domingo, 15 de noviembre de 2009

Miércoles de la 32ª semana. La sabiduría viene de escuchar a Dios, y hemos de volver a Él pues es quien nos da la salvación: para darle gloria y agradecerle todo.

 

 

Lectura del libro de la Sabiduría 6,1-11. Escuchad, reyes, y entended; aprendedlo, gobernantes del orbe hasta sus confines; prestad atención, los que domináis los pueblos y alardeáis de multitud de súbditos; el poder os viene del Señor, y el mando, del Altísimo: él indagará vuestras obras y explorará vuestras intenciones; siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni procedisteis según la voluntad de Dios. Repentino y estremecedor vendrá sobre vosotros, porque a los encumbrados se les juzga implacablemente. A los más humildes se les compadece y perdona, pero los fuertes sufrirán una fuerte pena; el Dueño de todos no se arredra, no le impone la grandeza: él creó al pobre y al rico y se preocupa por igual de todos, pero a los poderosos les aguarda un control riguroso. Os lo digo a vosotros, soberanos, a ver si aprendéis a ser sabios y no pecáis; los que observan santamente su santa voluntad serán declarados santos; los que se la aprendan encontrarán quien los defienda. Ansiad, pues, mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción.

 

Salmo 81,3-4.6-7. R. Levántate, oh Dios, y juzga la tierra.

«Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, defended al pobre y al indigente, sacándolos de las manos del culpable.»

Yo declaro: «Aunque seáis dioses, e hijos del Altísimo todos, moriréis como cualquier hombre, caeréis, príncipes, como uno de tantos.»

 

Evangelio según san Lucas 17,11-19. Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: -«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Al verlos, les dijo: -«ld a presentaros a los sacerdotes.» Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: -«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? » Y le dijo: -«Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

 

 

Comentario: 1.- Sb 6,2-12. Dios es muy riguroso con los gobernantes, por su responsabilidad, pero extremadamente benigno con los humildes, ensalza a estos y humilla a los poderosos y soberbios, paradoja divina que invierte los valores humanos (cf Fil 2,6-11): Ya desde el principio, el libro de la Sabiduría iba dirigido sobre todo a los gobernantes: "amad la justicia, los que regís la tierra", leíamos el lunes; y hoy les dice: "oíd, reyes y entended; aprended, soberanos de los confines de la tierra". Son los que más necesitan sabiduría para tomar decisiones justas. Se les dan unas advertencias muy claras: que "han recibido el poder del Señor" y que el juicio sobre su actuación será más exigente que para los demás: "él examinará vuestras obras y sondeará vuestras intenciones... un juicio implacable espera a los que mandan".

Ante Dios, origen de todo poder, no hay autoridad ni grandeza que valga, todos somos pequeños. También en el ambiente de una familia, de una comunidad o de la Iglesia, el que tiene autoridad debe recordar que se juzgarán sus acciones con mayor rigor. Es lo que también enseñaba Jesús, en sus parábolas sobre los criados y los administradores que esperan la vuelta de su señor: a los criados se les juzgará, pero sobre todo recibirán mayor castigo los que tienen responsabilidad, si es que se dejan llevar por sus caprichos y cometen injusticias o se emborrachan de poder y de tiranía. A los gobernantes políticos y a los eclesiásticos, además de otros criterios de sabia administración, les va bien que les recuerden que su autoridad deriva de Dios, como dijo Jesús a Pilato: "no tendrías ninguna autoridad ni no la hubieras recibido de Dios". Y que tendrán que dar cuenta a Dios. Esto les urgirá a que vayan actuando según la sabiduría de Dios, y no por propio interés.

El autor del Libro de la Sabiduría se adjudica ficticiamente la personalidad del Rey Salomón. Al poner sus reflexiones en labios de ese Rey se permite dar buenos consejos a las «autoridades» de su tiempo. Lo que es siempre válido para todos los que tienen «responsabilidades».

