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lunes, 19 de abril de 2010

LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: con la aceptación de Jesús realizamos en la fe la obra de Dios


Los Hechos (6,8-15) nos cuenta que Esteban, lleno de gracia y de
poder, "realizaba grandes prodigios y milagros en el pueblo". Unos
cuantos de la sinagoga se pusieron a discutir con él; "pero no podían
resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces
sobornaron a unos hombres" y le montaron un falso juicio en el
tribunal supremo, acusándolo así: «Este hombre no cesa de decir
palabras contra este lugar santo y contra la ley; le hemos oído decir
que ese Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y cambiará las
costumbres que nos transmitió Moisés». "Entonces todos los que estaban
sentados en el tribunal clavaron sus ojos en él y vieron su rostro
como el rostro de un ángel". Es un espejo de vida en el que podemos
mirarnos todos los discípulos de Jesús. Él, perseverando en su
fidelidad hasta el fin, fue coronado con el martirio. Es ejemplo del
amor que sirve a los demás, del amor que se entrega en fidelidad, del
amor que perdona y ve los cielos abiertos. La "multiplicación de los
panes", del Evangelio de hoy nos habla de "Jesucristo, pan de vida".
Esteban, uno de esos primeros «diáconos» tiene que proveer al pan para
la gente, y todos hemos de hacernos "pan", darnos a los demás,
conformarnos a Cristo Jesús, como decimos hoy, si de veras «rechazamos
lo que es indigno del nombre cristiano y cumplimos lo que en él se
significa» (oración del día). Creer en Cristo es un venturoso
esfuerzo, audacia, riesgo, aventura. Es eso y mucho más. No cabe duda.
¿Podría decirse incluso que es una sinrazón porque nos pone en manos
de Dios, más allá de lo que perciben nuestra inteligencia y nuestros
sentidos? ¡Cuidado! Sinrazón no. Creer en algo más allá de nuestros
sentidos es algo muy positivo, admirable, delicioso, fascinante,
aunque sorprendente y arriesgado. Es como tener luz en medio de la
niebla. Ahí está su valor. Sólo los valientes lo alcanzan. "Creer en
Cristo, el enviado del Padre", es un trabajo de alma generosa,
abierta, esperanzada, sensible, y "agrada a Dios". Si ese don, la fe,
lo hemos recibido ya, démosle gracias. Si no, abrámosle las puertas de
nuestro corazón. Trabajo y amor.
Salmo (119,23-24.26.29): "Aunque los jefes se reúnan y deliberen
contra mí, tu siervo medita en tus decretos; tus decretos hacen mis
delicias, ellos son mis consejeros. Te he contado mis andanzas y tú me
has escuchado: enséñame tus decretos; señálame el camino de tus
mandamientos y yo meditaré en tus maravillas. Aleja de mí el camino de
la mentira y dame la gracia de tu ley; he elegido el camino de la
verdad y he preferido tus sentencias". Encaja perfectamente con San
Esteban. Una señal de que hemos resucitado con Cristo es el camino de
la verdad, los mandatos del Señor. Renacidos en Cristo por el
Espíritu, fortalecidos por el pan que ha bajado del Cielo y permanece
por siempre, cumplimos la voluntad del Padre.
Evangelio (Jn 6,22-29): "Al día siguiente la gente, que se había
quedado a la otra parte del lago, notó que allí había sólo una barca y
que Jesús no había subido a ella con sus discípulos, pues éstos se
habían ido solos. Entretanto, llegaron otras barcas de Tiberíades y
atracaron cerca de donde habían comido el pan después que el Señor dio
gracias. Cuando la gente vio que no estaban allí ni Jesús ni sus
discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de
Jesús. Lo encontraron al otro lado del lago, y le dijeron: «Maestro,
¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «Os aseguro que no me
buscáis porque habéis visto milagros, sino porque habéis comido pan
hasta hartaros. Procuraos no el alimento que pasa, sino el que dura
para la vida eterna; el que os da el hijo del hombre, a quien Dios
Padre acreditó con su sello». Le preguntaron: «¿Qué tenemos que hacer
para trabajar como Dios quiere?». Jesús les respondió: «Lo que Dios
quiere que hagáis es que creáis en el que él ha enviado»".
