lunes, 5 de abril de 2010

Día 34º. LUNES QUINTO (22 de Marzo): encuentro de la miseria humana con la misericordia divina

Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con una mujer
llamada Susana, muy bella y temerosa de Dios; sus padres eran justos y
habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico,
tenía un jardín contiguo a su casa, donde le gustaba pasear Susana, y
los judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de
todos. Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos corruptos
que acusaron injustamente a Susana para hacerla morir. "Ella,
llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía puesta su
confianza en Dios". Y la condenaron a muerte. Entonces Susana gritó
fuertemente: "Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo
conoces antes que suceda, Tú sabes que éstos han levantado contra mí
falso testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que
su maldad ha tramado contra mí." El Señor escuchó su voz y, cuando era
llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un jovencito llamado
Daniel, que se puso a gritar: "¡Yo estoy limpio de la sangre de esta
mujer!" Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: "¿Qué significa eso
que has dicho?" Él, de pie en medio de ellos, respondió: "¿Tan necios
sois, hijos de Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia
a una hija de Israel? ¡Volved al tribunal, porque es falso el
testimonio que éstos han levantado contra ella!" Todo el pueblo se
apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a Daniel: "Ven a
sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que Dios te
ha dado la dignidad de la ancianidad." Daniel les interrogó separados
y al preguntarles por ejemplo por un árbol se contradecían, uno decía
"una acacia" y el otro "una encina", pues antes se pilla al mentiroso
que al cojo. "Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes,
por su propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio y,
para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que ellos
habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día
se salvó una sangre inocente. Jilquías y su mujer dieron gracias a
Dios por su hija Susana, así como Joaquín su marido y todos sus
parientes, por el hecho de que nada indigno se había encontrado en
ella". Te ruego, Señor, por todos aquellos que HOY todavía ven
afectada su reputación por calumnias o por maledicencias. Ayúdame,
Señor, a conocerme, a vigilar mi conducta para que no caiga en
acusaciones, críticas o juicios maliciosos... ni siquiera sin
quererlo, por descuido... Susana acude a Dios, en el peligro. ¿Tengo
yo también ese reflejo? En vez de dejarme abrumar por mis
preocupaciones, debo aceptarlas a manos llenas, ofrecerlas
transformándolas en oración. «Tú que penetras los secretos...» Señor,
Tú sabes mis preocupaciones (Noel Quesson).
Susana refleja la naturaleza de la Iglesia: su hermosura, su
inocencia, y en el jardín: la desposada, esposa feliz y honrada por su
esposo, rico y poderoso, paseándose gozosa por el parque de su marido:
es Susana en el paraíso. "La Iglesia comenzó a vivir en el jardín al
punto que Jesús hubo padecido en el huerto" (san Ambrosio). ¡Cristo en
Cruz y la Iglesia en el jardín! Jesús rezó en un huerto y cerca de un
huerto murió y lo prometió al ladrón: "Hoy vas a estar conmigo en el
Paraíso" (Lc 23, 43). Ese huerto primero de gozo (Gn 2, 8) quedó
cerrado por la espada de fuego (Gn 3, 23-24). El hombre tuvo entonces
que cultivar el desierto de este mundo, con el sudor de su frente;
pero la tierra maldita es el campo en el que Caín dio muerte a su
hermano Abel, campo que luego se compró con el precio de la sangre que
cobró Judas. Pero el grano de trigo que cae en la tierra y muere da
mucho fruto. Hay un tesoro escondido, Cristo muere y resucita, y con
Él el desierto se ha tornado jardín. Susana se pasea en pleno mediodía
de la redención, Cristo es la luz esplendorosa y sol verdadero. En el
jardín fluye el agua del manantial abierto por la cruz. Dos doncellas,
la Fe y la Caridad (Cassel), preparan el baño de la salud, el "aceite
de la alegría" celeste, la vida divina que se derramó en el jardín al
romperse el frasco con la muerte de Jesús.
"Es, en verdad, un jardín cerrado, un bosque sagrado que oculta los
misterios de Cristo. La Iglesia dice, como la esposa del Cantar de los
Cantares: "Voy a bajar al jardín" (Ct 6,10). Y viene, y baja a "la
fuente del huerto, fuente de agua viva" (Ct 4,15), al agua de la
pasión de Cristo, al manantial de su sangre. Allí se lava en la
corriente de su amor, se sumerge en su muerte y vuelve a salir limpia
y resplandeciente de inmaculada belleza: Susana, el lirio que brilla
con la pureza de Cristo. Entonces, habiendo subido del baño de la
muerte de Cristo, se unge con el "aceite esparcido" (Ct 1,02), la
"fuerza del cielo" (Lc 24, 40), la vida divina del Amado. Y exclama:
"Venga mi amado al jardín" (Ct 5,1)".