-Oíd, oh reyes, y entended; aprended, soberanos de la tierra. Estad atentos los que gobernáis multitudes y estáis orgullosos de mandar... Guardada toda proporción, lo que se dirá aquí es verdad para todo hombre o mujer: cada uno de nosotros tiene una parte de responsabilidad sobre uno u otro punto. En primer lugar, una actitud de humildad: aceptar «instruirse», «oír», "atender". No considerarse perfecto. Preocuparse de ir adquiriendo siempre una nueva competencia.

-El Señor es quien os ha dado el poder... Las antiguas tradiciones judías veían en los reyes davídicos a los representantes de Dios... pero nunca se habían atrevido a afirmar que ¡los reyes paganos detentaban también el poder de Dios! Ya algunos profetas habían presentado a algunos jefes paganos como «instrumentos» de los que Dios podía servirse accidentalmente -Ciro, por ejemplo, en Isaías-. Aquí el autor de «La Sabiduría» va mucho más lejos. Toda responsabilidad viene de Dios, el cual ¡«pedirá cuentas»!

-Dios examinará vuestra conducta y escrutará vuestras intenciones. En lugar de aplicar esto a los demás, procuro considerar mis propias responsabilidades desde este ángulo. Ayuda, Señor, a todo hombre a responder de lo que Tú esperas. Ayúdame a «aceptar mis responsabilidades» bajo tu mirada, pensando que las decisiones que tomaré te interesan, que las examinas y que me pedirás cuenta de ellas. Te ruego, Señor, especialmente, por todos aquellos que, en la ciudad temporal,  tienen responsabilidades más graves: jefes de estado, responsables económicos, jefes de partidos políticos, responsables sindicales, responsables municipales, responsables de barrio, jefes de equipo de todas clases. Te ruego, Señor, muy especialmente por aquellos que en la Iglesia tienen responsabilidades más graves: el Papa, los Obispos, los presidentes de conferencias episcopales, los sacerdotes, los responsables de movimientos y servicios de Iglesia. Te ruego por los responsables de ese nuevo «poder» que es la opinión pública: los periodistas, los organizadores de emisiones de radio y televisión...

-Si no habéis gobernado rectamente, ni observado la ley, ni caminado siguiendo la voluntad de Dios, terrible y repentino se presentará ante vosotros. Porque para los «dominadores» habrá un juicio implacable. Los "humildes", en efecto, merecen excusa y compasión, pero los «poderosos» serán juzgados «poderosamente». El autor usa aquí de la sabiduría popular que, de instinto, lo siente así.

-El Señor de todos, ante nadie retrocede; no hay grandeza que se le imponga. Es verdad que la gran tentación de los jefes es creer que son amos absolutos y ¡que no tienen a nadie por encima de ellos! De hecho, saben muy bien que su poder no viene ni de su «genealogía», ni de su audacia personal, ni de su «grandeza». Dios, concebido como garantía absoluta de la rectitud de las relaciones humanas en la ciudad: todos estamos sometidos al mismo dueño imparcial y justo (Noel Quesson).

San Agustín, en su Sermón sobre los pastores, nos dice: Por una parte soy cristiano y por otra soy obispo. El ser cristiano se me ha dado como un don propio; el ser obispo, en cambio, lo he recibido para vuestro bien. Consiguientemente, por mi condición de cristiano debo pensar en mi salvación, en cambio, por mi condición de obispo debo ocuparme de la vuestra. Hoy el Señor en su Palabra se dirige a quienes se les ha confiado el poder en cualquier nivel para que lo ejerzan escuchando la Palabra de aquel que los escogió para ese ministerio. Entonces, en el día del juicio no serán condenados, pues realizaron el bien y condujeron a los demás, no conforme a los propios criterios, sino conforme a los criterios de Dios. El nivel más cercano del ejercicio de la autoridad es el de los padres respecto a sus hijos en la familia. Ojalá y no se les descuide sino se les oriente y eduque para que, desde la familia, pueda surgir un mundo más integrado, más fraterno y más justo.

