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domingo, 16 de octubre de 2011

Lunes de la 29ª semana. La fe de Abraham es modelo de la nuestra. Y nos llevará a tener confianza en Dios y no idolatrar el dinero

Carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4,20-25. Hermanos: Ante la promesa de Dios Abrahán no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación. Y no sólo por él está escrito: «Le valió», sino también por nosotros, a quienes nos valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.

Salmo: Lc 1,69-70.71-72.73-75. R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo.
Nos ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza.
Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Evangelio según san Lucas 12,13-21. En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.» Él le contestó: -«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: -«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» Y les propuso una parábola: -«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»

Comentario: 1..- Rm 4,20-25 (ver domingo 10A). Sigue el ejemplo de Abrahán, que a Pablo le parece muy válido para reafirmar su doctrina de la salvación por la fe y no por las obras. La fe del gran patriarca no fue precisamente fácil. Tuvo un gran mérito, porque las dos promesas de Dios -la paternidad a su edad y la posesión de la tierra- se hacían esperar mucho. Como decía Pablo el sábado pasado, Abrahán "creyó contra toda esperanza", contra toda apariencia. Y es esa fe la que se alaba en él, la que se "le computa como justicia", o sea, como agradable a Dios. Igual nos pasa a nosotros cuando creemos "en el que resucitó de entre los muertos, nuestro Señor Jesús". Cuando Pablo habla de "justicia" y "justificación", no se refiere a lo que ahora podríamos llamar "buscar excusas" o ser objeto de una decisión judicial: "justicia" equivale a santidad, gracia, ser agradable a Dios.
Pablo acaba aquí el análisis de los lazos de unión entre la fe y la justificación, a partir del ejemplo de Abraham (cf Rom 4, 1-8,13-17). Ha demostrado ya que Abraham era "pecador" en el momento de su justificación y llamado a ser padre de una multitud antes de ser circuncidado y de haber observado las obras de la ley. Por tanto, la fe sola le ha "justificado". Pero, entonces, ¿qué es esta fe?
a) Es, en primer lugar, una esperanza más allá de toda esperanza (v 18). La fe del patriarca se mantiene en la seguridad de que Dios es capaz de suspender los determinismos de la Naturaleza que engendran automáticamente el futuro a partir del pasado, para crear un futuro verdaderamente nuevo e inesperado. De esta manera, Abraham no se ha confiado en sí mismo encerrándose en su pasado, sino que se ha fiado de Dios como aquel que puede renovar todo. Como creyente, Abraham no ha dirigido los ojos sobre su estado físico que contradecía su esperanza; sino que ha superado esta contradicción confiando a Dios el cuidado de sobrepasarla. Hay que advertir que Pablo se sitúa en un plano teológico mucho más que en un plano histórico: no se puede olvidar que Abraham será aún capaz de dar un hijo a Agar y seis a Quetura (Gén 25).
b) La fe de Abraham remite en primer lugar a la persona del mismo Dios y no al contenido de la promesa (léase cambiar las leyes de la Naturaleza). Esta fe es eminentemente personal. Supone la consciencia de la incapacidad del hombre para definir por sí mismo su futuro (v. 19), tomando así la actitud contraria a la de los ateos o los idólatras (Rom 1, 21). Todo esto manifiesta bien claramente que Abraham está ligado a Aquel que había prometido más que a lo que había prometido...; el patriarca podrá, más tarde, liberarse del objeto de la promesa -su propio hijo-, sin poner en tela de juicio su ligadura a Aquel que había prometido.
c) Pablo, que elabora una teología de la fe más que la historia de la fe de Abraham, ve en esta un tercer componente: la fe en la resurrección (vv 19.24) o, más exactamente, la fe en Aquel que ha resucitado a Jesús. Imposible creer en el milagro o en la resurrección sin el acto previo de confianza en el que opera estos milagros. Dando vida al cuerpo apagado de Abraham, Dios anticipa algo sobre la resurrección de Cristo, y el Isaac que nace siendo estéril Abraham puede ser comparado a Jesús resucitado de la muerte. En su materialidad, los dos hechos no son comparables más que al precio de una alegorización; pero se relacionan, efectivamente, por la fe idéntica que suponen. Cristo resucitado es verdaderamente el "si' de la promesa de Dios, porque en Él Dios mismo se da al hombre, porque un don así no se merece y porque en Él, además, el hombre se une a Dios en una apertura y una confianza perfectas. El orden de la promesa y de la fe es entonces el de la reciprocidad en Jesucristo de dos fidelidades personales (Maertens-Frisque).
-Hermanos, ante la promesa de Dios, Abraham no cedió a la duda con incredulidad... La fe se presenta a menudo como una esperanza aparentemente contraria a toda esperanza. Humanamente hablando, Abraham tenía todas las razones para desesperar, para «dudar» de su porvenir, era demasiado viejo para tener hijos. En esta situación sin salida, bloqueada, Abraham se remitió a Dios, confiándole el cuidado de superarla y de crearle un «porvenir nuevo», una salida. Sencillamente, sin tensión excesiva, evoco en mi memoria las «situaciones» sin salida humana aparente, las mías o las del mundo que me rodea, mis preocupaciones, mis responsabilidades aplastantes, las cargas que pesan sobre mí... mis pecados, mis impotencias... Señor, todo esto que me podría «hacer caer en la duda», te lo ofrezco como Abraham, lo confió a tu cuidado, creo en tus promesas.
-Sino que halló su fuerza en la fe y dio gloria a Dios... En griego se encuentra el término «dunamis»: «fue dinamizado por su Fe»... Pablo nos dijo ya que el evangelio era «una fuerza de Dios». La fe no es una cosa. La fe no es estática, inerte. Es una fuerza motriz, una palanca, una levadura, una potencia de vida, que empuja a la acción, que da un sentido a la acción. «Y dio gloria a Dios». Expresión bíblica frecuente que significa «la actitud del hombre que reconoce a Dios y no se apoya más que en El». La incapacidad del hombre para resolver sus problemas más fundamentales no lleva a la desesperación, ni a la «náusea», sino a la «Acción de gracias», a la «Eucaristía»: a la confianza ilimitada en Dios. Así el creyente toma una actitud inversa a la de los ateos, los cuales «no dan gloria a Dios» (Rom 1,21). Señor, sé Tú mi solidez. En mi fragilidad y en mis miedos quiero apoyarme totalmente en Ti y hallar en Ti el dinamismo de mi vida, mi gusto de vivir, mi alegría. ¡Y te doy gloria! Gracias, gracias.
-Porque estaba plenamente convencido de que Dios tiene poder de cumplir «lo que ha prometido». Evoco las «promesas de Dios»... Repito para mí la certidumbre: «estoy plenamente convencido que...
-Por ésta su fe, Dios le «declaró justo». Estas palabras se repiten muchas veces en la epístola a los Romanos. Tres veces en las páginas que meditamos hoy. Bien lo sé, Señor, no es la apreciación que tengo de mí mismo lo que cuenta... sino tu apreciación... ¿Me declaras justo? Tu declaración no es una ficción jurídica, que me dejará tal cual soy, al cubrirme artificialmente con el «manto de la justicia» -ésta fue a veces la interpretación de ciertos protestantes-. De hecho, hablándose de Dios, «declarar a alguien justo», ¡es hacer un verdadero acto! Es "justificar", es «crear en el hombre esta justicia». Señor, crea en mí un corazón puro. Señor, crea en mí la santidad.
-Dios nos declarará justos también a nosotros, porque creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, en Jesús, Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. El objeto central de nuestra Fe, es la «fe en Cristo resucitado». Pablo señala un vínculo muy fuerte entre Cristo y nosotros: fue entregado «por» nosotros, y resucitó «por» nosotros... Es casi inverosímil. Dios entregado por el hombre. Dios entregado por mí... tan pobre, tan pecador, tan insignificante, tan efímero. ¡Me aferro a Ti, oh Cristo, entregado y resucitado! (Noel Quesson).
Los Israelitas, liberados de la esclavitud en Egipto, sólo vieron cumplida la promesa hecha por Dios a Abraham cuando tomaron posesión de la tierra prometida. Así, quienes mediante la Muerte de Cristo hemos sido liberados de la esclavitud al pecado, sólo vemos plenamente realizada nuestra salvación, nuestra justificación, cuando participamos de la Glorificación de Cristo resucitado. Entonces llega a su plenitud la promesa de justificación, de salvación para nosotros, pues ésta no se realiza sólo al ser perdonados, sino al ser glorificados junto con Cristo, pues precisamente este es el Plan final que Dios tiene sobre la humanidad. Aceptar en la fe a Jesús haciendo nuestro su Misterio Pascual nos acreditará como Justos ante Dios, el cual nos levantará de la muerte de nuestros pecados y nos hará vivir como criaturas nuevas en su presencia. No perdamos esta oportunidad que hoy nos ofrece el Señor.
2. En este canto de Lc 1,69-75 se llama a Jesús Señor y Salvador, como lo llamarán también el ángel en el anuncio a los pastores. El pasaje habla de Juan y de Jesús: “Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo… Es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir a la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, atnes de que él lo vea… Finalmente, ance, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre… Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro” (S. Agustín). Con razón es llamado Abrahán "padre de los creyentes" y le miramos como modelo de hombre de fe los cristianos, los judíos y los musulmanes. Abrahán nos enseña a ponernos en manos de Dios, a apoyarnos, no en nuestros propios méritos y fuerzas, sino en ese Cristo Jesús que ha muerto y ha resucitado para nuestra salvación. Como la Virgen María, que es para el NT el modelo de creyente que para el AT era Abrahán, y a la que Isabel alabó por su fe: "dichosa tú, porque has creído". Se trata de que nos descentralicemos de nosotros mismos y que orientemos la vida según el plan de Dios, fiándonos de él. Hoy, en vez de un salmo, como meditación después de la primera lectura, rezamos el Benedictus evangélico, que, en continuidad con Abrahán, nos hace ser más conscientes de lo mucho que hace Dios y de lo poco que somos capaces de hacer nosotros por nuestra cuenta: "el Señor Dios ha visitado a su pueblo... realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días". Es él mismo el que nos "concede" vivir la jornada "con santidad y justicia": no son obras nuestras que le ponemos delante, como exigiendo el jornal al que tenemos derecho.
3. Lc 12,13-21 (ver domingo 18C). Alguien le pide a Jesús que intervenga en una cuestión de herencias. Jesús contesta que no ha venido a eso: él siempre rehusa hacer de árbitro en asuntos de política o de economía. Lo que le interesa es evangelizar y llamar la atención sobre los valores más profundos, como en este caso, en que la pregunta le sirve para dar su lección: "guardaos de toda clase de codicia".
La codicia o la avaricia, el afán inmoderado de dinero, o los peligros de la riqueza, es uno de los aspectos que Lucas más veces trata en su evangelio (y en el libro de los Hechos). Tal vez, cuando él los escribía, en la comunidad habían entrado personas en buena posición social, creando algunos inconvenientes, y por eso Lucas resalta el contraste con la pobreza radical, evangélica, que Jesús practicó y enseñó a los suyos. La parábola es sencilla pero muy expresiva. Uno se imagina al buen terrateniente gordo y satisfecho con su cosecha, haciendo planes para el futuro. Jesús le llama "necio". Su estupidez consiste en que ha almacenado cosas no importantes, que le pueden ser quitadas hoy mismo, e irán a parar a otros. Mientras que él se quedará en la presencia de Dios con las manos vacías. ¿De qué le habrá valido sacrificarse y trabajar tanto?
