lunes, 5 de abril de 2010

Día 38º. VIERNES QUINTO (26 de Marzo): Jesús, hijo de Dios, es el inocente que por el sufrimiento nos abre las puertas para entrar a la familia de Dios

Así, casi sin darnos cuenta, mañana acaba este libro de la cuaresma,
pues pasado ya es Domingo de Ramos. Todo llega. Desanimarse es una
tontería. Escucha el consejo que da el barrendero a Momo: "Cuando
barro, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima.
Te parece tan terriblemente larga que crees que nunca podrás acabar. Y
entonces te empiezas a dar prisa. Cada vez que levantas la vista, ves
que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, al
final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante... Nunca
se ha de pensar en toda la calle de una vez ¿entiendes? Sólo hay que
pensar en el paso siguiente.... entonces es divertido... de repente
uno se da cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle."
Ser santo, amar mucho a Dios... cualquier meta se alcanza siempre.
Consiste en dar un paso cada día; por eso, no te desanimes nunca: haz
bien hoy las pequeñas cosas de¡ día. ¡Qué no me desanime, Señor, que
es una tontería! Poco a poco, con pequeños pocos, conseguiré hacer
realidad las cosas grandes que quiero - y Tú también quieres - en mi
vida (José Pedro Manglano). Continúa hablándole a Dios con tus
palabras, o con las pistas que nos trae la lectura del día y que te
pongo a continuación…
Ahora damos la palabra al profeta Jeremías, que al pobre lo llevaban
por el camino de la amargura: "Yo oía a mis adversarios que decían
contra mí: «¿Cuándo, por fin, lo denunciarán?» Ahora me observan los
que antes me saludaban, esperando que yo tropiece para desquitarse de
mí. Pero Yahvé está conmigo, Él, mi poderoso defensor; los que me
persiguen no me vencerán. Caerán ellos y tendrán la vergüenza de su
fracaso, y su humillación no se olvidará jamás. Yahvé, Señor, tus ojos
están pendientes del hombre justo. Tú conoces las conciencias y los
corazones, haz que vea cuando te desquites de ellos, porque a Ti he
confiado mi defensa. ¡Canten y alaben a Yahvé, que salvó al
desamparado de las manos de los malvados! El cuchicheo de la gente
que decía: ... delatadlo, vamos a delatarlo". Jeremías sufre por la
verdad. En todo hombre que sufre, en todo "hombre de dolor", se ve
reflejada la imagen de Jesús, el Justo, que se une a nuestro
sufrimiento para que podamos llevarlo con provecho para nuestra
salvación: ayúdanos, Señor, a ver tu faz... y a la vez creeremos «que
sufren contigo»... y «que resucitarán también contigo» (Rm 6-8). Y
todo hombre que sufre me ayuda a ver el rostro de Jesús. Momentos de
"terror" del profeta.
El hombre acorralado: "A ti he confiado mi causa", se abandona en
Dios, como hará Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu...». Decimos en la Entrada: «Piedad, Señor, que estoy en
peligro; líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me
avergüence de haberte invocado». A todo hombre le llega el
encontrarse, algún día, en esa situación extrema. Pecados personales y
de los otros (es la libertad…), límites humanos o leyes de la
naturaleza (catástrofes, enfermedades...). ¿El mal nos viene como
castigo por los pecados? La muerte de Jesús, el «inocente», viene a
decir claramente que no. Jeremías es modelo de una vida marcada por la
incomprensión y dureza de su propio pueblo, soledad dolorosa en su
ministerio profético, de "amar a Dios sobre todas las cosas". Su voz
sigue proclamando fuerte el amor a Dios y su alianza.
"En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú
eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi
fuerza salvadora, mi baluarte… En el peligro invoqué al Señor, grité a
mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus
oídos": En el salmo meditamos el dolor y las afrentas en las
persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue
perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este
salmo en sus tribulaciones y dolores, y también en la pena de la
esclavitud del pecado.
