercamos a Jesús llenos de fe para suplicarle que nos haga contemplar su Rostro y nos llene de su Luz. Entonces podremos caminar tras sus huellas. Huellas que nos ha dejado especialmente en la Eucaristía, a la que acudimos no sólo a adorarlo y a reconocerlo como Señor en nuestra vida, sino a aceptar el compromiso de vivir conforme a su Evangelio, dando testimonio de Él con nuestras obras. Es el Señor que se acerca a nosotros y que nos dice: ¿Qué quieres que haga por ti? Ante esa pregunta no queramos responder pidiendo cosas intranscendentes. Pidámosle que nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo, capaz de ayudarnos a convertirnos en un testimonio vivo del Amor y de la Verdad, que es Dios, y que habita en nuestros corazones. Ante el Señor reconocemos nuestras miserias, pero el Señor quiere perdonarnos; ojalá y aceptemos su perdón y, libres de las tinieblas del pecado y de la muerte, vayamos tras de Cristo, alabando su Nombre con nuestras buenas obras.
Quienes participamos de la Eucaristía y entramos en comunión de Vida con el Señor, hemos de tener los ojos abiertos para contemplar su Rostro en nuestros hermanos, para preocuparnos de hacerles siempre el bien. El ir tras de Jesús no ha de ser sólo para vivir nuestra fe de un modo personalista, sino para vivirla como testigos. A la Iglesia de Cristo, formada por nosotros, corresponde la Misión de devolver la vista a quienes el pecado les ha enceguecido los ojos del corazón y les ha embotado su mente. La proclamación del Evangelio de Cristo se ha de hacer en todo momento, insistiendo a tiempo y a destiempo. Y, al proclamar la Buena Nueva del Señor, no podemos dejar de pasar haciendo el bien a todos, pues el anuncio del Evangelio, que no vaya acompañado de buenas obras, difícilmente podrá conducir a la fe a quienes nos escuchen. El Espíritu Santo debe llenar todo nuestro ser para que podamos no sólo ver, sino comprender la voluntad de Dios sobre nosotros, y, siguiendo las huellas de Cristo, podamos algún día, junto con Él, contemplar y disfrutar eternamente la Gloria del Padre Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles discípulos de su Hijo, dejándonos perdonar por Él, permitiéndole que nos ayude a contemplar su vida para amoldarnos a ella, y dejándonos conducir por su Espíritu para llegar a la Gloria, a la que nos llama como término de nuestro camino como testigos por este mundo. Amén (www.homiliacatolica.com).
domingo, 16 de octubre de 2011
Lunes de la 29ª semana. La fe de Abraham es modelo de la nuestra. Y nos llevará a tener confianza en Dios y no idolatrar el dinero
Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4,20-25. Hermanos: Ante la promesa de Dios Abrahán no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación. Y no sólo por él está escrito: «Le valió», sino también por nosotros, a quienes nos valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.
Salmo: Lc 1,69-70.71-72.73-75. R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo.
Nos ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza.
Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Evangelio según san Lucas 12,13-21. En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.» Él le contestó: -«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: -«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» Y les propuso una parábola: -«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»
Comentario: 1..- Rm 4,20-25 (ver domingo 10A). Sigue el ejemplo de Abrahán, que a Pablo le parece muy válido para reafirmar su doctrina de la salvación por la fe y no por las obras. La fe del gran patriarca no fue precisamente fácil. Tuvo un gran mérito, porque las dos promesas de Dios -la paternidad a su edad y la posesión de la tierra- se hacían esperar mucho. Como decía Pablo el sábado pasado, Abrahán "creyó contra toda esperanza", contra toda apariencia. Y es esa fe la que se alaba en él, la que se "le computa como justicia", o sea, como agradable a Dios. Igual nos pasa a nosotros cuando creemos "en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús". Cuando Pablo habla de "justicia" y "justificación", no se refiere a lo que ahora podríamos llamar "buscar excusas" o ser objeto de una decisión judicial: "justicia" equivale a santidad, gracia, ser agradable a Dios.
Pablo acaba aquí el análisis de los lazos de unión entre la fe y la justificación, a partir del ejemplo de Abraham (cf Rom 4, 1-8,13-17). Ha demostrado ya que Abraham era "pecador" en el momento de su justificación y llamado a ser padre de una multitud antes de ser circuncidado y de haber observado las obras de la ley. Por tanto, la fe sola le ha "justificado". Pero, entonces, ¿qué es esta fe?
a) Es, en primer lugar, una esperanza más allá de toda esperanza (v 18). La fe del patriarca se mantiene en la seguridad de que Dios es capaz de suspender los determinismos de la Naturaleza que engendran automáticamente el futuro a partir del pasado, para crear un futuro verdaderamente nuevo e inesperado. De esta manera, Abraham no se ha confiado en sí mismo encerrándose en su pasado, sino que se ha fiado de Dios como aquel que puede renovar todo. Como creyente, Abraham no ha dirigido los ojos sobre su estado físico que contradecía su esperanza; sino que ha superado esta contradicción confiando a Dios el cuidado de sobrepasarla. Hay que advertir que Pablo se sitúa en un plano teológico mucho más que en un plano histórico: no se puede olvidar que Abraham será aún capaz de dar un hijo a Agar y seis a Quetura (Gén 25).
b) La fe de Abraham remite en primer lugar a la persona del mismo Dios y no al contenido de la promesa (léase cambiar las leyes de la Naturaleza). Esta fe es eminentemente personal. Supone la consciencia de la incapacidad del hombre para definir por sí mismo su futuro (v. 19), tomando así la actitud contraria a la de los ateos o los idólatras (Rom 1, 21). Todo esto manifiesta bien claramente que Abraham está ligado a Aquel que había prometido más que a lo que había prometido...; el patriarca podrá, más tarde, liberarse del objeto de la promesa -su propio hijo-, sin poner en tela de juicio su ligadura a Aquel que había prometido.
c) Pablo, que elabora una teología de la fe más que la historia de la fe de Abraham, ve en esta un tercer componente: la fe en la resurrección (vv 19.24) o, más exactamente, la fe en Aquel que ha resucitado a Jesús. Imposible creer en el milagro o en la resurrección sin el acto previo de confianza en el que opera estos milagros. Dando vida al cuerpo apagado de Abraham, Dios anticipa algo sobre la resurrección de Cristo, y el Isaac que nace siendo estéril Abraham puede ser comparado a Jesús resucitado de la muerte. En su materialidad, los dos hechos no son comparables más que al precio de una alegorización; pero se relacionan, efectivamente, por la fe idéntica que suponen. Cristo resucitado es verdaderamente el "si' de la promesa de Dios, porque en Él Dios mismo se da al hombre, porque un don así no se merece y porque en Él, además, el hombre se une a Dios en una apertura y una confianza perfectas. El orden de la promesa y de la fe es entonces el de la reciprocidad en Jesucristo de dos fidelidades personales (Maertens-Frisque).
-Hermanos, ante la promesa de Dios, Abraham no cedió a la duda con incredulidad... La fe se presenta a menudo como una esperanza aparentemente contraria a toda esperanza. Humanamente hablando, Abraham tenía todas las razones para desesperar, para «dudar» de su porvenir, era demasiado viejo para tener hijos. En esta situación sin salida, bloqueada, Abraham se remitió a Dios, confiándole el cuidado de superarla y de crearle un «porvenir nuevo», una salida. Sencillamente, sin tensión excesiva, evoco en mi memoria las «situaciones» sin salida humana aparente, las mías o las del mundo que me rodea, mis preocupaciones, mis responsabilidades aplastantes, las cargas que pesan sobre mí... mis pecados, mis impotencias... Señor, todo esto que me podría «hacer caer en la duda», te lo ofrezco como Abraham, lo confió a tu cuidado, creo en tus promesas.
-Sino que halló su fuerza en la fe y dio gloria a Dios... En griego se encuentra el término «dunamis»: «fue dinamizado por su Fe»... Pablo nos dijo ya que el evangelio era «una fuerza de Dios». La fe no es una cosa. La fe no es estática, inerte. Es una fuerza motriz, una palanca, una levadura, una potencia de vida, que empuja a la acción, que da un sentido a la acción. «Y dio gloria a Dios». Expresión bíblica frecuente que significa «la actitud del hombre que reconoce a Dios y no se apoya más que en El». La incapacidad del hombre para resolver sus problemas más fundamentales no lleva a la desesperación, ni a la «náusea», sino a la «Acción de gracias», a la «Eucaristía»: a la confianza ilimitada en Dios. Así el creyente toma una actitud inversa a la de los ateos, los cuales «no dan gloria a Dios» (Rom 1,21). Señor, sé Tú mi solidez. En mi fragilidad y en mis miedos quiero apoyarme totalmente en Ti y hallar en Ti el dinamismo de mi vida, mi gusto de vivir, mi alegría. ¡Y te doy gloria! Gracias, gracias.
-Porque estaba plenamente convencido de que Dios tiene poder de cumplir «lo que ha prometido». Evoco las «promesas de Dios»... Repito para mí la certidumbre: «estoy plenamente convencido que...
-Por ésta su fe, Dios le «declaró justo». Estas palabras se repiten muchas veces en la epístola a los Romanos. Tres veces en las páginas que meditamos hoy. Bien lo sé, Señor, no es la apreciación que tengo de mí mismo lo que cuenta... sino tu apreciación... ¿Me declaras justo? Tu declaración no es una ficción jurídica, que me dejará tal cual soy, al cubrirme artificialmente con el «manto de la justicia» -ésta fue a veces la interpretación de ciertos protestantes-. De hecho, hablándose de Dios, «declarar a alguien justo», ¡es hacer un verdadero acto! Es "justificar", es «crear en el hombre esta justicia». Señor, crea en mí un corazón puro. Señor, crea en mí la santidad.
-Dios nos declarará justos también a nosotros, porque creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, en Jesús, Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. El objeto central de nuestra Fe, es la «fe en Cristo resucitado». Pablo señala un vínculo muy fuerte entre Cristo y nosotros: fue entregado «por» nosotros, y resucitó «por» nosotros... Es casi inverosímil. Dios entregado por el hombre. Dios entregado por mí... tan pobre, tan pecador, tan insignificante, tan efímero. ¡Me aferro a Ti, oh Cristo, entregado y resucitado! (Noel Quesson).
Los Israelitas, liberados de la esclavitud en Egipto, sólo vieron cumplida la promesa hecha por Dios a Abraham cuando tomaron posesión de la tierra prometida. Así, quienes mediante la Muerte de Cristo hemos sido liberados de la esclavitud al pecado, sólo vemos plenamente realizada nuestra salvación, nuestra justificación, cuando participamos de la Glorificación de Cristo resucitado. Entonces llega a su plenitud la promesa de justificación, de salvación para nosotros, pues ésta no se realiza sólo al ser perdonados, sino al ser glorificados junto con Cristo, pues precisamente este es el Plan final que Dios tiene sobre la humanidad. Aceptar en la fe a Jesús haciendo nuestro su Misterio Pascual nos acreditará como Justos ante Dios, el cual nos levantará de la muerte de nuestros pecados y nos hará vivir como criaturas nuevas en su presencia. No perdamos esta oportunidad que hoy nos ofrece el Señor.
2. En este canto de Lc 1,69-75 se llama a Jesús Señor y Salvador, como lo llamarán también el ángel en el anuncio a los pastores. El pasaje habla de Juan y de Jesús: “Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo… Es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir a la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, atnes de que él lo vea… Finalmente, ance, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre… Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro” (S. Agustín). Con razón es llamado Abrahán "padre de los creyentes" y le miramos como modelo de hombre de fe los cristianos, los judíos y los musulmanes. Abrahán nos enseña a ponernos en manos de Dios, a apoyarnos, no en nuestros propios méritos y fuerzas, sino en ese Cristo Jesús que ha muerto y ha resucitado para nuestra salvación. Como la Virgen María, que es para el NT el modelo de creyente que para el AT era Abrahán, y a la que Isabel alabó por su fe: "dichosa tú, porque has creído". Se trata de que nos descentralicemos de nosotros mismos y que orientemos la vida según el plan de Dios, fiándonos de él. Hoy, en vez de un salmo, como meditación después de la primera lectura, rezamos el Benedictus evangélico, que, en continuidad con Abrahán, nos hace ser más conscientes de lo mucho que hace Dios y de lo poco que somos capaces de hacer nosotros por nuestra cuenta: "el Señor Dios ha visitado a su pueblo... realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días". Es él mismo el que nos "concede" vivir la jornada "con santidad y justicia": no son obras nuestras que le ponemos delante, como exigiendo el jornal al que tenemos derecho.
3. Lc 12,13-21 (ver domingo 18C). Alguien le pide a Jesús que intervenga en una cuestión de herencias. Jesús contesta que no ha venido a eso: él siempre rehusa hacer de árbitro en asuntos de política o de economía. Lo que le interesa es evangelizar y llamar la atención sobre los valores más profundos, como en este caso, en que la pregunta le sirve para dar su lección: "guardaos de toda clase de codicia".
La codicia o la avaricia, el afán inmoderado de dinero, o los peligros de la riqueza, es uno de los aspectos que Lucas más veces trata en su evangelio (y en el libro de los Hechos). Tal vez, cuando él los escribía, en la comunidad habían entrado personas en buena posición social, creando algunos inconvenientes, y por eso Lucas resalta el contraste con la pobreza radical, evangélica, que Jesús practicó y enseñó a los suyos. La parábola es sencilla pero muy expresiva. Uno se imagina al buen terrateniente gordo y satisfecho con su cosecha, haciendo planes para el futuro. Jesús le llama "necio". Su estupidez consiste en que ha almacenado cosas no importantes, que le pueden ser quitadas hoy mismo, e irán a parar a otros. Mientras que él se quedará en la presencia de Dios con las manos vacías. ¿De qué le habrá valido sacrificarse y trabajar tanto?
Una de las idolatrías que sigue siendo actual, en la sociedad y también en la Iglesia, es la del dinero. No hace falta, para aplicarnos la lección, que seamos ricos y que la cosecha de este año no nos quepa en los graneros. La codicia puede ser de dinero, y también de fama, poder, placer, ideologías, afán organizativo, éxitos... Pero siempre es idolatría, porque ponemos nuestra confianza en algo frágil y caduco, y no en los valores duraderos, y eso nos bloquea para otras cosas más importantes. No nos deja ser libres, ni ser solidarios con los demás, ni estar abiertos ante Dios. Ya nos dijo Jesús que es imposible servir a dos señores, al dinero y a Dios. Y que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos: está cargado con demasiado equipaje como para tener agilidad de movimientos. Aquel joven que se acercó a Jesús se marchó triste, sin seguir su llamada: era rico. Al contrario, ¡cuántas veces subraya Lucas que algunos llamados por Jesús, "dejándolo todo, le siguieron"! La ruina del buen hombre nos puede pasar a nosotros: "así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios". Su pecado no era ser rico, ni preocuparse de su futuro. Sino olvidar a Dios y cerrarse a los demás. Ser ricos ante Dios significa dar importancia a aquellas cosas que sí nos llevaremos con nosotros en la muerte: las buenas obras. En concreto, el haber sabido compartir con otros nuestros bienes sí que es una riqueza que vale la pena ante Dios. El examen final será: "me diste de comer". Y el no hacerlo -como fue el caso del rico Epulón- es, para el evangelio, la mayor necedad. No se nos invita a la pereza. El mismo Jesús nos dijo la parábola de los talentos que hay que hacer fructificar.
Se trata de que no nos dejemos apegar a las riquezas. Hay cosas más importantes que el dinero, en la vida humana y cristiana. Aunque ya estemos bien orientados en la vida de fe y centrados en los valores de Dios, podemos preguntarnos si de alguna manera no se nos pega también la idolatría del dinero que reina en el mundo, y si no tendríamos que relativizar algo nuestras preocupaciones materiales (J. Aldazábal).
Jesús no ha venido al mundo con el encargo de dirimir los litigios jurídicos entre los hombres. Él se niega a poner su autoridad en favor de esta o la otra opción, de este o el otro orden social. Él viene a salvar a los hombres, todos e integralmente. Viene a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolvería, evitándolos, todos los litigios entre los hermanos (cf 1 Cor 6,1-11). El hombre se halla siempre tentado a buscar su salvación en los bienes, en las posesiones, a poner en las riquezas su seguridad. El discípulo debe estar siempre en guardia contra esta tentación insidiosa. Los bienes no aseguran ni la misma vida. Menos aún la salvación. El hombre de la parábola dialoga consigo mismo. Este diálogo falla en el orden de la salvación. Le faltan interlocutores. No interviene Dios. Ni intervienen los demás hombres. Querer resolver su destino a solas es insensato. Sólo el que atesora bienes, que sean valores ante Dios y para los hermanos, se muestra cuerdo, saca provecho para un futuro definitivo (cf Mt 6,19-21; Ap 3,17-18).
Es la necedad y la vaciedad de su vida lo que tenemos que denunciar. El dinero... se necesita para vivir. pero nuestro héroe, en vez de hacer fructificar sus bienes para el bien de todos, los ha enterrado; sí, es un hombre estúpido que encierra su cosecha en sus graneros, como si el grano no estuviera hecho para el pan y para la siembra, que volverá a lanzar un himno a la vida. En definitiva, ese hombre no merecía vivir: con su conducta, frenaba la vida.
Bloquear la vida: ¡ése es el gran pecado! Y el dinero no es aquí más que un símbolo: ese hombre creía que podía comprar la vida, encerrarla, dominarla; pensaba "agarrar" la vida, y la vida se le escapa. Fue la conducta de los fariseos la que obligó a Jesús a contar esta parábola: ellos encerraban a las gentes en unas reglas tan estrechas que les impedían respirar. "Estabais muertos... en medio de la concupiscencias de vuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos": Pablo denuncia ese mismo mal que roe el corazón del hombre. Círculo infernal del tener, embriaguez del poder, desmesura del saber...; el resultado es idéntico: la vida queda encadenada. "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma". El grano está hecho para el pan y para la siembra, la religión para el hombre; el don de la vida está hecho para vivir de él.
