viernes, 13 de noviembre de 2009

Miércoles de la 23ª semana. Hemos resucitado con Cristo, pensemos por tanto en las cosas de arriba, viviendo las bienaventuranzas

Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3,1-11. Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes. Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

 

Salmo 144,2-3.10-11.12-13ab. R. El Señor es bueno con todos.

Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,20-26. En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: -«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

 

Comentario: 1. - Col 3,1-11. El principio que fundamenta la conducta moral del cristiano es su unión con Cristo que comienza con el Bautismo (verdadera resurrección espiritual) y se perfecciona con los demás sacramentos y con la vida de oración, hay una búsqueda incesante de "las cosas de arriba" donde está Cristo. Para esto hay una trayectoria: apartarse de lo viejo y revestirse del hombre nuevo, ejercitándose en las virtudes. "Mi amor está crucificado (…) no me satisfacen los alimentos corruptibles y los placeres de este mundo. Lo que yo quiero es el pan de Dios, que es la carne de Cristo, nacido de la descendencia de David, y no deseo otra bebida que su sangre, que es la caridad incorruptible" (S. Ignacio de Antioquía). Dice la Gaudium et Spes 57: "Los cristianos, en marcha hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba, lo cual en nada disminuye, antes por el contrario, aumenta, la importancia de la misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano. En realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayudas para cumplir con más intensidad su misión y, sobre todo, para descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del hombre. El hombre, en efecto, cuando con el trabajo de sus manos o con ayuda de los recursos técnicos cultiva la tierra para que produzca frutos y llegue a ser morada digna de toda la familia humana y cuando conscientemente asume su parte en la vida de los grupos sociales, cumple personalmente el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra y perfeccionar la creación, y al mismo tiempo se perfecciona a sí mismo; más aún, obedece al gran mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de los hermanos. Además, el hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir sobremanera a que la familia humana se eleve a los conceptos más altos de la verdad, el bien y la belleza y al juicio del valor universal, y así sea iluminada mejor por la maravillosa Sabiduría, que desde siempre estaba con Dios disponiendo todas las cosas con El, jugando en el orbe de la tierra y encontrando sus delicias en estar entre los hijos de los hombres. Con todo lo cual es espíritu humano, más libre de la esclavitud de las cosas, puede ser elevado con mayor facilidad al culto mismo y a la contemplación del Creador. Más todavía, con el impulso de la gracia se dispone a reconocer al Verbo de Dios, que antes de hacerse carne para salvarlo todo y recapitular todo en Él, estaba en el mundo como luz verdadera que ilumina a todo hombre (In 1,9). Es cierto que el progreso actual de las ciencias y de la técnica, las cuales, debido a su método, no pueden penetrar hasta las íntimas esencias de las cosas, puede favorecer cierto fenomenismo y agnosticismo cuando el método de investigación usado por estas disciplinas se considera sin razón como la regla suprema para hallar toda la verdad. Es más, hay el peligro de que el hombre, confiado con exceso en los inventos actuales, crea que se basta a sí mismo y deje de buscar ya cosas más altas. Sin embargo, estas lamentables consecuencias no son efectos necesarios de la cultura contemporánea ni deben hacernos caer en la tentación de no reconocer los valores positivos de ésta. Entre tales valores se cuentan: el estudio de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las investigaciones científicas, la necesidad de trabajar conjuntamente en equipos técnicos, el sentido de la solidaridad internacional, la conciencia cada vez más intensa de la responsabilidad de los peritos para la ayuda y la protección de los hombres, la voluntad de lograr condiciones de vida más aceptables para todos, singularmente para los que padecen privación de responsabilidad o indigencia cultural. Todo lo cual puede aportar alguna preparación para recibir el mensaje del Evangelio, la cual puede ser informada con la caridad divina por Aquel que vino a salvar el mundo". El hombre viejo tiende a las inclinaciones de la concupiscencia desordenada, pero quien ha sido renovado en Cristo se deja llevar por una perspectiva más alta, es "dejarse mover y poseer por la poderosa mano del autor de todo bien" (S. Ignacio de Loyola).

