viernes, 13 de noviembre de 2009

Martes de la 22ª semana de Tiempo Ordinario: hemos de estar en vela para la llegada del Reino de Dios, pero está ya entre nosotros, en Jesús, la Luz, que se nos ofrece para caminar con Él

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11. En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados. Porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros para que, despiertos o dormidos, vivamos con él. Por eso, animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer, como ya lo hacéis.

 

Salmo 26,1.4.13-14. R. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

 

Santo evangelio según san Lucas 4,31-37. En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenla un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: -«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús le intimó: -«¡Cierra la boca y sal!» El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: -«¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

 

Comentario: 1.- 1Ts 5,1-6.9-11. Terminamos hoy nuestra lectura de la Carta de Pablo a los de Tesalónica. Y lo hacemos con un tema que se ve que preocupaba a aquella comunidad y en general a todas las de Grecia: la venida última de Cristo y la resurrección de los muertos. Cuando Pablo escribe esta Carta, todavía no han aparecido por escrito los evangelios, pero él ya anticipa la recomendación que Jesús hará varias veces referente al futuro: "el día del Señor llegará como un ladrón en la noche", o "como los dolores de parto a la que está encinta", y por eso no podemos vivir distraídos y en la oscuridad: "no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente". Estas palabras de Pablo no quieren producir en nosotros angustia: Dios nos tiene destinados, no al castigo, "sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo".

A todos nos hace bien pensar en el futuro. Como a un viajero no se le olvida el destino que está marcado en el billete. Como al estudiante no le resulta superfluo pensar en el fin del curso y sus evaluaciones. Pablo nos invita a vivir en vigilancia, con una cierta tensión, aprovechando el tiempo, como "hijos de la luz", sin dejarnos adormecer por las cosas del camino. Además, Pablo da un consejo fundamental para que la comunidad cristiana encare con esperanza su marcha hacia adelante: "animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer, como ya lo hacéis". Si cada uno está despierto y vive como "hijo de la luz", sin trampas ni enredos, y además los hermanos de la comunidad también se ayudan mutuamente con su ejemplo, seguro que el "día del Señor", sea el último de la historia como el nuestro particular como las gracias continuas que se suceden en nuestra vida, nos encontrarán preparados. Seguirá infundiéndonos respeto la muerte, pero dentro del miedo sentiremos también confianza. Lo que nos da esperanza es saber que "Dios nos ha destinado a obtener la salvación por medio de Jesús", para que "despiertos o dormidos, vivamos con él" (J. Aldazábal).

-En lo que se refiere al tiempo y al momento de la venida del Señor, no es necesario que os hable de retrasos o de fechas. Sabéis muy bien que el «día del Señor» vendrá como un ladrón en la noche. Jesús había dicho unas palabras semejantes (Lc 12,39) al rehusar contestar a la curiosidad humana que nos hace ávidos de detalles precisos. El «día del Señor» es imposible imaginarlo, no tenemos ninguna referencia concreta de ese fenómeno típicamente divino que es la resurrección... o de esa otra realidad típicamente divina que es la eternidad. En lo eterno no hay ni antes ni después; no hay tiempo ni horas ni fechas: es otro mundo. Simplemente hay que confiar y aceptar el riesgo del gran salto de la Fe en Dios.

-Cuando diga la gente: «¡Qué paz, qué tranquilidad! entonces, de repente, vendrá sobre ellos la catástrofe... La única cosa segura que sabemos es que el «Día del Señor» (1 Co 1, 8) es imprevisible y que hay que estar siempre «a punto». ¿Lo estoy en este momento? Estamos oyendo ya el evangelio, por el que Jesús nos advierte de la terrible anestesia de las conciencias, de la inconsciencia de los que se contentan con «comer y beber» tranquilamente (Mt 24,38), sin hacerse la pregunta capital: ¿a dónde voy? ¿qué pasará a mi muerte?

