viernes, 13 de noviembre de 2009

Viernes de la 23ª semana. La sinceridad de Pablo nos anima a mirar nuestro corazón y así poder guiar a los demás, desde la humildad.

Primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1,1-2.12-14. Pablo, apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios, nuestro salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza, a Timoteo, verdadero hijo en la fe. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.

 

Salmo 15,1-2a y 5.7-8.11. R. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.» El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano.

Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.

Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.

 

Santo Evangelio según san Lucas 6,39-42. En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: -« ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.»

 

Comentario: 1.- 1Tm 1,1-2.12-14. Durante ocho días (lo que queda de esta semana y toda la siguiente) leeremos la primera Carta de Pablo a su discípulo Timoteo, a quien dedica siempre palabras muy afectuosas. Timoteo había nacido en Listra de Licaonia (cf. Hch 16), de padre griego y madre judía. Fue uno de los compañeros más fieles de Pablo en sus viajes y luego nombrado responsable de la comunidad cristiana de Éfeso. Las dos cartas de Pablo a Timoteo y la dirigida a Tito (responsable de la comunidad de Creta) se llaman "cartas pastorales".

La primera página es un afectuoso saludo de Pablo a Timoteo, "verdadero hijo en la fe", a quien desea la gracia y la paz de Dios y de Cristo Jesús. Pero en seguida pasa a una especie de confesión general, llena de humildad y gratitud para con Dios, recordando su vocación para ser apóstol. Pablo agradece a Dios que le haya llamado a ser ministro en la comunidad, a pesar de su pasado nada recomendable.

Es interesante que Pablo, una autoridad en la Iglesia, reconozca humildemente los fallos de su "prehistoria" y que recuerde que había sido "blasfemo", "perseguidor" y "violento". Las vidas de santos suelen estar llenas de virtudes y milagros, y pocas veces se atreven sus autores a recordar sus sombras, como hace aquí Pablo de sí mismo. La humildad en la presencia de Dios nos hace a todos también más amables en la presencia del prójimo. Nos relativiza a nosotros mismos, nos hace recordar nuestros fallos, y así estamos más dispuestos a ser tolerantes con los de los demás. Aunque nosotros tal vez no hayamos sido "blasfemos, perseguidores y violentos", seguro que tenemos muchas cosas que agradecer a Dios, y podemos decir: "se fió de mí, me confió este ministerio, derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano". Tenemos que reconocer que "Dios tuvo compasión de mí". Si Él usó de misericordia para con nosotros, eso nos prepara para una actitud mucho más abierta y humilde para con los demás. Porque nos recuerda que no somos lo que somos por méritos propios, sino por la bondad de Dios. Las epístolas a Timoteo y a Tito, llamadas epístolas pastorales, tienen un carácter distinto al resto de las epístolas de san Pablo. Las preocupaciones y el estilo son diferentes. Un discípulo próximo a san Pablo pudo haber intervenido en la redacción. O bien Pablo mismo al final de su vida pudo encontrarse en una fase verdaderamente nueva de la evolución de las comunidades cristianas: en aquel tiempo, como hoy, ocurrían cambios rápidos. El caso es que Pablo insiste más sobre las estructuras jerárquicas y la refutación de los errores, para salvaguardar la unidad de la fe y su tradición auténtica a las generaciones futuras.

-A Timoteo, verdadero hijo mío en la fe, te deseo... De hecho era Pablo quien había convertido a Timoteo, pagano de Listra en Liconia, de padre griego y madre judía (Hch 16,1). Era Pablo también quien le había confiado un ministerio al imponerle las manos (1 Timoteo 4,14). Timoteo estaba con Pablo cuando escribió siete de sus cartas (1 Ts 1,1; 1 Ts 1,1; 2 Co 1,1; Rm 16,21; Flp 1,1; Col 1,1; Flm l). Y sobre todo Pablo confió misiones importantes a su discípulo preferido, al que llama aquí «su hijo en la fe» (1 Ts 3,2-6; 1 Co 4,17.). Nos agrada pensar que Pablo tuvo, también, amigos que le permanecieron fieles, cuando tantos otros le abandonaban (2 Tm 1,10-16).

