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jueves, 31 de enero de 2013


Viernes 3º del tiempo ordinario (impar): el Reino de Dios crece en el corazón, y hay que tener paciencia como en la espera de que la simiente fructifique

“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabracon muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Marcos 4,26-34).

1. Otras dos parábolas tomadas de la vida del campo y, de nuevo, con el protagonismo de la semilla, que es el Reino de Dios. -“El "Reino de Dios" es como un hombre que arroja la semilla en la tierra”. ¿Germinará la semilla? Hay que sembrar y arriesgarse. El "Reino de Dios" comienza; como un gran tiempo de siembra. Con la fragilidad del amor, que puede ser rechazado. Con su grandeza, que es lo más fuerte.
-“De noche y de día, duerma o vele, la semilla germina y crece sin que él sepa cómo”. Marcos es el único que nos relata esta maravillosa, corta y optimista parábola del "grano-que-crece-solo" Su alegre movimiento muestra que todo reside en la vitalidad de la semilla: el germen es una potencia concentrada, formidable, invencible... pero menuda, escondida y aparentemente frágil. Desde que la semilla ha sido arrojada a la tierra, comienzan en lo secreto, una serie de maravillas. La cosa no depende ya de si el campesino se preocupa o no. De esa manera, dijo Jesús, el Reino de Dios es como una semilla viva. Sembrada en un alma, sembrada en el mundo, crece con un lento, imperceptible, pero continuo crecimiento. Incluso inapercibida, y no verificable aún, la vida progresa y no abdica jamás. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.
Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, el Reino germina y crece poderosamente. El protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu. No es que seamos invitados a no hacer nada, pues parte de la providencia divina es que ha puesto en nosotros la capacidad de previsión. Y provisión. Hemos de ocuparnos, pero sin preocuparnos, trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal (J. Aldazábal).
El Reino de Dios no es un programa político o de acción social, consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno). La fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo. La idea de paciente espera ante la falta de fruto está muy presente en este Evangelio.
-“¿A qué podemos comparar el "Reino de Dios"? A un "grano de mostaza ... que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña de todas las semillas del mundo. Pero sembrado, crece y se hace más grande que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden abrigarse a su sombra”.Jesús, te veo solo, a orillas del lago, con doce hombres y algunos oyentes galileos... y la "pequeña semilla" de ese día ha llegado a ser un árbol grande, ha llegado hasta los extremos de la tierra. Pienso en la Iglesia, en su pequeñez y fragilidad. Pienso en mi propia vida espiritual, tan débil y "pequeña". Tu parábola de esperanza me llena. ¡Gracias, Señor! Gracias Marcos, por habérnosla relatado (Noel Quesson). La aplico a mi vida, que como los cultivos requiere una primera labor del campesino de quitar (arar, limpiar de malas hierbas), y luego otra de plantar y regar. La mostaza, la más pequeña de las simientes, oscura y tan pequeña que solo es visible sobre un fondo claro, si germina llega a ser un arbusto notable. De nuevo, la desproporción entre los medios humanos y la fuerza de Dios.
Así también veo el apostolado: “la doctrina, el mensaje que hemos de propagar, tiene una fecundidad propia e infinita, que no es nuestra, sino de Cristo” (J. Escrivá, Es Cristo que pasa). El Señor nos ofrece constantemente su gracia para ayudarnos a ser fieles, cumpliendo el pequeño deber de cada momento, en que se nos manifiesta su voluntad y en el que está nuestra santificación. De nuestra parte está aceptar Su ayuda y cooperar con generosidad y docilidad, no dejar perder las oportunidades que se pasan, aunque vengan otras luego.
La vida interior necesita tiempo, crece y madura como el trigo en el campo. “Hay que tener paciencia con todo el mundo –señala San Francisco de Sales-, pero en primer lugar con uno mismo” (Cartas) Nada está perdido si nos dejamos guiar por esa espera en el Señor; nada está perdido porque está la posibilidad de perdón, la vida continúa, es un volver a empezar, un amor correspondiendo al Señor.

2. "Recordad aquellos días primeros, cuando estabais recién iluminados" con la luz de Cristo... El autor de la epístola a los Hebreos invita a los fieles, en peligro de flaquear ante las excesivas adversidades y afectados por la prueba del tiempo y de las contradicciones, a volver al punto inicial de su fe. "¡Recordad!". Re-cordar es “revivir” en el “corazón”: en la memoria está nuestra experiencia, nuestra autoconciencia, nuestra identidad: "¡Recordad que sois creyentes!". Me contaron de un pueblo de África, en el que cantan una canción al niño que nace, es “su canción”, asociada a su nombre. Cuando va creciendo, se la cantan. Y si un día hace algo mal, se reúne el pueblo y le cantan la canción, para recordarle quien es, y que no reniegue de su esencia… también con la fe se nos recuerda (Credo, Padrenuestro…) que somos hijos de Dios, y creer es vivir y actuar entrando en la vida y en la acción que la palabra de Dios me propone, para alcanzar su presencia y unirme a su vida. Creer es vivir "a pesar de todo", esperar a pesar de todo, amar a pesar de todo (“Dios cada día”, de Sal Terrae).
-"Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los buenos, sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes". Opción cristiana difícil pero que da paz, alegría. En los momentos de flaqueza, ¡Señor, dame tu luz y hazme ver la Verdad!
-"No renunciéis a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa". -Hay que tener paciencia y perseverar. En un tiempo en que no hay fidelidad para nada, debemos permanecer fieles a Dios contra viento y marea. También se puede traducir: -“No perdáis ahora vuestra confianza que lleva consigo una gran recompensa. Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido”. Confianza, paciencia. Concédenos Señor, paciencia y tenacidad... apoyadas no en nuestras propias fuerzas, sino en tus promesas.
-“Pues todavía un poco, muy poco tiempo, y el que ha de venir vendrá sin tardanza. ¡Un poco... muy poco... tiempo!” Cuando el caballo atisba la cuadra, regresa corriendo después de un largo paseo. Estamos seguros de que la espera será corta, esperamos más pacientemente. Cuando sabemos que la prueba será breve la soportamos más valientemente. ¡Danos la convicción, Señor, de que todo lo perecedero es corto! Y de que estamos en vísperas de encontrarte al fin cara a cara. Que esta certeza no sea una evasión, sino un estimulante para afrontar con mayor valentía y con más alegría todas las obligaciones que pesan sobre nuestras vidas.
-"Mi justo vive de su fidelidad; pero, el cobarde dejará de agradarme". Y nosotros no somos de los que se acobardan y perecen sino «creyentes» para la salvación del alma. Sí, lo sabemos, a nuestro alrededor hay hombres que desertan. También los había que flaqueaban alrededor de san Pablo. Este, se endereza dignamente: A Dios no le agradan los que «abandonan». Y es precisamente la prueba lo que permite distinguir a los verdaderos fieles: los hay que aguantan y lo hay que escapan. Señor, te lo pedimos, que sepamos ser fieles... ser «hombres de fe» (Noel Quesson).

3. La Salvación es la obra de Dios en nosotros: “Confía en el Señor y haz el bien, / habita tu tierra y practica la lealtad; / sea el Señor tu delicia, / y él te dará lo que pide tu corazón”.
En el Libro de Daniel —siglo II a. C.— se habla del ser soberano de Dios en el presente, pero sobre todo nos anuncia una esperanza para el futuro, con la figura del «hijo del hombre», que es quien debe establecer la soberanía. Y el judío devoto con sus oraciones acepta el señorío de Dios sobre el mundo y la historia, que sobrepasa el momento, va más allá de la historia entera y al mismo tiempo es algo absolutamente presente, presente en la liturgia, en el templo y en la sinagoga como anticipación del mundo venidero; presente como fuerza que da forma a la vida mediante la oración y la existencia del creyente, que carga con el yugo de Dios y así participa anticipadamente en el mundo futuro.
Jesús, fuiste un «israelita de verdad» (cf. Jn 1,47) y, al mismo tiempo, fuiste más allá del judaísmo, tus promesas van más allá. Nada se ha perdido pero algo nuevo nace contigo: «está cerca el Reino de Dios» (Mc 1,15), «ha llegado a vosotros» (Mt 12,28), está «dentro de vosotros» (Lc 17,21). La imagen de la semilla pequeña rompe las interpretaciones mesiánicas equivocadas de poder humano. Nos abre a este salmo: “Encomienda tu camino al Señor, / confía en él, y él actuará: / hará tu justicia como el amanecer, / tu derecho como el mediodía.
El Señor asegura los pasos del hombre, / se complace en sus caminos; / si tropieza, no caerá, / porque el Señor lo tiene de la mano.
El Señor es quien salva a los justos, / él es su alcázar en el peligro; / el Señor los protege y los libra, / los libra de los malvados y los salva / porque se acogen a él.”
Llucià Pou Sabaté 

miércoles, 30 de enero de 2013


III, jueves (impar): somos portadores de la luz de Jesús, con una vida de fe y buenas obras

“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará»” (Marcos 4,21-25).

1. Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para los que entren tengan luz: nos dices, Señor, que quien te sigue tiene un candil encendido, para alumbrar a los demás. No hemos de trabajar por nuestra propia santificación, sino también por la de los demás. Vosotros sois la luz del mundo (Mateo 5, 14), nos dices también, explicándonos el secreto del Reino. La “energía” interna que tiene la Palabra de Dios —tu Palabra, Señor—, la fuerza expansiva que debe extenderse por todo el mundo, es como una luz, y esta luz no puede ponerse «debajo del celemín o debajo del lecho».
Nos das tu luz, Señor, y tu misión: “hijos de Dios. -Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. / -El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (S. Josemaría Escrivá, Forja 1). Una postura egoísta sería no usar los dones que Dios nos dio, para iluminar a los demás: “autistas” del espíritu.
El Evangelio —todo lo contrario— es un santo arrebato de Amor apasionado que quiere comunicarse, que necesita “decirse”, que lleva en sí una exigencia de crecimiento personal, de madurez interior, y de servicio a los otros. «Si dices: ¡Basta!, estás muerto», dice san Agustín. Y san Josemaría: «Señor: que tenga peso y medida en todo..., menos en el Amor».
«‘Quien tenga oídos para oír, que oiga’. Les decía también: ‘Atended a lo que escucháis’». ¿Qué escuchar, y cómo? Es el acto de sinceridad hacia Dios y nosotros mismos: «Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará». Los intereses acumulados de Dios nuestro Señor son imprevisibles y extraordinarios. Ésta es una manera de excitar nuestra generosidad (Àngel Caldas).
Consideramos la luz que Jesús ha traído al mundo, y en estas fechas celebramos que Jesús es la “luz para las naciones” (Presentación de Jesús al Templo, 2 de febrero), y de esta luz para todos los hombres, participamos nosotros. Sin esta luz de Cristo, el mundo está a oscuras, se vuelve difícil y poco habitable. Hemos de llevar esta luz, ser portadores de la luz de la filiación divina, para iluminar el ambiente en el que vivimos. "El trabajo profesional -sea el que sea- se convierte en un candelero que ilumina a vuestros colegas y amigos (…) la santificación del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera espiritualidad para los que -inmersos en las realidades temporales- estamos decididos a tratar a Dios" (San Josemaría).
A ejemplo de Jesús queremos iluminar con nuestro trabajo bien hecho. A la hora de los milagros la multitud exclama: ¡Todo lo hizo bien! Lo grande y lo pequeño. Luz para los demás es tener prestigio profesional, y para ello es necesario cuidar la formación continua de la propia actividad u oficio, y sin apenas darse cuenta el cristiano estará mostrando cómo la doctrina de Cristo se hace realidad en medio del mundo, en una vida corriente. Todos tienen derecho a nuestro buen ejemplo.
En nuestra actuación, lo que más se valora es el buen corazón, tener buen carácter, así llamamos a ese cúmulo de virtudes. Sobre todo es la gracia divina lo que salva, pero cuenta también con nuestro buen hacer, para ser luceros en medio del mundo. Las normas de convivencia deben ser fruto de la caridad y no solamente por costumbre o conveniencia (Francisco F. Carvajal). Para eso necesitamos lucha, así la fortaleza no puede arraigar en alguien que no se vence en pequeños hábitos de comodidad o de pereza, que siempre está preocupado del calor y del frío. Que se deja llevar por los estados de ánimo siempre cambiantes y que siempre está pendiente de sí mismo y de su comodidad. El Señor nos quiere con una personalidad bien definida, resultado del aprecio que tenemos por todo lo que Él nos ha dado y del empeño que ponemos para cultivar estos dones personales. Por eso queremos contemplarte, Señor, para ver en ti la plenitud de todo lo humano noble y recto, y a ti parecernos. Te pedimos que nos des optimismo, generosidad, orden, alegría, cordialidad, sinceridad, veracidad; que seamos sencillos, leales, diligentes, comprensivos, equilibrados.
Pienso en la luz que han dado las madres cristianas, que han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo y su amor sobre todo. Pues es el amor el sentido de la moral cristiana. Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino que más bien: —¿Qué he ganado? Es decir, ¿qué luces he dado a los demás? Esto es lo que da una vida llena. Quitar mi yo (el humo) y dejar el amor (la luz y calor), en una  total disponibilidad a la voluntad de Dios, como la Virgen.
La parábola de la medida también es muy rica: la misma medida que utilicemos será usada para nosotros y con creces. Los que acojan en sí mismos la semilla de la Palabra se verán llenos, generosamente llenos, de los dones de Dios. Sobre todo al final de los tiempos experimentarán cómo Dios recompensa con el ciento por uno lo que hayan hecho (J. Aldazábal).
-“Prestad atención a lo que oís: Con la medida con que midiereis se os medirá y se os dará por añadidura. Pues al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. Jesús, ha observado también en eso a los comerciantes de su tiempo cuando están midiendo el trigo, o la sal, con un celemín o un recipiente: se tasa más o menos... se llena hasta el borde o se procura dejar un pequeño margen a fin de mejorar la economía. Y Jesús nos revela su temperamento: "lanzaos plenamente, tasad, colmad". Y aplica este símbolo al hecho de escuchar la Palabra de Dios. No olvidemos que estamos al principio del evangelio. Jesús desea que sus oyentes se llenen de esta Palabra, sin perder nada de ella. ¿Qué avidez siento? ¿Soy de los que enseguida dicen: "basta"... o de los que dicen: "¡más!"... La medida de amar, es amar sin medida... (Noel Quesson).
2. -“Hermanos, tenemos plena seguridad para entrar en el santuario del cielo”. Gracias, Señor, porque nos anima la certeza de llegar a tu corazón.
Jesús es el camino para el Padre, y una novedad cristiana es que no hacen falta ritos para conectarse con Dios, la oración filial rompe todos los moldes que había. La “cortina” que había en el templo (en la antesala del “santo de los santos”) ha sido suprimida. En lugar de los ritos, se impone la ley del amor. La misma Jerusalén, que era como el signo de la presencia de Dios, ahora se lee como una imagen del Reino de Dios, con las piedras vivas de cada bautizado. La “vía de acceso” a Dios ya se conoce:
-"ADios nadie le ha visto jamás. Pero el unigénito Hijo, el que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer". La cima, por alta que sea, puede alcanzarse en virtud de la sangre de Jesús: "camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne”. A nosotros, asumiendo también nuestra condición de hombres, se nos abre el mismo camino con El, quien “por su carne, por su "condición humana", Jesús llegó hasta Dios”.
«Creo en un solo bautismo para el perdón de los pecados», rezamos en la profesión de nuestra fe. Y ser bautizado es no cesar jamás de luchar contra todo no-amor para amar mejor (Noel Quesson): -Estemos atentos los unos a los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, es decir, para amar mejor.

3. Me abandono en ti, Dios mío, y te alabo con el salmista: “Del Señor es la tierra y cuanto la llena, / el orbe y todos sus habitantes: / él la fundó sobre los mares, / él la afianzó sobre los ríos”.
Quiero llegar a ti, acceder a tu corazón, poder hablar contigo, y para esto te pido que mi sentimiento con tu ayuda se transforme en obras: “¿Quién puede subir al monte del Señor? / ¿Quién puede estar en el recinto sacro? / El hombre de manos inocentes / y puro corazón, / que no confía en los ídolos. / Ése recibirá la bendición del Señor, / le hará justicia el Dios de salvación. / Éste es el grupo que busca al Señor, / que viene a tu presencia, Dios de Jacob.”
Llucià Pou Sabaté

martes, 29 de enero de 2013


III semana, miércoles (impar): El sembrador y la pedagogía de la parábola: siembra divina, hoy

“En aquel tiempo, Jesús se puso otra vez a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a Él que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción: «Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que, al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó enseguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento». Y decía: «Quien tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando quedó a solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las parábolas. El les dijo: «A vosotros se os ha dado comprender el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone».
Y les dice: «¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben enseguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento»” (Marcos 4,1-20).

