viernes, 13 de noviembre de 2009

Domingo 27, B. La belleza del amor humano, que es imagen de Dios en comunión, y que se expresa en el matrimonio indisoluble, basado en el compromiso de amor.

 

 

Lectura del libro del Génesis 2,18-24. El Señor Dios se dijo: -No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude. Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no se encontraba, ninguno como él, que le ayudase. Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre.

Y el hombre dijo: -¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.

 

Salmo 127,1-3.3.4-5.6. R/. Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.

¡Dichoso el que teme al Señor, / y sigue sus caminos! / Comerás del fruto de tu trabajo, / serás dichoso, te irá bien.

Tu mujer, como parra fecunda, / en medio de tu casa; / tus hijos, como renuevos de olivo, / alrededor de tu mesa.

Esta es la bendición del hombre / que teme al Señor. / Que el Señor te bendiga desde Sión, / que veas la prosperidad de Jerusalén / todos los días de tu vida.

Que el Señor te bendiga desde Sión, / que veas a los hijos de tus hijos. / ¡Paz a Israel!

 

Carta a los Hebreos 2,9-11. Hermanos: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.

 

Evangelio según San Marcos 10,2-16. El texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad.

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: -¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?

El les replicó: -¿Qué os ha mandado Moisés?

Contestaron: -Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.

Jesús les dijo: -Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. El les dijo: -Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.

[Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: -Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.]

 

Comentario: 1. Gn 2,18-24. "No está bien que el hombre esté solo". La intención del autor es explicar la fuerza del amor, la atracción recíproca de los sexos. Hombre y mujer tiene cada uno sus características, pero son esencialmente semejantes, iguales en dignidad. El texto lo expresa al decir "es carne de mi carne..." Dios crea la mujer. El acto de la creación no admite espectadores. El hombre está en un sueño profundo, ignora el origen de la mujer. Con la mujer se da al hombre su complemento. El hombre sólo en el "otro" puede colmar su deficiencia. ¿Hasta qué punto el hombre actual entiende que se realiza en el otro y no en su egoísmo? El hombre no es un ser autónomo, encerrado en sí mismo. Necesita complemento. Esta experiencia es válida también para el hombre de hoy. A pesar del progreso técnico y científico, el hombre se siente solo. En muchos aspectos no puede ser él mismo y ha de vivir su máscara... Detrás de las apariencias se esconde la inseguridad y la insatisfacción. El misterio de la mujer y la relación de los sexos hay que leerlo a la luz del contexto. Israel defiende su fe en Yahvé contra los cultos lunares del ambiente en que se encuentra. En ellos la mujer ocupaba un lugar importante y mágico. La costilla era el símbolo lunar al que atribuían poderes divinos. El texto utiliza este material literario y la situación social en que estaba la mujer. Pero el contenido teológico expresado con estas fórmulas literarias es claro: el hombre y la mujer son una sola carne, criaturas de Dios, con el mismo valor y dignidad (P. Franquesa).

Una pareja: el hombre no existe para sí mismo, no aguanta estar solo. Para vivir, necesita que exista alguien con quien poder estar frente a frente. Creado a imagen y semejanza de Dios, no puede vivir siendo él solo: lleva injerto en su ser el amor, y sólo en el encuentro y en la relación llegará a ser él mismo. Por haber nacido de Dios, el hombre es participación.

Por toda la eternidad llevará Adán la cicatriz de su carencia, de su autosuficiencia imposible; es un ser incompleto. Eva, nacida del costado de Adán, será el símbolo viviente de la complementariedad inalienable.

Misterio del hombre, que para ser él mismo tiene necesidad de otro; que para encontrarse a sí mismo necesita compartir, y dar para llegar a ser. Misterio del hombre, que para poder existir como "yo" necesita que exista otro que le diga "tú"; que se descubre a sí mismo en la mirada del otro; que tiene conocimiento del mundo, de las cosas y de los seres a través de un lenguaje recibido de los otros. Misterio del hombre, que es sociedad. Adán llevará par siempre la señal de que él solo existe con los otros, por ellos y para ellos. El uno hacia el otro: el hombre es, desde su origen, un ser conyugal. Y desde entonces, la pareja es sacramento de Dios. Si el ser humano fuera una mónada cerrada, no estaría hecho a imagen de Dios, pues un Dios con una sola persona ya no sería el Amor.

"Dios -hace notar Teófilo de Antioquía- creó a Adán y a Eva para el máximo amor entre ellos, reflejando así el misterio de la divina unidad". Y Dios llevará en su pecho, por toda la eternidad, la marca de su pasión por el hombre: el costado traspasado de Jesús en la cruz.

Misterio de Dios, que es un infinito herido. Misterio de Dios, cuya perfección va unida al más completo abandono y cuya omnipotencia es sinónimo de la máxima dependencia. Dios es Amor y el Amor es encuentro y, por lo tanto, carencia y súplica: para existir, Dios necesita al hombre y, para existir como Amor, tiene que ser Trinidad. Grandeza de la pareja: se hace sacramento de Dios. "No separéis lo que Dios ha unido", dirá Jesús a sus detractores. El matrimonio es un sacramento no porque consagre la promesa solemne de los esposos, ni tampoco por fundarse en la mutua ternura; es sacramento por ser la imagen más perfecta de lo que es Dios y de lo que es la vida según Dios. En la relación entre un hombre y una mujer descubrimos y experimentamos que Dios es encuentro, don, participación, amor (Sal Terrae).

El punto de partida del texto es la necesidad humana de estar en compañía. No podemos vivir solos, estamos hechos para la relación con los demás, estamos hechos a base de relación con los demás (por eso cuando muere algún ser querido, una parte de nosotros mismos muere con él, porque los demás forman parte, son, nuestra vida). No estaría fuera de lugar valorar hoy la importancia que tenemos los unos para los otros, una importancia que no puede suplir ni tan solo el dominio sobre toda la creación (dar nombre a los animales es dominar la creación).