-Te deseo... gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Pablo no deja de tener presente al Padre de Jesús. Todo deseo salido de sus labios o de su pluma ¡viene "de parte" de Dios! Doy gracias a aquel que me da la fuerza, a Cristo Jesús. Decididamente, a Pablo le acompañan siempre esos sentimientos: la alegría, el agradecimiento. ¡Si también fuese eso verdad para nosotros!

-Ya que me consideró digno de confianza al encargarme del ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pablo se acuerda de su propia conversión: viene de muy lejos... Era perseguidor, ferozmente opuesto al cristianismo. Ahora bien lo que emociona a Pablo no son los esfuerzos que pudo haber hecho para cambiar de rumbo, sino la «confianza que Dios le ha manifestado».

-Cristo me perdonó, porque obré por ignorancia, porque no tenía fe. Pablo propone como «buena nueva» su propia experiencia: ¡soy un pecador perdonado! ¡He experimentado la misericordia de Dios! Sé lo que el Amor de Dios es. Tratad de saberlo también vosotros. Y Pablo llegará a decir: soy un incrédulo que ha pasado a ser creyente. No tenía fe, estaba en la ignorancia. De ese modo, para nosotros también nuestras preguntas y nuestras dudas sobre la fe pueden llegar a ser una misteriosa comunión con los no-creyentes que nos ayude a encontrar las palabras oportunas para una verdadera comunicación.

-Pero la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y el amor en Cristo Jesús. Es una de las grandes y constantes afirmaciones de san Pablo: la primacía de la gracia, la gratuidad del don de Dios... la justificación por la fe y no por las obras... la salvación considerada como una obra de amor divino. Señor Jesús, ¡sé de veras el más fuerte en mi vida de cada día, en mis combates cotidianos! (Noel Quesson).

Tanto la carta a Tito como las dirigidas a Timoteo son llamadas «pastorales». Se hace difícil hallar un título mejor. Con él quiere indicarse que Pablo, en la segunda y definitiva cautividad (h. el año 67), se dirige no sólo a los jefes jerárquicos de Creta y Efeso, que son allí sus delegados personales y plenipotenciarios, sino también a las respectivas comunidades..., y por ellas a toda la Iglesia universal. Esto explica por qué Pablo, a pesar de ser tan bien conocido y amado por Timoteo, empieza presentando sus credenciales de apóstol (v 1). Esta presentación oficial no impide que Pablo demuestre a continuación su afecto paternal por Timoteo. Muchos y variados son los adjetivos afectuosos que Pablo dedica a Timoteo, fruto de su apostolado en Listra y de su fiel colaboración. No existen dos iguales: «mi hijo muy amado y cristiano fiel» (1 Cor 4,17), «a ningún otro tengo tan unido a mí» (Flp 2,20), "amado hijo" (2 Tim 1,2) Ahora le llama «hijo legítimo en la fe» (1 Tim 1,2). Es como una madre que siempre halla nuevas gracias en su hijo. El celibato de Pablo no esterilizó su corazón. Después de darles algunas directrices sobre la enseñanza de la fe (1,3-11), Pablo recuerda ante el discípulo (=hijo espiritual) la prehistoria de su propio apostolado. En ella aparecen las persecuciones, los insultos y las blasfemias de Pablo. Es lógico que en ella Pablo se confiese pecador..., pero lo más admirable es el tiempo en que el verbo está redactado, un presente: «Yo soy el primero (pecador)» (1,15). Pablo no se detiene aquí. No quiere darnos lecciones de humildad. Generosamente piensa en los que le seguirán a él y a Timoteo. No quiere que admiremos su comportamiento ni sus virtudes, sino la manifestación de la misericordia de Dios en él. (Ciertamente distinto de la hiperbólica y alienante descripción de méritos y milagros en tantas biografías de santos). La misericordia de Dios conmigo, nos dice Pablo, es una simple muestra de lo que hará también con vosotros: «Dios tuvo misericordia de mí, para que Cristo Jesús mostrase en mí el primero hasta dónde llega su paciencia, proponiendo un ejemplo típico a los que en el futuro creyesen en él para obtener la vida eterna» (16; E. Cortés).