1. Comienza hoy la Iglesia a proponernos las grandes “parábolas” de Jesús. Son el corazón de la predicación de Jesús, que con el paso del tiempo no pierden su frescura y humanidad, y llegan al corazón. Tu estilo, Jesús, está ahí presente, y con ellas siento tu cercanía. Ayúdame a ver lo que querías decirnos, lo que nos dices “hoy” en ese lenguaje de imágenes, metáforas. Hoy, veo tus interpretaciones alegóricas, la semilla que cae parte en el camino, parte en terreno pedregoso, parte entre espinas y parte en suelo fértil. Siento que me hablan, pero nunca agotamos su significado, siguen siempre abiertas…
La palabra hebrea mashal (parábola, dicho enigmático) abarca los más diversos géneros: la parábola, la comparación, la alegoría, la fábula, el proverbio, el discurso apocalíptico, el enigma, el seudónimo, el símbolo, la figura ficticia, el ejemplo (el modelo), el motivo, la justificación, la disculpa, la objeción, la broma.
Nos hablan de tu Reino, Señor, de tu venida. Quiero aprender cuando les cuentas a los discípulos el significado de la parábola: «A vosotros os ha concedido Dios el secreto del Reino de Dios: pero para los de fuera todo resulta misterioso, para que (como está escrito) "miren y no vean, oigan y no entiendan, a no ser que se conviertan y Dios los perdone"». Quiero entender que tú sabías que el profeta que citas fracasa en su labor (tomo estas ideas de Ratzinger): tu mensaje, como aquel, contradice demasiado la opinión general, las costumbres corrientes. A través de su fracaso, las palabras resultan eficaces. Esto pasó con los profetas y la historia de Israel, y en cierto sentido se repite continuamente en la historia de la humanidad. Es tu destino, Señor: la cruz. Pero precisamente de la cruz se deriva una gran fecundidad.
La siembra de la semilla está presente en tu predicación, y es el «Reino de Dios» que crece, como el grano de mostaza. La semilla es presencia del futuro. En ella está escondido lo que va a venir: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Tú mismo eres el grano, Señor, y por tu «fracaso» vendrá la salvación: «Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32).
Es un fracaso como camino para lograr «que se conviertan y Dios los perdone». Es el modo de conseguir, por fin, que todos los ojos y oídos se abran. En la cruz se descifran las parábolas. En los sermones de despedida dice el Señor: «Os he hablado de esto en comparaciones: viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente» (Jn 16,25). Ahora se entienden como estaciones de la vía hacia la cruz. En las parábolas, Jesús no es sólo el sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la tierra para morir y así poder dar fruto (Ratzinger).
La parábola acerca lo que está lejos a los que la escuchan y meditan sobre ella; por otro, pone en camino al oyente mismo. La dinámica interna de la parábola, le invita a ir más allá de su horizonte actual, hasta lo antes desconocido y aprender a comprenderlo. Pero eso significa que la parábola requiere la colaboración de quien aprende, que no sólo recibe una enseñanza, sino que debe adoptar él mismo el movimiento de la parábola, ponerse en camino con ella. En este punto se plantea lo problemático de la parábola: puede darse la incapacidad de descubrir su dinámica y de dejarse guiar por ella; puede que, sobre todo cuando se trata de parábolas que afectan a la propia existencia y la modifican, no haya voluntad de dejarse llevar por el movimiento que la parábola exige. No obliga, señala el camino…
En las parábolas hay implícita una presencia de Dios, esa presencia tan necesaria en nuestro tiempo cuando se le rechaza por no ser “experimentable” según la ciencia moderna esa presencia.
 “Salió el sembrador a sembrar…” Parte de la semilla cae en el camino, o se lo comen los pájaros, o queda ahogado por el egoísmo o el miedo... Hoy se extiende la idea de que el egoísmo no es malo, que es una opción, que la libertad es hacer lo que quiera. Sí, pero es una pobre libertad esclava del egoísmo, y lleva a la tristeza. Es decir que somos libres y responsables, que según lo que sembremos recogeremos. Y según como sea nuestro corazón podremos o no acoger la simiente divina y dar fruto.
Vemos el peligro es pensar que no hemos sembrado bien, que no tenemos ni idea de hacer las cosas, el lamento pesimista del que se piensa culpable de que haya guerras en el otro lado del mundo: “A menudo os equivocáis cuando decís: me he engañado con la educación de mis hijos, o  no he sabido hacer el bien a mi alrededor. Lo que sucede es que aún no habéis conseguido el resultado que pretendíais, que todavía no veis el fruto que hubierais deseado, porque la mies no está madura. Lo que importa es que hayáis sembrado, que hayáis dado a Dios a las almas. Cuando Dios quiera, esas almas volverán a él. Puede que vosotros no estéis allí para verlo, pero habrá otros para recoger lo que habéis sembrado” (G. Chevrot).
Finalmente, vamos a la semilla que cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta: la fertilidad de la buena tierra compensó con creces a la simiente que dejó de dar el fruto debido. Nada quedó sin fruto. El gran error del sembrador sería no echar la simiente por temor a que una parte cayera en lugar poco propicio para fructificar, o por temor a que nos malinterpreten, etc.
“Jesús, os decía al comienzo, es el sembrador. Y, por medio de los cristianos, prosigue su siembra divina. Cristo aprieta el trigo en sus manos llagadas, lo empapa con su sangre, lo limpia, lo purifica y lo arroja en el surco, que es el mundo” (S. Josemaría). Su sangre vivifica a todo el mundo, a cada uno. Y así también, de formas muchas veces insospechada, hace fructificar nuestros esfuerzos: “Mis elegidos no trabajarán en vano” (Is. 65, 23), no se pierde nada de lo que se hace cuando estamos con el Señor. El apostolado es así tarea alegre y, a la vez, sacrificada: en la siembra y en la recolección: “Ante un panorama de hombres sin fe, sin esperanza; ante cerebros que se agitan, al borde de la angustia, buscando una razón de ser a la vida, te encontraste una meta: El! /  Y este descubrimiento inyectará permanentemente en tu existencia una alegra nueva, te transformará, y te presentar una inmensidad diaria de cosas hermosas que te eran desconocidas, y que muestran la gozosa amplitud de ese camino ancho, que te conduce a Dios” (San Josemaría). En Santa María encontramos el mejor modelo de correspondencia a la siembra divina, a ella acudimos para dar fruto.
2. –“En la antigua alianza los sacerdotes estaban "de pie" en el Templo... Jesucristo empero se "sentó" para siempre a la diestra del Padre”. Es la diferencia entre el antiguo sacerdocio judío y el sacerdocio de Jesús. Ellos estaban atareados “ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios que nunca pueden borrar los pecados”, como quizá nosotros al multiplicar los ritos como si se tratara de querer doblegar a un Dios justiciero e inflexible. Jesús nos busca y reconduce como a la oveja perdida llevándola sobre sus hombros, es El quien ofrece incansablemente su perdón, es El quien ha hecho todo el camino de la reconciliación, Dios ha cargado con el peso de la sangre derramada, en Jesucristo.
-“Jesucristo, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre. Desde entonces espera que sus «enemigos sean puestos por escabel de sus pies»”. Señor, quiero yo también contemplarte, sentado junto a Dios, en esa hermosa actitud majestuosa esculpida en la piedra de muchos tímpanos de las catedrales (Noel Quesson).
-“Por su único sacrificio, Cristo condujo siempre a su perfección a aquellos que de Él reciben la santidad”. Gracias, Señor. Nos haces presente el único sacrificio de la cruz. ¿Qué conclusión debo sacar concretamente para mi vida de HOY?
-“El Señor declara: «Pondré mis leyes en sus corazones, las inscribiré en su mente y no me acordaré ya más de sus pecados y faltas»”. Estas preciosas palabras de Jeremías nos consuelan.
3. Quiero ver tu realeza, Jesús, con las palabras que canta el salmo: “Oráculo del Señor a mi Señor: / "Siéntate a mi derecha, / y haré de tus enemigos / estrado de tus pies."” Me gusta verte con tu cetro, someter en la batalla a tus enemigos: "Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, / entre esplendores sagrados; / yo mismo te engendré, como rocío, / antes de la aurora." Te contemplo como el Camino, mediador eterno: "Tú eres sacerdote eterno, / según el rito de Melquisedec."”
Llucià Pou Sabaté

lunes, 28 de enero de 2013


Martes 3º (año impar): Jesús inaugura la nueva Alianza, la familia de los hijos de Dios. Y con su sacrificio redentor nos salva

“En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»” (Marcos 3,31-35).