-Como los dolores de parto... Jesús utiliza también esa imagen (Mt 24,8). Y que es constante en toda la revelación (Is 21,3; Jr 30,6: Os 13,13; Mi 4,9; Rm 8,22). ¡Los dolores de parto! Esto nos evoca dos significaciones simbólicas: lo súbito... y el aspecto positivo. Porque son dolores que conducen a la vida y a la alegría (Jn 16,20-22).

-Y no escaparán. Incluso los inconscientes, los que no quieren plantearse la pregunta tendrán que planteársela.

-Pero vosotros, hermanos, como no vivís en las tinieblas ese «día» no os sorprenderá como un ladrón. ¡Que así sea, Señor! que no quede sorprendido, que no venga de improviso.

-En efecto, todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. ¡Hijos de la luz! El hombre es el que pertenece a la luz, el que tiene en sí una luz vital (Lc 16,8; Jn 12,36.) Son también palabras evangélicas.

-Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Muchas parábolas repetirán lo mismo (Lc 12,35-46; Mt 25). ¡Vigilantes! despiertos, en constante estado de alerta. ¡Sobrios! es decir, dueños de nosotros mismos y moderados en nuestros deseos para no dejarnos anestesiar.

-Porque Dios nos ha destinado para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros para que vivamos con El... Así confortaos los unos a los otros y trabajad vuestra mutua edificación. La perspectiva de la muerte es extremadamente positiva y toda nuestra vida la prepara y la está construyendo ya: ¡vivir con Jesús! Jamás pensaremos bastante en ello: el cielo ya ha comenzado (Noel Quesson). Junto a la vigilancia, hay una referencia al encuentro con el Señor cara a cara…  "Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.

—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna" (J. Escrivá, Forja 1).

Acerca de cuándo será el día del Señor, nadie puede decirnos que será en determinado momento. Muchos viven espantados, y espantando a los demás con falsas revelaciones, o con falsas interpretaciones de la Escritura acerca de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. Creámosle más al Señor que a los falsos profetas; creámosle más a lo que el Señor nos dejó revelado por Él mismo, que a las falsas revelaciones apocalípticas. Efectivamente el Señor nos manifiesta: Si alguno les dice entonces: Miren, el Mesías está aquí o allá, no lo crean. Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas y harán grandes señales y prodigios con el propósito de engañar, si fuera posible, incluso a los mismos elegidos. no vivamos en el temor, sino en el amor fiel, que nos hace caminar en la luz, y obrar siempre el bien; así, cuando llegue el momento, viviremos unidos eternamente al Señor, pues ya desde ahora lo hemos estado en la participación de su Espíritu y por nuestra colaboración en construir la Iglesia como el Templo en el que el Señor habita.

2. Como nos ha hecho decir el salmo: "espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida". Juan Pablo II comenta el salmo 26, "este díptico poético y espiritual (cf vv 1-6), que tiene como fondo el templo de Sión, sede del culto de Israel. En efecto, el salmista habla explícitamente de "casa del Señor", de "santuario" (v 4), de "refugio, morada, casa" (cf vv 5-6). Más aún, en el original hebreo, estos términos indican más precisamente el "tabernáculo" y la "tienda", es decir, el corazón mismo del templo, donde el Señor se revela con su presencia y su palabra. Se evoca también la "roca" de Sión (cf v 5), lugar de seguridad y refugio, y se alude a la celebración de los sacrificios de acción de gracias (cf v 6). Así pues, si la liturgia es el clima espiritual en el que se encuentra inmerso el salmo, el hilo conductor de la oración es la confianza en Dios, tanto en el día de la alegría como en el tiempo del miedo.

