jueves, 17 de diciembre de 2009

Lunes de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. No se encontró a ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, fieles a Dios. También Jesús vio una viuda pobre que echaba todo lo que tenía: tenía fe y se daba del todo

Lunes de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. No se encontró a ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, fieles a Dios. También Jesús vio una viuda pobre que echaba todo lo que tenía: tenía fe y se daba del todo

 

Comienzo de la profecía de Daniel 1,1-6.8-20. El año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, llegó a Jerusalén Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la asedió. El Señor entregó en su poder a Joaquín de Judá y todo el ajuar que quedaba en el templo; se los llevó a Senaar, y el ajuar del templo lo metió en el tesoro del templo de su dios. El rey ordenó a Aspenaz, jefe de eunucos, seleccionar algunos israelitas de sangre real y de la nobleza, jóvenes, perfectamente sanos, de buen tipo, bien formados en la sabiduría, cultos e inteligentes y aptos para servir en palacio, y ordenó que les enseñasen la lengua y literatura caldeas. Cada día el rey les pasaría una ración de comida y de vino de la mesa real. Su educación duraría tres años, al cabo de los cuales, pasarían a servir al rey. Entre ellos, había unos judíos: Daniel, Anamas, Misael y Azarías. Daniel hizo propósito de no contaminarse con los manjares y el vino de la mesa real, y pidió al jefe de eunucos que lo dispensase de esa contaminación. El jefe de eunucos, movido por Dios, se compadeció de Daniel y le dijo: -«Tengo miedo al rey, mi señor, que os ha asignado la ración de comida y bebida; si os ve más flacos que vuestros compañeros, me juego la cabeza. » Daniel dijo al guardia que el jefe de eunucos había designado para cuidarlo a él, a Ananías, a Misael y a Azarias: -«Haz una prueba con nosotros durante diez días: que nos den legumbres para comer y agua para beber. Compara después nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen de la mesa real y trátanos luego según el resultado.» Aceptó la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al acabar, tenían mejor aspecto y estaban más gordos que los jóvenes que comían de la mesa real. Así que les retiró la ración de comida y de vino y les dio legumbres. Dios les concedió a los cuatro un conocimiento profundo de todos los libros del saber. Daniel sabía además interpretar visiones y sueños. Al cumplirse el plazo señalado por el rey, el jefe de eunucos se los presentó a Nabucodonosor. Después de conversar con ellos, el rey no encontró ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías, y los tomó a su servicio. Y en todas las cuestiones y problemas que el rey les proponía, lo hacían diez veces mejor que todos los magos y adivinos de todo el reino.

 

Salmo responsorial Dn 3,52.53.54.55.56. R. A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.

Bendito eres sobre el trono de tu reino.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos.

Bendito eres en la bóveda del cielo.

 

Evangelio según san Lucas 21,1-4. En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: -«Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»

 

Comentario: 1.- Dn 1,1-6.8-20. a) El libro de Daniel, que leeremos en esta última semana del Año Litúrgico, sitúa sus relatos edificantes -no necesariamente históricos- en tiempos del rey Nabucodonosor, el que llevó al destierro al pueblo de Israel. Pero su intención va para los lectores de la época en que se escribió, cuando el pueblo estaba sufriendo el ataque paganizante del rey Antíoco Epífanes hacia el 170 antes de Cristo. Por tanto, es contemporáneo de los libros de los Macabeos. Daniel no es el autor del libro, sino su protagonista. Además del ejemplo de unos jóvenes en la corte real, el libro presenta unas visiones escatológicas referentes al final de los tiempos o a la venida del Mesías. Su estilo es el llamado "apocalíptico" o "de revelación", con visiones llenas de simbolismo sobre los planes de salvación que Dios quiere llevar a cabo en el futuro mesiánico, en el mismo tono como nosotros celebramos ayer la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Tiene mérito la postura de fidelidad a su fe de estos cuatro jóvenes, a pesar de los halagos y del ambiente pagano de la corte real. Pero Dios está con ellos y tanto en salud como en sabiduría son los mejores de entre todos los jóvenes al servicio del rey.