El "Discurso sobre el Pan de Vida" nos va a acompañar estos días. Al
acabar la multiplicación de los panes y la marcha sobre las aguas,
hablará del "Pan de Vida", que tiene un sentido espiritual: "el pan de
vida", es "la persona de Jesús y su Palabra", que se asimila por la
Fe... pero también es propiamente eucarístico, del principio al fin:
el "pan de vida", es la eucaristía, una comida real. Los dos temas van
muy unidos: la Fe total en Cristo implica la Fe en su "presencia" en
la Eucaristía... La Eucaristía es el misterio de la Fe por
excelencia... meditar la Palabra de Jesús por la Fe y comulgar a su
Cuerpo se siguen el uno al otro... "Jesús se sirve de la comparación
del alimento para hacer comprender lo que El aporta a la humanidad.
Hay dos clases de vida y dos clases de alimentos: el alimento
corporal, que da una "vida perecedera" y el alimento venido del cielo
que ¡da la "vida eterna"! Creado por Dios y para Dios, el hombre tiene
hambre y sed de Dios. Nada, fuera de Dios, puede satisfacerle
enteramente. Todos los alimentos terrestres perecederos dejan al ser
humano insatisfecho.
-"¿Qué hay que hacer para "ejercitarnos en obras del agrado de Dios?
Jesús respondió: 'La obra agradable a Dios, es que creáis en Aquel que
El os ha enviado." Este alimento esencial del cual el hombre tiene
hambre es El mismo, Jesús, enviado por el Padre, y que tomamos ya por
la Fe "creyendo en El". Obrar, afanarse, trabajar... esforzarse, para
nuestra vida espiritual... es tanto más necesario que "ganarse el
pan"" (Noel Quesson).
No basta encontrar solución a la necesidad material; hay que aspirar a
la plenitud humana, y esto requiere colaboración del hombre
(trabajad). Han limitado su horizonte: el alimento que se acaba (el
pan) da sólo una vida que perece; el que no se acaba (el amor), da
vida definitiva. El pan ha de ser expresión del amor. Ellos ven el pan
sin comprender el amor, y en Jesús ven al hombre, sin descubrir el
Espíritu. Jesús es el Hijo del Hombre portador del Espíritu (sellado
por el Padre). Pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso y
eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a
la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros
fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir
fortalezca nuestras vidas». Comenta San Agustín: «Jesús, a
continuación del misterio o sacramento milagroso, hace uso de la
palabra, con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos
que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de
aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante, pero es con la
condición de que lo entiendan y, si no lo entienden, que se recoja
para que no perezcan ni las sobras siquiera... "Me buscabais por la
carne, no por el Espíritu". ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino
para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio y acude
a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más
poderoso que él y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden
que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito.
«En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los día
la iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús... "Me buscabais por
algo que no es lo que yo soy; buscadme a Mí por mí mismo". Ya insinúa
ser Él este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que
sigue...Yo creo que ya estaban esperando comer otra vez pan y sentarse
otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento
que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo
lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana... Entre
diálogos la llevó hasta la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo
mismo exactamente. Alimento es, pues, éste que no perece, sino que
permanece hasta la vida eterna». De este alimento distinto que hay que
buscar, el debate se eleva hasta la preocupación por el obrar que
agrada a Dios. A las obras múltiples que los galileos se muestran
dispuestos a cumplir, Jesús opone la única "obra de Dios", la que Dios
realiza en el creyente. Esta obra es creer en Jesús como el Enviado de
Dios. Santa Teresa de Jesús nos enseña a buscar al Señor y a creer en
Él: "Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este
castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal,
que, como sea oración, ha de ser consideración; porque la que no
advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a
quien, no lo llamo yo oración aunque mucho menee los labios".
