jueves, 17 de diciembre de 2009

Miércoles de la 2ª semana de Adviento. El Señor todopoderoso da fuerza al cansado: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y hallaréis descanso»

Miércoles de la 2ª semana de Adviento. El Señor todopoderoso da fuerza al cansado: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y hallaréis descanso»

 

Isaías 40, 25-31. «¿A quién podéis compararme, que me asemeje?», dice el Santo. Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿Quién creó aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su poder, tan robusta su fuerza, que no falta ninguno. ¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.

 

Salmo 102,1-2.3-4.8 y 10. R. Bendice, alma mía, al Señor.

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestro pecados ni nos paga según nuestras culpas.

 

Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

 

Comentario: 1. Is 40,25-31. Una población sin coraje: eso parece muchas veces Israel en su destierro. No deja de repetir que ya no hay futuro ni salvación posible. Discute, lo pone todo en tela de juicio, acusa a Dios de haberle olvidado... Entonces se alza el profeta, pues no puede tolerar semejantes reproches. El sentimiento de la fidelidad divina tiene que seguir siendo la piedra angular de la fe de Israel. Así pues, el profeta invita al pueblo a poner la vista más allá: Dios es el único, el incomparable, el santo. No tiene que rendir cuentas a nadie y prosigue, incansable, su obra de salvación. Él es el dueño del mundo. Entonces, ¿por qué adorar astros y consultar horóscopos, como hacen los babilonios? (com. Sal Terrae).

-Quien ha hecho lo más, porque lo ha hecho todo, con mucha mayor razón hará lo más sencillo, aunque para los desterrados fuera lo más increíble; dar nuevo vigor y fuerza a sus pies cansados y alas de águila a sus brazos caídos, para que caminen y vuelvan sin fatiga ni cansancio hasta la tierra prometida, la tierra que Yahvé diera a sus padres en herencia. El único requisito es la fe, la confianza en Yahvé: que es el reconocimiento del propio desamparo y la aceptación del poder salvador de Dios. Israel no tiene razón alguna para desesperar. Ni siquiera para pensar que Dios se ha olvidado de ellos. Su poder no se agotó en la creación.

-"¿Por qué andas hablando...?" ¿No tengo yo también la impresión de que Dios no se ocupa de mí, ni del mundo, que se desentiende de muchas cosas?

-Este gran Dios -dice el profeta- es un Dios sorprendente. Se preocupa tanto más por los seres cuanto más pequeños y débiles son. El Dios grande y trascendente, creador de los astros y del cosmos, es también el Dios cercano, que comunica su fuerza a los que se abren a El... a "los que ponen en El su confianza". Oh Señor, cumple tu promesa, dame "nuevas fuerzas". Devuelve cada mañana, a los hombres, a los más pobres, la ilusión y el vigor de existir, de emprender y de empezar de nuevo, de vencer siempre la desesperación.

-«¿Con quién me compararéis? ¿Quién podría igualarme?», dice el Dios santo. Los exilados podían dejarse impresionar por el despliegue de lujo deslumbrante del culto a los dioses de Babilonia. El profeta les recuerda que Yavé no es inferior a Marduk. HOY, el «poder del hombre» y sus realizaciones grandiosas podría deslumbramos o hacernos perder la cabeza.

-Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿Quién ha creado todo esto? El que despliega el ejército celeste y llama cada estrella por su nombre. Si somos capaces de admirar el poder y la inteligencia del hombre, ¿por qué seríamos ciegos ante la obra de Dios? Si se ha empleado tanta inteligencia y trabajo para enviar cosmonautas a la luna y naves espaciales tripuladas, ¿por qué no seríamos capaces de admirar la grandiosidad del cosmos con sus galaxias y billones de estrellas?

-Dios, desde siempre, es creador de los confines de la tierra... Su inteligencia es insondable. Las leyendas de Marduk celebraban con entusiasmo el triunfo del dios sobre el caos, sobre las fuerzas del mal. Me detengo a contemplar la «inteligencia» de Dios. En este momento billones de astros se están moviendo y girando en sus órbitas respectivas. La tierra gira en este momento y siempre. El sol se levanta en algún lugar, y suscita la vida. Y todo eso, ¿ya no nos maravillaría?

-¿Por qué afirmas tú, Israel: «Mi camino está oculto para mi Dios; al Señor se le pasa mi derecho?». Desarrollando la «grandeza» de Dios, el profeta corre el riesgo de cortar los puentes entre Dios y su pueblo. Ante un Dios tan grande, los hombres aparecen entonces como hormigas. ¿De qué modo pues, sus pequeñas o grandes preocupaciones podrían interesar a un Dios tan grande y tan lejano? Isaías recoge ante todo esa pregunta, pregunta de todos los tiempos. ¿No la he formulado yo también alguna vez? ¿No tengo a menudo la impresión de que Dios no se ocupa de mí, ni del mundo; que se desentiende de muchas cosas?

-¿Es que no lo sabes? Dios da vigor al cansado y al que no tiene fuerzas, le acrecienta la energía. Este gran Dios, dice el profeta, tiene un hacer sorprendente: ¡tanto más se interesa por los seres, cuanto más pequeños y débiles son! Revelación de la paternidad de Dios, de la maternidad de Dios. ¿No sucede también así en una familia que el amor la lleva a cuidar más del «más débil»?

-Los jóvenes se cansan, se fatigan... Los atletas vacilan abatidos... Mientras que los que ponen su esperanza en el Señor, El les renueva el vigor y corren ya, sin cansarse. El Dios grande y trascendente, creador de los astros y del cosmos, es también el Dios-cercano, que comunica su fuerza a los que se abren a El... a "los que ponen en El su confianza". A los exilados, llenos de lasitud, Isaías les revela una fuente de vigor. ¡Oh, Señor, cumple tu promesa, dame «nuevas fuerzas»! Devuelve, cada mañana, a la humanidad, a los más pobres, la ilusión y el vigor de existir; de emprender y de empezar de nuevo; así como la posibilidad de vencer siempre la desesperación (Noel Quesson).

Estamos todavía al comienzo del llamado Segundo Isaías o «Libro de la Consolación». La invitación a la alegría y a la esperanza, contenida en los once primeros versículos, encuentra resistencia. El pueblo de la alianza se siente prisionero de una potencia más fuerte y abandonado de Dios: «Mi suerte está oculta a Yahvé, mi Dios ignora mi causa» (40,27). La respuesta del profeta a este estado de ánimo es doble: 1) Dios lo puede todo. Esta verdad se expresa en un lenguaje poético, no filosófico: «Las naciones son como gotas de un cubo y valen lo que el polvillo de balanza...; en su presencia, las naciones todas son como si no existieran» (vv 15.17). La interpretación profética de la historia ordena sistemáticamente los acontecimientos. Cuando describe la actuación de Dios, se preocupa menos de ofrecer una comprensión especulativa que de confirmar la fe en Yahvé. La piedad no se centra en el Absoluto, sino en la manifestación de Dios en la historia. Surge una fuerte adhesión a la libertad personal de un Dios que está por encima del tiempo, del espacio y de todas las cosas creadas. 2) Dios está en medio de su pueblo, pese a que el pueblo humillado tiene que escuchar constantemente la terrible invectiva «¿dónde está vuestro Dios?». Al reto de desconfianza responde bellamente el consolador del pueblo desterrado: «El da la fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido» (v 29). La exhortación sigue unas vías argumentativas que resonarán más tarde en el Areópago de Atenas, cuando Pablo diga que en Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,28). Pero Israel, que nunca ha sido fideísta, sabe que Dios oculta a menudo su poder bajo la debilidad. Esta pedagogía de la fe alcanzará su máximo despliegue en el Deus absconditus o Deus crucifixus de los cristianos.