Quienes creemos en Cristo, todos somos uno en Él. Y puesto que participamos de su misma vida divina, comportémonos a la altura del Hijo de Dios. No vivamos, por tanto, dominados por ninguna clase de maldad. Que más bien resplandezcan en nosotros los bienes de arriba, no los de la tierra. No seamos engaño, mentira para los demás; caminemos en la verdad y demos testimonio de la misa con nuestras buenas obras. Vivamos la unidad en Cristo; venidos de muchas razas y culturas, no queramos crear divisiones entre nosotros, pues ya no vivimos bajo la guía del hombre viejo de maldad y de pecado, sino bajo la guía del hombre nuevo, Cristo, del cual nos hemos revestido, y que vino para reunir a los hijos que había dispersado el pecado, y a formar, de todos, un solo pueblo que alabe al Padre Dios y para que convivamos con la calidez de hermanos, que brota del amor que Dios ha infundido en nuestros corazones.

Pablo sigue con su razonamiento de coherencia. Si los cristianos de Colosas son conscientes de que "han resucitado con Cristo", deben ser consecuentes y buscar "los bienes de allá arriba" y no los de este mundo. En el orden del ser, el ontológico, ya ha sucedido -por el bautismo- que "habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios", y "habéis resucitado con Cristo", y "cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria". Pero eso no sólo es una realidad futura. Ya desde ahora funciona esta unión con el misterio de muerte y resurrección de Cristo. Hay cosas a las que renunciar: "dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros". Pablo enumera una serie de situaciones pecaminosas: la fornicación, la codicia, la avaricia, ira, coraje, calumnias y groserías: "despojaos de la vieja condición humana, con sus obras". Algunos de estos ejemplos apuntan a las costumbres sexuales. Otros, a la caridad fraterna. Otros, a la avaricia del dinero, que es una idolatría. Los cristianos, despojados del pecado, deben abrazar las obras de Cristo: "revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador". Según esta nueva condición, "no hay distinción entre judíos y gentiles, entre esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos". En las relaciones con los demás se notará si hemos asimilado el estilo de vida de Cristo.

Los sacramentos cristianos se tienen que notar luego en la vida. Es muy hermoso poder decir que el bautismo nos ha hecho morir con Cristo y resucitar con él a una nueva vida. Eso es una realidad misteriosa y consoladora. Pero Pablo nos recuerda la consecuencia: "ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba". Estamos arraigados en este mundo y realizamos en él una tarea muy importante: vivir y ayudar a vivir. Pero "buscar las cosas de allá arriba" significa vivir con una mentalidad no terrena, según las pasiones e instintos que a todos nos atan de alguna manera. Significa ser libres, resucitados, "revestidos de la nueva condición" de cristianos, que todos somos conscientes que exige, no tanto unos conocimientos, sino un modo distinto de vida.

La lista de peligros que citaba Pablo nos la podría recordar también hoy, invitándonos a una conducta sexual justa, una caridad sin ira ni maldad, evitando la codicia y la avaricia del dinero, que son unos dioses falsos que atan a sus seguidores. La motivación siempre es la misma: "habéis resucitado con Cristo", "vuestra vida está con Cristo", "Cristo es vida nuestra", "Cristo es la síntesis de todo y está en todos"... ¿Se nota en nuestras vidas, concretamente, que día tras día escuchamos la palabra de ese Cristo y recibimos su Cuerpo y su Sangre? ¿se nos va comunicando su "nueva condición", o seguimos aferrados a la terrena?

-Hermanos, habéis resucitado con Cristo. Pablo creó un término. El participio «resucitado», en griego permanece indisolublemente ligado a la preposición «con» como si Pablo quisiera que experimentáramos físicamente hasta qué punto nuestra suerte está ligada a la de Jesús. Cuando Jesús resucitó yo estaba como incluido «en El», yo resucitaba con El. Notemos que Pablo utiliza un verbo en pasado: mi resurrección ya está realizada en la de Jesús.

