viernes, 18 de mayo de 2012

SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: vemos hoy la recomendación de pedir en nombre de Jesús, rezar es el fundamento de toda actividad: así se hace el

Hechos de los apóstoles 18, 23-28: 23Pasó allí algún tiempo y marchó recorriendo una tras otra las regiones de Galacia y Frigia, y confortaba a todos los discípulos.

24Un judío llamado Apolo, de origen alejandrino, hombre elocuente y muy versado en ls Escrituras, llegó a Efeso. 25Había sido instruido en el camino del Señor. Hablaba con fervor de espíritu y enseñaba con esmero lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan. 26Comenzó a hablar con libertad en la sinagoga. Al oírle Priscila y Aquila le tomaron consigo y le expusieron con más exactitud el camino de Dios. 27Como deseaba pasar a Acaya, los hermanos le animaron y escribieron a los discípulos para que le recibieran. Cuando llegó fue de gran provecho, con la gracia divina, para los que habían creído, 28pues refutaba vigorosamente en público a los judíos demostrando por las Escrituras que Jesús es el Cristo.

Salmo responsorial: 46, 2-3.8-9.10 Dios es el Rey del mundo. 2Pueblos todos, batid palmas, / aclamad a Dios con gritos de júbilo; / 3porque el Señor es sublime y terrible, / emperador de toda la tierra.

8Porque Dios es el rey del mundo: / tocad con maestría. / 9Dios reina sobre las naciones, / Dios se sienta en su trono sagrado.

10Los príncipes de los gentiles se reúnen / con el pueblo del Dios de Abrahán; / porque de Dios son los grandes de la tierra, / y él es excelso.

Evangelio según san Juan 16, 23-28: En verdad, en verdad os digo: si algo pedís al Padre en mi nombre, os lo concederá. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.

Os he dicho estas cosas por medio de comparaciones. Llega la hora en que ya no os hablaré por comparaciones, sino que abiertamente os anunciaré las cosas acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre.

Comentario: 1. Comienza el tercer viaje apostólico de Pablo. Procedente de Éfeso, desembarcó en Cesarea, subió a saludar la Iglesia de Jerusalén y bajó a Antioquía... Luego, recorrió Galacia y Frigia. -Apolo, originario de Alejandría, había llegado a Éfeso. Así se extiende el evangelio: por un viajero que se desplaza por asuntos de su oficio. Mi trabajo, ¿es para mí ocasión de ser tu testigo, Señor? -Era un hombre elocuente, versado en las Escrituras; y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba lo referente a Jesús, si bien conocía solamente el bautismo de Juan. En esa Iglesia primitiva no existen todavía las distinciones que ahora nos son familiares. Apolo no ha esperado a tener la verdad total para hablar de Jesús. Sólo conoce una parte, ¡se quedó en lo del bautismo de Juan Bautista! Pero da a conocer lo que sabe. También para mí el descubrimiento de Jesucristo es sin duda muy imperfecto. Ayúdame, Señor, a hablar de Ti lo mejor que pueda, con mis propias palabras. Ayúdame, Señor, a saber reconocerte en las palabras y en la vida de aquellos que te conocen aún imperfectamente.

-Habiéndolo oído, Priscila y Aquila lo tomaron consigo y le expusieron más exactamente el «camino» que lleva a Dios. Un hogar cristiano, unos laicos cristianos se encargan de Apolo para ayudarle a avanzar en su fe. ¡Descubrir el "camino que conduce a Dios"! Señor, pon cerca de los que andan buscando, a laicos cristianos capaces de prestar ese servicio: ser un punto de referencia en el camino que conduce hasta Ti. ¿Hay a mi alrededor quienes andan buscando? ¿Les presto atención? ¿Cómo es mi plegaria?

-Queriendo Apolo ir a Grecia, los hermanos le animaron a ello y escribieron a los discípulos para que le hicieran una buena acogida. Decididamente, ¡la labor apostólica marcha! Y se pone de relieve la importancia de la «acogida». Un grupo no es verdaderamente cristiano si no permanece «abierto». Una comunidad cristiana no es un Club, reservado al que «presenta el carnet de socio». Corinto dará acogida a un cristiano procedente de Alejandría y de Éfeso. ¿Cómo son acogidos los extraños en nuestras comunidades?

-Una vez allí, fue de gran provecho a los creyentes, con el auxilio de la gracia, porque demostraba por las Escrituras que Jesús era el Mesías, el Cristo. Llegará a tener tanto éxito en Corinto, que provocará incluso clanes en torno a su nombre: «yo, soy de Apolo... yo, soy de Pablo...». Por el momento, san Lucas se regocija de la elocuencia de Apolo. Y da gracias a Dios por la calidad de sus sermones. Señor, ayúdanos a poner nuestras dotes personales al servicio del evangelio y de nuestros hermanos (Noel Quesson).

El tercero de los viajes de Pablo comienza también en Antioquía, su lugar de referencia, y pasa por las comunidades «animando a los discípulos». El centro de este viaje se situará en Éfeso. Pero la lectura de hoy es como un paréntesis en la historia de Pablo, porque se refiere a Apolo. Apolo era un judío que se había formado en Alejandría de Egipto, y hablaba muy bien, porque era experto en la Escritura, o sea, en el Antiguo Testamento. Aunque conocía sólo el bautismo de Juan, pero predicaba en las sinagogas sobre Jesús. Áquila y Prisca, el matrimonio amigo de Pablo, «lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino del Señor». Y así Apolo llegó a ser un colaborador muy válido en la evangelización, reconocido también por Pablo. Le enviaron a Grecia a predicar, y «su presencia contribuyó mucho al provecho de los creyentes».

Nada de celos apostólicos. Todos debemos involucrarnos en el anuncio del Evangelio. Más aún, quienes tienen más clara la doctrina del Señor tienen obligación de enseñarla a sus hermanos, no para atiborrarlos de conceptos en su cabeza, sino para ayudarles a dar un testimonio cada vez más creíble y eficaz del Nombre del Señor; testimonio nacido no sólo del estudio, sino de la experiencia personal del Señor que dará una nueva orientación a la vida de su enviado. Esto nos debe llevar a preocuparnos con toda lealtad de la mutua evangelización, así como nos dedicamos a la evangelización de los no creyentes. Tal vez haya muchos sectores de nuestra Iglesia que vivan casi como paganos; círculos en los que ya no se conozca a Dios. El Señor nos envía a evangelizar a quienes jamás han oído hablar de Él porque, aun cuando se les bautizó, jamás se les habló del Señor y se dejó que la vida de fe se marchitara demasiado pronto. Abramos nuestros ojos hacia el interior de la Iglesia para que procuremos trabajar en favor de la salvación, no sólo del mundo, sino también de nosotros mismos.

¿Qué hubiéramos hecho nosotros si se presenta en nuestra comunidad un laico que predica sobre Jesús por libre, tal vez con un lenguaje no del todo ajustado? En Éfeso el laico Apolo tuvo la suerte de encontrarse con unas personas, colaboradoras de Pablo, que le acogieron y le ayudaron a formarse mejor. Y así lograron un buen catequista y predicador de Cristo, al que la comunidad de Antioquia concedió un voto de confianza, encomendándole una misión nada fácil en Grecia. Una vez más somos invitados a ser abiertos de corazón, a saber reconocer el bien donde está. Nadie tiene el monopolio de la verdad. El criterio no tiene que ser ni la edad ni el sexo ni la raza ni si se pertenece o no al clero. Es verdad que Cristo encomendó la última responsabilidad y el magisterio decisivo a los apóstoles y sus sucesores. Pero la historia de la primera comunidad nos enseña que también este ministerio se tiene que desarrollar con una mentalidad abierta, sabiendo reconocer signos de la voz del Espíritu también en los laicos y en toda la comunidad. Los laicos, afortunadamente cada vez más, tienen un papel importante en la tarea de la evangelización encomendada a toda la Iglesia. Es una de las consignas más comprometedoras del Vaticano II, a partir de la «nueva» eclesiología de la Lumen Gentium. Tanto en el nivel eclesial como en el más doméstico de nuestro entorno, deberíamos saber apreciar los valores que hay en las personas: y si las vemos imperfectas, no condenarlas en seguida, sino ayudarles a formarse mejor, buscando no nuestro lucimiento o una ortodoxia fría, sino que progrese el Reino de Dios en nuestro mundo, sea quien sea el que evangelice y haga el bien, con tal que lo hagan desde la unidad con la Iglesia (J. Aldazábal). Para ello, tenemos la Escritura que nos habla de Cristo y a Cristo hemos de ver en ella. San Ireneo dice: «Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro escondido en el campo (Mt 13,44), es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo (Mt 13,38); tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y parábolas que no podían entenderse según la capacidad humana, antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo. Como dice el profeta Daniel (12,4-7) y el profeta Jeremías 23,20... Por esta razón, cuando los judíos leen la ley en nuestros tiempos, se parece a una fábula, pues no pueden explicar todas las cosas que se refieren al advenimiento del Hijo de Dios como hombre. En cambio, cuando la leen los cristianos, es para ellos un tesoro escondido en el campo, que la cruz de Cristo ha revelado y explanado. Con ella, la inteligencia humana se enriquece y se muestra la sabiduría de Dios manifestando sus designios sobre los hombres, prefigurándose el reino de Cristo y anunciándose de antemano la herencia de la Jerusalén santa...».