"Buscad las cosas de arriba". Lo que nos propone el Evangelio es una cura de alta montaña. En el fondo, ni el trabajo ni el capital son la última palabra sobre el hombre; tanto el uno como el otro se quedan sin respuesta ante la muerte, y la muerte es la mayor cuestión que persigue al hombre. "Estabais muertos..., pero Dios, rico en misericordia... nos vivificó juntamente con Cristo". Habéis resucitado; lo que ahora se necesita es vivir.
"Esto no viene de nosotros, sino que es don de Dios". "¿Por qué te afanas y preocupas?", le preguntaba Jesús a Marta al verla tan atareada; "sólo hay necesidad de una cosa". "Buscad el Reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura". En cuanto a vuestro dinero, miradlo con humor; está hecho para la vida; gastadlo a tiempo, compartidlo, hacedlo fructificar para la felicidad de todos. "Estabais muertos y ahora estáis vivos"; entonces, hermanos, haced una cura de alta montaña, respirad bien hondo el aire puro de Dios que es su Espíritu..., el Espíritu de un mundo nuevo, un mundo al revés, ¡el mundo de arriba! (Dios cada dia, Sal terrae).
Lucas es el único, de entre los cuatro evangelistas, que nos relata la página siguiente. Reconocemos, una vez más, su insistencia sobre la "pobreza". -Uno del público le pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". El derecho de sucesión estaba regido, como siempre en Israel, por la ley de Moisés (Deut 21,17). Pero se solía pedir a los rabinos que hicieran arbitrajes y dictámenes periciales. En este caso una persona va a Jesús para que influya sobre su hermano injusto.
-Le contestó Jesús: "¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" ¡Notemos bien este rechazo! Se ha pedido a Jesús asumir una tarea temporal. El ha rehusado. Es una tentación constante de los hombres pedir al evangelio una especie de garantía, una sacralización de sus opciones temporales. Anexionar el evangelio a su partido o a su interés. La razón de ese rechazo, Jesús la da muy clara: no ha recibido ningún mandato, ni de Dios ni de los hombres para tratar de esos asuntos temporales. El Concilio Vaticano II ha insistido varias veces sobre ese principio esencial de una autonomía relativa de las "instituciones temporales": "Es de suma importancia distinguir claramente entre las responsabilidades que los fieles, ya individualmente considerados, ya asociados, asumen, de acuerdo con su conciencia cristiana... y de los actos que ponen en nombre de la Iglesia en comunión con sus Pastores... La Iglesia no está ligada a ningún sistema político". (G. S. 76) El Concilio en ese sentido, no deja de repetir a los laicos que se atengan a su conciencia y a su propia competencia: "Que los cristianos esperen de los sacerdotes la luz y el impulso espiritual, pero no piensen que sus pastores vayan a estar siempre en condiciones de tal competencia que hayan de tener al alcance una solución concreta e inmediata por cada problema, aun grave, que se les presente." (G. S. 43).
-Luego, dirigiéndose Jesús a la multitud dijo: "Cuidado, guardaos de toda codicia porque la vida de una persona, aunque ande en la abundancia, no depende de sus riquezas. " Está claro que Jesús no renuncia a decir algo sobre asuntos temporales. Jesús recuerda un principio esencial. Se mantiene a ese nivel y deja a los jueces y magistrados que hagan la aplicación al caso concreto.
-Y les propuso esta parábola: "Un hombre rico... cuyas tierras dieron una gran cosecha... decidió derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar más grano y provisiones. Se dijo: "Tienes reservas abundantes para muchos años. Descansa. Come. Bebe. Date la buena vida". Pero Dios le dijo: "Estás loco: Esta misma noche te van a reclamar la vida". Tenemos aquí en profundidad, la razón por la cual varias veces Jesús ha rehusado intervenir en lo "temporal": afirma, de modo rotundo, que el horizonte del hombre no se acaba aquí abajo, y que es por "esa otra parte" de la vida del hombre -la parte esencial para Jesús- tan fácilmente olvidada en beneficio de la vida temporal -Come, bebe, date la buena vida-, por la que Jesús no ha dejado nunca de "tomar partido" y de "movilizar" a todos los que quieren hacerle caso. El hombre que olvida o descuida esa "parte" de la vida está "loco", dice Jesús
-Eso le pasa al que amontona riquezas "para sí" y no es rico "para Dios". El uso que hacemos del dinero lo cambia todo: quien lo usa "para sí", está loco, quien lo usa "para Dios", es un sabio. Fórmula lapidaria que condena cualquier egoísmo, cualquier esclavitud del dinero (Noel Quesson).
La existencia cristiana, desde su comienzo, tiene adversarios que acechan a todos los que quieren asumirla. Algunos ya desde ese momento inicial se dejan arrebatar la Palabra sembrada en ellos y destinada a fructificar en su corazón y en el de todos los hombres. Pero las amenazas no se reducen a este momento inicial sino que acompañan al creyente a lo largo de toda su existencia. Cada uno de ellos debe enfrentarse durante toda su vida a "pruebas", amenazas desde el exterior que llevan a considerar una pérdida el seguimiento de Jesús. Este aparece, en ciertos momentos, como amenaza para la estructura social existente que, por un sentimiento de autodefensa, puede asumir formas agresivas persiguiendo a los portadores del mensaje. Un peligro mayor que impide la producción de los frutos reside en la adopción por parte de los cristianos de un estilo de vida en contradicción con la propuesta aceptada. La actitud de desconfianza frente a Dios y la primacía de la búsqueda de posesión y del placer están presentes en el entorno en que el cristiano debe realizar su existencia. Este entorno no es totalmente exterior a la existencia del creyente. El contagio de estos valores predominantes en la sociedad es una posibilidad real que amenaza nuestra existencia, que puede impedir la obtención de la finalidad propuesta y llenar de frustración nuestra existencia. Sólo la actitud de "un corazón noble y generoso" junto a una fidelidad constante y sin límites en la duración puede asegurar la llegada a la meta de la existencia (Josep Rius-Camps).
La vida no depende de las riquezas. Llegado el momento de partir de este mundo todos los bienes acumulados se quedan, y los disfrutan quienes no los ganaron con el sudor de su frente. ¿Por qué no disfrutarlos honestamente y compartirlos con los que nada tienen? El Señor nos dice al respecto: Gánense amigos con los bienes de este mundo. Así, cuando tengan que dejarlos, los recibirán en las moradas eternas. El amor que nos lleva a partir nuestro propio pan para alimentar a los hambrientos, a vestir a los desnudos, a procurar una vivienda digna a los que viven en condiciones infrahumanas, son los bienes acumulados que nos hacen ricos a los ojos de Dios. Si vivimos así, en un amor comprometido hacia los demás, al final serán nuestras las palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel, entra a tomar posesión del gozo y de la vida de tu Señor (www.homiliacatolica.com).Lluciá Pou
Salmo: Lc 1,69-70.71-72.73-75. R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo.
Nos ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza.
Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Evangelio según san Lucas 12,13-21. En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.» Él le contestó: -«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: -«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» Y les propuso una parábola: -«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»
Comentario: 1..- Rm 4,20-25 (ver domingo 10A). Sigue el ejemplo de Abrahán, que a Pablo le parece muy válido para reafirmar su doctrina de la salvación por la fe y no por las obras. La fe del gran patriarca no fue precisamente fácil. Tuvo un gran mérito, porque las dos promesas de Dios -la paternidad a su edad y la posesión de la tierra- se hacían esperar mucho. Como decía Pablo el sábado pasado, Abrahán "creyó contra toda esperanza", contra toda apariencia. Y es esa fe la que se alaba en él, la que se "le computa como justicia", o sea, como agradable a Dios. Igual nos pasa a nosotros cuando creemos "en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús". Cuando Pablo habla de "justicia" y "justificación", no se refiere a lo que ahora podríamos llamar "buscar excusas" o ser objeto de una decisión judicial: "justicia" equivale a santidad, gracia, ser agradable a Dios.
Pablo acaba aquí el análisis de los lazos de unión entre la fe y la justificación, a partir del ejemplo de Abraham (cf Rom 4, 1-8,13-17). Ha demostrado ya que Abraham era "pecador" en el momento de su justificación y llamado a ser padre de una multitud antes de ser circuncidado y de haber observado las obras de la ley. Por tanto, la fe sola le ha "justificado". Pero, entonces, ¿qué es esta fe?
a) Es, en primer lugar, una esperanza más allá de toda esperanza (v 18). La fe del patriarca se mantiene en la seguridad de que Dios es capaz de suspender los determinismos de la Naturaleza que engendran automáticamente el futuro a partir del pasado, para crear un futuro verdaderamente nuevo e inesperado. De esta manera, Abraham no se ha confiado en sí mismo encerrándose en su pasado, sino que se ha fiado de Dios como aquel que puede renovar todo. Como creyente, Abraham no ha dirigido los ojos sobre su estado físico que contradecía su esperanza; sino que ha superado esta contradicción confiando a Dios el cuidado de sobrepasarla. Hay que advertir que Pablo se sitúa en un plano teológico mucho más que en un plano histórico: no se puede olvidar que Abraham será aún capaz de dar un hijo a Agar y seis a Quetura (Gén 25).
b) La fe de Abraham remite en primer lugar a la persona del mismo Dios y no al contenido de la promesa (léase cambiar las leyes de la Naturaleza). Esta fe es eminentemente personal. Supone la consciencia de la incapacidad del hombre para definir por sí mismo su futuro (v. 19), tomando así la actitud contraria a la de los ateos o los idólatras (Rom 1, 21). Todo esto manifiesta bien claramente que Abraham está ligado a Aquel que había prometido más que a lo que había prometido...; el patriarca podrá, más tarde, liberarse del objeto de la promesa -su propio hijo-, sin poner en tela de juicio su ligadura a Aquel que había prometido.
c) Pablo, que elabora una teología de la fe más que la historia de la fe de Abraham, ve en esta un tercer componente: la fe en la resurrección (vv 19.24) o, más exactamente, la fe en Aquel que ha resucitado a Jesús. Imposible creer en el milagro o en la resurrección sin el acto previo de confianza en el que opera estos milagros. Dando vida al cuerpo apagado de Abraham, Dios anticipa algo sobre la resurrección de Cristo, y el Isaac que nace siendo estéril Abraham puede ser comparado a Jesús resucitado de la muerte. En su materialidad, los dos hechos no son comparables más que al precio de una alegorización; pero se relacionan, efectivamente, por la fe idéntica que suponen. Cristo resucitado es verdaderamente el "si' de la promesa de Dios, porque en Él Dios mismo se da al hombre, porque un don así no se merece y porque en Él, además, el hombre se une a Dios en una apertura y una confianza perfectas. El orden de la promesa y de la fe es entonces el de la reciprocidad en Jesucristo de dos fidelidades personales (Maertens-Frisque).
-Hermanos, ante la promesa de Dios, Abraham no cedió a la duda con incredulidad... La fe se presenta a menudo como una esperanza aparentemente contraria a toda esperanza. Humanamente hablando, Abraham tenía todas las razones para desesperar, para «dudar» de su porvenir, era demasiado viejo para tener hijos. En esta situación sin salida, bloqueada, Abraham se remitió a Dios, confiándole el cuidado de superarla y de crearle un «porvenir nuevo», una salida. Sencillamente, sin tensión excesiva, evoco en mi memoria las «situaciones» sin salida humana aparente, las mías o las del mundo que me rodea, mis preocupaciones, mis responsabilidades aplastantes, las cargas que pesan sobre mí... mis pecados, mis impotencias... Señor, todo esto que me podría «hacer caer en la duda», te lo ofrezco como Abraham, lo confió a tu cuidado, creo en tus promesas.
-Sino que halló su fuerza en la fe y dio gloria a Dios... En griego se encuentra el término «dunamis»: «fue dinamizado por su Fe»... Pablo nos dijo ya que el evangelio era «una fuerza de Dios». La fe no es una cosa. La fe no es estática, inerte. Es una fuerza motriz, una palanca, una levadura, una potencia de vida, que empuja a la acción, que da un sentido a la acción. «Y dio gloria a Dios». Expresión bíblica frecuente que significa «la actitud del hombre que reconoce a Dios y no se apoya más que en El». La incapacidad del hombre para resolver sus problemas más fundamentales no lleva a la desesperación, ni a la «náusea», sino a la «Acción de gracias», a la «Eucaristía»: a la confianza ilimitada en Dios. Así el creyente toma una actitud inversa a la de los ateos, los cuales «no dan gloria a Dios» (Rom 1,21). Señor, sé Tú mi solidez. En mi fragilidad y en mis miedos quiero apoyarme totalmente en Ti y hallar en Ti el dinamismo de mi vida, mi gusto de vivir, mi alegría. ¡Y te doy gloria! Gracias, gracias.
-Porque estaba plenamente convencido de que Dios tiene poder de cumplir «lo que ha prometido». Evoco las «promesas de Dios»... Repito para mí la certidumbre: «estoy plenamente convencido que...
-Por ésta su fe, Dios le «declaró justo». Estas palabras se repiten muchas veces en la epístola a los Romanos. Tres veces en las páginas que meditamos hoy. Bien lo sé, Señor, no es la apreciación que tengo de mí mismo lo que cuenta... sino tu apreciación... ¿Me declaras justo? Tu declaración no es una ficción jurídica, que me dejará tal cual soy, al cubrirme artificialmente con el «manto de la justicia» -ésta fue a veces la interpretación de ciertos protestantes-. De hecho, hablándose de Dios, «declarar a alguien justo», ¡es hacer un verdadero acto! Es "justificar", es «crear en el hombre esta justicia». Señor, crea en mí un corazón puro. Señor, crea en mí la santidad.
-Dios nos declarará justos también a nosotros, porque creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, en Jesús, Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. El objeto central de nuestra Fe, es la «fe en Cristo resucitado». Pablo señala un vínculo muy fuerte entre Cristo y nosotros: fue entregado «por» nosotros, y resucitó «por» nosotros... Es casi inverosímil. Dios entregado por el hombre. Dios entregado por mí... tan pobre, tan pecador, tan insignificante, tan efímero. ¡Me aferro a Ti, oh Cristo, entregado y resucitado! (Noel Quesson).
Los Israelitas, liberados de la esclavitud en Egipto, sólo vieron cumplida la promesa hecha por Dios a Abraham cuando tomaron posesión de la tierra prometida. Así, quienes mediante la Muerte de Cristo hemos sido liberados de la esclavitud al pecado, sólo vemos plenamente realizada nuestra salvación, nuestra justificación, cuando participamos de la Glorificación de Cristo resucitado. Entonces llega a su plenitud la promesa de justificación, de salvación para nosotros, pues ésta no se realiza sólo al ser perdonados, sino al ser glorificados junto con Cristo, pues precisamente este es el Plan final que Dios tiene sobre la humanidad. Aceptar en la fe a Jesús haciendo nuestro su Misterio Pascual nos acreditará como Justos ante Dios, el cual nos levantará de la muerte de nuestros pecados y nos hará vivir como criaturas nuevas en su presencia. No perdamos esta oportunidad que hoy nos ofrece el Señor.
2. En este canto de Lc 1,69-75 se llama a Jesús Señor y Salvador, como lo llamarán también el ángel en el anuncio a los pastores. El pasaje habla de Juan y de Jesús: “Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo… Es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir a la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, atnes de que él lo vea… Finalmente, ance, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre… Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro” (S. Agustín). Con razón es llamado Abrahán "padre de los creyentes" y le miramos como modelo de hombre de fe los cristianos, los judíos y los musulmanes. Abrahán nos enseña a ponernos en manos de Dios, a apoyarnos, no en nuestros propios méritos y fuerzas, sino en ese Cristo Jesús que ha muerto y ha resucitado para nuestra salvación. Como la Virgen María, que es para el NT el modelo de creyente que para el AT era Abrahán, y a la que Isabel alabó por su fe: "dichosa tú, porque has creído". Se trata de que nos descentralicemos de nosotros mismos y que orientemos la vida según el plan de Dios, fiándonos de él. Hoy, en vez de un salmo, como meditación después de la primera lectura, rezamos el Benedictus evangélico, que, en continuidad con Abrahán, nos hace ser más conscientes de lo mucho que hace Dios y de lo poco que somos capaces de hacer nosotros por nuestra cuenta: "el Señor Dios ha visitado a su pueblo... realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días". Es él mismo el que nos "concede" vivir la jornada "con santidad y justicia": no son obras nuestras que le ponemos delante, como exigiendo el jornal al que tenemos derecho.
3. Lc 12,13-21 (ver domingo 18C). Alguien le pide a Jesús que intervenga en una cuestión de herencias. Jesús contesta que no ha venido a eso: él siempre rehusa hacer de árbitro en asuntos de política o de economía. Lo que le interesa es evangelizar y llamar la atención sobre los valores más profundos, como en este caso, en que la pregunta le sirve para dar su lección: "guardaos de toda clase de codicia".
La codicia o la avaricia, el afán inmoderado de dinero, o los peligros de la riqueza, es uno de los aspectos que Lucas más veces trata en su evangelio (y en el libro de los Hechos). Tal vez, cuando él los escribía, en la comunidad habían entrado personas en buena posición social, creando algunos inconvenientes, y por eso Lucas resalta el contraste con la pobreza radical, evangélica, que Jesús practicó y enseñó a los suyos. La parábola es sencilla pero muy expresiva. Uno se imagina al buen terrateniente gordo y satisfecho con su cosecha, haciendo planes para el futuro. Jesús le llama "necio". Su estupidez consiste en que ha almacenado cosas no importantes, que le pueden ser quitadas hoy mismo, e irán a parar a otros. Mientras que él se quedará en la presencia de Dios con las manos vacías. ¿De qué le habrá valido sacrificarse y trabajar tanto?