La primera parte del salmo que estamos meditando se encuentra marcada por una gran serenidad, fundada en la confianza en Dios en el día tenebroso del asalto de los malvados. Las imágenes usadas para describir a esos adversarios, los cuales constituyen el signo del mal que contamina la historia, son de dos tipos. Por un lado, parece que hay una imagen de caza feroz: los malvados son como fieras que avanzan para atrapar a su presa y desgarrar su carne, pero tropiezan y caen (cf v 2). Por otro, está el símbolo militar de un asalto, realizado por un ejército entero: es una batalla que se libra con gran ímpetu, sembrando terror y muerte (cf v 3). La vida del creyente con frecuencia se encuentra sometida a tensiones y contestaciones; a veces también a un rechazo e incluso a la persecución. El comportamiento del justo molesta, porque los prepotentes y los perversos lo sienten como un reproche. Lo reconocen claramente los malvados descritos en el libro de la Sabiduría: el justo "es un reproche de nuestros criterios; su sola presencia nos es insufrible; lleva una vida distinta de todos y sus caminos son extraños" (Sb 2,14-15).

El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que a menudo busca a toda costa el beneficio personal, el éxito exterior, la riqueza o el goce desenfrenado. Sin embargo, no está solo y su corazón conserva una sorprendente paz interior, porque, como dice la espléndida "antífona" inicial del salmo, "el Señor es mi luz y mi salvación (...); es la defensa de mi vida" (Sal 26,1). Continuamente repite: "¿A quién temeré? (...) ¿Quién me hará temblar? (...) Mi corazón no tiembla. (...) Me siento tranquilo" (vv 1-3). Casi nos parece estar escuchando la voz de san Pablo, el cual proclama: "Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rm 8,31). Pero la serenidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y comunitaria.

En efecto, el orante se encomienda a Dios, y su sueño se halla expresado también en otro salmo: "Habitar en la casa del Señor por años sin término" (cf Sal 22,6). Allí podrá "gozar de la dulzura del Señor" (Sal 26,4), contemplar y admirar el misterio divino, participar en la liturgia del sacrificio y elevar su alabanza al Dios liberador (cf v 6). El Señor crea en torno a sus fieles un horizonte de paz, que deja fuera el estrépito del mal. La comunión con Dios es manantial de serenidad, de alegría, de tranquilidad; es como entrar en un oasis de luz y amor.

Escuchemos ahora, para concluir nuestra reflexión, las palabras del monje Isaías, originario de Siria, que vivió en el desierto egipcio y murió en Gaza alrededor del año 491. En su Asceticon aplica este salmo a la oración durante la tentación: "Si vemos que los enemigos nos rodean con su astucia, es decir, con la acidia, sea debilitando nuestra alma con los placeres, sea haciendo que no reprimamos nuestra cólera contra el prójimo cuando no obra como debiera; si agravan nuestros ojos para que busquemos la concupiscencia; si quieren inducirnos a gustar los placeres de la gula; si hacen que la palabra del prójimo sea para nosotros como un veneno; si nos impulsan a devaluar la palabra de los demás; si nos inducen a establecer diferencias entre nuestros hermanos, diciendo: "Este es bueno; ese es malo"; por tanto, si todas estas cosas nos rodean, no nos desanimemos; al contrario, gritemos como David, con corazón firme, clamando: "Señor, defensa de mi vida" (Sal 26,1)".

Si en la primera parte se proclama la seguridad personal hallada en el Señor (vv 1-6), después de dirigir la mirada súplica pidiendo su intervención (vv 7-12) se vuelve a proclamar la confianza en Él, como recoge la liturgia de hoy, reafirmándose en la esperanza (vv 13-14). La confianza con que comienza el salmo "El señor es mi luz…" tiene una referencia en Jesús: "yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12; cf Jn 1,9), y Jesús resucitado da pleno sentido a la expresión "tierra de vivos" pues en el cielo está el santuario de Dios.

Dice San Juan de Nápoles: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo iluminaba. El veía la luz, no esta que muere al atardecer, sino aquella otra que no vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el pecado, no tropiezan en el mal.

Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras, se refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor, por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica, extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere.