b) La lección es clara para los judíos que estaban luchando por resistir a la tentación helenizante de Antíoco Epífanes. Les anima a que sigan teniendo esperanza y sean fieles a la Alianza, en medio de esa persecución, como lo fueron Daniel y sus compañeros en circunstancias parecidas o peores. Pero también es estimulante para nosotros, los que sentimos la fuerza de atracción de los valores de este mundo, a veces muy diferentes de los que nos enseña la fe en Cristo. Lo de comer carne de cerdo o beber vino, es lo de menos: lo que importa es saber conservar el estilo de vida que comporta la Alianza con Dios, en contra de las costumbres de una sociedad pagana, significadas en esas normas. Los cristianos nos damos cuenta, sobre todo cuando escuchamos la Palabra de Dios, que no podemos seguir la mentalidad de la sociedad en que vivimos, aunque sea mayoritariamente aplaudida, si va en desacuerdo con el evangelio de Cristo. Tendremos que aprender la lección de valentía y perseverancia que nos dieran el anciano Eleazar o la madre de los siete hijos, en tiempos de los Macabeos, o aquí estos cuatro jóvenes en la corte de un rey pagano. Cada vez que en Laudes de los domingos cantamos el "cántico de Daniel y sus compañeros" -cántico que a lo largo de esta semana iremos desgranando como salmo responsorial- podríamos acordarnos de cómo ellos, envueltos en mil tentaciones más inmediatas y atrayentes, entonan una alabanza al Dios creador del universo, y tratar de imitar su fe y su capacidad de admiración de la obra de Dios.

Vemos la actividad de los judíos en el ambiente pagano del exilio babilónico y cómo esos jóvenes están en el mundo pero sin identificarse con lo que va contra la fe (v 8). Se resalta cómo Dios bendice con el éxito si bien Daniel es el primero en admitir que no siempre Dios traducirá necesariamente su bendición en éxito mundano (cf 3.18: "y si Dios no quisiere...") En la última semana del «año litúrgico», la Iglesia nos propone unos textos "escatológicos», es decir, que evocan el «fin de los tiempos». La Historia humana avanza hacia un final. Con Jesús, ha llegado el gran giro de la historia. Nos encontramos ya en los «últimos tiempos» anunciados por los profetas; pero esperando la «manifestación definitiva» del Reino de Dios. Estamos por los años 170 a. C. Cuando Palestina estaba «ocupada» y "administrada" por el rey Antíoco Epifanes, que trataba de imponer las costumbres griegas. Es una época de mártires -recordemos el Libro de los Macabeos-. El Libro de Daniel se escribió para animar a los "resistentes" a guardar la integridad de su Fe.

-Cuatro jóvenes... Daniel Ananías, Misael, Azarías. El autor del libro cuenta una historia edificante -se trata de una parábola- que se sitúa ficticiamente en ese momento heroico. Yo también, Señor, he de vivir mi Fe en un contexto pagano. Vivo en medio de gentes que no tienen Fe... o, por lo menos, de gentes para las cuales el evangelio no es -o es muy poco- la regla de vida: la falta de fe, el ateísmo, el materialismo, me rodean y me influyen, a pesar mío. Acepto, Señor, contemplar ese contexto de vida. No para juzgar y condenar a mis hermanos, sino para preguntarme si soy fiel a mi Fe y al tipo de vida que ella exige.

-Se les enseñaba la escritura y la lengua de los caldeos... Se les asignaba una ración diaria de los manjares y vinos del rey. El paganismo, el olvido del verdadero Dios, pasa concretamente, por una serie de pequeños detalles, aparentemente faltos de importancia, de los modos de vivir. ¿Cuáles son los detalles que me siento inclinado a adoptar y que HOY, en el siglo XXI, me desviarían hacia la no-fe? No dudo en buscarlos en las cosas más ordinarias: detalles de vestuario, compras, organización de mis fines de semana, gustos, elección de emisiones... En todo esto puede estar en juego mi «fidelidad a Dios».

-Los tres jóvenes eligieron «rechazar» los alimentos paganos. Al cabo de diez días tenían mejor aspecto y muy buena salud. La demostración que trata de hacer Daniel a través de este relato gráfico es la siguiente: ¡Los que siguen la Ley de Dios no perjudican su salud ni su moral! Después de todo, vivir como buen cristiano no conduce a ser un "disminuido" un «desgraciado», al contrario. Los tres jóvenes, viviendo de legumbres, verduras y agua fresca, tienen buen aspecto y muy buena salud, a pesar de las renuncias aceptadas por su Fe. Es un símbolo. Y ¡cuán elocuente! A los paganos que nos ven vivir, no ha de parecerles la Fe como restrictivo, rebajante, insana, triste. Es esencial que la «manera de vivir según Cristo» aparezca como expansiva: ¡formadora de hombres y mujeres serenos, abiertos y más «cabales»! Señor, aprovecho esta lectura-contemplación, para preguntarme qué rostro presento a los que me rodean. ¿Qué rostro presento de tu religión? ¿Qué piensan de mi Fe los que me ven vivir? ¿Soy un cristiano abierto? ¿o un cristiano sombrío, taciturno? (Noel Quesson).

