viernes, 12 de febrero de 2010

Viernes de la semana 4ª . David fue fiel a pesar de sus pecados, pues confió en la fidelidad de Dios. También Juan Bautista fue fiel hasta el martirio

Viernes de la semana 4ª . David fue fiel a pesar de sus pecados, pues confió en la fidelidad de Dios. También Juan Bautista fue fiel hasta el martirio, y a nosotros se nos pide lo mismo
 
Libro de Eclesiastés 47,2-11. Como se aparta la grasa del sacrificio de comunión, así fue elegido David entre los israelitas. El jugó con leones como si fueran cabritos y con osos como si fueran corderos. ¿Acaso, siendo joven, no mató a un gigante y extirpo el oprobio del pueblo, cuando lanzó una piedra con la honda y abatió la arrogancia de Goliat? Porque él invocó al Señor, el Altísimo, que fortaleció su brazo para exterminar a un guerrero poderoso y mantener erguida la frente de su pueblo. Por eso, lo glorificaron por los diez mil, y lo alabaron por las bendiciones del Señor, ofreciéndole una diadema de gloria. Porque él destruyó a los enemigos de alrededor y aniquiló a sus adversarios, los filisteos, quebrando su poderío hasta el día de hoy. En todas sus obras rindió homenaje al Santo Altísimo, con palabras de gloria; cantó himnos de todo corazón, mostrando su amor por su Creador. Estableció cantores delante del altar, para que entonaran cantos melodiosos; dio esplendor a las fiestas, y ordenó perfectamente las solemnidades, haciendo que se alabara el santo nombre del Señor y que resonara el Santuario desde el alba. El Señor borró sus pecados y exaltó su poderío para siempre, le otorgó una alianza real y un trono de gloria en Israel.
 
Salmo 18,31.47.50-51. El camino de Dios es perfecto, la promesa del Señor es digna de confianza. El Señor es un escudo para los que se refugian en él,
¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca! ¡Glorificado sea el Dios de mi salvación,
Por eso te alabaré entre las naciones y cantaré, Señor, en honor de tu Nombre.
El concede grandes victorias a su rey y trata con fidelidad a su Ungido, a David y a su descendencia para siempre.
 
Evangelio según San Marcos 6,14-29. El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
 