El buen olor del Amado perfuma el jardín: "Estoy en mi jardín, hermana
mía, esposa mía" (Ct 5, 1). La Iglesia está ardiente de amor, y le
pide: "Grábame como un sello en tu corazón" (Ct 8, 6).
El maligno puede penetrar en el jardín (en el paraíso, la serpiente;
en Susana, los libertinos; en el huerto de los olivos, al traidor). La
Iglesia también ha de sufrir tentaciones, como Jesús. La Iglesia es
siempre joven, el pecado bajo la capa de engaño está próximo a la
muerte y envejecido. Busca ávidamente apoderarse de la vida, pero su
poder no puede nada contra la oración confiada de la Iglesia (Emiliana
Löhr).
Podemos decir con Susana, con Jesús, con todos los que son acusados
injustamente, con todos los que sufren, con los que se fían de Dios,
el salmo de hoy: "El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes
praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y
repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su
nombre". La vida es como una excursión, en la que Jesús nos acompaña,
aunque no lo vemos de compañero de viaje, es el amigo invisible.
"Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan". La oscuridad del jardín o
tentaciones no le quita la paz, ni el futuro pues Jesús, auténtico
filósofo, nos lleva más allá de la muerte, es el buen pastor que nos
guía hasta el paraíso, el jardín de la nueva aurora donde no hay ya
noche (Emiliana Löhr).
"Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la
cabeza con perfume, y mi copa rebosa". Es la Misa: allí estamos todos
unidos, con nuestro Amigo Jesús.
"Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y
habitaré en la casa del Señor por años sin término": nos prepara un
cielo muy grande.
Acaba de celebrarse la fiesta de los Tabernáculos. Alrededor del
Maestro la bulla de siempre, unos porque le quieren, otros porque no,
otros que miran... traen una mujer, la que querían matar ayer, por
pecadora. Jesús entonces les invita a examinar su corazón, y a lanzar
la primera piedra quien se vea libre de pecado. Algo sorprendente,
todos se van…
- "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿ninguno te ha condenado?
- Ninguno, Señor.
- "Yo tampoco te condeno; vete y no peques más". El examen de
conciencia es siempre una nueva oportunidad, cada noche al acostarnos,
cada vez que nos confesamos, llenos de alegría y de agradecimiento.
Esta es tu actitud ante nuestros pecados. Con delicadeza, no levantas
tu mirada hacia ella, porque sabes su vergüenza... Bajas los ojos al
suelo. Tú, Señor, eres el único que no la juzgas. Te compadeces de
ella. Tú miras el corazón de esta mujer, mucho más que "la ley".
Ellos insisten. Son ellos los que insisten. Querían que Tú la
condenaras, Jesús. No, Tú los remites a su propia conciencia: y te ves
obligado a decirles: -"El que de vosotros esté sin pecado... arrójele
la piedra el primero".. Miremos pues dentro de vosotros. Cuando me
siento tentado de juzgar duramente, es también conveniente que busque
en mí, para ver si yo mismo estoy "sin pecado". ¿Hay quizás en mí
pecados equivalentes o peores... o por lo menos, raíces de esas mismas
tendencias que condeno en los demás? Mis propias debilidades deberían
hacerme indulgente para con las debilidades de los demás.
-"Jesús quedó solo con la mujer. Se incorporó y le dijo: "Mujer,
¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?" Dijo ella "Nadie, Señor". Jesús
dijo: "Ni yo te condeno tampoco..."". Este es un diálogo todo belleza
y todo delicadeza (Noel Quesson).
Esta semana se llama de Pasión, hasta el Domingo de Ramos, es una
llamada a ver cómo vamos en el camino de estos 40 días, y qué más
podemos hacer. Vemos hoy que en Jesús la conversión va unida a la
comprensión, supone la valentía de profundizar dentro de la propia
alma, entrar al propio corazón.
El sentirse perdonado va muy ligado a la correspondencia de amor.
Quien se sabe amado y perdonado, devuelve amor por Amor: «Preguntaron
al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella donde el
Amado nos ha lavado nuestras culpas» (Ramon Llull). "Por esto, el
sentido de la conversión y de la penitencia propias de la Cuaresma es
ponernos cara a cara ante Dios, mirar a los ojos del Señor en la Cruz,
acudir a manifestarle personalmente nuestros pecados en el sacramento
de la Penitencia. Y como a la mujer del Evangelio, Jesús nos dirá:
«Tampoco yo te condeno... En adelante no peques más» (Jn 8,11). Dios
perdona, y esto conlleva por nuestra parte una exigencia, un
compromiso: ¡No peques más! (Jordi Pascual).