Inicia la teología apocalíptica, que habla por medio de símbolos y visiones espectaculares, pero, si sabemos leerlo bajo su debida perspectiva, se dilucidan muchas cosas. Casi siempre el protagonista es Daniel. A veces aparecen sus compañeros. Y siempre Daniel tiene razón por el hecho de ser fiel servidor de Dios. El mismo nombre de Daniel (Dios es mi juez) es un símbolo para indicar que, en cada momento de la historia, en el fondo está Dios como el gran protagonista que lleva el mundo adonde quiere con el concurso de los hombres y especialmente de sus instrumentos fieles. Pero, de hecho, lo que cuenta es la fidelidad a sus preceptos. Daniel, hombre o ficción -eso no importa- da nombre a uno de los libros más conocidos gracias a la iconografía y a las gestas heroicas de su protagonista. Su vida es fabulosa y está siempre protegida por Dios, incluso en medio de los grandes Imperios paganos. Nabucodonosor hacía años que había muerto cuando fue escrito el libro, pero quedó a modo de un mito para el pueblo judío, ya que él había destruido Jerusalén. El autor tiene la osadía de presentarlo como opresor del pueblo y de demostrar que un hombre joven como es Daniel, si confía en Dios, puede desafiarle con éxito. Se cumple lo que dice el salmo 119: la ley de Dios hace más prudentes que los sabios (J. Mas Bayés).

Dios es la Sabiduría e Inteligencia infinita y eterna. Y para nosotros es la fuente de la misma Sabiduría e Inteligencia. Quien beba de esa fuente estará muy por encima de cualquier persona. Si en verdad lo amamos y vivimos en comunión de vida con Él, Él velará por nosotros y nos librará de la mano de nuestros enemigos. Por eso, a pesar de todos los riesgos, hemos de ser fieles a sus enseñanzas y mandatos, tratando de no contaminar nuestra vida con el pecado. Que sólo el Señor sea el centro de nuestra vida, pues Él siempre estará a nuestro lado velando por nosotros. Si le damos cabida a Dios en nuestra existencia, Él hará brillar su luz, su verdad, su sabiduría, su inteligencia desde nosotros, que somos su Iglesia, y a quienes ha hecho portadores de su Evangelio, de su Gracia y de su Vida para todos los hombres.

 

2. Dan. 3, 55-56. Bendito sea el Señor, Dios de nuestros Padres; y cuya fe ha llegado hasta nosotros. Bendito sea porque Él es el creador de todo, que conoce hasta lo más íntimo de las entrañas de nuestros pensamientos y de nuestro corazón. ¿Acaso hay algo oculto al Señor? Él lo conoce todo y con su mirada penetra hasta lo más profundo de los abismos. Él revela sus pensamientos y su voluntad a quienes ama, y les confía el mensaje de salvación para que lo anuncien a todos los hombres. Glorifiquemos el santo Nombre de nuestro Dios, pues a nosotros, pobres y pecadores, nos ha escogido para hacernos hijos suyos, y para darnos a conocer lo insondable de su Misterio de Salvación, que nos ha concedido en su Hijo Jesús; y nos ha llamado para confiarnos el anuncio de su Evangelio. Dios sea bendito ahora y siempre.

El cántico que leemos hoy está tomado de la primera parte de un extenso y bello himno que se encuentra engarzado en la traducción griega del libro de Daniel, y lo comenta Juan Pablo II: Lo cantan tres jóvenes judíos arrojados a un horno por haberse negado a adorar la estatua del rey babilonio Nabucodonosor. "El libro de Daniel, como es conocido, refleja los fermentos, las esperanzas y las expectativas apocalípticas del pueblo elegido, que en la época de los Macabeos (siglo II a.c.) se encontraba en lucha para poder vivir según la Ley que le había dado Dios. Desde el horno, los tres jóvenes preservados milagrosamente de las llamas cantan un himno de bendición a Dios. Este himno es como una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben hasta Dios como figuras espirales de humo de incienso, recorriendo el espacio con formas semejantes pero nunca iguales. La oración no tiene miedo de la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su cariño. Insistir en las mismas cuestiones es signo de intensidad y de los múltiples matices propios de los sentimientos, de los impulsos interiores, y de los afectos.

