domingo, 18 de abril de 2010

MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: por amor Jesús se nos entrega, y nos ofrece participar de este amor, que es la luz para iluminar la vida, y fuerza para caminar

Hechos (5,27-33): "En aquellos días el sumo sacerdote y los de su
partido –los saduceos- mandaron prender a los apóstoles y meterlos en
la cárcel común. Y así lo hicieron. Pero por la noche un ángel del
Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera,
diciéndoles: "Id al templo y explicad allí al pueblo este modo de
vida".
Al amanecer, ellos entraron en el templo y se pusieron a enseñar... El
comisario salió con los guardias y se los trajo de nuevo a la cárcel,
sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease".
Los apóstoles han sido detenidos ya una vez por su predicación. Su
detención es decretada de nuevo y no cabe esperar sino que esta vez la
condena será pesada. En los Hechos, cada detención de los apóstoles va
seguida inmediatamente de una liberación providencial: así, por
ejemplo, la de Pedro, la de Pablo y la que es objeto de la lectura de
este día. Esta liberación milagrosa se produce, ante todo, para dar
ánimos a los perseguidos y convencerles de que viven realmente los
tiempos mesiánicos caracterizados por la apertura de las prisiones
según las profecías (Maertens-Frisque).
-El que cree en Él, no es juzgado. El que no quiere creer, ya está
condenado. Es "la opción" radical: por... o contra... Jesús; creer...
no creer en... Jesús. Hay pues una responsabilidad del hombre. ¡Qué
misterio! Dios quiere salvar. Pero algunos "rehúsan" esta salvación y
se condenan a sí mismos.
-Cuando vino la luz al mundo, los hombres amaron más las tinieblas que
la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal aborrece la
luz... Pero el que obra según la verdad viene a la luz.
"Hacer el bien"... "Hacer el mal"... Suele ser de esta manera práctica
que se hace la división. Cualquiera que hace el bien aun si no conoce
a Cristo -está ya en una cierta comunión con Dios" (Noel Quesson).
Así pedimos en las oraciones de hoy: «Que el misterio pascual que
celebramos se actualice siempre en el amor» (oración). Damos gracias
al Señor: «Jesucristo, nos amaste y lavaste nuestros pecados con tu
sangre» (aleluya), y a la disposición del Padre: «Tanto amó Dios al
mundo que entregó a su Hijo único» (evangelio). Y queremos
corresponder: «Que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta
verdad que conocemos» (ofrendas). Con la confianza que nos muestran
los apóstoles, sin miedo, por la gracia del Espíritu Santo, como
recuerda San Juan Crisóstomo: «Muchas son las olas que nos ponen en
peligro y una gran tempestad nos amenaza; sin embargo, no tememos ser
sumergidos, porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el
mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas nada
podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La
muerte? Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. ¿El
destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación
de los bienes? Nada trajimos al mundo, de modo que nada podemos
llevarnos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y
de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo
deseos de vivir si no es para vuestro bien espiritual. Por eso os
hablo de lo que ahora sucede, exhortando vuestra caridad a la
confianza».
Salmo (34/33): «Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está
siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor, ensalcemos juntos
su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis
ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se
avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva
de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y
los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se
acoge a Él». Sintiéndonos amados y protegidos por Dios, vivamos con
fidelidad en su presencia, de tal forma que toda nuestra vida se
convierta en una continua alabanza de su santo Nombre. Él jamás
abandonará a los suyos, pues es nuestro Dios y Padre. Él sabe que
somos frágiles e inclinados a la maldad desde muy temprana edad; por
eso envió a nuestros corazones su Espíritu Santo, para que nos
fortalezca y desde nosotros dé testimonio de la Verdad, del Amor y de
la rectitud que se espera de quienes ya no se dejan guiar por los