 

2. Sal. 81. El ejercicio de la autoridad pública no es para echarse sobre los bienes de los gobernados, sino para defender sus derechos y esforzarse para que todos gocen de una vida digna. Por eso las autoridades están obligadas a proteger al pobre y al huérfano; a hacer justicia al humilde y al necesitado; a defender al desvalido y al pobre, y a librarlos de la mano del malvado. Al final, al que mucho se le dio, mucho se le pedirá; y a quien mucho se le confió, se le exigirá mucho más. Por eso, si alguien aspira al poder, debe meditar sobre la madurez y la capacidad que tiene para servir a los demás y para procurar el bien de los más desprotegidos.

El salmo les encarga a los gobernantes que "protejan al desvalido y al huérfano, que hagan justicia al humilde y al necesitado". Si no lo hacen, si cometen o consienten injusticias, no escaparán del juicio de Dios: "aunque seáis dioses, moriréis como cualquier hombre; caeréis, príncipes, como uno de tantos".

 

Este salmo 82/81 es parecido al 58 y semejante al oráculo de Is. 3,13 y ss. Dios, como Supremo Juez, llama a cuentas a los administradores de la justicia en Israel, los cuales no desempeñan su cargo con la equidad necesaria. Tenemos aquí, I. La dignidad de la magistratura y su dependencia de Dios (v. 1). II. Las obligaciones de los jueces (vv. 3, 4). III. Los males que ocasionan los malos jueces (vv. 2, 5). IV. La sentencia que contra ellos pronuncia Dios (vv. 6,7). V. El deseo y la oración de todos los buenos de que el reinado de Dios se extienda a toda la tierra (v. 8).

Encargo que se da a todos los magistrados de que hagan el bien con el poder que se les ha conferido y del que tendrán que rendir cuentas al que se les confirió (vv. 3, 4): «Defended al débil y al huérfano, a los que no tienen medios de fortuna ni pueden defenderse a sí mismos. Los magistrados tienen que ser como padres de los necesitados, en general. Deben administrar justicia imparcialmente, haciendo justicia al afligido y al menesteroso (v. 3b) y librándolos de mano de los impíos (v. 4), ya que ellos no pueden escapar por sus propios medios.

La dignidad del oficio de magistrado es reconocida por Dios (v. 6): «Yo (enfático en el original) dije: Vosotros sois dioses (hombres investidos de una prerrogativa divina), y todos vosotros hijos del Altísimo.» Al participar, en cierto modo, de la naturaleza divina, deberían conformar su modo de juzgar al de su Padre Celestial. Dios había delegado en ellos, con el poder de juzgar, el poder de regir la sociedad mediante la justicia y su producto, que es la paz pública. A pesar de estos privilegios, en cierto modo «divinos», estos jueces se habían comportado tan mal que a continuación se les sentenció a morir como (los demás) hombres (v. 7). Y así como los príncipes caen bajo el juicio de Dios, también vosotros caeréis (adorador.com).

 

3.- Lc 17,11-19 (ver domingo 28C). De los diez leprosos curados, sólo uno, y extranjero, vuelve a dar gracias a Jesús. La breve oración de los diez había sido modélica: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros". Pero luego nueve de ellos, se supone que judíos, no regresan. Sólo un samaritano, que era mal visto por los judíos: "los otros nueve ¿dónde están?, ¿no ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?". La lección que da Jesús va dirigida a sus paisanos: los del pueblo elegido son, a veces, los que menos saben agradecer los favores de Dios, mientras que hay extranjeros que tienen un corazón más abierto a la fe.