Hemos escuchado la proclamación del inicio de este himno cósmico, contenido en el capítulo tercer de Daniel, en los versículos 52-57. Es la introducción que precede al grandioso desfile de las criaturas involucradas en la alabanza. Una mirada panorámica de todo el canto en su desarrollo en forma de letanía nos permite descubrir una sucesión de componentes que constituyen la trama de todo el himno. Comienza con seis invocaciones dirigidas directamente a Dios; a las que les sigue un llamamiento universal a las «criaturas todas del Señor» para que abran sus labios a la bendición (cf v 57). Esta es la parte que consideramos hoy… Sucesivamente el canto se desarrollará convocando a todas las criaturas del cielo y de la tierra a alabar y cantar las grandezas de su Señor… En primer lugar, cabe señalar la invitación a entonar una bendición: «Bendito eres Señor...», que se convertirá al final en «¡Bendecid...!». En la Biblia, existen dos formas de bendición, que se entrecruzan. Por un lado, está la que desciende de Dios: el Señor bendice a su pueblo (cf Num 6,24-27). Es una bendición eficaz, manantial de fecundidad, felicidad y prosperidad. Por otro lado, está la bendición que sube desde la tierra hasta el cielo. El hombre, beneficiado por la generosidad divina, bendice a Dios, alabándole, dándole gracias, exaltándole: «Bendice al Señor, alma mía» (Sal 102,1; 103,1). La bendición divina pasa con frecuencia por mediación de los sacerdotes a través de imposición de las manos (cf Num 6,22-23.27; Sir 50,20-21); la bendición humana, sin embargo, se expresa en el himno litúrgico que se eleva al Señor desde la asamblea de los fieles.

Otro elemento que consideramos dentro del pasaje que ahora se propone a nuestra meditación está constituido por la antífona. Podemos imaginarnos al solista, en el templo lleno de gente, entonando la bendición: «Bendito eres Señor» y haciendo la lista de las diferentes maravillas divinas, mientras la asamblea de los fieles repetía constantemente la fórmula «Digno de alabanza y gloria por los siglos». Es lo mismo que sucedía con el Salmo 135, conocido como el «Gran Hallel», es decir, la gran alabanza, donde el pueblo repetía: «Eterna es su misericordia», mientras un solista enumeraba los diferentes actos de salvación realizados por el Señor a favor de su pueblo. El objeto de la alabanza de nuestro salmo es ante todo el nombre «glorioso y santo» de Dios, cuya proclamación resuena en el templo que a su vez también es «santo y glorioso». Los sacerdotes y el pueblo, mientras contemplan en la fe a Dios que se sienta sobre el trono de su reino, perciben su mirada que sondea «los abismos» y de esta conciencia mana la alabanza del corazón: «Bendito... bendito...». Dios, que se sienta «sobre querubines» y que tiene como morada la «bóveda del cielo», sin embargo está cerca de su pueblo, quien a su vez por este motivo se siente protegido y seguro.

Al volver a proponer este cántico en la mañana del domingo, la Pascua semanal de los cristianos, se invita a abrir los ojos a la nueva creación que tuvo su origen precisamente con la resurrección de Jesús. Gregorio de Niza, un Padre de la Iglesia griega del siglo IV, explica que con la Pascua del Señor «se crea un cielo nuevo y una tierra nueva... se plasma un hombre diferente renovado a imagen de su creador por medio del nacimiento de lo alto» (cf Juan 3,3.7). Y sigue diciendo: «Así como quien mira hacia el mundo sensible deduce por medio de las cosas visibles la belleza invisible... así también quien mira hacia este nuevo mundo de la creación eclesial ve en él a quien se ha hecho todo en todos, llevando de la mano la mente a través de las cosas comprensibles por nuestra naturaleza racional hacia lo que supera la comprensión humana». Al entonar este canto, el creyente cristiano es invitado, por tanto, a contemplar el mundo desde la primera creación, intuyendo cómo será la segunda, inaugurada con la muerte y la resurrección del Señor Jesús. Y esta contemplación lleva de la mano a todos a entrar, como bailando de alegría, en la única Iglesia de Cristo".

 