"Dicen que hace mucho tiempo, vivía en un pueblo una aldeana muy
hermosa. Todos querían esposarla pero ella sentía que nadie le
aseguraba verdadero amor. Así, se le acercó el mercader más rico
diciéndole: "Te amaré a pesar de tu pobreza". Pero como en sus
palabras no encontró verdadero amor prefirió no casarse. Después se le
acercó un gran general y le dijo: "Me casaré contigo a pesar de las
distancias que nos separen". Pero tampoco aceptó la hermosa aldeana.
Más tarde se le acercó el emperador a decirle: "Te aceptaré en mi
palacio a pesar de tu condición de mortal". Y también rehusó la
muchacha a casarse porque tampoco veía en él un amor desinteresado.
Hasta que un día se le acercó un joven y le dijo: "Te amaré a pesar...
de mí mismo". Y como en sus palabras encontró un amor verdadero y
sincero, optó por casarse con él. Ojalá que en nuestra vida suceda lo
mismo. Que estemos buscando a Dios por amor desinteresado. Que le
ofrezcamos nuestro amor a pesar de nosotros mismos. No busquemos a
Dios por el alimento perecedero como lo buscaban las personas que
menciona el evangelio. Es claro que nosotros no buscamos a Dios por un
alimento material, pues sabemos y experimentamos que ese hay que
ganárselo. Pero sí podríamos acercarnos a Cristo buscando alguna
ganancia personal. Pidiéndole cosas que en lugar de acercarnos a
nuestra santificación nos aleja. Tal vez vemos en Jesús un genio que
nos concederá deseos si pronunciamos una fórmula mágica que nosotros
llamamos "oración". Cristo ve nuestras intenciones y sabe porqué le
pedimos las cosas, conoce porqué le seguimos y porqué le buscamos.
Busquemos a Cristo en la Eucaristía de forma desinteresada. No a pesar
de... lo que nos pueda gustar o disgustar de Él, sino sabiendo que la
Eucaristía es el punto privilegiado del encuentro del amor hacia
nosotros, de forma desinteresada, a pesar de nuestra condición de
mortal y a pesar de nuestra pobreza" (de mercaba.org).

VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: la Eucaristía, fortaleza para ser testimonios de la verdad, da alas para amar


Hechos (5,34-42): Entonces un fariseo, Gamaliel, les dijo que fueran
con cuidado, pues Teudas, Judas el Galileo perecieron al cabo de poco
de levantarse con sus proclamas y se disolvió su grupo. "Y ahora os
digo: Dejad a estos hombres; porque si este consejo o esta obra es de
los hombres, se desvanecerá: mas si es de Dios, no la podréis
deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo a Dios. Y convinieron
con él: y llamando a los apóstoles, después de azotados, les intimaron
que no hablasen en el nombre de Jesús, y los soltaron. Y ellos
partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por
dignos de padecer afrenta por el Nombre. Y todos los días, en el
templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a
Jesucristo".
Fariseo de tendencia liberal, Gamaliel fue el profesor de Pablo de
Tarso. Nos da una lección de coherencia, de honradez, de no dejarse
llevar por la moda. Cuando es difícil ejercer lúcidamente un
discernimiento, vemos gente que se pone del lado de la Iglesia por
motivos de sinceridad, de buscar la verdad aunque no compartan la
doctrina. Gamaliel recuerda a los senadores judíos que esas
insurrecciones acabaron en nada: sus jefes fueron muertos
violentamente y sus seguidores dispersados. Les aconseja entonces que
no den mucha importancia al naciente movimiento de los apóstoles: si
es de los hombres se disolverá por sí mismo. Si es de Dios nada podrán
contra ellos. Hombres como él están muy cerca del Reino de Dios, son
los que llamamos "hombres de buena voluntad" que, sin saberlo,
encarnan muchos de los valores y de las virtudes evangélicas ("Diario
Bíblico"), esa familia inaugurada por Jesús, aunque algunos no lo
sepan, como recordamos en la Entrada: «Con tu sangre, Señor, has
comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has
hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya», y
esta familia tiene una tierra, que es la que nos promete la esperanza,
que recordamos en la Colecta: «Oh Dios, que, para librarnos del poder
del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la Cruz; concédenos
alcanzar la gracia de la resurrección». Supone vivir con los pies en
la tierra pero sin valorar lo material más que lo que es para siempre,
como pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas
de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus
bienes y descubra los que permanecen para siempre».