La catequesis isaiana dirá que el verdadero conocimiento de Dios consiste más en adoptar ciertas actitudes concretas que en afirmar unos principios teóricos. El drama del exilio suscita el sentimiento de que la fe es insuficiente para afrontar los problemas de la vida; pero, por otro lado, Dios no está para satisfacer las pequeñas curiosidades del hombre. La tentación contra la fe obra por una especie de fascinación de la soledad. Sin embargo, la certeza de la fe no está en función de las verificaciones que de ella podemos hacer. Sólo una adhesión global puede responder a una cuestión global. Las razones para creer no pueden ser menores que Dios mismo. El profeta acaba con un acto de fe en el amor y en la vida: «Los que esperan en Yahvé renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas» (v 31; F. Raurell).

Isaías llega hoy a nuestro corazón con un reproche. Con toda la fuerza y la hondura de las que sólo la palabra poética es capaz, nos echa en cara nuestra falta de fe. Nos reprende nuestras dudas, nos transmite la perplejidad y el dolor (por hablar de algún modo) de un Dios que nos pregunta ¿por qué dudas? ¿a quién temes? ¡Cuántas veces hemos pensado -y tal vez hasta dicho- "mi suerte está oculta al Señor, a Dios se le pasa por alto mi derecho"! El profeta nos recuerda una vez más que Dios camina a nuestro lado, más cerca de lo que podamos pensar: "¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?"

Al que espera en Dios, en Jesús, le nacen alas de águila… Hoy hemos escuchado una lección de psicología sobre la esperanza, pieza importantísima en la vida humana: pasión que nos lanza hacia objetivos de alta calidad; actitud moral positiva e impulsora de grandes proyectos; y  virtud teologal que eleva nuestro horizonte hasta la vida en Dios. Todo eso en el Adviento, al escuchar los oráculos de Isaías, se muestra como don de Dios al hombre y adquiere rasgos muy relevantes:

-porque vemos que todo el proyecto creador y salvífico de Dios para el hombre avanza por caminos de audaz esperanza en la historia de la salvación;

-porque nos enseña a vivir como esforzados atletas en medio de las dificultades de la existencia, para no caer en desánimo y depresiones;

-porque nos encarece que hemos de saber conjugar actitudes e ideales nobles -de esperanza- con pasos arriesgados y realistas por el camino de la verdad y del bien.

Dejémonos, pues, de "ensoñaciones inasequibles" que se presenten como "esperanzas fáciles"; de "palabras de esperanza engañosa que no conllevan intención de apoyar proyectos de vida", y lancémonos a hacer el bien y a animar a los demás para que confíen en Dios y en nosotros, sus hermanos. Hagámoslo y experimentaremos cuán grato resulta al espíritu caminar con Cristo y a imitación de Cristo.

Ante un destierro que se está prolongando, y en que pareciera que Dios se ha olvidado de su Pueblo, el Señor, por medio de su profeta, recuerda a los suyos que Él es el creador de todo, incluso de aquellos astros a los que los Babilonios han confundido como divinidades, quedándose muy lejos de quienes tienen al verdadero y único Dios como Dios de su Pueblo. Si la esperanza no decae, si la confianza en el Señor sigue firme a pesar de los momentos difíciles por los que se estén pasando, el Señor llenará de vigor a los suyos y los hará volver a la tierra que Él les dio como herencia. Por medio del Hijo de Dios que se ha hecho uno de nosotros, nuestra esperanza de alcanzar la verdadera perfección y de poseer los bienes definitivos, se ha abierto como un camino que nos conduce, con seguridad, hacia el cumplimiento de los designios de salvación de Dios para nosotros. Ojalá y no nos quedemos con la mirada puesta sólo en lo pasajero, sino que vayamos tras las huellas de Jesús, amando y sirviendo como Él lo ha hecho con nosotros, de tal forma que dejemos de ser piedras de tropiezo para los demás y comencemos a ser ocasión de esperanza en el camino del hombre hacia su plena realización en Cristo.

Dios siempre se manifiesta para con nosotros como un Padre misericordioso, pues a Él no se le olvida que somos barro frágil. Él siempre está dispuesto a perdonarnos; sin embargo espera de nosotros un sincero arrepentimiento, pues no podemos ir a pedir el perdón para después volver a cometer maldades y atropellos. Cuando termine nuestra peregrinación por este mundo tenemos, incluso, la esperanza de que, a los que creemos en Cristo y hemos entrado en comunión de vida con Él, el Señor rescatará nuestra vida del sepulcro y nos dará, junto con Cristo, la posesión de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito. La Iglesia, esposa de Cristo, es amada por el Padre Dios con el mismo amor y ternura que le tiene a su propio Hijo; pero sabiendo que, mientras vamos como peregrinos por este mundo, estamos sujetos a muchas tentaciones y caídas, Él nos contempla con misericordia y compasión, siempre dispuesto a perdonarnos, siempre dispuesto a recibirnos como hijos cuando nos ve volver a Él arrepentidos de nuestras ofensas, pues Él es nuestro Dios y Padre, y no enemigo a la puerta.

El Señor todopoderoso da fuerza al cansado. Yavé se enfrenta con los ídolos. Nada de lo que hay en el mundo, por grande y sublime que sea, puede compararse con Yavé. Él lo ha creado todo y lo conoce todo. No ignora nuestras situaciones concretas. Todo lo ve, todo lo penetra. Para el que cree, la confianza en Dios no carece de fundamento, no es una alienación que aparta al hombre de la tarea terrena. Dios es la fuerza que continuamente, sin que nunca vaya a menos, nos empuja.

Nuestro tiempo es tiempo de gran prueba para el que tiene fe y confianza en Dios. Todo parece contradecir las convicciones del creyente. Se exalta por doquier y exageradamente el progreso de la técnica. Se ve ese progreso solamente como obra propia de la inteligencia humana; pero, ¿quién da al hombre la inteligencia y quién la mantiene activa? Sin embargo, muchos plantean el dilema falso: o Dios o el hombre. Se aparta así el hombre de Dios y se entrega a idolillos.

Para quien cree ese dilema es falso. De aceptarse, significaría la muerte del hombre, porque el hombre o vive o muere con la vida o con la muerte de Dios. No se niega el progreso humano. La Iglesia lo ha fomentado siempre. Ni tampoco se niega el campo de  autonomía del hombre. Pero sí se afirma que el hombre sin Dios queda indescifrable, sin sentido. Pues bien, hoy y siempre la liturgia de Adviento nos recuerda que ha de realizarse en nuestra alma la obra del amor de Dios, que salva, que ayuda y sana. ¡Abrámonos a su acción bienhechora! ¡Solo Él puede salvarnos totalmente!

 

2.–El Salmo 102 nos hace contemplar la grandeza de Dios frente a nuestra debilidad, que, no obstante todo el progreso humano, conocemos por la constante experiencia de nuestras limitaciones. Reconozcamos que el poder salvador de Dios no es solo para el justo. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. Él viene a buscar lo que estaba perdido. Como los israelitas, muchos de nosotros nos hemos hecho la pregunta de si Dios nos abandona. En el oráculo que hoy trae la liturgia se nos da una respuesta. Es el creador de todo cuanto existe, pero no ha dejado su obra a la deriva, conoce cada una de sus obras y a todas las llama por el nombre. Si el pueblo se había sentido abandonado en el exilio y estaba cansado de esperar, el Señor nunca se cansa y está atento a las súplicas de su pueblo. La persona fatigada encuentra en Él la fuerza necesaria para continuar el camino porque El cura todas las enfermedades perdona todas las culpas, pero sobre todo, colma de gracia y de ternura como dice el salmista.