1. “En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan»”. Ya sabemos que los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares.
En el Nuevo Testamento se inaugura un nuevo concepto de familia, los que creen en Jesús, como Hijo de Dios vivo: estos forman la familia de Jesús: los doce Apóstoles y muchos otros discípulos como Marta, María y Lázaro… lo que leemos hoy vamos a ponerlo en relación con el gran amor que Jesús tiene a su madre, a José y a su gente. Porque no podemos ver un texto en solitario, y mucho más cuando “golpea” sobre un aspecto, cuando lo subraya con contundencia; el contexto –es decir, el tono general de los otros textos- y sobretodo la tradición apostólica, dan "el espíritu" que late tras estos sentimientos de Jesús, que toma distancia sobre su ligazón con su familia de sangre, queriéndolos mucho, para establecer una intimidad nueva en su familia digamos “apostólica”. Esto nos sitúa en un contexto de Iglesia como familia, donde las comunidades, instituciones por así decir, pueden tener vida en familia, sentirse en Jesús familia. Dentro de este sentido de familia, un caso especial es el de aquellos que viven en celibato. Al igual que los que se unen en matrimonio y forman una familia nueva, que deja a un segundo lugar la familia de la que surgieron, en el sentido de que la prioritaria es la que forman, también la tradición sobre virginidad y celibato va en esta línea de “injertarse” en la persona y en la conciencia de Jesús, una vocación en vistas al Reino de Dios, y razona con motivos estrictamente sobrenaturales. Establece una libertad para estar con “el Cordero dondequiera que vaya”, o como dice San Pablo: "el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido" (1 Cor 7). El sentido esponsal de todo cristiano con Jesús se ve aquí reforzado en un sentido de familia, esas personas forman una familia, a imagen de la que está formando Jesús.
Nos preguntamos con frecuencia si le costaría a Jesús poner distancia ante tanto sufrimiento como se encontró en su ministerio. Me decía hace poco una madre, sobre el tema del dolor y el amor: “precisamente hace 17 anos perdí a mi única hija, duele mucho porque uno la amaba tanto, y ahora no poder verla mas…, pero la gracias de la aceptación la tuve siempre y lo mismo mi hija, ahí aprendimos lo que es la muerte, no se entiende que un Dios bueno lo permita si no es para que de eso saque también un bien. Ya sabemos por qué no hay que tener miedo de la muerte, sino al contrario, es el encuentro con Dios, al fin no tener ya sufrimientos de la enfermedad, solo gozo... Le digo a Jesús que continúo siendo mama, y Él me entiende, sé que un día veré a mi hija, que en el cielo estaré con los míos. Todo ese dolor me ha hecho aprender a amar a Dios por sobre todo, y mi vida es otra, vivo para hacer su voluntad”. Esa persona se dedica con más intensidad a los hijos de los demás, participa de un ambiente apostólico donde puede vivir la maternidad, de otro modo. Conmueve ver las muchas experiencias que podríamos añadir a ésta, de esta familia que hoy nos muestra el Evangelio, en la que la oración de las madres la sostienen. Principalmente son la oración de esas madres las que sostienen la Iglesia(junto a los que sufren y los niños), pues saben de amor y de sufrimiento, de Cruz y de la vida de Jesús, que también pasó por esto, que tuvo que tomar distancia ante su familia, provocarles dolor con su muerte... para tomar el dolor de todos, y curarnos.
Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre». Sorprende la distancia que toma Jesús con respecto a su familia. En la respuesta de Jesús no hay ningún rechazo hacia sus familiares. Jesús ha renunciado a una dependencia de ellos: porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
Jesús, tienes un corazón universal... grande como el mundo: abierto a toda la humanidad. Te sientes hermano de todo aquel que "hace la voluntad de Dios".
2. –“La antigua alianza poseyendo sólo una sombra de los bienes definitivos...” absolutamente incapaz de conducir a su perfección a los que se acercan para ofrecer sus sacrificios.
-“Es imposible en efecto, que sangre de animales borre el pecado”. Todas las religiones antiguas, sin que se hubiesen concertado, han practicado, y algunas lo hacen todavía hoy, «sacrificios» de animales: el hombre quiere expresar, por medio de un símbolo su sumisión a Dios... La sangre es portadora de «vida»... se ofrece sangre y ello significa la ofrenda de la propia vida; pero hay el riesgo constante de tender a lo mágico. Los profetas de Israel habían denunciado a menudo la inutilidad e ineficacia de los sacrificios de animales, faltos de sinceridad interior: A Dios no le interesan los sacrificios por sí mismos, sino la actitud profunda del hombre que, en su vida, trata de serle fiel y obedecerle. El verdadero culto es la vida misma.
-“Por esto al entrar en este mundo Cristo dice: "Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has dado un cuerpo..."” Comencemos por notar lo que aquí se nos revela: los salmos son la oración de Jesús. ¿Cómo es ello? Primero porque es absolutamente cierto que Jesús pronunció esas palabras algún día. Y, sin riesgo a equivocarnos, podemos imaginar que ciertos pasajes, -éste en particular- debieron de encontrar en su oración una resonancia personal perfecta y frecuente. Repitiendo esas palabras de los salmos, es tu plegaria la que adopto, Señor.
Además, como Verbo eterno de Dios antes mismo de encarnarse y de tener labios humanos para pronunciarlas, esas palabras de los salmos habían sido inspiradas por El. De tal modo que el autor pudo decir que en el mismo momento de su Encarnación «entrando en el mundo» el Hijo de Dios para esto vino... para cumplir lo que él mismo había inspirado al salmista anónimo del salmo 40.
-“Entonces dije: "He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad"”. Una de las más bellas plegarias que se pueden repetir incansablemente... Pero ante todo una «divisa» de vida, ¡la misma que Jesús! Heme aquí HOY, Señor, quisiera hacer tu voluntad.
-“Porque ciertamente de Mí habla la Escritura”. La presencia de Jesús llena ya todo el Antiguo Testamento. Por esto lo leemos con amor y descubrimos esa Presencia.
-“Así abroga el antiguo culto para establecer el nuevo... Y en virtud de esta voluntad de Dios somos santificados, merced a la oblación, de una vez para siempre, del cuerpo de Jesucristo”. Revelación capital: al entrar en el mundo, desde su concepción, Cristo dio a su vida humana entera un alcance sacrificial de cumplimiento de la voluntad del Padre, ¡que la cruz vino finalmente a cumplir! ¿Ofrezco también mi cuerpo y mi vida? (Noel Quesson).
3. En el salmo hacemos propios los sentimientos de Jesús: “Yo esperaba con ansia al Señor; / él se inclinó y escuchó mi grito; / me puso en la boca un cántico nuevo, / un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio, / entonces yo digo: "Aquí estoy".
He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he cerrado los labios: / Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, / he contado tu fidelidad y tu salvación, / no he negado tu misericordia y tu lealtad / ante la gran asamblea”.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 27 de enero de 2013


Lunes 3º semana (año impar): Jesús realiza milagros por su poder divino, y manifiesta qué es el Reino de Dios

“En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo»” (Marcos 3,22-30).