Una de las idolatrías que sigue siendo actual, en la sociedad y también en la Iglesia, es la del dinero. No hace falta, para aplicarnos la lección, que seamos ricos y que la cosecha de este año no nos quepa en los graneros. La codicia puede ser de dinero, y también de fama, poder, placer, ideologías, afán organizativo, éxitos... Pero siempre es idolatría, porque ponemos nuestra confianza en algo frágil y caduco, y no en los valores duraderos, y eso nos bloquea para otras cosas más importantes. No nos deja ser libres, ni ser solidarios con los demás, ni estar abiertos ante Dios. Ya nos dijo Jesús que es imposible servir a dos señores, al dinero y a Dios. Y que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos: está cargado con demasiado equipaje como para tener agilidad de movimientos. Aquel joven que se acercó a Jesús se marchó triste, sin seguir su llamada: era rico. Al contrario, ¡cuántas veces subraya Lucas que algunos llamados por Jesús, "dejándolo todo, le siguieron"! La ruina del buen hombre nos puede pasar a nosotros: "así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios". Su pecado no era ser rico, ni preocuparse de su futuro. Sino olvidar a Dios y cerrarse a los demás. Ser ricos ante Dios significa dar importancia a aquellas cosas que sí nos llevaremos con nosotros en la muerte: las buenas obras. En concreto, el haber sabido compartir con otros nuestros bienes sí que es una riqueza que vale la pena ante Dios. El examen final será: "me diste de comer". Y el no hacerlo -como fue el caso del rico Epulón- es, para el evangelio, la mayor necedad. No se nos invita a la pereza. El mismo Jesús nos dijo la parábola de los talentos que hay que hacer fructificar.
Se trata de que no nos dejemos apegar a las riquezas. Hay cosas más importantes que el dinero, en la vida humana y cristiana. Aunque ya estemos bien orientados en la vida de fe y centrados en los valores de Dios, podemos preguntarnos si de alguna manera no se nos pega también la idolatría del dinero que reina en el mundo, y si no tendríamos que relativizar algo nuestras preocupaciones materiales (J. Aldazábal).
Jesús no ha venido al mundo con el encargo de dirimir los litigios jurídicos entre los hombres. Él se niega a poner su autoridad en favor de esta o la otra opción, de este o el otro orden social. Él viene a salvar a los hombres, todos e integralmente. Viene a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolvería, evitándolos, todos los litigios entre los hermanos (cf 1 Cor 6,1-11). El hombre se halla siempre tentado a buscar su salvación en los bienes, en las posesiones, a poner en las riquezas su seguridad. El discípulo debe estar siempre en guardia contra esta tentación insidiosa. Los bienes no aseguran ni la misma vida. Menos aún la salvación. El hombre de la parábola dialoga consigo mismo. Este diálogo falla en el orden de la salvación. Le faltan interlocutores. No interviene Dios. Ni intervienen los demás hombres. Querer resolver su destino a solas es insensato. Sólo el que atesora bienes, que sean valores ante Dios y para los hermanos, se muestra cuerdo, saca provecho para un futuro definitivo (cf Mt 6,19-21; Ap 3,17-18).
Es la necedad y la vaciedad de su vida lo que tenemos que denunciar. El dinero... se necesita para vivir. pero nuestro héroe, en vez de hacer fructificar sus bienes para el bien de todos, los ha enterrado; sí, es un hombre estúpido que encierra su cosecha en sus graneros, como si el grano no estuviera hecho para el pan y para la siembra, que volverá a lanzar un himno a la vida. En definitiva, ese hombre no merecía vivir: con su conducta, frenaba la vida.
Bloquear la vida: ¡ése es el gran pecado! Y el dinero no es aquí más que un símbolo: ese hombre creía que podía comprar la vida, encerrarla, dominarla; pensaba "agarrar" la vida, y la vida se le escapa. Fue la conducta de los fariseos la que obligó a Jesús a contar esta parábola: ellos encerraban a las gentes en unas reglas tan estrechas que les impedían respirar. "Estabais muertos... en medio de la concupiscencias de vuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos": Pablo denuncia ese mismo mal que roe el corazón del hombre. Círculo infernal del tener, embriaguez del poder, desmesura del saber...; el resultado es idéntico: la vida queda encadenada. "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma". El grano está hecho para el pan y para la siembra, la religión para el hombre; el don de la vida está hecho para vivir de él.
"Buscad las cosas de arriba". Lo que nos propone el Evangelio es una cura de alta montaña. En el fondo, ni el trabajo ni el capital son la última palabra sobre el hombre; tanto el uno como el otro se quedan sin respuesta ante la muerte, y la muerte es la mayor cuestión que persigue al hombre. "Estabais muertos..., pero Dios, rico en misericordia... nos vivificó juntamente con Cristo". Habéis resucitado; lo que ahora se necesita es vivir.
"Esto no viene de nosotros, sino que es don de Dios". "¿Por qué te afanas y preocupas?", le preguntaba Jesús a Marta al verla tan atareada; "sólo hay necesidad de una cosa". "Buscad el Reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura". En cuanto a vuestro dinero, miradlo con humor; está hecho para la vida; gastadlo a tiempo, compartidlo, hacedlo fructificar para la felicidad de todos. "Estabais muertos y ahora estáis vivos"; entonces, hermanos, haced una cura de alta montaña, respirad bien hondo el aire puro de Dios que es su Espíritu..., el Espíritu de un mundo nuevo, un mundo al revés, ¡el mundo de arriba! (Dios cada dia, Sal terrae).
Lucas es el único, de entre los cuatro evangelistas, que nos relata la página siguiente. Reconocemos, una vez más, su insistencia sobre la "pobreza". -Uno del público le pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". El derecho de sucesión estaba regido, como siempre en Israel, por la ley de Moisés (Deut 21,17). Pero se solía pedir a los rabinos que hicieran arbitrajes y dictámenes periciales. En este caso una persona va a Jesús para que influya sobre su hermano injusto.
-Le contestó Jesús: "¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" ¡Notemos bien este rechazo! Se ha pedido a Jesús asumir una tarea temporal. El ha rehusado. Es una tentación constante de los hombres pedir al evangelio una especie de garantía, una sacralización de sus opciones temporales. Anexionar el evangelio a su partido o a su interés. La razón de ese rechazo, Jesús la da muy clara: no ha recibido ningún mandato, ni de Dios ni de los hombres para tratar de esos asuntos temporales. El Concilio Vaticano II ha insistido varias veces sobre ese principio esencial de una autonomía relativa de las "instituciones temporales": "Es de suma importancia distinguir claramente entre las responsabilidades que los fieles, ya individualmente considerados, ya asociados, asumen, de acuerdo con su conciencia cristiana... y de los actos que ponen en nombre de la Iglesia en comunión con sus Pastores... La Iglesia no está ligada a ningún sistema político". (G. S. 76) El Concilio en ese sentido, no deja de repetir a los laicos que se atengan a su conciencia y a su propia competencia: "Que los cristianos esperen de los sacerdotes la luz y el impulso espiritual, pero no piensen que sus pastores vayan a estar siempre en condiciones de tal competencia que hayan de tener al alcance una solución concreta e inmediata por cada problema, aun grave, que se les presente." (G. S. 43).
-Luego, dirigiéndose Jesús a la multitud dijo: "Cuidado, guardaos de toda codicia porque la vida de una persona, aunque ande en la abundancia, no depende de sus riquezas. " Está claro que Jesús no renuncia a decir algo sobre asuntos temporales. Jesús recuerda un principio esencial. Se mantiene a ese nivel y deja a los jueces y magistrados que hagan la aplicación al caso concreto.
-Y les propuso esta parábola: "Un hombre rico... cuyas tierras dieron una gran cosecha... decidió derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar más grano y provisiones. Se dijo: "Tienes reservas abundantes para muchos años. Descansa. Come. Bebe. Date la buena vida". Pero Dios le dijo: "Estás loco: Esta misma noche te van a reclamar la vida". Tenemos aquí en profundidad, la razón por la cual varias veces Jesús ha rehusado intervenir en lo "temporal": afirma, de modo rotundo, que el horizonte del hombre no se acaba aquí abajo, y que es por "esa otra parte" de la vida del hombre -la parte esencial para Jesús- tan fácilmente olvidada en beneficio de la vida temporal -Come, bebe, date la buena vida-, por la que Jesús no ha dejado nunca de "tomar partido" y de "movilizar" a todos los que quieren hacerle caso. El hombre que olvida o descuida esa "parte" de la vida está "loco", dice Jesús
-Eso le pasa al que amontona riquezas "para sí" y no es rico "para Dios". El uso que hacemos del dinero lo cambia todo: quien lo usa "para sí", está loco, quien lo usa "para Dios", es un sabio. Fórmula lapidaria que condena cualquier egoísmo, cualquier esclavitud del dinero (Noel Quesson).
La existencia cristiana, desde su comienzo, tiene adversarios que acechan a todos los que quieren asumirla. Algunos ya desde ese momento inicial se dejan arrebatar la Palabra sembrada en ellos y destinada a fructificar en su corazón y en el de todos los hombres. Pero las amenazas no se reducen a este momento inicial sino que acompañan al creyente a lo largo de toda su existencia. Cada uno de ellos debe enfrentarse durante toda su vida a "pruebas", amenazas desde el exterior que llevan a considerar una pérdida el seguimiento de Jesús. Este aparece, en ciertos momentos, como amenaza para la estructura social existente que, por un sentimiento de autodefensa, puede asumir formas agresivas persiguiendo a los portadores del mensaje. Un peligro mayor que impide la producción de los frutos reside en la adopción por parte de los cristianos de un estilo de vida en contradicción con la propuesta aceptada. La actitud de desconfianza frente a Dios y la primacía de la búsqueda de posesión y del placer están presentes en el entorno en que el cristiano debe realizar su existencia. Este entorno no es totalmente exterior a la existencia del creyente. El contagio de estos valores predominantes en la sociedad es una posibilidad real que amenaza nuestra existencia, que puede impedir la obtención de la finalidad propuesta y llenar de frustración nuestra existencia. Sólo la actitud de "un corazón noble y generoso" junto a una fidelidad constante y sin límites en la duración puede asegurar la llegada a la meta de la existencia (Josep Rius-Camps).
La vida no depende de las riquezas. Llegado el momento de partir de este mundo todos los bienes acumulados se quedan, y los disfrutan quienes no los ganaron con el sudor de su frente. ¿Por qué no disfrutarlos honestamente y compartirlos con los que nada tienen? El Señor nos dice al respecto: Gánense amigos con los bienes de este mundo. Así, cuando tengan que dejarlos, los recibirán en las moradas eternas. El amor que nos lleva a partir nuestro propio pan para alimentar a los hambrientos, a vestir a los desnudos, a procurar una vivienda digna a los que viven en condiciones infrahumanas, son los bienes acumulados que nos hacen ricos a los ojos de Dios. Si vivimos así, en un amor comprometido hacia los demás, al final serán nuestras las palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel, entra a tomar posesión del gozo y de la vida de tu Señor (www.homiliacatolica.com).Lluciá Pou
jueves, 18 de agosto de 2011
Jueves de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El sacrificio y la fe no son nada, si no van unidos a la caridad, que es lo que de verdad constituye el c
Jueves de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El sacrificio y la fe no son nada, si no van unidos a la caridad, que es lo que de verdad constituye el centro de la religión
Lectura del libro de los Jueces 11, 29-39a. En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que atravesó Galaad y Manasés, pasó a Atalaya de Galaad, de allí marchó contra los amonitas, e hizo un voto al Señor: -«Si entregas a los amonitas en mi poder, el primero que salga a recibirme a la puerta de mi casa, cuando vuelva victorioso de la campaña contra los -amonitas, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto.» Luego marchó a la guerra contra los amonitas. El Señor se los entregó; los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit (veinte pueblos) y hasta Pradoviñas. Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron sujetos a Israel. Jefté volvió a su casa de Atalaya. Y fue precisamente su hija quien salió a recibirlo, con panderos y danzas; su hija única, pues Jefté no tenía más hijos o hijas. En cuanto la vio, se rasgó la túnica, gritando: -«¡Ay, hija mía, qué desdichado soy! Tú eres mi desdicha, porque hice una promesa al Señor y no puedo volverme atrás.» Ella le dijo: -«Padre, si hiciste una promesa al Señor, cumple lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos.» Y le pidió a su padre: -«Dame este permiso: déjame andar dos meses por los montes, llorando con mis amigas, porque quedaré virgen.» Su padre le dijo: -«Vete.» Y la dejó marchar dos meses, y anduvo con sus amigas por los montes, llorando porque iba a quedar virgen. Acabado el plazo de los dos meses, volvió a casa, y su padre cumplió con ella el voto que habla hecho.
Salmo 39,5.7-8a.8b-9.10. R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.»
- Como está escrito en mi libro - «para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.
Santo evangelio según san Mateo 22,1-14. En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?' El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»
Comentario: 1.- Jc 11,29-39. Conviene recordar de vez en cuando que el Antiguo Testamento es testigo de una época llena de rudeza y cuya moral es, a veces, rudimentaria. La revelación es perfecta en Cristo, pero hasta entonces deberá progresar poco a poco. Estas páginas que nos chocan son la prueba de que este libro está lleno de verdades: refleja toda una civilización con lo mejor y lo peor de ella.
-Jefté hizo un voto al Señor: "Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de mi casa será para el Señor y lo ofreceré en holocausto". No es éste el primer pasaje de la Biblia que nos habla de sacrificio humano. Bajo el horror de una tal práctica se esconde el respeto a la palabra dada y una concepción de Dios exigente y rigurosa... La mayoría de las civilizaciones antiguas conocieron unas costumbres que nos parecen "bárbaras". Pero, ¿son más intachables algunos de nuestros hábitos sociales? Nuestra civilización que «liberaliza» (!) el aborto no tiene el derecho de escandalizarse de los «sacrificios de niños» de las viejas religiones.
-Jefté pasó donde los ammonitas para atacarlos y el Señor los entregó a sus manos. Los derrotó... Fue una grandísima derrota... Batallas, venganzas... En efecto esto es el reflejo de la humanidad corriente. La revelación de Dios no cambia de inmediato las costumbres, las toma tal cual son, para hacerlas evolucionar. Tales situaciones ambiguas son también prueba de que el Señor puede seguir actuando en cualquier modelo de sociedad: nómada, patriarcal, tribal, militar, industrial. democrática, socialista... La Biblia nos afirma sin cesar que Dios no se resigna al mal, sino que trabaja para salvar a los hombres de sus ambigüedades.
-Cuando Jefté volvió a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija. En cuanto la vio rasgó sus vestiduras. El autor antiguo, ante tal hecho, queda como nosotros también perplejo a pesar de la diferencia de culturas. Por toda clase de detalles emotivos muestra su compasión hacia ese padre que ha hecho un voto tan imprudente y hacia esa hija inocente que será sacrificada a los imperativos de la guerra. Queda así planteada una cuestión. Y nosotros, guardada toda proporción, ¿no solemos sacrificar, con excesiva facilidad, a personas, clases sociales, incluso continentes enteros a unos imperativos económicos?
-Ella le respondió: «Padre mío, hablaste muy deprisa ante el Señor, trátame según tu palabra ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los ammonitas. A pesar de lo trágico de esa escena, ¿somos capaces de admirar la sorprendente actitud espiritual que expresa el «sacrificio voluntario» de esa joven que ofrece su vida... por respeto a la palabra dada para salvar a su pueblo?
-Sólo te pido una cosa: déjame un respiro de dos meses, para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras la desgracia de morir sin haber conocido el matrimonio." El le dijo «vete", y la dejó marchar. La profunda humanidad de esos detalles, merece ser meditada. Tras la rudeza de las situaciones y de los hombres, se esconde, a menudo, una profunda ternura. Ayúdanos, Señor, a superar las apariencias para saber adivinar los sentimientos humanos que se disimulan bajo ciertos disfraces (Noel Quesson).
La historia de Jefté tendría bien poco de notable si no fuera por el voto que hizo de sacrificar a Yahvé una persona humana. Su historia personal comienza de manera desgraciada: sus hermanos no le dejan compartir su herencia porque no era hijo de la misma madre. Jefté ha de huir, porque cuando le dicen: «Tú no puedes heredar en casa de nuestro padre» (v 2), le hacen una declaración de enemistad (como en 2 Sm 20,1; 1 Re 12,16). Sufre una suerte semejante a la del joven David, fugitivo de Saúl (1 Sm 22,1-2): ha de agruparse con otros desocupados y organizar una banda, de la cual será el jefe. Sus compatriotas olvidan los antiguos prejuicios cuando se hallan oprimidos por los amonitas. Entonces le ofrecen el mando de las tropas. La historia se presenta como un caso más de los muchos que hay en la Biblia, donde el que es injustamente rechazado desempeña un papel importante en la vida del pueblo. En lenguaje de Pablo: «Lo plebeyo, lo despreciado del mundo, se lo eligió Dios para humillar a lo fuerte» (1 Cor 1,28) Pero Jefté, aun creyendo en Yahvé no le venera como Señor de la vida. Cree que puede disponer de la vida de un semejante suyo, inocente, y sacrificarlo, cumpliendo un voto como los que se practicaban en las religiones de los alrededores. Hallamos un caso paralelo al de Jefté en el primer libro de Samuel: Jonatán, sin saberlo, viola un ayuno obligatorio impuesto por su padre, y Saúl, cuando lo descubre, quiere hacerle morir. Pero, a diferencia del caso de Jefté, el pueblo no deja poner en práctica la decisión de Saúl: «Vive Yahvé, no caerá a tierra un solo cabello de su cabeza» (1 Sm 14,45). Seguramente la narración ha sido conservada no sólo por su intensidad dramática -en parangón con la de las tragedias griegas de la misma época-, sino también para desenmascarar una práctica gentil. Los sacrificios paganos fueron rigurosamente prohibidos en Israel. El dramatismo de la acción está llevado al límite en el sacrificio de una doncella, que no llegará a ser ni esposa ni madre: «Se fue por los montes... y lloró por dos meses su virginidad... La muchacha había quedado virgen». Por eso las jóvenes israelitas hicieron cada año unos días de conmemoración de esa muerte, mostrando así su solidaridad con la hija de Jefté y la protesta contra esa muerte injusta. Pero también nosotros hemos de vigilar: la crueldad humana, ¿no es capaz de ofrecer todavía víctimas humanas a ídolos o a ideologías? (D. Roure; sobre el correcto uso del voto hecho a Dios y los lugares de la Escritura donde se prohiben los sacrificios humanos, ver los comentarios de la Biblia de Navarra a este pasaje).