Dios jamás nos abandonará. Él quiere, no sólo que todos los hombres se salven, sino que se conviertan en testigos suyos, sabiendo que quien en verdad ha experimentado el amor de Dios podrá convertirse en un fidedigno testigo que, con la fuerza del Espíritu Santo, podrá ayudar a los demás a ir por el mismo camino que ya han andado sus propios pies. Seamos, pues, portadores del amor de Dios, proclamando ante los demás lo misericordioso que ha sido el Señor para con cada uno de nosotros.

2. El salmo expresa sentimientos de alegría y confianza en Dios, como poniéndolos en labios de Pablo: "yo digo al Señor: Tú eres mi bien... tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré".

Juan Pablo II comenta: "Tenemos la oportunidad de meditar en un salmo de intensa fuerza espiritual, después de escucharlo y transformarlo en oración. A pesar de las dificultades del texto, que el original hebreo pone de manifiesto sobre todo en los primeros versículos, el salmo 15 es un cántico luminoso, con espíritu místico, como sugiere ya la profesión de fe puesta al inicio: "Mi Señor eres tú; no hay dicha para mí fuera de ti" (v. 2). Así pues, Dios es considerado como el único bien…

El salmo 15 desarrolla dos temas, expresados mediante tres símbolos. Ante todo, el símbolo de la "heredad", término que domina los versículos 5-6. En efecto, se habla de "lote de mi heredad, copa, suerte". Estas palabras se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel. Ahora bien, sabemos que la única tribu que no había recibido un lote de tierra era la de los levitas, porque el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara precisamente: "El señor es el lote de mi heredad. (...) Me encanta mi heredad" (Sal 15,5-6). Así pues, da la impresión de que es un sacerdote que proclama la alegría de estar totalmente consagrado al servicio de Dios. San Agustín comenta: "El salmista no dice: "Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me darás como heredad?", sino que dice: "Todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar".

El segundo tema es el de la comunión perfecta y continua con el Señor. El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte, para permanecer en la intimidad de Dios, la cual ya no es posible en la muerte (cf. Sal 6,6; 87,6). Con todo, sus expresiones no ponen ningún límite a esta preservación; más aún, pueden entenderse en la línea de una victoria sobre la muerte que asegura la intimidad eterna con Dios. Son dos los símbolos que usa el orante. Ante todo, se evoca el cuerpo: los exégetas nos dicen que en el original hebreo (cf. Sal 15,7-10) se habla de "riñones", símbolo de las pasiones y de la interioridad más profunda; de "diestra", signo de fuerza; de "corazón", sede de la conciencia; incluso, de "hígado", que expresa la emotividad; de "carne", que indica la existencia frágil del hombre; y, por último, de "soplo de vida". Por consiguiente, se trata de la representación de "todo el ser" de la persona, que no es absorbido y aniquilado en la corrupción del sepulcro (cf. v. 10), sino que se mantiene en la vida plena y feliz con Dios.

El segundo símbolo del salmo 15 es el del "camino": "Me enseñarás el sendero de la vida" (v. 11). Es el camino que lleva al "gozo pleno en la presencia" divina, a "la alegría perpetua a la derecha" del Señor. Estas palabras se adaptan perfectamente a una interpretación que ensancha la perspectiva a la esperanza de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna. En este punto, es fácil intuir por qué el Nuevo Testamento asumió el salmo 15 refiriéndolo a la resurrección de Cristo. San Pedro, en su discurso de Pentecostés, cita precisamente la segunda parte de este himno con una luminosa aplicación pascual y cristológica: "Dios resucitó a Jesús de Nazaret, librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio" (Hch 2,24). San Pablo, durante su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, se refiere al salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta perspectiva, también nosotros lo proclamamos: "No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien Dios resucitó -o sea, Jesucristo-, no experimentó la corrupción" (Hch 13,35-37)".