Una de las idolatrías que sigue siendo actual, en la sociedad y también en la Iglesia, es la del dinero. No hace falta, para aplicarnos la lección, que seamos ricos y que la cosecha de este año no nos quepa en los graneros. La codicia puede ser de dinero, y también de fama, poder, placer, ideologías, afán organizativo, éxitos... Pero siempre es idolatría, porque ponemos nuestra confianza en algo frágil y caduco, y no en los valores duraderos, y eso nos bloquea para otras cosas más importantes. No nos deja ser libres, ni ser solidarios con los demás, ni estar abiertos ante Dios. Ya nos dijo Jesús que es imposible servir a dos señores, al dinero y a Dios. Y que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos: está cargado con demasiado equipaje como para tener agilidad de movimientos. Aquel joven que se acercó a Jesús se marchó triste, sin seguir su llamada: era rico. Al contrario, ¡cuántas veces subraya Lucas que algunos llamados por Jesús, "dejándolo todo, le siguieron"! La ruina del buen hombre nos puede pasar a nosotros: "así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios". Su pecado no era ser rico, ni preocuparse de su futuro. Sino olvidar a Dios y cerrarse a los demás. Ser ricos ante Dios significa dar importancia a aquellas cosas que sí nos llevaremos con nosotros en la muerte: las buenas obras. En concreto, el haber sabido compartir con otros nuestros bienes sí que es una riqueza que vale la pena ante Dios. El examen final será: "me diste de comer". Y el no hacerlo -como fue el caso del rico Epulón- es, para el evangelio, la mayor necedad. No se nos invita a la pereza. El mismo Jesús nos dijo la parábola de los talentos que hay que hacer fructificar.
Se trata de que no nos dejemos apegar a las riquezas. Hay cosas más importantes que el dinero, en la vida humana y cristiana. Aunque ya estemos bien orientados en la vida de fe y centrados en los valores de Dios, podemos preguntarnos si de alguna manera no se nos pega también la idolatría del dinero que reina en el mundo, y si no tendríamos que relativizar algo nuestras preocupaciones materiales (J. Aldazábal).
Jesús no ha venido al mundo con el encargo de dirimir los litigios jurídicos entre los hombres. Él se niega a poner su autoridad en favor de esta o la otra opción, de este o el otro orden social. Él viene a salvar a los hombres, todos e integralmente. Viene a encender en el mundo el fuego del amor, el que resolvería, evitándolos, todos los litigios entre los hermanos (cf 1 Cor 6,1-11). El hombre se halla siempre tentado a buscar su salvación en los bienes, en las posesiones, a poner en las riquezas su seguridad. El discípulo debe estar siempre en guardia contra esta tentación insidiosa. Los bienes no aseguran ni la misma vida. Menos aún la salvación. El hombre de la parábola dialoga consigo mismo. Este diálogo falla en el orden de la salvación. Le faltan interlocutores. No interviene Dios. Ni intervienen los demás hombres. Querer resolver su destino a solas es insensato. Sólo el que atesora bienes, que sean valores ante Dios y para los hermanos, se muestra cuerdo, saca provecho para un futuro definitivo (cf Mt 6,19-21; Ap 3,17-18).
Es la necedad y la vaciedad de su vida lo que tenemos que denunciar. El dinero... se necesita para vivir. pero nuestro héroe, en vez de hacer fructificar sus bienes para el bien de todos, los ha enterrado; sí, es un hombre estúpido que encierra su cosecha en sus graneros, como si el grano no estuviera hecho para el pan y para la siembra, que volverá a lanzar un himno a la vida. En definitiva, ese hombre no merecía vivir: con su conducta, frenaba la vida.
Bloquear la vida: ¡ése es el gran pecado! Y el dinero no es aquí más que un símbolo: ese hombre creía que podía comprar la vida, encerrarla, dominarla; pensaba "agarrar" la vida, y la vida se le escapa. Fue la conducta de los fariseos la que obligó a Jesús a contar esta parábola: ellos encerraban a las gentes en unas reglas tan estrechas que les impedían respirar. "Estabais muertos... en medio de la concupiscencias de vuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos": Pablo denuncia ese mismo mal que roe el corazón del hombre. Círculo infernal del tener, embriaguez del poder, desmesura del saber...; el resultado es idéntico: la vida queda encadenada. "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma". El grano está hecho para el pan y para la siembra, la religión para el hombre; el don de la vida está hecho para vivir de él.
"Buscad las cosas de arriba". Lo que nos propone el Evangelio es una cura de alta montaña. En el fondo, ni el trabajo ni el capital son la última palabra sobre el hombre; tanto el uno como el otro se quedan sin respuesta ante la muerte, y la muerte es la mayor cuestión que persigue al hombre. "Estabais muertos..., pero Dios, rico en misericordia... nos vivificó juntamente con Cristo". Habéis resucitado; lo que ahora se necesita es vivir.
"Esto no viene de nosotros, sino que es don de Dios". "¿Por qué te afanas y preocupas?", le preguntaba Jesús a Marta al verla tan atareada; "sólo hay necesidad de una cosa". "Buscad el Reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura". En cuanto a vuestro dinero, miradlo con humor; está hecho para la vida; gastadlo a tiempo, compartidlo, hacedlo fructificar para la felicidad de todos. "Estabais muertos y ahora estáis vivos"; entonces, hermanos, haced una cura de alta montaña, respirad bien hondo el aire puro de Dios que es su Espíritu..., el Espíritu de un mundo nuevo, un mundo al revés, ¡el mundo de arriba! (Dios cada dia, Sal terrae).
Lucas es el único, de entre los cuatro evangelistas, que nos relata la página siguiente. Reconocemos, una vez más, su insistencia sobre la "pobreza". -Uno del público le pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". El derecho de sucesión estaba regido, como siempre en Israel, por la ley de Moisés (Deut 21,17). Pero se solía pedir a los rabinos que hicieran arbitrajes y dictámenes periciales. En este caso una persona va a Jesús para que influya sobre su hermano injusto.
-Le contestó Jesús: "¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" ¡Notemos bien este rechazo! Se ha pedido a Jesús asumir una tarea temporal. El ha rehusado. Es una tentación constante de los hombres pedir al evangelio una especie de garantía, una sacralización de sus opciones temporales. Anexionar el evangelio a su partido o a su interés. La razón de ese rechazo, Jesús la da muy clara: no ha recibido ningún mandato, ni de Dios ni de los hombres para tratar de esos asuntos temporales. El Concilio Vaticano II ha insistido varias veces sobre ese principio esencial de una autonomía relativa de las "instituciones temporales": "Es de suma importancia distinguir claramente entre las responsabilidades que los fieles, ya individualmente considerados, ya asociados, asumen, de acuerdo con su conciencia cristiana... y de los actos que ponen en nombre de la Iglesia en comunión con sus Pastores... La Iglesia no está ligada a ningún sistema político". (G. S. 76) El Concilio en ese sentido, no deja de repetir a los laicos que se atengan a su conciencia y a su propia competencia: "Que los cristianos esperen de los sacerdotes la luz y el impulso espiritual, pero no piensen que sus pastores vayan a estar siempre en condiciones de tal competencia que hayan de tener al alcance una solución concreta e inmediata por cada problema, aun grave, que se les presente." (G. S. 43).
-Luego, dirigiéndose Jesús a la multitud dijo: "Cuidado, guardaos de toda codicia porque la vida de una persona, aunque ande en la abundancia, no depende de sus riquezas. " Está claro que Jesús no renuncia a decir algo sobre asuntos temporales. Jesús recuerda un principio esencial. Se mantiene a ese nivel y deja a los jueces y magistrados que hagan la aplicación al caso concreto.
-Y les propuso esta parábola: "Un hombre rico... cuyas tierras dieron una gran cosecha... decidió derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar más grano y provisiones. Se dijo: "Tienes reservas abundantes para muchos años. Descansa. Come. Bebe. Date la buena vida". Pero Dios le dijo: "Estás loco: Esta misma noche te van a reclamar la vida". Tenemos aquí en profundidad, la razón por la cual varias veces Jesús ha rehusado intervenir en lo "temporal": afirma, de modo rotundo, que el horizonte del hombre no se acaba aquí abajo, y que es por "esa otra parte" de la vida del hombre -la parte esencial para Jesús- tan fácilmente olvidada en beneficio de la vida temporal -Come, bebe, date la buena vida-, por la que Jesús no ha dejado nunca de "tomar partido" y de "movilizar" a todos los que quieren hacerle caso. El hombre que olvida o descuida esa "parte" de la vida está "loco", dice Jesús
-Eso le pasa al que amontona riquezas "para sí" y no es rico "para Dios". El uso que hacemos del dinero lo cambia todo: quien lo usa "para sí", está loco, quien lo usa "para Dios", es un sabio. Fórmula lapidaria que condena cualquier egoísmo, cualquier esclavitud del dinero (Noel Quesson).
La existencia cristiana, desde su comienzo, tiene adversarios que acechan a todos los que quieren asumirla. Algunos ya desde ese momento inicial se dejan arrebatar la Palabra sembrada en ellos y destinada a fructificar en su corazón y en el de todos los hombres. Pero las amenazas no se reducen a este momento inicial sino que acompañan al creyente a lo largo de toda su existencia. Cada uno de ellos debe enfrentarse durante toda su vida a "pruebas", amenazas desde el exterior que llevan a considerar una pérdida el seguimiento de Jesús. Este aparece, en ciertos momentos, como amenaza para la estructura social existente que, por un sentimiento de autodefensa, puede asumir formas agresivas persiguiendo a los portadores del mensaje. Un peligro mayor que impide la producción de los frutos reside en la adopción por parte de los cristianos de un estilo de vida en contradicción con la propuesta aceptada. La actitud de desconfianza frente a Dios y la primacía de la búsqueda de posesión y del placer están presentes en el entorno en que el cristiano debe realizar su existencia. Este entorno no es totalmente exterior a la existencia del creyente. El contagio de estos valores predominantes en la sociedad es una posibilidad real que amenaza nuestra existencia, que puede impedir la obtención de la finalidad propuesta y llenar de frustración nuestra existencia. Sólo la actitud de "un corazón noble y generoso" junto a una fidelidad constante y sin límites en la duración puede asegurar la llegada a la meta de la existencia (Josep Rius-Camps).
La vida no depende de las riquezas. Llegado el momento de partir de este mundo todos los bienes acumulados se quedan, y los disfrutan quienes no los ganaron con el sudor de su frente. ¿Por qué no disfrutarlos honestamente y compartirlos con los que nada tienen? El Señor nos dice al respecto: Gánense amigos con los bienes de este mundo. Así, cuando tengan que dejarlos, los recibirán en las moradas eternas. El amor que nos lleva a partir nuestro propio pan para alimentar a los hambrientos, a vestir a los desnudos, a procurar una vivienda digna a los que viven en condiciones infrahumanas, son los bienes acumulados que nos hacen ricos a los ojos de Dios. Si vivimos así, en un amor comprometido hacia los demás, al final serán nuestras las palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel, entra a tomar posesión del gozo y de la vida de tu Señor (www.homiliacatolica.com).Lluciá Pou