2. Es extraño y truculento el episodio de Jefté, que sacrifica la vida de su hija por la promesa que había hecho. Cree en Yahvé, pero su fe está mezclada con actitudes paganas. Hace un voto que resulta totalmente irreconciliable con el espíritu de la Alianza: si le da la victoria, sacrificará la vida de la primera persona que salga a recibirle, a la vuelta. Que resulta ser, nada menos, su hija. Otros pueblos vecinos practicaban sacrificios humanos. Pero Israel, no. El episodio de Abrahán, dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac y detenido por la mano del ángel, se interpretaba precisamente como una desautorización de los sacrificios humanos. Jefté no tenía que haber hecho ese voto. Ni cumplirlo, una vez hecho. En la literatura griega tenemos un ejemplo paralelo del dramaturgo Eurípides, que cuenta cómo Agamenón, en la guerra de Troya, y también como consecuencia de una promesa hecha durante una tempestad, sacrifica a su hija Ifigenia. Es explicable el dolor de todos, de modo particular de la misma hija, que ve que su vida se va a tronchar sin haber llegado a su plenitud. La historia es triste, pero también nos puede dar lecciones. La vida humana se ha de respetar absolutamente. Y eso desde su inicio hasta el final. Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Hay que rechazar todo «sacrificio de la vida humana». No nos extraña que, en nuestros tiempos, sigan siendo de tremenda actualidad tanto la discusión sobre el aborto como sobre la eutanasia y la pena de muerte. Mucho menos, claro está, se puede ofrecer a Dios la violencia o la crueldad como homenaje religioso, como el que Jefté se creyó obligado a hacer. Lo mismo hizo Herodes con la promesa hecha a su hija bailarina, que le pidió la cabeza del Bautista, aunque en aquella ocasión no fue precisamente ningún voto a Dios. Hay un aspecto más positivo en este episodio, al que tal vez se deba que se conservara el relato, y es el que resalta el salmo: las promesas hay que cumplirlas. Aunque la actuación de Jefté no tiene justificación, queda en pie que los votos hechos a Dios -se entiende, de cosas buenas-, una vez hechos, hay que cumplirlos, aunque resulten costosos.
El salmo, por una parte, niega la validez de los criterios paganos: «dichoso el que no acude a los idólatras, que se extravían con engaños; tú no quieres sacrificios ni ofrendas...». Pero, por otra, valora la ofrenda de sí mismo que supone hacer un voto a Dios: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad... Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». Las promesas y el pacto y los votos que están en la base del matrimonio cristiano o de la ordenación sacerdotal o de la vida religiosa y consagrada son una ofrenda de la propia vida a una vocación, en definitiva, a Dios, que es el que nos da la fuerza para llevarla a término con firmeza, aunque nos pida sacrificios nada fáciles. La frase del salmo, «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad», es la que la Carta a los Hebreos pone en labios de Jesús en el mismo momento de su encarnación. Hebr 10,8-10 explica teológicamente esta ofrenda, al igual que el Catecismo 2824. Aunque lo de explicar no es la palabra que más me convenza: intenta mostrar desde la fe este misterio, pues sólo desde la experiencia del amor –sómo mirando a Cristo- se entienden estas “locuras” de la libertad como son el celibato y la entrega de amor para siempre…
3.- Mt 22,1-14 (ver domingo 28 A). Saltando otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí o no y, luego, hacen lo contrario), escuchamos en Mateo otra parábola: la de los invitados a la boda. La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia. De nuevo, como en la parábola de ayer -los de la hora undécima- se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta. La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los comensales que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar. Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. ¿Nos hubiéramos atrevido nosotros a comparar a la Iglesia, sin más, a un banquete de bodas? ¿no andamos más bien preocupados por la ortodoxia o la ascética o la renuncia de la cruz? Pues Jesús la compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia. Aunque muchos no acepten la invitación -llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo-, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada... convidadlos a la boda».
El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino. También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos. Cuando Jesús alaba a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ve en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta. Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete -a la hora primera o a la undécima, es igual- debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10; J. Aldazábal).
El tema del traje nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la salvación. El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la alianza entre Yahvé e Israel: cual un esposo, Dios extiende el paño de su manto sobre su esposa (Ez 16). Pero ésta es infiel y se muestra a todo el que llega: su vestido se deteriora, a no ser que Dios se lo quite, y vuelve a dejar de nuevo a su esposa en el anonimato y la desnudez. En la cruz, Jesús es despojado de sus vestidos como para asemejarse más a la humanidad pecadora frente a la muerte, que da al traste con todas las falsas seguridades y las apariencias. Pero muy pronto revestirá, en la resurrección, la gloria divina que vive en El. "Revestirse-de-Cristo" o "revestirse del hombre nuevo" (Ga 3, 27-28; Ef 4, 24; Col 3, 10-11), representa, pues, participar en ese orden de la salvación que engloba el desprendimiento y la resurrección de Jesús. Esta participación en plenitud está reservada a la escatología, cuando toda la humanidad se revestirá de la incorruptibilidad y estará engalanada para presentarse ante su Esposo eterno (Ap 21, 2). Pero hay que revestirse del atuendo nupcial antes de participar en el banquete eucarístico. O, dicho de otro modo: esa participación es una fuente de exigencias morales que el invitado debe honrar mediante los desprendimientos que se imponen (Maertens-Frisque).
La parábola del "Festín de bodas" se sitúa, en la progresión del evangelio de san Mateo, en el centro mismo de la ciudad de Jerusalén, sólo algunas semanas antes de la muerte de Jesús: Jesús anuncia, cada vez más claramente, el rechazo del Mesías por parte del pueblo escogido... -El Reino de los cielos es comparable a un Rey que celebra el banquete de bodas de su Hijo. Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de "boda"... un conjunto de regocijos colectivos: banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría, comunión. Dios casa a su Hijo... Conforme al querer del Padre la desposada a quien ama es: la humanidad. Y el Padre es feliz de ese amor de su Hijo. Jesús enamorado de la humanidad. Esposo místico: Marcos 2, 19; Juan 3, 29; Mateo 9, 15; 25; Efesios 5, 25; 2 Corintos 19, 29; 21, 2-9; 22, 17.
-Envió a sus criados a "llamar" a la boda a los invitados... Venid a la boda. Dios invita, Dios llama, Dios propone. Es una de las mejores imágenes del destino del hombre. Hoy, muchas personas no saben ya cual es el objetivo de su vida: ¿a dónde vamos? ¿por qué hemos nacido? ¿qué sentido tiene nuestra vida? Jesús nos responde: estáis hechos para la "unión con Dios" por mí. El objetivo del hombre, su desarrollo total, es la "relación con Dios": ¡amar, y ser amado! Dios os ama. Y cada uno está invitado a responder a ese amor. Y todos los amores verdaderos de la tierra son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor misterioso y, a la vez, portador de una mayor plenitud.
-Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. ¿Cómo explicar que lleguemos a actuar de ese modo? ¿que prefiramos el "trabajo" a la "fiesta"; que vayamos a nuestras tareas en lugar de ir a participar del "manjar de Dios" ? ¿que nos encerremos en nuestros límites, en nuestra condición humana tan pesada -y ¡tan absurda, según algunos intelectuales!- en lugar de ir a dar un paseo por el universo de Dios para respirar a fondo aires puros?
-El rey se indignó... dio muerte a aquellos homicidas... y prendió fuego a su ciudad... Mateo escribía esto en los años en que Jerusalén fue incendiada por los romanos de la Legión de Tito, en el 70. Los acontecimientos de la historia pueden interpretarse de muy distinta manera. En todo tiempo los profetas han hecho una reconsideración, desde la fe, de los sucesos que, por otro lado, tienen causas y consecuencias humanas. Todo lo que "ocurre", todo lo que nos sucede no se debe al "azar". Conviene buscar y detectar en ello prudentemente el proyecto de Dios... las advertencias que, por la gracia, se encuentran allí escondidas.
-Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, buenos y malos, invitadlos a la boda... y la sala de bodas se llenó de comensales. La Iglesia, comunidad abigarrada, mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo de puros y de santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen grano... ¡Dios quiere salvar a todos los hombres. Dios nos invita a todos!
-Pero hay que llevar el "traje de boda" para no ser echado a las tinieblas de fuera. El tema del "traje": para entrar en el Reino, hay que "revestirse de Cristo", dirá San Pablo (Gálatas 3, 27; Efesios 4, 24; Colosenses 3, 10) "revestirse del hombre nuevo". La salvación no es automática: hay que ir correspondiendo al don de Dios (Noel Quesson).
También esta parábola se refiere en primer lugar al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre primeramente a los judíos por medio de sus "siervos", los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena (Luc. 14, 24: "Porque yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín"). Los "otros siervos" son los apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel, durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y "todo estaba a punto" (Hech. 3, 22: "Porque Moisés ha anunciado: El Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a El habéis de escuchar en todo cuanto os diga, y en Hebr. 8, 4:"Si pues El habitase sobre la tierra, ni siquiera podría ser sacerdote, pues hay ya quienes ofrecen dones según la Ley"). Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga (Hech. 28, 25: No hubo acuerdo entre ellos y se alejaron mientras Pablo les decía una palabra: "Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a vuestros padres") y luego "quemada la ciudad" de Jerusalén, los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios (Rom. 11, 30: "De la misma manera que vosotros en un tiempo erais desobedientes a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia, a causa de la desobediencia de ellos"). El hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 6 ss: "Y oí una voz como de gran muchedumbre, y como estruendo de muchas aguas, y como estampido de fuertes truenos, que decía: "¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado). Más en concreto lo explicaba S. Gregorio Magno: “¿qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que entra a las bodas, pero no entra con vestido nupcial, quien, entrando en la Iglesia, tiene fe pero no tiene caridad”.
Lectura del libro de los Jueces 11, 29-39a. En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que atravesó Galaad y Manasés, pasó a Atalaya de Galaad, de allí marchó contra los amonitas, e hizo un voto al Señor: -«Si entregas a los amonitas en mi poder, el primero que salga a recibirme a la puerta de mi casa, cuando vuelva victorioso de la campaña contra los -amonitas, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto.» Luego marchó a la guerra contra los amonitas. El Señor se los entregó; los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit (veinte pueblos) y hasta Pradoviñas. Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron sujetos a Israel. Jefté volvió a su casa de Atalaya. Y fue precisamente su hija quien salió a recibirlo, con panderos y danzas; su hija única, pues Jefté no tenía más hijos o hijas. En cuanto la vio, se rasgó la túnica, gritando: -«¡Ay, hija mía, qué desdichado soy! Tú eres mi desdicha, porque hice una promesa al Señor y no puedo volverme atrás.» Ella le dijo: -«Padre, si hiciste una promesa al Señor, cumple lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos.» Y le pidió a su padre: -«Dame este permiso: déjame andar dos meses por los montes, llorando con mis amigas, porque quedaré virgen.» Su padre le dijo: -«Vete.» Y la dejó marchar dos meses, y anduvo con sus amigas por los montes, llorando porque iba a quedar virgen. Acabado el plazo de los dos meses, volvió a casa, y su padre cumplió con ella el voto que habla hecho.
Salmo 39,5.7-8a.8b-9.10. R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.»
- Como está escrito en mi libro - «para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.
Santo evangelio según san Mateo 22,1-14. En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?' El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»
Comentario: 1.- Jc 11,29-39. Conviene recordar de vez en cuando que el Antiguo Testamento es testigo de una época llena de rudeza y cuya moral es, a veces, rudimentaria. La revelación es perfecta en Cristo, pero hasta entonces deberá progresar poco a poco. Estas páginas que nos chocan son la prueba de que este libro está lleno de verdades: refleja toda una civilización con lo mejor y lo peor de ella.
-Jefté hizo un voto al Señor: "Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de mi casa será para el Señor y lo ofreceré en holocausto". No es éste el primer pasaje de la Biblia que nos habla de sacrificio humano. Bajo el horror de una tal práctica se esconde el respeto a la palabra dada y una concepción de Dios exigente y rigurosa... La mayoría de las civilizaciones antiguas conocieron unas costumbres que nos parecen "bárbaras". Pero, ¿son más intachables algunos de nuestros hábitos sociales? Nuestra civilización que «liberaliza» (!) el aborto no tiene el derecho de escandalizarse de los «sacrificios de niños» de las viejas religiones.
-Jefté pasó donde los ammonitas para atacarlos y el Señor los entregó a sus manos. Los derrotó... Fue una grandísima derrota... Batallas, venganzas... En efecto esto es el reflejo de la humanidad corriente. La revelación de Dios no cambia de inmediato las costumbres, las toma tal cual son, para hacerlas evolucionar. Tales situaciones ambiguas son también prueba de que el Señor puede seguir actuando en cualquier modelo de sociedad: nómada, patriarcal, tribal, militar, industrial. democrática, socialista... La Biblia nos afirma sin cesar que Dios no se resigna al mal, sino que trabaja para salvar a los hombres de sus ambigüedades.
-Cuando Jefté volvió a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija. En cuanto la vio rasgó sus vestiduras. El autor antiguo, ante tal hecho, queda como nosotros también perplejo a pesar de la diferencia de culturas. Por toda clase de detalles emotivos muestra su compasión hacia ese padre que ha hecho un voto tan imprudente y hacia esa hija inocente que será sacrificada a los imperativos de la guerra. Queda así planteada una cuestión. Y nosotros, guardada toda proporción, ¿no solemos sacrificar, con excesiva facilidad, a personas, clases sociales, incluso continentes enteros a unos imperativos económicos?
-Ella le respondió: «Padre mío, hablaste muy deprisa ante el Señor, trátame según tu palabra ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los ammonitas. A pesar de lo trágico de esa escena, ¿somos capaces de admirar la sorprendente actitud espiritual que expresa el «sacrificio voluntario» de esa joven que ofrece su vida... por respeto a la palabra dada para salvar a su pueblo?
-Sólo te pido una cosa: déjame un respiro de dos meses, para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras la desgracia de morir sin haber conocido el matrimonio." El le dijo «vete", y la dejó marchar. La profunda humanidad de esos detalles, merece ser meditada. Tras la rudeza de las situaciones y de los hombres, se esconde, a menudo, una profunda ternura. Ayúdanos, Señor, a superar las apariencias para saber adivinar los sentimientos humanos que se disimulan bajo ciertos disfraces (Noel Quesson).
La historia de Jefté tendría bien poco de notable si no fuera por el voto que hizo de sacrificar a Yahvé una persona humana. Su historia personal comienza de manera desgraciada: sus hermanos no le dejan compartir su herencia porque no era hijo de la misma madre. Jefté ha de huir, porque cuando le dicen: «Tú no puedes heredar en casa de nuestro padre» (v 2), le hacen una declaración de enemistad (como en 2 Sm 20,1; 1 Re 12,16). Sufre una suerte semejante a la del joven David, fugitivo de Saúl (1 Sm 22,1-2): ha de agruparse con otros desocupados y organizar una banda, de la cual será el jefe. Sus compatriotas olvidan los antiguos prejuicios cuando se hallan oprimidos por los amonitas. Entonces le ofrecen el mando de las tropas. La historia se presenta como un caso más de los muchos que hay en la Biblia, donde el que es injustamente rechazado desempeña un papel importante en la vida del pueblo. En lenguaje de Pablo: «Lo plebeyo, lo despreciado del mundo, se lo eligió Dios para humillar a lo fuerte» (1 Cor 1,28) Pero Jefté, aun creyendo en Yahvé no le venera como Señor de la vida. Cree que puede disponer de la vida de un semejante suyo, inocente, y sacrificarlo, cumpliendo un voto como los que se practicaban en las religiones de los alrededores. Hallamos un caso paralelo al de Jefté en el primer libro de Samuel: Jonatán, sin saberlo, viola un ayuno obligatorio impuesto por su padre, y Saúl, cuando lo descubre, quiere hacerle morir. Pero, a diferencia del caso de Jefté, el pueblo no deja poner en práctica la decisión de Saúl: «Vive Yahvé, no caerá a tierra un solo cabello de su cabeza» (1 Sm 14,45). Seguramente la narración ha sido conservada no sólo por su intensidad dramática -en parangón con la de las tragedias griegas de la misma época-, sino también para desenmascarar una práctica gentil. Los sacrificios paganos fueron rigurosamente prohibidos en Israel. El dramatismo de la acción está llevado al límite en el sacrificio de una doncella, que no llegará a ser ni esposa ni madre: «Se fue por los montes... y lloró por dos meses su virginidad... La muchacha había quedado virgen». Por eso las jóvenes israelitas hicieron cada año unos días de conmemoración de esa muerte, mostrando así su solidaridad con la hija de Jefté y la protesta contra esa muerte injusta. Pero también nosotros hemos de vigilar: la crueldad humana, ¿no es capaz de ofrecer todavía víctimas humanas a ídolos o a ideologías? (D. Roure; sobre el correcto uso del voto hecho a Dios y los lugares de la Escritura donde se prohiben los sacrificios humanos, ver los comentarios de la Biblia de Navarra a este pasaje).