3.- Lc 6,39-42 (ver domingo 8, C: Lc 6, 39-45). Continúa "el sermón de la llanura", con recomendaciones varias, a modo de comparaciones: - un ciego no puede guiar a otro ciego: los dos caerán en el hoyo, - un discípulo no será más que su maestro, - no tenemos que fijarnos tanto en los defectos de los demás (una mota o brizna en el ojo ajeno), sino en los nuestros (una viga): si no, seríamos hipócritas. Son recomendaciones relacionadas con la ley del amor que ayer nos daba Jesús. El que se tiene por guía debe "ver" bien. El que quiere pasar de discípulo a maestro, lo mismo. Uno y otro, si lo único que ven son los defectos de los demás, y no los propios, mal irá la cosa. Lo de ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio era un dicho muy común entre los judíos.

Qué fácilmente vemos los defectos de nuestros hermanos, y qué capacidad tenemos de disimular los nuestros! Eso se llama ser hipócritas. Por eso se nos ocurre hacer de guías de otros, cuando los que necesitamos orientación somos nosotros. Y queremos hacer de maestros, cuando no hemos acabado de aprender. Y nos metemos a dar consejos y a corregir a otros, cuando no somos capaces de enfrentarnos sinceramente con nuestros propios fallos. Hagamos hoy un poco de examen de conciencia: ¿no tendemos a ignorar nuestros defectos, mientras que estamos siempre alerta para descubrir los ajenos? Cada vez que nos acordamos de los fallos de los demás -con un deseo inmediato de comentarlos con otros-, deberíamos razonar así: "y yo seguramente tengo fallos mayores y los demás no me los echan en cara continuamente, sino que disimulan: ¿por qué tengo tantas ganas de ser juez y fiscal de mis hermanos?". Eso se llama hipocresía, uno de los defectos que más criticó Jesús. Nos iría bien un espejo limpio donde mirarnos: este espejo es la Palabra de Dios, que nos va orientando día tras día. Para ejercitar una saludable autocrítica en nuestra vida (J. Aldazábal).

El evangelio de hoy nos invita a mirar el mundo y a los otros con la misma mirada de Jesús: una mirada de benevolencia. Los ojos son como un espejo en el que se refleja el mundo. "Si tú me dices: 'muéstrame a tu Dios', yo te diré a mi vez: 'muéstrame tú al hombre que hay en ti', y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven, y si oyen los oídos de tu corazón… ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones" (S. Teófilo de Antioquía). Hay personas para las que toda la realidad es triste y está sujeta a lamentaciones. Todo va mal; y los "sí, pero..." minan toda razón de esperar. El mundo, como por una especie de mimetismo, toma el color de nuestra mirada. Sed benévolos. Con los demás: son menos malos de lo que os imagináis. Amad en ellos la parte mejor de ellos mismos; en el peor de los incrédulos hay una chispa, aunque sea oculta, de ese fuego que Dios ha inscrito en el corazón de cada uno. Tenéis vocación de esperanza: esperad en el hombre. El cristiano, pase lo que pase, no puede encerrar al que siempre es su hermano dentro del calabozo de las sospechas o en la argolla de las condenaciones. Creed en el hombre y sed hombres consagrados a la misericordia. Y sed benévolos con vosotros mismos, mirándoos con menos severidad. Si tenéis algún sentimiento de antipatía ante tal o cual acto, que vuestra antipatía se cambie en humor: ¡tampoco vosotros habéis dicho aún la última palabra! Y sed benévolos con el mundo: no seáis eternos insatisfechos. Vivid, vivid bien, gozad de la vida. Dios fue el primero que se admiró de la obra salida de sus manos en los primeros días del universo. Ser benévolo ¿significa acaso encontrar excusas, o ser indiferente, o ser ingenuo? Eso sería olvidar que esa palabra -¡y las palabras tienen un sentido!- comprende dos términos: bien y querer. Ser benévolo significa también: descubríos como responsables, sed buenos, vigilantes, denunciad las ilusiones, los valores falsos, las dichas engañosas. La benevolencia es una responsabilidad y la asunción de un deber. Hace algunos años, un periódico francés centró su campaña de promoción en un "eslogan" extraordinario: "Los demás ven la vida en negro, nosotros vemos razones para esperar". Eso es la benevolencia cristiana: el amor tiene paciencia, lo excusa todo, lo perdona todo, porque toma como modelo la misericordia de Dios. Nuestra benevolencia no es "ver las cosas de color rosa"; es teologal. Nuestras razones para esperar se arraigan en el ser mismo de Dios, que tiene paciencia, y en su gracia, que no fallará jamás. Dios de paciencia infinita, / sé nuestro maestro: / enséñanos a amar como Tú solo puedes amar. / Danos un corazón misericordioso / y razones para esperar / que nuestro tiempo desembocará en la felicidad eterna (Dios cada día, Sal terrae).