Es de destacar la alegría de los Apóstoles por padecer por Cristo,
como recuerda Juan Pablo II: «La alegría cristiana es una realidad que
no se puede describir fácilmente, porque es espiritual y también forma
parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo
Encarnado, el Redentor del hombre, no puede menos de experimentar en
lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz,
abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esa alegría que nace de la
fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría!
¡Habituaros a gozar de esta alegría!»

Esta alegría es la que proclamamos con el Salmo 26: «El Señor es mi
luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Una cosa pido al Señor, eso
buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida; gozar
de la dulzura del Señor contemplando su Templo. Espero gozar de la
dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé
valiente, ten ánimo, espera en el Señor», pues como recordamos en la
Comunión, «Cristo nuestro Señor fue entregado por nuestros pecados y
resucitado para nuestra justificación. Aleluya».
Querer vivir en la casa del Señor puede ser el mejor de los deseos. La
confianza absoluta en Dios tiene una referencia completa en Jesús, luz
del mundo que ilumina el camino que se ha encendido plenamente en su
resurrección; este es el sentido de "tierra de los vivos" pues el
cielo es donde está el Santuario.
Juan Pablo II comentaba que este Salmo tiene como telón de fondo el
templo de Sión, sede del culto de Israel, en un ambiente de confianza
en Dios. Ante las dificultades, no está el hombre solo y su corazón
mantiene una paz interior sorprendente, pues -como dice la espléndida
«antífona» de apertura del Salmo- «El Señor es mi luz y mi salvación».
Parece ser un eco de las palabras de san Pablo que proclaman: «Si Dios
está por nosotros ¿quién contra nosotros?»… «habitaré en la casa del
Señor por años sin término». Y mientras, buscamos en esta tierra el
rostro del Señor, la intimidad divina a través de la oración, en la
liturgia, hasta que un día «le veremos tal cual es», «cara a cara».
Orígenes, escribe: «Si un hombre busca el rostro del Señor, verá la
gloria del Señor de manera desvelada y, al hacerse igual que los
ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos». Y
san Agustín, en su comentario a los Salmos, continúa de este modo la
oración del salmista: «No he buscado en ti algún premio que esté fuera
de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia
insistiré en esta búsqueda; no buscaré otra cosa insignificante, sino
tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, ya que no encuentro nada
más valioso..."
El Evangelio (Juan 6,1-15): -"Levantando pues los ojos, y contemplando
la gran muchedumbre que venía a Él, dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos
pan para dar de comer a estos?"" Dios es amor, dirá san Juan en su
primera Epístola. Jesús es amor, nos revela a Dios. Jesús ve las
necesidades de los hombres. Jesús se preocupa de la felicidad de los
hombres. Jesús tiene presente la vida de los hombres. Y hace un
milagro, la multiplicación de los panes, como más tarde el sacramento
de eucaristía... son gestos de amor. ¡Me paro a escuchar tu voz,
Jesús! Eres Tú quien nos interroga, quien nos provoca. Eres Tú, Señor,
quien nos pide saber mirar el hambre de los hombres, y sus necesidades
aun las más prosaicas... "para que tengan de qué comer" Tú dices...