jueves, 24 de marzo de 2011

Cuaresma I semana, jueves: el núcleo de la oración cristiana es la confianza en Dios

Libro de Ester 14,1.3-5.12-14: En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor y rezó así al Señor, Dios de Israel: "Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo."

Salmo 138,1-3.7-8. De David. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en presencia de los ángeles. / Me postraré ante tu santo Templo, y daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre. / Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma. / Si camino entre peligros, me conservas la vida, extiendes tu mano contra el furor de mi enemigo, y tu derecha me salva. / El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!

Texto del Evangelio (Mt 7,7-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas».

Comentario: El evangelio de hoy nos anima a rezar, y Dios, que es profundamente bueno, desea "dar" cosas buenas a sus hijos que se lo pidan, con una confianza total.
1. Est 14.1.3-5.12-14 (también Est 4,17n.p-r.aa-bb.gg-hh). La plegaria de Ester, en el Antiguo Testamento, es un ejemplo de ello. “-Ester se refugió en el Señor, presa de mortal angustia. La situación del pueblo judío era dramática, en esa época. Dispersos, minoritarios, en medio de pueblos paganos... frecuentemente perseguidos y despreciados. Tal es la condición de Ester, esa situación pasa a ser su plegaria. Su oración parte de su vida. Muy sencillamente expone su caso a Dios.
-“Ven en mi socorro que estoy sola y no tengo socorro sino en ti, y me doy cuenta que estoy en peligro”.
Sólo ve en ella debilidad y pobreza. Se atreve a mirar su gran pobreza, a reconocerla y a confesarla ¡Soledad! Es uno de los mayores sufrimientos. "Estoy sola". Esa impresión de no tener muchos amigos, y aun estando cerca de ellos, no poder contarles todo. Esto pasa también en la vida conyugal y familiar: esa dificultad para el intercambio, para la participación sincera. Hay días en los que estamos y nos sentimos «solos», aislados, con el corazón vacío... en los que se tiene la impresión de no ser comprendido. ¿Hay que aceptarlo, y nada más? o bien, como Ester, ¿ir a Dios y expansionarse con El? A los estoicos y a los fuertes esto puede parecer una debilidad supletoria. Señor, yo no pretendo ser fuerte, quiero saber solamente que Tú sí me escuchas y me comprendes. ¡Sería una lástima que yo me mantuviera dándole vueltas a mis penas en lugar de vaciarlas en tu corazón y liberarme de ellas en lo posible!
-“Acuérdate, Señor... manifiéstate”... Es una plegaria audaz, que se dirige a Dios con familiaridad. Una plegaria que pide a Dios que "represente su papel". «Señor, ven a salvarnos, Tú eres nuestro Dios. Tú nos conoces y nos amas... ¿A quién iríamos? ¡Acuérdate de tus promesas! ¡Haz lo que dijiste!»
-“Dame valor... Pon en mis labios palabras armoniosas”... Es una plegaria "no-perezosa" que no se descarga pasivamente en Dios. Una plegaria que pide a Dios que "lleguemos a representar nuestro papel". «Señor, danos fuerza para lograrlo... "Ilumíname, dame el mejor discurso para salir de mi soledad". Maravilloso ¿verdad?: «¡Dame valor!». Una oración para repetirla a menudo. –“Líbranos, acude en socorro de mí que no tengo a nadie sino a ti, Tú lo sabes todo”. Oración confiada... Totalmente abandonado en las manos del Padre... No tengo a nadie sino a Ti. No es un mero sentimiento. Y nadie tiene derecho de reírse o de hacer mofa de ello. Por lo menos a la hora de la muerte será estrictamente verdadero. No hay que pasarse de listo (Noel Quesson).
Esther apela a la misericordia de Dios, según la cual eligió a Israel como heredad suya; finalmente, pide la protección de Dios en momento tan difícil para ella y para su pueblo. Comenta San Juan Crisóstomo: «El mismo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con Él; y así, como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha con el corazón, que no está limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolonga día y noche sin interrupción. / Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios; de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se convierten en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo. / La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos... Por la oración el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible».
“La plegaria vivida hasta el fondo es la acción más comprometida y eficaz que puede realizar el hombre y de la que surgirán todas las demás acciones. La plegaria unifica y transforma. La plegaria exige consagración, dedicación. En ella es necesario sobrepasar las inercias y rutinas de la mente, salir del círculo obsesivo de las cosas con la profunda aspiración de que todo el ser sintonice armónicamente con el tono de Dios. La plegaria de Ester es penitencial. Su expresión está despojada de todo lo superfluo (v. 2). La forma literaria más bella de esta plegaria se conserva en la versión latina antigua. El autor del texto griego de los Setenta la transforma notablemente. El hombre tiene necesidad de expresarse y de repetir al Señor todo lo que él ya sabe por su omnisciencia. Ester empieza exponiendo su situación: sola ante el único y dispuesta a dar su vida (3-4). Recuerda las gestas de Dios en favor del pueblo y, seguidamente, como representante de su pueblo, reconoce el justo castigo de Dios. Pero la total exterminación del pueblo elegido sería un triunfo de los ídolos; por eso pide a Dios que no cierre la boca de quienes lo alaban (5-11). Formula su petición: "Pon en mis labios un discurso acertado..." (12-13). Finalmente apela a la omnisciencia divina, que conoce su inocencia (cf. 2 Re 20,3; Sal 17,1ss; 16, lss) (14-19). La actividad de la plegaria vivida intensamente, con profundidad, engendra fe y confianza, una valentía que supera cualquier temor” (B. Girbau).
Señor, tú siempre salvas a los que te viven fieles. Dios jamás nos ha abandonado. Cuando nos acercamos con el corazón lleno de confianza en Él, que es nuestro Padre, sabemos que Él nos contempla con gran amor; y que, rico en misericordia, está siempre dispuesto a liberarnos de la mano de nuestros enemigos. Este tiempo de Cuaresma nos centra en nuestra propia fragilidad y nos llena de fe y esperanza en Dios, cercano a nosotros para fortalecernos con su gracia, de tal forma que la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, sea nuestra Victoria. Por eso hemos de acudir al Señor con el corazón humilde y lleno de confianza para orar ante Él con gran amor, sabiendo que Él siempre estará de nuestra parte. Pero no pidamos sólo por nosotros; roguemos por todo el mundo para que la salvación llegue a todos los corazones y podamos, así, construir un mundo nuevo libre de cualquier signo de pecado y de muerte.
2. Sal. 137. Dios nos envió a su propio Hijo para salvarnos; cuando esto suceda Dios habrá concluido su obra en nosotros. No tenemos otro camino de salvación, pues Dios no nos dio otro Nombre bajo el cual podamos salvarnos. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación. Pero Él ha querido unir a sí a su Iglesia, su Esposa, para que por medio de ella llegue la salvación a todos los pueblos, en todo tiempo y lugar. Así, por tanto, el camino de salvación se nos hace presente en el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Quienes pertenecemos a esta Comunidad de fe en Cristo démosle gracias al Señor porque nos sigue escuchando, porque sigue estando cercano a nosotros, porque sigue pronunciando su Palabra sobre nosotros, porque nos sigue perdonando, porque nos sigue tendiendo la mano en nuestras necesidades a través de su Iglesia. Ojalá y cumplamos con esa misión que el Señor nos ha confiado y no nos convirtamos en una Iglesia que defraude las esperanzas de quienes buscan al Señor.
En esta línea el salmo que hemos recitado hoy (138,1-3.7-8), después de un “te doy gracias, Señor, de todo corazón… me postraré ante tu santo Templo, y daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre” proclama su providencia: “Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma. / Si camino entre peligros, me conservas la vida, extiendes tu mano contra el furor de mi enemigo, y tu derecha me salva. / El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!” La oración surge muchas veces desde el dolor y fomenta la esperanza, como también señala Benedicto XVI: "Precisamente porque invita a la oración, a la penitencia y al ayuno, la Cuaresma constituye una ocasión providencial para hacer más viva y sólida nuestra esperanza". La oración "es la primera y principal "arma" para afrontar victoriosamente la lucha contra el espíritu del mal… Sin la dimensión de la oración, el yo humano termina por encerrarse en sí mismo, y la conciencia, que tendría que ser eco de la voz de Dios, corre el riesgo de reducirse al espejo del yo, de modo que el coloquio interior se convierte en un monólogo, dando lugar a miles de auto-justificaciones.” Así, la oración nos abre al optimismo, y esta visión se difunde hacia fuera: “por tanto, es garantía de apertura a los demás: quien se hace libre para Dios y sus exigencias, se abre al otro, al hermano que llama a la puerta de su corazón y pide ser escuchado, atención, perdón, a veces corrección, pero siempre en la caridad fraterna… la verdadera oración nunca es egocéntrica, sino que siempre está centrada en el otro. (...) Es el motor del mundo, porque lo mantiene abierto a Dios y por ello, sin oración no hay esperanza, sólo existe ilusión". Más abajo desarrollaremos con detalle esta idea: "No es la presencia de Dios -añadió- lo que aliena al hombre, sino su ausencia. Sin el verdadero Dios, Padre del Señor Jesucristo, las esperanzas se convierten en ilusiones que inducen a evadirse de la realidad... El ayuno y la limosna, unidos armónicamente con la oración, también pueden ser considerados lugares de aprendizaje y ejercicio de la esperanza cristiana". Después de indicar el nexo entre los grandes temas de la cuaresma en relación con este optimismo de la fe ("gracias a la acción conjunta de la oración, el ayuno y la limosna, la Cuaresma forma a los cristianos para que sean hombres y mujeres de esperanza, siguiendo el ejemplo de lo santos"), se refiere al sufrimiento: Cristo "sufrió por la verdad y la justicia, trayendo a la historia de los seres humanos el evangelio del sufrimiento, que es la otra cara del evangelio del amor. Dios no puede padecer, pero puede y quiere com-padecer… Cuanto más grande es la esperanza que nos anima, mayor es la capacidad de sufrir por amor a la verdad y al bien, ofreciendo con alegría las pequeñas y grandes fatigas de cada día, de modo que participen del gran com-padecer de Cristo". La Virgen es modelo y nos conviene "meditar en el misterio del compartir de María los dolores de la humanidad".