2. Es extraño y truculento el episodio de Jefté, que sacrifica la vida de su hija por la promesa que había hecho. Cree en Yahvé, pero su fe está mezclada con actitudes paganas. Hace un voto que resulta totalmente irreconciliable con el espíritu de la Alianza: si le da la victoria, sacrificará la vida de la primera persona que salga a recibirle, a la vuelta. Que resulta ser, nada menos, su hija. Otros pueblos vecinos practicaban sacrificios humanos. Pero Israel, no. El episodio de Abrahán, dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac y detenido por la mano del ángel, se interpretaba precisamente como una desautorización de los sacrificios humanos. Jefté no tenía que haber hecho ese voto. Ni cumplirlo, una vez hecho. En la literatura griega tenemos un ejemplo paralelo del dramaturgo Eurípides, que cuenta cómo Agamenón, en la guerra de Troya, y también como consecuencia de una promesa hecha durante una tempestad, sacrifica a su hija Ifigenia. Es explicable el dolor de todos, de modo particular de la misma hija, que ve que su vida se va a tronchar sin haber llegado a su plenitud. La historia es triste, pero también nos puede dar lecciones. La vida humana se ha de respetar absolutamente. Y eso desde su inicio hasta el final. Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Hay que rechazar todo «sacrificio de la vida humana». No nos extraña que, en nuestros tiempos, sigan siendo de tremenda actualidad tanto la discusión sobre el aborto como sobre la eutanasia y la pena de muerte. Mucho menos, claro está, se puede ofrecer a Dios la violencia o la crueldad como homenaje religioso, como el que Jefté se creyó obligado a hacer. Lo mismo hizo Herodes con la promesa hecha a su hija bailarina, que le pidió la cabeza del Bautista, aunque en aquella ocasión no fue precisamente ningún voto a Dios. Hay un aspecto más positivo en este episodio, al que tal vez se deba que se conservara el relato, y es el que resalta el salmo: las promesas hay que cumplirlas. Aunque la actuación de Jefté no tiene justificación, queda en pie que los votos hechos a Dios -se entiende, de cosas buenas-, una vez hechos, hay que cumplirlos, aunque resulten costosos.
El salmo, por una parte, niega la validez de los criterios paganos: «dichoso el que no acude a los idólatras, que se extravían con engaños; tú no quieres sacrificios ni ofrendas...». Pero, por otra, valora la ofrenda de sí mismo que supone hacer un voto a Dios: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad... Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». Las promesas y el pacto y los votos que están en la base del matrimonio cristiano o de la ordenación sacerdotal o de la vida religiosa y consagrada son una ofrenda de la propia vida a una vocación, en definitiva, a Dios, que es el que nos da la fuerza para llevarla a término con firmeza, aunque nos pida sacrificios nada fáciles. La frase del salmo, «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad», es la que la Carta a los Hebreos pone en labios de Jesús en el mismo momento de su encarnación. Hebr 10,8-10 explica teológicamente esta ofrenda, al igual que el Catecismo 2824. Aunque lo de explicar no es la palabra que más me convenza: intenta mostrar desde la fe este misterio, pues sólo desde la experiencia del amor –sómo mirando a Cristo- se entienden estas “locuras” de la libertad como son el celibato y la entrega de amor para siempre…
3.- Mt 22,1-14 (ver domingo 28 A). Saltando otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí o no y, luego, hacen lo contrario), escuchamos en Mateo otra parábola: la de los invitados a la boda. La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia. De nuevo, como en la parábola de ayer -los de la hora undécima- se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta. La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los comensales que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar. Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. ¿Nos hubiéramos atrevido nosotros a comparar a la Iglesia, sin más, a un banquete de bodas? ¿no andamos más bien preocupados por la ortodoxia o la ascética o la renuncia de la cruz? Pues Jesús la compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia. Aunque muchos no acepten la invitación -llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo-, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada... convidadlos a la boda».
El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino. También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos. Cuando Jesús alaba a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ve en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta. Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete -a la hora primera o a la undécima, es igual- debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10; J. Aldazábal).
El tema del traje nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la salvación. El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la alianza entre Yahvé e Israel: cual un esposo, Dios extiende el paño de su manto sobre su esposa (Ez 16). Pero ésta es infiel y se muestra a todo el que llega: su vestido se deteriora, a no ser que Dios se lo quite, y vuelve a dejar de nuevo a su esposa en el anonimato y la desnudez. En la cruz, Jesús es despojado de sus vestidos como para asemejarse más a la humanidad pecadora frente a la muerte, que da al traste con todas las falsas seguridades y las apariencias. Pero muy pronto revestirá, en la resurrección, la gloria divina que vive en El. "Revestirse-de-Cristo" o "revestirse del hombre nuevo" (Ga 3, 27-28; Ef 4, 24; Col 3, 10-11), representa, pues, participar en ese orden de la salvación que engloba el desprendimiento y la resurrección de Jesús. Esta participación en plenitud está reservada a la escatología, cuando toda la humanidad se revestirá de la incorruptibilidad y estará engalanada para presentarse ante su Esposo eterno (Ap 21, 2). Pero hay que revestirse del atuendo nupcial antes de participar en el banquete eucarístico. O, dicho de otro modo: esa participación es una fuente de exigencias morales que el invitado debe honrar mediante los desprendimientos que se imponen (Maertens-Frisque).
La parábola del "Festín de bodas" se sitúa, en la progresión del evangelio de san Mateo, en el centro mismo de la ciudad de Jerusalén, sólo algunas semanas antes de la muerte de Jesús: Jesús anuncia, cada vez más claramente, el rechazo del Mesías por parte del pueblo escogido... -El Reino de los cielos es comparable a un Rey que celebra el banquete de bodas de su Hijo. Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de "boda"... un conjunto de regocijos colectivos: banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría, comunión. Dios casa a su Hijo... Conforme al querer del Padre la desposada a quien ama es: la humanidad. Y el Padre es feliz de ese amor de su Hijo. Jesús enamorado de la humanidad. Esposo místico: Marcos 2, 19; Juan 3, 29; Mateo 9, 15; 25; Efesios 5, 25; 2 Corintos 19, 29; 21, 2-9; 22, 17.
-Envió a sus criados a "llamar" a la boda a los invitados... Venid a la boda. Dios invita, Dios llama, Dios propone. Es una de las mejores imágenes del destino del hombre. Hoy, muchas personas no saben ya cual es el objetivo de su vida: ¿a dónde vamos? ¿por qué hemos nacido? ¿qué sentido tiene nuestra vida? Jesús nos responde: estáis hechos para la "unión con Dios" por mí. El objetivo del hombre, su desarrollo total, es la "relación con Dios": ¡amar, y ser amado! Dios os ama. Y cada uno está invitado a responder a ese amor. Y todos los amores verdaderos de la tierra son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor misterioso y, a la vez, portador de una mayor plenitud.
-Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. ¿Cómo explicar que lleguemos a actuar de ese modo? ¿que prefiramos el "trabajo" a la "fiesta"; que vayamos a nuestras tareas en lugar de ir a participar del "manjar de Dios" ? ¿que nos encerremos en nuestros límites, en nuestra condición humana tan pesada -y ¡tan absurda, según algunos intelectuales!- en lugar de ir a dar un paseo por el universo de Dios para respirar a fondo aires puros?
-El rey se indignó... dio muerte a aquellos homicidas... y prendió fuego a su ciudad... Mateo escribía esto en los años en que Jerusalén fue incendiada por los romanos de la Legión de Tito, en el 70. Los acontecimientos de la historia pueden interpretarse de muy distinta manera. En todo tiempo los profetas han hecho una reconsideración, desde la fe, de los sucesos que, por otro lado, tienen causas y consecuencias humanas. Todo lo que "ocurre", todo lo que nos sucede no se debe al "azar". Conviene buscar y detectar en ello prudentemente el proyecto de Dios... las advertencias que, por la gracia, se encuentran allí escondidas.
-Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, buenos y malos, invitadlos a la boda... y la sala de bodas se llenó de comensales. La Iglesia, comunidad abigarrada, mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo de puros y de santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen grano... ¡Dios quiere salvar a todos los hombres. Dios nos invita a todos!
-Pero hay que llevar el "traje de boda" para no ser echado a las tinieblas de fuera. El tema del "traje": para entrar en el Reino, hay que "revestirse de Cristo", dirá San Pablo (Gálatas 3, 27; Efesios 4, 24; Colosenses 3, 10) "revestirse del hombre nuevo". La salvación no es automática: hay que ir correspondiendo al don de Dios (Noel Quesson).
También esta parábola se refiere en primer lugar al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre primeramente a los judíos por medio de sus "siervos", los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena (Luc. 14, 24: "Porque yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín"). Los "otros siervos" son los apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel, durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y "todo estaba a punto" (Hech. 3, 22: "Porque Moisés ha anunciado: El Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a El habéis de escuchar en todo cuanto os diga, y en Hebr. 8, 4:"Si pues El habitase sobre la tierra, ni siquiera podría ser sacerdote, pues hay ya quienes ofrecen dones según la Ley"). Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga (Hech. 28, 25: No hubo acuerdo entre ellos y se alejaron mientras Pablo les decía una palabra: "Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a vuestros padres") y luego "quemada la ciudad" de Jerusalén, los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios (Rom. 11, 30: "De la misma manera que vosotros en un tiempo erais desobedientes a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia, a causa de la desobediencia de ellos"). El hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 6 ss: "Y oí una voz como de gran muchedumbre, y como estruendo de muchas aguas, y como estampido de fuertes truenos, que decía: "¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado). Más en concreto lo explicaba S. Gregorio Magno: “¿qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que entra a las bodas, pero no entra con vestido nupcial, quien, entrando en la Iglesia, tiene fe pero no tiene caridad”.
sábado, 14 de mayo de 2011
VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: la vida de Jesús se nos transmite por la fe y la Eucaristía, y esta experiencia de Vida podemos comunicarla a
VIERNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: la vida de Jesús se nos transmite por la fe y la Eucaristía, y esta experiencia de Vida podemos comunicarla a otros.
1ª Lectura Hechos 9,1-20: 1 Saulo, por su parte, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote 2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de que si encontraba algunos que siguieran este camino, hombres o mujeres, pudiera llevarlos presos a Jerusalén. 3 En el camino, cerca ya de Damasco, de repente le envolvió un resplandor del cielo; 4 cayó a tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». 5 Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?». Y Él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. 6 Levántate y entra en la ciudad; allí te dirán lo que debes hacer». 7 Los que lo acompañaban se quedaron atónitos, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. 8 Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; lo llevaron de la mano a Damasco, 9 donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber. 10 Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor llamó en una visión: «¡Ananías!». Y él respondió: «Aquí estoy, Señor». 11 El Señor le dijo: «Vete rápidamente a la casa de Judas, en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo de Tarso, que está allí en oración 12 y ha tenido una visión: un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista». 13 Ananías respondió: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y decir todo el mal que ha hecho a tus fieles en Jerusalén. 14 Y está aquí con plenos poderes de los sumos sacerdotes para prender a todos los que te invocan». 15 El Señor le dijo: «Anda, que éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas. 16 Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí». 17 Ananías partió inmediatamente y entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, vengo de parte de Jesús, el Señor, el que se te apareció en el camino por el que venías, para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo». 18 En el acto se le cayeron de los ojos como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. 19 Comió y recobró fuerzas. Y se quedó unos días con los discípulos que había en Damasco. 20 Y en seguida se puso a predicar en las sinagogas proclamando que Jesús es el Hijo de Dios.
Salmo Responsorial 117,1-2: 1 ¡Aleluya! Alabad al Señor, todos los pueblos, aclamadlo, todas las naciones, 2 pues su amor por nosotros es muy grande y su lealtad dura por siempre.
Evangelio Jn 6,52-59 (también Jn 6, 51-59 se lee en el DOMINGO 20B): 52 Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». 53 Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. 57 Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. 58 Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente». 59 Dijo todo esto enseñando en la sinagoga de Cafarnaum.
Comentario: 1. a) La conversión de Pablo es un acontecimiento muy recordado en el Nuevo Testamento (Hch 9,1-20; 22,6.21; Gl 1,11-17; 1 Cor 15,3-8); impresiona que el perseguidor pase a ser el apóstol más audaz: ¡Señor, transfórmanos! ¡Señor, mira los países perseguidos! ¡Señor, cambia nuestros corazones! Señor, ayúdanos a ver cómo tu designio puede ir progresando misteriosamente en todas las situaciones aparentemente opuestas al evangelio.
-“Yendo de camino y cerca ya de Damasco, de repente le rodeó la claridad de una luz venida del cielo”; la capital de Siria estaba a 230-250 km de distancia. Hay una persecución, como hoy, quizá por ideas equivocadas, por miserias y resentimientos… En nuestro camino, podemos ir contra Jesús, sin verle: “son también nuestras miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux mundi! (Jn 8,12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida” (S. Josemaría Escrivá).
Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Decía uno: “De muchacho oí predicar que para convertirse el hombre necesita ‘agere contra’, luchar contra sus propias tendencias, ir contra corriente de su alma, cambiarse como un guante al que se da la vuelta. Así si eras impetuoso tenías que volverte apocado; si tímido, en atrevido; si impulsivo, en sereno… Pensando, no encontraba respuesta ¿es posible que si Dios me quería rápido, me haya creado lento? ¿por qué no empezó por ahí?” Es verdad, más que cambiar hemos de aceptarnos como somos. La felicidad no está en cambiar. Dice una historia: “Durante años fui un neurótico (aquí cada uno puede poner sus defectos: impuntual, desordenado, caótico…). Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. No dejaban de recordarme lo neurótico que yo era. Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. Lo peor era que en mi familia tampoco dejaban de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistían en la necesidad de que yo cambiara. También con ellos estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido. De manera que me sentía impotente y como atrapado. Pero un día me dijo un amigo: «No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte». Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: «No cambies. No cambies. No cambies... Te quiero...». Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh, maravilla!, cambié. Ahora sé que en realidad no podía cambiar hasta encontrar a alguien que me quisiera, prescindiendo de que cambiara o dejara de cambiar”. El cambio de vida comienza por ese aceptarse a uno mismo y a los demás, respetar su libertad y no perseguir a nadie para que cambie…
Ya vimos cuando el pueblo de Israel va por el desierto y llegan las “serpientes venenosas”, símbolos de espanto: animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa, de potencia maléfica, casi mágica. En este mundo, podemos ser felices y tocar el paraíso con los dedos cuando nos elevamos de puntillas y alargamos las manos con la esperanza, y para ello hay que esquivar el hechizo de esas serpientes del amor desordenado a las cosas que hace envidiar y odiar a las personas, cuando el amor es sólo para las personas. Y, como consecuencia, la falta de amor a uno mismo, querer ser de otra manera, ansiar salir de cómo somos. El paraíso tiene en el centro el árbol de la vida, al que no podemos llegar por la técnica y el poder: la sabiduría de la vida auténtica se consigue de otro modo, por el amor, como cuenta también otra historia sobre “el secreto para ser feliz”.
Hace muchísimos años, vivió en la India un sabio de quien se decía guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacía el hombre más feliz del mundo. Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y dinero, y hasta intentaron robarlo para obtener el cofre, pero todo era en vano. Cuanto más lo intentaban, más infelices eran, pues la envidia no los dejaba vivir. Así pasaban los años. Un día llegó ante el sabio un niño y le dijo: “Señor, al igual que tú, también quiero ser inmensamente feliz. ¿Por qué no me enseñas qué debo hacer para conseguirlo?” El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le dijo: “A ti te enseñaré el secreto para ser feliz. Ven conmigo y presta mucha atención: En realidad son dos cofres en donde guardo el secreto para ser feliz y estos son mi mente y mi corazón y, el gran secreto no es otro que una serie de pasos que debes seguir a lo largo de la vida: El primero es saber ver a Dios en todas las cosas, amarlo y darle gracias por todo lo que tienes y lo que te pasa. El segundo, es que debes quererte a ti mismo, y todos los días al levantarte y al acostarte debes afirmar: Yo soy importante, yo valgo, soy capaz, soy inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que no pueda vencer. El tercer paso es que debes poner en práctica todo lo que dices que eres, es decir, si piensas que eres inteligente, actúa inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y lucha por ellas hasta lograrlas: se llama motivación. El cuarto, es que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es, ellos alcanzaron su meta, logra tú las tuyas. El quinto, es que no debes albergar en tu corazón rencor hacia nadie; ese sentimiento no te dejará ser feliz; deja que las leyes de Dios hagan justicia, y tú... Perdona y olvida. El sexto es que no debes tomar las cosas que no te pertenecen, recuerda que de acuerdo a las leyes de la naturaleza, mañana te quitarán algo de más valor. El séptimo, es que no debes maltratar a nadie; todos los seres del mundo tenemos derecho a que se nos respete y se nos quiera. Y por ultimo, levántate siempre con una sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno y bonito; piensa en lo afortunado que eres al tener todo lo que tienes; ayuda a los demás, sin pensar que vas a recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus cualidades.
Volvemos a Saulo. Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie… Saulo está a punto de sufrir una transformación, y tendrá que pasar por la soledad que pasó Jesús en la Pasión.
La verdad no está en ser “perfecto” mirándose sólo a sí mismo. Pasarse la vida luchando ‘contra’ los propios defectos, es tiempo perdido. ‘Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar’, así no empezaré a amar nunca. Si me digo: ‘voy a empezar a amar…’ entonces el amor irá pulverizando el egoísmo que me corroe. No es que tengamos muchos defectos; en realidad practicamos pocas virtudes, y así el horno interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a multiplicarse la hojarasca.
