viernes, 2 de abril de 2010

Día 16º. JUEVES SEGUNDO (4 de Marzo): al final de la vida seremos juzgados en el amor a los demás, ahí está el examen final, el “peso” del amor de nuestro corazón

Jeremías dice: "¡Maldito el hombre que… se aparta del Señor! Él es
como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en
la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el
hombre que confía en el Señor y en Él tiene puesta su confianza! Él es
como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces
hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se
mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de
dar fruto". El corazón humano es complicado, pero "Yo, el Señor,
sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su
conducta, según el fruto de sus acciones", de su corazón generoso.
¿Qué es generosidad? Es dar limosna a un niño de la calle, invertir
tiempo en obras de caridad, pero también escuchar al amigo que quiere
abrir su corazón. En definitiva, salir de uno mismo, dejar de estar
"en-si-mismado" (metido en sí mismo) y pasar a estar "en-tu-siasmado"
(volcado hacia el tú de los demás, salir de uno mismo). No mirarse al
espejo, sino descubrir qué necesitan los demás.
La generosidad es la expresión del amor, eso que no puede comprarse en
ningún centro comercial, pero que es la esencia de la vida, lo que de
verdad ilumina el mundo. Quizá aparentemente "no sirve de nada", pero
cuando falta no queda nada que sirva. Es virtud de las almas grandes,
una apertura del corazón que sabe amar, donde no se busca más
gratificación que dar y ayudar. Eso, en sí mismo, satisface. "Mejor es
dar que recibir". Con su ejercicio, se ensancha el corazón pues el
egoísmo empequeñece, y el aumento de la capacidad de amor da más
juventud al alma.
Generosidad es juzgar con comprensión; sonreír y hacer la vida
agradable a los demás, aunque tengamos un mal día o esa persona nos
caiga antipática; adelantarse en los pequeños servicios, "que no se
nos caigan los anillos" al hacer algo que está "por debajo" de nuestra
condición, pues para quien es generoso no hay arriba ni abajo, todo es
ocasión de servir: hablando bien de todos, escuchando atentamente, con
el don de la oportunidad y visión positiva, con fe… y haciendo
favores. Qué bonito es oír a un compañero que nos dice: "gracias a ti
aprobé las matemáticas". Facilitar la amistad a quien le cuesta coger
confianza, y acercarse prudentemente. Sobre todo, cuando tratamos a
los demás viendo a Jesús en ellos, oyendo cómo el Señor nos dice "lo
que hacéis con estos lo hacéis conmigo".
La generosidad lleva así al mejor de los sacrificios, que es la
misericordia, participar con los sentimientos de la miseria ajena para
hacerla propia; y así la limosna es algo natural, como el amor a los
pobres. Muchas veces son los más necesitados los que poseen ese don de
la misericordia; cuando servimos experimentamos lo que decía Tagore:
"dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y ví que la vida
era servicio. Y al servir comprobé que el servicio era alegría".
Vivir no es transcurrir. La primera lectura de hoy nos pregunta por
eso: "¿Quién entenderá el corazón del hombre?".
Hace muchos años, a un hombre se le presentó la oportunidad de mejorar
su empleo, pero debía emigrar con su familia desde Nueva York hasta
Australia; y así lo hizo. Entre su numerosa familia tenía un apuesto
hijo que soñaba en convertirse en un gran actor. Mientras su sueño se
hacía realidad, trabajaba en los embarcaderos. Una noche, de regreso a
casa, fue atacado por un grupo de delincuentes, quienes además de
robarle, lo golpearon salvajemente, desfigurando su rostro y dejándolo
al borde de la muerte. Incluso la policía al encontrarlo lo llevó a la
morgue; sin embargo, al darse cuenta de que aún vivía, lo trasladó a
urgencias.
Al verle, una enfermera exclamó con horror: ¡Este joven no tiene
rostro! (me salto los detalles de la descripción, pueden verse en
Internet). Fue intervenido quirúrgicamente en numerosas ocasiones,
tiempo en que estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte. Su
recuperación fue lenta, aun y así producía asombro y hasta miedo y
rechazo... ya no era más aquel joven apuesto y soñador. Reintegrarse a
la vida social fue difícil; no lograba hacer amigos, no conseguía
trabajo, a excepción de ser atracción en un circo como "El hombre sin
rostro", pero aun ahí la gente no quería acercarse a él; sufría mucho,
hasta el grado de llegar a tener pensamientos suicidas.
Un día, en un templo, lloraba y suplicaba a Dios que tuviera compasión
de él; un sacerdote se impresionó tanto al verle y escuchar su relato
que le prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance para que
fuera restaurado su rostro, su dignidad y su vida. Consiguió que un
cirujano plástico le atendiera, sin coste alguno. Él empezó a ver la
vida con alegría, esperanza y amor; la cirugía y la reconstrucción
dental fueron todo un éxito; comenzó a participar en actividades de la
iglesia, fue bendecido con una maravillosa esposa e hijos, alcanzó el
éxito en la carrera que soñaba: ser un gran actor y productor de cine,
con reconocimiento mundial; y debido a su experiencia conserva un alto
grado de sensibilidad solidaria ante las necesidades de quienes
sufren... Este joven es Mel Gibson, que está haciendo grandes
películas (La Pasión, Braveheat, El hombre que hacía milagros…) y su
vida inspiró el filme "Un hombre sin rostro", que él mismo produjo
(Cfr. "Les dejo mi Paz"). En ella muestra cómo este hombre a su vez
ayuda a un chico que tiene serios problemas, y necesita un referente
para crecer por dentro; así, será ayuda para los demás.
Nuestro corazón puede desfigurarse por el pecado, pero la confesión es
la cirugía que nos devuelve la belleza, aunque haya pasado la cosa más
traicionera y difícil de curar; se cura todo si hemos puesto nuestro
corazón en Jesús.
Entonces estamos seguros, como dice el Salmo: "¡Feliz el hombre que no
sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los
pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se
complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche! Él es como
un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido
tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá
bien. No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva
el viento, porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el
camino de los malvados termina mal". Es el destino de los buenos y de
los malos. Los dos caminos, que Jesús nos cuenta con una parábola.
«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos
los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado
junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía
de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las
llagas.
Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al
seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el
Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y
a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: 'Padre Abraham, ten compasión
de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y
refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama'. Pero
Abraham le dijo: 'Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu
vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí
consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se
interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a
vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros'.
Replicó: 'Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi
padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no
vengan también ellos a este lugar de tormento'. Díjole Abraham:
'Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan'. Él dijo: 'No, padre
Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se
convertirán'. Le contestó: 'Si no oyen a Moisés y a los profetas,
tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite'».
Al rico lo hemos llamado Epulón y el pobre sí que sabemos el nombre,
se llamaba Lázaro. San Agustín decía: «Ved a uno y a otro, al que vive
en el placer y al que vive en el dolor: el rico vivía entre placeres y
el pobre entre dolores; el primero banqueteaba, el segundo sufría;
aquél era tratado con respeto por la familia que lo rodeaba, éste era
lamido por los perros; aquél se volvía más duro en sus banquetes, éste
ni con las migajas podía alimentarse. / Pasó el placer, pasó la
necesidad; pasaron los bienes del rico y los males del pobre; al rico
le vinieron males y al pobre bienes. Lo pasado pasó para siempre; lo
que vino después nunca disminuyó. El rico ardía en los infiernos; el
pobre se alegraba en el seno de Abrahán. Primeramente había deseado
el pobre una migaja de la mesa del rico; luego deseó el rico una gota
del dedo del pobre. La penuria de éste acabó en la saciedad; el placer
de aquél terminó en el dolor sin fin». Con el tiempo, las cosas se
ponen en su sitio… El rico de la parábola no está en el infierno, pues
tenía ciertos sentimientos de preocupación por los de su familia, y en
el infierno no hay amor. Se está purificando…
La Madre Teresa de Calcuta nos decía que hay que amar "hasta que nos
duela". A veces nos toca repartir caramelos entre nuestros hermanos o
amigos y nos quedamos con muy pocos, y nos duele dar, pero estamos
contentos. Es la alegría del dar. Vamos a hablar con la Virgen: ¿en
qué me puedo dar más?

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