–Con el Salmo 137 expresamos la confianza y seguridad que tenemos en Dios cuando nos dirigimos a Él en la oración: «Te doy gracias, Señor, de todo corazón, delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre. Por tu misericordia y lealtad. Cuando te invoqué me escuchaste, acreciste el valor de mi alma. Extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos». Sigue diciendo San Juan Crisóstomo: «Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediario. Alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos... La oración es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina... El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma».
3. Mt 7,7-12. En el Evangelio, Jesús nos invita a la oración: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá» (Mt 7,7). Seguimos ahora a Ratzinger una vez más en sus comentarios: “Estas palabras de Jesús son sumamente preciosas, porque expresan la relación entre Dios y el hombre y responden a un problema fundamental de toda la historia de las religiones y de nuestra vida personal. ¿Es justo y bueno pedir algo a Dios, o es quizá la alabanza, la adoración y la acción de gracias, es decir, una oración desinteresada, la única respuesta adecuada a la trascendencia y a la majestad de Dios? ¿No nos apoyamos acaso en una idea primitiva de Dios y del hombre cuando nos dirigimos a Dios, Señor del Universo, para pedirle mercedes? Jesús ignora este temor. No enseña una religión elitista, exquisitamente desinteresada; es diferente la idea de Dios que nos transmite Jesús: su Dios se halla muy cerca del hombre; es un Dios bueno y poderoso”. La religión de Jesús es muy humana, muy sencilla; es la religión de los humildes: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos» (Mt 11,15). La eficacia de la oración se funda en la condición paternal del Padre «que está en los cielos». Seguimos con San Juan Crisóstomo: «Cuando quieres reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo de tu alma».
No hemos de ser prepotentes, querer entender a Dios y meterlo en nuestra pobre cabeza, como dice aquella canción: “deja que Dios haga de Dios, tú adórale…”; hemos de aprender a ser humildes: “Los pequeñuelos, aquellos que tienen necesidad del auxilio de Dios y así lo reconocen, comprenden la verdad mucho mejor que los discretos, que, al rechazar la oración de petición y admitir únicamente la alabanza desinteresada de Dios, se fundan de hecho en una autosuficiencia que no corresponde a la condición indigente del hombre, tal como ésta se expresa en las palabras de Ester: «¡Ven en mi ayuda!» En la raíz de esta elevada actitud, que no quiere molestar a Dios con nuestras fútiles necesidades, se oculta con frecuencia la duda de si Dios es verdaderamente capaz de responder a las realidades de nuestra vida y la duda de si Dios puede cambiar nuestra situación y entrar en la realidad de nuestra existencia terrena. En el contexto de nuestra concepción moderna del mundo, estos problemas que plantean los «sabios y discretos» parecen muy bien fundados. El curso de la naturaleza se rige por las leyes naturales creadas por Dios. Dios no se deja llevar del capricho; y si tales leyes existen, ¿cómo podemos esperar que Dios responda a las necesidades cotidianas de nuestro vivir? Pero, por otra parte, si Dios no actúa, si Dios no tiene poder sobre las circunstancias concretas de nuestra existencia, ¿cómo puede llamarse Dios? Y si Dios es amor, ¿no encontrará el amor posibilidad de responder a la esperanza del amante? Si Dios es amor y no fuera capaz de ayudarnos en nuestra vida concreta, entonces no sería el amor el poder supremo del mundo; el amor no estaría en armonía con la verdad”. Un Dios que no pudiera hacer milagros no sería Dios… “Pero si no es el amor la más elevada potencia, ¿quién es o quién tiene el poder supremo? Y si el amor y la verdad se oponen entre sí, ¿qué debemos hacer: seguir al amor contra la verdad o seguir a la verdad contra el amor? Los mandamientos de Dios, cuyo núcleo es el amor, dejarían de ser verdaderos, y entonces ¡qué cúmulo de contradicciones fundamentales encontraríamos en el centro de la realidad! Estos problemas existen ciertamente y acompañan la historia del pensamiento humano; el sentimiento de que el poder, el amor y la verdad no coinciden y de que la realidad se halla marcada por una contradicción fundamental, puesto que en sí misma es trágica, este sentimiento, digo, se impone a la experiencia de los hombres; el pensamiento humano no puede resolver por sí mismo este problema, de manera que toda filosofía y toda religión puramente naturales son esencialmente trágicas”. Cabeza y corazón se contraponen, pero la inteligencia y el amor se funden en la oración, y entonces descubrimos que no hay más verdad que la que es amorosa ni más amor que el verdadero… y que esta es la verdad que nos da libertad…
De nuevo la oración. El Padre quiere dar cosas buenas a sus hijos. -Pedid, y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá. Concepción resueltamente optimista. Jesús está en perfecta familiaridad con Dios. Encuentra muy natural el ser escuchado. Y es también normal ver abrirse la puerta cuando se ha llamado a alguien.
-Porque quien pide recibe. Quien busca halla. A quien llama se le abre. Y Jesús repite las promesas. Aquí, Señor, has hecho promesas muy precisas. Quiero escucharte, quiero creerte. Sin embargo..., ¡hay tantas plegarias aparentemente no atendidas! Quizá rezamos mal, quizá nos falta confianza y verdadera familiaridad con Dios. Quizá nos atiendes pero no en lo que te pedimos exactamente. Es verdad que alguna vez he hecho esta experiencia: yo te pedía "una" cosa precisa, y no la recibí... pero recibí de ti y de mi propia oración, una gran paz, una inmensa aceptación interior. He sido yo el que he cambiado por mi oración. ¿Es así como acoges nuestras súplicas, Señor?
-¿Quién de vosotros es el que si su hijo le pide pan, le da una piedra o si le pide un pez, le da una serpiente? De nuevo una imagen muy natural y familiar. Cuando un niñito pide pan a su padre, no se le ocurrirá darle una piedra, o una serpiente. Si soy padre o soy madre, mi oración puede ser muy concreta a partir de esta experiencia, con mis propios hijos. El mismo Jesús me lo sugiere. Y esta experiencia de amor paterno o materno puede hacerme comprender que ciertas plegarias no sean atendidas, aparentemente. Yo no doy siempre... no doy todo... lo que mis hijos piden. No para rehusárselo, ni para que sufran, sino por su mayor bien y porque les quiero.
-Si, pues, vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide! En este pasaje, toda la eficacia de la plegaria no procede de la testarudez, de la insistencia, del que pide... sino ¡de la bondad y del amor del que otorga! Aquí Jesús no carga el acento sobre la perseverancia en la oración, como lo hará en otros pasajes, sino en la benevolencia de Dios. Dios es bueno, Dios ama. Dios es padre. Dios es madre. Dios quiere dar cosas buenas. Necesito, quizá, llegar a descubrir que "lo que me sienta mal, aquello de lo que deseo estar libre, mis pruebas y contrariedades... contienen una gracia, y son, de tu mano una "cosa buena" a recibir. Misterio del sufrimiento que agranda a un ser. Misterio de la enfermedad, de la soledad, de la vejez. Aquí abajo, no siempre sé lo que es un bien para mí. Tú lo sabes, Señor.
-Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos. He aquí lo que evitaría muchos contratiempos. Que sepa yo encontrar en ello mi alegría (Noel Quesson).
«Pedid y se os dará». Palabras de Jesús que tocan lo más profundo del pensamiento humano. Nos dicen tres cosas:
a) “Dios es poder, supremo poder; y este poder absoluto, que tiene al universo en sus manos, es también bondad. Poder y bondad, que en este mundo se hallan tantas veces separados, son idénticos en la raíz última del ser”. Una razón poderosa y creadora, “razón suprema es, al mismo tiempo, bondad pura y fuente de toda nuestra confianza”. Es también fundamento de la cristología, pues el Redentor no es distinto del Creador, y por esto es capaz de redimirnos. Y es “también el fundamento de la moral cristiana. Los mandamientos de Dios no son arbitrarios, son sencillamente la explicación concreta de las exigencias del amor. Pero tampoco el amor es una opción arbitraria: el amor es el contenido del ser; el amor es la verdad: "Qui novit veritatem, novit eam, et qui novit eam. novit aeternitatem. Caritas novit eam. O aeterna veritas et vera caritas et cara aeternitas» («Quien conoce la verdad, la conoce (se refiere a la luz inmutable), y quien la conoce, conoce la eternidad. La caridad la conoce. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y amada eternidad!»), dice san Agustín cuando describe el momento en que descubrió al Dios de Jesucristo (Confesiones VII 10,16). El ser no habla únicamente un lenguaje matemático; el ser tiene en sí mismo un contenido moral, y los mandamientos traducen el lenguaje del ser al lenguaje humano. Me parece fundamental poner de relieve esta verdad a la vista de la situación que vive nuestro tiempo, en que el mundo físico-matemático y el mundo moral se presentan de tal modo separados, que no parecen tener nada que ver entre sí. Se despoja a la naturaleza de lenguaje moral; se reduce la ética a poco más que a mero cálculo utilitario, y una libertad vacía destruye al hombre y al mundo”. «Pedid y se os dará». Dios, que es poder y es amor, ¡cuando pedimos nos da!
b) Dios es persona, habla y escucha. Por desgracia, formas pseudos-religiosas de tipo “gnosis” hablan de Jesús y de otras formas de religión, del “perfume de la religión, prescindiendo por completo de la fe”. Tienen cierta “nostalgia de la belleza de la religión, pero hay también el cansancio del corazón que no tiene ya la fuerza de la fe. La gnosis se ofrece como una especie de refugio en el que es posible perseverar en la religión cuando se ha perdido la fe. Pero tras esta fuga se esconde casi siempre la actitud pusilánime del que ha dejado de creer en el poder de Dios sobre la naturaleza, en el Creador del cielo y de la tierra. Aparece así un cierto desprecio de la corporalidad; la corporalidad se muestra despojada de valor moral. Y el desprecio de la corporalidad engendra el desprecio de la historia de la salvación, para venir a desembocar finalmente en una religiosidad impersonal. La oración es sustituida por ejercicios de interioridad, por la búsqueda del vacío como ámbito de libertad”: se busca hacer yoga y estar en un nirvana. «Pedid y se os dará». “El Padrenuestro es la aplicación concreta de estas palabras del Señor. El Padrenuestro abraza todos los deseos auténticos del hombre, desde el Reino de Dios hasta el pan cotidiano. Esta plegaria fundamental constituye así el indicador que nos señala el camino de la vida humana. En la oración vivimos la verdad”.
c) San Mateo concluye esta catequesis sobre la oración con las palabras de Jesús: «Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?» (7,11). “Aquí encontramos también una alusión al pecado original, a la corrupción de los hombres, cuya maldad proviene de su rebeldía contra Dios, manifestada en el camino del autonomismo, del «seréis como Dios»”. Dejamos el tema para otra ocasión, aquí “el problema que ahora nos ocupa es el siguiente: ¿Qué contenidos puede abarcar la oración cristiana? ¿Qué podemos esperar de la bondad de Dios? La respuesta del Señor es muy sencilla: todo. Todo aquello que es bueno. Dios es bueno y otorga solamente bienes y mercedes; su bondad no conoce límites. Es ésta una respuesta muy importante. Podemos realmente hablar con Dios como los hijos hablan con su padre. Nada queda excluido. La bondad y el poder de Dios conocen un solo límite; el mal. Pero no conocen límites entre cosas grandes y pequeñas, entre cosas materiales y espirituales, entre cosas de la tierra y cosas del cielo. Dios es humano; Dios se ha hecho hombre, y pudo hacerse hombre porque su amor y su poder abrazan desde toda la eternidad las cosas grandes y las pequeñas, el cuerpo y el alma, el pan de cada día y el Reino de los cielos. La oración cristiana es oración plenamente humana; es oración en comunión con el Dios-hombre, con el Hijo. La verdadera oración cristiana es la oración de los humildes, aquella plegaria que, con una confianza que no conoce el miedo, trae a la presencia de la bondad omnipotente todas las realidades e indigencias de la vida. Podemos pedir todo aquello que es bueno. Y justamente en virtud de este su carácter ilimitado, la oración es camino de conversión, camino de educación a lo divino, camino de la gracia; en la oración aprendemos qué es bueno y qué no lo es; aprendemos la diferencia absoluta entre el bien y el mal; aprendemos a renunciar a todo mal, a vivir las promesas bautismales: «Renuncio a Satanás y a todas sus obras». La oración separa en nuestra vida la luz de las tinieblas y realiza en nosotros la nueva creación. Nos hace creaturas nuevas. Por esta razón es tan importante que en la oración abramos con toda sinceridad nuestra vida entera a la mirada de Dios, nosotros, que somos malos, que tantas cosas malas deseamos. En la oración aprendemos a renunciar a estos deseos nuestros, nos disponemos a desear el bien y nos hacemos buenos hablando con aquel que es la bondad misma. El favor divino no es una simple confirmación de nuestra vida; es un proceso de transformación”. Es lo que pedimos en la colecta: «Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien, y pues sin ti no podemos ni existir ni ser buenos, haz que vivamos siempre según tu voluntad. Por nuestro Señor...»
Cuando oramos no podemos llegar a Dios desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, sino desde un corazón humilde y contrito, dispuestos a recibir de Dios no lo que nos imaginamos como lo mejor para nosotros, sino lo que aceptamos como un don de Dios como lo que más nos conviene en orden a nuestra salvación. Por eso cuando oramos entramos en una verdadera alianza con Dios. Estamos dispuestos a recibir sus dones, especialmente su Espíritu Santo, no para malgastarlos, sino para vivir con mayor lealtad nuestro ser de hijos de Dios. El Señor está dispuesto a concedernos todo aquello que nos ayude para convertirnos en un signo cada vez más claro de su amor en el mundo. Por eso no nos quedemos en peticiones de cosas pasajeras. Busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás llegará a nosotros por añadidura. Centremos nuestra petición en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús; así no sólo estaremos dispuestos a acogerlo, sino también a cooperar para su venida. Que Dios nos conceda en abundancia su Espíritu Santo para poder llegar a ser hijos de Dios en mayor plenitud y para convertirnos en portadores del Reino de Dios.
Sabemos que somos frágiles, fácilmente inclinados al mal. El Señor nos reúne en torno a Él para fortalecernos y enviarnos a continuar trabajando por su Reino en el mundo. Dios no se quedó en simples promesas de salvación. Nosotros fallamos como un arco engañoso, pero Dios no nos ha abandonado; Él mismo ha salido a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón. Sus promesas de salvación nos las ha cumplido por medio de su Hijo Jesús. Por su encarnación, por su vida, por su muerte y por su resurrección Dios nos rescató de las manos de nuestro enemigo. Y no sólo nos reconcilió con Él, sino que quiso convertirse en Padre nuestro, de tal forma que, por nuestra comunión de Vida con su Hijo Jesús, en verdad nos tiene como hijos suyos. La Eucaristía renueva esa Alianza nueva y definitiva entre Dios y nosotros. Pidámosle al Señor que nos conceda en abundancia su Espíritu para que siempre podamos permanecer unidos a Cristo, y, en Él, seamos sus hijos fieles y amados en quienes Él se complazca.
No porque por medio del Bautismo seamos hijos de Dios hemos quedado libres de las tentaciones, que quisieran destruir la vida del Señor en nosotros. Dios quiere caminar con nosotros. Su Iglesia no es la esposa que hace el bien siguiendo el ejemplo de su Señor; la Iglesia es aquel Cuerpo mediante el cual el Señor continúa realizando su obra de salvación en el mundo. El Señor permanece entre nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo; y la Iglesia es la responsable de esa presencia de Cristo entre nosotros. Continuamente debemos dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Pero sabiendo que estamos sujetos a una diversidad de tentaciones y de persecuciones, hemos de acudir al Señor para que el mal no nos domine. Debemos ser un signo de la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Quienes hemos recibido el Bautismo hemos sido configurados con Cristo y no podemos levantarnos en contra de nuestro prójimo, sino hacer el bien a todos y trabajar, esforzadamente, para que la salvación de Dios llegue hasta el último confín de la tierra, aun cuando en ese esfuerzo, lleno de amor, tengamos que entregar nuestra propia vida. Seamos personas de oración; sólo así Dios hará que su Espíritu no haya sido recibido en balde por nosotros, sino que nos lleve a trabajar por el Evangelio para que todos pueda llegar a alabar al Señor eternamente. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de acoger con gran amor su Espíritu Santo en nosotros para que, con su Fuerza, podamos convertirnos en un signo de la bondad de Dios para todos los pueblos. Amén (www.homiliacatolica.com; textos sacados en gran parte de mercaba.org. Llucià Pou 2009).