Comentario: 1. Si 47,2-13. Hoy, antes de seguir con la historia de Salomón, hacemos una breve incursión en el libro del Eclesiástico (Ben Sira), para escuchar un canto de alabanza a la figura de David, cuya historia hemos ido leyendo durante dos semanas. El canto de Ben Sira resume lo que representa David para la historia de este pueblo de Israel, y por tanto también para nosotros, porque somos sus herederos. No podemos olvidar que Jesús de Nazaret, el Mesías, ha venido de la casa de David y los evangelios le llaman muchas veces «hijo de David». Además de recordar episodios más o menos llamativos de su vida -de niño, de joven, de rey, con una rápida alusión a su pecado y a su perdón-, el autor del libro sapiencial resalta sobre todo lo litúrgico y cultual que realizó David en su papel sacerdotal al frente del pueblo: daba gracias y alababa a Dios, entonaba salmos cada día, compuso música para el culto e introdujo instrumentos, celebró solemnes fiestas, ordenó el ciclo del año litúrgico. Política y socialmente fue decisiva su obra, y también en cuanto a la vida religiosa de su pueblo.
Resume bien esta historia una de las estrofas del salmo de hoy: «Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu ungido, de David y su linaje por siempre». Con sus defectos y fallos David fue un gran hombre y un creyente, y Dios no le retiró su favor. Es una buena figura precursora del Mestas. «el hi jo de David», Cristo Jesús.
Seria presuntuoso por nuestra parte si quisiéramos compararnos con David en cuanto a la importancia histórica de nuestra vida. No podríamos asegurar que nosotros somos lo mejorcito de la Iglesia, «como la grasa es lo mejor» de la carne sacrificada a Dios en el Templo.
Pero sí podemos espejarnos en él, salvadas las diferencias históricas y sociales, en cuanto a los defectos y virtudes, en cuanto a los aciertos y los fallos, en cuanto a las actitudes cara a Dios y a los demás. Seguramente también nosotros hemos tenido caídas y ojalá hayamos reaccionado con humildad ante Dios. Habremos tenido ocasiones de perdonar a los que no nos miraban bien, como David. Tenemos alguna de sus cualidades -buen corazón, visión de fe- y por desgracia también alguno de sus defectos: momentos de debilidad pasional, métodos no siempre limpios de conseguir lo que pretendemos. Ojalá, en conjunto, se pueda resumir nuestra vida diciendo que, a pesar de nuestras debilidades y caídas, hemos tenido buena voluntad, hemos amado a Dios, le hemos cantado y celebrado, hemos confiado en él y hemos hecho el bien a nuestro alrededor, perdonando cuando había que perdonar. Que hemos sido buenas personas y buenos cristianos.
Mucho tiempo después de la muerte de David, los Libros sagrados siguieron haciendo su elogio. En el Eclesiástico/Libro de Sirac encauza de nuevo la esperanza nacional hacia los "sacerdotes" Aaron y Fineas; no hay ya reyes en Israel. El sacerdocio ocupa el lugar de la realeza, el Templo de Jerusalén es el único lugar de unidad del pueblo de Dios, ¡mucho más que el trono real vacío! Es por ello que Sirac hace el elogio de David dándole una fisonomía casi sacerdotal.
-David fue elegido entre los hijos de Israel. Invocó al Señor Altísimo. Sus victorias humanas son presentadas como un «don de Dios», como un fruto de la oración. Si abatió la arrogancia de Goliat no fue por la fuerza de su brazo, al contrario, David era aquel pobre muchacho que esperaba sólo de Dios la victoria. ¿Y yo?, ¿invoco al Señor Altísimo?
-«Escogido», «elegido», «ungido», «Cristo». Estas palabras son equivalentes. David fue el «escogido» por Dios, el «ungido» del Señor... lo que en griego se traduce por «christos». Dios toma la iniciativa, Dios escoge. ¿Sé yo responder, corresponder? Todo cristiano es «otro Cristo».
-En todas sus obras glorificó al Santo, al Altísimo. Con todo su corazón entonó himnos y amó a su Creador. Es el más hermoso elogio que Ben Sirac pueda hacer. David salmista. David «cantor» de Dios. De hecho sabemos que varios de nuestros salmos han sido compuestos por David. Era pues, además, poeta. Lo hemos contemplado exultando y danzando delante del Arca.
-Ante el altar instituyó salmistas y con sus voces dio dulzura a los cantos. Dio esplendor a las solemnidades, y a las fiestas dio belleza y perfección... La «fiesta» es esencial al hombre. La "alegría" es esencial al hombre. Una vez más me interrogo sobre este asunto. Por su resurrección, Cristo instituyó una «fiesta» en el corazón del hombre, al revelarle el sentido de su vida. ¿Soy consciente de que soy un salvado? ¿Tengo dentro de mí la alegría de la resurrección prometida? ¿Mi vida, es toda ella un canto? ¿Participo en la «liturgia» de la Iglesia? ¿Contribuyo a «dar esplendor a las solemnidades»?
-Para que fuera una alabanza al nombre del Señor, y para que, desde la aurora, resonara el santuario. La palabra «eucaristía», en griego, significa «acción de gracias", «alabanza». ¿Es mi vida entera una eucaristía? Todo el pueblo de Dios tiene un oficio sacerdotal: ofrecer a Dios el culto espiritual, la ofrenda de nuestra vida (Noel Quesson).
 
2. Juan permaneció fiel a la misión que le encomendaron. Los cristianos somos elegidos para llevar a cabo su misión. Tenemos en Juan un modelo sobre todo por su austeridad de vida, por su valentía en el anuncio, en indicar el camino que lleva a Dios y en defender la verdad hasta la muerte. Supo hacer realidad lo que el salmo nos dice “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?” Quizá nosotros debamos preguntarnos si vivimos y expresamos nuestra fe con la misma valentía en un mundo en el que ciertamente no es fácil hacerlo. La carta a los Hebreos nos da algunas pistas sobre como podemos ser testigos de lo que creemos y vivimos: amar a los hermanos, respetar el matrimonio, vivir desprendidos de los bienes terrenos, y esto es lo que verdaderamente es importante, por encima de los ritos, las ceremonias.... Lo que realmente importa es el encuentro personal con Cristo resucitado y las consecuencias de este encuentro en nuestra vida (Rosa Pérez).
 
3.- Mc 6,14-29. La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano».
Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del AT, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías.
De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias».
Cuando fue el caso, denunció con intrepidez el mal, cosa que, cuando afecta a personas poderosas, suele tener fatales consecuencias. Un falso profeta, que dice lo que halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta -los del AT, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos- lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte. Tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia!
Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos (J. Aldazábal).
He aquí pues a los "doce", ellos solos partiendo hacia los pueblos. ¿Qué hace Jesús durante ese tiempo? Marcos no lo dice. Jesús debe de estar pensando en sus amigos que afrontan el rechazo del cual les había advertido, debe de rezar por ellos... Es la primera experiencia de Iglesia, ¡todo es todavía muy frágil! Esta primera "misión" ha durado sin duda algunas semanas o algunos meses, pues Marcos, antes de contarnos su retorno junto a Jesús, ha creído necesario hacer un intermedio. Y lo que nos dirá no lo intercala al azar: Tendremos con ello una muestra del género de acogida que se hace a los "enviados de Dios"... Juan Bautista es humanamente y aparentemente el fracaso; es el ambiente dramático de la misión. "Como trataron al maestro, así también seréis tratados."
-El rey Herodes oyó hablar de Jesús, pues su nombre iba adquiriendo celebridad. Sobre todo en el momento en que el grupo de los discípulos se rompe, para distribuirse por seis ciudades a la vez. Se habla de Jesús un poco por todas partes: ahora tiene "representantes que actúan en su nombre... su movimiento se organiza... empieza a ser notado por las gentes.
-Y Herodes decía: "Es Juan Bautista que ha resucitado..." otros decían: "Es Elías".' Y otros: "Es un profeta como uno de tantos..." Al principio, ya lo hemos visto, la muchedumbre iba a El simplemente por sus milagros. Ahora las gentes sencillas hacen sus hipótesis. Mientras que los adversarios ya han resuelto la cuestión: "es un loco, un poseso", la opinión pública sigue buscando: debe ser Juan Bautista, o Elías, o un profeta. Todas estas palabras indican la estima en que se le tiene. Es un gran hombre, es un hombre de Dios, es un hombre inspirado, es "un profeta". Y yo, ¿qué es lo que digo de Jesús? Para mí, ¿quién eres Tú, Señor? ¡La pregunta sobre Cristo sigue siendo actual hoy también! Recientemente, unas jóvenes decían a su consiliario que no llegaban a creer que "Jesús fuese Dios". ¡Esto no es nuevo! Los contemporáneos de Jesús que le veían con sus propios ojos, no llegaban tampoco a abarcar totalmente su misterio... y habitualmente se equivocaban sobre su profunda identidad. Señor, danos la Fe. Señor, aun en medio de nuestras dudas; conserva nuestras mentes disponibles y abiertas a nuevos y más profundos descubrimientos. ¡Revélate! Arrástranos en tu seguimiento hasta tu abismo, hasta la región inaccesib1e a nuestras exploraciones humanas, hasta el misterio de tu ser. Pero para ello se precisa una lenta, frecuente y perseverante relación. Una enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades de la persona amada. ¿Cuánto tiempo paso cada día con Cristo? ¿Por qué me extraña pues que te conozca tan poco?
-Herodes pues habiendo oído hablar de Jesús, decía: "Juan, aquel a quien hice decapitar, ha resucitado..." A menudo es a través de la voz de la conciencia que Dios se insinúa a los hombres. Herodes no está orgulloso de su conducta: ¡ha matado injustamente! Esto le inquieta. Jesús despierta su conciencia adormecida: ¿la escuchará? ¿Escucho yo mi conciencia?
-Relato de la muerte de Juan Bautista. Marcos se aprovecha de esto para contar el homicidio, del que todo el mundo hablaba en Palestina. Jesús acaba de decir que el éxito aparente de la misión no está asegurado: ya advirtió a sus amigos antes de enviarlos. Y los primeros lectores de Marcos, en Roma, vivían también en la persecución. Es la Pasión redentora que ha comenzado, y que prosigue hoy (Noel Quesson).
Hoy, en este pasaje de Marcos, se nos habla de la fama de Jesús —conocido por sus milagros y enseñanzas—. Era tal esta fama que para algunos se trataba del pariente y precursor de Jesús, Juan el Bautista, que habría resucitado de entre los muertos. Y así lo quería imaginar Herodes, el que le había hecho matar. Pero este Jesús era mucho más que los otros hombres de Dios: más que aquel Juan; más que cualquiera de los profetas que hablaban en nombre del Altísimo: Él era el Hijo de Dios hecho Hombre, Perfecto Dios y perfecto Hombre. Este Jesús —presente entre nosotros—, como hombre, nos puede comprender y, como Dios, nos puede conceder todo lo que necesitamos.
Juan, el precursor, que había sido enviado por Dios antes que Jesús, con su martirio le precede también en su pasión y muerte. Ha sido también una muerte injustamente infligida a un hombre santo, por parte del tetrarca Herodes, seguramente a contrapelo, porque éste le tenía aprecio y le escuchaba con respeto. Pero, en fin, Juan era claro y firme con el rey cuando le reprochaba su conducta merecedora de censura, ya que no le era lícito haber tomado a Herodías como esposa, la mujer de su hermano.
Herodes había accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada por su madre, cuando, en un banquete —después de la danza que había complacido al rey— ante los invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera. «¿Qué voy a pedir?», pregunta a la madre, que le responde: «La cabeza de Juan el Bautista» (Mc 6,24). Y el reyezuelo hace ejecutar al Bautista. Era un juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa mala, contra la justicia y contra la conciencia.
Una vez más, la experiencia enseña que una virtud ha de ir unida a todas las otras, y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos de una mano. Y también que cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de los otros (Ferran Blasi Birbe).
Lansperge, el Cartujano (1489-1539) monje, teólogo escribe sobre el Sermón para la fiesta del martirio de S. Juan Bautista (Opera omnia II, pag, 514-515; 518-519) así: “Juan Bautista, muere por Cristo. Juan no vivió para él mismo ni murió para él mismo. ¡A cuántos hombres, cargados de pecados, no habrá llevado a la conversión con su vida dura y austera! ¡Cuántos se habrán visto confortados en sus penas por el ejemplo de su muerte inmerecida! Y a nosotros, ¿de dónde nos viene hoy la ocasión de poder dar gracias a Dios sino por el recuerdo de Juan, asesinado por la justicia, es decir, por Cristo?...
Sí, Juan Bautista ha ofrecido generosamente su vida terrena por amor a Cristo; ha preferido desobedecer las órdenes del tirano a desobedecer las de Dios. Este ejemplo nos tiene que mostrar que nada ha de ser más importante que la voluntad de Dios. Agradar a los hombres no sirve para mucho; incluso, a menudo perjudica en gran manera... Por tanto, con todos los amigos de Dios, muramos a nuestros pecados y a nuestras preocupaciones, aplastemos nuestro amor propio desviado y procuremos que crezca en nosotros el amor ardiente a Cristo”.
Fortaleza en la vida ordinaria. El Evangelio de la Misa de hoy nos relata el martirio de Juan el Bautista porque fue coherente hasta el final con su vocación y con los principios que daban sentido a su existencia. El martirio es la mayor expresión de la virtud de la fortaleza y el testimonio supremo de una verdad que se confiesa hasta dar la vida por ella. Sin embargo, el Señor no pide a la mayor parte de los cristianos que derramen su sangre en testimonio de su fe. Pero reclama de todos una firmeza heroica para proclamar la verdad con la vida y la palabra en ambientes quizá difíciles y hostiles a las enseñanzas de Cristo, y para vivir con plenitud las virtudes cristianas en medio del mundo, en las circunstancias en las que nos ha colocado la vida. Santo Tomás (Suma Teológica) nos enseña que esta virtud se manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza.
Nunca fue tarea cómoda seguir a Cristo. Es tarea alegre, inmensamente alegre, pero sacrificada. Y después de la primera decisión, está la de cada día, la de cada tiempo. Necesitamos la virtud de la fortaleza para emprender el camino de la santidad y para reemprenderlo a diario sin amilanarnos a pesar de todos los obstáculos. La necesitamos para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor. La necesitamos para no permitir que el corazón se apegue a las baratijas de la tierra, y para no olvidar nunca que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa (Mateo 13, 44-46), por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos. Además esta virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos, noticias desagradables y obstáculos que se nos presentan, con nosotros mismos, y con los demás.
III. No podemos permanecer pasivos cuando se quiera poner al Señor entre paréntesis en la vida pública o cuando personas sectarias pretenden arrinconarlo en el fondo de las conciencias. Tampoco podemos permanecer callados cuando tantas personas a nuestro lado esperan un testimonio coherente con la fe que profesamos. La fortaleza de Juan es para nosotros un ejemplo a imitar. Si lo seguimos, muchos se moverán a buscar a Cristo por nuestro testimonio sereno, de la misma manera que otros tantos se convertían al contemplar el martirio de los primeros cristianos (Francisco Fernández Carvajal).
 
 
 
 

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