Las comparaciones y sentencias de la presente perícopa se sitúan en un contexto en que se exige la superación de una actitud de juicio (de dominio) respecto de los otros. Ese contexto viene dado por los vínculos precedentes (6, 37-38) donde se condena todo juicio interhumano y se presenta el ideal de una existencia convertida en regalo hacia los otros. Sobre ese fondo se comprenden las tres pequeñas unidades que componen nuestro texto. La primera unidad, que en su origen parece un refrán de aquel tiempo, se refiere al ciego que pretende conducir a otro ciego en el camino. En el fondo de ese gesto se esconde la tendencia de dominio. Lo que parece amor (ayuda a un necesitado) se identifica con un rasgo de egoísmo: guiando al ciego me comporto como dueño de su destino y mi propia personalidad. El viejo refrán ha señalado ya la ridiculez de la pretensión del ciego: los dos terminarán cayendo dentro del hoyo.

También la segunda unidad (6, 40) nos transmite una sentencia conocida: el discípulo se mantiene en la línea del maestro. Pues bien, formulada en un contexto de revelación del amor cristiano, esta sentencia se nos manifiesta extraordinariamente rica. Jesús, el maestro verdadero, no ha querido arrogarse el derecho de guiar en el camino al ciego y dominarlo. No se ha permitido juzgar a los demás, sino que les ayuda; no ha intentado sacar provecho de ellos, les ofrece lo que tiene. Este ejemplo del maestro se debe convertir en norma de conducta para todos los creyentes. Nuestro texto lo presupone así, pero no han sentido la necesidad de ampliar o desarrollar esta idea, prefiriendo volver a un tipo de comparación más cercana, la del ojo (6, 41-42). En el fondo, el sentido de esta comparación se mantiene en el mismo plano que la del ciego. Por más ciegos que estén (aunque tengan una vida que nuble sus ojos) los hombres se encuentran siempre dispuestos a marcar el camino a los demás: son incapaces de ver su gran ceguera y, sin embargo, descubren el más mínimo rasgo de imperfección en el prójimo (mota en el ojo ajeno). La solución de Jesús remite a las sentencias sobre el juicio (6, 37-38): nunca podemos dominar a los demás ni condenarlos por aquello que a nosotros nos parezcan sus defectos. Resulta que ningún hombre es dueño de los otros; nadie tiene, por lo tanto, el derecho de imponer su criterio sobre los restantes hombres. Esta exigencia de Jesús resulta impresionantemente dura. Los imperios de este mundo se arrogan el derecho de dictaminar sobre lo bueno y lo malo de los hombres; los gobiernos ejercen su poder juzgando a los súbditos; los que tienen autoridad la imponen sobre aquéllos que se encuentran sometidos. Todos piensan que pueden dominar de alguna forma sobre aquéllos que se encuentran a su lado. Vivimos en un mundo dividido en dos mitades: los que mandan (o quieren mandar) y aquéllos que están obligados a obedecer o someterse. ¿Cómo romper esta cadena? ¿Cómo lograr una comunión interhumana en la que nadie juzgue ni domine a nadie? El único camino es el amor, tal como se precisa en la perícopa precedente (6, 27-36; comentarios, edic Marova).

