domingo, 20 de diciembre de 2009

Miércoles de la 3ª semana de Adviento. Los cielos son llamados a destilar el rocío… ha llegado la salvación: “Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído”

Miércoles de la 3ª semana de Adviento. Los cielos son llamados a destilar el rocío… ha llegado la salvación: "Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído"

 

Libro de Isaías 45 y 6b-8.18.21b-25. «Yo soy el Señor, y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra, y brote la salvación, y con ella germine la justicia; el Señor, lo he creado.» Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: "Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua"; dirán: "Sólo el Señor tiene la justicia y el poder." A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.»

 

Salmo 84,9ab-10.11-12.13-14. R. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al justo.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, nuestra tierra dará su fruto la justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

 

Evangelio según san Lucas 7,19-23. En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: - «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: -«Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?"» Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí.»

 

Comentario: 1.- Is 45,6b-8.18.21b-26. El capítulo 45 de Isaías comienza con un oráculo de investidura dedicado a Ciro. Por primera vez en la historia del pueblo escogido un oráculo favorable se dirige a un rey extranjero llamándolo "el ungido". Después de las invasiones de Babilonia y Siria cuya política era arrasar y aniquilar los pueblos conquistados, el gobierno de Persia, más permisivo y conciliador, resulta una bendición para la nación judía. Dentro de ese canto dirigido a Ciro, rey de Persia, se halla el verso 8º: "Que los cielos manden de lo alto la lluvia y que las nubes descarguen la justicia. Que se abra la tierra y produzca su fruto que es la salvación. La tradición de la Iglesia y la liturgia han aplicado estos versos a la venida del Salvador. Cristo es el primer "brote" de la nueva humanidad renovada. Justicia y salvación son los frutos de la humanidad fecundada por la misericordia divina.

Esta es una de las profecías de Isaías que el Adviento ha tenido más en cuenta. La renovación mesiánica es anunciada como una «primavera». La naturaleza entera se renueva y participa a la eclosión del Mesías.

-Que los cielos destilen el rocío. Que las nubes derramen la justicia y produzca la salvación. Que la justicia haga que crezcan a la vez todos sus brotes... Visión poética y optimista. Una vez más, oímos esa revelación constante de la Biblia. La humanidad no puede ser feliz, sin que la naturaleza obtenga de ello un beneficio. La tierra reseca recibe un «rocío» que la hace "fecunda" y las yemas brotan de todas partes. Concepción optimista de la naturaleza.

-¡Yo, el Señor, he creado todo esto! Así habla el Señor, el Creador de los cielos. Que ha modelado la tierra y la ha formado. No la creó como un desierto, sino para que fuera habitada. Constantemente debemos volver a encontrar ese sentido profundo de las cosas, ese optimismo enraizado. Efectivamente, Dios hizo hermosa la tierra; y quiere que sea bella, fecunda y dichosa. El anuncio de la era mesiánica, anuncia también ese renuevo. ¿Cuál es mi participación en esa renovación? Concebir todo mi trabajo, mi vida de familia, mis compromisos, como una cooperación a Dios creador.

-Yo soy el Señor. No existe ningún otro. No hay otro Dios, sino Yo. Ese optimismo está fundado en un monoteísmo feroz. Isaías es el más estricto defensor del monoteísmo: ¡un solo Dios! ¡No hay otro!

-Un Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mi. ¡Volveos a mí y seréis «salvados», habitantes de toda la tierra! La reivindicación divina no es una reivindicación orgullosa y tiránica... ¡un monopolio! ¡Es un «servicio»! Soy el único que puedo salvaros. No erréis la dirección. ¡Seria un gran daño para vosotros buscar una «salvación» fuera de mí! Seríais muy desgraciados. Malograríais vuestra vida. Esto fue dicho no sólo al pueblo hebreo, sino a "todos los habitantes de la tierra", en un universalismo sorprendente para aquella época. Cristo Jesús ha venido. Leamos de nuevo esas frases proféticas pensando en El. ¡Sálvanos, Señor! ¡Salva a todos los habitantes de la tierra!

-¡Sólo al Señor la justicia y la fuerza! A El se volverán avergonzados los que se habían levantado contra El. Cristo cambia los corazones: los que estaban "contra El", van «hacia El». Esta es la maravillosa primavera anunciada. Cumple, Señor, tu promesa. Cambia el corazón de los hombres (Noel Quesson).

Con la posibilidad cada vez más cercana del retorno de los desterrados, Isaías sigue afianzando con mayor fuerza aquella esperanza de la liberación. Precisamente el capítulo 45 comienza con la alusión a Ciro, el rey persa que permitirá el regreso. Este rey es llamado Ungido, mi ungido. El profeta lo considera un instrumento importante de Dios y por eso no duda denominarlo ungido = Mesiáh = Mesías. Sin embargo el pueblo no puede confundirse. No porque Ciro sea el medio por el cual habrá liberación, podrán ellos suplantar a Dios. Precisamente los primeros versículos de la perícopa que nos presenta hoy la liturgia son la ratificación del único Señorío de Dios. Los especialistas asumen que a partir de aquí ya se puede empezar a hablar de un monoteísmo teórico en Israel. Es decir, la evolución teológica ha madurado al punto de no reconocer ninguna otra divinidad para ningún otro pueblo; YHWH es único y no hay otro fuera de él. Antes del exilio, el concepto era distinto; los demás pueblos tenían sus dioses. Israel seguía únicamente a YHWH como al Verdadero, pero ello no implicaba que no se reconocieran otras divinidades.

El monoteísmo teórico implica, por tanto, un estadio más avanzado en el proceso de reflexión teológica de Israel, y este es el camino de la paternidad universal de Dios. Si uno solo es Dios, él es el único que ha podido crearlo todo, por él todo subsiste y se mantiene, a él única y exclusivamente acudirán todos los pueblos de la tierra. Con toda razón, pues, Isaías es el gran promotor de esta etapa teológica, gracias a él y a su predicación Israel se abre paso a una nueva etapa de la revelación.

Dios por medio de su Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo en el Señor purísimo de María Virgen, nos ofrece el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Y aun cuando esta oferta de parte de Dios ya está hecha, no puede hacerse realidad en nosotros si no abrimos nuestro corazón a la justificación que nos viene de Dios. Por eso podemos decir que cada uno va colaborando con la gracia para que la Redención no quede inutilizada en nosotros, ni caiga como en saco roto. De una u otra forma también vamos colaborando para que la salvación llegue nuestro prójimo. Incluso cuando alguien se levante en contra nuestra y nos calumnie, maldiga, persiga o crucifique, estará colaborando con Dios para que seamos purificados y lleguemos como un holocausto digno a su presencia. Aprendamos a alabar a Dios y a confiarnos a Él no sólo cuando todo marche bien, sino incluso en los momentos más difíciles de nuestra vida, imitando así al Señor que, perdonando a sus verdugos, confió su Espíritu en manos de su Padre Dios, sabiendo que era necesario padecer todo eso, para entrar así en su Gloria.

 

2. Sal. 85 (84). El Padre Dios nos envió su Palabra eterna, para que los que la escuchemos y pongamos en práctica, seamos eternamente bienaventurados en su presencia. Sin embargo la Palabra de Dios llega a nosotros como una buena semilla, que habiendo sido sembrada en nuestros corazones, necesita dar fruto, y frutos abundantes de salvación. Por eso el Señor derrama en nosotros la lluvia abundante de su gracia y de su Espíritu Santo, para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad, y lo manifestemos con nuestras buenas obras, pues de lo que está lleno el corazón de eso habla la boca. Dios siempre ha sido bondadoso para con nosotros; si Él nos ha dado su Vida, demos frutos de justicia y de paz; sólo así nos habremos puesto en camino tras las huellas de Cristo hacia la Gloria del Padre.

El único que puede salvar es Dios. Él es el todopoderoso, el creador de la luz y las tinieblas, de la paz y de las tribulaciones. Sólo a él podemos clamar pidiendo salvación y justicia.

Los profetas intentaban recordar al pueblo -siempre olvidadizo y distraído- la existencia y la actuación de ese Dios trascendente, el único, el «todo Otro», lleno de poder y de misericordia a la vez, Señor del cosmos y de la historia.

De esta convicción brota la oración más propia del Adviento: «cielos, lloved vuestro rocío, ábrase la tierra y brote el Salvador». El único que puede concedernos eso es Dios: «yo, el Señor, lo he creado. ¿Quién anunció esto desde antiguo? ¿no fui yo, el Señor?». El salmo 84 es uno de los más propios del tiempo de Adviento: «la salvación está ya cerca de sus fieles». Seria bueno que lo rezáramos entero, reposadamente, por ejemplo después de la comunión, o en un momento de oración personal.

 

3. Lc 7,19-23. Histórica o no, la pregunta del Bautista ha condensado su destino de mensajero que anuncia la llegada del juicio de Dios sobre la tierra. Por eso, cuando los días han pasado, cuando acaba su vida en el fracaso aparente de una cárcel, es lógico que toda su existencia se convierta en la voz de una llamada: ¿Eres tú el que ha de venir? Esta pregunta es el sentido de la historia de Israel. Cuando se ha escuchado la voz de los profeta que evocan un futuro de presencia de Dios sobre la tierra; cuando todos los días se siente la urgencia de los apocalípticos, que anuncian el juicio ya inminente; cuando por doquier se advierten (y se aguardan) los signos de un futuro despertar del cosmos, la figura de Jesús tiene que suscitar una pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Esa pregunta sigue flotando en medio de la historia. Los hombres que aguardan y aceleran la irrupción de la justicia (los marxistas); los que sueñan con un mundo más humano; los que esperan un futuro cataclismo que destruya los cimientos del orden establecido; los que simplemente sufren aplastados por la figura de Jesús, siguen preguntando: "¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?" La respuesta de Jesús se despliega en el plano de los principios de los hechos. En el plano de los principios Jesús ha tomado como norma la esperanza de Israel, que aguarda la salvación definitiva de los hombres (reflejada en la cita de Is 35, 5 y 61,1): sólo cuando el mundo cambie, cuando surja una existencia nueva que destruya la ceguera, pequeñez y muerte de los hombres puede hablarse de irrupción (o de llegada) del Mesías de Dios sobre la tierra.

Pasando al plano de los hechos, Jesús ha mostrado el inmenso atrevimiento de afirmar que la novedad del mundo nuevo ha irrumpido ya sobre la tierra: los pobres reciben la buena noticia, caminan los que estaban impedidos, ven los ciegos y los muertos resucitan. Mirada desde fuera, esta pretensión produce escándalo (7, 23): es verdad que ha curado a unos enfermos; es verdad que ha ofrecido a unos cuantos la ilusión del reino... Pero, en el fondo, todo sigue igual; los pobres continúan oprimidos; desesperan y mueren los enfermos; se pudren en la tumba los que han muerto.

Sobre esta pretensión de Jesús se dividen los espíritus. Por más que le admiren, los judíos de todos los tiempos, los marxistas de hoy día o simplemente los incrédulos, suponen que Jesús ha fracasado. Puede haber tenido buenos gestos e intenciones, pero al fin todo continúa como siempre. Por eso, después de haber preguntado "¿eres tú el que ha de venir?", responden, quizá con tristeza: ¡No, Jesús no era el que ha de venir! Y siguen esperando (o desesperando). En cambio, los cristianos admiten el testimonio de Jesús y piensan que en el gesto de su vida (su amor y sus milagros) ha comenzado a irrumpir sobre el mundo la realidad definitiva (la victoria de la vida sobre la muerte).

A manera de conclusiones señalamos: a) Dios no se revela solamente en el final, cuando la vida haya destruido la muerte: Dios se está manifestando a través de toda la historia de Jesús, en sus milagros iniciales, en el fracaso de su muerte y en el comienzo nuevo de su pascua. b) Los milagros de Jesús tienen sentido como principio de un camino que (pasando ciertamente por la muerte) conduce a la resurrección universal, en la que se mostrará abiertamente que era "el que ha de venir". c) Nosotros creemos en Jesús en la medida en que llevamos la "buena noticia de la libertad" a los pobres, en la medida en que ayudamos a los necesitados; sólo así testimoniamos nuestra fe en la Pascua (com, edic. Marova).

-Juan Bautista, llamando a dos de sus discípulos, los envió a Jesús para que le hiciesen esta pregunta,; "¿Eres tú aquel que ha de venir, o debemos esperar a otro? Es necesario captar primero el drama profundo que encierra esta pregunta. Juan Bautista es un hombre que, como todos sus contemporáneos, esperaba con ardiente intensidad un Mesías triunfador y purificador por el fuego. Decía: "El os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego; tomará en su mano el bieldo, y limpiará su era, guardará después el trigo en su granero, y quemará la paja con fuego que no se apaga".

Estas eran las palabras llenas de ardor con las que Juan Bautista había anunciado anteriormente al Mesías. Ahora bien, Señor, ¿qué esperas? ¿Eres Tú éste? A menudo, ¿no es esa también nuestra pregunta y nuestra extrañeza? ¿Por qué Dios no se manifiesta mejor? ¿Por qué no nos da signos más claros de su poder? La respuesta de Jesús, para ser mejor recibida, requiere haber pasado un tiempo de prueba y de experiencia de esta especie de escándalo.

-En la misma hora curó Jesús a muchos de sus enfermedades y llagas, y de espíritus malignos, y dio vista a muchos ciegos. ¡Tales son los signos! Ante todo son signos de amor para la humanidad pobre y aplastada, signos de liberación de la desgracia. Tal es Dios. No es ante todo, aquel que hace gala de su poder, sino "aquel que ha venido para servir", es el que salva... porque ama. ¿De qué modo colaboro en el trabajo de Dios?

-Respondióles, pues, diciendo: "Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído..." Jesús, no ha comenzado por contestar; ha comenzado por actuar. Me paro a contemplar esta actitud. Jesús no tiene prisa en aportar argumentos, en discutir, en demostrar intelectualmente. Silenciosamente, "pasa haciendo el bien", "potente en la acción... en la palabra" (Hechos 10, 38). Procuro imaginar a Jesús en medio de estos enfermos, tratando de hacerles bien... sus gestos, las breves palabras que les dirige.

-Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan... Jesús cita al profeta Isaías (29, 18. 19; 35, 5-6) Así se inserta en la gran tradición de Israel, en la espera que le ha precedido. Adviento nos hace revivir este tiempo de espera. Son tantos los hombres que hoy también esperan la liberación de todo lo que pesa sobre sus vidas. En mi plegaria, expreso a Dios lo que percibo concretamente a mi alrededor de esta inmensa aspiración de la humanidad.

-A los pobres... se les anuncia la Buena Nueva. Es el resumen de todos los otros beneficios. Hablar a los pobres, decirles alguna cosa "buena" para ellos. Hablar al corazón de los pobres para darles una noticia, la buena nueva de su liberación. Está claro el por qué; en un tal asunto, hay que actuar primero antes que hablar. Y yo, ¿soy quizá de los que a menudo me contento con sólo mis buenas intenciones?

-Y bienaventurado aquel que no se escandalizare por causa mía. Una bienaventuranza nueva: No escandalizarse por las preferencias divinas (Noel Quesson).

Este poder salvador de Dios se manifestaba ya en el A.T., pero sobre todo en Cristo Jesús.

El Bautista, que sigue siendo el personaje de esta semana, no sabemos si para cerciorarse él mismo, o para dar a sus discípulos la ocasión de convencerse de la venida del Mesías, les envía desde la cárcel con la pregunta crucial: «¿eres tú, o esperamos a otro?» El Bautista orienta a sus discípulos hacia Jesús. Luego ellos, como Andrés con su hermano Simón Pedro, irán comunicando a otros la buena noticia de la llegada del Mesías. La respuesta de Jesús es muy concreta y está llena de sentido pedagógico.

Son sus obras las que demuestran que en él se cumplen los signos mesiánicos que anunciaban los profetas y que hemos ido escuchando en las semanas anteriores: devuelve la vista a los ciegos, cura a muchos de sus achaques y malos espíritus, resucita a los muertos, y a los pobres les anuncia la Buena Noticia. Ésa es la mejor prueba de que está actuando Dios: el consuelo, la curación, la paz, el anuncio de la Buena Noticia de la salvación.

En el mundo de hoy son muchos los que siguen en actitud de búsqueda, formulando, más o menos conscientemente, la misma pregunta: «¿eres tú o esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá la felicidad, el pleno sentido de la vida? ¿de la Iglesia, de las ideologías, de las instituciones, de las religiones orientales, de las sectas, de los estimulantes? Porque no vemos que vayan reinando la justicia y la paz en este mundo». Nuestra respuesta debería ser tan concreta como la de Jesús, y en la misma dirección. Sólo puede ser evangelizadora una comunidad cristiana que cura, que atiende, que infunde paz y esperanza, que libera, que se muestra llena de misericordia. La credibilidad de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, se consigue sólo si hacemos el bien a nuestro alrededor. Como en el caso de Jesús, de quien se pudo decir que «pasó haciendo el bien».

Como el Bautista ayuda a reconocer a Jesús, ¿actuamos también nosotros de precursores a nuestro alrededor? No hace falta ser sacerdote u obispo para eso. Todo cristiano puede, en este Adviento, ante todo crecer él mismo en su fe, y luego transmitirla a los demás, evangelizar, conducir a Jesús. Pueden ser precursores de Jesús los padres para con los hijos, los amigos con los amigos, los catequistas con su grupo. Y a veces al revés: los hijos para los padres, los discípulos para con el maestro. Según quién ayude y acompañe a quién, desde su fe y su convicción. Todo el que está trabajando a su modo en el campo de la evangelización, está acercando la salvación a este mundo, está siendo profeta y precursor de Adviento para los demás. Para que no sigan esperando a otro, Y se enteren que ya ha venido el Salvador enviado por Dios.

El programa mesiánico no se ha cumplido todavía. No reinan en la medida que prometían los profetas la justicia y la paz. El programa mesiánico sólo está inaugurado, sigue en marcha hasta el final. Y somos nosotros los que lo llevamos adelante. Cuanto más se manifieste la justicia y la esperanza en nuestro alrededor, tanto mejor estamos viviendo el Adviento y preparando la Navidad.

En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino». Con el compromiso de que no sólo pedimos que venga el Salvador, sino también que nosotros trabajaremos en la construcción, en nuestro mundo de hoy, de ese Reino que trae paz y salvación a todos (J. Aldazábal).

Lucas subraya que la fama de Jesús se va extendiendo por todas partes: "por toda la judea y las regiones vecinas contaban lo que Jesús había hecho" (Lc 7, 17). Juan el Bautista se entera de lo que Jesús está haciendo y envía mensajeros para que le pregunten sí él es el Mesías, el Esperado. Jesús no da una respuesta con palabras, sino con hechos tan significantes que atestiguan por sí solos que ha llegado el Reino de Dios. La Palabra y la acción de Jesús son al mismo tiempo denuncia y anuncio. Denuncian a la sociedad que masacra al pueblo, y anuncian una sociedad nueva donde el pueblo será liberado para convertirse en protagonista de un mundo nuevo, centrado en la vida (servicio biblico latinoamericano).

La pregunta que Juan manda a decir a Jesús en el evangelio de hoy nos deja con una inquietud a nosotros: ¿dudaba Juan? Es posible que, como ser humano que era, agobiado además por una prisión injusta y cruel, hubiera llegado al extremo de sus fuerzas y se preguntara si todo había valido la pena. O es posible que en un acto supremo de heroico desprendimiento haya enviado a sus discípulos sólo para que estos se convencieran de quién era aquel a quien ahora debían seguir. La pregunta en todo caso sirve de ocasión para que Cristo haga hablar no a sus labios sino a sus manos, pues son las obras de amor y salvación las que proclaman aquí quién es el Señor.

Puede extrañar la frase final de lo que dice Jesús, "Dichoso el que no se escandalice de mí." Recordemos que "escandalizarse" según el sentido original del término es "tropezar," esto es, encontrar algo que impide seguir avanzando o creyendo. ¿Y cómo puede Cristo ser motivo de escándalo? Puede serlo porque la audacia de su amor y las exigencias de su seguimiento pueden parecer excesivas. Reconocer que Cristo es admirable no es difícil; reconocer en él la Palabra que define mi vida y el juez de mi existencia no es obvio, y necesitamos auxilio de lo Alto para no equivocarnos, o como dice Cristo, no "escandalizarnos."

Jesús nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores. La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han anunciado. También nosotros lo hemos encontrado y es lo más extraordinario de nuestra pobre existencia. Sin el Señor nada valdría nuestra vida. Se nos da a conocer con señales claras. No necesitamos más pruebas para verle. Dios da siempre señales para descubrirle. Pero hacen falta buenas disposiciones interiores para ver al Señor que pasa a nuestro lado. Sin humildad y pureza de corazón es imposible reconocerle, aunque esté muy cerca. Nuestra propia historia personal está llena de señales para que no equivoquemos el camino. Nosotros podemos decir, como se le dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías!