-Así pues buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Haber ya resucitado no es solamente un hermoso sueño irreal. ¡Esto «trae consigo» todo un estilo de vida, toda una «búsqueda», una «tensión» hacia lo alto! La vida de resucitado es una vida dinámica, una exultación de vitalidad, cuya potencia y grandeza reducen todos los bienes de la tierra a su proporción infinitesimal en relación a este esencial. Señor, ayúdame a apreciar cada cosa en su justo valor, con ese criterio de la eternidad de vida... en la que ya he entrado en Jesús.

-En efecto, habéis muerto con Cristo... Hay también aquí un término compuesto: ¡"muertos con" Jesús! Así pues los dos grandes acontecimientos históricos vividos por Jesús, los ha vivido para nosotros, con nosotros en El. Jesús vivió mi muerte. Jesús vivió mi resurrección. El Bautismo me ha hecho participar de esos dos actos de su vida.

-Y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Nada ha cambiado aparentemente en un cristiano, con relación a los demás hombres. Y sin embargo, en la banalidad y oscuridad cotidiana, un esplendor divino yace escondido.

-Cuando aparezca Cristo, vuestra vida... ¡Cristo mi vida! Señor, ayúdame a ser más consciente.

-Entonces también vosotros apareceréis gloriosos con El. Es la cuarta vez en pocas líneas que se repite esta expresión: «con El», «con Cristo». Y adivinamos que, para Pablo, no se trata solamente de un compañerismo, de una proximidad por estrecha que esta sea. Se trata en efecto de que Jesús y yo formamos ¡un solo ser! Estoy escondido, vivo, en el cielo. El cielo ya ha empezado. Simplemente, un día, eso aparecerá claramente. Pero ya existe, si quiero consentir en ello.

-Por lo tanto, extirpad lo que hay de terreno en vosotros: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos. Los altos vuelos místicos precedentes no impiden a san Pablo tocar de pies al suelo. Cólera, ira, maledicencia, insultos, palabras groseras, mentira: despojaos del hombre viejo que hay en vosotros... Vivir por adelantado en el cielo, es también crear un pequeño paraíso a nuestro alrededor, para los demás.

-Revestíos del hombre nuevo que por el conocimiento se va renovando a imagen de su Creador... No hay más que Cristo que lo es todo, en todos. Abandonarme. Dios me está creando. Modela en mí la imagen de Cristo. Señor, que esté disponible a ello (Noel Quesson).

2. Sal. 144. Nuestro Dios y Padre merece una alabanza continua, pues, siendo el creador de todo, nos ha manifestado su bondad, su clemencia y compasión. Por eso elevamos a Él nuestro cántico, uniendo a él a todas las criaturas; nuestra mejor alabanza al Señor la realizaremos explicando sus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de su reinado. Quien, en verdad, ha tenido una experiencia personal del amor y de la misericordia de Dios, no podrá sino convertirse en testigo del beneficio que ha recibido. Por eso, quienes proclamamos el Evangelio del Señor, no podremos hacerlo con lealtad mientras no lo hayamos convertido en parte de nuestra propia existencia y experiencia. El primer motivo de alabanza es la grandeza del Señor, que es reconocida por todas las generaciones que recuerdan su bondad, luego la bondad de Dios que se manifiesta en sus obras de tal forma que ellas reflejan su reinado, también la eternidad universidad y fidelidad en ese reinado que se manifiesta en la providencia divina que es salvacion para los que le aman. "Consagrarse a la alabanza es propio de un corazón filial. El que alaba al Señor cada día, lo alabará en el Día eterno" (S. Juan Crisóstomo).