En los dos pasajes de hoy y de mañana, encontraremos una serie de sentencias de Jesús bastante heteróclitas enlazadas unas a otras por palabra enlace -la "medida", el "ojo", el "árbol" la "boca", la "casa"-: esta repetición de palabras que se suscitan unas a otras es un procedimiento usado por las civilizaciones orales, que no tienen escritura, para memorizar algunas palabras. Tenemos con ello un buen testimonio del cuidado con el que las primeras generaciones cristianas conservaron, no en "libros" sino en su "memoria y en su corazón", las palabras de Jesús. ¿No podría yo también aprender de memoria ciertas sentencias de Jesús?

-¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo? Sed lúcidos, decía Jesús, a través de esa imagen concreta. No os dejéis arrastrar sin verificar antes dónde vais y a quién seguís. Hay falsos conductores, falsos profetas que engañan al pueblo... Tened los ojos muy abiertos.

-¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo, y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? (palabra enlace: el ciego, el ojo) Sed lúcidos, primero, para vosotros mismos, decía Jesús a través de esa otra imagen concreta. Vosotros que desconfiáis tanto de los falsos-conductores, de los falsos-profetas, que criticáis tan fácilmente a vuestros responsables, o a vuestros hermanos... mirad pues en el fondo de vuestra propia vida... ¡Abrid los ojos sobre vosotros mismos! Criticaos; sed vosotros objeto de vuestra propia crítica. Vosotros que percibís tan fácilmente los defectos de la Iglesia, de los sacerdotes, de los cristianos que no piensan como vosotros sobre ciertos puntos... Procurad también tener en cuenta vuestros propios defectos.

-¿Cómo te permites decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo...? ¡Te equivocas! Sácate primero la viga de tu ojo." El traductor, aquí, ha estado muy amable y ha suavizado el apóstrofe de Jesús. El texto griego auténtico es mucho más fuerte: "¡Hipócrita! sácate primero la viga de tu ojo". Y nosotros, ¿no tratamos también a veces de suavizar el evangelio? ¡No nos gustan las palabras fuertes! Sobre todo si nos van dirigidas. De nuevo hay que hacer notar, que no se trata sólo de los demás... Ciertamente es a mí a quien Jesús dice que soy hipócrita cuando critico a los demás. ¡Cuánto más agradable sería la vida a nuestro alrededor si fuéramos más exigentes con nosotros que con los demás; si nos aplicáramos todos los buenos consejos que prodigamos a los demás; si tuviéramos el mismo afán en mejorarnos a nosotros mismos, que el que tenemos en mejorar a los demás! ¿No habéis notado que, cuando algo va mal, siempre echamos la culpa a "los otros"?: si los gobiernos hicieran esto... si los sindicatos no hicieran tal cosa... si los patronos se portaran de ese modo... si los obreros fueran de esa otra manera... si los sacerdotes hicieran mejor su trabajo... si mi esposo, si mi esposa... si mis vecinos...

-Sácate primero la viga de tu ojo, entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano. La "revisión de vida" es un ejercicio espiritual eminentemente evangélico: se trata de reconsiderarse a sí mismo, de revisar, de repasar la propia vida y los propios compromisos. ¡Sería una horrenda caricatura de la revisión de vida si la transformáramos en una empresa de crítica de los demás! Señor, haznos lúcidos y clarividentes; así podremos intentar ayudar a nuestros hermanos a ver también más claro (Noel Quesson).