-"Mujer, ¿ninguno te ha condenado? –Ninguno, Señor.- Tampoco yo te
condeno. Anda y en adelante no peques más" (Juan 8, 10-11). "Podemos
imaginar la enorme alegría de aquella mujer pecadora, sus deseos de
comenzar de nuevo, su profundo amor a Cristo después de recibir Su
perdón. En el alma de esta mujer, manchada por el pecado y por su
pública vergüenza, se ha realizado un cambio tan profundo, que sólo
podemos entreverlo a la luz de la fe. Cada día, en todos los rincones
del mundo, Jesús a través de sus ministros los sacerdotes, sigue
diciendo: "Yo te absuelvo de tus pecados..." Es el mismo Cristo que
perdona. San Agustín afirma que el prodigio que obran estas palabras
supera a la misma creación del mundo. Por la absolución, el hombre se
une a Cristo redentor, que quiso cargar con nuestros pecados. Por esta
unión, el pecador participa de nuevo de esa fuente de gracia que mana
sin cesar del costado abierto de Jesús. En el momento de la absolución
intensificaremos el dolor de nuestros pecados, renovaremos el
propósito de enmienda, y escucharemos con atención las palabras del
sacerdote que nos conceden el perdón de Dios. Después de cada
confesión debemos dar gracias a Dios por la misericordia que ha tenido
con nosotros y concretaremos cómo poner en práctica los consejos
recibidos. Una manifestación de nuestra gratitud es procurar que
nuestros amigos acudan a esa fuente de gracias, acercarlos a Cristo,
¡difícilmente encontraremos una obra de caridad mayor! (Francisco
Fernández Carvajal).
"Dios perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza no perdona",
reza el dicho popular, por eso hay que procurar no hacer tonterías en
la bici o patines, en la carretera o imprudencias en las que pongamos
en peligro la vida, porque aunque el Señor lo puede arreglar y
llevarnos al cielo mejor vivir la vida que nos ha dado, y no dar penas
a nuestros padres, no morirse antes de tiempo, lo demás tiene arreglo
fácil: la confesión, pedir perdón, volver a empezar; la escena de hoy
podría titularse si fuera un cuadro: "Cómo condenan los Hombres. Cómo
perdona Dios". Alguno se pregunta seriamente: ¿Podrá Dios perdonarme a
mí? Incluso alguno desespera como Judas: "Yo no tengo perdón de Dios".
Jesús le lavó los pies al traidor por si se dejaba lavar el corazón,
como hizo Pedro. Hay dos clases de personas: unos que se saben
pecadores y otros que no se saben pecadores, pero todos pecamos. Pero
una cosa es el pecado, otra el pecador. Decía una madre: "La Iglesia
no es partidaria del pero está con el pecador humilde que se
arrepiente (es el hijo pródigo que vuelve a empezar, que vuelve a la
casa del padre). Es madre, pero firme educadora, a diferencia de las
madres débiles que no amonestan a sus hijos para ahorrarles la pena y
que luego lloran de remordimientos..."
Jesús es el nuevo Daniel (ese nombre significa «el Señor, mi juez»),
instrumento de la misericordia de Dios incluso para los pecadores. Con
viveza narra Juan el ambiente: acusadores, gente curiosa, la mujer
avergonzada, y Cristo que resuelve con elegancia la situación. El
examen de hoy puede también abarcar cómo tratamos a los demás en
nuestros juicios: ¿les juzgamos precipitadamente?, ¿escuchamos a las
personas antes de acusarles de algo?, ¿nos dejamos llevar de las
apariencias? Si antes de juzgar a nadie nos juzgáramos a nosotros
mismos («el que esté libre de pecado tire la primera piedra»)
seguramente seríamos un poco más benévolos en nuestros juicios
internos y en nuestras actitudes exteriores para con los demás.
¿Sabemos tener para con los que han fallado la misma delicadeza de
trato de Jesús para con la mujer pecadora, o estamos retratados más
bien en los intransigentes judíos que arrojaron a la mujer a los pies
de Jesús para condenarla?
"La figura central es Jesús y el juicio de Dios sobre nuestro pecado.
Si en la primera escena es el joven Daniel quien desenmascara a los
falsos acusadores, en el evangelio es Jesús el que va camino de la
muerte para asumir sobre sí mismo el juicio y la condena que la
humanidad merecía. El nuevo Daniel se deja juzgar y condenar él, en un
juicio totalmente injusto, para salvar a la humanidad. Por eso puede
perdonar ya anticipadamente a la mujer pecadora.