3. Lc 6,20-26 (ver domingo 6, C). Al bajar Jesús de la montaña, donde había elegido a los doce apóstoles, empieza en Lucas lo que los autores llaman "el sermón de la llanura" (Lc 6,20-49), que leeremos desde hoy al sábado, y que recoge diversas enseñanzas de Jesús, como había hecho Mateo en el "sermón de la montaña". Ambos empiezan con las bienaventuranzas. Las de Lucas son distintas. En Mateo eran ocho, mientras que aquí son cuatro bienaventuranzas y cuatro que podemos llamar malaventuranzas o lamentaciones. En Mateo están en tercera persona ("de ellos es el Reino"), mientras que aquí en segunda: "vuestro es el Reino"). "La bienaventuranza prometida nos coloca ante elecciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus instintos malvados y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor" (Catecismo 1723). Jesús llama "felices y dichosos" a cuatro clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de su fe. Pero se lamenta y dedica su "ay" a otras cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo. Se trata, por tanto, de cuatro antítesis. Como las que pone Lucas en labios de María de Nazaret en su Magníficat: Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos. Es como el desarrollo de lo que había anunciado Jesús en su primera homilía de Nazaret: Dios le ha enviado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos.

Nos sorprende siempre esta lista de bienaventuranzas. ¿Cómo se puede llamar dichosos a los que lloran o a los pobres o a los perseguidos? La enseñanza de Jesús es paradójica. No va según nuestros gustos y según los criterios de este mundo. En nuestra sociedad se felicita a los ricos y a los que tienen éxito y a los que gozan de salud y a los que son aplaudidos por todos. En estas ocasiones es cuando recordamos que ser cristianos no es fácil, que no consiste sólo en estar bautizados o hacer unos rezos o llevar unos distintivos. Sino en creer a Jesús y fiarse de lo que nos enseña y en seguir sus criterios de vida, aunque nos parezcan difíciles. Seguro que él está señalando una felicidad más definitiva que las pasajeras que nos puede ofrecer este mundo. Es la verdadera sabiduría, el auténtico camino de la felicidad y de la libertad. La del salmo 1: "Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos: es como un árbol plantado junto a corrientes de agua... No así los impíos, no así, que son como paja que se lleva el viento". O como la de Jeremías: "Maldito aquél que se fía de los hombres y aparta de Yahvé su corazón... Bendito aquél que se fía de Yahvé y a la orilla de la corriente echa sus raíces" (Jr 1 7,5-6). O como la de la parábola del pobre y del rico: ¿quién es feliz en definitiva, el pobre Lázaro a quien nadie hacía caso, o el rico Epulón que fue a parar al fuego del castigo? Jesús llama felices a los que están vacíos de sí mismos y abiertos a Dios, y se lamenta de los autosuficientes y satisfechos, porque se están engañando: los éxitos inmediatos no les van a traer la felicidad verdadera. ¿Estamos en la lista de bienaventurados de Jesús, o nos empeñamos en seguir en la lista de este mundo? Si no encontramos la felicidad, ¿no será porque la estamos buscando donde no está, en las cosas aparentes y superficiales? (J. Aldazábal).

Lucas se dirige a pobres "reales", a la clase social de aquellos que son más pobres físicamente que los demás. Y esta insistencia particular de Lucas es aún reforzada por - el anuncio de un cambio total de las situaciones... - la oposición entre "bienaventuranzas" y "malaventuranzas"... Ese mensaje, netamente más "social" que el de Mateo, está completamente en la línea de todo el evangelio de Lucas -los primeros convertidos se reclutaron de hecho en las clases sociales menos favorecidas-. Pero el mensaje más "místico" de Mateo no hay que contraponerlo al de Lucas. El pensamiento de Jesús debió comportar ambos sentidos. La interpretación de las bienaventuranzas "según san Mateo", invita a todos los hombres, ricos o pobres, al desprendimiento espiritual y a la conversión del corazón... La interpretación de las bienaventuranzas "según san Lucas" invita a todo los hombres, ricos o pobres, a transformar las estructuras de la sociedad para que haya menos gente desfavorecida...