Sólo un ser humano libre y consciente es capaz de guiar a los demás. Pues, mientras la persona siga envuelta por ambiciones, egoísmos y violencias vivirá con la cabeza metida dentro de un agujero y no será capaz de ver. Jesús, precisamente, formó a sus discípulos en una actitud crítica, serena y responsable que les permitiera ver y amar la realidad. Mientras las personas no adquieran una mirada misericordiosa y sobria consigo mismos, con sus semejantes y con toda la realidad no estarán en condiciones de cambiar nada. Mucho menos de orientar a los demás hacia la luz y la verdad. Y Jesús era consciente de esta simple y terrible evidencia. Por esto, sus dos parábolas ponen en juego el símbolo de los ojos, para indicar cuál es la actitud de quienes aún no se han abierto a la acción de Dios y se ponen delante de la comunidad como jefes, maestros y guías. Hoy, el evangelio nos llama a hacer un balance de nuestras prácticas, actitudes y mentalidades. No sea que creyendo ser visionarios no atinemos a ver ni el precipicio que queda a un metro. Pues, ¿qué saca de provecho el hombre acumulando ciencia, dinero y posesiones si malogra su vida? ¿De qué le sirve un prestigio y un reconocimiento que no mejoran la vida personal ni la ajena? Mientras el ser humano no gane en conciencia, misericordia, amor y solidaridad... todas las demás ganancias sólo serán un estorbo ante los ojos que le impedirán ver la realidad, la vida misma (servicio bíblico latinoamericano).

Danos , Señor, la gracia de ser sinceros, de reconocer nuestras propias miserias y debilidades antes de descubrir la parte oscura de la vida de nuestros hermanos, y de rectificar nuestra conducta, conforme a la verdad, justicia y caridad. Amén.

Dios nos ha convocado en esta Eucaristía considerándonos dignos de confianza para ponernos a su servicio. A pesar de que pudiéramos haber estado en una fosa profunda y cenagosa, el Señor se ha inclinado hacia nosotros y nos ha tendido la mano, por medio de Jesús, su Hijo hecho uno de nosotros por obra del Espíritu Santo, en el Seno Virginal de María de Nazaret; asentó nuestros pies sobre roca firme y ha consolidado nuestros pasos para que, sin tropiezos, caminemos haciendo el bien a todos. Por eso, en esta reunión Eucarística le entonamos un cántico nuevo, que procede de la presencia del Espíritu en nosotros. No sólo venimos a alabarlo con los labios, sino que traemos nuestras obras; aquello bueno que, en su Nombre hemos hecho a favor de los demás, pues no somos siervos inútiles y mudos, sino que, elevados a la dignidad de hijos de Dios, nos hemos de esforzar día a día por dar a conocer su Nombre a todos, especialmente mediante nuestro testimonio de vida. Sabiendo, sin embargo, que somos frágiles, en esta Eucaristía nosotros mismos nos ponemos sobre el Altar como ofrenda, que el Señor mismo ha de santificar para que le sea grata no sólo en esta celebración, sino en toda nuestra existencia convertida en una ofrenda agradable a su Santo Nombre.

Es verdad que el Señor es nuestra herencia. Nosotros le pertenecemos y Él, por pura gracia y dignación suya hacia nosotros, nos pertenece. Esa nuestra herencia, que es el Señor, no es para que la guardemos egoístamente, sino para que la pongamos a la disposición de los demás. Jamás nos quedaremos con las manos vacías por hacer partícipes a todos de la salvación, del amor, de la misericordia que nosotros disfrutamos en Cristo. Por eso, estando nuestra vida en manos de Dios, esforcémonos por llevarlo a los demás, para que, conociéndolo lo amen; amándolo den testimonio de Él; y, dando testimonio de Él, se conviertan, junto con nosotros, en constructores del Reino de Dios ya desde este mundo. Así como Moisés respondía al joven Josué: ¡Ojalá y todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su Espíritu! cómo quisiéramos que esto se hiciera realidad. Entonces nuestro mundo sería más justo, más recto, más solidario de quienes viven con menos oportunidades en la vida. Sin embargo muchos han cerrado su corazón al Espíritu Santo, y lo han rechazado para evitar el verse comprometidos a fondo con la realización del bien a favor de todos. ¿No será acaso esto un pecado en contra del Espíritu Santo en nuestros días?

Roguémosle a nuestro Dios y Padre, por intercesión de María, nuestra Madre, que nos conceda docilidad a su Espíritu para que, siendo transformados por Él, seamos cada día más conforme a la imagen de su Hijo Jesús, y, en comunión de vida con Él, pasemos haciendo el bien a todos. Amén (www.homiliacatolica.com).

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