¡Si de verdad tuviéramos Fe...! Nada nos parecería difícil ni duro porque siempre nos sostendría la certeza de que "quienes esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse". Tengo para mí que le Fe se ejercita en el agradecimiento. El salmo responsorial de este día nos regala las mejores palabras para mirar la realidad que nos circunda y nuestro propio interior con un corazón agradecido descubriendo en cuanto pasa y nos pasa, un designio de amor. Si no nos paga según nuestras culpas, ¿cómo es posible dudar?

Espera y renueva tus fuerzas… ¡Alma mía!, espera y bendice al Señor. No olvides sus beneficios y vuelve a Él tu mirada arrepentida. El Señor que es bueno, pastor solícito, amigo entrañable,  perdona tus culpas, cura tus llagas, sana tus dolencias, rescata tu vida de la fosa del pecado, te llama sin ira, te espera sin enojo, te colma de gracia con ternura.

Es tan compasivo y misericordioso que nunca nos trata como merecen nuestras culpas... (Sal 102). En la liturgia de este día hagamos nuestra oración de esperanza teniendo presentes a quienes menos pueden y más nos necesitan: los pobres de pan y de espíritu, millones de hombres que carecen de trabajo, justicia y amor en el mundo, incluso en nuestro propio entorno. No pediremos a Dios, porque sería ofenderle, que ponga un ángel al frente de rebeliones multitudinarias; pediremos ardientemente que cambie el corazón y la mente de los poderosos y de los débiles, de los cultos e incultos, de los ricos y los pobres, para que todos deseemos y busquemos la verdad en la justicia, la felicidad en un bienestar moderado y la alegría en servir a los demás tanto como en cuidarnos a nosotros mismos.

 

3. a) ideas que escribí en 2007: El Evangelio de este miércoles de la segunda semana de Adviento continúa con la temática que dejamos ayer, pues muchas veces tenemos la tentación de la preocupación, que nos agobia, nos quita la paz. Hemos establecido unas normas, y cuando nos salimos nos sentimos inquietos, nuestro afán de ser "perfectos" es tan grande que somos capaces de cambiar las normas, incluso de decir que los mandamientos están caducados, antes de reconocer que fallamos, sin que esto nos agobie. Hay una reacción psicológica de volvernos agresivos cuando nos sentimos mal en la conciencia. Así como cuando tenemos una piedra en el zapato nos duele, también en el corazón hay "piedras" que nos hacen sufrir, y por eso discutimos y estamos de mal humor, al menos es una de las causas de nuestro malestar. Y hemos de quitar la piedra que causa la desazón. Pero estas piedras muchas veces las hemos intentado… Jesús no deja inquieta a la mujer sorprendida en adulterio (1 Jn 8, 11), sino que la atiende, defiende y luego la anima: "vete en paz, y no vuelvas a pecar". Con el buen ladrón suspendido en la cruz tiene una respuesta mucho más esperanzada aún: "en verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43). Jesús no tiene memoria de las reglas que pone la Iglesia: «En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se recuerde de él cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo -reconoce monseñor Van Thuân- le hubiera respondido: "no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes en el purgatorio". Sin embargo, Jesús, le respondió: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Había olvidado los pecados de aquel hombre. Lo mismo sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona a todo el mundo». Con el paralítico de Cafarnaún (Mc 2, 1-12) y en otros muchos pasajes vemos como vino a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10). Esto nos crea problemas, pues nos cuesta leer las palabras de Isaías: "Venid y entendámonos -dice Yahvé-. Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve. Aunque fuesen rojos como la púrpura, llegarán a ser como la blanca lana" (Is 1, 18). Jesús es príncipe de la paz, y lso pensamientos que no son de paz no son de Dios, por mucha apariencia que tengan de santos como son los remordimientos por pecados, o que no somos bastante santos. Jesús muestra su misericordia, de modo especial, en su actitud con los pecadores. Ya lo anticipaba el profeta: "Yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción" (Jer 29, 11), palabras con las que la liturgia aplica a Jesús, al acabar el año litúrgico. No viene a condenar, sino a salvar, a perdonar, a disculpar, a traer paz y alegría (cf. San Josemaría Escrivá de Balaguer, "Es Cristo que pasa", 165).

En realidad, si Dios me quiere como soy, si lo que Dios permite algo malo, por la libertad de la que gozamos todos y de aquello sacará un bien, ¿de qué he de preocuparme? Hay un solo mal, y es el pecado, pero este no ha de motivarnos más que a la conversión, transformar el remordimiento en arrepentimiento, sin querer "estar en regla": "Porque Dios, aun ofendido, sigue siendo Padre nuestro; aun irritado, nos sigue amando como a hijos. Sólo una cosa busca: no tener que castigarnos por nuestras ofensas, ver que nos convertimos y le pedimos perdón" (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 22, 511). Hoy entendemos que el pecado no es el castigo divino, sino la falta de acogida al amor de Dios, y por tanto la soledad por rechazo de esa mano amorosa que Él siempre nos tiende: "La omnipotencia de Dios -dice Santo Tomás- se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera de demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonar libremente" (Suma Teológica, 1, q. 25, a. 3 ad 3).

No nos merecemos el amor de Dios ni su gracia con nuestras buenas obras, pero es necesaria nuestra conversión para acoger el amor en un buen recipiente, si nuestro corazón está cerrado ahí no puede entrar esa divina esencia, la Vida: "Imagina que Dios te quiere hacer rebosar de miel: si estás lleno de vinagre, ¿dónde va a depositar la miel?, pregunta San Agustín. Primero hay que vaciar lo que contenía el recipiente (...): hay que limpiarlo aunque sea con esfuerzo, a fuerza de frotarlo, para que sea capaz de recibir esta realidad misteriosa" (Comentario a la 1ª Epístola de San Juan, 4).

La paz es mucho más palpable con "el sacramento de la alegría" (en palabras de Pablo VI), la confesión. Pues aún en lo más alto que hay en la tierra, la Eucaristía, no sentimos nada emotivo muchas veces, pero la confesión siempre deja paz y alegría, algo casi físico de bienestar. "¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! –decía san Josemaría Escrivá- porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona". Como recuerda F. Fernández Carvajal, "el juicio del sacramento de la Penitencia es, en cierto modo, adelanto y preparación del juicio definitivo, que tendrá lugar al final de la vida".

Jesús es manso y humilde porque tiene paz, por eso da paz. Hemos visto que la piedra que a veces nos duele y que explota en ira es la inquietud, y que a veces nos engañamos y ponemos nombre cristiano a esa cerrazón del remordimiento, y cómo la apertura a la Verdad nos da paz auténtica aún en nuestros errores y nos lleva al perdón.

Podríamos añadir que las manifestaciones de violencia son en el fondo signos de debilidad: los violentos son débiles de mente o de corazón, tienen una pobreza espiritual, son disminuidos en alguna de esas facultades del alma. "Los
mansos poseerán la tierra", reza una de las bienaventuranzas: se poseerán a sí mismos, sin ser esclavos del mal carácter; poseerán a Dios en disposición de apertura en la oración, y poseerán a los demás con su buen ambiente, el buen aroma de Cristo (2 Corintios 2,15), manifestado en la sonrisa, calma y serenidad, buen humor y capacidad de broma, comprensión y tolerancia…

Siempre estamos en lo mismo: tener paz es repartirla y verlo todo de un mejor modo. Así nos animaba Juan Pablo II: "Permitid a Cristo que os encuentre. ¡Que conozca todo de vosotros! ¡Que os guíe!