3.- Lc 21,1-4 (ver paralelo Mc 12,38-44). Ella creyó que nadie la veía, pero Jesús sí se dio cuenta y llamó la atención de todos. Otros, más ricos, echaban donativos mayores en el cepillo del templo. Ella, que era una viuda pobre, echó los dos reales que tenía. No importa la cantidad de lo que damos, sino el amor con que lo damos. A veces apreciamos más un regalo pequeño que nos hace una persona que uno más costoso que nos hacen otras, porque reconocemos la actitud con que se nos ha hecho. La buena mujer dio poco, pero lo dio con humildad y amor. Y, además, dio todo lo que tenía, no lo que le sobraba. Mereció la alabanza de Jesús. Aunque no sepamos su nombre, su gesto está en el evangelio y ha sido conocido por todas las generaciones. Y si no estuviera en el evangelio, Dios sí la conoce y aplaude su amor. ¿Qué damos nosotros: lo que nos sobra o lo que necesitamos?; ¿lo damos con sencillez o con ostentación, gratuitamente o pasando factura?; ¿ponemos, por ejemplo, nuestras cualidades y talentos a disposición de la comunidad, de la familia, de la sociedad, o nos reservamos por pereza o interés? No todos tienen grandes dones: pero es generoso el que da lo poco que tiene, no el que tiene mucho y da lo que le sobra. Dios se nos ha dado totalmente: nos ha enviado a su Hijo, que se ha entregado por todos, y que se nos sigue ofreciendo como alimento en la Eucaristía. ¿Podremos reservarnos nosotros en la entrega a lo largo del día de hoy? Al final de una jornada, al hacer durante unos momentos ese sabio examen de conciencia con que vamos ritmando nuestra vida, ¿podemos decir que hemos sido generosos, que hemos echado nuestros dos reales para el bien común? Más aún, ¿se puede decir que nos hemos dado a nosotros mismos? Teníamos dolor de cabeza, estábamos cansados, pero hemos seguido trabajando igual, y hasta hemos echado una mano para ayudar a otros. Nadie se ha dado cuenta ni nos han aplaudido. Pero Dios sí lo ha visto, y ha sonreído, y lo ha escrito en su evangelio (J. Aldazábal).

El episodio narrado en este pasaje acaba la serie de discusiones que Jesús mantiene con las sectas judías. Está directamente unido a la maldición de los escribas que roban a las viudas (Lc 20,45-47). Estos dos textos del Evangelio ilustran la doctrina escatológica de los versículos siguientes (Lc 21,2-36): los jefes del pueblo van a ser desposeídos de sus privilegios y se va a entregar en manos de los pobres la dirección del pueblo. La antítesis ricos-pobres aparece frecuentemente en los discursos escatológicos de Cristo. Sigue el mismo procedimiento de las bienaventuranzas en donde la oposición entre ricos y pobres (Lc 6,20-24) sirve para anunciar la inminencia del Reino y el cambio de las situaciones abusivas. No se trata tanto de hacer la apología o la crítica de una situación social existente cuanto de subrayar la transformación que la llegada de los últimos tiempos -aquellos que participan del modo de ser de Dios- llevará consigo en las estructuras humanas. Los primeros cristianos van a utilizar con frecuencia este procedimiento para explicar el hecho de que la Iglesia de los pobres ha ocupado el puesto de los jefes de Israel en la realización de los designios de Dios.

La viuda entrega su indigencia, en oposición a los ricos que entregan su poder y sus privilegios. Es decir, que ella contradice al proverbio según el cual sólo se da aquello que se tiene: ella, por el contrario, solo posee lo que ha dado. ¿Podemos ver ahí una imagen de Dios? Si El solo nos ha dado de su abundancia, está mejor representado por la imagen de los ricos que por la de la viuda y no se comprendería la importancia que Cristo da al gesto de esta última. ¿Y si Dios, El también, diera de su indigencia? ¿Si renunciáramos a lo que dice de Dios un determinado teísmo para fijarnos en lo que Cristo manifiesta con sus acciones? ¿No comprenderíamos entonces que ser Dios es servir y dar no de aquello que se tiene, sino de aquello que se es? Jesús, pobre y esclavo, no es un paréntesis en la vida de Dios, sino la condición misma de Dios; El no es un rico que ha venido a visitar las tierras subdesarrolladas de la humanidad, es esclavo porque su manera de ser Dios es la pobreza (Maertens-Frisque).

Hemos llegado a la «última» semana del año litúrgico. Las últimas páginas que leeremos, del evangelio según san Lucas, se refieren a los últimos días de la vida terrestre de Jesús, justo antes de la Pasión. Jesús, cercana su muerte, tenía plena conciencia de su «fin» humano. Su último y gran discurso versa también sobre el «fin» de Jerusalén, y el «fin» del mundo... Este es un pensamiento que no debo evitar. Porque también yo camino hacia mi «fin».

-Jesús enseñaba en el Templo. Antes de que hayan acallado su potente voz, esa voz que dice «las cosas de Dios», Jesús habla y enseña. Después de haber hablado tanto, en los caminos, en los pueblos, a la orilla del mar, en las sinagogas provincianas, mirad, está enseñando «en el Templo». No desempeña ningún papel oficial, no es ni un «sacerdote del servicio» -sacerdocio levítico-, ni un «doctor de la Ley». No tiene derecho a entrar en el santuario, lo que es exclusivo del sumo sacerdote. No toma la palabra desde un lugar ritual, en el curso de un acto litúrgico. El, el Hijo de Dios, el Portavoz de Dios, se contenta con reunir a su alrededor, como lo hace un simple orador de paso, a los pocos oyentes que tengan a bien escucharle. Es precisamente en el interior del recinto del Templo -y ese detalle es muy significativo: allí termina su misión- pero es también en espacio descubierto, en la explanada del templo o bajo una de sus columnatas.