1. Marcos pone en evidencia un aspecto de discusión con los "escribas venidos de Jerusalén", ciudad donde Jesús sufrirá la Pasión, en una escena de discusión con su familia: en ambos casos, es objeto de acusaciones malévolas. "Esta fuera de sí", decían los parientes como leímos el sábado... "Está poseído del demonio", decían los escribas... Jesús rechazado... contestado...
-“Los escribas, que habían bajado de Jerusalén, decían de Jesús: Está poseído por Belcebú, príncipe de los demonios." Llamóles a sí y les dijo en parábolas: "¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido no puede durar. Si una casa está dividida no puede subsistir. Si Satanás se levanta contra sí mismo... ha llegado su fin..."”
Jesús pone en evidencia el lógico ridículo de los escribas: son ellos los que han perdido la cabeza proponiendo tales argumentos Jesús, tiene muy sana su razón. Su demostración es sencilla, pero rigurosa.
-“Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquearla, si primero no ata al fuerte...” Es la primera y corta parábola relatada por Marcos: ¡La imagen de un combate rápido y decisivo! Para dominar a un "hombre fuerte", se precisa a uno "más fuerte" que él. Jesús presenta su misión como un combate, el combate contra Satán, la lucha contra el "adversario de Dios" (es el sentido de la palabra "Satán" en hebreo).
Contemplo este misterio siempre actual: Jesús combatiendo... Jesús luchador... Jesús entablando batalla contra todo mal... Jesús "más fuerte" que cualquier mal...
La mayoría de los grandes sistemas de pensamiento, en todas las civilizaciones, han personificado el "mal": El hombre se siente a veces "dominado" como por "espíritus". El hombre occidental moderno se cree totalmente liberado de estas representaciones; pero, nunca tanto como hoy el hombre se ha sentido "dominado" por "fuerzas alienantes": espíritu de poder, de egoísmo, etc.
Jesús ha puesto fin a este dominio; pero a condición de ¡que se le siga!
-“En verdad os digo que todo les será perdonado a los hombres, los pecados y aun las blasfemias; pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo... no tendrá perdón jamás...” "Jesús habla así porque ellos decían: Tiene espíritu impuro”. Para participar en la victoria de Cristo sobre las "fuerzas que nos dominan" hay que ser dóciles al Espíritu Santo... Hay que reconocer el poder que actúa en Cristo. Decir que Jesús es un "Satán", un "Adversario de Dios", es cerrar los ojos, es blasfemar contra el Espíritu Santo, es negar la evidencia: este rechazo es grave... bloquea todo progreso en el futuro (Noel Quesson).
Jesús «es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre» (Juan Pablo II). Y la malicia es interpretar los milagros y la bondad como un poder del demonio.
Jesús, veo que haces milagros, y tienes un amor de compasión, y van unidos en ti predicar el Evangelio y curar a los enfermos. Y nos enseñas que ese don divino “funciona” con ayuno y oración, no como esos magos que están de moda en todos los tiempos, que buscan vaciar el bolsillo de la gente.
Benedicto XVI nos señala que “el contenido central del «Evangelio» es que el Reino de Dios está cerca”. Es el centro de las palabras y la actividad de Jesús. En los tres Evangelios sinópticos se pone 90 veces en boca de Jesús. Después de Pascua, se habla más del Reino de Cristo, y de la Iglesia. Alfred Loisy dice: «Jesús anunció el Reino de Dios y ha venido la Iglesia». Pero en realidad el Reino de Dios, Reino de Cristo es ya el inicio de la Iglesia. No son dos cosas distintas, aunque luego las personas seamos pecadores, las instituciones sean frágiles...
También hay una polémica sobre esa distinción, de que Jesús habla del Reino de Dios, y luego la Iglesia del Reino de Cristo. ¿Hay distinción entre el Reino de Dios y el Reino de Cristo? Ratzinger, en su libro “Jesús de Nazaret” (cap. 3) nos habla de ello, al decir que los santos Padres interpretan el Reino de tres modos distintos aunque conexos:
a) el reino es Jesús mismo en persona (Orígenes);
b) el reino de se encuentra esencialmente en el interior de los hombres. También es Orígenes quien lo dice en su tratado Sobre la oración: «Quien pide en la oración la llegada del Reino de Dios, ora sin duda por el Reino de Dios que lleva en sí mismo, y ora para que ese reino dé fruto y llegue a su plenitud... Puesto que en las personas santas reina Dios [es decir, está el reinado, el Reino de Dios]... Así, si queremos que Dios reine en nosotros [que su reino esté en nosotros], en modo alguno debe reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal [Rm 6, 12]... Entonces Dios se paseará en nosotros como en un paraíso espiritual [Gn 3,8] y, junto con su Cristo, será el único que reinará en nosotros». El «Reino de Dios» está en el interior del hombre. Allí crece, y desde allí actúa.
c) el Reino de Dios y la Iglesia se relacionan entre sí (interpretación eclesiológica, cristológica y mística).
Muchos hablan de que reine la paz, la justicia y la salvaguarda de la creación. Pero el Reino de Jesús es más que esto, y precisamente lo propiamente cristiano ayuda a todo esto.
Al hablar del Reino, Harnack contrapone el “cumplir” farisaico al amor cristiano. Otros subrayan el “más allá” a donde nos dirigimos. Hoy día se habla de una existencia que va creciendo en un proceso espiritual, donde todas las religiones ayudan. Por eso, vivir buscando el “Reino de Jesús”, el corazón de su mensaje, será lo que nos dé la identidad cristiana, y la mejor manera de ayudar a ese mundo en el que la paz, la justicia y el respeto de la creación son muy importantes. Pero ¿qué es justicia? Porque sin contenido real, no hay justicia. La misma fe, las religiones, son utilizadas para fines políticos. Dios ha desaparecido de muchos sitios. Ya no se le necesita e incluso estorba, sigue diciendo Ratzinger. Pero el mensaje de Jesús y su Reino no sólo es el mejor modo de caminar hacia el cielo, sino también el modo mejor de vivir en la tierra, aunque las realizaciones concretas serán diversas según la libertad de cada uno o de las formas sociales de participación.
Dios existe, y actúa ahora, es Señor de la historia. La Iglesia tiene esta misión de “anunciar el Reino de Cristo y establecerlo en medio de las gentes” (LG 5), mostrar a Jesús, con la vida de los santos: la Iglesia misma constituye en la tierra el germen y principio de este Reino. Por otro lado es sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella es, por tanto, “el Reino de Cristo presente ya en el misterio” (LG 3), pero solamente en germen e inicio, apuntando a su realización definitiva que llegará con el fin y el cumplimiento de la historia.
Estamos invitados a mejorar el mundo, y la mejor forma es el apostolado. Sigue el Papa diciendo que el Reino de Dios no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia, para tener su identidad (Juan Pablo II, “Redemptoris missio”, 8; cf. Declaración “Dominus Iesus”, 4,5.18).
2. Jesús sacerdote es «mediador de una Alianza nueva». En la fiesta de la Expiación, en el «santísimo», el espacio más sagrado del Templo de Jerusalén, ofrecía sacrificios por sí y por el pueblo (ver ceremonial en Levítico 16). La sangre de animales no era eficaz y se tenía que repetir. Cristo entró en el santuario del cielo, no en un templo humano, y lo hizo de una vez por todas, se entregó a sí mismo, no sangre ajena. Así como todos morimos una vez, también Cristo, por absoluta solidaridad con nuestra condición humana, se sometió a la muerte «para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo». Tenemos un Mediador siempre dispuesto a interceder por nosotros. Esta buena noticia ha de impregnar nuestra historia de cada día, sobre todo en el momento de la Eucaristía. El mismo nos encargó que re-presentáramos (que volvamos a presentar al Padre) este sacrificio único: «Haced esto en memoria mía». San Pablo sitúa claramente cada celebración entre el pasado de la Cruz y el futuro de la parusía (J. Aldazábal): «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga» (1 Co 11 ,26).
3. “Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas: / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo.” La salvación que nos traes, Señor, nos  motiva a corresponder con este cántico de alabanza:  “El Señor da a conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.” De ese nuevo Israel que es tu Iglesia: “Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclamad al Señor, tierra entera; / gritad, vitoread, tocad.”
Toda nuestra vida será un nuevo cántico al Señor, guiados por su Espíritu Santo: “Tañed la cítara para el Señor, / suenen los instrumentos: / con clarines y al son de trompetas, / aclamad al Rey y Señor”.
Llucià Pou Sabaté

Domingo 3º, C – La Palabra de Dios la meditamos en la oración, y así vivimos lo que nos pide el Señor, donde nos ha puesto en su Iglesia

“Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lucas 1,1-4; 4,14-21).
1. El Evangelio de Lucas está dedicado a Teófilo (significa “amador de Dios”) y nos dice que fue Jesús a Nazaret y leyó en la sinagoga el Libro: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y todos tenían los ojos fijos en él. Y él dijo: -“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. No ha recogido Lucas todo lo que dice el Señor, pero sí lo esencial. No creemos en una idea, sino en ti, Jesús, que viniste en aquel tiempo (“hoy se cumple”…) y en Nazaret. Eres Dios con nosotros, no unas ideas, no un mito. Arraigado en un terruño, en un linaje, en una familia, hiciste de carpintero, tuviste amigos de todas clases. Eres real, te has encarnado, eres Dios y hombre.
Se concentra en ti toda la aventura de los hombres con Dios. Eres la cima y el todo de la Revelación. En el hoy humilde de cada día te encontramos. Orígenes dice: “Cuando leéis: “Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él”, no penséis que aquella gente era especialmente afortunada porque oía a Cristo, ni que vosotros estáis privados de estas enseñanzas. Si la Escritura es la verdad, Dios no ha hablado sólo en las asambleas de los judíos de entonces, sino que habla hoy todavía en nuestra asamblea. Y no sólo aquí, entre nosotros, sino en otras reuniones y en el mundo entero, Jesús enseña y busca los instrumentos para transmitir su doctrina. Rogad por mí para que me encuentre dispuesto y apto para cantar sus alabanzas. Del mismo modo que Dios encontró a los profetas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel en tiempos en que los hombres estaban privados de las profecías, asimismo Jesús busca instrumentos para transmitir su palabra y “enseñar a los pueblos en sus sinagogas, y todos hablaban bien de él.”
Jesús, vives en tu familia que has creado, la Iglesia, como la Gran Familia de los hijos de Dios, siendo Dios me ofreces ser Amigo y hermano. Te podemos decir: Jesús, Te doy gracias porque has hecho que yo pertenezca a tu Familia. Estos días hemos rezado porque algunos de estos hermanos de esta familia se han separado y pedimos que se unan otra vez con el Papa en la Iglesia de Jesús, los orientales (ortodoxos) y los protestantes (y anglicanos) y seamos todos una Iglesia.
2. Concluido el exilio, Artajerjes I aprobó la Ley de Moisés como ley real para todos los judíos repatriados y encargó a Esdras, que era escriba en su corte, la misión de organizar la vida pública en Palestina. Esdras llegó a Jerusalén el año 453. Para promulgar la ley, Esdras esperó que llegaran las fiestas del séptimo mes (septiembre-octubre), con las que acostumbraban los judíos a inaugurar el año nuevo, que es cuando se reunía en Jerusalén un buen número de peregrinos. Esdras lee la Ley sobre una tarima y rodeado de los principales del pueblo. Aunque se habla aquí de un libro -sin duda alguna el pentateuco tal como se conocía en aquellos tiempos-, no es de suponer que leyera todo su contenido, sino únicamente las prescripciones legales. En señal de respeto y de buena disposición para realizar lo que escuchaban, todo el pueblo se pone en pie apenas comenzada la lectura. El auditorio lo integran hombres y mujeres, incluso los niños, con tal que fueran capaces de comprender. Dios habla a su pueblo, a todo el pueblo. Esdras, el sacerdote, concluye la proclamación de la Ley con una alabanza al Señor, y todo el pueblo responde con una aclamación y un asentimiento a la voluntad del Señor, alzando las manos y diciendo amén, amén. Es la renovación de la Alianza: Dios da su palabra y el pueblo se compromete a cumplirla. Su futuro depende de que así sea. Se pasa inmediatamente al adoctrinamiento en pequeños grupos, a fin de que la enseñanza se adapte mejor a las diversas necesidades y circunstancias. Esto permite hacer preguntas y respuestas, entablar un diálogo en el que se superan las dudas y se entrega la tradición. El texto nos ofrece un testimonio de la institución rabínica. El conocimiento minucioso de la Ley provoca el temor del pueblo ante tantas obligaciones y las sanciones que se imponen a los transgresores. Pero Esdras y Nehemías, el gobernador, así como todos los colaboradores en la enseñanza de la Ley, animan al pueblo para que no se aflija y se alegre más bien en el Señor. Porque el Señor es la fortaleza de Israel.
La palabra proclamada ante el pueblo y aceptada por el pueblo, comentada después e interiorizada por cada uno, lleva a la responsabilidad y a la conversión de todos. Y los que han participado de una misma palabra, tomarán parte también en un mismo banquete para celebra la fiesta de la reconciliación. Nadie debe quedar al margen de esta fiesta, y menos que nadie aquellos que no tienen nada que llevarse a la boca, los pobres de Yavé. La reconciliación con Dios y la aceptación de su voluntad, implica necesariamente la reconciliación entre los hombres y la acogida a los pobres a los que ama el Señor (“Eucaristía 1986”).
Cuando la palabra de Dios llega al pueblo produce su efecto=la conversión, y el gozo de la presencia y de la acción de Dios. Nehemías cuenta de cuando encontraron el Libro y lo leyeron “en la plaza que hay ante la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y de los que podían comprender; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley”, y lo celebraron. El último Concilio dice: “toda la divina Escritura es un solo libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo y se cumple en Cristo”. Las palabras de Dios nos dan a conocer a Cristo, en nuestra vida personal nos indican el camino a recorrer… la meditación de la Palabra que hoy celebramos, en nuestra “lectio divina” que es algo así como “masticar” con calma la letra para sacar en nuestro corazón el espíritu de la Palabra divina para mí, es muy importante y puede ser un propósito para la meditación de hoy.
El Salmoreza: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. / La ley del Señor es perfecta / y es descanso del alma; / el precepto del Señor es fiel / e instruye al ignorante. / Los mandatos del Señor son rectos / y alegran el corazón; / la norma del Señor es límpida / y da luz a los ojos. / La voluntad del Señor es pura / y eternamente estable; / los mandamientos del Señor son verdaderos / y enteramente justos”. La sabiduría divina llena la tierra…
Es una ley que gobierna cielo y tierra. Recuerdo que al contemplar las maravillas del cielo adoro a Dios que lo ha hecho todo… me preguntaba un niño de 10 años: “¿Antes de Dios, qué había?” y le intenté explicar que estamos dentro de un “sistema operativo” que tiene espacio y tiempo, y que no entendemos eso de “para siempre”, pues en Dios todo es presente, porque ha hecho este sistema, él está fuera, nosotros estamos programados dentro de espacio y tiempo, pero Jesús ha entrado dentro también, y nos explica cómo está la cosa fuera, cómo estaremos en el cielo, cómo serán las maravillas que nos están reservadas cuando acabe este mundo y tengamos uno nuevo.
Una ley externa —decía en esto bien Karl Barth— es siempre molesta, sofocante, y  ante ella nos entran ganas de huir. Nos repite siempre el mismo estribillo: «debes». Y  nosotros respondemos: no puedo, no soy capaz, no tengo ganas. En cambio, la ley escrita  en el corazón nos dice: «puedes». Entonces la obediencia pedida por Dios no es un  cumplimiento del deber, sino que obedecer significa: poder obedecer en libertad.  Por tanto, la ley, la palabra, me realiza en la libertad, además de llevarme a encontrar a  Dios.
Es una ley que es fuente de vida, como decía san Juan de la Cruz: “Esta fuente eterna está muy oculta, / y sin embargo, su morada la he encontrado,  / ¡pero es de noche! // No sé su origen, porque no lo tiene, / sin embargo todo origen surge de ella,  / ¡pero es de noche! // Y la corriente que nace de esta fuente, / sé que es rica y todopoderosa, / ¡pero es de noche! // Esta fuente eterna está muy oculta / en el pan de vida, para darnos vida, / ¡pero es de noche!” Su palabra es la Verdad. Y esta palabra recorre toda la Biblia y se hace vida en nosotros: “el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo y el Antiguo es manifiesto en el Nuevo” (San Agustín).
3. San Pablo cuenta que todos formamos “un solo cuerpo” en Cristo. Nunca hemos de pensar que somos más que otra persona, pero nunca hemos de pensar que somos menos que otra persona: todos iguales, “bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”. Y no hemos de tener envidia de que otro sepa jugar mejor a fútbol, o tocar la guitarra, pues es bueno que cada uno quiera ser justo como Dios ha querido: “Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso”. Hemos de procurar sentirnos útiles donde Dios quiere, sabiendo estar como los diamantes en las joyas, allí donde las ponen, formando parte del conjunto: “Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «no te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «no os necesito»”.
Cuentan de hace algunos años, en los paraolímpicos de Seattle, nueve concursantes, todos con alguna discapacidad física o mental, se reunieron en la línea de salida para correr los 100 metros planos. Al sonido del disparo todos salieron, con gran entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Uno tropezó en el asfalto, dió dos vueltas y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron al niño llorar, disminuyeron la velocidad y miraron hacia atrás. Todos dieron la vuelta y regresaron... todos. Una niña con Síndrome de Down se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo: "Eso te lo va a curar". Entonces, los nueve se agarraron de las manos y juntos caminaron hasta la meta. Todos en el estadio se pusieron de pie, los aplausos duraron varios minutos. Todos recuerdan aún la historia. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos una cosa: lo importante en esta vida va más allá de ganar nosotros mismos. Lo importante en esta vida es ayudar a ganar a otros, aun cuando esto signifique tener que disminuir la velocidad o cambiar el ritmo… “Así no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro”.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 25 de enero de 2013