Lluciá Pou Sabaté

domingo, 13 de febrero de 2011

Sábado de la semana 5ª. Aunque tengamos pecados, siempre está Dios dispuesto a perdonarnos, atiende nuestras necesidades espirituales y corporales, cu


Sábado de la semana 5ª. Aunque tengamos pecados, siempre está Dios dispuesto a perdonarnos, atiende nuestras necesidades espirituales y corporales, cuando nos confiamos a Él

Génesis 3,9-24: 9 Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» 10 Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí.» 11 El replicó: «¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?» 12 Dijo el hombre: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.» 13 Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Y contestó la mujer: «La serpiente me sedujo, y comí.» 14 Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. 15 Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.» 16 A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará. 17 Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. 18 Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. 19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.» 20 El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes. 21 Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió. 22 Y dijo Yahveh Dios: «¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre.» 23 Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de donde habiá sido tomado. 24 Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida. aquellos días, Jeroboán pensó para sus adentros: «Todavía puede volver el reino a la casa de David. Si la gente sigue yendo a Jerusalén para hacer sacrificios en el templo del Señor, terminarán poniéndose de parte de su señor, Roboán, rey de Judá; me matarán y volverán a unirse a Roboán, rey de Judá.» Después de aconsejarse, el rey hizo dos becerros de oro y dijo a la gente: « ¡Ya está bien de subir a Jerusalén! ¡Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto! » Luego colocó un becerro en Betel y el otro en Dan. Esto incitó a pecar a Israel, porque unos iban a Betel y otros a Dan. También edificó ermitas en los altozanos; puso de sacerdotes a gente de la plebe, que no pertenecía a la tribu de Levi. Instituyó también una fiesta el día quince del mes octavo, como la fiesta que se celebraba en Judá, y subió al altar que había levantado en Betel, a ofrecer sacrificios al becerro que había hecho. En Betel estableció a los sacerdotes de las ermitas que había construido. Jeroboán no se convirtió de su mala conducta y volvió a nombrar sacerdotes de los altozanos a gente de la plebe; al que lo deseaba lo consagraba sacerdote de los altozanos. Este proceder llevó al pecado a la dinastía de Jeroboán y motivó su destrucción y exterminio de la tierra.

Salmo 90,2-6,12-13: 2 Antes que los montes fuesen engendrados, antes que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios. 3 Tú al polvo reduces a los hombres, diciendo: «¡Tornad, hijos de Adán!» 4 Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. 5 Tú los sumerges en un sueño, a la mañana serán como hierba que brota; 6 por la mañana brota y florece, por la tarde se amustia y se seca. 12 ¡Enseñanos a contar nuestros días, para que entre la sabiduría en nuestro corazón! 13 ¡Vuelve, Yahveh! ¿Hasta cuándo? Ten piedad de tus siervos.

Evangelio según san Marcos 8,1-10. Uno de aquellos días, como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discipulos y les dijo: «Me da lástima de esta gente; llevan ya tres dias conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el camino. Además, algunos han venido desde lejos.» Le replicaron sus discipulos: « ¿Y de dónde se puede sacar pan, aqui, en despoblado, para que se queden satisfechos?» Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos contestaron: «Siete.» Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discipulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió, luego se embarcó con sus discipulos y se fue a la región de Dalmanuta.

Comentario: 1. Gn 3,9-24. Al robar a Dios el conocimiento del bien y del mal, es decir, al no referirse a nadie mayor que él para juzgar de las cosas y de las personas, el hombre introduce la maldición en el mundo, puesto que no admite otro dios que su yo y su egoísmo. Las cosas no tendrán ya la bondad que Dios les hubiera conferido, sino la que el hombre les atribuye; el bien y el mal, la vida y la muerte se convierten en realidades contrastantes y enemigas entre sí, porque el hombre que las experimenta no puede, como Dios, perdonar el mal y convertirlo en bien, ni curar la muerte y hacerla vida. Aunque semejante a dios, el hombre no tiene, sin embargo, acceso a la vida divina, capaz de transformar el mal y la muerte. Por mucho que se haya acercado a Dios, el hombre no puede liberarse del ridículo: conoce el bien y el mal, la vida y la muerte, pero no puede ser más que un juguete zarandeado entre los límites de esos dos binomios, puesto que carece del poder que Dios posee para dominarlos.
Así, la muerte, que es sencillamente la condición natural del hombre, se nos presenta al mismo tiempo como obra de la cólera de Dios. El drama del hombre, en efecto, no está tanto en morir, sino en morir sabiendo que hay un medio de no morir, que hay alguien que era antes que él naciera y que será después de su muerte. Y todo eso porque la inteligencia del hombre puede hacerse una idea de lo eterno y que la muerte no es ya tan sólo un fenómeno natural, sino que se convierte también en un castigo: reduce violentamente al hombre al interior de sus propios límites; restablece el equilibrio entre Dios y el hombre, un equilibrio que el hombre, una vez que ya posee un conocimiento de la eternidad, trata continuamente de romper con sus pretensiones de autosuficiencia.
Solo Jesucristo ha podido conocer el bien y el mal y pasar de la vida a a muerte a la manera de Dios, que triunfa de la muerte con su propia vida que nadie puede arrebatarle y que vence al mal a base de un perdón sin límites. A los hombres que experimentan, después de Adán, la muerte y la vida, el bien y el mal, les ofrece la Eucaristía el fruto del árbol de la vida que Adán no pudo recoger (v. 22), con el fin de que un poco de vida divina en ellos les permita justificar el mal y vencer a la muerte (Maertens-Frisque).
Es una escena muy viva la que se nos cuenta después del pecado de Adán y Eva: Dios pide cuentas y cada uno de los protagonistas se defiende, se esconde, echa la culpa al otro. El hombre casi se atreve a echar las culpas al mismo Dios: «La mujer que me diste como compañera...». El castigo que Dios les anuncia parece como una justificación «a posteriori» de unas características naturales de cada uno, que no se saben explicar de otro modo: la serpiente que se arrastra por la tierra, la mujer que da a luz con dolor y el hombre que trabaja con el sudor de su frente. También el pudor que de repente empiezan a sentir parece como un signo de que algo no funciona en la armonía sexual de antes. La expulsión del paraíso siempre quedará como un «recuerdo mítico» y un ideal a conseguir en el futuro. Pero ya aparece, junto al castigo, la palabra de esperanza: Dios anuncia «enemistades entre la descendencia de la mujer y la de la serpiente: ella te herirá en la cabeza».
2. Todo adquiere aquí una interpretación religiosa, que también nos va bien a nosotros. Para que relativicemos un poco el orgullo y la autosuficiencia que sentimos. Lo que hay de malo en el mundo no se debe a Dios, sino al desorden del pecado que hemos introducido nosotros en su plan. Ha habido ruptura, la armonía y el equilibrio ya no funcionan: ahora tenemos miedo de Dios, no nos entendemos los unos con los otros (nos echamos la culpa mutuamente) y somos expulsados del jardín. Queríamos ser como dioses y conocerlo todo, y nos despertamos con los ojos abiertos, sí, pero para vernos desnudos y débiles. Tenemos que confesar que somos caducos: «como hierba que se renueva, que florece y se renueva por la mañana y por la tarde la siegan y se seca», como dice el salmo. Los conflictos siguen. El trabajo nos cuesta. No damos a luz nada sin esfuerzo. No hay paz ni cósmica ni humana. Ni armonía interior en cada uno. Pero los cristianos escuchamos las palabras de esperanza de Dios en el Edén y sabemos que la victoria de Cristo sobre el mal ya ha sucedido en la Pascua y que nosotros estamos llamados a participar en ella. Por eso podemos decir con el salmo: «Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación... Ten compasión de tus siervos». La lectura de esta primera página tan dolorosa de la humanidad nos debería enseñar sabiduría: «Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato».