Esta relación y compañía se realiza con una plenitud distinta de cualquier otra relación en la unión del hombre y la mujer. Es la pieza clave, la gran expresión, la gran realización de este acompañamiento entre los seres humanos. La atracción entre un chico y una chica, la estabilización de esta relación, el convertirla en amor incondicional, compromiso mutuo, relación sexual... constituye uno de los ejes básicos de la obra creadora de Dios. Hoy habrá que animar a los jóvenes a descubrir en su camino de amor el gozo de Dios que les acompaña, y animar a los mayores a sentirse también gozosos en este mismo camino. La alegría de Adán cuando despierta y ve a Eva es todo un programa.

El proyecto de relación de amor y unión incondicional de hombre y mujer no es un proyecto que funciona automáticamente; viene marcado por todos los defectos, debilidades y taras que los hombres y las mujeres arrastran sobre sus espaldas; es una gran ilusión, pero al mismo tiempo está tocado por dificultades y decepciones de todo tipo. Y seguro que todos los matrimonios (y todas las parejas de novios) conocen bien esta experiencia.

Una solución sería: ahora que nos va bien, permanecemos juntos, ahora que no nos va bien, nos separamos, da igual. Pero Jesús hace una propuesta mucho más rica, mucho más humana. Y la propuesta es que la llamada de Dios, la llamada que humaniza, pide poner todo el esfuerzo para reforzar constantemente este camino de unión. Hoy valdría la pena hacer hincapié en el valor de este esfuerzo. Un esfuerzo que se hace no porque "nos lo manden", sino porque es lo mejor que podemos hacer, lo que nos dará más felicidad.

Y Jesús aún dice algo más a las parejas cristianas. Dice que el cristiano, si lo es verdaderamente, tiene que ser capaz de mantener su amor ocurra lo que ocurra. Como un signo del amor absoluto de Dios.

El sacramento del matrimonio será eso: la experiencia más plena de acompañamiento mutuo que se puede dar entre los seres humanos (cf. primera lectura) se convierte en signo público, eclesial, del amor absoluto que es Dios. (Y una nota final. Ya se ve que el tema del evangelio de hoy no es la cuestión de las leyes del divorcio. Estas son -nos dice Jesús- mecanismos para resolver problemas generados por las durezas de corazón que estropean lo que no debería haberse estropeado. Pero este tema de las leyes -en aquellos tiempos, más de "repudio" que de "divorcio"- no preocupa mucho a Jesús; Josep Lligadas).

El relato de hoy expresa la convicción del autor de que el hombre solo, sin compañía ni ayuda, no es hombre ni puede vivir como tal. Primero alude a la ayuda de nivel elemental que le prestan los animales. La superioridad del hombre sobre la forma de vida animal, se traduce por su capacidad de ponerle nombre a cada uno. Esto equivale a asignarle un lugar en el ámbito de sus dominios. Pero no es en el dominio en donde el hombre encuentra la ayuda adecuada, donde el hombre puede realizarse, sino en el diálogo con el tú semejante, no dominado, sino igual. El autor sagrado sitúa en ese puesto a la mujer, que representa aquí a todos los tú humanos. Dice Santo Tomás (Summa Theol I q.92 a. 2 y 3) que la mujer ha sido formada del hombre, de un costado de éste, para indicar que no es la señora ni la esclava del hombre, sino su compañera, para inculcar al hombre que ha de amar a su mujer, para expresar la íntima comunidad de vida entre el hombre y la mujer y finalmente para simbolizar el nacimiento de la Iglesia, la Esposa de Cristo. En el N. T. se hace resaltar que la mujer ha sido formada del hombre, pero también allí leemos que el hombre depende de la mujer. Dice S. Pablo en 1Co 11,12: "porque así como la mujer procede del varón, así también el varón viene a la existencia por la mujer. Y todo proviene de Dios". Es decir, la mujer y el hombre están mutuamente subordinados. Son seres distintos, pero se complementan siendo cada uno de por sí una forma especial y parcial de lo humano. Pero en Eva no sólo está representada la mujer, sino todos los vivientes y quiera decirnos el autor sagrado que donde el hombre encuentra la verdadera ayuda para realizarse como hombre es en la relación dialogal con el otro, en la comunión de vida con los demás seres de la misma condición. Las cosas nunca completan ni perfeccionan al hombre.

Este era el maravilloso plan de Dios sobre los hombres. Que viviera en perfecta armonía con la creación, siendo rey y señor de todo lo creado; que viviera en un perfecto equilibrio interno consigo mismo, sin conflictos psicológicos, sin esa desgarradura interna que expresa maravillosamente S. Pablo, en Rom 7, 5 "Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco"; que viviera también en una relación de amor con sus semejantes que no son cosas ni animales, a los que no se puede manipular para nuestro provecho o nuestro placer. Y esta triple armonía: consigo mismo, con sus semejantes y con toda la creación, como consecuencia de esa justicia original, de esa maravillosa relación de amistad con la que Dios le brindaba: el paseo con Dios por el jardín a la hora de la brisa. Todo hombre lleva dentro de su corazón el paraíso como aspiración suprema. La historia de la salvación con Jesús -el verdadero Adán-, será la historia del retorno a ese paraíso perdido. Porque este relato del Paraíso más que una afirmación histórica sobre el hombre que fue, es una proclamación de Dios sobre lo que el hombre está llamado a ser si acepta la gracia de Jesús, el Salvador.

Y serán los dos una sola carne… Leemos el relato de la creación de la mujer según la tradición yahvista, de estilo muy cercano y humano. La reflexión que Dios se hace a sí mismo al inicio del relato transmite las ideas básicas que aquí se quieren destacar: en primer lugar, que el hombre es un ser social por naturaleza, no hecho para estar solo; segundo, que la mujer será este complemento que necesita el hombre; tercero, que aun siendo el complemento, no es un simple auxiliar a su servicio, sino que es capaz de ser una compañera para él, es decir, que está al mismo nivel que él. Seguidamente, en la búsqueda de una ayuda que esté a la altura del hombre, viene esta escena deliciosa en la que Dios presenta al hombre los animales que ha creado, para que les imponga el nombre como signo de dominio. Y el hombre se ve dominador de los animales, pero esta relación de dominio no es capaz de cubrir el vacío de su necesidad de una compañera adecuada; y así se destaca, por contraste, el verdadero papel de la mujer.