Nosotros empezamos nuestra celebración eucarística con una súplica parecida a la de los leprosos: "Señor, ten piedad". Y hacemos bien, porque somos débiles y pecadores, y sufrimos diversas clases de lepra. La oración de súplica nos sale bastante espontánea. Pero ¿sabemos también rezar y cantar dando gracias? Los varios himnos de alabanza en la misa -el Gloria, el Santo- y tantos salmos de alegría y acción de gracias, ¿nos salen desde dentro, reconociendo los signos de amor con que Dios nos ha enriquecido?, ¿sólo sabemos pedir, o también admirar y agradecer? Hay personas que nos parecen alejadas y que nos dan lecciones, porque saben reconocer la cercanía de Dios, mientras que nosotros, tal vez por la familiaridad y la rutina de los sacramentos -por ejemplo del perdón que Dios nos concede en la Reconciliación- no sabemos asombrarnos y alegrarnos de la curación que Jesús nos concede. Debemos cultivar en nosotros un corazón que sepa agradecer, a las personas que nos rodean y que seguramente nos llenan de sus favores, y sobre todo a Dios (J. Aldazábal).

-Yendo camino de Jerusalén, atravesó Jesús Samaría... No olvidemos jamás ese contexto. Jesús está en camino. Va caminando. Es su último viaje. Va «hacia Jerusalén» donde matan a los profetas. «No conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lucas 13, 33). El camino de cruz, el camino de Jesús, ha comenzado desde hace ya mucho tiempo. Contemplo a Jesús subiendo hacia Jerusalén, libremente, conscientemente, voluntariamente, sabiendo donde va.

-Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron hacia Él diez leprosos. Le pararon a distancia y le gritaron... La legislación de Moisés era rigurosa: «El leproso debe desgarrar sus vestidos, dejar los cabellos desgreñados, flotar al viento, cubrir su barba y gritar: «¡impuro!, ¡impuro!» (Levítico 13, 45). Esos pobres entre los más pobres respetan pues la Ley: gritan a distancia. Evoco la escena.

-«¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» Uno de los grandes clamores de toda humanidad sufriente. Una plegaria que repetimos, con frecuencia en la misa. «¡Señor, piedad!» Que no tenga yo jamás miedo de clamar al Señor, de apelar a su misericordia. En la Biblia, la lepra es a menudo el símbolo del pecado, el mal que desfigura. No es inútil apelar a esa imagen que afecta nuestra sensibilidad, para mejor comprender lo que es el pecado, para Dios.

-Al verlos, Jesús les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes.» Era también la Ley (Levítico 14, 2). De paso, es un hermoso ejemplo de sumisión de Jesús a las autoridades de su país. Mientras iban de camino quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a voces. Se echó, el rostro contra el suelo, a los pies de Jesús, dándole las gracias. «Alabar a Dios a voces» «Darle gracias» Actitud esencial del que ha sido «salvado». Actitud principal del que participa en la «eucaristía», en griego «acción de gracias». Ayúdame, Señor, a saber reconocer tus beneficios... Ayúdame a orar con mis alegrías, mis horas felices, con las gracias que recibo de ti. Cada noche, examinar cómo he pasado el día para darte las gracias. Ir a la eucaristía con el corazón rebosante de gozo por las maravillas de Dios. Y estar dispuesto, durante el acto litúrgico, a glorificar a Dios «de viva voz». Me imagino al leproso curado, sus gritos de alegría, sus gestos...

-Ahora bien, era un «samaritano»... Un nuevo detalle a inscribir en el dossier del racismo. El hombre despreciado, la raza desdeñada... está más cerca de la verdadera Fe que el que cree estar en la buena religión. Una vez más -según la parábola del buen samaritano, (Lucas 10, 30)-  Jesús pone como ejemplo a los que eran mal vistos por los judíos fieles. Algunos paganos, por sus cualidades humanas auténticas, pueden estar más cerca de Dios que algunos fieles. A través de esos hechos evangélicos, adivinamos la apertura del Evangelio a naciones y países hasta aquí apartadas del pueblo de Dios.

-¿Y los otros nueve? ¿Sólo este extranjero ha vuelto para dar gracias a Dios? Ruego por todos los «samaritanos», los extraños a nuestra fe... y también por todos los fieles que no saben alabar a Dios (Noel Quesson).