-Alzando los ojos vio a los que depositaban sus ofrendas en el arca del Tesoro. Los «ojos» de Jesús. Los contemplo. Observo lo que hacen sus ojos. Bajo el peristilo del templo, galería de columnas de mármol que adornaban la fachada, había, ante el vestíbulo de la «Tesorería», trece grandes arcas, cuya cubierta formaba un embudo o buzón de amplia ranura. Un sacerdote de servicio se ocupaba de anotar el valor total de la ofrenda y la «intención» que le comunicaba el donante. Jesús lo está observando.

-Vio a los ricos que depositaban sus donativos. Vio también a una viuda necesitada que echaba unos cuartos. Dos «lepta»... dos «cuartos»... Las monedas más pequeñas de entonces. Miro el gesto de los «ricos», como Jesús lo miraba. Miro el gesto de la viuda, también, como Jesús. Abre mis ojos, Señor, que sepa «mirar» mejor y en profundidad. Escucho el ruidito, modesto y humilde, de las dos moneditas al caer en el arcón, en medio de las voluminosas ofrendas ya depositadas.

-Jesús dijo: «En verdad os digo: Esa pobre viuda ha echado más que nadie. Porque todos esos han echado de lo que les sobra, mientras que ella, de lo que le hace falta. Ha dado todo lo que tenía." La mirada de Dios, la apreciación de Dios... ¡Cuán diferente es de la mirada habitual de los hombres! Dios ve de un modo distinto. Los ricos parecen poderosos, y hacen ofrendas aparentemente mayores. Pero, para Jesús, la pobre mujer ha dado «más». ¡Cuánta necesidad tenemos de cambiar nuestro modo de «ver», para ir adoptando, cada vez más, la manera de ver de Dios! «Ella dio todo lo que tenía para vivir... dio de su indigencia». ¡Que la admiración de los que son discípulos de Jesús no se dirija nunca hacia los gestos aparentes, ostentosos sino hacia los pobres, los humildes, los pequeños! ¡Cuánta necesidad tenemos de un cambio en nuestros corazones! (Noel Quesson).

A los ojos de los humanos, los ricos eran generosos, a los ojos de Dios la única generosa era la viuda. La viuda en su condición de mujer, pobre y marginada hacía un inmenso esfuerzo al depositar la ofrenda. Daba todo lo que tenía, el fruto de su trabajo que le era necesario para vivir. De este modo entregaba totalmente su vida al servicio de Dios, con modestia y humildad. Los ricos sólo daban algunos excedentes de sus lucrativos negocios; su ofrenda era el fruto de la explotación de los peones y esclavos. Jesús aprovecha la situación para instruir a sus discípulos y discípulas acerca del valor de las ofrendas. La ofrenda de los ricos y poderosos viene manchada por el hambre y la indigencia de aquellos que han sido sometidos para que alguno alcance la riqueza. "El maldito dinero" sólo les ha servido a quienes lo poseen en abundancia para aumentar la riqueza pero no para incrementar la solidaridad (Lc 16, 9). Jesús pensaba que la nueva comunidad no se debía meter en este plan. Los discípulos de Jesús precisamente se debían distinguir por tener conciencia crítica ante esta situación y por plantear alternativas. La actitud de la viuda, en cambio da pie para una enseñanza enteramente positiva. A Dios no le podemos ofrecer lo que nos sobra, aquello de lo que podemos prescindir. A Dios se le hace una verdadera ofrenda cuando damos, desde nuestra pobreza, lo que somos y tenemos. A Dios no le entregamos cosas, sino ante todo, nuestras vidas. Y se las entregamos no porque la consideremos de poco valor. Las donamos generosamente porque sabemos que el hará con ellas lo mejor para nosotros y para nuestra comunidad. Dios recibe nuestras vidas y las transforma en una ofrenda generosa y solidaria que alegra a toda la comunidad (servicio bíblico latinoamericano).

Cada uno de nosotros debe medir su propia relación religiosa a partir de las dos formas de la donación que aparecen en este pasaje evangélico. Dichas formas se distinguen entre sí en cuanto son capaces de colocar a la propia persona implicada de forma integral o sólo de manera parcial. Podemos multiplicar las ofrendas a Dios y, sin embargo, estas pueden continuar situándose en la periferia de la vida. Tales ofrendas no tienen valor a los ojos de Dios ya que esconden una voluntad dirigida a retener para nosotros mismos lo que consideramos de verdadero valor. Frente a esta actitud se nos propone hacer propio el gesto de la viuda. En ella, el don brota de su voluntad decidida de ofrecimiento total a Dios. Es este ofrecimiento la verdadera medida del valor de nuestras acciones religiosas. En ellas no cuenta el valor que las cosas tienen o pueden tener en la economía de mercado. Los bienes manifiestan así su valor relativo. Este término no indica ningún juicio de valor sobre la mayor o menor importancia de ellos. Con él expresamos que todo su valor está dado a partir de la relación con las personas que participan de la comunicación religiosa. En primer lugar, por tanto, el valor auténtico de los bienes nace de la referencia que ellos tienen con la vida del hombre y con el compromiso de éste con Dios. En segundo lugar, es desde éste, Valor Absoluto, desde donde nace la verdadera medida de valoración de todo lo creado (Josep Rius-Camps).

-Lo que mide verdaderamente un don no es la cantidad que se da sino la que uno se reserva para sí;

-lo que importa no es tanto la cantidad cuanto el espíritu con el que se da;

-el verdadero don es dar todo lo que uno tiene;

-las ofrendas tienen que corresponderse con las posesiones. Parece que el acento de Jesús se centra en la primera. Al elogiar el comportamiento de la viuda Jesús pretende, en el fondo, criticar la conducta de los líderes religiosos que utilizan la religión para lucrarse (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).

Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado, se hizo pobre por nosotros, no aferrándose a su dignidad de Hijo; despojándose de todo se humilló y se hizo Dios-con-nosotros; bajó hasta nuestra miseria para enriquecernos con su pobreza, con aquello de lo que se había despojado; elevándonos así, a la dignidad de hijos en el Hijo de Dios. Él se convirtió en el buen samaritano que se baja de su cabalgadura para colocarnos a nosotros en ella; que paga con el precio de su propia sangre para que nos veamos libres de la enfermedad del pecado, y que con su retorno glorioso nos eleva a la dignidad de hijos de Dios. Él no nos dio de lo que le sobraba, sino que lo dio todo por nosotros, pues amándonos, nos amó hasta el extremo, cumpliendo así, Él mismo, las palabras que había pronunciado: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y el Señor nos pide que por el bien y por la salvación de nuestro prójimo no demos lo que nos sobra, sino que lo demos todo, pues toda nuestra vida se ha de convertir en causa de salvación para todos, por nuestra permanencia en la comunión y en el amor con Cristo.

El Señor nos reúne para celebrar su Eucaristía. Él nos manifiesta que su amor no se nos ha dado con tacañería, pues Él lo ha dado todo por nosotros. No recibimos de Dios como don una limosna, sino la entrega total de su vida para que nosotros tengamos vida, y la tengamos en abundancia. Quienes escuchamos su Palabra recibimos también su Espíritu para ser fortalecidos, y poderla entender y cumplir con amor. Quienes entramos en comunión de vida con el Señor lo recibimos a Él sin reservas ni fronteras, para que, por obra del Espíritu Santo en nosotros, seamos transformados en Él, y el Padre Dios nos contemple con el mismo amor y ternura con que contempla a su Hijo amado, en quien se complace. Ese es el amor que Dios nos tiene.

Y ese amor es el que nos pide que tengamos hacia los demás cuando nos dice: como yo los he amado a ustedes, así ámense los unos a los otros. A pesar de que muchas veces el pecado ha abierto brecha en nuestra vida y ha deteriorado la imagen de Dios en nosotros, el Señor quiere que nos alimentemos de Él para que nuestro aspecto vuelva a recobrar la dignidad de hijos que Él quiere que tengamos. Por eso, quienes vivimos en comunión de vida con el Señor no podemos deteriorar nuestra existencia con un amor contaminado por la maldad o por el egoísmo. No podemos sólo amar a los que nos aman y hacer el bien a los que nos lo hacen a nosotros. Dios nos pide amar sin fronteras. El: Mirad como se aman, que exclamaban los paganos al ver el estilo de vida de los primeros cristianos, no puede desaparecer de entre nosotros. No podemos vivir de tal forma que mordiéndonos como animales rabiosos, o acabando con la vida de los inocentes, o persiguiendo a los malvados en lugar de ganarlos para Cristo, tengamos el descaro de seguir llamando Padre a Dios, pues, en verdad, estaríamos traicionando nuestra fe y defraudando la confianza que el Señor depositó en nosotros, para que proclamáramos su Evangelio.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, que nos conceda amar hasta el extremo, como nosotros hemos sido amados por Dios. Que así podamos decir que en verdad somos un signo creíble del amor salvador de Dios para nuestros hermanos. Amén (www.homiliacatolica.com).

