sábado, 27 de febrero de 2010

Domingo de la 1ª semana de Cuaresma. La profesión de fe del pueblo escogido está centrada en la Ley, y en el nuevo Pueblo que es la Iglesia en Jesús,


Domingo de la 1ª semana de Cuaresma. La profesión de fe del pueblo escogido está centrada en la Ley, y en el nuevo Pueblo que es la Iglesia en Jesús, a quien hoy vemos que es tentado y nos enseña a vivir este aspecto de la vida que es la tentación
 
Lectura del libro del Deuteronomio 26,4-10. Dijo Moisés al pueblo: - «El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios: "Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado." Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios.»
 
Salmo responsorial Sal 90,1-2.10-11.12-13.14-15. R. Está conmigo, Señor, en la tribulación.
Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.»
No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.
Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones.
«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré.»
 
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 10,8-13. Hermanos: La Escritura dice: «La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. » Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.» Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.
 
Lectura del santo evangelio según san Lucas 4,1-13. En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: - «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.» Jesús le contestó: - «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre".» Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: - «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mi me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo.» Jesús le contestó: - «Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto".» Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: - «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".» Jesús le contestó: - «Está mandado: "No tentarás al Señor, tu Dios".» Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
 
Comentario: 1. Dt 24,4-10. Los dos primeros domingos son una llamada a compartir la lucha y el triunfo de Cristo, los otros tres nos invitan a la conversión y a la reconciliación, reconociendo y asumiendo la actitud misericordiosa de Jesús. Esta Cuaresma de fe y reconciliación la podemos ver culminada en la palabra de Jesús en la Pasión de Lucas: "Hoy estarás conmigo en el paraíso", dicha al ladrón arrepentido.
En la primera lectura podemos descubrir el itinerario del pueblo de Israel desde la fe en el Dios de la Alianza y de la Liberación de Egipto hacia la realidad nueva dada en los tiempos mesiánicos. La Iglesia, nuevo Israel, recorre también, en la plenitud, este camino: pueblo creyente de la nueva Alianza, liberado por el Dios encarnado en Jesús Redentor, que celebra la nueva Pascua y es incorporado a la nueva creación (Pere Llabrés).
«Mi padre fue un arameo errante». La larga marcha hacia la tierra prometida. Envueltos en una nube, en las sombras, en la promesa, a través de caminos de arena y agua, hasta llegar al fondo de la Luz. En esta cuarentena hacia la Pascua, un desierto, como un paréntesis de desnudez y aridez. Hoy todos estamos caminando en el desierto de una sociedad convulsionada, transformada en un campo de batalla entre la verdad y la mentira, entre el amor y el egoísmo. Un sinfín de ídolos quieren repartirse el espacio humano. Continúa hoy en nuestro tiempo la larga marcha hacia la libertad. Todos los tiempos tienen sus peculiares experiencias de desierto.
El miércoles de ceniza es el pistoletazo de salida del comienzo de los cuarenta días penitenciales. El camino de preparación para la Pascua, la gran fiesta de todos los cristianos. La cuaresma evoca en nosotros un tiempo de penitencia, de desierto, de tentaciones, de encuentro con Dios. De conversión. De afirmación de nuestras convicciones, o mejor, del valor que tienen nuestras convicciones ante una coyuntura de prueba y tentación. Al final del camino, la Pascua, una fiesta de resurrección y de vida. Prepararse, caminar por el desierto de nuestra soledad, coger distancia para vivir en una fiesta de la Vida. En una fiesta de libertad, la libertad gozosa de los Hijos de Dios. La fiesta de nuestra liberación y nuestra esperanza.
El sueño dorado de ir al encuentro con Dios no puede ocultar nuestras evasiones o deserciones. Durante la cuaresma pueden surgir en nosotros unos deseos enormes de retirarnos, de encontrar el desierto para la realización de no sé qué sueños. Es sencillamente la cobarde tentación de huir la realidad cotidiana y de hacer dejación de nuestras responsabilidades, porque no queremos llegar a Dios a través esfuerzo del personal que supone la transformación de nuestras realidades cotidianas. La Cuaresma, un tiempo también para reavivar nuestro compromiso.
La Cuaresma es un tiempo interior de búsqueda sincera y valiente en nuestro caminar de hombres cristianos. Ir al encuentro de nuestra geografía interior, de nuestros peculiares desiertos y desde allí reafirmarnos en nuestra fe en el Resucitado. Hoy debemos volver a preguntarnos, ¿Quién soy? ¿Qué busco? ¿Cuál es el objeto de mi vida? ¿Qué significa vivir como cristiano? ¿Cuál es el valor del dinero y del poder?
Caminar por el desierto es la pedagogía de Dios que lleva los hombres a buscar dentro de sí mismos su propio camino. Caminos de liberación y de salvación para renovar cada día nuestra ilusión de vivir. El desierto no es algo pretérito. No es arena pasada. Todos los cristianos somos llamados permanentemente al desierto, a la purificación, a la presencia íntima del espíritu.
Entrar en el desierto sin más impedimenta que nuestra total desnudez y pobreza interior. Entrar en el desierto desnudos, sin peso, para descubrir nuestra aridez interior, para tener el coraje de mirarnos tal cual somos. La conquista de nuestra libertad interior como forma de conseguir otros valores fundamentales en nuestro vivir diario. La cuaresma es un tiempo para llenarnos de esperanza y de razones de vivir (Felipe Borau).
Una experiencia de desierto. -La temática del desierto es capital. En los tres ciclos el fragmento evangélico nos narra en este primer domingo la experiencia de Jesús en el desierto, ayunando durante cuarenta días y cuarenta noches. Es como la clave de interpretación de toda la Cuaresma. En efecto, toda la comunidad cristiana es invitada a compartir con Jesús la experiencia del desierto. El desierto es una experiencia de conversión, de comunicación con Dios y de lucha. El desierto evoca, además, la dificultad de la vida cristiana en la cual el creyente debe luchar contra los elementos hostiles que obstaculizan su marcha hacia la casa del Padre. En la primera lectura aparece el núcleo del mensaje de Moisés, que Dios le da en el desierto…
La vida cristiana, como la Cuaresma, es un camino a recorrer, una peregrinación. Como la del pueblo de Israel hacia la tierra prometida. La actitud peregrina conlleva, al mismo tiempo, el sentido de lo provisional. Nadie construye en el desierto una mansión, su morada definitiva. Nos limitamos a plantar la tienda. Así también, el cristiano es invitado a vivir el espíritu de la provisionalidad. Porque no es de este mundo. Porque aquí está de paso. Por eso no debe echar raíces en este mundo. Entrar en la Cuaresma es evocar estas actitudes fundamentales de la vida cristiana.
Culminará esta experiencia en la Pascua de Jesús, cuando éste, al entregar su vida en la cruz como cordero de la Pascua nueva, nos libere de la muerte y del pecado (José Manuel Bernal).
Como cualquier máquina (un coche, p.e.) necesita a menudo de una revisión, también el camino de nuestra vida cristiana necesita ser revisado, renovado, contrastado. Y no únicamente para mantener una buena forma (como un jugador de fútbol) sino para progresar, para injertarnos más dinámicamente en el Espíritu de JC resucitado.
Quizá una cierta imagen de la Cuaresma nos lleve a imaginarla como si se tratara sobre todo de privarse de ciertas diversiones o de realizar algún sacrificio... Esto pueden ser ayudas, pero la Cuaresma es mucho más que ésto: para que el camino cuaresmal sea importante, eficaz, serio, es preciso que pase por el corazón de nuestra fe. Es decir, se trata de renovar, profundizar, progresar en nuestra decisión de seguir el camino del Evangelio, impulsados por el espíritu de JC (Joaquín Gomis).
Nosotros experimentamos hoy día el "estress" de una época mercantilista. No tenemos tiempo para nada, más que para producir y ganar dinero. Nunca mejor dicho que el "tiempo es oro". La Cuaresma simboliza el tiempo del desierto y, por tanto, es una llamada a recuperar el tiempo como ocasión de vivir la comunión con Dios y con los hermanos en la Iglesia.
El Sacramento de la Penitencia subrayará nuestro camino de conversión y nos ayudará a experimentar la Reconciliación con la Iglesia, y con Dios, por medio de Jesucristo. Las prácticas tradicionales de la oración, la limosna y el ayuno, nos ayudarán a saber que sólo Jesús es el Señor, facilitando que el Espíritu nos rehaga en nuestra condición de hombres nuevos en Cristo (Ángel Gómez).
Añadamos a Elías todos aquellos que han sido invitados por Dios a una cuarentena: Noé (Gén 7,1-5.17), Moisés (Ex 14,18; Dt 9,9-18), los ninivitas (Jn 3,4). Estas diversas cuarentenas, «prefigurativas» de la de Jesús, son el signo de una voluntad de abandonar el mundo para ir a Dios, de un deseo de purificación con vistas a una unión mayor con el Señor; «Cuarenta días es, en definitiva, la demora o plazo tradicionalmente impuesto al hombre que quiere acercarse a Dios y vivir bajo su Ley; es el tiempo después del cual la paciencia de Dios no se resiste más al pecador que quiere convertirse» (L. Heuschen).
La fórmula no es de oración, sino de proclamación. Es el "credo" o profesión de fe que el pueblo hacía desde la misma época de los Jueces. Amplía el credo primitivo que tenía un solo artículo: "Dios sacó a su pueblo de Egipto", con la aseveración de que ya antes Dios guió a los patriarcas y después llevó a sus descendientes a la tierra prometida. Las tres etapas, patriarcas, éxodo, entrada en la tierra, condensan todos los recuerdos que el pueblo guarda de su pasado. Puestas en esa secuencia, como camino andado por los mismos protagonistas, permiten descubrir la historia humana -o al menos la del pueblo aquí envuelto- como un proceso lineal consciente y deliberado, que va desde un principio hacia un destino, y en el cual el pueblo se realiza en el mundo.
La continuidad del proceso radica en que el mismo Dios está en él y lo guía desde su principio hacia su término, y en que el cambiante pueblo tiene una idea lúcida de su identidad. Eso es el descubrimiento de la historia como historia de salvación. Lo que el "credo" proclama en estas fórmulas sintéticas es lo que orienta y estimula luego la historiografía; el Exateuco o los seis primeros libros de la Biblia no será sino el relato por extenso de lo que está condensado y proclamado en esos tres artículos del "credo".
Una particularidad de este credo, peculiar de la fe bíblica, es su referencia a la historia. Sus artículos no afirman doctrina ni ofrecen teoría sobre Dios o sobre la salvación. Afirman la presencia y la acción de Dios en los acontecimientos de la historia. En ella destacan como paradigmaticos momentos privilegiados; pero el nexo que hay entre ellos implica que los momentos intermedios menos densos tienen también el carácter y la cualidad de aquéllos. Eso quiere decir que Dios está con el hombre en el terreno de éste, en su vida y en su historia: éste es el lugar de su acción. El credo habla de esta acción que acompaña la acción misma del hombre; lo que sabe de Dios está ahí; su esencia queda oculta en su insondable transcendencia. La acción salvadora percibida en los acontecimientos en los que el hombre es protagonista es proclamada por esos mismos acontecimientos en donde se manifiesta y así aparece Dios como el supremo protagonista de la historia. Con ello ésta se revela historia de salvación.
Los que recitan la fórmula del credo no estuvieron históricamente presentes en las etapas de historias a que aluden, y , sin embargo, proclaman: "nosotros fuimos guiados, librados de servidumbre, conducidos por nuestro Dios a esta tierra". Es la afirmación de una identidad, que tiene su fundamento en la identidad de Dios y en la solidaridad del presente con el pasado, en experiencias humanas muy profundas y en esperanzas que proyectan tanto el pasado como el presente hacia el futuro. Es la afirmación de la unidad esencial de la historia humana como historia de salvación (edic. Marova).