-Dichosos, vosotros, los pobres, Dichosos los que ahora pasáis hambre, Dichosos los que ahora lloráis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres y os expulsen y os insulten y os desprecien. Se trata pues de situaciones reales: "Vosotros, los pobres... Vosotros los que lloráis... Vosotros, los que tenéis hambre... Vosotros. Ios que sois despreciados..." Se trata, en efecto de circunstancias concretas, históricas: el adverbio "ahora" refuerza esa impresión. Jesús me invita pues a: - en primer lugar, mirar mis propias miserias, mis pobrezas reales, mis hambres reales, mis llantos reales, los desprecios reales que he sufrido; - en segundo lugar, mirar a mi alrededor esos mismos sectores de miseria, esos pobres, esos sufrientes, esos hambrientos, esos despreciados.

Dichosos... El reino de Dios es vuestro. Dichosos... Vosotros seréis saciados... Dichosos... porque reiréis. Dichosos... porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Lucas marca netamente una antítesis entre el presente y el futuro:

"Vosotros, que ahora tenéis hambre, seréis saciados... "Vosotros, que ahora lloráis, reiréis... Pero notemos también que la "felicidad" prometida ya está aquí, es actual. Dichosos... el reino de Dios es vuestro, desde hoy. Dichosos... vuestra recompensa es grande en el cielo.

-Alegraos ese día y saltad de gozo... Sí, ese día, a partir de hoy... aun en medio de la pobreza, de las dificultades cotidianas, de los sufrimientos... Jesús nos invita al gozo. Un gozo que se expresa incluso exteriormente: "¡saltad de gozo!" Un día, durante la misa, vi a toda la asamblea que, habiendo captado bien ese pasaje de la Escritura, se puso a marcar el ritmo de su "Aleluya" con sus aplausos. "Alegraos y saltad de gozo", decía Jesús a los pobres.

 Pero, ¡ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que ahora estáis saciados, porque vais a pasar hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque tendréis aflicción y llanto! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Porque de ese modo trataron sus padres a los "falsos profetas". Cuatro maldiciones que corresponden exactamente a las bendiciones precedentes. Aquellos que el mundo estima... Jesús desinfla su, por así decir, felicidad. La tierra no es el todo del hombre. El "tiempo" no es el todo... ¡Hay la eternidad! (Noel Quesson).

El modelo de la bienaventuranza es la Virgen María (1,45.48;11,27.28): "bienaventurada el alma de la Virgen que, guidada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios. Ella no se dejaba llevar por su propio instinto o juicio, sino que su actuación exterior correspondía siempre a las insinuaciones internas de la sabiduría que nace de la fe. Convenía, en efecto, que la sabiduría divina, que se iba edificando la casa de la Iglesia para habitar en ella, se valiera de María Santísima para lograr la observancia de la ley, la purificación de la mente, la justa medida de la humildad y el sacrificio espiritual. Imítala tú, alma fiel. Entra en el templo de tu corazón, si quieres alcanzar la purificación espiritual y la limpieza de todo contagio de pecado" (S. Lorenzo Justiniani). Ser cristiano es seguir a Cristo, también en la cruz: "que ninguno de vosotros tenga que sufrir por homicida, ladrón, malhechor o entrometido en lo ajeno; pero si es por ser cristiano, que no se avergüence, sino que glorifique a Dios por llevar ese nombre" (1 P 4,15-16), y así lo entendieron los primeros cristianos: "Lo único que para mí habéis de pedir es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que esté también interiormente decidido, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho. Si me porto como cristiano, tendré también derecho a este nombre y, entonces, seré de verdad fiel a Cristo, cuando haya desaparecido ya del mundo. Nada es bueno sólo por lo que aparece al exterior. El mismo Jesucristo, nuestro Dios, ahora que está con su Padre, es cuando mejor se manifiesta. Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma.

Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo" (S. Ignacio de Antioquía).