¡simplemente de qué comer! Y nosotros que tan a menudo soñamos en un
Dios lejano, en las nubes. Eres Tú que nos conduces a nuestra vida
humana cotidiana. Amar... ¡ahí está! es un humilde servicio cotidiano.
-"Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces;
pero ¿qué es esto para tanta gente?" Ante los grandes problemas
humanos -el Hambre, la Paz, la Justicia- repetimos constantemente la
misma respuesta: "¿qué podemos hacer nosotros? esto nos rebasa."
Retengo la inmensa desproporción: 5 panes... 2 peces... 5.000 hombres.
-"Jesús tomó los panes, y, habiendo "eucaristiado" -habiendo "dado
gracias"- se los distribuyó". Dar Gracias. Agradecer a Dios. Tal es el
sentimiento de Jesús en este instante. Piensa en otra multiplicación
de "panes". Piensa en el inaudito misterio de la comida pascual que
ofrecerá a los hombres de todos los tiempos. No descuida el "hambre
corporal", pero piensa sobre todo en el "hambre de Dios" que es de tal
modo más grave aún para los hombres.
-"Verdaderamente éste es el gran profeta, que ha de venir al mundo."
Pero Jesús conociendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey
se retiró otra vez al monte El solo. Jesús no quiere dejar creer que
El trabaja para un reino terrestre. Su proyecto no es político,
incluso si tiene incidencias humanas profundas. Jesús no entra
directamente en el proyecto de "liberación" cívica en el que sus
contemporáneos quisieran arrastrarle. Esto será por otra parte la gran
decepción de estas gentes, que le abandonarán todos. Jesús piensa que
su proyecto es otro: su gran discurso sobre el "pan de la vida eterna"
nos revelará ese "proyecto"" (Noel Quesson).
"En un mundo también ahora desconcertado y hambriento, Cristo Jesús
nos invita a la continuada multiplicación de su Pan, que es él mismo,
su Cuerpo y su Sangre. También ahora la Eucaristía se puede entender
como relacionada a los dones humanos y limitados, pero dones al fin,
que podemos aportar nosotros. Los cinco panes y dos peces del joven
pueden compararse a los deseos de justicia y de paz por parte de la
humanidad, el amor ecologista a la naturaleza, la igualdad apetecida
entre hombres y mujeres, y entre razas y razas, los progresos de la
ciencia: Jesús multiplica esos panes y se nos da él mismo como el
alimento vital y la respuesta a las mejores aspiraciones de la
humanidad. Nosotros, los que podemos gozar de la Eucaristía diaria,
apreciamos más todavía el don de Cristo que se nos da como Palabra
iluminadora y como Pan de vida (J. Aldazábal).
Quiero comentar brevemente aquella frase: «Se lo decía para probarle,
porque Él sabía lo que iba a hacer». Hoy leemos el Evangelio de la
multiplicación de los panes: «Tomó entonces Jesús los panes y, después
de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo
mismo los peces, todo lo que quisieron». El agobio de los Apóstoles
ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no
hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una "anorexia
espiritual", que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No
sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un
mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos
sobrenaturales; no seamos "realistas", sino "confiados" en Dios. Así,
cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en
realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a
hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él.
Al contemplar esos "signos de los tiempos", no queremos pasividad
(pereza, languidez por falta de lucha...), sino esperanza: el Señor,
para hacer el milagro, quiere la dedicación de los Apóstoles y la
generosidad del joven que entrega unos panes y peces. Jesús aumenta
nuestra fe, obediencia y audacia, aunque no veamos enseguida el fruto
del trabajo, como el campesino no ve despuntar el tallo después de la
siembra. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin
pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos,
hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de
manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San
Josemaría), que aparecerán de modo insospechado.
No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte:
¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las
dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del
nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo
alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió Juan Pablo
II. Acompañemos, pues, con el Rosario a la Virgen, pues su intercesión
se ha hecho notar en tantos momentos delicados por los que ha surcado
la historia de la Humanidad.