La ficción, como recurso literario. -Cuando se compone el libro del Dt, el pueblo hace tiempo que mora ya en la tierra prometida, pero esto no le importa al autor. Mediante una ficción literaria sitúa al pueblo en la llanura de Moab, en situación de entrada a la tierra. ¿Quiere el autor correr un telón a la historia pasada e infiel del pueblo en la tierra?
-La experiencia vivida por la comunidad en la tierra prometida es la historia de lo que pudo ser y no fue. Por eso el autor sitúa de nuevo al pueblo a la entrada de la tierra y le recuerda lo que debe ser su vida entera en relación con el Señor. Recuerdos históricos del pasado y paréntesis para el presente y el futuro se funden en este bello libro. Empieza, sin mácula, la primera página del libro de la entrada.
En Dt. 6, 1-11 se narra la fiesta de la ofrenda de las primicias que el pueblo debe hacer cuando entre y tome posesión de la tierra (vs. 1-2). Según la mentalidad primitiva, el primer fruto de la tierra, de los animales, del hombre, es lo mejor. Por eso se ofrecen a Dios las primicias de la tierra (Dt. 26), los primogénitos animales (Ex. 22, 29) y los primogénitos humanos, que no deben ser sacrificados, sino redimidos (Ex. 34, 19ss). La tribu de Leví es el rescate de los demás primogénitos (Nm. 3, 40-51).
-La tierra-morada, y la tierra-suelo que germina y da fruto son puro don de Dios. Por eso la primicia o primer fruto que entra en el granero debe ser "entrado" (el texto hebreo juega con la palabra "entrar") o introducido en el santuario como ofrenda al Señor en recuerdo y agradecimiento por la primera entrada del pueblo en la tierra (cfr. vs. 2-3 y 9-10). Y esta entrada no es algo del pasado: en el "hoy" de la celebración litúrgica se hace presente el "hoy" de la primera entrada en la tierra (v. 3).
-La falta de petición y de súplica, el hecho de que se hable de Dios en tercera persona... han inducido a algunos autores (vg., a G. von Rad) a ver en los vs. 5-9 un "Credo histórico" = el núcleo de los seis primeros libros de la biblia (Hexateuco). El oferente pronuncia esta profesión de fe recorriendo las diversas etapas de la historia de la salvación desde el patriarca Jacob (= "arameo errante": cfr. Dt. 31, 24) que baja a Egipto, hasta la entrada en la tierra, pasando por la opresión, liberación y conducción por el desierto.
-El oferente no es un extraño a esa historia de salvación; al ofrecer las primicias se considera beneficiario, también él, de estos dones salvíficos (v. 10).
Reflexiones. -Según el Dt., Israel es un pueblo de hermanos. Por eso su legislación, incluso la cúltica, tiene una orientación social. Así, en el v. 11 de este capítulo, tras la ofrenda, se dice: "y harás fiesta con el levita y el emigrante....". Lo mismo ocurre con la legislación de los diezmos (14, 22-29); se comen en presencia del Señor, disfrutando tú y los tuyos, sin descuidar al levita. Más aún, cada tres años el diezmo se destina al emigrante, al huérfano y a la viuda para que coman hasta hartarse (cfr. Dt. 26, 12 ss).
-También nosotros, en nuestro "hoy" de la celebración litúrgica, no debemos considerarnos extraños a la historia del pueblo de Israel. También nosotros somos beneficiarios de los dones divinos. ¿Tendremos valor suficiente para hacer las ofrendas y presentar los diezmos como lo pedía la legislación israelita? ¡Proponedlo en vuestras celebraciones para entregarlo a los marginados! Me temo que las iglesias se quedarán vacías (A. Gil Modrego).
En este texto se describe el rito de la ofrenda de las primicias, que se supone ya una costumbre establecida. Se debe entregar al sacerdote una cesta llena de estos frutos tempranos, para que él la presente a Yahvé y la coloque sobre el altar. No se dice nada sobre la cantidad de estos frutos, pero sabemos que la tradición rabínica señalaba al respecto el 1/60 de la cosecha. Acompañando al rito, el sacerdote debía pronunciar una fórmula en la que daba gracias a Dios por los frutos de la tierra y, con ocasión de la cosecha, también por esta misma tierra que Dios había dado a los hijos de Israel.
El "arameo errante" es Jacob, que efectivamente era arameo por parte de su madre Rebeca (Gn 25, 20) y estaba emparentado con "Labán, el arameo" (Gn 31, 42). Los israelitas, de origen arameo, aprendieron el hebreo en Canaán, donde esta lengua era la dominante (cf Is 19, 18). Pero lo que importa en este contexto es el calificativo de "errante". Nada más deseado por un pueblo nómada que una tierra, que una patria que "mana leche y miel".
La fórmula que acompaña al rito de las ofrendas es una fórmula de fe. Podemos ver en ella que la fe de Israel no versaba sobre verdades abstractas, sino sobre hechos bien concretos: Dios elige a los patriarcas, saca de la esclavitud de Egipto a los israelitas y les da una tierra..., de ella proceden ahora los frutos que llegan al altar de Yahvé. La Biblia no es un catecismos o un tratado de teología, sino ante todo una historia de salvación en la que se expresa la fe del pueblo elegido (“Eucaristía 1989”).
Cada año, con ocasión de la recolección, el cananeo, primitivo habitante de Palestina y su comarca, celebraba una fiesta en honor de Baal, divinidad de la fecundidad y la vegetación. Israel sacraliza la fiesta y modifica su espíritu centrándolo sobre el gran hecho liberador de Egipto y sobre la gran promesa de la tierra. Estamos ante una de las descripciones más antiguas de la historia de salvación (parecidas fórmulas, pero más condensadas:Dt 6, 21-23; 11, 3-6).
Hace referencia a Jacob, padre de las doce tribus, al que se le llama aquí "arameo", como a sus antepasados en Gn 25, 20; 28, 5:31, 20.24. El término viene a hacer referencia a los antiguos habitantes de la alta Mesopotamia. Llamar "errante" a Jacob tienen un doble sentido: por un lado se le cataloga dentro del nomadismo propio de los primeros habitantes de la tierra de Canaán, aunque propiamente los patriarcas son pastores de ganado menor en vías de sedentarización; pero, además, el "errante" es el que no ha encontrado aún el verdadero camino, el que está en búsqueda de algo más fundamental (parecidas expresiones: Jer 50,6; Ez 34,4.16). En el fondo, Jacob no gozó en plenitud de la promesa, sino que su descendencia, el creyente que recita este credo, es el que ha llegado a buen término.
En trazos perfectamente definidos, el autor pinta el hecho salvífico: no hay descripción, sino la constatación de un hecho como símbolo y motivo de fe. Se ve que este pasaje está ordenado a la celebración de tipo litúrgico. El creyente israelita es siempre más fuerte en la alabanza que en la reflexión teológica.
La promesa de la tierra se remonta a los patriarcas (cf Gn 12,3-7; 13,14-16; 3,7.8; etc). Los patriarcas, sin embargo, no fueron los auténticos pobladores de la tierra, sino que pasaron por ella como "emigrantes" (cf Gn 17,8; 28,4). Solamente el Israel salvado gozó de la estancia sobre la tierra. Como esto se debe a "la mano fuerte y brazo extendido" de Dios, el israelita sabe dos cosas: en primer lugar, que la tierra es de Dios (cf Sal 24,1; Lev 25,23), y en segundo lugar, que es un pecado apropiarse de la tierra (Is 5,8; Miq 2,2). Por eso el israelita, ante el don de Dios, solamente tienen un camino a seguir: "postrarse" y reconocer el hacer benévolo de Dios con el hombre; y no disponer de la tierra a su antojo, ya que Dios la ha dado para todo hombre por el simple hecho de ser hijo suyo y de estar salvado (“Eucaristía”).
2. Este es uno de los salmos más típicos de la Cuaresma. El tentador cita a Jesús, en el evangelio de la "tentación en el desierto", del primer domingo de Cuaresma. Es un salmo de peregrinación, que hace entrar en escena un rey, comprometido en una guerra a la vez nacional y religiosa, contra naciones paganas, y por ellas, contra los poderes del mal desencadenados... Sube en peregrinación al templo para pasar allí la noche, y ser favorecido con una revelación divina, un oráculo en medio de su oración. La naturaleza de la lucha, supuesta en juego, son "escatológicos" Es la lucha del rey-Mesías contra todas las fuerzas que nos oprimen. ¡Es el combate de Jesús!
El único camino que conduce a la salvación es la fe en Jesucristo, el Señor. Esta salvación no es para el creyente algo que ha de buscar penosamente y que está muy lejos de él, sino algo que lleva en el corazón y confiesa con sus labios. La cita que trae Pablo está tomada de Dt 30,11-14, donde se dice de la ley: "Estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo (..), ni están al otro lado del mar (...), sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica". Una vez abrogada la ley, Pablo refiere estas palabras a Cristo, el cual "habita por la fe en nuestros corazones" (Ef 3,17). El núcleo de esta fe lo constituye el hecho y la confesión de que Jesús es ahora el Señor.
3. Creer en Jesús nos salva, proclamar su nombre nos obtiene el cielo por la misericordia divina. Proclamar a Jesús como "Señor". Este era el gran escándalo para los judíos: que un profeta, por excelso que fuera, pudiera llamarse con el nombre de Yahvé, "Señor". Para el judío, Yahvé debería seguir allá en lo más alto de los cielos, dejando a los hombres el arreglo de las cosas de este mundo. Por eso, la encarnación era considerada como una molesta intromisión de Dios en el quehacer diario. Un Jesús-Señor impedía esa libertad de acción con que el judío se movía en su vida terrena.
En la mística judía jugaba un gran papel la discriminación "judío y griego". Ser judío implicaba la pertenencia a un pueblo escogido. Los griegos, o sea, los extraños de entonces, podrían ser incorporados de alguna manera pero en relación de dependencia; se llamaban "prosélitos de la puerta". Allá dentro del Sancta sanctorum los judíos eran los principales... Pablo rompe el mito, ya no hay diferencia.
Los cristianos tenemos una fórmula de fe sumamente concentrada. Nos basta decir con fe: "Jesucristo" = Jesús es Cristo, para quedar justificados. Nos basta decir de corazón: Jesús es Señor, para quedar salvados. Aceptar que Jesús es el único Salvador, el único Señor. No creer en ningún otro Mesías, no aceptar ningún otro Señor. Que nuestro corazón no tenga más dueño que Jesús ni se someta a otra tiranía que la del amor.
Este Credo o este evangelio no se aprende en ninguna escuela teológica. «Está cerca de ti: lo tienes en los labios y en el corazón».
Este Credo está al alcance de todos. «Todo el que invoque el nombre del Señor Jesús -de palabra, con la mente y el corazón- se salvará, sea judío o griego, católico o protestante, obispo o laico, de derechas o de izquierdas, de la ciudad o del pueblo». «¡Se salvará!» (Caritas).
Los paganos no buscaban la justicia, no se preocupaban de agradar a Dios; pero la justicia en persona salió a su encuentro. Los judíos, en cambio, tenían la ley de la justicia, pero no llegaron ni a cumplir la ley; menos aún llegaron a la meta a que conducía la ley, Cristo, que da la justicia a todo el que cree.
Porque el problema no está en caminar o correr, sino en hacerlo en la dirección acertada; mejor dicho, está en dejarse tomar por el que nos lleva a la meta. Lo importante no es subir al cielo o bajar al abismo por las propias fuerzas, sino comprender que Cristo ha muerto y ha resucitado (ha bajado al abismo y ha subido al cielo) por nosotros y que en este misterio tenemos el principio de una nueva vida.
El que cree en él no quedará confundido, el que invoca el nombre del Señor se salvará. Este «Señor» es Cristo resucitado, rico para todos los que le invocan. Es decir, que su misterio de muerte y resurrección pasa a ser realidad en nuestra vida y nos da una verdadera victoria sobre las fuerzas del mal, que querrían poder reírse de nosotros. Volviendo al problema de la infidelidad de los judíos, Pablo repite que, por su voluntad de construirse una justicia propia, los judíos se negaron a recibir la justicia como don de Cristo.
A continuación afirma enfáticamente que Cristo y los apóstoles les habían presentado el anuncio de la salvación con el máximo de credibilidad («Bienvenidos los que traen buenas noticias»), pero no lo aceptaron. Negaron la luz del sol, que corre de un extremo al otro de la tierra; rechazaron a Dios, que estaba todo el día extendiendo sus brazos hacia ellos (J. Sánchez Bosch).
Con una cita de Isaías (28, 16), Pablo afirma la salvación de judíos y de griegos por igual. Esta igualdad radica en el hecho de que uno mismo es el Señor de todos. Lo que implica, por otra parte, la exclusión de un orden teocrático que interponga entre el Señor único y los hombres diferentes grados o señoríos (“Eucaristía).
- "La palabra está cerca de ti": San Pablo recoge unas palabras que el Dt pone en labios de Moisés (30,11-14): pese a que la observancia de la Ley es la condición necesaria para obtener la salvación, no debe pensarse que esto sea imposible; no es preciso escalar las alturas o bajar a las profundidades. Este razonamiento de Moisés halla su plena realización en Cristo. El es el que ha bajado de lo alto, para compartir la vida de los hombres, y es el que ha subido de las profundidades de la muerte, para resucitar.
Por ello, el hombre no es necesario que busque con esfuerzo el camino del cumplimiento de la Ley para obtener la salvación, sino que se ponga en el camino de la fe: "si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás". Cristo ocupa el lugar salvífico que tenía la Ley en la Antigua Alianza.
- La fe tienen una doble dimensión inseparable: hacia el interior (para reconducir el hombre a la vida), y hacia el exterior, aceptando y expresando unas verdades (profesión de fe).
- "Nadie que cree en él quedará defraudado": Otra cita del AT, de Is 28, 16, que se refiere precisamente a un tema muy apreciado por el NT: la piedra angular puesta por Dios en Sión. Cristo es la piedra que no tiembla. Pablo acentúa el universalismo de la confianza en él. Jesús es el Señor de judíos y griegos. Por la resurrección ha sido constituido por Dios como Señor, un título que el AT reservaba a Yahvé (Joan Naspleda).
En la explicación y polémica sobre por qué ya no hay diferencia entre judíos y gentiles, Pablo recurre a tres textos del AT aplicados a Dios y a la fe de Israel, y los aplica a Jesús y a la fe cristiana: Dt 30,14; Is 28,16; Jl 3,5. Y. con esta elaboración, explica cuál es la fe cristiana y cómo a través de esta fe se obtiene la salvación.
Pablo recoge la que probablemente es la fórmula de fe más antigua de los cristianos: Kyrios Iesous, Jesús es el Señor. La proclamación pública de esta fe ("en los labios") y la adhesión interior ("en el corazón") a todo lo que significa, es lo que justifica y salva. Por tanto, evidentemente, no hay diferencias entre judíos y gentiles. De lo que se trata es, pues, de tener a Jesús como Señor, con una fe que incluye, además de la profesión pública y la adhesión interior antes mencionadas, la "invocación" de su nombre, la confianza en su salvación (Misa dominical 1995).
Nuestro Señor nos muestra hoy los obstáculos en el proyecto de nuestra vocación; y estos son las diversas formas que adquiere el pecado, que es la carencia de amor. La Cuaresma es una "milicia cristiana", un tiempo de lucha, un tiempo de conversión: ahora es el momento de deshacernos del materialismo sofocante que nos rodea, de un materialismo consumista y capitalista, de la idea de que las cosas que pasan nos pueden dar la felicidad, la salvación (que no se encuentra más que en la fe, tal como dice san Pablo en la lectura segunda); luchemos contra el afán del poder, del dominio, aprendamos a compartir cristianamente, dejemos de competir paganamente. Reconozcamos que el Dios único y verdadero es aquel que salva gratuitamente, porque quiere: nuestra bondad no proviene de ningún mérito nuestro: nadie ni nada puede forzar a Dios.
Si nos convertimos de corazón, es Dios quien por pura gracia nos va a reconciliar (el elemento culminante y principal del sacramento de la Penitencia es la absolución), quien nos dará su Espíritu, que es la remisión de todos los pecados: aquel Espíritu que a Jesús y a nosotros nos hace salir victoriosos del materialismo; del afán de poder y de la idolatría, de cualquier falsificación o desviación de la práctica religiosa (Pere Llabres).
4. Lc 4,1-13 (par: Mt 4,1-11). El relato de la tentación que hace San Lucas se asemeja sensiblemente al de Mateo. Basta, pues, remitir al lector al comentario del Evangelio del primer ciclo. Eso no obstante, se da una diferencia importante entre Lucas y Mateo relativa a la utilización del Sal 90/91. Lucas lo introduce en la última tentación (vv. 9-12), mientras que Mateo lo aplica a la segunda. Además, Lucas lo cita con más extensión que Mateo (comparar el v. 10 con Mt. 4, 6), siendo así que, tanto uno como otro, propenden a reducir sus citas y que probablemente han desestimado la alusión al Sal 90/91,13, que Mc. 1,13 ha conservado. Por otro lado, Lucas no menciona el "servicio de los ángeles" al que Mateo y Marcos atribuyen una gran importancia.
Otra diferencia entre Mateo y Lucas se refiere al orden de las tentaciones. Mateo, sin duda más primitivo, se inspira en un orden geográfico: sucesivamente el desierto, Jerusalén, el mundo entero, y trata de presentar su relato como una réplica a las tentaciones del desierto siguiendo el orden propuesto por Ex 16,17, y 32. Lucas, por su parte, no siente esa preocupación. Habla a pagano-cristianos, para quienes los nexos con el pueblo antiguo del desierto son poco determinantes. Por eso prefiere presentar las tres tentaciones en un orden nuevo que recuerda las tentaciones del primer hombre, Adán, y por eso recuerda que Jesús era un descendiente suyo (Lc 3,38), y tras las tentaciones del primer hombre entrevé las tentaciones habituales de todo hombre.
a) Así, la segunda tentación (la tercera en Mateo) experimenta ciertos retoques: Satanás aparece en ella como el soberano de la humanidad (v. 6), alusión probable al dominio adquirido sobre el hombre en el paraíso terrestre. No propone, pues, a Jesús una realeza mesiánica universal, como en Mateo, sino la posibilidad con la que sueña todo hombre: dominar algún día el mundo al precio de cualquier concesión. Adán tenía el poder de dominar la tierra, pero ha preferido recibir ese poder de Satanás antes que de Dios; Cristo, merced a su victoria sobre la tentación, restablece la situación degradada por el primer hombre. Por eso aparece menos como el nuevo Moisés, como en Mateo, que como el jefe y el ejemplo de una nueva humanidad.
b) Hemos de detenernos también en el alcance de las referencias al Sal. 90/91 en los relatos de la tentación.
Es del todo evidente que, al pedir a Cristo que se tire desde lo alto del Templo, el demonio no pide tan solo un gesto de ostentación que presentar ante la multitud concentrada, puesto que no se hace mención alguna de posibles espectadores. Parece más bien que en todo eso hay una alusión a ciertas tradiciones judías que se imaginaban que el pueblo había sido "llevado" por la shekina (=la gloria divina) a lo largo de su periplo. Jesús habría sentido la tentación de hacerse llevar a su vez por esa shekina localizada ahora en el Templo. Arrojarse desde lo alto del Templo era garantizarse una muerte segura; contar con la shekina o con los ángeles para salvarse equivalía a pedir a Dios que le librara de la muerte (cf Mt 26,53). Jesús se niega, pues, a solicitar de Dios un medio de librarse de la muerte: de esa forma replica a Adán (Gén 3,3) y trata de vivir su vida dentro de una fidelidad total a la condición humana: será, pues, un Siervo paciente.
c) Sobre este punto preciso de la colaboración de los ángeles, Lucas se aparta de Mt 4,11 y Mc 3,13: a sus ojos, Jesús se distingue ante todo por su negativa a recurrir a medios sobrenaturales y a poderes celestiales para sustraerse a su destino. Mateo y Marcos, por el contrario, se han quedado con la idea de un servicio de Cristo por los ángeles con el fin de hacer comprender a sus lectores que era realmente el Mesías esperado.
No carece de interés el que, como final de su relato (v. 13), señale Lucas que las tentaciones de Jesús sean todas las que puede soportar un hombre y que anuncie que se repetirán en el "tiempo señalado", en el momento en que Cristo se adelantará hacia la muerte. El relato de Lucas sobre las tentaciones nos presenta, en efecto, un conocimiento muy profundo del hombre.
El hombre aparece en él sometido por naturaleza a la tentación.
Trata de comer del árbol del conocimiento para estar capacitado, lo mismo que Dios para definir el bien y el mal y para absolutizar así sus conocimientos éticos, permitiéndose juzgarlo todo y condenar lo que le parece. Trata de absolutizar su vida precaria tratando de triunfar sobre la muerte. Y si no cuenta con ángeles para que le lleven en sus manos, ha encontrado garantías y seguridades para hacerse la ilusión de que es dueño de su futuro y de su vida. Trata, finalmente, de asegurarse su opinión, inventa el anonimato de las calles y de las masas, los medios de publicidad y de propaganda y se arrodilla con todo el mundo ante los mismos dioses con el fin de no tener que tomar soluciones personales y libres.
En el fondo, el hombre tiene sed de seguridad y esa sed debe respetársele. Pero Jesús demuestra que ese ansia de seguridad no puede satisfacer la absolutización de los medios humanos ni la divinización de las ideas y de las técnicas. No hay más que una posibilidad: proclamar que la condición terrestre está marcada por la muerte y aceptar el vivirla tal cual es, en su ambigüedad, incluso en su absurdo, aferrarse con las dos manos a la realidad siempre doble y vivirla junto con el único que ha logrado vivirla en la muerte aceptada con normalidad.
Este es el sentido de la condición humana que hay implícito en el relato de la tentación. Jesús no se limita a decir que el sentido de la vida humana se encuentra en la comunión con Dios; subraya ante todo que esa comunión no puede ser vivida realmente sino en la renuncia a toda absolutización de lo humano y en la proclamación de la muerte -primero la de Cristo, después la de cada uno de los hombres- que ridiculiza constantemente al Adán divinizado (Maertens-Frisque).
El mismo Espíritu que descendió sobre Jesús en el Jordán es el que conduce a Jesús al desierto para ser tentado. Por tanto, las tentaciones son queridas expresamente por Dios (cf Mt 4,1). También en esto, en la prueba y en la tentación, el Hijo de Dios se hizo semejante a todos los hombres (Heb 4,5).
-"Durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo": En la última narración preparatoria para el ministerio público, Lc presenta las pruebas que Jesús sufre como Hijo de Dios. El orden de las pruebas es diferente del evangelio de Mt. Para Lc la última se sitúa en Jerusalén, es el lugar donde conduce el camino que Jesús sigue a lo largo de la narración evangélica. No podemos hacer ninguna reconstrucción histórica sobre los hechos aquí narrados. Su carga simbólica y teológica es demasiado fuerte, pero es verdad que se fundamenta en una base muy real: Jesús durante su vida sufre la prueba de una oposición a su misión. -La finalidad básica de las tres tentaciones es la de corregir una idea equivocada de la misión de Jesús como Hijo de Dios. Se propone a través de una comparación con la actitud del pueblo de Israel en el éxodo: donde este pueblo falló, allí Jesús permanece fiel a la voluntad del Padre que le envía (Joan Naspleda).
En total coincidencia con los otros dos sinópticos, Lucas habla de una permanencia de Jesús en el desierto de Judá después de ser bautizado por Juan en aguas del río Jordán. El desierto de Judá no es un mar de arena, sino una interminable sucesión de montañas y colinas áridas y desoladas, separadas por torrenteras y desfiladeros, cuyo límite oriental lo forman en gran parte los setenta y seis kilómetros de longitud del mar Muerto, tórrida hondonada a trescientos noventa y cuatro metros bajo el nivel del Mediterráneo. Una tierra apta sólo para beduinos y gentes con temple de acero. Esta fue la tierra de los esenios de Qumrán y de Juan Bautista, apenas profanada por las sibaritas construcciones de Herodes el Grande en lo alto de la fantástica fortaleza natural inexpugnable que es Masada. En esta tierra se forjó también Jesús durante un tiempo presumiblemente prolongado, que la tradición sinóptica reduce simbólicamente a cuarenta días por probable influjo de los cuarenta años de camino del pueblo judío entre Egipto y la tierra de Israel. Lucas es el único evangelista que habla de una movilidad de Jesús por el desierto, a la vez que resalta más que los otros su carácter de hombre del Espíritu.
Este carácter, sin embargo, no va a eximir a Jesús de la prueba; más aún, se pone de manifiesto y ratifica a través de ella. Las tres pruebas que conforman el texto revelan un denominador común: determinar el papel que juega Dios en la vida del hombre Jesús.
Enraizadas en la imperiosa necesidad de tener que subsistir o en las más innatas apetencias humanas, las tentaciones que acecharon a Jesús tenían todas un único objetivo: cortar la corriente vital de comunión y de comunicación entre Jesús y Dios. Es ésta la tentación por antonomasia, la única realmente acreedora a tal nombre. Si las tentaciones comportan un fatal riesgo para nuestra vida, ello es debido a que cortan la corriente vital entre nosotros y Dios. Y si esa corriente no funciona, se vive en el reino del pecado, se ha sucumbido a la tentación, aun cuando podamos no ser conscientes de ello. Hoy como ayer, éste es el radical problema humano. Con demasiada frecuencia hablamos de tentaciones en minúscula; con demasiada poca frecuencia hablamos de la única tentación que debería preocuparnos: la de vivir prescindiendo de Dios, renunciando a El o sirviéndonos de El: todo ello hay en la viña del Señor (Alberto Benito).
Los tres primeros capítulos de san Lucas constituyen como una especie de introducción general que presenta los actores del evangelio, especialmente Jesús. Sin embargo, entre Dios y el hombre queda todavía un personaje que juega un papel preponderante. Su nombre propio es "tentador" o diablo. De su intención y sus funciones habla este pasaje.
Las tentaciones de Jesús no constituyen un hecho que se ha dado simplemente en el comienzo de su vida, aunque a primera vista nos pudiera parecer que el texto así lo indica (cf 4,1-2.13). Situadas todavía en el prólogo, que terminará precisamente en 4, 13, las tentaciones reflejan una nota que resuena en todo el evangelio: viniendo de Dios, y siendo un hombre de la tierra, Jesús ha tenido que enfrentarse con la fuerza amenazante del mal al que derrota.
Debemos recordar que el tentador de este relato no es un simple demonio de los muchos que de acuerdo a la manera de pensar de aquellos tiempos invadían la existencia de los hombres. Aquí se alude al diablo (o a Satán), el jefe de todos los espíritus perversos que se ha revelado contra Dios, ha roto su armonía sobre el mundo, ha pervertido nuestra tierra.
Según la concepción apocalíptica judía, en el momento actual Dios se halla oculto sobre el plano de su vida trascendente. Mientras tanto, nuestro mundo se encuentra sometido al poder de lo diabólico (4,6). Ciertamente, Dios vendrá a mostrarse en el final y romperá la fuerza de Satán. Pero, en el momento actual, todo sucede como si Dios no existiese, como si el Diablo fuera el rey de nuestra tierra. Pues bien, en esa tierra dominada por Satán viene a mostrarse la figura y la actuación del Cristo, al que se llama "Hijo de Dios" (cfr Lc 2,22). La lucha entre Jesús y el Diablo resulta inevitable (edit. Marova).
Después del bautismo en el Jordán, que lanza a Jesús a la misión, y antes de empezarla predicando y actuando en Galilea, los sinópticos nos presentan esta escena llena de significado que simboliza y sintetiza, por contraste, el estilo de Mesías que Jesús quiere ser.
Jesús se dispone a empezar su anuncio del Reino. La escena de plegaria en el Jordán en la que ha sido manifestado como Hijo amado de Dios, continúa ahora más pausadamente, en el encuentro con el Padre en el desierto, donde le mueve la fuerza del Espíritu. Y aquí se plantea qué es lo que ha de significar su misión. Y el planteamiento es radicalmente realista: experimentar todo lo que le desviaría del camino de Dios, y vencerlo, y disponerse a emprender su misión según la manera de pensar de Dios y no del diablo (cf. Mc 8,31-33). Como el diablo no puede desviarle del camino de Dios, le deja hasta una nueva oportunidad: será en la pasión, "la hora del poder de las tinieblas" (22,53), cuando Jesús tendrá que decidir si llegar hasta el final en el camino de Dios, y volverá a vencer. Colocando esta escena aquí los evangelistas están diciendo varias afirmaciones: que Jesús es humano, y que por tanto se le plantean problemas y oscuridades sobre la misión que ha de llevar a cabo; que los cristianos y la Iglesia también somos humanos, y tener tentaciones no descalifica a nadie; y que hay unas determinadas tentaciones, las que tuvo Jesús, que son las que más hay que combatir, porque son las que contradicen más radicalmente el camino de Jesús.
Las tres tentaciones quedan ciertamente bien caracterizadas y en definitiva son muy similares: son proponer a Jesús que actúe (y busque eficacia evangelizadora) por otros caminos diferentes (contrarios) al contenido mismo de lo que quiere anunciar: el amor fiel, confiado, entregado (hasta la muerte si es menester), como única manera de vivir que realmente humaniza y diviniza. Frente a eso, el diablo propone:
1) Escapar de las dificultades de este amor entregado, y buscar tranquilidad y bienestar utilizando el nombre de Dios.
2) Dominarlo todo, y poder imponer lo que Jesús quiera imponer.
3) Conseguir la adhesión de la gente engatusándolos con actuaciones espectaculares en lugar de buscar convertir los corazones a Dios (“Misa dominical 1993”).
El evangelista Lucas altera el orden de las tentaciones de Jesús para hacerlas terminar en Jerusalén, lugar de especial importancia teológica en su Evangelio. Pero los tres sinópticos concuerdan en presentarnos las tentaciones de Jesús como marco para su ministerio y en vincularlas al Bautismo. Es el mismo Espíritu que desciende sobre Jesús en el bautismo el que empuja al desierto "cuando volvió del Jordán".
Bautismo y tentaciones forman así no un episodio aislado en la vida de Jesús, sino la clave teológica de la comprensión de su vida. En el Bautismo, queda clara la experiencia de la filiación: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto". En las tentaciones se prueba esa misma filiación, qué estilo va a tener, qué estrategia va a adoptar.
Hay tentaciones que nos apartan del bien y nos ofrecen el mal como objetivo, aunque sea bajo la capa del bien. Hay que elegir entre el bien y el mal. Entre el Evangelio y el egoísmo, entre Dios y la idolatría. Nadie hay que pueda poner la mano en el fuego y afirmar que él ya no tiene esta tentación que San Pablo llama de la "carne" en sentido teológico. Pero la prueba ante la que se encuentra Jesús es otra mucho más sutil. Es la de los hombres religiosos, los que ya han optado por Dios. Es la tentación de quien ya ha aceptado una misión. Fue la tentación de Israel precisamente en cuanto pueblo de Dios. Es la tentación de Jesús precisamente en cuanto Hijo de Dios. Será la tentación de la Iglesia precisamente en cuanto comunidad del Reino. No es una tentación al pecado. Al revés, se trata de llevar a cabo una misión recibida de Dios. La prueba versa sobre las estrategias para cumplir la misión. Porque hay dos estrategias de salvación. El espíritu evangélico y su antagónico no sólo tienen fines distintos, sino estrategias distintas.
El engaño consiste en creer que, porque fundamentalmente existe conversión a Dios, dedicación al Reino, buena voluntad, nos podemos permitir descuidar los medios, estilos y estrategias.
Porque éstos marcan radicalmente la misión que se intenta cumplir. Aquí se nos avisa con claridad. La prueba no existe sólo con respecto a los medios. Por eso hay que discernirlos. Jesús experimenta la posibilidad de ser Hijo de Dios según la imagen del tentador, que se aparta de la opción clave de la encarnación.
Y nosotros, los cristianos, los seguidores de Jesús, los hijos de Dios, haríamos muy bien en dar suma importancia al conocimiento de este "mundo" y ejercitarnos en discernir los medios que nos ofrece como salvadores y no lo son. Para nosotros pidió Jesús: "No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal". También quienes generosamente aceptan la misión del Reino se encuentran ante una encrucijada de la libertad y deben optar por el estilo de su misión.
Cuaresma es mirar a Dios y mirarse, desierto, soledad. "Por eso el desierto fascina y asusta -garantiza un monje- . Es la tierra de la gran soledad, y el hombre, instintivamente, tiene miedo a este cara a cara consigo mismo. La esencia del desierto es la ausencia de hombres, ayuno de encuentros, abstinencia de presencias" (E. Bianchi). Y precisamente el cara a cara consigo mismo es preludio de un compromiso cara a cara con Dios. "El hombre sabe que vivir en el desierto no significa solamente vivir sin los hombres, sino vivir con Dios y para Dios" (S.Bulgakov). El desierto entonces se convierte en lugar del encuentro con Dios. Una presencia cierta, pero escondida, secreta. El desierto es el lugar de la liberación. Pero el "programa de la libertad" no es una lista de facilidades, de privilegios. Es un programa exigente, arduo, que se realiza en un clima de austeridad por caminos no precisamente fáciles. Dios se hace seguridad, pero a condición de que el pueblo en camino pierda sus seguridades habituales, sus pequeños conforts. Para quien camina por el desierto es obligatorio contentarse exclusivamente con Dios. Dios debe ser todo. La gran prueba del desierto, en definitiva, es la fe. Sin fe no se puede vivir en el desierto.
Gracias a la presencia del único necesario, el desierto se libera de su aridez, se salva de su esterilidad. Y se hace tierra fecunda. Se transforma en el jardín del Edén. El desierto puede florecer. El silencio puede convertirse en mensaje. La soledad en comunión.
Cuarenta días para la Pascua. Cuarenta días para volverte a Dios. Alégrate, porque se te abre un tiempo de conversión. Reconoce que tú, y no Dios, eres el equivocado. Cuenta con el perdón de Dios (Miguel Flamarique Valerdi).
El hombre actual ansía vivir cada vez más, cada vez mejor, cada vez más intensamente. Pero, ¿vivir qué?, ¿vivir para qué? Se dice que estamos mejor equipados que nunca para vivir una vida sana y de mejor calidad. Pero, ¿qué es un hombre sano? ¿Qué es una vida de calidad humana? Hemos hecho la vida más larga, más cómoda y placentera, pero, ¿no la hemos hecho también más vacía, superficial y absurda? ¿Es éste el camino para satisfacer la necesidad profunda de vida que se encierra en el ser humano?
Hay además un hecho cultural sobre el que parece existir una conspiración de silencio y es que cada vez se medita menos sobre el sentido último de la vida. Desconectada de toda relación con el Creador, privada de destino trascendente, la vida del hombre contemporáneo se está convirtiendo en un episodio irrelevante que hay que llenar de bienestar y de experiencias placenteras.
Sin embargo, ¿es verdadero progreso entender y vivir la vida de manera tan rudimentaria y tan pobre de contenido, de horizonte y de sentido como lo hacen hoy no pocos hombres y mujeres?
Por otra parte, para muchos, «bueno» es lo que produce bienestar, y «malo» lo que causa malestar. Pero el concepto de bienestar es ambiguo y no coincide necesariamente con la verdadera realización del ser humano.
Un joven puede tomar alcohol o droga para sentir «bienestar», pero, evidentemente, su actuación no es sana. Una persona puede sentirse bien en medio de una sociedad injusta, ocupándose exclusivamente de su bienestar y olvidando el sufrimiento de los más débiles y marginados, pero difícilmente podrá decirse que es sana esa insensibilidad. Por eso, no es superfluo preguntarse qué bienestar buscamos, qué contenido le damos a nuestro deseo de calidad de vida y en qué hacemos consistir el progreso del ser humano… "No sólo de pan vive el hombre" (Jose Antonio Pagola).
Entrada: «Me invocará y le escucharé, lo defenderé; lo saciaré de largos días» (Sal 90,15-16). Ser tentado no es malo, Dios nos acompaña… Sólo puede ser tentado el que tiene que decidir. Y es claro que sólo decide verdaderamente aquél que lo hace desde su libertad, desde esa intimidad en la que cada uno se encuentra a solas consigo mismo. En este sentido, todas las tentaciones surgen en la soledad, en el desierto. Pedimos en la Colecta: «Al celebrar un año más la santa Cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo, y vivirlo en su plenitud». Así continuamos pidiendo en la oración del Ofertorio: «Te rogamos, Señor, que nos prepares dignamente para ofrecer este sacrificio con el que inauguramos la celebración de la Pascua».
Las tentaciones de hoy día. La Cuaresma es un tiempo fuerte de penitencia y de oración para prepararse a la Pascua. Estos cuarenta días deben ser una renovación espiritual un período de conversión y de profundización en las exigencias de la fe cristiana. El sentido de la Cuaresma se nos explica en este primer domingo a través del tema de las tentaciones, las de Adán, las del pueblo elegido, las de Cristo y las nuestras. Tentaciones de ayer, de hoy y de siempre.
Creer que existen tentaciones no es aceptar una teología trasnochada. Por eso es oportuno saberlas situar y actualizar. Las tres tentaciones clásicas, con nombre de hoy, pueden ser: la tentación de la eficacia, la tentación del poder y la tentación de la caída. Oramos con la liturgia: “Cristo al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, / inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, / y al rechazar las tentaciones del enemigo / nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado; de este modo, / celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, / podremos pasar un día a la Pascua que no acaba” (Prefacio I Domingo de Cuaresma).
Vamos a ver las tentaciones. Uniré comentarios de diversas personas con un análisis simbólico que hago para explicar de modo metafórico-pedagógico la relación pecado-lucha-gracia. Veremos los 7 pecados capitales, las 3 fuerzas del mal en la doble tríada de s. Juan y las 3 fuerzas del bien que las contrarrestan: los 3 medios de la cuaresma y las 3 virtudes teologales…
PRIMERA TENTACIÓN: la del pan. Es la tentación de las cosas fáciles, las cosas placenteras, la concupiscencia de la carne, la ley del gusto. Si tenemos presentes los siete pecados capitales aquí cabrían tres: la lujuria, la gula y la pereza. Ansias desordenadas que reflejan un vacío interior, necesidad de comida o de apetencia sexual desordenada por culpa de no tener un equilibrio interior, una interacción de los afectos, una armonía. Y la pereza es lo mismo; para los antiguos, era también tristeza, acedia. La tristeza que es también falta de entusiasmo, falta de alegría, falta de amor. -La rutina que, es la carencia de energía, la carencia de vida, la rutina que es el sepulcro de la vida interior. La falta de amor es el pecado que, concretamente, es una mezcla de la rutina con el aburrimiento, es la única enfermedad mortal, el único error funesto que hay a la vida, decía san Josemaría: conformarse con la derrota, no luchar por vivir un amor, es dejarse llevar por esta desesperación. Es la carencia de esperanza, una vida perdida, pues la enfermedad es mortal porque ya no hay vida, porque el Espíritu es Vida y la única posibilidad de rechazar el Espíritu es negarse a recibir cualquier consolación, negarse a recibir el Amor de Dios, negarse a cualquier forma de amor. Esta sería la tibieza: es una degeneración de esta tristeza que lleva al aburrimento de la vida. Ahora no nos podemos entretener en ver estos procesos interiores: la abulia que, es la falta absoluta de voluntad, no tener ganas de vivir. Toda esta cosa que es muy diferente del cansancio o de la depresión. Cuánto hay cansancio, el cansancio es para todo; cuando lo que domina es la tibieza, este aburrimento, sólo se produca para las cosas del amor. En cambio, hay un buscarse a un mismo a través del trabajo, a través de las formas de diversión, hay un entusiasmo por cosas que no son amor: entonces sí que se puede individuar, esto es tibieza; porque hay falta de amor, falta de lucha para amar a Dios, para amar la familia, para amar a los otros, uno se busca a sí mismo. Es la tristeza, es la escoria del egoísmo, lo que queda tras haber quemado, cuanto no queda más, y la escoria es lo que más brilla; una forma de egoísmo, todo aparece en formas de vanidad... De hecho, las otras dos tentaciones enmarcan algo esta forma de hipocresía, de alienación. Pero por motivos pedagógicos, aunque de hecho están interconexionadas, las separamos…
Ante esta tentación, Jesús reacciona diciendo: “No sólo de pan vive el hombre”.- Estas palabras, que resonarán en nuestros oídos al proclamar el evangelio, aparecen conectadas con la temática del desierto. También conectan con el tema del ayuno. En efecto, debemos alimentarnos de lo que sale de la boca de Dios. Y de la boca de Dios sale su Palabra. Ese es nuestro verdadero alimento. Por eso la Cuaresma es una invitación a leer y meditar las Sagradas EScrituras. El demono entra con una condicional: "Si eres Hijo de Dios"... Un niño de 10 años me preguntaba en el colegio: “-¿el demonio sabía que Jesús era Dios?” “-No lo sé”, le contesté. Lo que sabemos es que Jesús quiso ser tentado. Que Jesús es Dios, y no podía pecar. Que sintió la tentación. Para esto, tendría que poder “vivirla” sin tener la participación que tenemos de concupiscencia. Es decir, que quizá la conciencia humana de Jesús no sabía que no podía pecar. Pero ahí no sé entrar… no sé… solo puedo decirle: "Tú que eres el Hijo de Dios, enséñame a aprovechar tus palabras...". Que no quiera usar las metralletas para dar pan a los pobres a costa de injusticias que se sumen a otras injusticias. Que no quiera convertir las piedras en panes haciendo uso del milagro. Tentación y grande, es vivir únicamente preocupados por el pan material y reducir el hombre a relaciones de producción y economía. Y no menos tentación es refugiarse en Dios y la religión huyendo del trabajo y las responsabilidades. Ni Dios es un tapaagujeros ni la religión un seguro a todo riesgo.
En la primera tentación, el diablo pretende que Jesús resuelva sus propios problemas, el hambre, utilizando para sí el poder que ha recibido del Padre. Es la tentación de bajar de la cruz y no beber el cáliz que el Padre le ha preparado: "A otros ha salvado y a sí mismo no puede salvarse. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él" (Mt 27,42). Jesús vence con "la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios" (Ef 6,17). Toma su argumento y su defensa de Dt 8, 3. La palabra de Dios, expresión de la voluntad del Padre, es poderosa para mantener al hombre en la verdadera vida. Y ésa, no el pan, es el auténtico alimento de Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (Jn 4, 34).
Dile a esa piedra que se convierta en pan. Y Jesús: No sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios. - "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre": La controversia de la primera tentación tiene como respuesta DT, 8, 3. Israel deseaba en el desierto las comidas de la esclavitud de Egipto y Dios debe intervenir con el maná para que reconozca de una vez quién es su Salvador. Jesús, en cambio, no utiliza su relación con Dios en provecho propio, sino que está a la disposición de Dios que le envía. La primera prueba, enraizada en las difíciles condiciones de subsistencia en el desierto de Judá, plantea a Jesús la posibilidad de subsistir prescindiendo de Dios. Sólo la primera prueba responde al marco del desierto de Judá; Las tentaciones de Satán se identifican con el riesgo de esclavitud que presuponen los poderes de este mundo. Está en principio el riesgo del "pan" por medio del cual se quiere convertir a Dios en una simple garantía de prosperidad material y seguridad económica (4, 3-4). Aunque nos hace falta un remanente, para llegar a final de mes, Jesús nos enseñará a pedir el pan de cada día… Está después el peligro de la "política" que se concreta en el deseo de mandar y de ordenar las estructuras de este mundo, utilizando para ello los poderes de Satán, que es el principio de todo poder esclavizante (4, 5-8). Está finalmente el riesgo de la confianza radical en el milagro, el sometimiento a una verdad espectacular y externa que nos libera del humilde esfuerzo de la fe de cada día (4, 9-13).
Sólo comprenderá el valor de las tentaciones de Jesús aquél que se detenga a meditar en las razones que le ofrece el diablo. En un mundo en que millones mueren de hambre, ¿no tendrá razón Satán cuando suplica simplemente que Jesús y que la iglesia ofrezcan pan a los que esperan? En un mundo en el que oprimen toda clase de tiranos, ¿no es lógico que Cristo y que la iglesia se convirtieran en centro de poder y garantía de un imperio de paz y de confianza? Sobre una tierra en que millones de personas se sienten incapaces de llegar a la verdad, ¿no sería lógico que Cristo y que la iglesia se sirvan de milagros para hacer que todos crean? Pienso que muchos de nuestros cristianos responderían y responden hoy de una manera diferente a la de Cristo ante la urgencia de las mismas tentaciones. Pienso que muchos de nosotros hemos dado la razón al diablo.
Ante la vieja y nueva tentación conservan su valor las respuestas de Jesús. a)El verdadero pan del hombre es más que la comida. El ser humano es más que simple economía; por eso es necesario alimentar el corazón con la palabra del evangelio, de manera que los hombres se repartan mutuamente lo que tienen. b) El poder del evangelio no es simple dominio político del mundo. Toda opresión interhumana, por más orden que produzca, es don del diablo. Lo que Jesús ofrece a los suyos es la obediencia a Dios y la exigencia del servicio mutuo. c) Dios habita en el campo de la fe y no a la altura de un prodigio externo; sólo quien tenga confianza en la vida y encuentre en el fondo el amor que Jesús nos ofrece, sólo quien se arriesgue a creer y suscitar la fe en los demás, podrá entender lo que Cristo significa (Edic. Marova).
-Dios en provecho propio. La primera tentación consiste así también en utilizar la filiación, esa preciosa relación privilegiada con Dios como Padre, en provecho propio, para eludir las propias responsabilidades, para escapar a la dureza de la condición humana. "Si eres Hijo de Dios, dice el tentador, aprovecha esa circunstancia y calma tu hambre". Jesús así saciaría, sí, una necesidad, pero al precio de vivir su filiación como contraria a la ley de la encarnación. Dios no quiere que sucumbamos a nuestras necesidades, sino que paguemos el precio del trabajo, del esfuerzo, de la búsqueda. La condición divina de Jesús no aligera su condición humana.
¿Cuántas veces pensamos nosotros, cristianos, que como somos apóstoles, como oramos, como nuestra tarea es el Reino, podemos saber de todo, arreglarlo todo, responder a todo, sin el duro esfuerzo de la formación, de la responsabilidad y el trabajo? Nos preocupa la paz, como valor del reino. Pero ¿aceptamos el duro esfuerzo de formarnos en los graves problemas que la paz, los bloques, la carrera de armamentos, hoy tienen planteados? La caridad es un valor del Reino, pero ante el paro desolador, el hambre en el tercer mundo, ¿nos tomamos en serio el trabajo que supone afrontar los problemas conociendo sus causas y sus soluciones?, etc.
La oración de Comunión completa este pensamiento: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4), Postcomunión: «Después de recibir el pan del Cielo que alimenta la fe, consolida la esperanza y fortalece el amor, te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir constantemente de toda palabra que sale de tu boca». Es un punto central de la misa de hoy, esta primera tentación. Es verdad que el desarrollo nos hace tomar conciencia de que muchas cosas pueden ser solucionadas siendo dinámicas y eficaces. Nunca hay que perder el sentido y el valor de la Palabra de Dios, que trasciende la problemática sociológica de las cosas de aquí abajo, que apenas remediamos. Si hemos encarnado la Palabra de Dios seremos capaces de encarnarnos en los problemas humanos y descubriremos que junto al hambre sociológico existe un hambre espiritual que no se remedia con harturas terrenas. El afán por ganarnos el pan puede anular otros afanes que también debemos alimentar.
 
​SEGUNDA TENTACIÓN: El demonio hizo subir a Jesús a un lugar alto, y le dijo: -"Todo esto que ves, será tuyo si postrado me adoras". -Es el poder y la gloria, si antes veíamos la concupiscencia de la carne (la carne), aquí vemos la concupiscencia de los ojos (el mundo), en los peligros de san Juan: los ojos, el tenerlo todo, el desear, esta especie de búsqueda desordenada de las cosas de la tierra. Y ante esta concupiscencia, que serían los pecados de la avaricia y la envidia, que es querer tener o desear el mundo del otro, o tener tristeza por el bien del otro..., es una cosa nefasta porque la persona, tiene una especie de ansia por el que tiene el otro. Vive más pensando por el otro que, por uno mismo, tiene más presente al otro, y no tiene la libertad de vivir la vida propia; vive sólo por el otro, por hacerle daño o por llorar sus bienes o por tener más -caso ya gravíssimo-. Esta es una lacra que atormenta. Y delante de estas cosas negativas: igual que la oración era la solución por la carencia de interioridad; para la avaricia, la solución es la caridad, ante la competencia, el com-petir, hay que com-partir, la solución es darse, darse. Las tres virtudes teologales están aquí reflejadas: La fe de la oración, la caridad de amar, de darse, de tener detalles con los otros, de superar esta especie, pues, de falta de amor. La tentación primera sería, actualmente, creer que poseyendo cada vez más, vamos a ser cada vez más felices.
Las tentaciones de Jesús representan el intento, por parte de Satanás, de hacerlo desviar del camino de fidelidad a Dios. Un camino que pasa a través de la ocultación, la debilidad, la humillación y la cruz. Satanás propone a Jesús tres atajos para evitar aquel camino incómodo: hemos visto la primera, el atajo de la popularidad fácil, obtenida reduciendo la salvación a la sola dimensión económica ("di a esta piedra que se convierta en pan"). Ahora vemos ciertos ídolos en la segunda tentación como el llegar cada vez más alto, tal vez pasando por encima de los demás, compitiendo con los que nos rodean; vender el alma al diablo (un tema tan frecuente en las frases populares y literaturas), es decir, esclavizar al mal nuestra personalidad para obtener una felicidad fuera del plan de Dios. Es el atajo del poder ("llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo; Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo"). Son los ídolos. ¿Qué hacemos por el desierto con un Dios que nos trasciende? Cuánto mejor los pueblos vecinos con dioses manejables; ¿por qué no un becerro de oro? ¿Dios? ¡Vaya concepto abstracto! La psicología, la técnica, un poder paralelo al político, personalidad recia, dinero, elocuencia... eso sí da resultados. ¿Dios para vivir? ¿Pero en qué piensas, incauto? Salud, dinero y amor... Y Jesús: ¿No ayudaría una alianza con el Poder Romano o Zelota? ¿Por qué no halagar a las masas?... Así todos: Dios promete salvación, pero cada día eres llamado por ídolos -carne, afectos, dinero, poder- que te insinúan: "todo esto te daré si te postras y me adoras". Cuando está escrito: “solo a Dios adorarás”.
La segunda condición es bien clásica y se refiere al poder. "Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria... si te postras ante mí". El poder exige esa postración, esa adoración, que sólo a Dios se le debe. El poder, casi siempre, es cosa diabólica y corrompe al hombre. Sobre todo porque para alcanzarlo, para llegar a algo, hay que arrastrase indignamente conculcando los valores más sagrados. Significativamente alardea el mal de que el poder es un campo suyo y puede dárselo a quien quiera. El hombre sólo ha de postrarse y adorar a Dios. Todo lo demás son idolatrías que lo degradan.
Es la tentación del poder. El demonio, en un instante, le presenta todos los reinos de la  tierra; una visión fantástica, ilusoria... El mundo que el demonio presenta es vano, pero no  por ello menos atrayente. A cambio de ese mundo, pide que Jesús renuncie a su dignidad y  se le someta como un esclavo. Esta es la tentación que el hombre, a pesar de su dignidad,  siente una y otra vez de poner en venta todos sus valores humanos, a cambio del poder. Las tres tentaciones -como hemos dicho- son tentaciones típicas que se repiten en la  vida de Cristo, que encuentra sobre todo su expresión cuando el Señor está pendiente en  el patíbulo de la cruz. Son tentaciones que igualmente se repiten a lo largo de la historia de  la Iglesia.
¿Cuándo no ha sentido la Iglesia la tentación de renunciar a la gracia de Dios y a la  obediencia confiada en la palabra de Dios para resolver en un temporalismo exagerado los  problemas del pan de los hombres? Renunciar a vivir de la palabra de Dios y pretender la  salvación por un simple esfuerzo humano sería caer en la primera tentación. Y ¿cuándo no  ha sentido la Iglesia en su historia la tentación de refugiarse en una interioridad  espiritualista, de encerrarse en la evasión de una liturgia mal comprendida, esperando que  todos los problemas humanos queden resueltos por un Dios que se ha mal entendido como  simple recurso de todas nuestras insuficiencias e inoperancias? Y, por fin, ¿acaso no siente  la Iglesia una y otra vez la tentación de ceder a los privilegios e intereses creados, al  proteccionismo de los Césares, a cambio de renunciar a la sinceridad y la autenticidad del  Evangelio, a su deber profético de denunciar la injusticia y de servir a la palabra de Dios? Y  lo mismo ocurre en la vida de los cristianos. También nosotros corremos el riesgo de querer  hacerlo todo, incluso de alcanzar la salvación sin contar con la voluntad de Dios, con la  gracia, e incluso en contra de la voluntad de Dios. En un mundo tecnificado como el  nuestro, todos corremos el riesgo de creer que sólo es posible lo que está al alcance de las  manos del hombre y que todo está, en principio, al alcance de las manos del hombre. Al  contrario, hay quienes, desanimados, desalentados y derrotados ante las dificultades de  cambiar un mundo que no nos gusta, se refugian exclusivamente en la inoperancia de una  oración inauténtica que a nada les compromete, y ¿qué diremos de la influencia que ejerce  sobre nosotros todavía el poder, el dinero, los honores, los placeres de este mundo?  Ciertamente, el hombre vale más que el mundo entero y, sin embargo, con cierta frecuencia  se vende a cualquier precio. Esta es la tercera tentación.
Otro recurso es la mentira y el engaño: "Te doy todos los reinos de este mundo, si postrándote me adoras". Es la misma tentación que usó con Adán y con Eva. Adán y Eva cayeron, Cristo el nuevo Adán venció. Es la misma mentira, la misma habilidad, la misma técnica. ¡Cuántas veces nos engaña satanás! Jesús que había estado grande tiempo en adoración sabe vencer también esa tentación. "Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás".
Entrando en el espacio de las virtudes teologales, ¿qué misterio podemos vislumbrar en las tentaciones de Jesús? En primer lugar, que el Hijo de Dios sea tentado. Jesús es hombre, y como hombre se comporta a la altura de la humanidad entera. En el plano del misterio, Cristo vence la tentación. San Agustín dice: "Cristo ha vencido la tentación en ti y por ti". Jesucristo tentado no sólo es el hombre Jesús, sino el prototipo de la humanidad. Así como en la cruz él es el hombre que abraza a toda la humanidad y la salva, así en la tentación vence todas las tentaciones de la humanidad entera. Finalmente, una contemplación del amor del Padre. Dios no ama menos a Jesús en el momento de la tentación; tampoco le abandona o se olvida de él. Dios le ama en la tentación. El Espíritu Santo le acompaña en la tentación. El amor teologal, que es una participación en el amor de Dios, nos debe llevar también a participar del amor del Padre y del amor del Espíritu a Cristo tentado. Amemos y dejémonos amar también por Cristo tentado, sometido a la prueba. En su tentación, nos ama y nos ama intensamente.
En el NT la posesión demoníaca va frecuentemente acompañada, o por lo menos es asimilada, a la enfermedad, porque ésta, consecuencia del pecado (Mt 9,2), es otro indicio del dominio de Satanás (Lc 13,18). Por consiguiente, los exorcismos del evangelio revisten a menudo la forma de curaciones (Mc 9,14-29), aunque hay casos de simples expulsiones (Mc 5,1-20) y de enfermedades que no presentan los rasgos de la posesión y que, a pesar de ello, son atribuidas a Satanás (Lc 13,10-17). La mayor parte de los milagros de Jesús son milagros de curaciones o milagros naturales. Los evangelios recuerdan sólo cinco expulsiones de demonios, y distinguen a menudo claramente entre personas poseídas por los demonios y personas enfermas (Mt 4,23-25; Mc 1,32). Aunque en algún caso atribuyen a un espíritu lo que nosotros consideramos una epilepsia o una locura, no hay duda de que en muchos casos hablan de un exorcismo real de diablos reales.
La segunda tentación (es la tercera en Mt) es la del poder y la del dominio en cualquier nivel y circunstancia (el diablo muestra a Jesús fantásticamente, "en un instante", todos los reinos del mundo). Todos deseamos ser soberanos aunque sea en un pequeño reino taifa. A diferencia de Cristo, que no aceptó el dominio fácil de conseguir todo el mundo por una genuflexión, nosotros estaríamos dispuestos a hacer una y mil genuflexiones. Si hubiera cedido a la tentación del poder, Jesús no hubiera muerto en la cruz. Pero Jesús prefirió luchar contra esa tentación, recurriendo también a la palabra de Dios (cf. Dt 6, 13). Hay gente que prefiere pactar y postrarse ante los poderes de este mundo. Y no saben que el Reino de Dios nunca crecerá con la estrategia del poder. ¿No es esto también hoy sumamente actual cuando se presenta la tentación de cumplir la misión de la Iglesia desde los pobres o desde los poderosos de este mundo?
En la segunda tentación se da un paso más en esta escalada sicológica y el demonio, tomando pie de las palabras de Cristo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios", le propone arteramente que abuse de esa confianza en Dios. Esta tentación se sitúa en el polo opuesto a la anterior. Es la tentación de coger la palabra a Dios y de disponer ya de Dios utilizándolo caprichosamente en propio provecho. Es la tentación de la magia: Dios a nuestro servicio.
Uno hace lo que quiere sabiendo que Dios ya le ha sacado de apuros. Es también la tentación de un espiritualismo exagerado que entiende la providencia como un recurso del que siempre puede echarse mano, incluso cuando no se han agotado todavía todas las posibilidades humanas. Y después de esta alternativa surge la tercera tentación. Es la tentación del poder. El demonio, en un instante, le presenta todos los reinos de la tierra; una visión fantástica, ilusoria... El mundo que el demonio presenta es vano, pero no por ello menos atrayente. A cambio de ese mundo, pide que Jesús renuncie a su dignidad y se le someta como un esclavo. Esta es la tentación que el hombre, a pesar de su dignidad, siente una y otra vez de poner en venta todos sus valores humanos, a cambio del poder.
Las tres tentaciones -como hemos dicho- son tentaciones típicas que se repiten en la vida de Cristo, que encuentra sobre todo su expresión cuando el Señor está pendiente en el patíbulo de la cruz. Son tentaciones que igualmente se repiten a lo largo de la historia de la Iglesia.
¿Cuándo no ha sentido la Iglesia la tentación de renunciar a la gracia de Dios y a la obediencia confiada en la palabra de Dios para resolver en un temporalismo exagerado los problemas del pan de los hombres? Renunciar a vivir de la palabra de Dios y pretender la salvación por un simple esfuerzo humano sería caer en la primera tentación. Y ¿cuándo no ha sentido la Iglesia en su historia la tentación de refugiarse en una interioridad espiritualista, de encerrarse en la evasión de una liturgia mal comprendida, esperando que todos los problemas humanos queden resueltos por un Dios que se ha mal entendido como simple recurso de todas nuestras insuficiencias e inoperancias? Y, por fin, ¿acaso no siente la Iglesia una y otra vez la tentación de ceder a los privilegios e intereses creados, al proteccionismo de los Césares, a cambio de renunciar a la sinceridad y la autenticidad del Evangelio, a su deber profético de denunciar la injusticia y de servir a la palabra de Dios? Y lo mismo ocurre en la vida de los cristianos. También nosotros corremos el riesgo de querer hacerlo todo, incluso de alcanzar la salvación sin contar con la voluntad de Dios, con la gracia, e incluso en contra de la voluntad de Dios. En un mundo tecnificado como el nuestro, todos corremos el riesgo de creer que sólo es posible lo que está al alcance de las manos del hombre y que todo está, en principio, al alcance de las manos del hombre. Al contrario, hay quienes, desanimados, desalentados y derrotados ante las dificultades de cambiar un mundo que no nos gusta, se refugian exclusivamente en la inoperancia de una oración inauténtica que a nada les compromete, y ¿qué diremos de la influencia que ejerce sobre nosotros todavía el poder, el dinero, los honores, los placeres de este mundo? Ciertamente, el hombre vale más que el mundo entero y, sin embargo, con cierta frecuencia se vende a cualquier precio. Esta es la tercera tentación (“Eucaristía 1971”).
Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto: Hay con todo un gran peligro para nuestra fe y es la idolatría. Nos confesamos creyentes y reconocemos creer en Dios y en Jesús. No obstante, nuestra manera de proceder indica que nuestros dioses están muy lejos de Dios. Porque hemos puesto nuestra confianza en nuestros ídolos y hemos abandonado al Dios de nuestro Señor.
Ponemos más confianza en las obras de nuestras manos (la técnica, la ciencia, la política, el progreso...) que en nuestros semejantes. No nos fiamos de nadie y tampoco nos fiamos de Dios.
Lejos de fundar nuestra vida en el amor al prójimo, la hemos basado en el recelo, en la hostilidad y en el odio. Hemos de poner las cosas en su sitio, empezando por ponernos en nuestro sitio nosotros y luego a todos los demás. Sin endiosamientos. Porque uno sólo es el Señor y todos los hombres somos hermanos.
Nos reunimos a celebrar la eucaristía en el comienzo de este tiempo importante de Cuaresma. Hemos escuchado la palabra de Dios que nos advierte contra las posibles tentaciones que ponen a prueba nuestra fe. Que el pan y el vino, es decir, el cuerpo y la sangre del Señor nos alimenten y fortalezcan para que, superada la prueba, permanezcamos fieles en la fe, sin temor, sin dudar, sin rebajarnos o conformarnos con vivir como si no tuviéramos fe (“Eucaristía 1986”).
 
LA TERCERA TENTACIÓN, es la más demoníaca -se pueden explicar de muchas maneras, pero así explicamos lo positivo y lo negativo de los obstaculos y la manera de poderlos combatir, -es cuánto le dice: tírate…, (hacer cosas extraordinarias) vendrán los ángeles y te salvaràn. Si a la anterior tentación el Señor dice: ¡Sólo a Dios adorarás!, no adorarás las riquezas, la gloria, sino tendrás caridad..., aquí, el Señor, no quiere caer en las cosas extraordinarias. - El orgullo, sería el pecado capital que falta por considerar junto con la ira: El orgullo, se debe vencer con la humildad, no queramos tener esta debilidad aquí dentro a la tierra más que, a través de Jesús , de cumplir aquella estimación en el día a día; no queramos ser dioses, volamos unirnos por -la Esperanza, que es la virtud que faltaba-, por la pureza interior del yo, cuidarnos del yo, vivir el ayuno a través de la oración, ayuno y limosna. Oración y limosna, ya lo hemos visto en la caridad. Ahora, podriem habla del ayuno, pues, serian las tres formas de combatir las tres formas del demonio. A través del ayuno del yo, de la esperanza de vivir de amor, se puede combatir esta concupiscència que, es la más terrible -la soberbia de la vida . Antes, hemos visto el mundo y la carne; ahora tocaría, el demonio. La soberbia de la vida es querer ser Dios; se debe vivir con humildad, dejar que Dios sea Dios y nosotros, adorarlo. Hemos repasado brevemente todos los obstáculos que tenemos: el pecado. No volamos vivir enganchados a las cosas, volamos vivir esta plenitud. Los santos nos recuerdan, que nosotros, estamos llamados a vivir de amor, vivir con el Esglesia triunfante, vivir una eternidad de amor. -" Tienes obligación de santificarte, yo también . Quién piensa que ésta se labor exclusiva de sacerdotes o religiosos? A todos, sin excepción dijo el Señor: -"Sed perfectos, como mí Padre celestial se perfecto." Debemos vivir este proceso de conversión interior, a sabiendas de que el Señor nos lleva. -"Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón está intranquilo hasta que reposa contigo" (San Agustín). Nos trae hacia la felicidad. -Como decía Sta. Teresa de Avila-: "Deseamos también tus deseos." –San Pablo nos dice que, nadie, puede imaginar las maravillas que Dios tiene preparadas para quien ama, para quien se deja amar por Dios. Llenan sin saciar. Esta plenitud nos ayudará a traer la cruz de cada día por la esperanza, y conformarnos con esta esperanza sin caer en premios de consolación, en pequeñas conpensacions efímeras que, a la hora de la verdad, son engaños que defraudan estas ansias de amor de nuestro corazón.
San Juan apóstol en aquellas cartas sobre el amor, nos decía: "El que existía desde el principio, el que hemos visto con nuestros ojos, el que han contemplado y palpado nuestras manos, el que hemos visto y escuchado os lo anunciamos también a vosotros, porque estáis en comunión con nosotros. Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo, y esto, os lo escribimos para que vuestra vida sea completa". Entrar en la familia de Jesús, sentirse Iglesia, predestinados, vivir de amor, sentir esta carta de san Pablo que decía: "El Señor nos llamado desde antes de la creación del mundo"-ya lo recordaba san Josemarái-, para ser santos, para vivir esta plenitud de amor: -"La meta que os propongo, mejor la que nos señala Dios, a todos, no es un espejismo o un ideal inalcanzable..., pudría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la callo, como vosotros y como yo, que han encontrado a Jesús "que pasa case oculto" miedo las encrucijadas aparentemente más vulgares y han decidido seguirle, abrazados cono amor, a la cruz de cada día. "En esta época de desmoronamiento general, de tensiones y desánimos o de libertinaje y anarquía, me parece todavía más actual aquella sencilla y profunda convicción: Esas crisis mundiales son crisis de santos." No podemos arreglar un partido político -aun cuando los resultados electorales son muy importantes-, pero lo que necesita la Iglesia, sobre todo, no son reformadores, sino necesita santos. -San Josepmaria, arrepentido de sus pecados, mirando un santocristo, dio gracias por las cosas que Dios le daba, y dice: "Me sorprendí, como hace años, de que todas las obras de Dios son perfectas. A la vez, me quedó la seguridad llena, sin ningún género de dudas, de que ésta era la respuesta de mí Dios a su criatura pecadora, pero amante". Todo lo espero de Él. Bendito sea! -El Señor se comporta siempre como un padre, y por vivir -cómo hemos re- abrochado- esta sentedat, tenemos los mediados de siempre: La oración y los sacramentos, por unirnos al Señor, por vivir el amor cabe a los otras, por comprender este Amor de Dios, por dejarnos llenar de este Amor del Espíritu SanSanto. Con estos medios, con la oración tenemos experiencias de Dios, como tuvo Moisés cuanto se acercaba a aquella zarza que quemaba sin consumirse, y sintió: "Descálzate, porque este lugar es santo." Queremos sentir esta presencia, como S. Pablo en el camino de Damasco: delante de la luz del Espíritu Santo, delante de la Santísim Trinidad. Queremos sentirnos mirados por Dios, que nos aprieta, que nos atrae hacia él; y queremos dejarnos arrastrar por este Amor de Dios que, nos va desplegando a una serie de virtudes. Pero que todo salga de esta fe que está viva por la caridad. Fe, de una forma que es necesaria: la santidad personal. Y fruto de esta interioridad, de esta oración viene la alegría, viene dejarse llevar por el amor; viene esta siembra de paz que necesita la sociedad. Por tanto, si es verdad que hay obstáculos: el mundo, el demonio y la carne todo esto que nos ha pasado, los medios, con buena voluntad, son: la lucha por la santidad, dejar hacer a Dios adentro nuestro, y concretar con correspondencia, lucha y esfuerzo, por ser mejores. Más que hacer cosas, debemos dejar que Dios haga en nosotros: El Espíritu Santo nos hace parecer más a Jesús, y si no nos vemos capaces de hacer cosas grandes, vamos a responderle a aquella inspiración del Espíritu Santo, en las cosas pequeñas que nos pide: decir una jaculatòria, uno acto de amor, de decir: "aquí estoy, Señor!": una pequeña cosa... y entonces, sentiremos lo del Evangelio: "Siervo bueno y fiel, puesto que has procurado ser fiel en lo pequeño, ahora te daré lo grande. Entra a la casa de tu Señor!" Es decir: puesto que has procurado ser fiel en aquellas cosas pequeñas, aunque no te veías en corazón de hacer cosas grandes, ahora te concederé la fuerza por todas estas cosas grandes que antes no te atrevías: en las cosas personales, en el apostolado, en las virtudes, en las cosas que sean.... –Habla de San Josemaría Pilar Urbano así: "Un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios a fuerza de vaciarse de sí, un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza”. No nos debemos sentir como perfeccionistas, sino vulnerables; mostrarnos con esta riqueza que Dios nos ha dado: "Un hombre que todo lo toma de Dios, un ladrón que le roba a Dios hasta el amor cono que poder amarle. El "quid", fruto de la santidad, es una qüestión de confianza". -San Josemaría, va repitiendo: este dejarse estimar por Dios, abandonamiento en Dios, dejar actuar Dios: "Lo que el hombre esté dispuesto a dejar que Dios haga en él. No es tanto, el "yo hago", como "hágase en mí". Como la Virgen María: "Que se haga en mí, Señor!, según vuestra palabra". "El santo ni ama, ni cree, ni espera a solas, él siempre cuenta con el otro." Decía una vez a Ratzinger, hablando de Sn. josepmaria: No hizo grandes cosas extraordinarias, fuera del día a día; todo que hizo cosas que son por nosotros extraordinarias, pero lo más importante, era dejar actuar Dios; no está en el Big-Bang-, sino que está en el día a día. -Decía: "El santo incluso cuánto cae, cae en manos de Dios. Se siente en manos de Dios." "Por eso el santo confía, se pierde en Dios; pero hay que decir, que antes, Dios se ha apiadado de él. Pedimos a la Virgen María, de dejar hacer adentro nuestro. "Hágase en mí según vuestra palabra." Donde el Espíritu Santo nos lleve, hacia dónde Dios quiera, siempre habrá nuevos objetivos, siempre habrá nuevas cimas. - "Para un alma entregada, todo se convierte en cima, cada día descubre nuevas metas, porque ni sabe ni quiere poner límites a Dios".
La tentación tercera es más propia de gente practicante: con nuestras "prácticas religiosas" tenemos satisfecho a Dios, y también nosotros mismos: nos servimos de Dios, no somos servidores de Dios. ¿Cuántas veces hacemos que Dios juegue a favor nuestro, de nuestros intereses? ¿No convertimos a veces la fe, la práctica religiosa, en una especie de garantía del éxito humano? Pensemos en tantas expresiones religiosas "cuasi comerciales": si tú me das, yo te daré...
Jesús nos enseña una misión que rechaza las sugestiones del dominio sobre los hombres, del apremio y de los condicionamientos varios, y elige el camino de la paciencia, del amor y de la libertad, aceptando consiguientemente el riesgo del rechazo. Una misión que no tiene como fin aturdir a las gentes a golpe de milagros, sino que lleva a la cruz, allí donde el milagro consistirá precisamente en el "no descender", como querían los tentadores, hasta ese momento todavía ávidos de milagros para creer.
Se ha dicho que las tentaciones satánicas vencidas por Jesús son las tentaciones "de todos los mesianismos en cuya base está la confianza en los poderes de este mundo" (E.Balducci). Y otro intérprete subraya cómo la narración de las tentaciones es "un evangelio en miniatura en el que se dramatizan las opciones fundamentales de Jesús" (R. Fabris). Se trata de tentaciones ante las que debemos confrontarnos también nosotros. Sobre todo, se trata de opciones de fe que también nosotros tenemos que reafirmar cada día, si no queremos que el nombre de cristiano sea usurpado. Y para poder recitar, con cierta convicción, la frase del Padrenuestro que dice: "Hágase tu voluntad" (Alessandro Pronzato).
Las pruebas relacionadas con su actividad las tipifica al comienzo de la misma en tres. La primera es una incitación al ejercicio prepotente de la condición de hijo de Dios. La segunda es una incitación a romper con Dios. La tercera, una incitación a disponer de Dios en beneficio propio. Jesús basa su respuesta en las viejas páginas del Deuteronomio, el libro de viaje que marca pautas y señala actitudes para el camino. En última instancia, a lo que a Jesús se le ha incitado es a hacer el viaje de su vida en solitario, sin la compañía de Dios. Pero Jesús opta por Dios como compañero de camino. Prefiere su compañía a la seguridad del pan y de las posesiones en soledad. Y si prefiere la compañía de Dios no es porque piense que con el va a tener ventajas y se va a evitar riesgos. No, Jesús no quiere un Dios de quien usar en beneficio propio. Jesús quiere un Dios con quien compartir radicalmente todos y cada uno de los riesgos del camino que es vivir (“Eucaristía 1983”).
Tírate. No tentarás al Señor tu Dios. Se trata, en realidad, de un test al propio Dios, cuya intervención expresa se pide. Jesús es invitado a forzar esa intervención. A esta tentación la podríamos denominar manipulación o uso indebido de Dios. Responde a una concepción de Dios como tapadera o tapa-agujeros.
Es curioso. A diferencia de Mateo y de Marcos, Lucas no habla de ángeles sirviendo a Jesús. Tal vez es intencionada esta supresión, al servicio de lo cotidiano y de los límites de la condición humana. El relato termina con la sencillez y la grandeza de una vida humana que no fuerza las puertas de lo sobrenatural, sino que permanece fiel a su vocación terrestre. De ahí, tal vez, el dulce encanto del Jesús de Lucas (Alberto Benito).
- "Está mandado: No tentarás al Señor tu Dios": La última tentación, en Jerusalén, consiste en la posibilidad de manifestarse con los poderes extraordinarios de Hijo de Dios, según las expectativas humanas. La respuesta de Dt 6, 16 pertenece a las palabras de Moisés en las que recuerda al pueblo que puso a prueba a Dios exigiendo el agua en el desierto (Ex 17, 1-7) y exhorta a nunca más tentar a Dios (Joan Naspleda).
La tercera, enraizada como la anterior en lo hondo del ser humano, en concreto, en la apetencia de manejo y de control para los propios fines particulares, plantea a Jesús la posibilidad de servirse de Dios en beneficio propio.
Las otras dos desbordan ese marco, explícitamente en el caso de la tercera. El alero o pináculo del templo de Jerusalén es el ángulo amurallado suroriental de la explanada del templo; mira hacia el torrente Cedrón desde una altura aproximada de veinticinco metros, en tiempos de Jesús unos cincuenta. El último versículo del texto reproduce la técnica narrativa de Lucas de abarcar e incluir en un solo relato amplios periodos de tiempo.
-Prestigio en lugar de cruz… La última tentación tiene lugar en Jerusalén. Es el centro de la religiosidad judía. Va a tener lugar en relación con el templo. Hacia allí se encamina Jesús según el Evangelio de Lucas. En Jerusalén su misión culminará en la cruz, y con Jesús el propio mensaje quedará crucificado. El tentador ofrece escapar a la muerte por ser el Hijo de Dios, y cambiar ese destino como camino hacia el reino por el prestigio. Si Jesús no muere al tirarse desde el templo, a ojos de todos estará clara la verdad de su misión. Esta tentación es más sutil porque parece más desinteresada. Es utilizar la relación con Dios no ya en provecho propio, sino como ventaja en orden a la misión. ¿Cómo se conseguirá éxito mayor, a través de la muerte o escapando a ella milagrosamente? Una y otra vez el tentador ofrece también a los seguidores de Jesús escapar a la cruz como instrumento de salvación. El dinero, el prestigio, los honores, serán más provechosos a la causa de Jesús que el fracaso, el sufrimiento y la cruz. ¡Qué sutil tentación para un cristiano del siglo XX, con todos sus adelantos y posibilidades, declarar caducada la cruz! Si lo aceptamos, testimoniaríamos la buena nueva de nuestro prestigio y fuerza, pero no la Buena Nueva de Jesús, crucificado y, por ello, salvador. Cambiar a Jesús crucificado por nuestro prestigio sería el gran fraude para los hombres también del siglo XX (Jesús M. Alemany).
La última tentación, última y decisiva prueba, no podía ocurrir más que en Jerusalén, y no podía menos de anticipar la prueba de la Pasión. Cuando lleguen los últimos días, Jesús no tendrá más que una opción que hacer: esperar únicamente de Dios la gloria regia adjudicada al título de Hijo de Dios, creer que Dios es capaz de dar esa gloria, incluso más allá de la muerte, o bien forzar, de algún modo, la mano de Dios, intentar tomar en las manos su propio destino, rehusando abandonárselo a Dios.
Sabemos que Jesús confiará hasta el fin y que en el último instante no dudará de su Padre: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (23,46). Esta última elección que llevará a cabo en Jerusalén, la anticipa Jesús en el alero del Templo. Mientras que el Diablo le incita, apoyándose en las Escrituras, a forzar la mano de Dios reclamando una intervención espectacular que constituyera la prueba de la filiación divina, Jesús se niega a ello. Se niega a "tentar a Dios"; quiere ser nada más aquel que sabe esperarlo todo filialmente de Dios. Así y sólo así ha demostrado ser verdaderamente "el Hijo de Dios".
Podría verse en el relato de la Tentación la representación dramática de todas las opciones que Jesús tuvo que realizar: al comienzo de su ministerio, orientándolo de una determinada manera; más tarde, cada vez que la multitud se adhiere a él y quiere imponerle su propia representación de la función mesiánica (ver Lc 4,40-43: Jesús ataja un entusiasmo acaparador para "irse a un lugar solitario" y partir luego en dirección a "otras ciudades" a las que se sabe igualmente "enviado"; ver también Mc 6,45s: después del milagro de los panes, Jesús "obligó a sus discípulos a subirse a la barca y a ir por delante... mientras él despedía a la gente", tras lo cual, "se fue al monte a orar"); cada vez que los Apóstoles quieren imponerle sus propias doctrinas mesiánicas (es bien conocido uno de esos momento, en el que Jesús llama a Pedro "Satán-Tentador", por querer desviarle de una determinada orientación, Mc 8,33); en el momento de "subir a Jerusalén", al asumir, con entera libertad, el destino que le aguarda; en el momento de acercarse la última hora, durante la agonía (Louis Monloubou).
Felizmente, ya pasaron a la historia aquellos tiempos en los que se pretendía tener la exclusiva de la salvación; incluso alguien ha habido que se ha atrevido a afirmar que "fuera de la Salvación no hay Iglesia". La cuestión es saber si este planteamiento es, para muchos, algo más que una bella teoría; y si en la práctica se admiten y se respetan a todos los hombres, porque todos son hijos de un mismo Padre.
Frente a esto, cuánto hemos usado y abusado de nuestra condición de "bautizados", de "hijos especiales de Dios". Para hacer lo mismo que acabaron haciendo aquellos judíos que, amparándose en su condición de "pueblo elegido", se entregaron a todo tipo de abusos. Aquéllos corrían al templo a gritar: "¡Templo del Señor, templo del Señor, estamos salvados!" (cf. Jer. 7, 4); hoy se acude a misa el domingo o a la confesión, al "borrón y cuenta nueva", como si tal cosa. Pero la actitud de fondo es la misma.
De aquéllos dijo Jesús cosas como "hipócritas, sepulcros blanqueados, los publicanos y las prostitutas os preceden en el Reino de los Cielos...". ¿Qué diría Jesús de los de hoy día?
ROMPER CON DIOS: Aunque en teoría se sea religioso, aunque las prácticas sean religiosas, se puede romper con Dios, se puede estar lejos de él. El peligro es viejo; muy anterior a Jesús: "Este pueblo me honra con los labios; pero su corazón está lejos de mí" (Is. 29,13); texto que, por cierto, citaría Jesús (cf. Mt. 15,8). Sí, se puede vivir en un mundo religioso, de ritos y cultos, y estar, al mismo tiempo, viviendo de espaldas a él. En esto insistieron los profetas; en esto insistió Jesús; en esto seguimos cayendo los cristianos de hoy día, usando y abusando de nuestra extraña religiosidad: "Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Quiero misericordia y no sacrificios" (cf. Os. 6, 4.6).
DISPONER DE DIOS EN BENEFICIO PROPIO: Aquí sí que nos hemos lucido. Deberíamos preguntarnos, por ejemplo, qué imagen damos ante "los de fuera", cuando nos ven trabajando afanosamente para resolver lo mejor posible una oscura cuestión financiera, hasta el último fiel que va a misa a pedir suerte en el negocio, en la intervención quirúrgica o en la lotería -que de todo hay-, mostramos esa tendencia a utilizar a Dios -todopoderoso- para que nos eche una mano en lo que nos conviene; o pidiéndoselo directamente, o sacando la manida excusa de que necesitamos medios financieros para mantener nuestras organizaciones.
QUE CADA UNO SE EXAMINE: No hemos pretendido hacer un examen de conciencia; pero sí que, cada uno, deberíamos hacerlo. No por afán moralista, sino por fidelidad al Evangelio. Y, desde luego, no perder la esperanza. Porque si, como decíamos al principio, este texto evangélico de hoy lo hemos desbordado, no deja de seguir siendo una llamada a la conversión, con la garantía de que podemos resistir la tentación; como Jesús la resistió; eso, claro, si no nos importa perder "la seguridad del pan y de las posesiones en soledad", y caminar con Dios como compañero de viaje con quien "compartir radicalmente todos y cada uno de los riesgos del camino que es vivir" (“Eucaristía 1983”).
No tentarás al Señor tu Dios: Otro peligro que pone a prueba la fe de los creyentes es el intento de reducir la religión a un sucedáneo de nuestros recursos, a un consuelo de nuestras frustraciones o de nuestra impotencia. La verdad es que con frecuencia nos acordamos de Dios o de santa Bárbara cuando truena. Querríamos que la religión sirviese para remediar nuestros infortunios y nos desconcierta el silencio de Dios ante nuestras legítimas pretensiones. Pero Dios, que es nuestro Padre, nos ha hecho responsables y jamás hará por nosotros lo que nosotros tenemos que hacer. ¿Cómo podemos pedir la paz a Dios si estamos obsesionados por la carrera de armamentos, si no hacemos nada en serio para poner fin a la locura de la guerra y de la injusticia? Creer en la providencia no es pensar que Dios está en nuestras manos, a nuestra disposición. Al contrario es creer que, sin renunciar a nuestra responsabilidad, estamos en última instancia en las manos de Dios.
Tercera tentación, la de la caída. La tentación de bajar de lo alto, de dejarse caer. La soberbia de nuestra vida, de nuestros hechos y conocimientos quiere provocar las miradas de todos para que vean la humildad de nuestro descendimiento y encarnación (Andrés Pardo).
 
 

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