El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en la sombra del pecado, cuando nace en él la luz, se espanta de sí mismo y sale de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en cuenta el sufrimiento. Por esto, debemos exclamar, plenamente convencidos, no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. El es, por tanto, nuestra fuerza, el que se da a nosotros, y nosotros a él. Acudid al médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis".

Sigue Juan Pablo II: "Como en la primera parte del salmo, el elemento decisivo es la confianza del orante en el Señor, que salva en la prueba y sostiene durante la tempestad. Es muy bella, al respecto, la invitación que el salmista se dirige a sí mismo al final: "Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor" (v 14; cf Sal 41,6.12 y 42,5). También en otros salmos era viva la certeza de que el Señor da fortaleza y esperanza: "El Señor guarda a sus leales y paga con creces [da su merecido] a los soberbios. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor" (Sal 30,24-25). Y ya el profeta Oseas exhorta así a Israel: "Observa el amor y el derecho, y espera en tu Dios siempre" (Os 12,7).

(…) llegamos al tercer símbolo -y último-, reiterado varias veces por el salmo: "Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro" (vv. 8-9). Por tanto, el rostro de Dios es la meta de la búsqueda espiritual del orante. Al final emerge una certeza indiscutible: la de poder "gozar de la dicha del Señor" (v. 13). En el lenguaje de los salmos, a menudo "buscar el rostro del Señor" es sinónimo de entrar en el templo para celebrar y experimentar la comunión con el Dios de Sión. Pero la expresión incluye también la exigencia mística de la intimidad divina mediante la oración. Por consiguiente, en la liturgia y en la oración personal se nos concede la gracia de intuir ese rostro, que nunca podremos ver directamente durante nuestra existencia terrena (cf Ex 33,20). Pero Cristo nos ha revelado, de una forma accesible, el rostro divino y ha prometido que en el encuentro definitivo de la eternidad -como nos recuerda san Juan- "lo veremos tal cual es" (1 Jn 3,2). Y san Pablo añade: "Entonces lo veremos cara a cara" (1 Co 13,12).

Comentando este salmo, Orígenes, el gran escritor cristiano del siglo III, escribe: "Si un hombre busca el rostro del Señor, verá sin velos la gloria del Señor y, hecho igual a los ángeles, verá siempre el rostro del Padre que está en los cielos". Y san Agustín, en su comentario a los salmos, continúa así la oración del salmista: "No he buscado de ti ningún premio que esté fuera de ti, sino tu rostro. "Tu rostro buscaré, Señor". Con perseverancia insistiré en esta búsqueda; en efecto, no buscaré algo de poco valor, sino tu rostro, Señor, para amarte gratuitamente, dado que no encuentro nada más valioso. (...) "No rechaces con ira a tu siervo", para que, al buscarte, no encuentre otra cosa. ¿Puede haber una tristeza más grande que esta para quien ama y busca la verdad de tu rostro?".

Quien confía en el Señor nada teme, pues el Señor estará siempre de su lado no sólo para librarlo de sus enemigos, sino también para conducir sus pasos por el camino del bien. Aun cuando a veces la vida se le complique, mientras no pierda su confianza en el Señor, debe sentirse seguro en manos del Señor. Por eso busquemos continuamente al Señor, no sólo para que nos proteja y nos salve, sino, especialmente, para escuchar su Palabra y ponerla en práctica; para entrar en comunión de vida con Él, y dejarlo habitar en nosotros, de tal forma que su Espíritu Santo nos conduzca y haga que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza del Nombre de Dios. El Señor, a pesar de nuestras ofensas, nacidas más de nuestra fragilidad que de nuestro rechazo a Él, siempre se manifestará bondadoso con nosotros. Por eso, armémonos de valor y fortaleza y confiemos constantemente en el Señor. Que esto no nos haga descuidados en el amor perseverante a Él; sino que, siempre vigilantes, no dejemos que el mal nos domine. Supliquemos, pues, al Señor que nos ayude para que nuestros pasos sean siempre rectos en su presencia.

3.- Lc 4,31-37 (ver paralelo Mc 1,21-28 en domingo 4, B). Rechazado en su pueblo, Nazaret, Jesús va a Cafarnaún. Habla "con autoridad" a la gente y despierta la admiración de todos. Allí hace el primer "signo": libera a un poseso de su mal. Predica y a la vez libera. La Buena Noticia es que ya está actuando en este mundo la fuerza salvadora de Dios. El mal empieza a ser vencido. Un exorcismo: la primera victoria de Jesús contra el maligno. El demonio lo expresa certeramente: "¿has venido a destruirnos?" Y protesta: naturalmente, el mal no quiere perder terreno. Los contemporáneos de Jesús unían lo fisico y lo espiritual. La causa del mal de una persona -corporal, anímico, espiritual- la atribuían normalmente a los espíritus malignos. Sea cual sea el origen de estos males, Jesús libera a toda la persona: a veces le cura de su enfermedad, otras de su posesión maligna, otras de su muerte, y sobre todo, de su pecado. Hay una visión integral de la persona: de sus males y de su salvación.

El Señor Resucitado quiere seguir liberándonos a nosotros de nuestros males. ¿Cuáles son nuestros "demonios" particulares? ¿cuáles nuestras esclavitudes: envidias, miedo, depresiones, egoísmo, materialismo? Jesús está siempre dispuesto a curarnos.  Cuando se nos dice, al invitarnos a comulgar en la misa, que él es "el que quita el pecado del mundo", entendemos que nos quiere totalmente libres, en el sentido más pleno de la palabra. Pero también quiere que colaboremos con él en la curación de los demás. La fuerza curativa de Jesús pasó a su comunidad: por eso Pedro y Juan curaron al paralítico del Templo "en nombre de Jesús". La Iglesia, sobre todo por sus sacramentos, pero también por su acogida humana, por su palabra de esperanza, por su anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios, debería estar curando males y "posesiones" de todos. Repartiendo esperanza. Liberando de esclavitudes. Venciendo al mal (J. Aldazábal).

-Jesús enseñaba... Estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. Estamos pues en los primeros días de la predicación pública de Jesús. Todos los evangelistas han subrayado la autoridad extraordinaria, el prestigio que emanaba de su persona y de su palabra. El ambiente judío de aquel tiempo estaba marcado por una gran influencia de las "escuelas", de los grupos de escribas o letrados, que se dedicaban a comentar la Escritura a fuerza de referencias bíblicas. Ahora bien, Jesús expone unos comentarios nuevos que no se refieren a ninguna escuela de pensamiento: del fondo de sí mismo surge un pensamiento magistral revestido de autoridad... y que, más que apoyarse en tradiciones de escuela, apela directamente a la conciencia de sus interlocutores. Jesús, yo quisiera también dejarme fascinar por tu palabra soberana, llegar a ser un mejor oídor tuyo y tu discípulo.

-En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: ¿Qué tienes Tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos?" Un hombre "poseído por un demonio"... Un hombre "no libre"... Un hombre "alienado"... ¡El demonio es siempre hoy el que gravita sobre la libertad del hombre, para encadenarlo, para "poseerlo"! ¿Cuáles son mis alienaciones? ¿Qué es lo que me encadena? ¿Cuál es el mal que pesa sobre mi libertad? Costumbres o hábitos, pecados, aficiones...

-"Sé muy bien quién eres: el "Santo", el "Santo de Dios." El imperio del mal será destruido: la santidad misma de Dios, la infinita perfección del amor, entra en liza en el campo de batalla. La pureza de Jesús vencerá nuestras impurezas. El amor de Jesús derribará nuestros egoísmos. La maravillosa relación filial de Jesús al Padre nos enseñará a rezar. La valentía de Jesús arrastrará nuestras bajezas y nuestras inercias o negligencias. ¡Jesús, el santo! ¡Intercede siempre, sálvanos, libéranos!

-Jesús le intimó: "¡Cállate la boca y sal de ese hombre!" El demonio tiró al hombre por tierra en medio de los asistentes y salió de él sin hacerle ningún daño. Tal es el primer milagro relatado por los sinópticos. Una liberación. Un hombre "encadenado" que es libertado de la malévola influencia que pesaba sobre él. Un hombre que vuelve a ser normal, que vuelve a ser un hombre. "Sin hacerle ningún daño"... La fuerza malévola es verdaderamente dominada. El demonio ha encontrado a otro más fuerte que él. Tal es Jesús. Desde el primer día. Un Salvador.

-Todos quedaron estupefactos y se decían unos a otros: "¿Qué tendrá esa palabra, que manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos?" En cuanto Jesús habla a las multitudes o a los demonios, es la autoridad y el poder de "su palabra" lo que choca. En el pueblo de Nazaret, resulta ser un reguero de pólvora. Se está asustado. Se le mira de modo distinto. ¿Quién es, pues? Se creía conocerlo, pero se estaba equivocado respecto a El. No obstante durante treinta años, se le ha visto vivir. Se era su cliente, su vecino, su amigo, su primo. Así sucede a menudo: nos vemos obligados a abandonar un primer punto de vista que habíamos formado sobre alguien... para descubrir otro aspecto de su personalidad profunda. Señor, haznos disponibles.

-Y su fama se extendía por toda la región. Hoy también Jesús "está de moda". La opinión pública le es favorable. Pero, ¿sabremos ir más allá de las publicidades superficiales para descubrirle, a Él, en el secreto de su Persona viviente? (Noel Quesson).

La Palabra de hoy es una "guía de buscadores" y buscan los que saben que carecen. Dicen los entendidos que no buscaríamos a Dios si El no nos hubiese encontrado primero. Yo quiero compartir con los "buscadores" de Internet el "regalo de la sed". Para el sediento sólo hay una obsesión: beber. Y cuando la "sed de Dios" atenaza con fuerza el corazón humano, toda la existencia se torna en búsqueda ardiente y apasionada. No vale lo que ya se sabía ni lo que se sabe aún. La persona entera se convierte en ansia enardecida, en sed abrasadora de encuentro. ¿Es ésta la "noche" de la que hablan los místicos? No lo sé y, por la parte que me toca, no me atrevo a incluirme entre los que han escalado las cumbres de la contemplación y "saben" de Dios con el realismo de la experiencia. Yo sólo sé que, cuando miro el horizonte, cuando contemplo lo que me rodea, cuando adivino un amor más grande en la entrega de una madre, en la inmolación personal de un misionero, en la abnegación de quien, sin aspavientos y en silencio da la vida por otro... cuando una luz diferente asoma a los ojos transparentes de un niño o se deja adivinar en la serenidad reposada y madura de un anciano, todo mi ser se lanza hacia ese "algo más" que desvelan o que velan estas realidades y una sed abrasadora me tortura y, al mismo tiempo, me calienta el corazón. En esos momentos, creo tener la certeza de haber nacido sólo para un encuentro que no sabrá de fin, para un encuentro donde todo será pleno, para un encuentro en el que no cabrán de angustias ni temores... Y el silencio del corazón grita llamando a un Dios que se revela y que se vela, al que conocemos en penumbra hasta que llegue el día de verlo cara a cara.

Es tan fuerte la sed que muchas veces nos preguntamos anheladamente "dónde" insinuándose la tentación de "probar" donde nos aseguran que hay respuestas inmediatas. Por eso la Palabra de hoy es "guía de buscadores sedientos": sólo el Espíritu, que habita en nuestro interior nos conducirá hacia lo que buscamos. ¡Qué bien lo entendió San Agustín, sediento donde los haya! "Mi alma es como tierra reseca frente a ti, porque así como no puede iluminarse con su propia luz, tampoco puede saciarse de sus propios recursos".

Abrir el corazón, tender las manos, esperar la respuesta que nos llegará, sin duda, como a los contemporáneos de Jesús, dejándonos asombrados porque, como a ellos, irrumpirá sencillamente, en las cosas cotidianas que, cuando menos lo esperemos, nos deslumbrarán con su luz.

Os deseo vivamente el regalo de la sed. Y os dejo con una estrofilla de Luis Rosales: "De noche iremos, de noche,  /que, para encontrar la fuente, / sólo la sed nos alumbra" (Olga Elisa Molina).

¿Qué tendrá su Palabra? Él es la Palabra que se hizo hombre y habitó entre nosotros; y nosotros hemos visto su Gloria, la que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de Gracia y de Verdad. En Cristo, Dios se ha hecho presente entre nosotros con rostro humano. Él ha salido al encuentro del hombre para liberarlo de la esclavitud del pecado. Los exorcismos realizados por Jesús, preanuncian que, cuando Él dé su vida por toda la humanidad, ésta se verá liberada de aquel que la retenía cautiva, pues la serpiente antigua o Satanás será vencido y expulsado de este mundo. Sin embargo, vencido el enemigo, quien rechazando la victoria de Cristo continúe aceptando al maligno y continúe siendo esclavo de sus inmundicias, injusticias y signos de muerte, será responsable de su propia perdición por haber rechazado la oportunidad que Dios nos da en Jesucristo, como Salvador nuestro, en este año de Gracia para todos. Para alcanzar la salvación no basta confesar a Jesús con los labios como el Santo de Dios; es necesario hacer nuestra la salvación que nos ofrece; es necesario entrar en comunión de vida con Él; es necesario dejarse guiar por su Espíritu en nosotros, de tal forma que seamos y manifestemos que somos criaturas nuevas en Cristo.

En esta Eucaristía el Señor pronuncia sobre nosotros su Palabra, con toda su fuerza salvadora. Él es el Evangelio viviente del Padre. La liberación de aquel hombre, que estaba poseído por un espíritu inmundo, debe ser la constante liberación del mal de quienes hemos de ser, día a día, un signo más claro del Señor en el mundo. La participación en el Memorial de la Pascua de Cristo nos ha de hacer entrar en una constante conversión que nos lleve a pedirle al Señor, no sólo con los labios, sino con la sinceridad que brote del corazón lleno de amor: No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del malo. Entrando en comunión de vida con el Señor, que nos trae la paz, hemos de convertirnos, en Él, en portadores de su salvación, de su obra liberadora. La presencia del Espíritu Santo en nosotros debe hacernos actuar con Palabras y Obras poderosas venidas de Él, y realizadas con tal fidelidad al Señor, que nosotros mismos continuemos en la historia la encarnación del Evangelio que Dios quiere seguir pronunciando, a favor de todos los hombres, para liberarlos de sus esclavitudes al mal. En la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae el Papa Juan Pablo II nos recuerda: El Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, que exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en la historia. Y esto, ciertamente, lo hacemos realidad quienes, siendo conscientes de que vivimos unidos a Él como lo están los miembros a la Cabeza, y nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, manifestamos esas actitudes del amor salvador de Cristo en nuestra vida diaria, en nuestro trato con los demás, en nuestra preocupación por su bien, por su salvación, por su liberación del mal. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda vivir con lealtad la fe que hemos depositado en Cristo. Que a partir de esa fe seamos portadores de la salvación para todos aquellos con quienes entremos en contacto en nuestra vida diaria; de tal forma que, siendo un signo del amor de Dios para todos, colaboremos para que todos alcancemos la plenitud del amor de Cristo, libres de todo aquello que pudiera oscurecer en nosotros su presencia salvadora. Amén  (homiliacatolica.com)

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