Nadie es capaz de lograr que lo pasado no haya ocurrido; ni el mejor psicólogo puede liberar a la persona del peso del pasado. Sólo lo puede lograr Dios, quien, con amor creador, marca en nosotros un nuevo comienzo: esto es lo grande del sacramento del perdón: que nos colocamos cara a cara ante Dios, y cada uno es escuchado personalmente para ser renovado por Él.

Quizá algunos de vosotros habéis conocido la duda y la confusión; quizá habéis experimentado la tristeza y el fracaso cometiendo pecados graves. Éste es un tiempo de decisión. Ésta es la ocasión para aceptar a Cristo: aceptar su amistad y su amor, aceptar la verdad de su palabra y creer en sus promesas.

Y si, a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no viviendo conforme a su ley de amor, a sus mandamientos, no os desaniméis! Cristo os sigue esperando! Él, Jesús, es el Buen Pastor que carga la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane.

Gracias al amor y misericordia de Cristo, no hay pecado por grande que sea que no pueda ser perdonado; no hay pecador que sea rechazado. Toda persona que se arrepiente será recibida por Jesucristo con perdón y amor inmenso.

Sólo Cristo puede salvar al hombre, porque toma sobre sí su pecado y le ofrece la posibilidad de cambiar.

Siempre, pero especialmente en los momentos de desaliento y de angustia, cuando la vida y el mundo mismo parecen desplomarse, no olvidéis las palabras de Jesús: «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera.»

No nos debemos mirar tanto a nosotros mismos cuanto a Dios, y en Él debemos encontrar ese «suplemento» de energía que nos falta. ¿Acaso no es ésta la invitación que hemos escuchado de labios de Cristo: «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré»? Es Él la luz capaz de iluminar las tinieblas en que se debate nuestra inteligencia limitada; Él es la fuerza que puede dar vigor a nuestras flacas voluntades; Él es el calor capaz de derretir el hielo de nuestros egoísmos y devolver el ardor a nuestros corazones cansados.

Como cristianos que somos, debemos ofrecer nuestros recuerdos al Señor. Pensar en el pasado no modificará la realidad de vuestros sufrimientos o desengaños, pero puede cambiar el modo de valorarlos. Los jóvenes no llegan a comprender completamente la razón por la que los ancianos vuelven frecuentemente a pensar en el pasado ya lejano, pero esa reflexión tiene su sentido. Y cuando se realiza dentro de la oración puede resultar una fuente de reparación.

En el camino de vuestra vida, no abandonéis la compañía del Señor. Si la debilidad de la condición humana os llevase alguna vez a no cumplir los mandamientos de Dios, volved vuestra mirada a Jesús y gritadle: «Quédate con nosotros, vuelve, no te alejes.» Recuperad la luz de la gracia por el sacramento de la Penitencia.

Con El podemos encontrarnos siempre, por mucho que hayamos pecado, por muy alejados que nos sintamos, porque El está saliendo siempre a nuestro encuentro.

Dios es infinitamente grande en el amor. «Tal amor es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado. Cuando esto ocurre, el que es objeto de misericordia no se siente humillado, sino como hallado de nuevo y revalorizado.»

No hay quien no necesite de esta liberación de Cristo, porque no hay quien, en forma más o menos grave, no haya sido y sea aún, en cierta medida, prisionero de sí mismo y de sus pasiones. Todos tenemos necesidad de conversión y de arrepentimiento; todos tenemos necesidad de la gracia salvadora de Cristo, que Él ofrece gratuitamente, a manos llenas. Él espera sólo que, como el hijo pródigo, digamos «me levantaré y volveré a la casa de mi Padre»."

Son citas largas, que explican todo este proceso y que aquí hemos considerado en un aspecto bien concreto, la confesión, pero sin duda es un sacramento paradigmático de un espíritu más general que reflejan las palabras de Jesús, y algo muy actual pues el hombre y la mujer de hoy sufren una enorme presión psicológica, miedos, agresividad, soledad profunda, falta de sentido de la vida... Cargados de normas, compromisos, objetivos, estamos expuestos a una tendencia casi depresiva. Nos vertemos en el exterior y perdemos nuestra esencia, interioridad, como decía uno: "Quizá hemos luchado para ser perfectos y en el fondo lo único que queremos es sentirnos amados". Cuesta no dejarse llevar por el dinero, por el prestigio o por el poder, pero con Jesús todo es posible.

"Venid a mí..." Que resuenen estas palabras para ir a Jesús, en el trabajo diario, con el cuidado de las cosas pequeñas, con la sonrisa, en la pobreza, el olvido de mi yo… que sepamos tomar esta dulce carga: "Cualquier otra carga te oprime y te abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de las alas y verás como vuela." (S. Agustín Sermón 126). Jesús quería liberarnos del insoportable peso de los numerosos preceptos y prohibiciones que rodeaban la ley de Moisés (Mt 23, 4) y que hoy nos rodean de otras formas, y quiere darnos este "descanso" que es paz.

b) Otras ideas de mercaba.org sobre Mt 11,28-30 ver domingo 14a; ver jueves de la 15ª Semana del Tiempo Ordinario: -Venid a Mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas... Es una invitación. En este tiempo de Adviento recibimos una invitación "¡Venid a mi!" ¿Acepto yo esta llamada? ¿Me dirijo hacia El? En las frases precedentes a este pasaje, en San Mateo, Jesús nos ha dicho que el Padre se revelaba prioritariamente a los "pequeñuelos" más que a los sabios y prudentes. "Los que andan agobiados con cargas" son los pobres, los humildes. Me pregunto: ¿Acepto yo francamente esta predilección de Dios, que se repite por doquier? Y ¿qué pasa con esos "pequeñuelos"... y con esos "agobiados" ... en nuestras comunidades que se dicen cristianas? Y ¿en nuestros propios corazones? ¿Les testimoniamos la misma estima y la misma predilección que Dios les tiene?

-Que yo os aliviaré. ¡Señor, ayúdame a ver las "cargas" que pesan sobre los hombros de mis hermanos! Señor, haznos lúcidos: que sepamos ver "lo que aplasta" a los demás, lo que aplasta a categorías enteras de hombres y de mujeres. ¿Qué carga, qué sobrecarga podría yo aliviar en el día de hoy? Este es el trabajo de Dios: "Yo os aliviaré." ¿Cómo participo yo en ello? ¿Cómo colaboro con Dios en el alivio, la promoción, la felicidad... de mis hermanos?

-Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. La "misericordia" de Dios, sobre la que meditábamos ayer... ¡de ningún modo es insípida, sosa! Nos invita a comprometernos a nuestra vez en el ejercicio de esa bondad que es la de Dios. Hay que tomar el yugo de Dios, ponerse bajo su mismo yugo, para trabajar con El. Evoco aquí la imagen de dos "bueyes atados al mismo yugo y tirando del mismo arado". Las dos gruesas cabezas, juntas una a la otra, que humilde y tenazmente tiran en la misma dirección. "Tomad mi yugo, dice Dios."

-Manso y humilde. Así se caracteriza Jesús. "Soy manso y humilde." Mi imaginación se entretiene en lo que esto significaba para Jesús: ¿qué actitudes, qué comportamientos, se seguían de ello?

-Sí, mi yugo es suave y mi carga ligera. En los tiempos de Jesús algunos yugos eran rasposos y mal escuadrados y por lo tanto lastimaban el cuello de los animales. El yugo de Jesús es agradable, no lastima. Cuando Jesús anuncia un yugo ligero, quiere introducir a los hombres en un nuevo tipo de religión. Una religión en la que no exista "el miedo". ¡Una religión "fácil de vivir"! ¿Quizá estas palabras me escandalizan? ¿No seré yo una de estas personas que todavía hoy atan cargas muy pesadas sobre los hombros de los demás? ¿Qué lugar le doy al amor, en mi religión? Cuando se ama, resultan fáciles multitud de cosas que serían difíciles o insoportables sin el amor (Noel Quesson).