3.- Mc 8,1-10. En el evangelio de Marcos se cuenta dos veces la multiplicación de panes por parte de Jesús. La primera no se lee en Misa. La segunda la escuchamos hoy y sucede en territorio pagano, la Decápolis. Dicen los estudiosos que podría ser el mismo milagro, pero contado en dos versiones, una en ambiente judeocristiano y otro en territorio pagano y helenista. Así Jesús se presenta como Mesías para todos, judíos y no judíos.
Lo importante es que Jesús, compadecido de la muchedumbre que le sigue para escuchar su palabra sin acordarse ni de comer, provee con un milagro para que coman todos. Con siete panes y unos peces da de comer a cuatro miI personas y sobran siete cestos de fragmentos.
La Iglesia -o sea, nosotros- hemos recibido también el encargo de anunciar la Palabra. Y a la vez, de «dar de comer», de ser serviciales, de consentir un mundo más justo. Aprendamos de Jesús su buen corazón, su misericordia ante las situaciones en que vemos a todo el mundo. Por pobres o alejadas que nos parezcan las personas, Jesús nos ha enseñado a atenderlas y dedicarles nuestro tiempo. No sabremos hacer milagros. Pero hay multiplicaciones de panes -y de paz y de esperanza y de cultura y de bienestar- que no necesitan poder milagroso, sino un buen corazón, semejante al de Cristo, para hacer el bien.
La «salvación» o la «liberación» que Jesús nos ha encargado que repartamos por el mundo es por una parte espiritual y por otra también corporal: la totalidad de la persona humana es destinataria del Reino de Jesús, que ahora anuncia y realiza la comunidad cristiana, con el pan espiritual de su predicación y sus sacramentos, y con el pan material de todas las obras de asistencia y atención que está realizando desde hace dos mil años en el mundo.
La Eucaristía es, por otra parte. la multiplicación que Cristo nos regala a nosotros: su cercanía y su presencia, su Palabra, su mismo Cuerpo y Sangre como alimento. ¿Qué alimento mejor podemos pensar como premio por seguir a Cristo Jesús? Esa comida eucarística es la que luego nos tiene que impulsar a repartir también nosotros a los demás lo que tenemos: nuestros dones humanos y cristianos, para que todos puedan alimentarse y no queden desmayados por los caminos tan inhóspitos y desesperanzados de este mundo.
«Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al poder de la muerte» (plegaria eucarística IV) (J. Aldazábal).
Lo que impresiona ante todo en estos relatos es la gente: un gentío numeroso, que ha venido a pie de todas partes, que sigue y escucha a Jesús durante días y días. Según H. Montefiore, toda esa gente nos hace sospechar la formación de un movimiento mesiánico de tipo político que ve en Jesús a un posible jefe. Es verosímil; por lo demás, Juan, a propósito de este mismo episodio, indica que la gente buscaba a Jesús con la intención de hacerlo rey (Jn 6, 15). El clima de Galilea por aquel tiempo estaba efectivamente bastante recalentado y bastaba con cualquier cosa para suscitar fanatismos mesiánicos.
Flavio Josefo, por ejemplo, escribe: "Había individuos falaces e impostores que bajo la apariencia de una inspiración divina promovían revueltas y agitaciones, inducían a la gente a realizar actos de fanatismo religioso y la llevaban al desierto, como si Dios tuviera que mostrarles allí los signos de su inminente libertad" (De bello judaico 2, 259). Bajo esta luz adquiere especial importancia la indicación de que Jesús "obligó" a los discípulos a alejarse y de que él, después de haber despedido a la gente, se retiró a rezar a la montaña (6, 46). Jesús no quiere fomentar las esperanzas de la gente (que expresan la misma tentación con que se enfrentó en el desierto), sino que se aleja de ellas, encontrando en la oración la claridad de su camino mesiánico hacia la cruz y el ánimo para recorrerlo (Bruno Maggioni).
"Me da lástima de esta gente", dice Dios. Hermanos, nuestro Dios es un Dios compasivo. ¡No nos engañemos! El amor que se hace piedad y compasión tiene una fuerza que no es la de nuestras compasiones humanas, ni tampoco la de esas compasiones impotentes que suscitan el sarcasmo de nuestros contemporáneos. El amor no se define por la lástima, sino por la admiración. Cuando Dios dice: "me da lástima", no hay en él ninguna condescendencia, ninguna afectación intolerable, sino, más bien, esta revelación inaudita: Dios es un enamorado. "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49,15). Dios está apasionado, Dios está loco. Como un enamorado, porque ama, lo deja todo: su tranquilidad, su reputación, su renombre.
¿Qué puede ver de bueno en nosotros? ¿Cómo puede hacer de nuestra tierra agotada, ingrata, pervertida o sublevada el objeto de semejante amor? ¿Qué pudo obligar al Hijo a tomar la cruz? "Me da lástima esta gente". Y Dios rompe su propio cuerpo, para saciar con él a esta tierra que ni siquiera conoce el hambre que padece.
Dios se tiende sobre el leño del Gólgota, para así levantar a una humanidad que aún no ha llegado a ver agotado su deseo. "Me da lástima de esta gente". Sólo Dios puede decir con verdad estas palabras, porque sólo él admira suficientemente a nuestra tierra.
Sólo él puede conocer lo que esa frase significa, porque sólo él conoce al hombre tal y como lo soñaba él al atardecer del día sexto. Sólo Dios puede repetirla sin condescendencia, porque sólo él puede hacer lo necesario para que se convierta en realidad aquel sueño olvidado. "Me da lástima de esta gente". Sólo Dios tiene derecho a pronunciar estas palabras, por haber pagado un alto precio para que la lástima se trocara en purificación. "Tomad y comed: esto es mi cuerpo entregado por vosotros y por todos los hombres" (Dios cada día, Sal terrae).
El evangelio de ayer era un anuncio del bautismo. El de hoy nos orienta hacia la Eucaristía. Jesús está siempre presente, con los mismos gestos.
-Por aquellos días, hallándose rodeado de una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamó a los discípulos... La escena que se contará es una "segunda multiplicación de los panes". Pero aquí todos los detalles son empleados por Marcos para mostrarnos que la "mesa de Jesús" está abierta a todos, incluidos los paganos.
1ª multiplicación de los panes / 2ª multiplicación de los panes
-En territorio judío para judíos. / -En pleno territorio de la Decápolis.
-Jesús "bendijo" los panes..., término familiar a los judíos... "eu-logein" en griego / -Jesús "da gracias": término familiar a los paganos... "eu-caristein" en griego
-Quedan "doce cestas" palabra usada sobre todo por los judíos ("Doce" es la cifra de las "doce tribus de Israel"... -La primera comunidad "judeo-cristiana" estaba organizada alrededor de los "doce", como los "doce patriarcas" del primer pueblo de Israel.) / Quedan "siete canastas", palabra usada sobre todo por los griegos (Siete" es la cifra de los "siete diáconos" que organizaron la primera comunidad helenística -suceso extremadamente importante para introducir a los paganos en la Iglesia y darles la impresión de estar a la misma mesa: Hch 6.)
Marcos tiene pues interés en anticipar la evangelización de los paganos, en el ministerio de Jesús: esto corresponde muy bien a la orientación misionera de su evangelio. Es necesario que los apóstoles amplíen su horizonte. ¡La Mesa ofrecida por Jesús está abierta a todos! ¿Siento yo también estas ansias?
-"Tengo compasión de esta muchedumbre... si les despido en ayunas desfallecerá en el camino, porque algunos vienen de lejos. Todavía el mismo símbolo: los paganos, "los que vienen de lejos", expresión que se encuentra en el libro de Josué 9, 6 y en Isaías 60, 4. Los primeros lectores de Marcos podían reconocerse: también ellos habían venido de lejos, algo más tarde, para ser introducidos en el festín mesiánico en el pueblo de Dios. Gracias, Señor.
-El rol de los discípulos. El retrato del apóstol. Asociados a Jesús para alimentar a las muchedumbres. Lanzados por Jesús a la acción. Ven muy bien lo que hay que hacer, pero no tienen los medios. Así sucede también hoy. El misionero, invitado por Jesús, debe hacer lo que pueda con lo que tiene: y ¡Jesús terminará la obra! No quedarse ociosos ante las necesidades de nuestros hermanos.
-Recogieron siete canastas de los mendrugos sobrantes. En las dos multiplicaciones de panes hay "residuos". Esto indica que el alimento distribuido es inagotable... es el símbolo de un "acto que tendrá que repetirse constantemente", un alimento que debe ponerse sin cesar a disposición de los demás...
-Dando gracias, los partió... Es una comida "de acción de gracias" -eucaristía en griego- La alusión es muy clara. Esta relación no puede pasar desapercibida a un lector cristiano: allí también, los primeros oyentes de Marcos se reconocían... el rito esencial de su comunidad era la "cena del Señor". ¿Qué es la misa para mí, hoy? (Noel Quesson).
Baudoin de Ford (hacia 1190) abad cisterciense, en (SC 93, I, pag. 131ss) comenta: “Tomó los siete panes, dio gracias, los partió...” (cf Mc 8,6) y dice: “Jesús partió el pan. Si no hubiese partido el pan ¿cómo habrían llegado las migajas hasta nosotros? Pero Jesús rompió el pan y lo distribuyó “da con largueza a los pobres” (Sal 111,9) Ha roto el pan para romper la cólera del Padre y la suya propia. Dios le había dicho: “Dios pensaba ya en aniquilarlos, pero Moisés, su elegido, se mantuvo ante él para apartar su furia destructora.” (Sal 105,23) Jesús se mantuvo ante él y lo apaciguó. Por su fuerza indefectible se mantuvo ante Dios sin romperse.