Los leprosos eran en la época de Jesús los seres más despreciables. Estaban proscritos y permanecían completamente aislados. Vivían en cavernas a las orillas de los caminos y comían lo que los peregrinos les arrojaban. Eran considerados impuros y no aptos para vivir en sociedad. No se podían acercar a nadie, bajo riesgo de morir si incumplían las prescripciones. Prácticamente, no eran considerados seres humanos.

Jesús permite que un grupo de leprosos se le acerque. Rompe con este gesto la mentalidad segregacionista que divide el mundo en puros e impuros, sacros y profanos. Jesús afronta solo la escena. Los discípulos se ausentan ante tamaño grupo de leprosos proscritos. La petición de los leprosos es simple: haz algo por nosotros. Jesús los remite a los sacerdotes, que era la institución encargada de decidir quién es puro y quién impuro. De camino, todos quedan curados, pero únicamente uno regresa.

El leproso que retorna a Jesús sabe que quien le ha dado la sanación vale más que la institución a la que ha sido remitido. Reconoce a Jesús por encima de otras instancias de Israel. El leproso entiende que Jesús lo ha reintegrado a la comunidad humano, sin importarle que como leproso y extranjero fuera un doble marginado. Frente a Jesús se postra y reconoce al hombre de Galilea que ha sido su redentor.

Jesús en seguida afea a la aldea por su actitud: solamente el leproso extranjero ha mostrado tener una fe verdadera. Únicamente el que ha regresado reconoce que en medio del pueblo, Dios ha puesto una instancia superior. La fe del hombre enfermo y marginado es la que le permite ser completamente redimido. Los otros nueve han corrido detrás de sus opresores, sólo el extranjero se ha puesto a los pies de su Liberador (servicio bíblico latinoamericano).

Lucas nos pinta hoy un cuadro lleno de contrastes. La historia tiene lugar en un territorio herético (entre Samaría y Galilea). Los personajes son gente proscrita (un grupo de leprosos). El protagonista es doblemente maldito (por ser samaritano y por ser leproso). Sobre este telón de fondo destaca mucho más la actitud del leproso samaritano que "vuelve" para dar gracias a Jesús por su curación. Jesús alaba esta actitud ("Tu fe te ha salvado"), que es una actitud de "vuelta". ¿Habéis caído en la cuenta de que a Lucas le encanta subrayar la "vuelta" de sus personajes (el hijo pródigo, los discípulos de Emaús, el leproso curado)? En estas "vueltas" veo representadas las experiencias de muchos amigos y conocidos. De niños recibieron la fe en el seno de sus familias. Durante la juventud, muchos se alejaron de lo que consideraban un residuo infantil. Es probable que hayan vivido en tierra de nadie durante diez, veinte, treinta años. A veces, la vida los ha colocado de nuevo en situaciones extremas en las que han proferido una súplica rescatada del baúl de la infancia: "Jesús, maestro, ten compasión de mí". Volver a creer al cabo de muchos años de duda o de increencia es recorrer el camino que va de la autosuficiencia a la gratitud. Estas "vueltas" no tienen quizá el ímpetu de las primeras experiencias de fe, pero están enriquecidas por la profundidad y la humildad (gonzalo@claret.org).

De nuevo nos encontramos aquí con una escena en que hombres aparentemente religiosos están más alejados de la verdadera piedad que otros que, a simple vista y en la consideración general, parecen ser adversarios del plan de Dios.

Los diez leprosos han experimentado por igual en su vida el paso salvador de Dios. Pero nueve de ellos, y precisamente aquellos que pertenecen a la realidad salvífica de Israel, poseedores de su Ley y partícipes de su culto, han sido conducidos por la preocupación de realizar los pasos legales prescritos. Y se han olvidado de la obligación religiosa principal: dar gloria a Dios en voz alta.

Por el contrario, alguien que no pertenecía a esa realidad salvífica se convierte en pregonero de las maravillas de Dios realizadas en su propia vida. Él no está atrapado en las prescripciones legales respecto a Templo y sacerdotes, y esta aparente falta de piedad lo conduce a la piedad auténtica de quienes saben descubrir la presencia de Dios como una gracia y un don.