De este modo entramos en la escena misteriosa de la formación de la mujer, mediante la cual se quiere poner de relieve la trascendencia de las obras divinas, así como la trascendencia misma y el misterio de la vinculación entre el hombre y la mujer. El grito de alegría de Adán al despertar destaca una doble característica de la mujer: que es una ayuda y una compañía a la altura del hombre, pero que a la vez su existencia depende psicológica y socialmente de él. Se podría decir, pues, que las palabras del Génesis son una defensa del papel de la mujer como algo más que un ser puramente sometido al hombre, pero sin llegar a llevar el tema hasta sus últimas consecuencias, por otro lado difícilmente imaginables en aquel orden social. Y el texto finaliza con un principio general, una convicción teológica que ha orientado y condicionado todo el relato: la unidad del matrimonio y su naturaleza monógama son queridas por Dios, y los vínculos que crea son más fuertes que cualquier otro vínculo familiar (J. Lligadas).

Juan Pablo II habló de la “ayuda adecuada” que Dios quería darle al hombre en la mujer, éste “se convierte en imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión”. Y cuando exclama ante ella, refleja la capacidad del matrimonio: “Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre.

            El ve en la esposa la realización del designio de Dios: 'No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada', y hace suya la exclamación de Adán, el primer esposo: 'Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne'.

            El auténtico amor conyugal supone y exige que el hombre tenga profundo respeto por la igual dignidad de la mujer: 'No eres su amo ‑escribe San Ambrosio-, sino su marido, no te ha sido dada como esclava, sino como mujer... Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé para con ella agradecido por su amor'. El hombre debe vivir con la esposa 'un tipo muy especial de amistad personal'. El cristiano, además, está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia.

            El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son, para el hombre, el camino natural para la comprensión y la realización de su paternidad. Sobre todo donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia, o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible. Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde todavía rige el fenómeno del 'machismo', o sea, la superioridad abusiva de la prerrogativas masculinas, que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares.

            Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad; un testimonio de vida cristiana adulta que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia”.

Sin el amor que encanta / la soledad del ermitaño espanta. / Pero es más espantosa todavía / la soledad de dos en compañía (Ramón de Campoamor -Hombre y mujer, creados por Dios). Se nos explica la creación de la pareja humana. El autor sagrado no quiere darnos una explicación científica o histórica, sino teológica y humana, a la vez. Se trata de un relato que, detrás de la sencillez de su lenguaje que hace pensar en historietas populares, tiene una gran profundidad y nos transmite verdades profundas. Empieza con la reflexión que se hace Dios después de haber modelado al hombre de la arcilla: "No está bien que el hombre esté solo". En efecto: la persona humana no encuentra la plenitud del sentido de su existencia en sí misma, sino en la relación con los demás. En un primer momento, el Creador proporciona al hombre aquello que hemos venido a llamar "animales de compañía". Dios crea gran cantidad de animales y los regala al hombre. Los hace desfilar ante él para que les ponga nombre, como señal de que le pertenecen. Y afirma con cierto humor el autor sagrado que el nombre que ahora damos a cada animal (como si en el universo entero sólo existiera esa lengua) es el mismo que les diera Adán en aquel desfile. Pero a pesar de tener tantos animales de compañía. Adán continuaba sintiendo la soledad. Es porque, aunque a veces nos hacemos la ilusión de que nos relacionamos con algún animal, no existe ninguno capaz de suplir la relación de persona a persona. Y tan antinatural es tratar a una persona como si fuera una bestia, como tratar a una bestia como si fuera una persona. La sensibilidad para con el sufrimiento de los animales denota buenos sentimientos y es pedagógica, porque respetando a los animales se aprende a respetar a las personas; pero cuando alguien se preocupa tanto por las animalitos que no se da cuenta de las personas que sufren, esa persona se ha deshumanizado.

-La mujer es de la misma dignidad que el hombre. Así pues, Adán "no encontraba ninguno como él que lo ayudase". Entonces el Creador le dió a alguien que no será ya un animal de compañía, sino una compañera. ¡Cuántas bromas se han hecho a partir de la costilla de Adán! En contra de lo pretendido por algunos, el autor sagrado no quiere decir que la mujer sea inferior al hombre, sino todo lo contrario: no es un animalillo más como aquellos que no le servían para superar su soledad; sino que Adán, al ver a Eva, exclama: "¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!". La mujer es de la misma naturaleza y dignidad que el hombre. Si todavía hoy hay mucho machismo, ¡imaginemos el que debía imperar en Oriente hace ahora tres mil años! La doctrina de la igualdad de la pareja humana es realmente revolucionaria. A la luz del relato de la creación de la pareja humana podemos entender la profundidad de la sentencia de Jesús sobre el matrimonio indisoluble, cuando denuncia la ley mosaica del divorcio como una deformación del plan divino, ocasionada por la dureza del corazón humano. A pesar de las crecientes dificultades de la vida matrimonial, que obedecen a distintas causas, y siempre partiendo de una gran comprensión por nuestra parte para con los que se habían propuesto ese ideal pero han fracasado en su intento, la Iglesia no puede dejar de continuar proponiendo el plan divino. Se trata del gran proyecto de la felicidad humana, que no siempre ha sido seguido por todos, pero que en todas las culturas y a lo largo de siglos y milenios se ha revelado como la fórmula más propicia para la felicidad del hombre y la mujer, y para la procreación y educación de los hijos: uno, con una y para siempre.

Los capítulos 2 y 3 del Génesis forman un díptico de antropología teológica. Nos muestran los claroscuros de las situación humana, desde la perspectiva de la fe. Por un lado la vocación del hombre a ser colaborador de Dios en la creación, y por otro, la infidelidad del hombre a sus compromisos para con Dios. El anónimo autor de estos capítulos se vale de elementos mitológicos de las culturas vecinas para realizar su plan. Y todo esto acompañado con vocabulario sapiencial y temas de alianza.

El fragmento que hoy nos propone la liturgia está formado por unos cuantos versículos de la primera tabla del díptico: aquella que expone la vocación a la que es llamado todo hombre. El hombre colabora con Dios imponiendo nombre (señal de dominio) a todos los animales. Pero el único ser natural que realmente puede complementarlo (que le ayude) es la mujer.