Pero Jesús, voluntariamente ha ofrecido su carne rota por el sufrimiento...”quebraste las cabezas de los monstruos marinos” (sal 73,13) y todos sus enemigos, con tu cólera. Jesús, de alguna manera, ha roto las tablas de la primer alianza, para que ya no estemos bajo la Ley. Ha roto el yugo de nuestra cautividad . Ha roto todo lo que nos aplastaba para reparar en nosotros todo aquello que estaba roto, para hacer volver a la libertad los que estaban cautivos...
Buen Jesús, a pesar de haber partido el pan por nosotros, pobres mendigos, seguimos con hambre... ¡Parte cada día este pan para los que tienen hambre! Hoy, como todos los días, recogemos algunas migajas, y cada día volvemos a tener hambre de nuestro pan de cada día. ¿Si tú no nos lo das, quien nos lo va a dar? Somos menesterosos y desprovistos de todo, no tenemos a nadie que nos parta el pan, nadie que nos alimente, nadie que nos restablezca las fuerzas, nadie más que tú, Dios nuestro. En cualquier consuelo que nos envíes, recogemos las migajas de aquel pan que tú nos partes”.
Tres días lleva la gente y no tienen que comer… significa que la situación es bastante crítica y que a diferencia del primer relato de multiplicación, no hay aldeas cercanas donde pueda ser despedida la gente para procurarse alimentos. Pero también, tres días indica en la Biblia el plazo máximo que se da Dios para intervenir con su ayuda (Jos 1,11; Gén 40,13; Os 6,2). Pasados los tres días, es tiempo para la intervención salvífica de Dios. La preocupación de Jesús de que puedan desfallecer por hambre al regresar a sus lejanas casas, es una buena manera de introducir el milagro.
El hecho que vengan “desde lejos” ratifica el contexto pagano del relato, pues era común entre las primeras comunidades cristianas considerar a los paganos como los lejanos, en cuanto lejanía de Dios y de la salvación (Ef 2,13.17; Hch 2,39; 22,21). La actitud de los discípulos refleja el máximo de la incomprensión y falta de fe, si suponemos que ya había presenciado un milagro similar. Con razón se afirma en Mc 6,52 “pues no habían entendido lo que había pasado con los panes, tenían la mente cerrada”. También podría pensarse que estamos ante una pregunta retórica, recurso literario utilizado por Marcos, para responder que solo hay uno, Jesús de Nazaret, que puede saciar el hambre de la multitud. Como en la primera multiplicación, Jesús pregunta por la existencia de pan.
Los discípulos sin tener que indagar entre la gente le contestan de inmediato que hay siete panes, número que indica plenitud. Los paganos están invitados a participar de la plenitud del banquete eucarístico. Cabe anotar que en la primera multiplicación el número siete se forma de los cinco panes y los dos peces, con el mismo carácter simbólico. Las palabras de Jesús: “tomando”... “dio gracias”... “los partió”, son típicas de la fórmula utilizada en las diferentes comunidades cristianas en la comida eucarística (Lc 22,19; 24,30; 1 Cor11,24). El papel de los discípulos es el de intermediarios entre Jesús y la multitud. La compasión de Jesús pone en acción la inactividad e incomprensión de los discípulos en favor de los hambrientos. Aunque los discípulos son lentos para entender son rápidos para ejecutar las iniciativas de Jesús, esto les permite continuar el camino del discipulado. Cuando todo parecía estar listo, el evangelista añade la presencia de unos “pescaditos”, sin precisar siquiera el número. La bendición a los pescados es extraña, en cuanto en el judaísmo no se bendecían los alimentos como tal sino a Dios que los procuraba. Otra pista para pensar que es un relato cuya procedencia es de ambientes no judíos.
De nuevo los discípulos reparten lo que a su vez han recibido de Jesús. Todos comieron hasta saciarse. Es interesante constatar que el verbo “saciar” solo aparece tres veces en Marcos, en los dos relatos de la multiplicación de los panes y en el de la mujer sirofenicia. La petición de la mujer, que se conformaba con las migajas que caían de la mesa, es ahora escuchada hasta el punto de compartir la mesa y comer hasta saciarse. En el primer relato eran doce el número de canastos donde se recogieron los sobrantes, simbolizando probablemente las doce tribus de Israel y los doce apóstoles. Aquí, el número de canastos son siete, cifra que puede hacer referencia a los “siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu y sabiduría” (Hch 6,3) que reciben el encargo de “hacerse cargo de las mesas (Hch 6,2). También puede indicar los siete pueblos que habitaban la tierra prometida (Dt 7,1), es decir la totalidad del mundo pagano, anteriormente expulsados y hoy invitados a participar de la totalidad del banquete eucarístico.
El número de los que habían comido varía en los dos relatos. En el primero eran cinco mil hombres, en el segundo cuatro mil, un número que podría simbolizar los cuatro puntos cardinales de la tierra, de donde acudirán todos al banquete del Reino de Dios (Lc 13,19). Pasado el tercer día, con la manifestación salvífica de Dios a través de la consolación y la solución de una necesidad básica como la de la alimentación, Jesús puede despedir tranquilamente la gente para continuar su travesía misionera.
Al escuchar este Evangelio, el del reparto de los panes y peces por parte de los discípulos de Jesús, no puedo dejar de pensar en cómo estamos repartiendo los alimentos que, gracias a Dios, hay en abundancia en el mundo. Parece inútil el milagro de Jesús: aunque Él siga multiplicando y regalándonos en abundancia alimento, nosotros aquí lo robamos a los que no lo tienen, nosotros dejamos que millones de personas mueran de hambre, nosotros permitimos que se derrochen alimentos en nuestra casa y un poco más allá haya gente que no tiene para comer.
¿Qué estamos haciendo con el don abundante de Jesús? La tierra produce mucho más de lo necesario, pero somos incapaces de repartir lo que se produce de forma justa. He dicho que somos incapaces, pero igual debería decir que no queremos, que no tenemos “voluntad política” de hacerlo. Os dejo con un pequeño regalo: dicen que una imagen vale más de mil palabras… (Carlo Gallucci).
El anuncio de la Palabra de Dios no puede quedarse sin inserirnos en el compromiso de un trabajo eficaz para que, quienes reciben el anuncio del Evangelio, reciban también el consuelo en sus necesidades temporales. A la Iglesia de Cristo se le ha confiado el anuncio del Evangelio que nos salva. Quienes tratamos de unir vida y Palabra podemos correr el riezgo de quedarnos sólo en la promoción humana de nuestras comunidades. Sin embargo el compromiso del auténtico hombre de fe nace de la meditación humilde de la Palabra de Dios, que viene a transformanos desde dentro, y que nos impulsa, que nos envía para que proclamemos lo que hemos vivido. Sólo entonces seremos un signo vivo de Cristo, y podremos compadecernos de las multitudes hambrientas de pan, de justicia, de perdón, de paz, de amor, de comprensión y de tantas otras cosas de las que adolece la humanidad actual. Vamos al mundo no conforme a los criterios del mismo, buscando tal vez nuestra gloria; sino con los criterios de Cristo, como siervos al servicio del Evangelio que pasan haciendo el bien a todos.
El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía; y nosotros hemos respondido a su llamado. El Señor toma el pan, pronuncia sobre él la acción de gracias, lo parte y lo distribuye entre nosotros. Es Cristo, no que pasa, sino que entra a nuestra propia vida para hacernos uno con Él. Entramos en comunión de vida con Él para ser, día a día, transformados en un signo cada vez más claro de su amor salvador para todos los hombres. Por eso no podemos venir sólo a ver; venimos a sentarnos a la mesa del Señor para gozar de su Vida y de su Espíritu. No podremos, tampoco, alejarnos de Él como si hubiésemos venido sólo a participar en un rito sagrado. El Señor irá con nosotros y hará que nuestra Eucaristía se prolongue en la vida diaria, pues Él, por medio nuestro, se hará encontradizo a todo hombre de buena voluntad que le busque, y se hará cercano a todos aquellos que necesitan de quien vele por ellos en medio de sus pobrezas, sufrimientos y dolores.
La vida que hemos recibido del Señor, así como los bienes, incluso materiales, de los que nos permite disfrutar, los pone en nuestras manos para que los distribuyamos entre los que nada tienen. Dios no nos quiere egoístas; Él no quiere que lo busquemos sólo para que nos llene las manos y para que acumulemos bienes que, al final de nuestra vida, no podremos llevar con nosotros. No nos quire esclavos de los ídolos que nosotros mismos nos hemos creado. Quienes somos hijos de Dios tenemos como única esperanza final la posesión del Señor, donde viviremos eternamente unidos a Él, como el único y perfecto don que Dios hará a quienes le amaron y sirvieron en los demás. Vivamos comprometidos en una auténtica caridad fraterna para que, viviendo todos con dignidad ya desde esta vida, podamos, fraternalmente unidos por el amor, disfrutar eternamente del Banquete Eterno en la Casa de nuestro Padre Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir como verdaderos hijos de Dios amándonos como hermanos, de tal forma que seamos capaces de velar por el bien de todos, especialmente de los más desprotegidos. Amén (www.homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté