domingo, 15 de noviembre de 2009

Jueves la 27ª semana de Tiempo Ordinario. El camino de los malvados parece que lleva a la felicidad, pero es efímera, y el de los piadosos parece que sea cuesta arriba, pero es la bienaventuranza… hay un paralelismo entre la oración: pedir, buscar, l

 

 

 

Profecía de Malaquías 3,13-20a. «Vuestros discursos son arrogantes contra mí -oráculo del Señor-. Vosotros objetáis: "¿Cómo es que hablamos arrogantemente?" Porque decís: "No vale la pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?; ¿para qué andamos enlutados en presencia del Señor de los ejércitos? Al contrario: nos parecen dichosos los malvados; a los impíos les va bien; tientan a Dios, y quedan impunes." Entonces los hombres religiosos hablaron entre sí: "El Señor atendió y los escuchó." Ante él se escribía un libro de memorias a favor de los hombres religiosos que honran su nombre. Me pertenecen -dice el Señor de los ejércitos- como bien propio, el dia que yo preparo. Me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que lo sirve. Entonces veréis la diferencia entre justos e impíos, entre los que sirven a Dios y los que no lo sirven. Porque mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el dia que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos-, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.»

 

Salmo 1,1-2.3.4 y 6. R. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.

Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.

 

Evangelio según san Lucas 11,5-13. En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos: -«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle." Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos." Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿0 si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿0 si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»

 

Comentario: 1. Ml 3,13-20. Hoy leemos una página de otro profeta menor, Malaquías. No su anuncio más famoso de la Eucaristía (cuando prometía que "desde el levante hasta el poniente se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura": Ml 1,11), sino unas palabras que hacen referencia a la gran pregunta del bien y del mal. Como en Job, aquí resuena la duda: "no vale la pena servir al Señor, ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?". Los justos no parecen recibir ningún premio, mientras que los malos prosperan. ¿Vale la pena ser buenos? Seguramente se sitúa este escrito en el tiempo después de la vuelta del destierro, cuando ya han reconstruido el templo, pero las cosas no parece que mejoren mucho, y cunde el desánimo. La respuesta de Malaquías es apelar al gran día del juicio, "ardiente como un horno", en que se decidirá el destino de los buenos y los malos: "los malvados los quemaré y no quedará de ellos ni rama ni raíz", mientras que a "los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas". Es la pregunta de Job y la de Jeremías y la de tantos y tantos, de entonces y de ahora, que no entienden el silencio de Dios y quisieran que la cizaña fuera ya separada del trigo y que un rayo fulminara a los pueblos de Samaria que no reciben a Jesús... no podemos juzgar las personas, pero dentro notamos lo bueno y lo malo, y "la bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor: 'El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje "instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad...Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro...La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa) ha llegado a ser considerada como un bien en sí misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración' (Newman)" (Catecismo, 1723).

Y qué duda cabe, que en nuestro tiempo junto al trigo hay cizaña, abundancia de cizaña… el amor de Dios es ignorado por muchos, como recordaba S. Josemaría, se oponen al reinado de Cristo… "¿Por qué, entonces, tantos lo ignoran? ¿Por qué se oye aún esa protesta cruel: nolumus hunc regnare super nos, no queremos que éste reine sobre nosotros? En la tierra hay millones de hombres que se encaran así con Jesucristo o, mejor dicho, con la sombra de Jesucristo, porque a Cristo no lo conocen, ni han visto la belleza de su rostro, ni saben la maravilla de su doctrina.     

Ante ese triste espectáculo, me siento inclinado a desagraviar al Señor. Al escuchar ese clamor que no cesa y que, más que de voces, está hecho de obras poco nobles, experimento la necesidad de gritar alto: oportet illum regnare!, conviene que El reine.

Muchos no soportan que Cristo reine; se oponen a El de mil formas: en los diseños generales del mundo y de la convivencia humana; en las costumbres, en la ciencia, en el arte. ¡Hasta en la misma vida de la Iglesia! 'Yo no hablo -escribe S. Agustín- de los malvados que blasfeman de Cristo. Son raros, en efecto, los que lo blasfeman con la lengua, pero son muchos los que lo blasfeman con la propia conducta'.

Oposición a Cristo: A algunos les molesta incluso la expresión Cristo Rey: por una superficial cuestión de palabras, como si el reinado de Cristo pudiese confundirse con fórmulas políticas; o porque, la confesión de la realeza del Señor, les llevaría a admitir una ley. Y no toleran la ley, ni siquiera la del precepto entrañable de la caridad, porque no desean acercarse al amor de Dios: ambicionan sólo servir al propio egoísmo".

Pero Dios tiene paciencia. Jesús enseña a no precipitarse y a no adelantar el juicio, sino a dar tiempo a la libertad y a la conversión. Eso sí: en el horizonte -pronto o tarde, no lo sabemos- Dios anuncia que se celebrará el juicio justo, y "entonces veréis la diferencia entre justos e impíos".

Malaquías nos asegura que Dios lleva cuenta de nuestras buenas obras: "ante él se escribía un libro de memorias a favor de los que honran su nombre". A pesar de que parece estar callado, se da cuenta de todo: "me pertenecen... me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que le sirve". Y no se dejará ganar en generosidad. Jesús dijo que recibiríamos el ciento por uno.

El libro de Malaquías cierra el rollo de los Doce Profetas Menores. Si el nombre corresponde a un profeta concreto, nada sabemos de su vida; pero la mayor parte de los comentaristas piensan que es una colección de oráculos anónimos, por las razones siguientes: -La palabra "mal'ak"" (ykalm) del encabezamiento del libro, que nuestras biblias transcriben por Malaquías (mensajero del Señor) parece tomada de 3,1 y es un nombre común con sufijo que significa "mi mensajero"; -Malaquías, como nombre propio es desconocido en el A.T.; -El testimonio de la versión de los LXX, del Talmud y del Targum de Jonatán lo interpretan también como nombre común; -El título de esta profecía: "Oráculo, palabra de Yahweh" es el mismo con que empiezan las dos secciones de que consta la segunda parte de Zacarías (9,1 y 12,1). Algunos piensan que originariamente existieron tres colecciones proféticas anónimas. El editor de los profetas menores con el fin de redondear el nœmero de Doce, nombre sagrado y símbolo de Israel, adosó las otras dos colecciones a Zacarías y editó ésta como profecía independiente en la forma actual. En cuanto a la fecha en que fueron proclamados, aunque no poseemos información directa, las indicaciones del libro, comparadas con los datos del de Nehemías, permiten datarlo con mucha probabilidad hacia la mitad del siglo V, poco antes de la reforma llevada a cabo por Esdras y Nehemías. La redacción tuvo que ser más tarde, quizás ya en la época griega.

El libro tiene una clara orientación pastoral, aunque le falta la fuerza argumental de los profetas preexílicos. Consta de seis secciones, todas ellas estructuradas de la misma manera. Su montaje es diagonal y parecido al género literario que llamamos diatriba. La secuencia es la siguiente: Yahweh o el profeta anuncia una tesis, que casi siempre coincide con expresiones o normas contenidas en el Deuteronomio; a continuación, esa doctrina es rebatida por el auditorio, pueblo o sacerdotes, con objeciones o reparos. Después sigue un breve desarrollo del tema o tesis inicial.

            1º Sección:  El amor de Yahweh hacia Israel: 1, 2-5. El destinatario de esta sección es la comunidad judía postexílica que se encuentra en una situación decadente. Empobrecida y hostigada, contrasta su situación actual con las brillantes descripciones que habían hecho los profetas preexilícos y, sobre todo, las de la tercera parte de Isaías. Este contraste provoca un clima de desaliento en que la fe está a punto de naufragar dando paso al escepticismo. ¿Dónde está el amor de Yahweh para con su pueblo? (Cfr. Dt 7,8). El Señor responde taxativamente: "Os he amado". Y da dos razones para demostrarlo. La primera es histórica, la elección de Jacob, desde antiguo. La segunda es actual, la actitud divina para con Edom, que por este tiempo simbolizaba a los enemigos de Israel. Edom había sido invadido por los Nabateos. Este desastre equivale a la restauración judía. San Pablo cita este oráculo (Rom 9,10-13), dando a entender claramente que es un modo extraño y paradójico de expresar la elección divina de su pueblo.

            2º Sección:  Pecados de los sacerdotes: 1,6-2,9. Yahweh es Padre y Señor. Tiene derecho a la honra que se refleja en el culto. Sin embargo, los sacerdotes habían deshonrado y menospreciado su nombre. No estaban a la altura de su vocación en su ministerio y en su conducta. Sus claudicaciones morales y religiosas repercutían en el pueblo. Su culto indigno les impedía realizar su ministerio de intercesión. Los pecados que Dios les echa en cara son: Violación de las leyes del culto en lo referente a la pureza de las víctimas (1,7-9). Violación de la Alianza (2,8). Violación de su oficio de enseñar la Ley con el consiguiente extravío del pueblo. Extravío del cual ellos son los principales responsables (2,7). Ante esta situación Dios les dirige una llamada a la conversión. Si la respuesta es positiva, Dios les perdonará y les amará. Si es negativa, tendrán por parte de Dios maldición y repudio (1,14; 2,1-2) y por parte del pueblo el desprecio (2,9).

En esta sección es importante el contenido de 1,11. En contraste con el culto indigno que le ofrecen los sacerdotes, Dios habla de un sacrificio universal y puro. Esta afirmación de universalidad y de reconocimiento de una oblación pura entre los gentiles sorprende en un oráculo centrado en la purificación del culto en el Templo. Ha sido interpretado  en todas las épocas: Los viejos reformadores identificaban los goyim del oráculo con los prosélitos o con los judíos de la diáspora, más en concreto de Elefantina; pero era prácticamente imposible que un profeta de Palestina tuviera en cuenta esos cultos considerados siempre como cismáticos. Menos aún cabe pensar en un sincretismo del autor. Aún dentro de lo extraño de la afirmación, parece que el profeta pretende estimular a los profesionales del culto en el Templo, contrastando hiperbólicamente el culto de las naciones con el que se realiza en Jerusalén. Sería, pues, un recurso oratorio de enorme eficacia. con todo, los Santos Padres, desde muy antiguo, aplicaron este texto -la oblación pura- a la Eucaristía. San Jerónimo dice: "En todo lugar se ofrece una oblación no inmunda como en el pueblo de Israel, sino pura, la que se ofrece en las ceremonias de los cristianos". El Concilio de Trento también ve cumplido este oráculo en el Sacrificio eucarístico (Dz 1742).

            3º Sección:  Condenación de los matrimonios mixtos y del divorcio: 2,10-16. La profanación del Santuario a aumentado con los matrimonios mixtos y con los divorcios. Al casarse los israelitas con mujeres extranjeras, admitían a los dioses de ellas y se exponían a la idolatría. Por otra parte, al repudiar a la esposa de la juventud se reniega del único Dios que ha creado a los dos para que vivan en unidad (cf Gen 1,26). También en el Nuevo Testamento se refuerza la unidad del matrimonio recordando que tal fue el designio originario del Creador (cf Mt 5,31-32; 19,4-9; Ef 5,31-32).

            4º Sección:  El día de Yahweh: 2,17-3,5. El pueblo con sus quejas planteaba al profeta el problema de la retribución. No hay justicia, como lo demuestra el hecho de la prosperidad del impío. La respuesta es sorprendente y rica de contenido. La justicia de Dios se cumplirá en el Día de Yahweh. Dios vendrá para juzgar, pero su venida será precedida de un mensajero al estilo del heraldo de las monarquías orientales, cuya misión era anunciar la venida del rey, invitando a preparar el camino. Viene a continuación una lista de los pecados que serán objeto del juicio y que eran los más destacados en la vida de la comunidad: la magia, el adulterio, el perjurio, los pecados sociales contra la justicia y todo tipo de opresión (3,5; cf Sal 15).

            5º Sección:  Desprecio de los diezmos del templo: 3,6-16. La violación de la ley de los diezmos es otro de los pecados de la comunidad (cf Num 18,21). De nuevo les recuerda que la situación presente de miseria y escasez es debida a su incumplimiento de los preceptos legales. La obediencia a la ley y la conversión al Señor les garantizará la prosperidad (3,6-12). La mención casuística de los diezmos es señal de que estamos en una época muy tardía.

            6º Sección:  El juicio de Dios: 3,13-21. El problema planteado en esta sección es nuevamente el de la retribución. Lo único que cambia son los protagonistas. Ahora son los justos los que se quejan. La respuesta es la misma. En el Día de Yahweh justos y pecadores recibirán su recompensa (3,16-21). Este modo de enfocar el problema de la justicia de Dios supone un gran avance sobre el concepto tradicional de la retribución inmediata. Para Malaquías la justicia de Dios tendrá un cumplimiento escatológico. Y, aunque no se entreve con claridad la vida y la justicia de ultratumba que aportará con claridad el N.T., la doctrina de Malaquías es un paso muy claro hacia ella.

Un pequeño apéndice cierra el libro (3,23-25). Es una exhortación a la observancia de la ley según el estilo y el espíritu deuteronomista. Parece una conclusión redacción al conjunto de los libros proféticos, valorando casi del mismo moda a Moisés, principal autor de la Ley, y a Elías, prototipo de profeta. En la Transfiguración del Señor (Mt 17,3ss y par.) hay una clara resonancia de este texto. La mención del día del Señor pone de manifiesto que los libros proféticos están abiertos a un futuro escatológico.

El mensaje de Malaquías es, ante todo, un mensaje existencial. Es la respuesta concreta a una situación y a unos problemas que afectaban vivamente a la comunidad. Respuesta de fe para ser traducida en la vida. Pero al mismo tiempo, contiene una rica teología. La solución que da al problema de la retribución está ya próxima a la del N. T. La justicia de Dios no se cumple aquí y ahora. Tiene lugar en la era escatológica. Dios es justo, y como tal, juzgará individualmente a los justos y pecadores. Para Malaquías no es la condición de miembro escogido la que salva, sino únicamente la condición de justo.

Dos novedades interesantes aporta Malaquías a la doctrina mesiánica: la indicación del mensajero misterioso que precederá a la venida del Señor (3,1) en el cual la tradición cristiana ha reconocido a San Juan Bautista (Mt 11,10-14). Y sobre todo la "oblación pura", sacrificio perfecto de la era mesiánica que, como se ha dicho, la Iglesia ve cumplido en el Sacrificio eucarístico cristiano.

-Duras me resultan vuestras palabras, dice el Señor. No es sólo de HOY que los hombres «contestan» a Dios. Al regresar a Palestina los exiliados soñaban en que todo les resultaría fácil. Mas, después de la alegría exultante del retorno, se instaura la monotonía y vienen las dificultades. Ahora el Templo está reconstruido. Pero, en medio de las pruebas cotidianas, la fidelidad a Dios resulta difícil.

-He aquí lo que habéis dicho: «Servir a Dios es cosa vana. ¿Qué ganamos con guardar sus preceptos o con llevar una vida gris en la presencia del Señor del universo?» La tentación de vivir «sin Dios». ¡Servir a Dios es cosa vana! ¿Por qué privarse? ¿Por qué no vivir como los paganos que nos rodean y que parecen muy felices, mientras que nosotros vivimos «sin alegría»? Es una tentación permanente, también HOY para nosotros, el dejarse influenciar por el paganismo y el materialismo ambiental. Danos, Señor, la alegría de servirte, incluso cuando las circunstancias exteriores tiendan a entristecernos.

-Más bien declaramos felices a los arrogantes. Aun haciendo el mal prosperan. Aun tentando a Dios, salen adelante. Es la eterna cuestión de la felicidad de los malos y de la desgracia que sobreviene al justo. ¿Quién de nosotros no ha formulado a Dios esa temible cuestión? Hoy, menos que nunca, no podemos taparnos los ojos. ¿Por qué hay tanto mal, tanto pecado, tanta desgracia? Respóndenos, Señor. El Señor prestó atención y oyó. Se escribió ante él un memorial en favor de los que temen al Señor y que cuidan de su nombre. Primera respuesta: el mundo no está acabado. Dios recuerda. Hay que esperar el fin. Dios se pondrá de parte de los que le temen.

-Serán ellos para mí, en el día que yo preparo. Seré indulgente con ellos como es indulgente un padre con el hijo que le sirve fielmente. Segunda respuesta: Los justos obtendrán su recompensa. Dios los ama, como un padre ama a sus hijos fieles.

-De nuevo distinguiréis la diferencia entre el justo y el impío; entre quien sirve a Dios y el que no quiere servirle. Tercera respuesta: Aun cuando, aquí abajo, ahora no parece haber justicia, esta justicia vendrá. No juzguemos pues precipitadamente, ni según las apariencias. Dios no tiene prisa. Ve más allá. Ayúdanos, Señor, a tomar distancias para juzgar según tu punto de vista.

-Pues he aquí que viene el Día abrasador como un horno. Todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja. Los consumirá el Día que viene. Es una imagen. Pero, ¡cuán terrible!

-Pero para vosotros, que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia: aportará la salud en sus rayos. Finalmente, pues, surge la esperanza. Señor, haz que crezca en nosotros esta esperanza (Noel Quesson).

Hemos amado a Dios: reconstruimos su templo y hemos tratado de vivirle fieles; pero ¿cómo nos ha amado Dios a nosotros? Parece que premia mejor a los que se comportan mal que a nosotros que caminamos en su presencia. Y el Señor se muestra abrumado por esos reclamos e indica a su Pueblo que jamás deben desconfiar de Él. Ante Él no cuentan las riquezas, sino la fidelidad. Efectivamente: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su vida? Ojalá y no perdamos el rumbo cuando decimos dirigirnos a Dios. Ojalá y jamás dejemos de manifestarnos como hijos de Dios que, aún en las grandes pruebas le vivan fieles. Dios velará siempre por nosotros y siempre estará de nuestra parte. Si vivimos entre pobrezas y persecuciones, que no sea por culpa nuestra; si abundamos en bienes que no apeguemos a ellos nuestro corazón, pues el Señor nos quiere no como quien almacena buscando su seguridad en lo pasajero, sino como administradores de sus bienes en favor de los demás. Quien ha cambiado a Dios por lo pasajero al final, ya demasiado tarde, comprenderá que nadie puede comprar ante Dios su propio rescate, y que sólo vivirán con Él para siempre quienes le fueron fieles y no pasaron de largo ante las miserias de su prójimo.

La expresión "sol de justicia" del final de la lectura de hoy aplicada a la venida del Señor encuentra su eco en el canto de Zacarías (Lc 1,78): "el Señor ha venido ciertamente en la tarde de un mundo en declive y casi cercano al fin de su curso, pero con su venida, puesto que Él es el Sol de justicia, ha regenerado un día nuevo para aquellos que creen" (Orígenes).

2. El salmo nos quiere infundir esta confianza: "dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor, que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores, sino que su gozo es la ley del Señor. No así los impíos, no así, serán paja que arrebata el viento". Es la confianza que Jesús nos confirmó más gozosamente: "venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros" (Mt 25,34). El Sal 1 nos invita a hacer meditación sobre cada acontecimiento de la vida humana, a la luz de la Ley de Dios y en unión con Jesús. Dichoso el hombre que sigue los caminos del Señor, y desgraciado el que los desprecia: los términos "seguir", "detenerse" y "tomar asiento" indican tres estadios sucesivos de alejamiento de la conducta recta, que en cambio orientan en la Ley divina el criterio para orientar la vida. La imagen del árbol frondoso significa la prosperidad y bienestar. Con el árbol firme contrasta la paja o polvo de la era dispersados por el viento, con la que se compara la vida de los impíos y pecadores… que no podrán imponerse sobre los justos, porque en definitiva, es el Señor quien juzga la conducta de unos y otros. Es una invitación a seguir leyendo los salmos, que nos hablan de esta ley divina, como Juan Pablo II recordaba: "La Iglesia se ha referido a menudo a la doctrina tomista sobre la ley natural, asumiéndola en su enseñanza moral. Así, mi venerado predecesor León XIII ponía de relieve la esencial subordinación de la razón y de la ley humana a la Sabiduría de Dios y a su ley. Después de afirmar que "la ley natural está escrita y grabada en el ánimo de todos los hombres y de cada hombre, ya que no es otra cosa que la misma razón humana que nos manda hacer el bien y nos íntima a no pecan". León XIII se refiere a la "razón más alta" del Legislador divino. "Pero tal prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz e intérprete de una razón más alta, a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos." En efecto, la fuerza de la ley reside en su autoridad de imponer unos deberes, otorgar unos derechos y sancionar ciertos comportamientos: "Ahora bien, todo esto no podría darse en el hombre si fuese él mismo quien, como legislador supremo, se diera la norma de sus acciones". Y concluye: "De ello se deduce que la ley natural es la misma ley eterna, insita en los seres dotados de razón, que los inclina al acto y al fin que les conviene, es la misma razón eterna del Creador y gobernador del universo".

El hombre puede reconocer el bien y el mal gracias a aquel discernimiento del bien y del mal que él mismo realiza mediante su razón iluminada por la Revelación divina y por la fe, en virtud de la ley que Dios ha dado al pueblo elegido, empezando por los mandamientos del Sinaí. Israel fue llamado a recibir y vivir la ley de Dios como don particular y signo de la elección y de la Alianza divina, y a la vez como garantía de la bendición de Dios. Así Moisés podía dirigirse a los hijos de Israel y preguntarles? ¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios siempre que le invocamos? Y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?" (Dt 4 7-8). Es en los Salmos donde encontramos los sentimientos de alabanza, gratitud y veneración que el pueblo elegido está llamado a tener hacia la ley de Dios, junto con la exhortación a conocerla, meditarla y traducirla en la vida: "¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley del Señor, su ley susurra día y noche". (Sal 1,1-2). "La ley del Señor es perfecta, consolación del alma, el dictamen del Señor, veraz, sabiduría del sencillo. Los preceptos del Señor son rectos, gozo del corazón; claro el mandamiento del Señor, luz de los ojos" (Sal 19/18,8-9)".

Andemos conforme a la Inspiración del Espíritu de Dios en nosotros. Vayamos en el camino del Señor que nos conduce a la salvación. Sentémonos a los pies del Señor como discípulos para escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Entonces no habremos equivocado del Camino que lleva a la Vida. Entonces seremos como árbol plantado junto al río y no como paja que se lleva el viento. Entonces, cuanto emprendamos tendrá éxito, pues, aun cuando tengamos que padecer, llegaremos a la perfección del Hijo que aprendió a obedecer padeciendo y que llegó a su perfección dando su vida por amor a su Padre y por amor a nosotros, convirtiéndose a sí en causa de salvación para todos. Por eso, apartémonos del camino que conduce a la muerte y vivamos, no como impíos, ni pecadores, ni cínicos, sino como quienes han sido reconciliados con Dios y hechos justos mediante la fe en Cristo Jesús.

3. Lc 11,5-13. Siguiendo con su enseñanza sobre la oración -anteayer la escucha de la palabra, ayer el Padrenuestro-, hoy nos propone Jesús dos pequeños apólogos tomados de la vida familiar: el del amigo impertinente y el del padre que escucha las peticiones de su hijo. En los dos, nos asegura que Dios atenderá nuestra oración. Si lo hace el amigo, al menos por la insistencia del que le pide ayuda, y si lo hace el padre con su hijo, ¡cuánto más no hará Dios con los que le piden algo! Jesús nos asegura: "vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden", o sea, nos dará lo mejor, su Espiritu, la plenitud de todo lo que le podemos pedir nosotros.

Jesús nos invita a perseverar en nuestra oración, a dirigir confiadamente nuestras súplicas al Padre. Y nos asegura que nuestra oración será siempre eficaz, será siempre escuchada: "si vosotros sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial...?" La eficacia consiste en que Dios siempre escucha. Que no se hace el sordo ante nuestra oración. Porque todo lo bueno que podamos pedir ya lo está pensando antes él, que quiere nuestro bien más que nosotros mismos. Es como cuando salimos a tomar el aire o nos ponemos al sol o nos damos un baño en el mar: nosotros nos ponemos en marcha con esa intención, pero el aire y el sol y el agua ya estaban allí. Cuando le pedimos a Dios que nos ayude -manifestando así nuestra debilidad y nuestra confianza de hijos-, nos ponemos en sintonía con sus deseos, que son previos a los nuestros.

Lucas tiene una variante expresiva: Dios nos concederá su Espíritu Santo. Nos concederá el bien pleno que él nos prepara, no necesariamente el que nosotros pedimos, que suele ser muy parcial. Es como cuando Jesús pidió que "pasara de él este cáliz", o sea, ser liberado de la muerte. En efecto, dice la Carta a los Hebreos (Hb 5,7) que "fue escuchado", pero fue liberado de la muerte a través de ella, después de experimentarla, no antes. Y así se convirtió en causa de salvación para toda la humanidad. No sabemos cómo cumplirá Dios nuestras peticiones. Lo que sí sabemos -nos lo asegura Jesús- es que nos escucha como un Padre a sus hijos.

Podríamos leer hoy unas páginas del Catecismo que nos pueden ayudar a entender en qué consiste la eficacia de nuestra oración. Son las que dedica al "combate de la oración", describiendo las objeciones a la oración en el mundo de hoy, por ejemplo las "quejas por la oración no.escuchada", a la vez que invita a orar con confianza y perseverancia (números 2725-2745; J. Aldazábal).

Santa Teresa veía que el Señor nos da todo lo que le pedimos (ver cita en Biblia de Navarra). Nuestra oración es ciertamente petición, pero nada tiene que ver con un regateo mercantil, o con una victoria que alcanzar. En ella pedimos, invocamos: es decir, apelamos a una realidad reconocida y -¿me atreveré a decirlo?- a un derecho. "Acuérdate, Dios Padre, de lo que has realizado por tu Hijo amado". Esa es la razón profunda de nuestra audacia y de nuestra temeridad: nos atrevemos a "asediar" a Dios, ya que no hacemos más que enfrentarlo -una vez más me atrevo a decirlo- con su responsabilidad. Dios ha caído en la trampa que El mismo se ha fabricado: nos atrevemos a correr el riesgo de pedirle algo, precisamente porque El mismo ha establecido con nosotros vínculos de familiaridad.

"Juntos, nos atrevemos a decir": ésta es la invitación que propone el misal antes del Padrenuestro. Nuestra audacia no es la insolencia de unos hijos mal educados, sino la prerrogativa de unos hijos que pueden permitírselo todo, porque "son de casa". Nuestra oración puede hacerse insistente, porque Dios mismo nos da la seguridad del corazón renovado por el Espíritu (Dios cada dia, Sal terrae).

-Si uno de vosotros tiene un amigo... "¿Sabéis qué es la amistad? ¿Sabéis qué es tener un amigo?" La enseñanza de Jesús es a menudo interrogativa...

-... que llega a mitad de la noche para pedirle: "Préstame tres panes". Es concreto. Sencillo. Jesús acaba de aconsejarnos "pedir a Dios el pan nuestro de cada día", el necesario.

-... un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y si, desde dentro, el otro le responde: "¡Déjame en paz! la puerta está cerrada; los niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme a darte el pan". Escena viva. El visitante llegó tarde; aprovechó el fresco de la noche para viajar; hace calor en Palestina. Las viviendas de entonces, en el país de Jesús, constaban de una sola pieza; eran casas sencillas para gente sencilla. Todo el mundo duerme en el suelo, sobre una alfombra o una estera. Levantarse supone molestias para todos ¡y es complicado! Dejadnos en paz.

-Yo os digo: que acabará por levantarse y darle lo que necesita, si no por ser amigos, al menos para librarse de su importunidad. El amigo no ha cedido por amistad, sino para que le deje en paz, como el juez del que hablará Jesús más tarde (Lc 18,4-5). Eso no significa que Dios sea así, que ceda por cansancio: pero esta conducta pone de relieve "con mayor razón" la actitud del Padre que es bueno. "Si pues vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas... cuanto más vuestro Padre del cielo..."

-Pedid y se os dará. Buscad y encontraréis. Llamad y se os abrirá. Jesús afirma solemnemente que ¡Dios atiende la oración! Lo repite incansablemente y de diferentes modos.

-El que pide recibe. El que busca encuentra. Al que llama le abren. Hay que ir a Dios como pobre en la necesidad. La plegaria es ante todo una confesión de la propia indigencia: Señor, yo a eso no alcanzo... Señor, ando buscando... Señor, no comprendo... Señor, te necesito...

-¿Qué padre, si su hijo le pide pescado, le ofrecerá una culebra? y si le pide un huevo ¿le dará un alacrán? Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos... Sería impensable que una madre no reaccionara así. Siguiendo la invitación de Jesús, voy a contemplar detenidamente el amor del corazón de las madres y de los padres de la tierra: tantas "cosas buenas" son "dadas" cada día, por millones de padres y madres, bajo el cielo de todo el orbe de la tierra. El calificativo "malos" no parece ser usado aquí para subrayar la corrupción del hombre, sino para valorar, a fortiori, la "bondad" de Aquel que da tantas "cosas buenas" a sus hijos.

-¡Cuánto más vuestro Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden! Mateo solamente hablaba de "cosas buenas" (Mt 7,11) Lucas se atreve a hablar del "don del Espíritu", que es para él, el don por excelencia, ese don maravilloso del cual tanto hablará en su libro Hechos de los Apóstoles (53 citas). La mejor respuesta a nuestras oraciones, es recibir todo un Espíritu Santo. "Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5,22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf Mt 16,24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5,25): 'Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna' (San Basilio)" (Catecismo, 736).

¡Ah, no! Dios no se mofa de nosotros. ¡Nos da, nada menos que su propio Espíritu! El que pide, recibe. Pedid y recibiréis (Noel Quesson).

El evangelio nos recomienda que seamos persistentes en la oración no porque Dios sea sordo, sino porque nosotros necesitamos perseverar para alcanzarlo. La naturaleza humana está generalmente caracterizada por la inconstancia. Nos amilanamos ante el primer obstáculo que se nos presenta en la consecución de nuestras metas y proyectos. Abandonamos la nave ante el menor indicio de tormenta.

Por esto, el evangelista nos invita a crecer en nuestras aspiraciones y a fortalecer nuestro espíritu con la oración constante. Pues el Reino no es una autopista ancha por la que entra el primero que lo intenta, sino un camino angosto que exige mucha calidad personal y mucho apoyo comunitario.

Si logramos cultivar una actitud perseverante, una entrega decidida, una sobriedad ante las dificultades, veremos que al término de nuestro esfuerzo está la generosa voluntad de Dios que nos ha acompañado desde el comienzo. Pero, tendremos una interesante ventaja: el esfuerzo nos hará crecer como personas y apreciaremos en su justo valor lo que hemos alcanzado, lo que Dios nos da. Pues, las cosas fáciles no son valiosas. Además, las parábolas nos ofrecen una visión de Dios como amigo. Esto resulta muy interesante en nuestra sociedad contemporánea. Pues, tendemos a considerar amigos a muchos que únicamente tienen alguna relación con nosotros. Sin embargo, las parábolas nos muestran a Dios como un amigo exigente y generoso en gran medida. Esta combinación no es muy frecuente en los que consideramos nuestros compañeros y amigos. Sin embargo, el evangelio nos la muestra como el verdadero rostro del Dios amistoso y espléndido.

Esa amistad con exigencia y vida en comunidad es lo que Jesús nos ofrece. Su propuesta no es una lánguida complicidad, un consuelo superfluo. Su amistad es un proyecto que nos hace crecer como personas, que nos convierte en mejores seres humanos (Servicio bíblico latinoamericano).

Hay tres verbos que sólo practican los sencillos: pedir, buscar, llamar. Si a estos verbos se les añade el adverbio "insistentemente" tenemos esbozado el programa de un verdadero seguidor de Jesús. Pedir supone reconocer que no tenemos todo lo que necesitamos, tomar conciencia de nuestros límites, admitir que Alguien tiene más que nosotros. Piden los pobres y los mendigos. No piden los autosuficientes.

Buscar implica experimentar la atracción de algo que tira de nosotros, admitir que hay un tesoro por el que merece la pena arriesgarse, sentir el aguijoneo de muchas preguntas para las cuales no existen respuestas prefabricadas. No buscan los que han sucumbido a la rutina, los perezosos y los desesperanzados.

Llamar es dirigirse a alguien con la confianza de que vamos a ser escuchados, invocar una presencia que nos supera y que al mismo tiempo se hace cargo de nosotros. No llaman los que temen que no haya nadie al otro lado de la puerta, los que no está preparados para entrar en el caso de que se abra.

Insistentemente significa todos los días, a todas horas, no sólo en ciertos momentos críticos, o cuando no encontramos otra cosa mejor.

Estas lecciones esenciales se pueden explicar así, con un lenguaje un poco árido, o se pueden explicar diciendo: "Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche..." Evidentemente, Jesús elige el modo más eficaz. Y por eso nos remueve por dentro.

Cuando uno pide, recibe; cuando busca, encuentra; cuando llama, se le abre. ¿Qué recibimos y encontramos? La síntesis de todo lo que podemos recibir y encontrar es el Espíritu Santo; es decir, todo lo que necesitamos para decir "Abbá" y para reconocer con nuestros labios y nuestro corazón que "Jesús es Señor". (gonzalo@claret.org).

Insistencia en la oracion como toma de conciencia comunitaria. La segunda parte de la secuencia contiene una parábola. Dios es comparado a un «amigo» a quien otro amigo acude de noche, como ya hemos dicho. También Dios, dice Jesús, hará lo mismo. Hay que «pedir», «buscar», «llamar», con la seguridad de que «se recibe lo que se pide», que «se encuentra lo que se busca», que «se abren las puertas cuando se llama» (11,9-10). Triple búsqueda, insistencia total. A continuación se pone una serie de ejemplos entresacados de la vida cotidiana. Para concluir con el envío del Espíritu Santo "a los que se lo piden!" (11,13). A diferencia de Mateo (Mt 7,11: «dará cosas buenas»), Lucas explicita que el don por excelencia es «el Espíritu Santo». La comunidad no tiene que pedir cosas materiales: es necesario que concentre su oración en el don del Espíritu, la fuerza de que Dios dispone para llevar a cabo el proyecto de comunidad fraterna que propugna Jesús.

Muchas veces nuestra oración no obtiene lo que pide. Y por ello, surge en nosotros el desaliento y el cansancio que nos llevan a abandonar sus práctica. La parábola del amigo importuno se nos presenta para advertirnos de lo irracional de este abandono.

Orar siempre sin desfallecer, aun cuando parece a nuestros ojos y a los de los que nos rodean que no obtenemos respuesta a nuestras peticiones, es la enseñanza fundamental de esta parábola que debemos asumir profundamente en nuestra vida. Nuestros amigos reaccionan ante nuestra insistencia buscando la calma en momentos en que preferirían hacer traición a la amistad, los padres de la tierra, a pesar de sus carencias, conceden las cosas buenas que sus hijos solicitan. Comparándolo con ellos, Dios es para nosotros un amigo siempre fiel que atiende a nuestras necesidades y es también el Padre bueno, ante Quien se ponen de manifiesto las carencias de toda otra paternidad. Pero de ese Amigo fiel y de ese Padre bueno no debemos esperar siempre una respuesta idéntica a la esperada. Podemos pedir muchas cosas buenas que tal vez no sean concedidas. Sin embargo, tengamos la certeza de que Dios responde siempre con un don que, a menudo, es superior a lo que habíamos pedido: el Espíritu Santo. Con Él se nos concede la fuerza necesaria para enfrentar todos los problemas y dificultades que entrecruzan nuestra existencia. Acompañados por Él podemos superar las angustias y medios que nos amenazan. Este es el fruto principal de la oración que justifica nuestra constancia y nuestra perseverancia en su práctica (Josep Rius-Camps).

Dios es el amigo que escucha desde dentro a quien es constante. Hemos de confiar en que terminará por darnos lo que pedimos, porque además de ser amigo, es Padre.

La segunda actitud que Jesús nos enseña es la confianza y el amor de hijos. La paternidad de Dios supera inmensamente a la humana, que es limitada e imperfecta: «Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo...!» (Lc 11,13).

Tercera: hemos de pedir sobre todo el Espíritu Santo y no sólo cosas materiales. Jesús nos anima a pedirlo, asegurándonos que lo recibiremos: «...¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13). Esta petición siempre es escuchada. Es tanto como pedir la gracia de la oración, ya que el Espíritu Santo es su fuente y origen.

El beato fray Gil de Asís, compañero de san Francisco, resume la idea de este Evangelio cuando dice: «Reza con fidelidad y devoción, porque una gracia que Dios no te ha dado una vez, te la puede dar en otra ocasión. De tu cuenta pon humildemente toda la mente en Dios, y Dios pondrá en ti su gracia, según le plazca».

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