En nuestra vida las dificultades nos vienen a veces de fuera. Y otras muchas veces, de dentro: el cansancio, la desilusión, la desorientación. Las dos lecturas de hoy nos hablan de los que están cansados, y tanto el profeta como Jesús nos aseguran que Dios quiere ayudar a los desfallecidos comunicándoles su fuerza. Podría haber una duda: Dios es todopoderoso, eterno y creador de los confines del orbe. ¿A quién le podemos comparar? Por tanto, podríamos pensar que, perfecto en su omnipotencia, seguramente estará muy lejano. El pueblo de Israel tiene la tentación de pensar: «mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa». Pero el profeta nos dice lo contrario: Dios está cerca, nos conoce, no ignora nuestros problemas. Está siempre dispuesto a dar fuerza a los débiles y a los cansados. Incluso los jóvenes quedan a veces rendidos, y los guerreros tropiezan y caen: pero el que se fía de Dios renueva sus fuerzas, le nacen alas como de águila, y podrá correr sin cansarse, y marchar sin fatigarse. Esta imagen la completa poéticamente el salmo: Dios se preocupa de los suyos, perdona, cura, rescata de la fosa, está lleno de gracia y ternura. En este salmo encontramos una de las mejores definiciones de Dios que se repite en el A.T.: «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia».

Pero la cercanía de Dios ha quedado todavía más manifiesta en Cristo Jesús: una cercanía llena de misericordia y comprensión, como en el anuncio del profeta. Las palabras de Jesús son un pregón de esperanza: «venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Es el aspecto principal de la figura de Jesús. Hace milagros, predica maravillosamente, anuncia el Reino: pero sobre todo atiende a los que sufren, a los desorientados, a los que buscan, a los pobres y débiles, a los pecadores y marginados de la sociedad. Tiene buen corazón. Quiere liberar a todos de sus males. Nunca pasa al lado de una persona que sufre sin atenderla. «Venid a mí, yo os aliviaré». Es lo suyo: libera de angustias y da confianza para vivir. Ofrece paz y serenidad a los que han sido zarandeados de cualquier manera por la vida. A él le tuvo que ayudar un día el Cireneo a llevar la cruz. Pero él había ayudado y sigue ayudando a otros muchos a cargar con la cruz que les ha tocado llevar.

a) Quién más quién menos, todos andamos un poco agobiados por la vida. Somos débiles y sentimos el cansancio de tantas cosas como llevamos entre manos. La enfermedad del «estrés» es la que más caracteriza al hombre moderno, juntamente con la soledad y la desorientación. Y además nos sentimos muchas veces bloqueados por el pesimismo, el materialismo, la búsqueda de la comodidad, la intransigencia, los rencores, las pasiones, la sensualidad. El Adviento nos invita a no dudar nunca de Dios. Nos hace el anuncio cargado de confianza: Cristo Jesús vino y sigue viniendo a nuestra historia para curarnos y fortalecernos, para liberarnos de miedos y esclavitudes, de agobios y angustias. No nos sucederán milagros. Pero si de veras acudimos a él, siguiendo su invitación, encontraremos paz interior y serenidad, y fuerza para seguir caminando. El Adviento es escuela de esperanza y espacio de paz interior. Porque Dios es un Dios que siempre viene, en Cristo Jesús, y está cerca de nosotros y conoce nuestra debilidad.

b) Esta imagen acogedora de Cristo debería ser también la que ofreciera a todos la Iglesia, su comunidad, o sea, cada uno de nosotros. Este tiempo de Adviento nos invita a que seamos personas que acogen, que al dolor o a la búsqueda de las personas no responden con legalismos y exigencias, sino con comprensión; personas que infunden paz y regalan ánimos a tantos y tantos que están desfallecidos por el camino; testigos y heraldos de esperanza, que es lo que más falta hace a este mundo. En los tiempos actuales, tal vez más que nunca, existe vacío de Dios, poca unidad y armonía en la propia existencia, huida hacia las soluciones más inmediatas y fáciles, olvido de la Buena Noticia de que en Cristo Jesús tenemos la verdadera alegría y la respuesta de Dios a todas nuestras preguntas. Nosotros, los cristianos, deberíamos ser los instrumentos de los que Dios se sirve hoy para infundir más armonía y paz a las personas, recordando nosotros mismos y siendo luego pregoneros para los demás del gran acontecimiento que celebramos, la presencia de Dios en nuestra vida. El Adviento no es sólo poesía. Es compromiso de colaboración con el Dios liberador que no quiere esclavitud ni ceguera ni sufrimiento en el mundo (J. Aldazábal).

Jesús de Nazaret expresa con unas palabras que nos llenan de consuelo toda esa comprensión de la misericordia y bondad del Dios que vino a revelarnos: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados porque yo os aliviaré". No puede ser entonces la ley algo opresivo como se había convertido la ley judía para los fariseos. Para el cristiano, la nueva ley propuesta por Jesús en el Sermón del Monte, es una carga ligera (servicio bíblico latinoamericano).

La presencia y la historia de Jesús son decisivas de la humanidad. El da testimonio de que el mundo no camina hacia el vacío, no da vueltas en redondo, ni se repite interminable e inútilmente. Nuestra historia vale, y camina hacia un tiempo de plenitud. El tiempo mesiánico superará el oprobio, la injusticia y la violencia y significará la vida íntegra para cada persona. Jesús es la primicia de ese mundo nuevo. Hacia él avanzamos en medio de la oscuridad de la historia y la ambigüedad de nuestra naturaleza humana.

Día a día sentimos la carga de la vida cotidiana, las imposiciones económicas, las limitaciones humanas. Pero esta carga no es insoportable. La podemos llevar con entereza y dignidad. Nosotros no podemos evadir nuestra realidad humana, la miseria de nuestros pueblos o el resquebrajamiento de nuestra identidad cultural, como si fuera un padecimiento imposible de redimir. Jesús en su historia y en su presencia efectiva entre nosotros nos muestra que es posible hacerle frente al absurdo presente. La historia tiene un sentido y ese sentido apunta hacia la esperanza definitiva de la que Jesús nos da testimonio.

Jesús nos muestra que en el futuro y desde el presente es posible una comunidad humana en la que el ser humano pueda vivir en plenitud. Si la humanidad ha superado el canibalismo, el incesto y otras taras notorias, ¿no puede superar definitivamente la injusticia? Esa es una pregunta que nos dice: si es posible este mundo concreto tal como lo conocemos, ¿no será posible otro como lo deseamos? Nuestro futuro no se puede reducir a las novelas de ciencia ficción. Pues el futuro de la humanidad no está en sus cacharros sino en los pueblos que la conforman. Un mundo mejor, solidario, fraterno o por lo menos vivible se puede construir desde aquí y ahora si adoptamos realmente la esperanza que Jesús nos propuso. Porque él no hizo otra cosa que enseñarnos que el Reino era posible y que ya estaba empezando a estar presente en medio de la humanidad.