Tener visión sobrenatural es ver las cosas como Dios las ve, aprender a interpretar y juzgar los acontecimientos desde el ángulo de la fe. Sólo así entenderemos nuestra vida y el mundo en el que estamos. El Señor nos da suficiente luz para seguir el camino: si somos humildes no tendremos que pedir nuevas señales. Lo que pasa es que a veces nos sobra pereza o nos falta correspondencia a la gracia. El Señor ha de encontrarnos con esa disposición humilde y llena de autenticidad, que excluye los prejuicios y permite escuchar al Señor, porque a veces Su voluntad contraría nuestros proyectos o nuestros caprichos.

No hay otro a quien esperar. Jesucristo está en nosotros y nos llama. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos 13, 8). " ¡Cuánto me gusta recordarlo! : Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios" (J. Escrivá de Balaguer). Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima su Vicario (Juan Pablo II). Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible (Francisco Fernández Carvajal).

Jesús da testimonio de que Él es el Enviado del Padre, el esperado, el anunciado por los profetas. Y lo hace no con palabras, sino con sus obras, conforme a lo que del Mesías habían anunciado los profetas. En otra ocasión Él se confiesa como hijo de Dios; y cuando lo iban a apedrear por blasfemo se defiende diciendo: Si no creen por las palabras que les digo, créanlo por mis obras; ellas dan testimonio de que realmente yo vengo de Dios. Este camino de verdad es el mismo camino de la Iglesia. Por eso hemos de meditar si no nos hemos conformado con anunciar el Evangelio sólo con las palabras, si más bien, nosotros mismos, hemos dejado que el Espíritu Santo nos convierta en un Evangelio viviente del Padre; y esto para que, por nuestra unión a Cristo, Él continúe realizando, desde nosotros, aquellas señales que hagan entender a los demás que el Señor Jesús sigue caminando entre nosotros y haciendo el bien a todos.

Nuestro Dios y Padre nos reúne en torno suyo para celebrar esta Eucaristía. Él quiere que nos relacionemos con Él como hijos fieles. Su Palabra no puede pronunciarse en estos momento de un modo intrascendente. No podemos permanecer indiferentes ante el Señor que nos habla, que nos instruye, que nos envía a continuar su obra de amor y de salvación en el mundo y su historia. No sólo celebramos la Eucaristía; nos hacemos parte de ella; junto con Cristo entregamos nuestra vida por la salvación de todo el mundo. Y no sólo hablaremos de Cristo a los demás, sino que gracias a entrar en comunión de vida con Él su Iglesia queda convertida en un signo de su amor para todos, de tal forma que desde ella debe brillar con todo su esplendor el Rostro de Cristo. Vayamos a contarle a los demás lo que aquí hemos visto y oído.

Vayamos como testigos. No sólo hablemos de las maravillas de Dios; hagámoslas a favor de los demás, pues mientras aquellos que nos escuchen no contemplen a Cristo, mientras no comprueben las señales de su entrega no van a creer. Y esas huellas de la entrega de Cristo las conocerán desde nosotros, que hemos sido marcados con el Sello del Espíritu Santo. La Iglesia es una huella del amor de Dios en el mundo. Por medio de ella todos deben contemplar a Cristo como en un espejo, pues hemos de reflejar desde nosotros su amor, su entrega, su perdón, su misericordia, su justicia, su paz. Si en lugar de sanar en los demás las heridas que el pecado ha abierto, las hacemos más profundas y dolorosas, ¿Cómo van a creer en el Dios liberador, salvador y lleno de amor que les anunciamos? Dios nos ha comunicado su vida. No la hagamos estéril en nosotros. Si el Señor nos invita a que volvamos a Él para que nos salve, no cerremos ante Él nuestro corazón; no anunciemos un Cristo diferente al que se nos anunció a nosotros por medio de los apóstoles. El Enviado del Padre ha de ser seguido con toda fidelidad y no sólo anunciado con los labios.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser fieles en el anuncio del Evangelio, hecho, especialmente con el testimonio de nuestra propia vida (Homiliacatolica.com).

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