-“Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué «me» persigues?"” Todos buscan a Jesús, se preguntan: ¿Qué hago con la vida?; ¿de donde vengo…? ¿A donde voy? ¿Me salvaré? Cristo revela el hombre al hombre y le manifiesta la grandeza de su vocación (Gaudium et spes), en su caminar terreno decían de él: “porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos”; y resucitado también. La humanidad de Cristo sigue viva, y funda la iglesia, por eso entiende Pablo que perseguir a los cristianos es perseguir a Jesús, que Jesús está presente en los cristianos, en la Iglesia: estar en ella es estar con Jesús, en ella encontramos a Jesús. Quienes desprecian la Iglesia como Saulo reciben estas palabras: “yo soy Jesús, a quien tú persigues”. “No dice –S. Beda- ¿por qué persigues a mis miembros? Sino ¿por qué me persigues? Porque Él todavía padece afrentas en su Cuerpo, que es la iglesia”, perseguir a la Iglesia es perseguir a Jesús. Llevamos la gente a Jesús cuando les invitamos a una charla de formación, a visitar el Sagrario, a rezar el Rosario o asistir a un retiro, a rezar (hablar con Dios): por la piedad, Dios dice de cada uno (imagen de su Hijo): “este es mi hijo amado, escuchadle”. Toda persona lleva dentro inquietudes, como la cierva que tiene sed se pregunta: ¿por dónde voy a beber? Como las ovejas que van a buen pasto… y necesitan un pastor, el buen pastor es el Papa, buen pastor son los fieles a Jesús.
Saulo creía perseguir a discípulos, hombres y mujeres. Encuentra a «Jesús». Es sorprendido por Cristo viviente, resucitado, presente en sus discípulos. «Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, había dicho, me lo habréis hecho a mí.» Pablo encuentra a Jesús, en esos hombres y esas mujeres a quienes está persiguiendo: "¿por qué «me» persigues?" Desde el primer día de su encuentro con Jesús, se encuentra con el Cuerpo total de Jesús: los cristianos son el Cuerpo de Cristo, como dirá más tarde a los Romanos (12,5) «Vosotros sois el Cuerpo de Cristo... miembros de su Cuerpo...». Al comer el «Cuerpo de Cristo» en la eucaristía, los cristianos pasan a ser «cuerpo de Cristo». Gran responsabilidad la nuestra: en nosotros hacemos visible a Cristo, somos el cuerpo de Cristo... Ayúdame, Señor, a sacar las consecuencias concretas de este descubrimiento.
-“¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero, levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”. Allí pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber… Bernardino Herrando dice: “La conversión es mucho más que un arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La conversión es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él mismo. Cambió de camino, pero no de alma”. A San Pablo un día Dios le tiró (los pintores lo ponen cayendo del caballo) y le explicó que toda esa violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por otra de mantequilla. Su amor a la ley judaica se transmutó por unas ansias por la Ley de Cristo. Efectivamente, había cambiado de camino, pero no de alma. Este es el cambio que Dios espera del hombre: que luchemos por el espíritu, como hasta ahora hemos peleado por dominar; que nos empeñemos en ayudar a los demás, como deseábamos que todos nos sirvieran. No que echemos agua al moscatel de nuestro espíritu, sino que se convierta en vino que conforte y no emborrache. A veces parece que esto quita libertad, que ata. “¡Cadenas de Jesús! Cadenas, que voluntariamente se dejó Él poner, atadme, hacedme sufrir con mi Señor, para que este cuerpo de muerte se humille... Porque -no hay término medio- o le aniquilo o me envilece. Más vale ser esclavo de mi Dios que esclavo de mi carne” (san Josemaría).
La resurreción es, como dice Bessiere, “un fuego que corre por la sangre de nuestra humanidad. Un fuego que nada ni nadie puede apagar”. Salvo nuestra propia mediocridad y aburrimiento. Los resucitados son los que tienen un “plus” de vida que les sale por los ojos y se convierte enseguida en algo contagioso. Algo que demuestra que el espíritu es más fuerte que el cuerpo.
Ahora entra en escena el bueno de Ananías, que recibe el encargo de ir a curar a Saulo: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.» El Señor le contestó: «Vete, pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre.»
Decía uno: “Yo conozco mucha gente que sin ir a médicos especialistas viven resucitados: una ciega que reparte alegría en un hospital de cancerosos; un pianista ciego que toca para asilos de ancianos; jóvenes que gastan el tiempo que no tienen en despertar minusválidos…” Pues eso: Dedícate a repartir resurrección… basta con chapuzarse en el río de tus propias esperanzas para salir de él chorreando amor a los demás.
“Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”… es la llamada al apostolado, como decía Pablo VI: “el apostolado es… una voz interior inquietante y tranquilizante a un tiempo, una voz dulce e imperiosa, una voz molesta y a la vez amorosa, una voz que, coincidiendo con circunstancias imprevistas y con grandes acontecimientos, se convierte en un determinado momento en atrayente, determinante, casi reveladora de nuestra vida y nuestro destino, incluso profética y casi victoriosa, que al fin hace huir toda incertidumbre, toda timidez y todo temor y simplifica –hasta hacerla fácil, deseable y feliz- la respuesta de nuestro ser, en la expresión de esa sílaba que desvela el supremo secreto del amor: sí, sí, Señor, dime lo que tengo que hacer y lo intentaré, lo haré. Como san Pablo, derribado a las puertas de Damasco: ¿Qué quieres que haga?
La raíz del apostolado se hunde en esta profundidad: el apostolado es vocación, es elección, es encuentro interior con Cristo, es abandono de la propia y personal autonomía a su voluntad, a su invisible presencia; es una cierta sustitución de nuestro pobre corazón inquieto, voluble y a veces infiel pero ávido de amor, por el suyo, por el corazón de Cristo que comienza a latir en la criatura que ha elegido. Entonces se desarrolla el segundo acto del drama psicológico del apostolado: la necesidad de expandirse, la necesidad de hacer, la necesidad de dar, la necesidad de hablar, la necesidad de transmitir a los demás el propio tesoro, el propio fuego (…). El apostolado se convierte en expansión continua de un alma, en exuberancia de una personalidad poseída de Cristo y animada por su Espíritu; se convierte en la necesidad de correr, de trabajar, de intentar todo lo posible para la difusión del Reino de Dios, para la salvación de los otros, de todos”.
Tomó alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que Él era el Hijo de Dios.
Todo comenzó con aquel encuentro luminoso. Esta es una de las maneras de afirmar el «hecho» de la resurrección. En aquel día, Jesús es para Pablo un ser vivo. Ese diálogo de hoy lo seguirá cada día a lo largo de toda su vida, en una oración incesante. «¿Quién eres? -Yo soy Jesús.» Todas las epístolas de san Pablo serán fruto de ese diálogo. Desde ahora, Pablo y Jesús vivirán juntos, como dos compañeros, uno «visible» que hace el trabajo y toma la palabra... el otro «invisible» que anima el trabajo desde el interior, que sugiere la palabra... Pablo, lugarteniente de Cristo, teniendo-el-lugar de Cristo, otro Cristo.
-“Este hombre es el instrumento que he elegido para que lleve mi nombre ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel”. Señor, haz de mí también un instrumento de tu salvación, de tu alegría (Noel Quesson).
b) Pablo es modelo. Hoy los jóvenes se preguntan: “¿Qué personaje admiro? ¿Quién es mi mujer/hombre impacto? ¿Con qué fotos forro la carpeta del colegio? Saulo corría, pero fuera del camino, como aquel hombre en trineo que iba hacia el norte sobre el hielo, sin saber que estaba en un iceberg, y que se dirigía hacia el sur en realidad, perdido en medio del océano: cuanto más corre, más lejos está. Jesús nos interpela también a nosotros: ¿por qué me persigues? Ananías ayudó en ese camino nuevo… "En materia de religión hay dos tipos de personas dignas de elogio: los que han encontrado a Dios y a éstos hay que suponerlos plenamente felices, y los que lo buscan ardorosa y sinceramente. En cambio, hay tres tipos de hombres a los que hay que censurar y condenar sin ambages: primero, los que tienen un prejuicio, es decir, creen saber lo que no saben; luego, los que teniendo conciencia de no saber, buscan de tal manera que no pueden encontrar; y finalmente los que ni piensan saber ni quieren buscar" (S. Agustín).
El Señor llamó en una visión a «Ananías.» Caso parecido al de Pedro (Hch 10,1) cuando en Cesarea había un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte Itálica, piadoso y temeroso de Dios, como toda su familia, daba muchas limosnas al pueblo y continuamente oraba a Dios. Vio claramente en visión, hacia la hora nona del día, que el Ángel de Dios entraba en su casa y le decía: «Cornelio.» Él le miró fijamente y lleno de espanto dijo: «¿Qué pasa, señor?» Le respondió: “Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la presencia de Dios. Ahora envía hombres a Joppe (hoy Jaffa, que forma el núcleo antiguo de Tel-Aviv) y haz venir a un tal Simón, a quien llaman Pedro. Este se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, que tiene la casa junto al mar…”
El Señor es tan fino y delicado que nunca nos manifestará sus deseos directamente. Prefiere nuestra libertad a sus preferencias. Tanto en lo humano, como en lo sobrenatural, necesitamos una ayuda, quizá un “entrenador” o director espiritual. Sólo se vive una vez, y hay que aprovechar los “cartuchos” de cada día de la existencia, no echarlos a perder, vivir con sensatez, en un clima de confianza. La Lituania comunista estaba plagada de caras desconfiadas, con el alma repleta de cicatrices por seguir a tantos líderes que les han engañado. Necesitamos en la vida un clima de confianza, desde el cielo viene la voz de Dios y por la confianza se nos concreta: Oración, ayuda de esa confianza personal… "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9,04). «¿Desde dónde grita? Desde el cielo. Luego está arriba, ¿Por qué me persigues? Luego está abajo» (San Agustín). A la cabeza y al cuerpo, al Señor glorificado y a la comunidad de los creyentes, que forman juntos el Cristo uno.
2. –Por eso lo mejor que podemos hacer es cantar con el Salmo 117/116: «Alabad al Señor todas las naciones, celebradlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad permanece por siempre». Glorifiquemos a Dios y démosle gracias, pues Él ha hecho que su salvación no se quede como privilegio de una raza o de un sólo pueblo, sino que llegue a todas las naciones, de todos los tiempos, lugares y culturas. Efectivamente Dios quiere que todos los hombres se salven. Y aquel pueblo que era considerado un olivo silvestre ha sido injertado en el olivo verdadero, en Cristo Jesús, pues la salvación, conforme al plan previsto y sancionado por Dios, nos ha llegado por medio de los judíos. Así, por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro, todo aquel que lo acepte en su propia vida podrá convertirse en una oblación pura y en una continua alabanza del Nombre de Dios, nuestro Padre. Dios, en Adán, prometió enviarnos un salvador. Y en Adán no estaba simbolizado un pueblo, sino la humanidad entera. Y Dios ha cumplido sus promesas, dando así a conocer su amor por nosotros y que su fidelidad es eterna. Aprovechemos la oportunidad de ser renovados en Cristo, pues no tendremos ya otro nombre en el cual podamos alcanzar el perdón de los pecados y la salvación eterna.
3. a) -Discutían entre sí los judíos: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Ellos lo interpretan de la manera más realista; y les choca.
-Jesús dijo entonces: "Sí, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros." Lejos de atenuar el choque, Jesús repite lo que ya ha dicho; lo enlaza explícitamente con el "sacrificio del caIvario"... "el pan que yo daré, es mi carne... que habré dado antes en la Pasión, para la vida del mundo". La alusión a la "sangre", en el pensamiento de Jesús, remite también a la cruz y a la muerte que da la vida. No olvidemos que cuando San Juan puso por escrito este discurso había estado celebrando la eucaristía durante más de 60 años. ¿Cómo podría admitirse que sus lectores de entonces no hubiesen aplicado inmediatamente estas frases a la eucaristía: cuerpo entregado y sangre vertida? Por otra parte, si Jesús no hubiese nunca hablado así, ¿cómo los apóstoles, la tarde de la Cena, hubiesen podido comprender algo de lo que Jesús estaba haciendo? La institución de la eucaristía, la tarde del jueves santo, hubiera sido ininteligible para los Doce, si Jesús no les hubiera jamás preparado anteriormente.
-“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día. En efecto, mi carne es la verdadera comida, y mi sangre es la verdadera bebida… Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre..."
El discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que Él anunciaba en Cafarnaum. Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión o también a lo largo de la jornada? Después de la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir como seguidores suyos día tras día (J. Aldazábal): «El Señor crucificado resucitó de entre los muertos y nos rescató. Aleluya» (Comunión).
c) Àngel Caldas: “Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús. No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones». “Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la Eucaristía es ardiente. «Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de la Eucaristía. Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura”.
d) Apéndice, especialmente para sacerdotes; es un largo comentario, pero estos días estoy pensando que lo propio de la persona, de su espiritualidad, es lo sublime: sólo la belleza es divina (porque de ahí surge todo crecimiento espiritual, en el entender, sentirse amado y amar, y vivir la libertad en una apertura a la esperanza); perseguimos la sublimidad, como opuesto a lo muerto, lo banal: queremos optar por la vida y la tenemos en la Vida, y como la experiencia que sigue es universal pongo el nombre de su autor al final, pues puede ser también de cada uno: “Comienzo por la pregunta que me han planteado muchas veces: ¿por qué celebrar la eucaristía cada día? ¿No es suficiente el encuentro dominical en el que se reúne toda la comunidad cristiana? ¿Y por qué celebrar la Misa estando solo o ante «dos gatos»? ¿No se vacía así del sentido comunitario que tiene la celebración de la muerte y la resurrección de Jesús? Quisiera responder a estas preguntas no sólo a partir de mis convicciones teológicas (que, por otra parte, son las de la Iglesia, explicitadas, en especial, desde el principio del segundo milenio), sino bajo la luz de la experiencia espiritual… que son un testimonio luminoso y convincente. Voy pronto al grano: ¿por qué somos sacerdotes? ¿Quién nos ha impulsado a dar nuestra vida por este ministerio del Evangelio de la reconciliación, la eucaristía y la caridad? Hay sólo una respuesta posible: Jesús. Somos sacerdotes porque así lo ha querido Él, porque para ello nos ha llamado y nos ha amado, y aún sigue queriéndonos y amándonos por ello, Él que es siempre fiel en el amor. El sentido de nuestra vida, la razón verdadera de nuestra vocación, no consiste en algo, aunque fuera lo más hermoso del mundo, sino en Alguien: y ese Alguien es Él, Cristo el Señor. Somos sacerdotes porque un día Él nos alcanzó (cada cual sabe cómo: en la palabra de un testigo, en un gesto de caridad que nos ha tocado el corazón, en el silencio de un camino de escucha y oración, tal vez en el dolor de una vida que de repente nos pareció desperdiciada sin Él...).
A Él que nos llamaba le dijimos que sí: y desde entonces en nosotros se encendió una llama de amor vivo, que con su gracia nunca se ha apagado. Una llama que nos hace arder por Él, nos hace desearlo, querer lo que Él quiere para nosotros. No creo estar exagerando, ni usando palabras demasiado aladas. En realidad, no hubiéramos podido ser sacerdotes, y serlo, a pesar de todo, en la fidelidad, si no hubiéramos recibido de Él, si Él no hubiera vivido en nosotros, si Él no nos hiciera siempre enamorarnos de Él. Este amor nos ha impulsado a todas las obras que hemos hecho por los demás: desde la simple y mera acogida del corazón, hasta la escucha perseverante y paciente de los demás y el esfuerzo de transmitirles el sentido y la belleza de la vida vivida por Dios y su Evangelio, hasta las obras de caridad y el compromiso por la justicia, compartiendo en especial la angustia del pobre y tratando de ser la voz de quien no tiene voz. Por supuesto, siempre nos parece poco lo que hemos podido hacer: pero lo cierto es que, si hemos hecho algo verdadero y bello por los demás, lo hemos hecho porque Jesús nos ha brindado la posibilidad de hacerlo, Él es quien se nos ha donado y nos ha vuelto capaces de gestos gratuitos que nosotros solo no hubiéramos podido siquiera pensar o soñar.
Este prólogo (que no es más que el testimonio humilde de nuestra vida de llamados y amados por Cristo) me ayuda a explicar la razón por la que considero justo y necesario celebrar cada día la eucaristía: no se trata de un precepto, sino de una real necesidad, no sólo emotiva (es más, pues a veces la emotividad parece quedar totalmente de lado), sino profunda e ineludible. Es la necesidad de colmar mi vida cada día con Su persona: es Jesús quien nos ha dicho que cada día tiene bastante con su mal (cfr. Mt 6,34), es decir, cada día es lo suficientemente largo como para sostener la lucha por conservar la fe. Cada día el sol se levanta para nosotros y cada día nuestro corazón, sediento de amor, necesita que el sol del Amado lo alcance y vuelva a calentarlo: si Él es nuestra vida, su sentido y su belleza, no podemos dejar de encontrarlo allí, donde Él, vivo y verdadero, se ofrece por nosotros. ¿Qué diríamos de un enamorado que, pudiendo hacerlo, no sintiera la necesidad de encontrar hasta todos los días a la persona amada? Y si así es para el amor humano, que a menudo es tan frágil y voluble, ¿cómo podría ser distinto para el amor que no desilusiona ni traiciona, el amor que hace vivir en el tiempo y por la eternidad, el amor de Dios en Cristo Jesús, nuestra vida?
Es ésta la razón por la que tenemos la necesidad de encontrarlo cada día y siempre nuevamente: y, ¿dónde podríamos encontrarlo sino allí en donde Él nos ha prometido y garantizado el don de Su presencia? «Éste es mi cuerpo, éste es el cáliz de la nueva y eterna alianza, derramado por vosotros y por todos para remisión de los pecados». Sí, todos los días tenemos necesidad de Ti, Jesús: y si el domingo Te encontramos en la fiesta del día primero y último, el día octavo de Tu resurrección y de la nueva vida que Tú das a Tu Iglesia y al mundo, la gracia que Tú nos ofreces, con generosidad infinita, de poder celebrar cada día el memorial de Tu pascua, nos llena de alegría y paz. Verdaderamente, no estamos solos en el camino de nuestro ministerio: Tú eres quien llega siempre hasta nosotros con Tu Palabra de vida; Tú eres quien nos visita en los hermanos y hermanas que envías en nuestro camino; Tú eres el que nos pide amor en el pobre y en todo el que tiene necesidad del amor, que nos llamas a brindar; Tú eres, en la cima de todo esto y como fuente viva de este río de vida y amor, quien se hace presente en la eucaristía, para que podamos alimentarnos de Ti, vivir de Ti, amarte, hoy y para la eternidad.