Dios siempre se ha mostrado dispuesto a estar a favor del pobre y del débil. La palabra de la Escritura es un testimonio constante de esa actitud de Dios. Desde los tiempos de la liberación del pueblo en Egipto, luego desde los anuncios proféticos a favor de los oprimidos por el mismo pueblo, en tiempos del exilio, en tiempos de las conquistas de pueblos violentos, etc., Dios siempre ha mostrado su favor y su parcialidad hacia los más pobres. El Dios de la Biblia no ama sin preferencias. Y los textos de este día también son un testimonio de ello. Las palabras de Jesús tienen un contexto muy particular en el evangelio de Mateo y en la misma tradición religiosa de Jesús. El yugo que oprimía al pueblo al cual se refiere el texto de hoy era la Ley (llamada así por el mismo pueblo). Tanta multiplicación de leyes y preceptos, tanta dependencia de la estructura religiosa podía hacer olvidar a ese Dios que buscaba a los pobres del pueblo para estar con ellos. La estructura religiosa, por lo tanto, en lugar de proporcionar el espacio sagrado para el encuentro del hombre y la mujer con el Dios del pueblo, cercaba a Dios en un ámbito al que sólo accedían algunos privilegiados por el poder. Jesús hoy pide que el pueblo se acerque a El. Más allá de cualquier yugo, el suyo es el más liviano. Y no es que no pese. Acercarse a Jesús implicará luchas, desalientos, y hasta persecuciones. Pero aun esto es más digno que el yugo de las superestructuras que oprimen las conciencias. En cambio, el seguimiento a Jesús es producto de la libertad y lleva a la liberación más primaria: la del espíritu. Por eso los pobres, los que en verdad se acercan a Jesús, son más libres de las superestructuras. Saben que tienen al Señor de su parte y que lucha con ellos por sus derechos y su libertad. No viven dependiendo de leyes que corten su libertad. Su sabiduría milenaria les ha dado un espíritu especial para discernir entre los cumplimientos opresores y la voluntad de Dios. Ellos están con Jesús, y están más aliviados (servicio bíblico latinoamericano).

El Evangelio, por su parte, da una vuelta de tuerca a este Dios-Ternura que es la tónica de esta semana segunda de Adviento: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré". Si su yugo es llevadero y su carga ligera, ¿cómo nos las hemos arreglado para complicar tanto la vida cristiana? Este tiempo de preparación a la venida del Señor es tiempo oportuno para retomar la sencillez de la palabra de Jesús: Su "yugo" es ser "manso y humilde de corazón" y en esta realidad está nuestro descanso. ¡Qué lejos quedan la competitividad, el empeño por ser "el primero", el afán de dominio sobre otros, el desmesurado interés por hacernos un hueco en ambientes donde se valora más el "tener" que el "ser"... Tenemos que volver a lo esencial. Mansedumbre y humildad de corazón que no son debilidad: tuvieron fuerza suficiente para dividir la historia. ¿Tendremos hoy nosotros, ciudadanos del siglo XXI, el valor suficiente para cargar con "su yugo"? Creo que vale la pena intentarlo (Olga Elisa Molina).

El brevísimo pasaje de Mateo que hoy leemos, apenas tres versículos de su evangelio, también es cumplimiento, como en los días anteriores, de las palabras de Isaías que escuchamos en la 1ª lectura. Jesús ha predicado el Evangelio, ha proclamado la buena noticia de que Dios reina a favor, primeramente, de los pobres, de los pequeños y sencillos. Ha realizado muchas curaciones y ha liberado a muchos oprimidos por el diablo, se ha enfrentado al legalismo de los escribas y fariseos que exigían el cumplimiento de numerosas prescripciones legales a las humildes gentes de Galilea. Ha llamado en su seguimiento a un grupo de discípulos y los ha entrenado en la difícil misión a que los tiene destinados. En contraste con toda su actividad, se ha estrellado Jesús contra un muro de incomprensión y hostilidad por parte de muchos compatriotas, de ciudades enteras que se han cerrado a su predicación y su bondad. Lejos de desanimarse, prorrumpe en un canto de acción de gracias a Dios Padre, que ha querido revelar los misterios de su amor, no a los grandes y poderosos, sino a la gente sencilla. Y ahora, en el pasaje evangélico que acabamos de leer, ofrece su descanso a los fatigados y sobrecargados por la vida. En lugar de un yugo pesado como el que llevan los bueyes, o como el que los fariseos quieren imponer a los demás sin tocarlo ellos siquiera con un dedo, ofrece una carga ligera. Porque él es manso y humilde, no como los orgullosos y pedantes maestros de Jerusalén, como los prepotentes jerarcas del pueblo. Ahí esta el yugo suave de Jesús, la carga ligera que nos ofrece, su descanso y su amor. Es el Evangelio que nos enseña a amar y a perdonar, a ser solidarios con los que sufren, a compartir lo que tenemos con los necesitados. A crear un mundo justo y humano en el que podamos relacionarnos como hermanos, como amigos. Para eso nace Jesús y para eso nos preparamos en este Adviento: para recibirlo en nuestras vidas y en nuestros hogares, para comprometernos con él a llevar el peso de los que están a punto de desfallecer en sus trabajos y en sus angustias (J. Mateos-F. Camacho).

El pasaje explicita de un modo totalmente claro la característica de la enseñanza de Jesús, contraponiéndola a otras enseñanzas de la misma época. Esta característica sirve para fundamentar una llamada a su aceptación a semejanza de las invitaciones de la sabiduría divina en la literatura sapiencial (Prov 8;9; Eclo 4,11-19, etc.). Jesús se presenta como humilde y sencillo. Con esta afirmación se contrapone, en general, a "sabios y entendidos" (v.25), y, en particular, a los autosuficientes maestros de las ciudades del lago: Corazaín, Betsaida, Cafarnaún (11,20-24). La nota más típica de éstos es el orgullo que los equipara al rey de Babilonia (Mt 11,23; cf Is 14,13-15). De allí se derivan características distintivas de la enseñanza de Jesús. Los letrados utilizaban su ciencia religiosa como instrumento de dominación. Esta dominación busca el sometimiento del discípulo y se ha convertido en una carga insoportable para la gente sencilla. La condición de ésta se expresa como la de personas rendidas y abrumadas por el peso de esa enseñanza del fariseísmo. Jesús, por el contrario, no busca dominar a sus discípulos. Por ello, su enseñanza puede ser descrita como un descanso para todos aquellos que están bajo el dominio de aquellos maestros. De allí nace para ellos la invitación de deshacer esos lazos esclavizantes y de establecer un nuevo tipo de relación religiosa a través de Jesús. Esta nueva forma de relación se describe con ayuda de las imágenes proféticas (Jer 2,20: 5,5; Os 11,10) referidas al yugo y que, en el historia posterior del pueblo, sirvieron para expresar la función de la Ley como forma de mantener la comunicación con el Dios de Israel. El yugo (vv 29 y 30) significa una indisoluble comunicación religiosa. Los "sabios y entendidos" habían falseado esa comunicación instrumentalizándola para el mantenimiento de sus privilegios. De allí que se haga necesario romper con esos falsos maestros y el recurso a Jesús para adquirir la libertad querida por Dios para los seres humanos. El legalismo fariseo produce esclavitud; por el contrario, los cansados y agobiados por ella pueden encontrar en Jesús una nueva condición. Acercándose a Él, la fatiga se convierte en descanso, la opresión en liberación. Por ello, principalmente a ellos se dirigen las palabras de Jesús: "Acérquense a mí..." (v 28), "carguen con mi yugo y aprendan de mí..." (v 29). La filial obediencia de Jesús a su Padre impide toda tortuosa manipulación del querer divino para los propios fines y posibilita la entrada en el ámbito de la comunión divina, causa de libertad y de alegría.

El legalismo fariseo con sus obligaciones había creado en torno suyo una moral sin alegría. A través del acercamiento a Jesús se abre una nueva posibilidad para los sencillos, que eran quienes soportaban la carga mayor en esa interpretación legalista de la voluntad divina. Esta nueva posibilidad pueda ser definida para ellos en términos de "respiro" (vv. 28-29). Las exigencias divinas siguen presentes en la conciencia del pueblo pero dichas exigencias adquieren un nuevo sentido en el marco del servicio alegre que se originan de la amistad divina. La felicidad de las bienaventuranzas justifican las exigencias derivadas de una vida de seguimiento de Jesús (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).

Mirando el texto de Mt en su conjunto se ve por qué colocó estos dichos de Jesús en esta parte de la narración. En los anteriores textos Jesús había sido rechazado por las ciudades, por las escuelas rabínicas de su patria (20-24), por los letrados de su pueblo, escribas y fariseos (25-27). Jesús se vuelve hacia los "pobres" (11,5b), hacia todos los que padecen bajo la pesada carga del legalismo judío. En las perícopas siguientes (12,1-8 y 9-14) aparece Jesús en conflicto con los legalistas sobre el punto, decisivo para ellos, del Sábado.

Los sabios de Israel remitían a la gente a la sabiduría y los rabinos proponían el yugo de la Torá, del Reino de los cielos, de Dios, del Santo o de los mandamientos. Cristo en Mt invita a vincularse a su persona, todos los intermediarios entre Dios y el ser humano están aquí resumidos o absorbidos en la sola presencia de Jesús. A la vez, es una llamada a romper con otros maestros para unirse a Él.

Los fatigados, los que están agobiados por grandes esfuerzos, por trabajos duros y sienten que sus fuerzas se debilitan. Los abrumados, que han sido sometidos por alguien, como bestias de carga. ¿A qué fatiga alude el texto? ¿Al peso general de la vida, o a las reglamentaciones fariseas? El contexto y el término yugo de los versículos 29 y 30 hacen pensar en el legalismo judío en su conjunto. Jesús reprueba el carácter esencial de la religión de su tiempo, que imponía una dura disciplina moral a los seres humanos sin comunicar la alegría de la salvación.

Cargar con el yugo de Jesús es unirse a Él, seguirle y aprender de Él que es dulce y humilde de corazón; sin duda, sólo en su escuela se puede aprender el verdadero sentido de la ley y sólo Él puede hacer de la ley un peso ligero. La expresión "aprended de mí" no es un llamamiento a imitar a Jesús, sino a recibir su enseñanza, su interpretación de la ley. No es que Jesús exija menos que los demás rabinos; exige más, pero de otra manera. Abre primero la puerta del reino de la misericordia a los "pobres" y a los "mansos"; después los invita a una nueva "justicia". Mi yugo es suave y mi carga ligera. Jesús nos ofrece en contraposición a todo el peso de la ley, con tantas observancias que sofocaban el espíritu, el yugo y la carga de su ley, que por ser "el amor" resulta suave y agradable. En repetidas ocasiones Jesús manifestó que el camino del cielo era difícil y de renunciamientos y que la vida del ser humano es una continua lucha y que la puerta del cielo es angosta; pero todo eso se puede convertir en algo suave y fácil, siempre que lo hagamos con Él, ayudados por Él.

Así dice la Regla del Maestro (regla monástica del s. VI; SC 105, Cerf.): ""Venid a mí todos los que estáis agobiados..." Atravesamos esta vida en medio de la ignorancia y la inseguridad. Nuestro viaje por este mundo nos ha cargado con un pesado fardo de negligencia culpable... De repente, sin esperarlo, hacia oriente, hemos descubierto un manantial de agua viva. Mientras nos apresuramos para llegar hacia la fuente, la voz de Dios nos llega con gran clamor: "Venid por agua todos los sedientos" (Is 55,1) Al vernos llegar, cargados con pesadas cargas, la voz nos insiste: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, yo os aliviaré" (Mt 11,29). Y cuando hemos escuchado esta voz llena de bondad, hemos tirado nuestras cargas al suelo. Angustiados por la sed nos hemos tendido por tierra para llegar, ávidos de alivio, a la fuente. Hemos bebido hasta saciarnos y nos hemos levantado, renovadas nuestras fuerzas.

Después de habernos levantado, nos hemos quedado junto a la fuente, estupefactos por la desmesura de nuestra alegría. Miramos el yugo que habíamos arrastrado a lo largo del camino y toda la carga que nos oprimía hasta morir... Mientras estábamos absorbidos por estas consideraciones, de nuevo escuchamos la voz que venía de la fuente de la vida: "Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera." (Mt 11,30) Al oír estas palabras nos dijimos unos a otros: "No nos echemos atrás después de haber encontrado la vida, gracias a esta fuente... No nos carguemos de nuevo el peso de nuestros pecados que habíamos tirado lejos de nosotros mientras íbamos hacia la fuente del bautismo... Ahora hemos recibido la sabiduría de Dios... Por la voz del Señor hemos sido invitados al reposo."

Dicen que una de las características de Jesús, como Maestro, era su comprensión hacia los discípulos y discípulas. Mientras otros maestros en Israel echaban pesadas cargas sobre los hombros de los discípulos, Jesús muestra su alternativa: "en mi encontraréis vuestro descanso". Pongamos oído atento a las palabras del Señor. Hay maestros que son muy exigentes. Imponen a los alumnos un trabajo excesivo, que los agobia y desconcierta. Hay maestros de moral rígida, que culpabilizan, castigan, piden lo imposible. Jesús es el Maestro alternativo. Acoge a los agobiados, a los cansados. Les promete que en él encontrarán paz, descanso.

¡Cargad con mi yugo!, dice el maestro. Imaginemos una yunta de bueyes. Los dos bueyes llevan el yugo con la carga detrás. ¡Lo que para uno seria demasiada carga, para dos es mucho más fácil! Jesús promete que pondrá sobre el discípulo ninguna carga que él no lleve y comparta. Cargando con su yugo, en alianza de trabajo y carga con Jesús, descubrirán los discípulos que es "algo llevadero y ligero".

Finalmente, Jesús muestra su interioridad como Maestro: manso y humilde de corazón. La mansedumbre nos dice cómo es nuestro maestro: no se deja llevar por la ira, es comprensivo, nos acepta como somos. Humilde: quiere decir que se pone a ras de tierra, que acoge todo como lo acoge el humus de la tierra. Que en él todo germina.

El Magisterio de la Iglesia debe atenerse a este canon, a esta norma del Magisterio de Jesús. No debe cargar a la iglesia con pesos pesados e inaguantable, no debe ser un magisterio petulante y orgulloso, dogmatista y rigorista. El principio misericordia y mansedumbre debe presidir toda enseñanza que se precie seguir el estilo de Jesús.

Son necesarios los Maestros para no perdernos en la vida. Pero para vivir auténticamente ¡es una suerte encontrarse con el único Maestro! El único que nos saca de nuestros agobios, nos comprende hace ligera y entusiasta nuestra vida (jose_cristorey@yahoo.com)

Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Por medio de Jesús, Dios se nos ha manifestado como el Dios lleno de mansedumbre hacia nosotros, pues conociendo nuestra fragilidad y nuestros pecados, no sólo nos ha soportado, sino que ha salido a nuestro encuentro para restaurar nuestra naturaleza. Él se ha humillado no sólo arrodillándose para lavar los pies de quienes han de caminar con un corazón limpio para ser testigos de la Verdad, sino que quiso despojarse de todo para enriquecernos a nosotros. Esa es la forma en que el Señor nos reveló el Rostro del Padre. Si queremos ser sus discípulos y aprender de Él no podemos contentarnos con estudiarlo, sino que nos hemos de identificar con Él de tal forma que su Iglesia continúe, en la historia, por su unión a Cristo, siendo la Revelación del Rostro de Dios para todos los pueblos. Sólo cuando aprendamos del Señor a ser mansos y humildes de corazón podremos no sólo predicar a Cristo, sino hacerlo presente en medio de nuestros hermanos.