Este viernes hay un recuerdo especial para la Virgen de los Dolores,
que acompañó a Jesús en la Pasión. De su mano queremos entrar en estos
días de preparación última a la Semana Santa. El Viernes de pasión,
antiguamente memoria de la Virgen de los dolores, es como el pórtico
para comenzar a meternos en las escenas del Evangelio que narran la
Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y
preguntarnos cómo vamos a vivir estos próximos días de una manera
especial. Será ésta una Semana Santa eucarística, de acción de gracias
por la Redención, especialmente el Triduo pascual, con jueves santo,
el día que Jesús se nos da todo Él en este Sacramento, el viernes
cuando se entrega a la pasión y muerte por amor, y el Domingo de
Resurrección, el día que Jesús ha hecho nuevas todas las cosas. Y como
siempre, lo mejor para acompañar de cerca al Señor, para contemplarle
y demostrarle un amor con propósitos de conversión, es hacerlo con la
Virgen de los Dolores.
Para hacer una buena fotografía se requiere un encuadre adecuado,
enfocar bien el campo visual, un punto de vista adecuado. Pues para
vivir la Semana Santa el mejor ángulo de encuadre es el corazón de la
Santísima Virgen, meternos en su corazón y desde allí acompañar a
Jesús.
Ella nos dice que hagamos lo que su Hijo nos diga. Es bueno que
pensemos qué es lo que Jesús nos dice con su Pasión, y al contemplar
lo mucho que Jesús nos quiere hasta morir crucificado por nuestra
salvación, nos vendrá a la cabeza, como decía san Josemaría Escrivá:
Jesús ha hecho esto por mí... yo, ¿qué hago por Jesús? Y de ahí salen
propósitos de correspondencia: puesto que la causa de la muerte de
Jesús son mis pecados, voy a vivir en gracia de Dios acudiendo al
sacramento de la confesión. Voy a acompañar a Jesús de la mejor
manera: que Él esté conmigo, y huyendo de las ocasiones de pecado,
acudiendo a la Virgen en las tentaciones, reaccionando con prontitud
como han hecho los santos: "¡Aparta Señor de mí lo que me aparte de
Ti!"
Como nos dice en el libro "Getsemaní" el prelado del Opus Dei, hemos
de mirar a Cristo para aprender de Él a tratar al Padre, meternos
entre los apóstoles en esas escenas: "Los llevó con Él, para que
participaran en su oración... Durante los tres años de caminar con Él
por Tierra Santa, sería constante la invitación del Maestro a los
discípulos para que rezaran. Ahora les pidió que se sumasen a su
recogimiento, a su preparación para el Sacrificio redentor de la
humanidad. Les remachaba así que la vida del cristiano, a todas horas
y especialmente en las circunstancias más extraordinarias, debe
discurrir por el cauce de una oración con Él y como la de Él", y "orar
con Cristo lleva necesariamente a asumir como propia la Voluntad del
Padre... los planes divinos". Meternos en Jesús significa que le
"dejaremos habitar en la inteligencia y en el corazón, confiriendo a
nuestras potencias la hondura del diálogo del Hijo de Dios con su
Padre".
"Contemplar" así es desligarnos de nuestra miseria y volar alto, en
esas alturas del amor de Dios. La oración es necesaria para no caer en
la tentación, para no abandonar a Jesús en las horas duras:
"abandonándole huyeron todos" (Mc 14, 50), en una desbandada que dura
siglos... Hoy Jesús sigue teniendo pocos amigos: para no fallarle,
para que Jesús no se quede más solo, para acompañarle... hay que estar
con Él cada día, incorporar a nuestro plan de vida estar unos minutos
con quien sabemos nos quiere tanto: la lectura del Evangelio, la
oración para meter la cabeza y el corazón en cada una de las escenas
de la Pasión del Señor, si puede ser meditación, que lleve a la
contemplación que es cerrar los ojos y representar a Cristo en el
momento a considerar según lo que nos presenta la liturgia cada uno de
estos días: hecho un guiñapo en la flagelación, caído en el suelo por
el camino de la Vía dolorosa, con la cruz a plomo... "Contemplar" ha
de ser dejarse mirar por Él, y mirarle nosotros con petición de
perdón... esta actitud ha hecho muchos santos y es el mejor sistema
para crecer en amor a Cristo, a través de su Humanidad Santísima. Va
muy bien beber en la sabiduría de las imágenes del crucificado, como
el pequeño crucifijo que podemos llevar encima, y al que acudir a
escondernos en sus heridas; o admirar el padecimiento de Jesús cuando
vamos a dejar un trabajo por cansancio, cuando somos perezosos; ver su
humillación cuando nos sentimos vanidosos; ver su generosidad cuando
nos vence el egoísmo, ver su entrega cuando luchamos poco.
Nos acercamos a Jesús con los protagonistas de la Pasión, por ejemplo
Verónica, esa mujer atrevida, que se abre paso para dar la cara por
Jesús; limpia su rostro y queda grabada su faz en el velo, como queda
impresa la imagen de Cristo en nuestra alma. Por eso, de ahí nacen
deseos de no empañar esa imagen con cosas malas, queremos limpiar el
rostro de Jesús... Son los actos de amor y de desagravio, jaculatorias
y petición de perdón ante nuestros retrasos e indelicadezas, desganas
y falta de sensibilidad. Son también nuestras contrariedades,
enfermedades, unidas a la cruz de Jesús; y las correcciones que nos
hacen, agradecer esa ayuda. Y siempre con María, ir de su mano, a
donde Ella nos lleve.
"Jesús se paseaba en el Templo... De nuevo los judíos trajeron
piedras para apedrearle". Así nos muestras, Jesús, que tu pasión
comenzó mucho antes del viernes. Las últimas semanas de tu vida
terrena las viviste rodeado de enemigos despiadados. Sabes lo que es
el sufrimiento moral: el miedo, la aprehensión, el ansia, la
inseguridad... ser incomprendido, mal juzgado... vivir en medio de
gentes que deforman nuestras intenciones profundas... no llegar a
hacerse comprender. Todo esto que es lote doloroso de tantos seres
humanos, lo has experimentado, Señor Jesús. ¿Cuáles eran entonces tus
reacciones interiores? Ayúdame, Señor, a contemplar lo que pasa en ti
mientras Tú vives los últimos días de tu vida. Pero no estás solo: "El
Padre está en mi y Yo en el Padre"... Incluso en medio de las
tormentas, seguramente estabas en posesión de una paz constante.
Incluso en la angustia podías apoyarte en el Padre. Te sabías amado,
acompañado, cuidado (Noel Quesson). "El Padre está en mí". Comunión.
Unidad profunda. Los Padres de la Iglesia se atreverán a decir: "Dios
se hizo hombre, para que el hombre llegara a ser Dios". Colocándonos
espiritualmente ante el Cristo crucificado, Salvador, Buen Pastor,
Amigo que da la vida por sus amigos, meditemos sobre ese momento de
gracia, perdón y salvación, hablándole desde nuestra más profunda
intimidad:
Pastor, que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve tus ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguir empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, Pastor, que por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.

Espera, pues, y escucha mis cuidados.
Pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?"
(cf. "Gratis datae").
Jesús sufrió viendo que se acercaba el momento de su ofrecimiento…
Pero lo que más te debía doler era la incomprensión de aquellos
hombres: les habías demostrado con obras que eras el Hijo de Dios, y
te iban a pagar con la cruz. ¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los
profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido
reunir a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las
alas, y no quisiste (Mt 23,37). Jesús, quiero acompañarte estos días
teniendo tus mismos sentimientos. Aquello del Apóstol: «tened en
vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el
suyo», exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto
al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor
cuando se ofrecía en sacrificio. Exige, además, que de alguna manera
adopten la condición de víctima, negándose a sí mismos según los
preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la
penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados. Si
unimos nuestras pequeñeces -las insignificantes y las grandes
contradicciones- a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima -¡la
única Víctima es Él!-, aumentará su valor, se harán un tesoro y,
entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo. -Y no habrá
así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos
quite la paz y la alegría (Forja, 785).
Jesús, que cuando sufra por algún motivo, físico o moral, me acuerde
de lo mucho que has sufrido por mí, y me dé cuenta de que también así,
sufriendo, me estoy pareciendo y uniendo a Ti. Son esas caricias de
Dios, que me trata como a su Hijo, y que me permite aportar mi pequeño
grano de arena a la Redención. Cada día puedo ofrecer esas
contradicciones en la Misa, junto al Pan y el Vino, de manera que se
unan al sacrificio de la Cruz (Pablo Cardona).

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