lunes, 5 de abril de 2010

Día 25º. SÁBADO TERCERO: la misericordia divina se vuelca en nuestro corazón, cuando nos dejamos querer por Dios y llenar de su misericordia

Hoy también es el profeta Oseas el que nos invita a convertirnos a los
caminos de Dios, pero una conversión que esta vez vaya en serio, pues
el pueblo volvía una y otra vez a sus desvaríos. Una vez más se nos
dice en qué ha de consistir la conversión: no en ritos exteriores,
sino en la actitud interior de la misericordia, esa es la luz del
alma: «su amanecer es como la aurora y su sentencia surge como la
luz». Lo que Dios espera de nosotros es que le amemos. «Es amor lo que
quiero». Un amor que se transforme en misericordia, a imagen de Dios,
y que empape todos los actos de nuestras vidas. "¡Ea, volvamos al
Señor!... él nos curará… él nos vendará. En dos días nos sanará, el
tercero nos resucitará y viviremos delante de Él. Esforcémonos por
conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge
como la luz…" es la iluminación que Dios ha puesto en el corazón, y
que sigue diciendo que "quiero misericordia y no sacrificios,
conocimiento de Dios más que holocaustos".
El salmo 50, penitencial, es un canto del pecado y del perdón, del
"corazón nuevo" y del "Espíritu" de Dios infundido en el hombre
redimido. Vemos al señor oscuro, la región tenebrosa del pecado, pero
sobre todo vemos que si el hombre confiesa su pecado, Dios lo
purificar con su gracia. A través de la confesión de las culpas se
abre un horizonte de luz en el que Dios actúa. El Señor elimina el
pecado, y vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu
vivificante: infunde en el hombre un "corazón" nuevo y puro, es decir,
una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y
de un culto agradable a Dios. Orígenes habla de una terapia divina:
"Al igual que Dios predispuso los remedios para el cuerpo de las
hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también preparó para el
alma medicinas con las palabras infusas, esparciéndolas en las divinas
Escrituras... Dios otorgó también otra actividad médica de la que es
primer exponente el Salvador, quien dice de sí: "No tienen necesidad
de médico los sanos; sino los enfermos". Él es el médico por
excelencia capaz de curar toda debilidad, toda enfermedad". Dice así:
"Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra
mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado…
Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y
humillado Tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de
Jerusalén: entonces aceptaras los sacrificios rituales, ofrendas y
holocaustos". Lourdes, una madre que ya he citado más arriba, escribía
en el blog: "Alguien a quien queremos mucho dijo una vez "soñad y os
quedareis cortos". Es cierto, qué sabio consejo, en todos los sueños
que consiste en cumplir la voluntad de Dios siempre ha sido como un
breve anuncio para el bello largometraje que me tenian preparado desde
cielo.
Solo he encontrado un solo sueño que lo catalogo como "sueño
imposible" y es el de poder convercer al feo (Maligno) de que el Bueno
es muy Bueno y no entiendo por qué le tiene tanta manía a Él y a sus
asuntos.
Como en los tiempos que estamos las cosas están así porque Dios lo
permite, solo puedo hacerlo callar de una forma, y es yendo y llevando
gente a la confesión. Cuando penetra en el alma la gracia de la
confesión, hace palanca y ya los pecadores como yo solo nos tenemos
que enganchar en el otro extremo de la palanca para levantar el alma.
Mi gran pena es la siguiente. Este sacramento lo llamo el adormecido:
lo tratan de callar, de disimular y lo que me duele es que es callado
por quienes pueden realizarlo (evidentemente no todos los sacerdotes).
No se dan cuenta del poder que tienen, es un poder para ser
humildemente-soberbios.
Si por un momento pudieran entrar dentro de mis sentimientos y
vivieran mi incapacidad a la hora de hablar de Dios si no ha penetrado
la gracia de la confesión, se tomarían más en serio la difusión de
este sacramento (sacramento de Vida).
Mientras no ha penetrado la Gracia de Dios en el alma, cuando hablo a
mis amigas les tengo que hablar en otro idioma, pues no consigo nada,
pero una vez penetrada la Gracia de Dios comenzamos a soñar y nuestro
sueño es el de llevar nuestra alma a Dios PADRE, y como ya sabéis
"soñaréis y os quedareis cortos", al final terminamos llevando las
almas de nuestros maridos, la de nuestros hijos, la de las amigas de
nuestras amigas..."
El perdón divino "borra", "lava", "limpia" al pecador y llega incluso
a transformarlo en una nueva criatura de espíritu, lengua, labios,
corazón transfigurados. "Aunque nuestros pecados fueran negros como la
noche -afirmaba santa Faustina Kowalska-, la misericordia divina es
más fuerte que nuestra miseria. Sólo hace falta una cosa: que el
pecador abra al menos un poco la puerta de su corazón... el resto lo
hará Dios... Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia
termina".
"Jesús dijo a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los
demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno
fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de
esta manera:
-'¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres,
rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno
dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a
alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
-'¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!'.
Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el
que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado».
No basta la oración, sacrificios, la limosna, y no darnos cuenta de
que lo principal que se nos pide es algo interior: la misericordia, el
amor a los demás. Importa tener buen corazón, aunque hayan sido
grandes los fallos, como Dimas el buen ladrón, que sabe pedir perdón:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42), y con
una jaculatoria consigue el cielo, el Señor responde con un premio
"rápido": «En verdad te digo, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso»
(Lc 23,43). Jesús no tiene "memoria", no se acuerda de que hay
purgatorio… pienso que se lo adelantó por el sufrimiento en la cruz,
como un examen que se elimina con parciales. Estos días veremos otros
ejemplos: Magdalena, Zaqueo, Mateo…
El peligro del fariseísmo es estar en regla con Dios, sentirse seguro.
Y en cambio lo seguro es estar en manos de Dios, reconocer el pecado:
"Ten misericordia de mí que soy un pecador". Señor, ayúdame a saber
reconocer mis pecados, mis miserias. Devuelve el valor y el ánimo a
todos los desesperados. Que nadie dude de tu amor a pesar de todas las
apariencias contrarias. Jesús, revélate tal como eres, a todos
nosotros, pobres pecadores (Noel Quesson). Que sepa ir como el
publicano, y saludar Sagrarios. Muchos decían a santa Teresa que les
hubiese gustado vivir en los tiempos de Jesús. Ella les respondía que
no entendía bien por qué, pues poca o ninguna diferencia había entre
aquel Jesús y el Jesús que está en el Sagrario. Vamos a quedarnos con
esta alegría, de que Jesús esté ahí…
Dale gracias por haberse quedado. Pero dáselas con obras. Cada vez que
haces una genuflexión delante del Sagrario, que la hagas bien y
diciéndole por dentro: ¡te amo, Jesús; gracias! Que comulgues bien
preparado y muchas veces, siempre que te sea posible. Que le visites
todos los días...
Si cuando realizas un viaje en coche, en metro, en autobús, te fijaras
en la cantidad de iglesias que dejas por el camino, te darías cuenta
de que el Señor está en muchos sagrarios que te pasan desapercibidos.
Pero no hace falta irse de viaje. Tenemos al Señor muy cerca de
nosotros: en el oratorio del colegio, en la iglesia que podamos tener
al lado de casa...
Te recomiendo un propósito: cada vez que pases cerca de una iglesia
dile al Señor en el sagrario: ¡Jesús, sé que estás ahí!; o le puedes
rezar una comunión espiritual: Yo quisiera, Señor, recibiros, con
aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra
Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos. Continúa
hablándole a Dios con tus palabras (José Pedro Manglano).
Y no nos preocupemos si no hacemos todo bien, si no estamos "en
regla". Aunque no correspondamos bien, Dios se mueve a base de
"misericordia" ("jésed" que significa también "lealtad", "fidelidad",
"piedad" y "gracia"...): "Indica la dulzura de un lenguaje común, algo
así como esa atmósfera de entendimiento en el amor que tienen quienes
comparten unas mismas convicciones, unos mismos afectos, es decir: los
que están en comunión. Cuando el Señor dice: "yo quiero jésed y no
sacrificios", está refiriéndose a esa relación entrañable de
proximidad y amor. Los "sacrificios" son un modo de establecer un
pacto con Dios, un modo de negociar con él. Y eso es detestable para
quien quiere que exista una atmósfera de amor y comunión. Por eso la
"jésed" va unida a la "da-aht", que suele ser traducida por
"conocimiento" de Dios". El amor no entiende de "te doy para que me
des" (""Da-aht" alude a "estar despierto", "ser consciente, abrir los
ojos, darse cuenta". El sacrifico y el holocausto tienen una lógica
que puede volverse ciega y mezquina en su repetición: hago esto y Dios
hará aquello. Es necesario tener "da-ath"; es preciso estar
conscientes, darse cuenta de Quién es el que nos llama y con Quién
estamos tratando. No es una ley anónima, no es una energía sin nombre,
no es destino ciego: es el Dios vivo y verdadero y hay que saber Quién
es él y qué quiere para agradarle y vivir la "jésed" que él espera de
nosotros").
El amor es lo que marca las distancias, los conceptos de lo cercano y
lo lejano. "El fariseo se creía cercano y estaba muy lejos; el
publicano parecía distante pero su oración, que era apenas un susurro,
alcanzó los oídos del Altísimo. Hemos de pedir misericordia para
todos: para el publicano que somos y para el fariseo que duerme en
nosotros (Fray Nelson).
El Señor se conmueve y derrocha sus gracias ante un corazón humilde.
La ayuda de la Virgen Santísima es nuestra mejor garantía para ir
adelante en este punto. Cuando contemplamos su humilde ejemplo,
podemos acabar nuestra oración con esta petición: "Señor, quita la
soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme
yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad
sea la identificación contigo" (San Josemaría Escrivá).

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