Atrapados en reglamentos, leyes y convicciones que determinan el ámbito religioso, también nosotros estamos expuestos al riesgo de olvidar que la única actitud exigida ante el Dios de la gracia es aquella que brota de un corazón agradecido.

El leproso samaritano curado nos señala el auténtico camino del acercamiento a Dios. La fe que lo ha salvado debe hacerse presente en toda vida cristiana que siempre debe estar pronta a correr a los pies de Jesús para dar gracias y glorificar a Dios (Josep Rius-Camps).

En una sencilla narración evangélica encontramos las claves de lo que debe ser la vida del cristiano. Las podemos definir en tres sencillas palabras: misericordia, fe y agradecimiento. La misericordia es una de las actitudes que los evangelistas nos presentan más habitualmente en Jesús. ¡Cuántas veces sintió piedad ante los necesitados y enfermos! Hoy a veces parece que sentir piedad ante otra persona significa rebajarla. No es eso lo que hace Jesús. Su piedad no rebaja sino que libera, levanta a las personas. Jesús siente piedad porque siente como suyo el dolor o el sufrimiento de la persona que tiene ante sí.

La fe hay que entenderla como la capacidad de acoger la presencia de Dios cerca de nosotros. Varias veces a lo largo del Evangelio dice Jesús a los que acaba de curar que ha sido su fe, la de ellos, la que les ha curado. Es como si la fe lograse unificar la persona y unirla de tal modo a Dios que le diese el poder de hacer verdaderos milagros. Y el agradecimiento como respuesta de corazón a lo que se ha recibido gratis. Fruto de ese agradecimiento ante el don de Dios es la misericordia, la compasión, que experimenta el cristiano ante el hermano pobre o necesitado. Y la cadena vuelve a empezar, porque el cristiano que se deja llevar por esa misericordia se hace testigo de la presencia de Dios para sus hermanos y hermanas (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).

Muchos, nosotros mismos, hemos sido objeto de la misericordia y de los dones divinos. De un modo especial hemos recibido el perdón gratuito y total de nuestros pecados. Así Dios nos ha manifestado, hasta el extremo, su amor y su misericordia. Sin importarle nuestras grandes miserias y pecados que nos mantenían al margen del Reino de Dios y lejos de la presencia del Señor, Él ha tenido misericordia de nosotros, y ha salido a nuestro encuentro como el pastor busca a la oveja descarriada. Él nos ha perdonado y nos ha recibido como a hijos suyos, revistiéndonos de la dignidad de su Hijo Jesucristo. Pero ¿hemos sido agradecidos con Dios? Sólo lo seremos cuando mediante nuestra vida y nuestras obras nos convirtamos en una continua glorificación de su Santo Nombre.

¡Cómo no ofrecerle a Dios un corazón lleno de gratitud por el amor, por la misericordia y por el perdón que, a manos llenas, nos ha ofrecido por medio de su Hijo Jesús! El Poderoso no se hizo presente entre nosotros para destruirnos, sino para socorrer a los pobres, levantar a los decaídos y perdonar a los culpables. Así, el más grande entre nosotros se hizo el último de todos y el servidor de todos. ¡Mirad, pues, qué amor tan grande nos ha tenido el Señor! Él se acercó a nosotros como el Buen Samaritano; y no sólo sanó nuestras heridas, sino que pagó con su sangre para que la Vida que Él ha recibido de su Padre Dios, sea también vida nuestra. Por eso celebremos con amor y gratitud esta Acción de Gracias, pues el Señor no sólo nos ha dado la salud corporal, sino la salvación y la Vida eterna.