propios caprichos y pasiones, sino por Aquel que habita en nuestros
corazones como en un templo (www.homiliacatolica.com).
Según san Agustín, «el que medita día y noche la Palabra del Señor, es
como si rumiase y encontrase deleite en el sabor de esa Palabra divina
dentro del que podría llamarse paladar del corazón».
Evangelio (Juan 3,31-36): "Continuando su conversación con Nicodemo,
Jesús le dijo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan
vida eterna.
Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que
el mundo se salve por Él.
Quien cree en el Hijo no será condenado; el que no cree, ya está
condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras son
malas..."
Como Tomás, a veces nos falta fe, pero el proyecto de Dios no es de
condenación, ni de juicio, sino de vida eterna y salvación. El juicio
se concreta en la adhesión a Cristo, la luz que vino al mundo, y en el
rechazo de la tiniebla, de las obras malas. La motivación y la
finalidad del don o del envío por Dios del Hijo único es el amor
(«tanto amó Dios al mundo»), «para que tengan vida eterna», «para que
el mundo se salve por Él». Aunque existe la triste posibilidad de
escoger las tinieblas, como comenta San Agustín: «Amaron las tinieblas
más que la luz... Muchos hay que aman sus pecados y muchos también que
los confiesan. Quien confiesa y se acusa de sus pecados hace las paces
con Dios. Dios reprueba tus pecados... Deshaz lo que hiciste para que
Dios salve lo que hizo. Es preciso que aborrezcas tu obra y que ames
en ti la obra de Dios. Cuando empiezas a desterrar lo que hiciste,
entonces empiezan tus obras buenas, porque repruebas las tuyas malas.
El principio de las obras buenas es la confesión de las malas.
Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es practicar la verdad? No
halagarte, ni acariciarte, ni adularte tú a ti mismo, ni decir que
eres justo, cuando eres inicuo. Así es como tú empiezas a practicar la
verdad, así es como vienes a la Luz».
La oscuridad nos inquieta. La luz, en cambio, nos da seguridad. En la
oscuridad no sabemos dónde estamos. En la luz podemos encontrar un
camino. En pocas líneas, el Evangelio nos presenta los dos grandes
misterios de nuestra historia. Por un lado, "tanto amó Dios al mundo".
Sin que lo mereciéramos, nos entregó lo más amado. Aún más, se entregó
a sí mismo para darnos la vida. Cristo vino al mundo para iluminar
nuestra existencia. Y en contraste, "vino la luz al mundo y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz". No acabamos de darnos
cuenta de lo que significa este amor de Dios, inmenso, gratuito,
desinteresado, un amor hasta el extremo.
El infinito amor de Dios se encuentra con el drama de nuestra libertad
que a veces elige el mal, la oscuridad, aun a pesar de desear
ardientemente estar en la luz. Pero precisamente, Cristo no ha venido
para condenar sino para salvarnos. Viene a ser luz en un mundo
entenebrecido por el pecado, quiere dar sentido a nuestro caminar.
Obrar en la verdad es la mejor manera de vivir en la luz. Y obrar en
la verdad es vivir en el amor. Dejarnos penetrar por el amor de Dios
"que entregó a su Hijo unigénito", y buscar corresponderle con nuestra
entrega.
San Pablo en su carta a los Romanos no sale del asombro en cuanto al
desmedido amor de Dios, pues dice: "Por un hombre bueno alguien
estaría dispuesto a dar su vida, pero Dios probó que nos ama, dando a
su Hijo por nosotros que somos malos". ¿Quién puede entender un amor
como este, un amor que no reclama sino que se goza en dar, y en dar
incluso lo que más ama? Esta es la locura del amor de Dios: amarnos a
nosotros, pobres pecadores. Pero si esto es asombroso lo es más el
hecho de que no sólo nos amó y se entregó por nosotros, sino que junto
con esto nos regaló el poder ser "hijos de Dios", nos dio la vida y la
Vida en Abundancia. Es triste que haya todavía quien no acepta este
regalo y que sigue creyendo en el Dios vengativo y castigador. Jesús
murió y resucitó para que no sigamos viviendo en el temor. Su
resurrección nos abrió las puertas a la alegría y al gozo, a la
confianza infinita en el amor y el perdón del Padre que nos ha amado,
nos ama y no dejará jamás de amarnos. Y lo mejor es que no puede hacer
otra cosa que amarnos de manera infinita. Te invito a hacerte
consciente del gran amor de Dios en tu vida (Ernesto María Caro).

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