Pues, ¿por qué celebrar la eucaristía cada día y hacer lo posible para que nunca falte? ¿Por qué celebrarla cuando junto conmigo, el celebrante, la viven sólo la Virgen Madre María, los ángeles y los santos y algún que otro fiel (y, a veces, sucede que ni siquiera él o ella)? Para encontrarte a Ti, Jesús, amor que a todo confieres sentido y todo lo transformas, único amor que nos hace capaces de gracia y perdón. Celebrar cada día significa volver a pedirte siempre, en la novedad del tiempo, que todos puedan conocerte y amarte de la manera en que sólo Tú puedes capacitar a cada uno. Celebrar cada día quiere decir ser conscientes de que, así como cada día tenemos necesidad del pan para vivir, también cada día tenemos necesidad de Ti para vivir la vida que no se acaba: en este doble sentido le decimos al Padre, por nosotros y por nuestros hermanos, las palabras que Tú nos enseñaste: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Celebrar cada día es encontrarte, Señor Jesús, para que nos alcances y transformes cada vez más con Tu belleza que libera y salva, para que seamos, a pesar de nosotros mismos, un reflejo pobre y enamorado de Ti, el Pastor hermoso. Claro está que todo esto puede convertirse en una costumbre: por eso es necesario vigilar para que el encuentro con Cristo sea nuevo y verdadero cada día. Sin embargo, también la costumbre, si es signo de fidelidad, es algo verdadero y bello. Al encontrarte, podemos decir verdaderamente que celebramos para los demás y con ellos, aunque no estén visiblemente presentes, porque en Ti encontramos al pueblo que nos has confiado, a Ti confiamos su amor y su dolor, aunque muchos nunca lo sepan. Éste es el misterio de intercesión al que nos has llamado, de oración por los demás y en su lugar, también por quienes no hemos conocido ni conoceremos nunca, esa oración que sólo podemos vivir verdaderamente unidos a Ti, en Ti y por Ti, porque Tú eres el Sacerdote de la nueva y eterna alianza, entregado por la vida, la alegría y la belleza de cada una de tus criaturas.
Sí, porque Tú, Señor Jesucristo, no eres sólo verdad y bondad: eres la belleza, la belleza que salva. Eres el pastor hermoso que nos guía por los prados de la vida, donde tu belleza no tiene ocaso. Celebrando cada día, esperamos volvernos también nosotros un poco más verdaderos, mejores, más hermosos, en Ti que en tu Iglesia llegas hasta nosotros como el único bien, la bondad perfecta, la belleza que todo lo transfigura. No es temerario pensar que en el fondo del corazón de cada presbítero, siervo de la reconciliación, testigo del evangelio, unido a Ti, Cabeza del Cuerpo eclesial, exista la misma necesidad. Es, pues, verdaderamente una gracia el que podamos encontrarnos todos cada día en el altar de la vida: cada uno de nosotros llevará a los demás, y todos a cada uno, y, al mismo tiempo, Cristo nos llevará a nosotros, llevará nuestra cruz y también la de los que nos han sido confiados, nos dará Su vida de Resucitado, que ha vencido el pecado y la muerte para vencerlos en nosotros y en nuestros compañeros de camino, en el tiempo y por la eternidad. Verdaderamente —como afirma Juan Pablo II concluyendo su encíclica— «en el humilde signo del pan y el vino, transustanciados en su cuerpo y sangre, Cristo camina con nosotros, es nuestra fuerza y nuestro viático, convirtiéndonos en testigos de la esperanza para todos. Si, ante este Misterio, la razón siente sus límites, el corazón iluminado por la gracia del Espíritu Santo intuye plenamente qué actitud tomar, sumergiéndose en la adoración y en un amor sin límites. Hagamos nuestros los sentimientos de santo Tomás de Aquino, sumo teólogo y, al mismo tiempo, cantor apasionado de Cristo eucarístico, y dejemos que también nuestra alma se abra en la esperanza a la contemplación de la meta hacia la que aspira el cuerpo, pues está sediento de gozo y paz: “Bone pastor, panis vere, Iesu, nostri miserere...”. “Buen pastor, pan verdadero, oh Jesús, ten piedad de nosotros: aliméntanos y defiéndenos, condúcenos a los bienes eternos en la tierra de los vivos. Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra, guía a tus hermanos al banquete del cielo en el gozo de tus santos. Amén”» (Ecclesia de Eucharistia, n° 62)” (Bruno Forte).
1ª Lectura Hechos 9,1-20: 1 Saulo, por su parte, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote 2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de que si encontraba algunos que siguieran este camino, hombres o mujeres, pudiera llevarlos presos a Jerusalén. 3 En el camino, cerca ya de Damasco, de repente le envolvió un resplandor del cielo; 4 cayó a tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». 5 Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?». Y Él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. 6 Levántate y entra en la ciudad; allí te dirán lo que debes hacer». 7 Los que lo acompañaban se quedaron atónitos, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. 8 Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; lo llevaron de la mano a Damasco, 9 donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber. 10 Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor llamó en una visión: «¡Ananías!». Y él respondió: «Aquí estoy, Señor». 11 El Señor le dijo: «Vete rápidamente a la casa de Judas, en la calle Recta, y pregunta por un tal Saulo de Tarso, que está allí en oración 12 y ha tenido una visión: un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista». 13 Ananías respondió: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y decir todo el mal que ha hecho a tus fieles en Jerusalén. 14 Y está aquí con plenos poderes de los sumos sacerdotes para prender a todos los que te invocan». 15 El Señor le dijo: «Anda, que éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas. 16 Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí». 17 Ananías partió inmediatamente y entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, vengo de parte de Jesús, el Señor, el que se te apareció en el camino por el que venías, para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo». 18 En el acto se le cayeron de los ojos como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. 19 Comió y recobró fuerzas. Y se quedó unos días con los discípulos que había en Damasco. 20 Y en seguida se puso a predicar en las sinagogas proclamando que Jesús es el Hijo de Dios.
Salmo Responsorial 117,1-2: 1 ¡Aleluya! Alabad al Señor, todos los pueblos, aclamadlo, todas las naciones, 2 pues su amor por nosotros es muy grande y su lealtad dura por siempre.
Evangelio Jn 6,52-59 (también Jn 6, 51-59 se lee en el DOMINGO 20B): 52 Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». 53 Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. 57 Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. 58 Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres, y murieron. El que come este pan vivirá eternamente». 59 Dijo todo esto enseñando en la sinagoga de Cafarnaum.
Comentario: 1. a) La conversión de Pablo es un acontecimiento muy recordado en el Nuevo Testamento (Hch 9,1-20; 22,6.21; Gl 1,11-17; 1 Cor 15,3-8); impresiona que el perseguidor pase a ser el apóstol más audaz: ¡Señor, transfórmanos! ¡Señor, mira los países perseguidos! ¡Señor, cambia nuestros corazones! Señor, ayúdanos a ver cómo tu designio puede ir progresando misteriosamente en todas las situaciones aparentemente opuestas al evangelio.
-“Yendo de camino y cerca ya de Damasco, de repente le rodeó la claridad de una luz venida del cielo”; la capital de Siria estaba a 230-250 km de distancia. Hay una persecución, como hoy, quizá por ideas equivocadas, por miserias y resentimientos… En nuestro camino, podemos ir contra Jesús, sin verle: “son también nuestras miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux mundi! (Jn 8,12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida” (S. Josemaría Escrivá).
Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Decía uno: “De muchacho oí predicar que para convertirse el hombre necesita ‘agere contra’, luchar contra sus propias tendencias, ir contra corriente de su alma, cambiarse como un guante al que se da la vuelta. Así si eras impetuoso tenías que volverte apocado; si tímido, en atrevido; si impulsivo, en sereno… Pensando, no encontraba respuesta ¿es posible que si Dios me quería rápido, me haya creado lento? ¿por qué no empezó por ahí?” Es verdad, más que cambiar hemos de aceptarnos como somos. La felicidad no está en cambiar. Dice una historia: “Durante años fui un neurótico (aquí cada uno puede poner sus defectos: impuntual, desordenado, caótico…). Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. No dejaban de recordarme lo neurótico que yo era. Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. Lo peor era que en mi familia tampoco dejaban de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistían en la necesidad de que yo cambiara. También con ellos estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido. De manera que me sentía impotente y como atrapado. Pero un día me dijo un amigo: «No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte». Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: «No cambies. No cambies. No cambies... Te quiero...». Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh, maravilla!, cambié. Ahora sé que en realidad no podía cambiar hasta encontrar a alguien que me quisiera, prescindiendo de que cambiara o dejara de cambiar”. El cambio de vida comienza por ese aceptarse a uno mismo y a los demás, respetar su libertad y no perseguir a nadie para que cambie…
Ya vimos cuando el pueblo de Israel va por el desierto y llegan las “serpientes venenosas”, símbolos de espanto: animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa, de potencia maléfica, casi mágica. En este mundo, podemos ser felices y tocar el paraíso con los dedos cuando nos elevamos de puntillas y alargamos las manos con la esperanza, y para ello hay que esquivar el hechizo de esas serpientes del amor desordenado a las cosas que hace envidiar y odiar a las personas, cuando el amor es sólo para las personas. Y, como consecuencia, la falta de amor a uno mismo, querer ser de otra manera, ansiar salir de cómo somos. El paraíso tiene en el centro el árbol de la vida, al que no podemos llegar por la técnica y el poder: la sabiduría de la vida auténtica se consigue de otro modo, por el amor, como cuenta también otra historia sobre “el secreto para ser feliz”.
Hace muchísimos años, vivió en la India un sabio de quien se decía guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacía el hombre más feliz del mundo. Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y dinero, y hasta intentaron robarlo para obtener el cofre, pero todo era en vano. Cuanto más lo intentaban, más infelices eran, pues la envidia no los dejaba vivir. Así pasaban los años. Un día llegó ante el sabio un niño y le dijo: “Señor, al igual que tú, también quiero ser inmensamente feliz. ¿Por qué no me enseñas qué debo hacer para conseguirlo?” El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le dijo: “A ti te enseñaré el secreto para ser feliz. Ven conmigo y presta mucha atención: En realidad son dos cofres en donde guardo el secreto para ser feliz y estos son mi mente y mi corazón y, el gran secreto no es otro que una serie de pasos que debes seguir a lo largo de la vida: El primero es saber ver a Dios en todas las cosas, amarlo y darle gracias por todo lo que tienes y lo que te pasa. El segundo, es que debes quererte a ti mismo, y todos los días al levantarte y al acostarte debes afirmar: Yo soy importante, yo valgo, soy capaz, soy inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que no pueda vencer. El tercer paso es que debes poner en práctica todo lo que dices que eres, es decir, si piensas que eres inteligente, actúa inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y lucha por ellas hasta lograrlas: se llama motivación. El cuarto, es que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es, ellos alcanzaron su meta, logra tú las tuyas. El quinto, es que no debes albergar en tu corazón rencor hacia nadie; ese sentimiento no te dejará ser feliz; deja que las leyes de Dios hagan justicia, y tú... Perdona y olvida. El sexto es que no debes tomar las cosas que no te pertenecen, recuerda que de acuerdo a las leyes de la naturaleza, mañana te quitarán algo de más valor. El séptimo, es que no debes maltratar a nadie; todos los seres del mundo tenemos derecho a que se nos respete y se nos quiera. Y por ultimo, levántate siempre con una sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno y bonito; piensa en lo afortunado que eres al tener todo lo que tienes; ayuda a los demás, sin pensar que vas a recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus cualidades.
Volvemos a Saulo. Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie… Saulo está a punto de sufrir una transformación, y tendrá que pasar por la soledad que pasó Jesús en la Pasión.
La verdad no está en ser “perfecto” mirándose sólo a sí mismo. Pasarse la vida luchando ‘contra’ los propios defectos, es tiempo perdido. ‘Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar’, así no empezaré a amar nunca. Si me digo: ‘voy a empezar a amar…’ entonces el amor irá pulverizando el egoísmo que me corroe. No es que tengamos muchos defectos; en realidad practicamos pocas virtudes, y así el horno interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a multiplicarse la hojarasca.
-“Cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué «me» persigues?"” Todos buscan a Jesús, se preguntan: ¿Qué hago con la vida?; ¿de donde vengo…? ¿A donde voy? ¿Me salvaré? Cristo revela el hombre al hombre y le manifiesta la grandeza de su vocación (Gaudium et spes), en su caminar terreno decían de él: “porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos”; y resucitado también. La humanidad de Cristo sigue viva, y funda la iglesia, por eso entiende Pablo que perseguir a los cristianos es perseguir a Jesús, que Jesús está presente en los cristianos, en la Iglesia: estar en ella es estar con Jesús, en ella encontramos a Jesús. Quienes desprecian la Iglesia como Saulo reciben estas palabras: “yo soy Jesús, a quien tú persigues”. “No dice –S. Beda- ¿por qué persigues a mis miembros? Sino ¿por qué me persigues? Porque Él todavía padece afrentas en su Cuerpo, que es la iglesia”, perseguir a la Iglesia es perseguir a Jesús. Llevamos la gente a Jesús cuando les invitamos a una charla de formación, a visitar el Sagrario, a rezar el Rosario o asistir a un retiro, a rezar (hablar con Dios): por la piedad, Dios dice de cada uno (imagen de su Hijo): “este es mi hijo amado, escuchadle”. Toda persona lleva dentro inquietudes, como la cierva que tiene sed se pregunta: ¿por dónde voy a beber? Como las ovejas que van a buen pasto… y necesitan un pastor, el buen pastor es el Papa, buen pastor son los fieles a Jesús.
Saulo creía perseguir a discípulos, hombres y mujeres. Encuentra a «Jesús». Es sorprendido por Cristo viviente, resucitado, presente en sus discípulos. «Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, había dicho, me lo habréis hecho a mí.» Pablo encuentra a Jesús, en esos hombres y esas mujeres a quienes está persiguiendo: "¿por qué «me» persigues?" Desde el primer día de su encuentro con Jesús, se encuentra con el Cuerpo total de Jesús: los cristianos son el Cuerpo de Cristo, como dirá más tarde a los Romanos (12,5) «Vosotros sois el Cuerpo de Cristo... miembros de su Cuerpo...». Al comer el «Cuerpo de Cristo» en la eucaristía, los cristianos pasan a ser «cuerpo de Cristo». Gran responsabilidad la nuestra: en nosotros hacemos visible a Cristo, somos el cuerpo de Cristo... Ayúdame, Señor, a sacar las consecuencias concretas de este descubrimiento.
-“¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero, levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”. Allí pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber… Bernardino Herrando dice: “La conversión es mucho más que un arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La conversión es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora una malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por fortuna, San Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él mismo. Cambió de camino, pero no de alma”. A San Pablo un día Dios le tiró (los pintores lo ponen cayendo del caballo) y le explicó que toda esa violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por otra de mantequilla. Su amor a la ley judaica se transmutó por unas ansias por la Ley de Cristo. Efectivamente, había cambiado de camino, pero no de alma. Este es el cambio que Dios espera del hombre: que luchemos por el espíritu, como hasta ahora hemos peleado por dominar; que nos empeñemos en ayudar a los demás, como deseábamos que todos nos sirvieran. No que echemos agua al moscatel de nuestro espíritu, sino que se convierta en vino que conforte y no emborrache. A veces parece que esto quita libertad, que ata. “¡Cadenas de Jesús! Cadenas, que voluntariamente se dejó Él poner, atadme, hacedme sufrir con mi Señor, para que este cuerpo de muerte se humille... Porque -no hay término medio- o le aniquilo o me envilece. Más vale ser esclavo de mi Dios que esclavo de mi carne” (san Josemaría).
La resurreción es, como dice Bessiere, “un fuego que corre por la sangre de nuestra humanidad. Un fuego que nada ni nadie puede apagar”. Salvo nuestra propia mediocridad y aburrimiento. Los resucitados son los que tienen un “plus” de vida que les sale por los ojos y se convierte enseguida en algo contagioso. Algo que demuestra que el espíritu es más fuerte que el cuerpo.
Ahora entra en escena el bueno de Ananías, que recibe el encargo de ir a curar a Saulo: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.» El Señor le contestó: «Vete, pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre.»
Decía uno: “Yo conozco mucha gente que sin ir a médicos especialistas viven resucitados: una ciega que reparte alegría en un hospital de cancerosos; un pianista ciego que toca para asilos de ancianos; jóvenes que gastan el tiempo que no tienen en despertar minusválidos…” Pues eso: Dedícate a repartir resurrección… basta con chapuzarse en el río de tus propias esperanzas para salir de él chorreando amor a los demás.
“Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”… es la llamada al apostolado, como decía Pablo VI: “el apostolado es… una voz interior inquietante y tranquilizante a un tiempo, una voz dulce e imperiosa, una voz molesta y a la vez amorosa, una voz que, coincidiendo con circunstancias imprevistas y con grandes acontecimientos, se convierte en un determinado momento en atrayente, determinante, casi reveladora de nuestra vida y nuestro destino, incluso profética y casi victoriosa, que al fin hace huir toda incertidumbre, toda timidez y todo temor y simplifica –hasta hacerla fácil, deseable y feliz- la respuesta de nuestro ser, en la expresión de esa sílaba que desvela el supremo secreto del amor: sí, sí, Señor, dime lo que tengo que hacer y lo intentaré, lo haré. Como san Pablo, derribado a las puertas de Damasco: ¿Qué quieres que haga?
La raíz del apostolado se hunde en esta profundidad: el apostolado es vocación, es elección, es encuentro interior con Cristo, es abandono de la propia y personal autonomía a su voluntad, a su invisible presencia; es una cierta sustitución de nuestro pobre corazón inquieto, voluble y a veces infiel pero ávido de amor, por el suyo, por el corazón de Cristo que comienza a latir en la criatura que ha elegido. Entonces se desarrolla el segundo acto del drama psicológico del apostolado: la necesidad de expandirse, la necesidad de hacer, la necesidad de dar, la necesidad de hablar, la necesidad de transmitir a los demás el propio tesoro, el propio fuego (…). El apostolado se convierte en expansión continua de un alma, en exuberancia de una personalidad poseída de Cristo y animada por su Espíritu; se convierte en la necesidad de correr, de trabajar, de intentar todo lo posible para la difusión del Reino de Dios, para la salvación de los otros, de todos”.
Tomó alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que Él era el Hijo de Dios.
Todo comenzó con aquel encuentro luminoso. Esta es una de las maneras de afirmar el «hecho» de la resurrección. En aquel día, Jesús es para Pablo un ser vivo. Ese diálogo de hoy lo seguirá cada día a lo largo de toda su vida, en una oración incesante. «¿Quién eres? -Yo soy Jesús.» Todas las epístolas de san Pablo serán fruto de ese diálogo. Desde ahora, Pablo y Jesús vivirán juntos, como dos compañeros, uno «visible» que hace el trabajo y toma la palabra... el otro «invisible» que anima el trabajo desde el interior, que sugiere la palabra... Pablo, lugarteniente de Cristo, teniendo-el-lugar de Cristo, otro Cristo.
-“Este hombre es el instrumento que he elegido para que lleve mi nombre ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel”. Señor, haz de mí también un instrumento de tu salvación, de tu alegría (Noel Quesson).
b) Pablo es modelo. Hoy los jóvenes se preguntan: “¿Qué personaje admiro? ¿Quién es mi mujer/hombre impacto? ¿Con qué fotos forro la carpeta del colegio? Saulo corría, pero fuera del camino, como aquel hombre en trineo que iba hacia el norte sobre el hielo, sin saber que estaba en un iceberg, y que se dirigía hacia el sur en realidad, perdido en medio del océano: cuanto más corre, más lejos está. Jesús nos interpela también a nosotros: ¿por qué me persigues? Ananías ayudó en ese camino nuevo… "En materia de religión hay dos tipos de personas dignas de elogio: los que han encontrado a Dios y a éstos hay que suponerlos plenamente felices, y los que lo buscan ardorosa y sinceramente. En cambio, hay tres tipos de hombres a los que hay que censurar y condenar sin ambages: primero, los que tienen un prejuicio, es decir, creen saber lo que no saben; luego, los que teniendo conciencia de no saber, buscan de tal manera que no pueden encontrar; y finalmente los que ni piensan saber ni quieren buscar" (S. Agustín).
El Señor llamó en una visión a «Ananías.» Caso parecido al de Pedro (Hch 10,1) cuando en Cesarea había un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte Itálica, piadoso y temeroso de Dios, como toda su familia, daba muchas limosnas al pueblo y continuamente oraba a Dios. Vio claramente en visión, hacia la hora nona del día, que el Ángel de Dios entraba en su casa y le decía: «Cornelio.» Él le miró fijamente y lleno de espanto dijo: «¿Qué pasa, señor?» Le respondió: “Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la presencia de Dios. Ahora envía hombres a Joppe (hoy Jaffa, que forma el núcleo antiguo de Tel-Aviv) y haz venir a un tal Simón, a quien llaman Pedro. Este se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, que tiene la casa junto al mar…”
El Señor es tan fino y delicado que nunca nos manifestará sus deseos directamente. Prefiere nuestra libertad a sus preferencias. Tanto en lo humano, como en lo sobrenatural, necesitamos una ayuda, quizá un “entrenador” o director espiritual. Sólo se vive una vez, y hay que aprovechar los “cartuchos” de cada día de la existencia, no echarlos a perder, vivir con sensatez, en un clima de confianza. La Lituania comunista estaba plagada de caras desconfiadas, con el alma repleta de cicatrices por seguir a tantos líderes que les han engañado. Necesitamos en la vida un clima de confianza, desde el cielo viene la voz de Dios y por la confianza se nos concreta: Oración, ayuda de esa confianza personal… "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9,04). «¿Desde dónde grita? Desde el cielo. Luego está arriba, ¿Por qué me persigues? Luego está abajo» (San Agustín). A la cabeza y al cuerpo, al Señor glorificado y a la comunidad de los creyentes, que forman juntos el Cristo uno.
2. –Por eso lo mejor que podemos hacer es cantar con el Salmo 117/116: «Alabad al Señor todas las naciones, celebradlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad permanece por siempre». Glorifiquemos a Dios y démosle gracias, pues Él ha hecho que su salvación no se quede como privilegio de una raza o de un sólo pueblo, sino que llegue a todas las naciones, de todos los tiempos, lugares y culturas. Efectivamente Dios quiere que todos los hombres se salven. Y aquel pueblo que era considerado un olivo silvestre ha sido injertado en el olivo verdadero, en Cristo Jesús, pues la salvación, conforme al plan previsto y sancionado por Dios, nos ha llegado por medio de los judíos. Así, por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro, todo aquel que lo acepte en su propia vida podrá convertirse en una oblación pura y en una continua alabanza del Nombre de Dios, nuestro Padre. Dios, en Adán, prometió enviarnos un salvador. Y en Adán no estaba simbolizado un pueblo, sino la humanidad entera. Y Dios ha cumplido sus promesas, dando así a conocer su amor por nosotros y que su fidelidad es eterna. Aprovechemos la oportunidad de ser renovados en Cristo, pues no tendremos ya otro nombre en el cual podamos alcanzar el perdón de los pecados y la salvación eterna.
3. a) -Discutían entre sí los judíos: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Ellos lo interpretan de la manera más realista; y les choca.
-Jesús dijo entonces: "Sí, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros." Lejos de atenuar el choque, Jesús repite lo que ya ha dicho; lo enlaza explícitamente con el "sacrificio del caIvario"... "el pan que yo daré, es mi carne... que habré dado antes en la Pasión, para la vida del mundo". La alusión a la "sangre", en el pensamiento de Jesús, remite también a la cruz y a la muerte que da la vida. No olvidemos que cuando San Juan puso por escrito este discurso había estado celebrando la eucaristía durante más de 60 años. ¿Cómo podría admitirse que sus lectores de entonces no hubiesen aplicado inmediatamente estas frases a la eucaristía: cuerpo entregado y sangre vertida? Por otra parte, si Jesús no hubiese nunca hablado así, ¿cómo los apóstoles, la tarde de la Cena, hubiesen podido comprender algo de lo que Jesús estaba haciendo? La institución de la eucaristía, la tarde del jueves santo, hubiera sido ininteligible para los Doce, si Jesús no les hubiera jamás preparado anteriormente.
-“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día. En efecto, mi carne es la verdadera comida, y mi sangre es la verdadera bebida… Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre..."
El discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que Él anunciaba en Cafarnaum. Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión o también a lo largo de la jornada? Después de la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir como seguidores suyos día tras día (J. Aldazábal): «El Señor crucificado resucitó de entre los muertos y nos rescató. Aleluya» (Comunión).
c) Àngel Caldas: “Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús. No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones». “Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la Eucaristía es ardiente. «Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de la Eucaristía. Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada ternura”.
d) Apéndice, especialmente para sacerdotes; es un largo comentario, pero estos días estoy pensando que lo propio de la persona, de su espiritualidad, es lo sublime: sólo la belleza es divina (porque de ahí surge todo crecimiento espiritual, en el entender, sentirse amado y amar, y vivir la libertad en una apertura a la esperanza); perseguimos la sublimidad, como opuesto a lo muerto, lo banal: queremos optar por la vida y la tenemos en la Vida, y como la experiencia que sigue es universal pongo el nombre de su autor al final, pues puede ser también de cada uno: “Comienzo por la pregunta que me han planteado muchas veces: ¿por qué celebrar la eucaristía cada día? ¿No es suficiente el encuentro dominical en el que se reúne toda la comunidad cristiana? ¿Y por qué celebrar la Misa estando solo o ante «dos gatos»? ¿No se vacía así del sentido comunitario que tiene la celebración de la muerte y la resurrección de Jesús? Quisiera responder a estas preguntas no sólo a partir de mis convicciones teológicas (que, por otra parte, son las de la Iglesia, explicitadas, en especial, desde el principio del segundo milenio), sino bajo la luz de la experiencia espiritual… que son un testimonio luminoso y convincente. Voy pronto al grano: ¿por qué somos sacerdotes? ¿Quién nos ha impulsado a dar nuestra vida por este ministerio del Evangelio de la reconciliación, la eucaristía y la caridad? Hay sólo una respuesta posible: Jesús. Somos sacerdotes porque así lo ha querido Él, porque para ello nos ha llamado y nos ha amado, y aún sigue queriéndonos y amándonos por ello, Él que es siempre fiel en el amor. El sentido de nuestra vida, la razón verdadera de nuestra vocación, no consiste en algo, aunque fuera lo más hermoso del mundo, sino en Alguien: y ese Alguien es Él, Cristo el Señor. Somos sacerdotes porque un día Él nos alcanzó (cada cual sabe cómo: en la palabra de un testigo, en un gesto de caridad que nos ha tocado el corazón, en el silencio de un camino de escucha y oración, tal vez en el dolor de una vida que de repente nos pareció desperdiciada sin Él...).
A Él que nos llamaba le dijimos que sí: y desde entonces en nosotros se encendió una llama de amor vivo, que con su gracia nunca se ha apagado. Una llama que nos hace arder por Él, nos hace desearlo, querer lo que Él quiere para nosotros. No creo estar exagerando, ni usando palabras demasiado aladas. En realidad, no hubiéramos podido ser sacerdotes, y serlo, a pesar de todo, en la fidelidad, si no hubiéramos recibido de Él, si Él no hubiera vivido en nosotros, si Él no nos hiciera siempre enamorarnos de Él. Este amor nos ha impulsado a todas las obras que hemos hecho por los demás: desde la simple y mera acogida del corazón, hasta la escucha perseverante y paciente de los demás y el esfuerzo de transmitirles el sentido y la belleza de la vida vivida por Dios y su Evangelio, hasta las obras de caridad y el compromiso por la justicia, compartiendo en especial la angustia del pobre y tratando de ser la voz de quien no tiene voz. Por supuesto, siempre nos parece poco lo que hemos podido hacer: pero lo cierto es que, si hemos hecho algo verdadero y bello por los demás, lo hemos hecho porque Jesús nos ha brindado la posibilidad de hacerlo, Él es quien se nos ha donado y nos ha vuelto capaces de gestos gratuitos que nosotros solo no hubiéramos podido siquiera pensar o soñar.
Este prólogo (que no es más que el testimonio humilde de nuestra vida de llamados y amados por Cristo) me ayuda a explicar la razón por la que considero justo y necesario celebrar cada día la eucaristía: no se trata de un precepto, sino de una real necesidad, no sólo emotiva (es más, pues a veces la emotividad parece quedar totalmente de lado), sino profunda e ineludible. Es la necesidad de colmar mi vida cada día con Su persona: es Jesús quien nos ha dicho que cada día tiene bastante con su mal (cfr. Mt 6,34), es decir, cada día es lo suficientemente largo como para sostener la lucha por conservar la fe. Cada día el sol se levanta para nosotros y cada día nuestro corazón, sediento de amor, necesita que el sol del Amado lo alcance y vuelva a calentarlo: si Él es nuestra vida, su sentido y su belleza, no podemos dejar de encontrarlo allí, donde Él, vivo y verdadero, se ofrece por nosotros. ¿Qué diríamos de un enamorado que, pudiendo hacerlo, no sintiera la necesidad de encontrar hasta todos los días a la persona amada? Y si así es para el amor humano, que a menudo es tan frágil y voluble, ¿cómo podría ser distinto para el amor que no desilusiona ni traiciona, el amor que hace vivir en el tiempo y por la eternidad, el amor de Dios en Cristo Jesús, nuestra vida?
Es ésta la razón por la que tenemos la necesidad de encontrarlo cada día y siempre nuevamente: y, ¿dónde podríamos encontrarlo sino allí en donde Él nos ha prometido y garantizado el don de Su presencia? «Éste es mi cuerpo, éste es el cáliz de la nueva y eterna alianza, derramado por vosotros y por todos para remisión de los pecados». Sí, todos los días tenemos necesidad de Ti, Jesús: y si el domingo Te encontramos en la fiesta del día primero y último, el día octavo de Tu resurrección y de la nueva vida que Tú das a Tu Iglesia y al mundo, la gracia que Tú nos ofreces, con generosidad infinita, de poder celebrar cada día el memorial de Tu pascua, nos llena de alegría y paz. Verdaderamente, no estamos solos en el camino de nuestro ministerio: Tú eres quien llega siempre hasta nosotros con Tu Palabra de vida; Tú eres quien nos visita en los hermanos y hermanas que envías en nuestro camino; Tú eres el que nos pide amor en el pobre y en todo el que tiene necesidad del amor, que nos llamas a brindar; Tú eres, en la cima de todo esto y como fuente viva de este río de vida y amor, quien se hace presente en la eucaristía, para que podamos alimentarnos de Ti, vivir de Ti, amarte, hoy y para la eternidad.
Pues, ¿por qué celebrar la eucaristía cada día y hacer lo posible para que nunca falte? ¿Por qué celebrarla cuando junto conmigo, el celebrante, la viven sólo la Virgen Madre María, los ángeles y los santos y algún que otro fiel (y, a veces, sucede que ni siquiera él o ella)? Para encontrarte a Ti, Jesús, amor que a todo confieres sentido y todo lo transformas, único amor que nos hace capaces de gracia y perdón. Celebrar cada día significa volver a pedirte siempre, en la novedad del tiempo, que todos puedan conocerte y amarte de la manera en que sólo Tú puedes capacitar a cada uno. Celebrar cada día quiere decir ser conscientes de que, así como cada día tenemos necesidad del pan para vivir, también cada día tenemos necesidad de Ti para vivir la vida que no se acaba: en este doble sentido le decimos al Padre, por nosotros y por nuestros hermanos, las palabras que Tú nos enseñaste: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Celebrar cada día es encontrarte, Señor Jesús, para que nos alcances y transformes cada vez más con Tu belleza que libera y salva, para que seamos, a pesar de nosotros mismos, un reflejo pobre y enamorado de Ti, el Pastor hermoso. Claro está que todo esto puede convertirse en una costumbre: por eso es necesario vigilar para que el encuentro con Cristo sea nuevo y verdadero cada día. Sin embargo, también la costumbre, si es signo de fidelidad, es algo verdadero y bello. Al encontrarte, podemos decir verdaderamente que celebramos para los demás y con ellos, aunque no estén visiblemente presentes, porque en Ti encontramos al pueblo que nos has confiado, a Ti confiamos su amor y su dolor, aunque muchos nunca lo sepan. Éste es el misterio de intercesión al que nos has llamado, de oración por los demás y en su lugar, también por quienes no hemos conocido ni conoceremos nunca, esa oración que sólo podemos vivir verdaderamente unidos a Ti, en Ti y por Ti, porque Tú eres el Sacerdote de la nueva y eterna alianza, entregado por la vida, la alegría y la belleza de cada una de tus criaturas.
Sí, porque Tú, Señor Jesucristo, no eres sólo verdad y bondad: eres la belleza, la belleza que salva. Eres el pastor hermoso que nos guía por los prados de la vida, donde tu belleza no tiene ocaso. Celebrando cada día, esperamos volvernos también nosotros un poco más verdaderos, mejores, más hermosos, en Ti que en tu Iglesia llegas hasta nosotros como el único bien, la bondad perfecta, la belleza que todo lo transfigura. No es temerario pensar que en el fondo del corazón de cada presbítero, siervo de la reconciliación, testigo del evangelio, unido a Ti, Cabeza del Cuerpo eclesial, exista la misma necesidad. Es, pues, verdaderamente una gracia el que podamos encontrarnos todos cada día en el altar de la vida: cada uno de nosotros llevará a los demás, y todos a cada uno, y, al mismo tiempo, Cristo nos llevará a nosotros, llevará nuestra cruz y también la de los que nos han sido confiados, nos dará Su vida de Resucitado, que ha vencido el pecado y la muerte para vencerlos en nosotros y en nuestros compañeros de camino, en el tiempo y por la eternidad. Verdaderamente —como afirma Juan Pablo II concluyendo su encíclica— «en el humilde signo del pan y el vino, transustanciados en su cuerpo y sangre, Cristo camina con nosotros, es nuestra fuerza y nuestro viático, convirtiéndonos en testigos de la esperanza para todos. Si, ante este Misterio, la razón siente sus límites, el corazón iluminado por la gracia del Espíritu Santo intuye plenamente qué actitud tomar, sumergiéndose en la adoración y en un amor sin límites. Hagamos nuestros los sentimientos de santo Tomás de Aquino, sumo teólogo y, al mismo tiempo, cantor apasionado de Cristo eucarístico, y dejemos que también nuestra alma se abra en la esperanza a la contemplación de la meta hacia la que aspira el cuerpo, pues está sediento de gozo y paz: “Bone pastor, panis vere, Iesu, nostri miserere...”. “Buen pastor, pan verdadero, oh Jesús, ten piedad de nosotros: aliméntanos y defiéndenos, condúcenos a los bienes eternos en la tierra de los vivos. Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra, guía a tus hermanos al banquete del cielo en el gozo de tus santos. Amén”» (Ecclesia de Eucharistia, n° 62)” (Bruno Forte).
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