2ª semana, sábado (impar): Jesús, con su sacrificio, nos salva: habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros.
“En aquel tiempo, Jesús vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. 21 Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí» (Marcos 3,20–21).
1. “Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer”. Por eso sus parientes dirán que «no está en sus cabales», porque no se toma tiempo ni para comer. Su clan familiar -primos, allegados, vecinos- tampoco le entienden. Además de su ritmo de trabajo, les deben haber asustado las afirmaciones tan sorprendentes que hace, perdonando pecados y actuando contra instituciones tan sagradas como el sábado. Se cumple lo que dice Juan en el prólogo de su evangelio: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». María es distinta, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» y tiene fe, como le dijo su prima Isabel: «dichosa tú, porque has creído». Pero a Jesús le dolería ciertamente esta cerrazón de sus paisanos y familiares.
Además, la locura era signo de posesión diabólica. Calificar de loco a alguien ha sido siempre una buena forma de excluirlo, anularlo y condenarlo. Con Jesús quisieron aplicar también esta táctica. Si sus enemigos tuvieran éxito en ella, la figura de Jesús se derrumbaría por sí misma. Reacciona su familia para disuadir a Jesús de esa Causa que anunciaba y que sólo traía riesgos (posiblemente un apedreamiento, ya que la locura era considerada posesión diabólica).
Dicen que «está fuera de sí». Se cumple el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio» (Mt 13,57). Muchas veces se puede sospechar del que obra el bien, y decirle, como a Jesús: ¿no será porque es por posesión del diablo? Así, hemos visto que a Juan Pablo II se le llamó “tozudo-anticuado”, y tanta gente buena tiene ataques y sospechas, y se les quiere poner a prueba como le dirán luego a Jesús: «baja y creeremos en ti» (cf. Mc 15,32). También nos puede afectar todo esto, porque nos dice Jesús: «si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).
Jesús, te duele mucho más que si lo hicieran los desconocidos, como indicó más tarde ante la traición de un amigo, de Judas. Sabe que ha de pasar así, como anunció Isaías y lo dirá más de una vez: «Eso ocurrió para que se cumpliera lo que los profetas habían anunciado...” (Mt 21, 5; cf. Jn 12, 15). Pero le duele. Vemos a Jesús dolido, por el desprecio de sus parientes. Queremos respetar el dolor de Jesús, que sin embargo permanece firme, fiel a su misión.
A los católicos se nos llama “exagerados”, “radicales”, porque el amor es así de “totalizante”, hay un “radicalismo evangélico” que nos hace “no tener miedo” ni por habladurías ni injusticias: «En la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza» (Juan Pablo II). En este sentido es Jesús un loco, y nosotros podemos imitarle. Dio la vida por nosotros, y se convirtió en Pan de Vida. Se hizo pequeño para apaciguar nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de amor. Se ha hecho tan pequeño de someterse a las limitaciones nuestras. Nos quejamos a menudo de no tener tiempo de hacer tal o cual cosa y creemos que esto es una característica de nuestro siglo XX. Pues bien, Jesús vivió todo esto, esta sohrecarga, esta carrera contra el tiempo, cuando no se llega a todo lo que hay que hacer, cuando uno se siente hundido por el trabajo y las preocupaciones. Gracias, Señor, por haber vivido esta experiencia de nuestra condición humana. Ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo.
Jesús, quieren “ningunearte” y no te dejas, usan su familiaridad para hacer ver que no eres nadie, que no tienes categoría, hasta ahí la envidia, que anticipa la pasión. Quizá has querido probar este acoso y sus consecuencias, que tantas personas sufren en su familia, sociedad… Luego, en la proclamación del Reino y de las Bienaventuranzas, ya explicarás esta “lógica de la cruz”, que es la lógica de tu seguimiento: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20). Nos llamarán fanáticos, exagerados, locos, retrógradas y radicales al mismo tiempo…
Jesús, te llaman loco, pero no pierdes tu equilibro interior. Señor, ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo. –“Oyendo esto sus familiares, salieron para llevárselo, pues decían: "¡Está fuera de Sí!"” He aquí lo que se decía en familia. "¡Está loco!" Evidentemente, la imagen que ahora daba, ¡era tan diferente de la que había dado durante los treinta años tranquilos en su pueblo! Va a meternos en líos. Se temen represalias de las autoridades. Si la cosa va mal puede repercutir en nosotros... Saben muy bien que los fariseos y los herodianos estaban de acuerdo para suprimirlo. Jesús se mete en líos, se compromete con la justicia, a costa de lo que haga falta.
En el caso de Jesús, seguir el dictamen de la familia significaba abandonar la Causa del Reino. María Santísima es siempre para él un apoyo, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo. ¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Pero ¿quién es el loco? Quien no ama, no vive… y amar es apostar totalmente, no quedarse con medias tintas…  amar es dar la vida, tocar las bienaventuranzas.
2. Jesús ha entrado en otro Templo mucho mejor que el que tenían los judíos, el del cielo, a través de la «cortina» de su muerte pascual. La sangre de los animales no era eficaz para conseguir para siempre la salvación. Mientras que Cristo se ha ofrecido a sí mismo, no unos animales, y su Sangre nos ha conseguido de una vez por todas la liberación. Este sacerdocio perfecto de Cristo, la eficacia de su sacrificio personal en la Cruz, hace inútiles ya todos los demás sacrificios. Él, ahora resucitado y glorificado junto a Dios, es el sacerdote y el sacrificio: -Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, -él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante Dios; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre, -él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza, y ofreciéndose a si mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar (prefacios).
Todos los demás sacerdotes -los ministros ordenados en la Iglesia- participan de este sacerdocio de Cristo. Todos los demás templos -nuestras iglesias y capillas- son imagen simbólica del verdadero Templo en el que sucede nuestro encuentro con Dios, el mismo Cristo Jesús. Todos los demás sacrificios -también la ofrenda que cada día hacemos de nuestra vida a Dios son participación del sacrificio de Cristo. En cada Eucaristía entramos en ese movimiento de entrega de Jesús, nos sumamos a su sacrificio único, colaborando así a la salvación nuestra y del mundo.
-“Es así que penetró en el santuario del cielo... una vez para siempre. Y allí nos introduce con El”. Porque Jesús no es sólo el «camino del cielo» como suele decirse, es ya el cielo realizado: «nos resucitó y nos hizo sentar en el cielo.» (Ef 2,6). Sí, el cielo ha comenzado en la medida en que vivimos «en el Cuerpo de Cristo»», desde aquí abajo  (Noel Quesson).
2. “¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! Porque Yahveh… Rey grande sobre la tierra toda. Sube Dios entre aclamaciones, Yahveh al clangor de la trompeta”: Si es que sube a los cielos, es que antes bajó a nuestra tierra. El Hijo de Dios se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. “¡Salmodiad para nuestro Dios, salmodiad, salmodiad para nuestro Rey, salmodiad! Que de toda la tierra él es el rey: ¡salmodiad a Dios con destreza! Reina Dios sobre las naciones, Dios, sentado en su sagrado trono”. Jesús, regresas a tu Padre, llevando consigo a todos los que creemos en ti. En ello confiamos, y te pedimos participar de tu Verdad, y de la Vida eterna.
Llucià Pou Sabaté

La Conversión del apóstol San Pablo

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: — «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban. (Marcos 16, 15-18).
«Nuestro Señor funda si Iglesia sobre la debilidad –pero también sobre la fidelidad- de unos hombres, los Apóstoles, a los que promete la asistencia del Espíritu Santo (…).
La predicación del Evangelio no surge en Palestina por la iniciativa personal de unos cuantos fervorosos. ¿Qué podrían hacer los Apóstoles? No contaban con nada; no eran ricos, ni cultos, ni héroes a lo humano. Jesús echa sobre los hombros de este puñado de discípulos una tarea inmensa» (San Josemaría.-Homilía: “Lealtad a la Iglesia”).
Para el que hubiera contemplado aquella escena habría creído que se trataba de una empresa condenada al fracaso.
Sin embargo, aquellos hombres tuvieron fe, fueron fieles y comenzaron a predicar por todas partes aquella doctrina insólita.
Y gracias a la fe de estos hombres y a los que siguieron, el mundo entero conoció que Jesús es el Salvador.
Aquella misión encomendada a los once hombres en un monte escondido en Galilea no ha terminado todavía: «id y predicad el Evangelio… Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» -Esto ha dicho Jesús y te lo ha dicho a ti»(Camino.-904).
Nos confía también a todos los cristianos la misión de extender su doctrina y la de corredimir con Él.
«La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado» (A. A.-2).
Y esto es para todos nosotros un gran honor y una grave responsabilidad.
«si los otros se tornan insípidos, vosotros les podéis volver su sabor; pero si esto os pasara a vosotros, con vuestra pérdida arrastrarías también a los demás. Por eso mayor fervor y cele necesitáis cuantos mayores cargos os ocupan» (San Juan Crisóstomo).
En cualquier circunstancia, a cualquier edad, en cualquier ambiente, los cristianos hemos de promover una auténtica vida cristiana entre las personas que nos rodean, siguiendo el mandato del Señor.
Los parientes, amigos, compañeros de trabajo, tienen el derecho a que les ayudemos a acercarse a Dios.
Nunca podrán echarnos en cara, que pudiendo hacerlo les privemos de esa ayuda que el Señor también había previsto.
«El verdadero cristiano busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: “Porque la caridad de Cristo nos urge» (2 Corintios 5,14). En el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol “Ay de mí si no evangelizara”(1 Corintios 9,16)». (A. A.-3).
Del mismo Cristo hemos recibido esta misión: «El y el derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos por la confirmación el la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado» (A. A.-6).
Y si tenemos fe y somos fieles veremos que ese apostolado hecho con la valentía y a la vez con naturalidad, es fecundo, porque los hombres están sedientos de Cristo, aunque ellos no lo reconozcan en ocasiones.
Nota: Esta meditación está sacada del “Evangelio de San Mateo” de Francisco Fernández Carvajal.-Cuadernos Palabra.-34.
 