Quienes creemos en Cristo no sólo debemos ser conscientes de que nuestra fe en Él nos ha salvado, sino que, estando Él en nosotros y nosotros en Él, continuamos en la historia su obra de salvación hasta el final de los tiempos. A nosotros corresponde acercarnos a quienes han sido marginados a causa de sus enfermedades, pobrezas, edad o cultura. A ellos hemos de llegar con el mismo amor de Cristo, para ayudarles a vivir con mayor dignidad en el aspecto humano y en su vida de fe. Nuestra mejor forma de manifestarle al Señor nuestra gratitud por todo lo que ha hecho por nosotros, es trabajando por su Reino. Y ese trabajo, convertido especialmente en testimonio de vida, nos ha de manifestar ante todos como personas que viven y caminan haciendo el bien a todos en todo tiempo y lugar. Por lo cual no puede limitarse a unas horas de apostolado al día o a la semana, sino que debe ser un continuo testimonio del Señor que se ha de dar en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, de tal forma que nos convirtamos en motivo de paz, de alegría y de amor fraterno para cuantos nos traten.

Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir comprometidos en el amor a Dios, protegiendo al pobre y al huérfano, haciendo justicia al humilde y al necesitado, y defendiendo al desvalido y al pobre. Así manifestaremos que en verdad somos hombres con una fe firmemente asentada en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén (www.homiliacatolica.com).

¡Cuánto se agradece cuando una persona se detiene en la carretera para ayudarnos cuando nuestro coche se ha averiado! "Jamás me había visto antes, sabía que muy probablemente no nos volveríamos a encontrar para que yo le agradeciera este favor... y sin embargo, tuvo el detalle de detenerse para hacerlo." Parece obligado que ante este hecho, brote del corazón la gratitud.

Pero suele suceder que las personas que saben agradecer las cosas grandes, son las que también lo hacen ante pequeños detalles, que podrían pasar inadvertidos. A quien le cede el paso en medio del tráfico, al que sabe sonreír en el trabajo los lunes por la mañana, a la persona que atiende en la farmacia o en el banco... Son felices porque les sobran motivos para decir esa palabra que para otros es extraña y humillante.

Quien la pronuncia con sinceridad, al mismo tiempo llena de alegría a los demás, y crea "el círculo virtuoso" de la gratitud, en el que cada uno cumple su deber con mayor gusto y perfección.

Y si estas personas agradecen a los hombres los pequeños favores y detalles, ¡cuánto más a Dios que es quien a través de canales tan variados nos hace llegar todo lo bueno que hay en nuestra vida! ¡Gracias! (Juan Gralla). Copio del 20minutos, una noticia del 27.10.2009: Montse Ventura está viva gracias a que una mujer que viajaba con ella en un bus urbano de Barcelona a principios de año identificó en su cara unas señales sintomáticas de un tumor. Hoy, operada y recuperada, busca a su 'ángel de la guarda' a través de la prensa catalana para darle las gracias. El azar quiso que Montse, de 55 años y ex maestra, viuda y madre de dos hijas, viajara en un bus de vuelta de un museo al lado de una desconocida que no le quitaba ojo. En un momento dado le pidió hablar con ella a solas y le recomendó que se hiciera una analítica. En un papel le escribió los dos marcadores que debía vigilar. Le dijo poco más, sólo que había visto en su cara un agrandamiento de labios y nariz que podría anticipar un tumor de hipófisis. Y otra cosa: que estaba a tiempo, pero que no tardara en mirarse.

Busca a una mujer de 50 años, pelo rizado, castaño y delgada Al cabo de un mes, Montse pidió cita médica y se hizo el preceptivo análisis. Los dos marcadores elegidos por la más que probable doctora del autobús salieron disparados. Tras peregrinar de ginecólogos a endocrinos le diagnosticaron un minúsculo tumor de hipófisis, la parte del cerebro que regula el equilibrio hormonal del cuerpo. Montse decidió operarse, siguiendo el consejo de los médicos, porque la ubicación del tumor era muy peligrosa.

Ahora Montse busca a una mujer de unos 50 años, delgada, con pelo rizado, castaño, que viajaba en el autobús 64 de Barcelona aquella mañana de principios de año. Quiere darle las gracias por salvarle la vida.

Agradezcamos a Dios los ángeles que pone en nuestro camino… "¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: ¡gracias a Dios!? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad" (San Agustín).

 

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