Ésta nos es presentada como hecha de la misma "materia" que el hombre; sacada de la carne del hombre. "Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne", expresión semítica que significa la radical igualdad de ambos. "Serán los dos una sola carne": la palabra "carne" expresa en el lenguaje bíblico la existencia terrena del hombre; ser de la misma carne significa compartir la misma existencia, el mismo proyecto vital. La complementariedad entre hombre y mujer conduce a compartir la misma existencia. El texto bíblico no se refiere necesariamente al matrimonio (que se "inaugura" en Génesis 4), sino a toda relación hombre-mujer (Jordi Latorre).

2. Este salmo forma parte de los "salmos graduales" que los peregrinos cantaban caminando hacia Jerusalén. Desde los 12, cada año, Jesús "subió" a Jerusalén con motivo de las fiestas, y entonó este canto. La fórmula final es una "bendición" que los sacerdotes pronunciaban sobre los peregrinos, a su llegada: "Que el Señor te bendiga desde Sión, todos los días de tu vida..." Tenemos en este salmo un idilio encantador de sencillez y frescura. Es el cuadro de la "felicidad en familia", de una familia modesta: allí se practica la piedad (la adoración religiosa... La observancia de las leyes...), el trabajo manual (aun para el intelectual, constituía una dicha, el trabajo de sus manos), y el amor familiar y conyugal... En Israel, era clásico pensar que el hombre "virtuoso" y "justo" tenía que ser feliz, y ser recompensado ya aquí abajo con el éxito humano. Pensamos a veces que esta clase de dichas son materiales y vulgares. Fuimos formados quizá en un espiritualismo desencarnado. El pensamiento bíblico es más realista: afirma que Dios nos hizo para la felicidad, desde aquí abajo... ¿Por qué acomplejarnos si estamos felices? ¿Por qué más bien, "no dar gracias", y desear para todos los hombres la misma felicidad?

No se trata tampoco de caer en el exceso contrario, el de los "amigos de Job" que establecían una ecuación casi matemática: ¡Sé piadoso, y serás feliz! ¡Sé malvado, y serás desgraciado! Sabemos, por desgracia, que los justos pueden fracasar y sufrir, y los impíos por el contrario, prosperar. El sufrimiento no es un castigo. Es un hecho. Y el éxito humano, no es necesariamente señal de virtud. Sigue siendo verdad en el fondo, que el justo es el más feliz de los hombres, al menos espiritualmente, en el fondo de su conciencia: "¡feliz, tú que adoras al Señor!"

"¡Feliz tú, que honras al Señor y le eres obediente!" Con frecuencia dijo Jesús: "felices... felices... felices...". Son las Bienaventuranzas. Jesús también prometió la felicidad: "Felices aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica".

"Tu mujer... Tus hijos..." Un ideal para la pareja. "Que el hombre no separe lo que ha unido Dios". (Marcos 10, 2-16...). Conocemos el amor de Jesús hacia los niños.

Alusiones místicas: Jesús tiene una esposa, la Iglesia (Apocalipsis 19,7; 21,2) (Mateo 9,15; 25,1 ) (Juan 3,29) (2 Corintios I 1,2), de la cual tiene hijos que alimenta "junto a la mesa" eucarística... Mediante el "trabajo de sus manos", su pasión dolorosa, los alimentó e hizo felices.

La "viña", es también la imagen de la Iglesia, imagen de unión del amor entre Jesús y la humanidad "Yo soy la viña, ustedes los sarmientos… Den fruto..." (Juan 15). "Mi hijo, va a trabajar en mi viña". (Mateo 21,28).

"Veras el bienestar de Jerusalén..." Jesús lloró ante las desgracias de Jerusalén, y le deseó bienestar (Lucas 19,41). San Juan anuncia el cielo como "una nueva Jerusalén" que desciende del cielo como una novia feliz (Apocalipsis 21,2 - 27).

Adorar... Ir por el camino de Dios... El Padre Teilhard de Chardin tiene un capítulo admirable sobre las reglas fundamentales de la "felicidad", que resume en tres palabras: "ser", "amar", "adorar".

Para ser felices, primeramente, hay que reaccionar contra la tendencia al menor esfuerzo... El espíritu construye laboriosamente, mediante y más allá de la materia. Tal es el sentido del "trabajo"...

En segundo lugar para ser felices, hay que reaccionar contra el egoísmo que nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos, a someter a los demás bajo nuestro dominio. Tal es el sentido de la "familia".

Para ser felices, perfectamente felices, hay que transferir el polo de nuestra existencia al "más grande" que nosotros, para alcanzar la zona de las grandes alegrías estables... Discernir el Inmenso que se hace y que nos atrae... Subordinar nuestra vida a la vida mayor que la nuestra: ¡adorar! "Incorporarnos y subordinarnos" a una totalidad organizada de la cual somos, cósmicamente tan sólo partículas conscientes. Un centro de orden superior nos espera -y ya ha aparecido- más allá y sobre nosotros mismos. El ideal del hombre es pues, primero "desarrollarse" uno mismo... Luego entregarse a otro igual a uno mismo... Y finalmente someterse y orientar la vida a alguien mayor que uno mismo: ser, amar, adorar... Tales son las fases de nuestra felicidad.

Noviazgo... Amor conyugal… Realidades divinas. Bendiciones divinas. El amor humano es algo bueno, creado por Dios, querido por Dios.

Recitemos este salmo pensando en los que amamos, orando por su felicidad, pidiendo que ellos aprendan a "amar". Las dos imágenes, la viña y el olivo, evocan la alegría: dos árboles frutales típicos del oriente... que dan el vino y el aceite. La imagen de los "hijos alrededor de la mesa" nos invita a orar por los niños, por su unión fraternal, porque las oposiciones entre padres e hijos no se agudicen.

El trabajo profesional... La humanidad... La Sociedad, la felicidad de Jerusalén condiciona la felicidad de cada familia judía. Ningún hombre, ninguna mujer, ninguna familia, ningún grupo particular construye su felicidad en contra de la felicidad de los demás. La dimensión social de la existencia humana es constantemente subrayada por la Biblia: oro por mi país, por los organismos en que estoy comprometido, por la ciudad en que vivo, por mis conciudadanos.