HOMILÍA DE S.S. BENEDICTO XVI
Fiesta de la Conversión de San Pablo ApóstolBasílica de San Pablo Extramuros
Martes 25 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo el ejemplo de Jesús, que en la víspera de su pasión oró al Padre por sus discípulos «para que todos sean uno» (Jn 17, 21), los cristianos siguen invocando incesantemente de Dios el don de la unidad. Esta petición se hace más intensa durante la Semana de oración que hoy concluye, cuando las Iglesias y comunidades eclesiales meditan y rezan juntas por la unidad de todos los cristianos. Este año el tema ofrecido a nuestra meditación ha sido propuesto por las comunidades cristianas de Jerusalén, a las que quiero expresar mi vivo agradecimiento, acompañado por la seguridad del afecto y de la oración tanto por mi parte como por parte de toda la Iglesia. Los cristianos de la ciudad santa nos invitan a renovar y reforzar nuestro compromiso por el restablecimiento de la unidad plena meditando sobre el modelo de vida de los primeros discípulos de Cristo reunidos en Jerusalén, los cuales —como leemos en los Hechos de los Apóstoles— «perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Este es el retrato de la primera comunidad, nacida en Jerusalén el mismo día de Pentecostés, suscitada por la predicación que el apóstol san Pedro, lleno del Espíritu Santo, dirige a todos aquellos que habían llegado a la ciudad santa para la fiesta. Una comunidad no cerrada en sí misma, sino, desde su nacimiento, católica, universal, capaz de abrazar a gentes de lenguas y culturas distintas, como nos atestigua el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles. Una comunidad no fundada sobre un pacto entre sus miembros, ni surgida simplemente de compartir un proyecto o un ideal, sino de la comunión profunda con Dios, que se reveló en su Hijo, del encuentro con Cristo muerto y resucitado.
En un breve sumario, que concluye el capítulo iniciado con la narración de la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, el evangelista san Lucas presenta de modo sintético la vida de esta primera comunidad: quienes habían acogido la palabra predicada por san Pedro y habían sido bautizados, escuchaban la Palabra de Dios, transmitida por los Apóstoles; estaban juntos de buen grado, haciéndose cargo de los servicios necesarios y compartiendo libre y generosamente los bienes materiales; celebraban el sacrificio de Cristo en la cruz, su misterio de muerte y resurrección, en la Eucaristía, repitiendo el gesto del partir el pan; alababan y daban gracias continuamente al Señor, invocando su ayuda en las dificultades. Esta descripción, sin embargo, no es simplemente un recuerdo del pasado ni tampoco la presentación de un ejemplo a imitar o de una meta ideal por alcanzar. Es más bien la afirmación de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. Es un testimonio, lleno de confianza, de que el Espíritu Santo, uniendo a todos en Cristo, es el principio de la unidad de la Iglesia y hace que los fieles creyentes sean uno.
La enseñanza de los Apóstoles, la comunión fraterna, el partir el pan y la oración son las formas concretas de vida de la primera comunidad cristiana de Jerusalén reunida por la acción del Espíritu Santo, pero al mismo tiempo constituyen los rasgos esenciales de todas las comunidades cristianas, de todo tiempo y de todo lugar. En otras palabras, podríamos decir que representan también las dimensiones fundamentales de la unidad del Cuerpo visible de la Iglesia.
Debemos reconocer que, en el curso de las últimas décadas, el movimiento ecuménico, «surgido con la ayuda de la gracia del Espíritu Santo» (Unitatis redintegratio, 1), ha dado significativos pasos adelante, que han permitido alcanzar convergencias alentadoras y consensos sobre diversos puntos, desarrollando entre las Iglesias y las comunidades eclesiales relaciones de estima y respeto recíproco, así como de colaboración concreta frente a los desafíos del mundo contemporáneo. Con todo, sabemos bien que aún estamos lejos de la unidad por la que Cristo oró, y que encontramos reflejada en el retrato de la primera comunidad de Jerusalén. La unidad a la que Cristo, mediante su Espíritu, llama a la Iglesia no se realiza sólo en el plano de las estructuras organizativas, sino que se configura, en un nivel mucho más profundo, como unidad expresada «en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios» (ib., 2). La búsqueda del restablecimiento de la unidad entre los cristianos divididos, por tanto, no puede reducirse a un reconocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una convivencia pacífica: lo que anhelamos es la unidad por la que Cristo mismo oró y que por su naturaleza se manifiesta en la comunión de la fe, de los sacramentos, del ministerio. El camino hacia esta unidad se debe percibir como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa del Señor. Por eso es necesario vencer la tentación de la resignación y del pesimismo, que es falta de confianza en el poder del Espíritu Santo. Nuestro deber es proseguir con pasión el camino hacia esta meta con un diálogo serio y riguroso para profundizar en el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común; con el conocimiento recíproco; con la formación ecuménica de las nuevas generaciones y, sobre todo, con la conversión del corazón y con la oración. De hecho, como declaró el concilio Vaticano ii, el «santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de una sola y única Iglesia de Cristo, supera las fuerzas y las capacidades humanas» y, por ello, nuestra esperanza debe ponerse en primer lugar «en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre por nosotros y en el poder del Espíritu Santo» (ib., 24).
En este camino de búsqueda de la unidad plena visible entre todos los cristianos nos acompaña y nos sostiene el apóstol san Pablo, de quien hoy celebramos solemnemente la fiesta de la Conversión. Antes de que se le apareciera Cristo resucitado en el camino de Damasco diciéndole: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9, 5), era uno de los más encarnizados adversarios de las primeras comunidades cristianas. El evangelista san Lucas describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte de Esteban, en los días en que estalló una violenta persecución contra los cristianos de Jerusalén (cf. Hch 8, 1). Saulo partió de la ciudad santa para extender la persecución de los cristianos hasta Siria y, después de su conversión, volvió allí para ser presentado a los Apóstoles por Bernabé, el cual se hizo garante de la autenticidad de su encuentro con el Señor. Desde entonces san Pablo fue admitido, no sólo como miembro de la Iglesia, sino también como predicador del Evangelio junto con los demás Apóstoles, habiendo recibido, como ellos, la manifestación del Señor resucitado y la llamada especial a ser «instrumento elegido» para llevar su nombre a los pueblos (cf. Hch 9, 15). En sus largos viajes misioneros, san Pablo, peregrinando por ciudades y regiones diversas, no olvidó nunca el vínculo de comunión con la Iglesia de Jerusalén. La colecta en favor de los cristianos de esa comunidad, los cuales, muy pronto, tuvieron necesidad de ayuda (cf. 1 Co 16, 1), ocupó un lugar importante entre las preocupaciones de san Pablo, que la consideraba no sólo una obra de caridad, sino el signo y la garantía de la unidad y de la comunión entre las Iglesias fundadas por él y la primitiva comunidad de la ciudad santa, un signo de la unidad de la única Iglesia de Cristo.
En este clima de intensa oración, dirijo mi cordial saludo a todos los presentes: al cardenal Francesco Monterisi, arcipreste de esta basílica, al cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, y a los demás cardenales, a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, al abad y a los monjes benedictinos de esta antigua comunidad, a los religiosos y las religiosas, a los laicos que representan a toda la comunidad diocesana de Roma. De modo especial quiero saludar a los hermanos y hermanas de las demás Iglesias y comunidades eclesiales aquí representadas esta tarde. Entre ellos me es particularmente grato dirigir mi saludo a los miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias orientales ortodoxas, cuya reunión tiene lugar aquí en Roma en estos días. Encomendamos al Señor el éxito de vuestro encuentro, para que pueda representar un paso adelante hacia la unidad tan deseada.
Quiero dirigir un saludo particular también a los representantes de la Iglesia evangélica luterana alemana, que han llegado a Roma encabezados por el obispo de la Iglesia de Baviera.
Queridos hermanos y hermanas, confiando en la intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, invocamos, por tanto, el don de la unidad. Unidos a María, que el día de Pentecostés estaba presente en el Cenáculo junto a los Apóstoles, nos dirigimos a Dios, fuente de todo bien, para que se renueve para nosotros hoy el milagro de Pentecostés y, guiados por el Espíritu Santo, todos los cristianos restablezcan la unidad plena en Cristo. Amén.
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