Ese Jesús que camina hacia su Pascua -muerte y resurrección- es el que
nos invita también a nosotros a seguirle, para que participemos de su
victoria contra el mal y el pecado, y nos acojamos a la sentencia de
misericordia que Él nos ha conseguido con su muerte.
Antes de comulgar cada vez se nos presenta a Cristo como «el que quita
el pecado del mundo». Con su cruz y su resurrección nos ha liberado de
todo pecado. Jesús, el perdonador. Es el que se nos da en cada
Eucaristía, como se nos dio de una vez para siempre en la cruz" (J.
Aldazábal). En la oración de hoy pedimos (con palabras de San León
Magno): «Señor, Dios nuestro, cuyo amor nos enriquece sin medida con
toda bendición: haz que, abandonando nuestra vida caduca, fruto del
pecado, nos preparemos como hombres nuevos, a tomar parte en la gloria
de tu Reino». Con la ayuda de la recepción de la Eucaristía: «Te
pedimos, Señor, que estos sacramentos que nos fortalecen, sean siempre
para nosotros fuente de perdón y, siguiendo las huellas de Cristo, nos
lleven a Ti, que eres nuestra vida» (Postcomunión).
Estos días vamos con una mochila llena de trastos, en el camino de la
cuaresma que es una peregrinación (éxodo, salir de mis cosas) como el
Camino de Santiago, hacia la Semana Santa, con Jesús. Sigo las pistas
de la Liturgia, como una ginkana, y voy tirando cosas viejas que me
pesan y descubro que son inútiles para andar, para el viaje de la
vida, y en cambio otras sí que me sirven, como las tiritas del perdón,
para los roces, o cosas por el estilo. También hay buenas compañías en
el camino, sobre todo Jesús, el compañero fiel que me acompaña… con su
libro preferido (Biblia) y el pan de los ángeles (Eucaristía), y el
abrazo que lo cura todo (Confesión).
Hemos ido leyendo curaciones como la del paralítico de la piscina
milagrosa… "De la cruz de Cristo ha brotado la fuente de agua y
sangre, y no uno sólo, sino todos los que se arrojen dentro salen
curados. Después del bautismo, esta piscina milagrosa es el sacramento
de la Reconciliación, y esta meditación desearía servir precisamente
como preparación a una buena confesión pascual. Dolor de los pecados
porque pensaba en ti. "¡Qué dolor de muelas! No puedo estudiar, ni
leer, ni jugar, y ni siquiera puedo dormir ", se quejaba
desconsoladamente. Alguna vez habrás tenido dolor fuerte de algo, ¡qué
pesadilla! Pues bien, el dolor de los pecados NO es así. Para
perdonarnos en la confesión Dios nos pide dolor, y este dolor consiste
en tres cosas: 1) reconocer que se ha pecado voluntariamente; 2)
desear no haberlo hecho; 3) querer no volver a hacerlo y, para ello,
poner los medios oportunos. Es bueno que fomentes y busques el dolor
de ¡os pecados. Cristo, como Hombre que era, padeció todos los
sufrimientos de su Pasión hace muchos siglos. Pero como Dios es
eterno, no tiene tiempo: no hay para Él un antes y un después. Todo
está presente ahora delante de Él. Es igual el año 580 que el 1990 o
el 3150.
Y hacia el año 30 y pico, cuando cargó con la cruz, y le atravesaron
sus manos y pies con clavos, etc., tenía presente en su cabeza divina
todo lo que yo -y cualquier otro hombre- hacemos ahora y en cualquier
otro momento de la historia. Por eso en la Cruz PENSABA EN TI, Y TU
ESTABAS PRESENTE EN LA PASIÓN. Dame, Señor, dolor de mis pecados.
Dolor de amor. Lo que yo hago te afecta. Tú pensabas en mí en tu
pasión. Y cada día, en cada misa, renuevas tu pasión. Y la renuevas
pensando en mí. Gracias, y auméntame el dolor de mis pecados. Continúa
hablándole a Dios con tus palabras (José Pedro Manglano).
Por cierto, que el dolor de remordimiento no es bueno, una vez
transformado en arrepentimiento hay que quitarlo. El dolor es como una
alarma, para avisar que hay un mal, una vez se cura el mal, ya está.
Si no se va, se quita con una aspirina… Porque Jesús es Príncipe de la
paz, nos dice "yo tengo pensamientos de paz". Lo que no da paz, no es
de Dios, y la penitencia que nos pide es que nos demos a los demás con
alegría: «Bienaventurados los misericordiosos». Señor, frecuentemente
he pedido y he recibido a la ligera tu misericordia, ¡sin darme cuenta
de a qué precio me la has procurado! A menudo he sido el siervo
perdonado que no sabe perdonar: ¡Kyrie eleison! ¡Señor, ten piedad!

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