 Alaba mi alma la grandeza del Señor, porque su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. El Señor no rechaza a los ricos; Él rechaza a los soberbios de corazón y a quienes han puesto su confianza en los bienes pasajeros. Y puesto que el hombre es fácil presa de las riquezas, que le hacen orgulloso y le llevan a rechazar a Dios, ¡Qué difícil es que un rico se salve! es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el Reino de los cielos. Si Jesús privilegia a los pobres, es porque ha venido a salvar lo que estaba perdido, a levantar los corazones de los oprimidos, a anunciar el Evangelio a los pobres, a manifestar que Dios ama a aquellos que los hombres desprecian. Decía S. Josemaría: "todo cristiano corriente tiene que hacer compatible, en su vida, dos aspectos que pueden a primera vista parecer contradictorios. Pobreza real, que se note y se toque –hecha de cosas concretas–, que sea una profesión de fe en Dios, una manifestación de que el corazón no se satisface con las cosas creadas, sino que aspira al Creador, que desea llenarse de amor de Dios, y dar luego a todos de ese mismo amor. Y, al mismo tiempo, ser uno más entre sus hermanos los hombres, de cuya vida participa, con quienes se alegra, con los que colabora, amando el mundo y todas las cosas buenas que había en el mundo, utilizando todas las cosas creadas para resolver los problemas de la vida humana, y para establecer el ambiente espiritual y material que facilita el desarrollo de las personas y de las comunidades". Ojalá y las bienaventuranzas las vivamos a profundidad sabiendo que hay situaciones penosas en los hombres que han de ser resueltas de un modo concreto. No podemos conformarnos pensando que somos hijos de Dios cuando, estando en su presencia, lo alabamos, pero después no somos capaces de vivir conforme a sus enseñanzas. Ojalá y al final de nuestra vida no vayan a ser nuestros los ayes y la condenación que hoy proclama el Señor para quienes sólo le dieron culto con los labios, pero no vivieron con lealtad el compromiso de su fe.

En esta Eucaristía nos encontramos disfrutando de los bienes de arriba. El Señor se ha hecho cercano a nosotros para que podamos gozar de su vida, de su paz, de su misericordia, de su bondad, de su amor. Mediante su Misterio Pascual, cuyo memorial estamos celebrando, nosotros, muertos al pecado, escondemos nuestra vida con Cristo en Dios. Pero no la escondemos por cobardía, como queriendo apartarnos inútilmente del mundo. Ponemos nuestra vida en Dios como el campesino oculta la semilla sembrándola en su campo para que germine y produzca fruto abundante. Así nosotros, en esta Eucaristía, ponemos nuestra vida en Dios para que, fortalecidos por su Espíritu, podamos manifestarnos gloriosamente junto con Cristo, despojados del hombre viejo, renovados en el Señor y con abundancia de obras buenas.

Quienes hemos hecho nuestra la Vida de Dios por nuestra unión con Cristo, no podemos generar más pobreza en el mundo, sino remediarla, en la medida que esté en nuestras manos. No podemos generar más hambrientos en razón del pago injustificado del trabajo de los obreros, muchas veces marginados y desprotegidos de sus derechos más fundamentales. No podemos generar más dolor a causa de ir cegando la vida de los inocentes con tal de conservar el propio prestigio o el poder. No podemos perseguir a ninguna persona a causa de su fe en Cristo, o por no creer en Él. El Señor nos ha enviado para convertirnos no en simples habladores, sino en testigos de su amor, de su misericordia, de su bondad, de su preocupación por los desprotegidos. Sin embargo, recordemos que, siendo testigos de Cristo, no podemos pensar que hayamos cumplido con la Misión confiada cuando se logre un mundo más justo y más fraterno; es necesario que la salvación que Dios nos ofrece llegue al corazón de las personas, compartiendo así no sólo nuestros bienes materiales, sino especialmente nuestra fe en Cristo dándole, así, mayor estabilidad a nuestro caminar como hermanos con visión de eternidad. Que Dios nos conceda, por intercesión de María Virgen, la gracia de saber dar un auténtico testimonio de nuestra fe en Cristo con las obras que, acompañando nuestras palabras, manifiesten que en verdad vivimos nuestro compromiso con Cristo que nos ha puesto al servicio de todos, especialmente de los pobres, de los marginados y de los pecadores, para ayudarles tanto a vivir con mayor dignidad, como a vivir como hijos de Dios. Amén (www.homiliacatolica.com).

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