En nuestro país hay una canción que dice: - El tiempo que te quede libre dedícalo a mi -. Esta canción ejemplifica lo que significa: "No te amo". El dar solo lo que sobra, es una verdadera muestras de "no-amor" hacia cualquiera. Creo que la persona que ama no solo da de lo que tiene sino que busca que eso que dará sea lo mejor, pues a quien lo dará es a la persona amada. Pensemos y apliquemos este pensamiento, a las personas que tenemos cerca, a nuestros padres, a la esposa(o), novio(a) y al mismo Dios. ¿Les damos lo mejor de nosotros o solo "lo que nos sobra"? Si quieres saber a quien verdaderamente amas, solo piensa, para quién siempre tienes tiempo, a quién le das lo mejor de ti... ahí habrás encontrado la respuesta. Es triste que muchos de nosotros, para Dios solo tengamos las sobras (Ernesto María).

¡Qué hermosos ojos tiene nuestro Redentor que tan bellamente posa su mirada en cada uno de nuestros actos! A Cristo no le es indiferente cuanto podamos hacer, sobre todo, cuando son pequeñas menudencias que sólo Él ha visto y que sabrá premiar en su debido tiempo (Clemente González). Jesús, era tu última semana en la tierra. Tenías aún bastantes cosas que decirnos antes de que te entregaran a los romanos para ser crucificado. Muchos discípulos te acompañaban en el Templo, esperando ver grandes signos. Pero Tú te fijas en una pobre viuda, que entrega a Dios todo lo que tiene: dos pequeñas monedas. Te conmueves al ver la generosidad de ese corazón sencillo, que gana en valor a la de todos los ricos allí presentes. Porque el amor no se mide por unidades, sino en tantos por ciento: no importa la cantidad, sino la totalidad de la entrega. Jesús, mirando mi vida, ¿puedes también decir: éste ha dado todo lo que tenía para vivir; o más bien: ha entregado como ofrenda parte de lo que le sobra? No cuentan los títulos, ni los honores, ni la espectacularidad de los éxitos humanos. Tú miras el corazón. Y esperas de cada uno esas dos monedas diarias: el servicio a Dios y el servicio a los demás. Jesús, la escena de hoy me recuerda de una manera gráfica que no hay cosas pequeñas en la vida espiritual, si se hacen con amor y por amor. Levantarse con puntualidad por la mañana, ordenar la habitación, arreglar un desperfecto, acabar la tarea con la mayor perfección posible, escuchar con paciencia a un familiar o a un amigo, ayudar al hermano pequeño, y muchas otras pequeñas exigencias de la vida cristiana: son esas dos pequeñas monedas que, por el amor a Ti que demuestran, tiene un gran valor a tus ojos. Haz todas las cosas, por pequeñas que sean, con mucha atención y con el máximo esmero y diligencia; porque el hacer las cosas con ligereza y precipitación es señal de presunción; el verdadero humilde está siempre en guardia para no fallar aun en las cosas más insignificantes. Por la misma razón, practica siempre los ejercicios de piedad más corrientes y huye de las cosas extraordinarias que te sugiere tu naturaleza; porque así como el orgulloso quiere singularizarse siempre, el humilde se complace en las cosas corrientes y ordinarias [León XIII, Práctica de la humildad, 27].

Hacedlo todo por Amor. -Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. -La perseverancia en las cosas pequeñas, por amor, es heroísmo [Camino, 813]. Jesús, Tú llamas a todos a la santidad; es decir, a la práctica heroica de las virtudes cristianas por Amor a Dios. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre celestial es perfecto [Mt 5,48]. A veces, al mirar mi vida llena de defectos, me puedo desanimar y pensar que el ideal de la santidad no es para mí, sino sólo para algunos escogidos a quienes no les cuesta luchar contra sus flaquezas. O pienso que, para llegar a ser santo, necesito hacer cosas grandes y espectaculares. Jesús, la viuda del Evangelio me muestra el valor de las cosas aparentemente pequeñas, cuando se hacen por amor. La santidad está al alcance de la mano, porque cuando trato de hacerlo todo por Ti no hay cosas pequeñas: todo es grande. Por eso, es importante que cada mañana te ofrezca todo lo que voy a hacer ese día: Mis pensamientos, palabras y obras, y mi vida entera, te ofrezco a Ti con amor. La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor es heroísmo. Jesús, me pides que sea santo, que viva heroicamente las virtudes cristianas. En definitiva, me pides que persevere en esos pequeños vencimientos diarios hechos por Amor: puntualidad, orden, servicio. Ayúdame a vivir así, con la generosidad de la pobre viuda que supo dar lo poco que tenía para vivir. Y al final de mi vida me podrás decir: Siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor [Mt 25, 20] (Pablo Cardona).

0 comentarios:

Publicar un comentario