A esta Eucaristía nosotros venimos para hacernos uno con Cristo. Él quiera transformar nuestra vida de tal forma que en verdad podamos ser signos creíbles de su presencia salvadora en el mundo. En este momento culminante de nuestra vida el Señor quiere levantar nuestra fe y nuestra esperanza, para que, a pesar de que muchas veces nos haya dominado el pecado, en adelante seamos una Iglesia en camino hacia la casa del Padre. Iglesia en camino, que significa que día a día vamos manifestando una mayor perfección en nuestra forma de ser, pues no nosotros, sino el Espíritu de Dios en nosotros, hará que la entrega de Cristo en un amor hasta el extremo por nosotros, sea lo mismo que viva su Iglesia, a quien le ha confiado el mensaje de salvación para que lo anuncie, no sólo con los labios sino con la vida misma.

Por eso, los que participamos de esta Eucaristía hemos de ser comprensivos con nuestro prójimo. Hemos de ser conscientes de la fragilidad humana que muchas veces ha sido vencida por el mal y ha deteriorado la vida de Dios en el hombre. No podemos pasarnos la vida condenando a los demás, sino saliendo a su encuentro, no hasta siete, sino hasta setenta veces siete al día, para levantarlos y ayudarles a caminar en el bien. Ante esta carga tan pesada que se nos presenta no podemos jamás desanimarnos. Si tenemos la suficiente apertura al Espíritu de Dios, Él renovará nuestras fuerzas y hará que nos nazcan alas como de águila para poder correr sin cansarnos, y caminar sin fatigarnos. Si el Señor está de nuestra parte, su yugo será para nosotros suave, y su carga ligera. Por eso, no confiemos en nuestras propias fuerzas, ni sólo en la ayuda del hombre; pongamos más bien nuestra confianza en el Señor para que no queramos hacer la obra de Dios de acuerdo a nuestros planes y visiones miopes, sino conforme a la voluntad de Dios, sabiendo que Aquel que nos llamó para proclamar su Evangelio no dará todo aquello que necesitemos para poder cumplir con esa misión. Por eso, puestos en manos de Dios, seamos para todos los hombres, una auténtica revelación del Rostro amoroso y misericordioso de Dios; revelación hecha desde la vida y no sólo desde las palabras.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de tener la apertura suficiente al Espíritu de Dios en nosotros para que, día a día, podamos ser una manifestación del amor de Dios para cuantos nos traten, pudiendo así conducirlos a un encuentro personal con Dios para alcanzar en Él la vida eterna. Amén (www.homiliacatolica.com).

Jesús, desde tu nacimiento en Belén me enseñas una nueva forma de vivir en la tierra. Es la forma del amor verdadero, del amor entregado, del amor sacrificado. Desde fuera -para el que no la pone en práctica- es como un yugo: sacrificio, cruz, entrega, trabajo, servicio, obediencia. Pero para el que te sigue, ese yugo es suave y su carga es ligera. La verdadera carga la soporta el que intenta liberarse de tus mandatos, ir a la suya, no obedecer a nadie más que a sí mismo: porque acaba obedeciendo a sus caprichos, a sus gustos y a sus vicios, en medio de una vida triste y vacía. El gran enemigo del alma es la soberbia, porque es la que se opone continuamente a que obedezcamos, a que nos esforcemos por cumplir una voluntad distinta de la nuestra, como si de este modo perdiéramos la libertad. Si bien todos los vicios nos alejan de Dios, sólo la soberbia se opone a Él; a ello se debe la resistencia que Dios ofrece a los soberbios [Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 162, a.6]. ¿Cómo estoy de humildad? Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Jesús, que aprenda de Ti a ser humilde, a cumplir libremente la voluntad de Dios, como lo hiciste Tú durante toda tu vida: desde Belén hasta el Calvario. Sólo así encontraré esa paz interior que, junto con la alegría, es uno de los frutos más característicos de la vida cristiana.

El amor de Dios es celoso; no se satisface si se acude a su cita con condiciones: espera con impaciencia que nos demos del todo ( ... ) Quizá pensaréis: responder que sí a ese Amor exclusivo, ¿no es acaso perder la libertad? ( ) Cada uno de nosotros ha experimentado alguna vez que servir a Cristo Señor nuestro comporta dolor y fatiga. Negar esta realidad supondría no haberse encontrado con Dios. El alma enamorada conoce que, cuando viene ese dolor, se trata de una impresión pasajera y pronto descubre que el peso es ligero y la carga es suave, porque lo lleva Él sobre sus hombros. Pero hay hombres que no entienden, que se rebelan contra el Creador ( ) Son almas que hacen barricadas con la libertad. ¡Mi libertad, mi libertad! ( ) Su libertad se demuestra estéril, o produce frutos ridículos, también humanamente. Él que no escoge -¡con plena libertad!- una norma recta de conducta, tarde o temprano se verá manejado por otros. ¡Pero nadie me coacciona!, repiten obstinadamente. ¿Nadie? Todos coaccionan esa ilusoria libertad, que no se arriesga a aceptar responsablemente las consecuencias de actuaciones libres, personales. ( ) Nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad. Mirad, cuando una madre se sacrifica por amor a sus hijos, ha elegido; y según la medida de ese amor, así se manifestará su libertad. La libertad sólo puede entregarse por amor. Por amor a la libertad, nos atamos. Únicamente la soberbia atribuye a esas ataduras el peso de una cadena. La verdadera humildad, que nos enseña Aquel que es manso y humilde de corazón, nos muestra que su yugo es suave y su carga ligera: el yugo es la libertad, el yugo es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la vida, que Él nos ganó en la Cruz [J. Escrivá, Amigos de Dios, 28-32]. El verdadero descanso para mi alma lo experimento, Jesús, cuando cumplo tu voluntad, aunque me cueste, atándome a ese yugo tuyo por amor, entregándote libremente mis gustos, mis intereses, mis deseos, porque me da la gana quererte sobre todas las cosas. A pesar de tener esta idea muy clara, a veces me canso de luchar. Que sepa acudir a Ti en esos momentos de fatiga, para descargar ese peso en tus manos paternales, dejándome también guiar en la dirección espiritual, con humildad (Pablo Cardona).

Venid a mí todos los que estás agotados. El Señor ofrece paz y sosiego a las personas que está oprimidas por muchas causas. El Maestro bueno opone a esta carga su yugo, hecho de mansedumbre, humildad y amor. Comenta San Agustín: «Las cargas propias que cada uno lleva son los pecados. A los hombres que llevan cargas tan pesadas y detestables, y que bajo ellas sudan en vano, les dice el Señor: "Venid a Mí todos"… ¿Cómo alivia a los cargados de pecado, sino mediante el perdón de los mismos? El orador se dirige al mundo entero, desde la especie de tribuna de su autoridad excelsa, y exclama: "Escucha, género humano, escuchad, hijos de Adán; oye, raza que te fatigas en vano. Veo vuestro sudor, ved mi don. Sé que estáis fatigados y agobiados y, lo que es peor, que lleváis sobre vuestros hombros pesos dañinos; y, todavía peor, que pedís no que se os quiten esos pesos, sino que os añadan otros… Concedo el perdón de los pecados pasados, haré desaparecer lo que oprimía vuestros ojos, sanaré lo que dañó vuestros hombros. Llevad mi yugo. Ya que para tu mal te había subyugado la ambición, que para tu salud te subyugue la caridad… Esos pesos son alas para volar. Si quitas a las aves el peso de las alas, no pueden volar… Toma, pues, las alas de la paz; recibe las alas de la caridad. Ésta es la carga; así se cumple la ley de Cristo» (Sermón 164, 4; Manuel Garrido Bonaño).

 

0 comentarios:

Publicar un comentario