La felicidad... Tenemos marcada tendencia, a pensar en Dios sólo cuando "algo va mal", como si fuera el "tapa-huecos" de nuestras debilidades, de nuestros fracasos. Damos una imagen muy mezquina de Dios, cuando hacemos de El "motor auxiliar" de nuestras incapacidades. Descubramos la alabanza, y la oración festiva: que se alegra cuando "algo va bien", y que dice "¡gracias!" (Noel Quesson).

Es una gracia de Dios comer juntos, sentarse a la mesa en compañía de hermanos, tomar en unidad el fruto común de nuestro trabajo, sentirse en familia y charlar y comentar y comer y beber todos juntos en la alegre intimidad del grupo unido. Comer juntos es bendición de Dios. El comedor común nos une quizá tanto como la capilla. Somos cuerpo y alma, y si aprendemos a rezar juntos y a comer juntos, tendremos ya medio camino andado hacia el necesario arte de vivir juntos. La comida familiar, todos reunidos en torno a la misma mesa, al menos una vez al día, una de ellas, ya sea el desayuno, o la cena, principio y/o final de la jornada de cada miembro de la familia, esa comida familiar es terapia necesaria, solución de malentendidos, abono oportuno para el crecimiento de cada uno, es verse las caras, no sólo oírse por la casa sino escucharse con tiempo…todo ello disfrutando y alimentándose, alimentando así la unión familiar. Una de estas comidas familiares, al menos una vez al día. El esfuerzo que pueda suponer reunirse se verá recompensado enormemente con la profunda unión y necesidad unos de otros que se va extendiendo en el entramado familiar, algo que -cuando falte- echaremos de menos y buscaremos hasta reencontrarlo.

Quiero aprender el arte de la conversación en la mesa, marco elegante de cada plato en gesto de humor y cortesía. Nada de comidas de negocios, nada de prisas, preocupaciones, sandwiches en la oficina mientras sigue el trabajo: eso es insultar a la mente y atacar al cuerpo. Cada comida tiene también su liturgia, y quiero ajustarme a sus rúbricas por la reverencia que le debo a mi cuerpo, objeto directo de la creación de Dios.

La buena comida es bendición bíblica a la mesa del justo. Por eso aprecio la buena comida con agradecimiento cristiano, para alegrar lo más terreno de nuestra existencia con el más sencillo de los placeres en su visita diaria a nuestro hogar. ¿No han comparado el cielo a un banquete personas que sabían lo que decían? Si el cielo es un banquete, cada comida es un ensayo para el cielo.

Que la bendición del salmo descienda sobre todas nuestras comidas en común al rezar y dar gracias: «Comerás el fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida».

La bienaventuranza se promete para el que cumple los mandamientos, quien medita la sabiduría y lucha queda embellecido por la bondad al orientarse hacia la gloria de Dios (Biblia de Navarra, cita de S. Roberto Belarmino).

3. Hb 2,9-11. Hoy empezamos la lectura de la carta a los cristianos hebreos, que continuaremos a lo largo de los seis próximos domingos. Se trata de un texto difícil a causa de su lenguaje, de las ideas utilizadas extraídas del complejo cultural del Antiguo Testamento y de la profundidad cristológica de sus razonamientos que siguen, muchas veces, el método exegético de los rabinos, bastante distinto al nuestro. La selección de breves versículos que hace la liturgia no nos ayuda tampoco a captar adecuadamente su contenido. Eso nos obliga a hacer una lectura personal completa y seguida de toda la carta.

El autor parte de una experiencia personal: Cristo resucitado comparte la vida de Dios; es hombre y Dios al mismo tiempo. A partir de su sensibilidad litúrgica comprende que Cristo ha realizado en verdad lo que el antiguo culto pretendía alcanzar simbólicamente: hacer entrar al hombre a la misma presencia de Dios. Por ello, en los primeros capítulos de la carta, el autor presenta a sus lectores el doble rostro de Cristo, humano y divino al mismo tiempo.

Nuestro texto de hoy se centra en este doble rostro. Cristo ha compartido nuestra condición humana, nos llama "hermanos", "lo hiciste casi igual que los ángeles" (cf. Salmo 8,6). Pero, al mismo tiempo, después de su pasión y muerte, ha sido "coronado de gloria y honor". Por su solidaridad con el linaje humano, su destino de gloria no le afecta tan sólo a él; sino que, gracias a él, también es nuestro propio destino: quiso "llevar una multitud de hijos a la gloria". Nuestra vida de cristianos participa de este doble rostro de Cristo (Jordi Latorre).

El tratado o sermón a los Hebreos está todo él escrito con una finalidad bien precisa: devolver la ilusión de ser cristianos a unos hombres que ya no tienen esa ilusión, entre otras razones, porque ser cristianos les comportaba oposición y persecución. En situaciones así cobra gran importancia psicológica el valor de ejemplaridad, es decir, la existencia de personas que en condiciones adversas parecidas han sabido responder con entereza.

Esto es precisamente lo que hace el autor de Hebreos en los versículos de hoy: presentar a Jesús inmerso en la oposición y persecución. Se trata, como se ve, de una técnica psicológica, que conlleva un lenguaje y una metodología especiales. Si no se tiene en cuenta este presupuesto hermenéutico se corre el grave peligro de distorsionar las afirmaciones de los versículos de hoy.

Jesús, con sus padecimientos (se aplican las palabras del salmo 8) merece ser coronado de gloria (Flp 2,6-11; 1 P 2,21-25) y todo le ha sido sometido, hasta la muerte (1 Co 15,22-28). Pasaje de gran belleza sobre la encarnación: “participó del alimento como nosotros –escribe Teodoreto de Ciro-, y soportó el trabajo, conoció la tristeza en su alma y lloró, y padeció la muerte”.

El autor es maestro consumado en el empleo de esta técnica: resalta la dimensión humana de Jesús, los beneficios derivados de su entereza. La frase del v. 10: Dios juzgó conveniente consagrar con sufrimientos al guía, responde a un recurso de lenguaje, apropiado a esta técnica. De esta manera, en el lector u oyente se va despertando poco a poco la ilusión de proceder con la misma entereza.

Una última aclaración. La muerte y el sufrimiento de los que habla el autor no son la muerte o el sufrimiento naturales, sino los impuestos a Jesús por no cejar en llevar adelante su misión. No hay aquí nada de religión masoquista. Sólo un empleo distorsionado de estos versículos ha sido la causa de tal acusación (Dabar 1976).

Para los lectores de esta carta y, en general, para todos los cristianos primitivos procedentes del judaísmo, constituía un escándalo la muerte de Jesús en la cruz (cfr. 1 Cor 1, 23). El hecho de su muerte y el retraso de su parusía o manifestación definitiva de su gloria, parecían situar a Jesús por debajo de los ángeles. El autor de la carta, tratando de salir al paso de esta sospecha contra la excelsa dignidad de Jesús, utiliza en sentido mesiánico el sal 8, 5-7. En este supuesto, hace las siguientes afirmaciones de Cristo:

a) Durante el tiempo de su vida en la tierra se anonadó situándose por debajo de los mismos ángeles;

b) Pero después de su ascensión a los cielos vive coronado de gloria y está sentado a la diestra de Dios Padre;

c) La pasión y muerte de Jesús fueron condición necesaria de su exaltación como Señor en la gloria;

d) Así como el medio elegido para salvar a los hombres.

Todo esto obedece al plan de Dios, que es el principio y fin de todas las cosas y aquel de quien procede también la iniciativa de salvar a los hombres. Se trata de un plan coherente con el amor de Dios, de un plan que conviene a Cristo para alcanzar su gloria y a los hombres para llegar a ser hijos de Dios y partícipes de la gloria de Cristo. El sufrimiento no es algo bueno en sí mismo; tampoco algo en lo que Dios se complazca. Los cristianos no creemos en un Dios sádico, sino en el Dios vivo que es Amor. Pero el sufrimiento libremente aceptado por Cristo es la palabra más clara en la que Dios se manifiesta como Amor. La solidaridad de Jesucristo con los que sufren da sentido al sufrimiento. Cristo, Hijo de Dios, se hizo descendiente de Adán y hermano nuestro, para que nosotros fuéramos hijos de Dios. De aquí que no se avergüence de llamar hermanos a los que él ha santificado (“Eucaristía 1982”).

-Los hombres santificados, hermanos de Jesús (Heb 2, 9-11). El santificador Jesús, y los santificados, los hombres, están íntimamente unidos: "proceden todos del mismo". Por eso llama Jesús a los hombres sus hermanos. Esta perfección del hombre en Cristo es el resultado de un largo y doloroso camino de la vida de Cristo, lo mismo que de la nuestra. Pero Jesús está en la raíz de toda santificación. El plan de Dios era tener una multitud de hijos que conducir hasta la gloria. Era preciso, pues, que llevara hasta su perfección, mediante el sufrimiento, a aquel que está en el origen de la salvación de todos. El pasaje contiene expresiones que pueden ofender a los oídos y que hay que entender bien. Expresan todas ellas el hecho de la Encarnación y apuntan, por lo tanto, a la naturaleza humana de Cristo sin perjuicio alguno de su divinidad. Jesús ha sido puesto un poco por debajo de los ángeles, pero a causa de su pasión y de su muerte, ha sido coronado de gloria. Es el tema de la carta a los Filipenses (2, 1-11, Domingo 26º, A). El autor de la carta a los Hebreos cita en el capítulo 2 el salmo 8, 6: es el abajamiento de Jesús en su naturaleza humana. Jesús es perfeccionado por el sufrimiento.

No que no fuera perfecto en su naturaleza divina, sino que tomó una naturaleza humana en todo igual a la nuestra, excepto el pecado, de la que lleva las consecuencias. Por eso es susceptible de perfección. De este modo, la naturaleza humana asumida por Cristo será reparada y llevada a su perfección mediante el sufrimiento. No es que el sufrimiento por sí mismo, sea fuente de perfección, sino el sufrimiento aceptado y ofrecido según los designios de Dios. En ese caso, el sufrimiento lleva al perfeccionamiento de la gloria. Y si esto se ha realizado en Jesús, debe realizarse en nosotros que somos sus hermanos, por quienes él dio su vida (Adrien Nocent).

 El autor se dirige a cristianos de origen judío o conocedores del judaísmo, que viven en territorio pagano, que hace ya un cierto tiempo que se han convertido, y que ahora han perdido en buena parte el entusiasmo inicial de la fe y del seguimiento de Jesucristo. Ante esta situación, el autor les recuerda con insistencia y vigor el sentido de lo que Jesucristo ha hecho, y la vida nueva que así nos ha aportado. Y lo hace tomando como punto de referencia el culto del Antiguo Testamento, para afirmar que la entrega personal de Jesucristo hasta la muerte (el "sacrificio" de su existencia entera) realiza verdaderamente lo que los sacrificios del Antiguo Testamento no habían podido nunca realizar: la unión de los hombres con Dios. Por eso vale la pena reafirmar la fe y el seguimiento.

El fragmento de hoy resume de alguna manera todo el tema: el objetivo de Dios era "llevar a una multitud de hijos a la gloria". Esto se ha realizado por medio de Jesucristo, que se ha humillado y ha sido fiel hasta la muerte, y así ha llegado a la gloria y nos ha abierto el camino a nosotros, porque nuestro padre es el mismo, y Jesucristo no se avergüenza de llamarnos hermanos (Josep Lligadas).

4. Mc 10,2-16 (par: Mt 19,2-15; Lc 18,15-17). Según Mateo (19,3), se acercaron a Jesús unos fariseos exigiéndole que se definiera en una cuestión de escuela; esto es, en la polémica mantenida entre los rabinos Schammai (rigorista) y Hillel (laxista) sobre el motivo suficiente para repudiar a la mujer conforme a lo dispuesto por Moisés. Pero en este texto de Marcos, la cuestión planteada por los fariseos es la licitud o no del divorcio. Marcos escribe para los romanos, a quienes no les interesaba tanto la legislación mosaica sobre el libelo del repudio cuanto el problema más radical de la licitud del divorcio. De ahí la diversidad del planteamiento en uno y otro evangelio. Jesús, sin esperar que le citen el Dt 24,1, les pregunta qué ordena Moisés al respecto. Los fariseos responden correctamente, y así fija con claridad el estado de la cuestión. Y pasa a interpretar la ley de Moisés como una concesión necesaria por causa de la dureza de corazón de los judíos, incapaces de guardar un orden moral más elevado. En toda concesión, perfectamente legítima en determinadas circunstancias no hay que buscar nunca el ideal al que debe orientar tanto la legislación como la conducta humana. También esta concesión de Moisés implica una tolerancia y en cierto sentido una acusación. Jesús, que no condena a Moisés, denuncia la dureza de corazón de los judíos. Y elevándose por encima de las leyes, siempre condicionadas por las situaciones históricas de un pueblo determinado, Jesús proclama lo que fue un principio y lo que debe ser el fin del matrimonio.

Lo mismo que en las famosas antítesis del Sermón de la Montaña (Mt 5, 21-48), Jesús no opone aquí propiamente una ley a otra, aunque, ciertamente, corrige y completa lo que era todavía imperfecto en la ética del A.T. Por lo tanto, la declaración de Jesús debe anunciarse como evangelio. Lo mismo que las bienaventuranzas. En ninguno de los dos casos el creyente debe desoír lo que se propone como expresión de la voluntad salvadora de Dios.

Lo que Jesús ha dicho originariamente, la palabra del Señor, se concreta luego en la comunidad de los discípulos ("en casa", una expresión que alude probablemente a la comunidad cristiana).

Pero Mateo, que presupone otro ambiente comunitario (el judeo-cristiano) recoge otra tradición en la que se concreta la misma palabra del Señor de una forma legal menos rigurosa (Mt 5, 32; 19,9). También la Iglesia, hasta nuestros días, se ha visto obligada a hacer concesiones sin renunciar nunca al ideal del matrimonio que proclama Jesús para todos los creyentes; por ejemplo, al admitir la separación conyugal sin nuevo matrimonio y, sobre todo, anulando el matrimonio rato y no consumado. Hay que notar que este matrimonio "rato" es verdadero matrimonio (“Eucaristía 1982”)

En este pasaje de Marcos se presenta a Jesús, sobre todo como el intérprete supremo del Antiguo Testamento. Al remitir a la Escritura, Jesús muestra una autoridad que le coloca, en cierto modo, en el mismo nivel de los textos sagrados, si es que no por encima de ellos. Junta audazmente los dos versículos del Génesis relativos a la creación del hombre y de la mujer (Gn 1, 27 y 2, 24), añadiendo así a la tesis teórica, precisa pero fría, del primero, el calor vital del segundo. Después, relaciona el versículo del Génesis con el del Deuteronomio, citado por los fariseos, para hacerles juzgar al uno con el otro, o, más bien, para decidir que el uno juzga al otro y lo anula. Se considera al versículo del Deuteronomio como excesivamente "permisivo", influenciado por la estrechez de espíritu o la dureza de corazón de sus primeros destinatarios. Se otorga la diferencia al versículo del Génesis, más exigente. Así se refirió Jesús a las Escrituras, pero lo hizo con autoridad, decidiendo sobre el valor respectivo de los textos.

Para el evangelista, ahí está el punto esencial. Jesús es el intérprete autorizado del Antiguo Testamento. Los fariseos que le rodean no pueden dar más que una exégesis menguada y parcial. Sólo Jesús expresa la auténtica verdad bíblica. Además, decide sobre la doctrina relativa al matrimonio. Recuerda la verdadera igualdad de los sexos, prevista por el Génesis, y de ella deduce consecuencias imprevistas. El autor del Génesis no había considerado la indisolubilidad del matrimonio; Jesús la lee en su texto, y la enseña. Con él, y a través del Antiguo Testamento adquieren sus plenas dimensiones, y se hacen definitivas; pues, como se sabe, "él tiene palabras de vida eterna" (Louis Monloubou).

a) La discusión sobre el divorcio se sitúa en tres niveles sucesivos. Al comentar el Dt 24, 1, los fariseos habían ampliado considerablemente los motivos de ruptura, pero no se habían puesto de acuerdo en torno a la lista de éstos (cf. Mt 19, 3). El evangelista no alude a estas discusiones; únicamente supone que los fariseos acaban de preguntar a Jesús si está permitido repudiar a su mujer, pregunta un tanto sorprendente por parte de aquellos, ya que tal posibilidad era admitida por el Dt 24, 1. Marcos no ofrece, en este aspecto, la versión original.

El evangelista considera que los fariseos se refieren a la propia ley (v. 4). Pero esta prescripción, les dice Jesús, debe ser abolida y la solución ha de buscarse a nivel de la voluntad de Dios, inscrita en la naturaleza (Gén 1, 27; 2, 24), según la cual el hombre y la mujer deben permanecer unidos. Ningún hombre, incluido Moisés, tiene derecho de deshacer esta unidad radical del matrimonio (vv. 11-12).

b) Para comprender bien el alcance de esta perícopa no debe olvidarse que el mensaje que contiene forma parte del anuncio del Reino que viene bajo el aspecto de un paraíso por segunda vez encontrado. Marcos ha hecho ver ya que el Reino era una victoria sobre el pecado original (Mc 2, 1-10?), una victoria sobre la enfermedad y la muerte (Mc 5, 21-43). En este pasaje, Marcos precisa que el Reino es también una reanudación del proyecto inicial, concerniente a la unidad del matrimonio por el amor. La aventura conyugal es, en definitiva, uno de los terrenos privilegiados en que toma cuerpo la venida del Reino, con tal de que sea vivida con la máxima fidelidad a la iniciativa original de Dios. La doctrina de Marcos es, pues, muy clara: el matrimonio no es solamente un contrato facultativo entre dos personas, sino que está implícito en él la voluntad de Dios, inscrita en la complementariedad de los sexos. No basta la sola voluntad de los esposos para explicar el matrimonio y su unidad: la propia voluntad de Dios y su unidad son parte interesada en el matrimonio. Esta es la razón por la que el divorcio no es solamente una injusticia contra el consorte perjudicado; es también una injusticia contra el mismo Dios. Aún se puede preguntar si la armonía de las voluntades es hasta tal punto clara que lleva consigo realmente -con todas las posibles limitaciones de los compromisos humanos- una unión natural aceptable y, como consecuencia, la expresión de la voluntad divina (Maertens-Frisque).

Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Era muy viva entre los rabinos del tiempo de Cristo la discusión sobre la interpretación que había que dar a los pasajes del Pentateuco en los que se legisla sobre las posibilidades que tiene el hombre de repudiar a la mujer (cf. Dt 24,1), y los fariseos querían saber la opinión de un maestro cualificado como Jesús. Por eso, en el texto paralelo de Mt (19,3) se añade si el repudio puede ser "por cualquier motivo", que es la cuestión que realmente se planteaba en la polémica rabínica. Pero Mc, que escribe para un ambiente muy alejado de los problemas legales judíos, convierte el tema en una enseñanza general sobre el matrimonio y el divorcio. Por eso, añade también al final, paralelamente a la crítica contra el divorcio promovido por el hombre (única posibilidad entre los judíos), la crítica contra el promovido por la mujer (posible en las leyes de los países paganos).

Jesús responde al problema presentando el ideal de plenitud mesiánica, como había hecho en otros momentos (cf. el sermón de la montaña), ideal que consiste en la plena aplicación del plan de Dios sobre el hombre. Efectivamente, la ley de Moisés, que contenía la concesión de la posibilidad del repudio, estaba hecha para regular la vida de los hombres en un mundo sometido al pecado y en el que los corazones no estaban plenamente impregnados de la voluntad de Dios. Pero ahora, en la nueva época mesiánica, cuando como habían anunciado los profetas el amor de Dios será grabado en el corazón de cada hombre, el planteamiento de toda esta cuestión tendrá que ser otro: tendrá que ser la plena realización de lo que Dios había dicho al principio, cuando el pecado aún no había llegado al mundo y no había puesto el veneno capaz de destruir la unión de hombre y mujer: que esta unión hace que el hombre y la mujer sean una sola carne, algo inseparable. Y esto por este motivo, hecho realidad al menos como ideal: porque el pecado destructor ha sido superado, y los corazones de los hombres han sido transformados por Dios (Josep Lligadas). El Catecismo n. 1644 dice: “El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos: "De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6; cf Gn 2,24). "Están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total" (FC 19). Esta comunión humana es confirmada, purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del matrimonio. Se profundiza por la vida de la fe común y por la Eucaristía recibida en común”.

El capítulo de Marcos nos presenta a Jesús de camino. Se aleja lentamente de su Galilea natal, hasta llegar a Judea y a Jerusalén, meta de su peregrinación. La tensión sube gradualmente. La confrontación con los dirigentes judíos va en aumento y la incomprensión de los discípulos se hace más evidente. Todo desembocará en la soledad del Gólgota.

Hoy, y en los tres próximos domingos, leeremos las cuatro perícopas de este capítulo de Marcos. No se ha de perder la visión de su conjunto, para entender mejor cada una de ellas: la "prueba" de los fariseos, el desengaño del joven rico, las pretensiones de los Zebedeos y la curación del ciego de Jericó.

La legislación judía ha admitido siempre el divorcio. La "prueba" de los fariseos consiste en obligar a Jesús a tomar partido en favor de una de las tendencias de la época: la rigorista, que tan sólo admitía el divorcio en casos graves; o la liberal, que la aceptaba por cualquier causa. Jesús opta por una huida hacia adelante. Basándose en la Escritura y mediante un método de argumentación típicamente rabínico, se coloca en el ideal del proyecto querido por Dios en Génesis 2.

Esta perícopa no constituye tanto una página de Derecho Canónico, como una una interpelación dirigida a todos, célibes y casados, para que revisemos y confrontemos nuestra vida de cada día con el proyecto de vocación al que Dios nos llama desde siempre (Jordi Latorre).

Juan Pablo II comentaba: “La comunión primera es la que se instaura y se desarrolla entre los cónyuges; en virtud del pacto de amor conyugal, el hombre y la mujer 'no son ya dos, sino una sola carne', y están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total. Esta comunión conyugal hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son; por eso, tal comunión es el fruto y el signo de una exigencia profundamente humana”. Una sola carne significa una familia, algo irrevocable, como indica el Concilio: “Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana. Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urge su indisoluble unidad. Cristo nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y que está formado a semejanza de su unión con la Iglesia. Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios. Gracias precisamente a los padres, que precederán con el ejemplo y la oración en familia, los hijos y aun los demás que viven en el círculo familiar encontrarán más fácilmente el camino del sentido humano, de la salvación y de la santidad. En cuanto a los esposos, ennoblecidos por la dignidad y la función de padre y de madre, realizarán concienzudamente el deber de la educación, principalmente religiosa, que a ellos, sobre todo, compete. Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen, a su manera, a la santificación de los padres. Pues con el agradecimiento, la piedad filial y la confianza corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como hijos, los asistirán en las dificultades de la existencia y en la soledad, aceptada con fortaleza de ánimo, será honrada por todos. La familia hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales. Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros”.

En ocasiones puede ser algo difícil, lleno de cruz… hoy, “dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo (…) alabo y aliento a las numerosas parejas que, aun encontrando no leves dificultades, conservan y desarrollan el bien de la indisolubilidad; cumplen así, de manera útil y valiente, el cometido a ellas confiado de ser un 'signo' en el mundo  un signo pequeño y precioso, a veces expuesto a tentación, pero siempre renovado- de la incansable fidelidad con que Dios y Jesucristo aman a todos los hombres y a cada hombre. Pero es obligado también reconocer el valor del testimonio de aquellos cónyuges que, aun habiendo sido abandonados por el otro cónyuge, con la fuerza de la fe y de la esperanza cristiana no han pasado a una nueva unión; también éstos dan un auténtico testimonio de fidelidad, de la que el mundo tiene hoy gran necesidad”.

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