2. Se repite el salmo en la primera estrofa, y añadimos la parte final. Como decía Juan Pablo II, “se trata de un himno a Dios, Señor del universo y de la historia: "Dios es el rey del mundo (...). Dios reina sobre las naciones" (vv. 8-9)”, en la primera parte se habla más de dominación y “en la segunda parte la relación es de asociación: "los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham" (v. 10). Así pues, se nota un gran progreso…

El segundo momento del salmo (cf. vv. 7-10) está abierto a otra ola de alabanza y de canto jubiloso: "Tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro rey, tocad; (...) tocad con maestría" (vv. 7-8). También aquí se alaba al Señor sentado en el trono en la plenitud de su realeza (cf. v. 9). Este trono se define "sagrado", porque es inaccesible para el hombre limitado y pecador. Pero también es trono celestial el Arca de la alianza presente en la zona más sagrada del templo de Sión. De ese modo el Dios lejano y trascendente, santo e infinito, se hace cercano a sus criaturas, adaptándose al espacio y al tiempo (cf. 1 Re 8,27.30).

El salmo concluye con una nota sorprendente por su apertura universalista: "Los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham" (v. 10). Se remonta a Abraham, el patriarca que no sólo está en el origen de Israel, sino también de otras naciones. Al pueblo elegido que desciende de él se le ha encomendado la misión de hacer que todas las naciones y todas las culturas converjan en el Señor, porque él es Dios de la humanidad entera. Proviniendo de oriente y occidente se reunirán entonces en Sión para encontrarse con este rey de paz y amor, de unidad y fraternidad (cf. Mt 8,11). Como esperaba el profeta Isaías, los pueblos hostiles entre sí serán invitados a arrojar a tierra las armas y a convivir bajo el único señorío divino, bajo un gobierno regido por la justicia y la paz (cf. Is 2,2-5). Los ojos de todos contemplarán la nueva Jerusalén, a la que el Señor "asciende" para revelarse en la gloria de su divinidad. Será "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua (...). Todos gritaban a gran voz: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero"" (Ap 7,9-10)”. Pedimos en la Colecta: «Mueve, Señor nuestros corazones para que fructifiquen en buenas obras y, al tender siempre hacia lo mejor, concédenos vivir plenamente el misterio pascual».

3. –“Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre”. Ver su plegaria acogida... Rogar "en nombre de Jesús"... ¿Qué quiere decir esto? “Una oración al Dios de mi vida (Sl 41,9). Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos haya de estar entretejida en oración. Pero no penséis que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona. El justo encuentra en la ley de Yavé su complacencia y a acomodarse a esa ley tiende, durante el día y durante la noche (Sl 1,2). Por la mañana pienso en ti (Sl 62,7); y, por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso (cf. Sl 140,2). Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración (Dt 6,6-7).

Recordad lo que, de Jesús, nos narran los Evangelios. A veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante! Después de contemplar esa constante actitud del Maestro, le preguntaron: Domine, doce nos orare (Lc 11,1), Señor, enséñanos a orar así.

San Pablo -orationi instantes (Rm 12,12), en la oración continuos, escribe- difunde por todas partes el ejemplo vivo de Cristo. Y San Lucas, con una pincelada, retrata la manera de obrar de los primeros fieles: animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración (Hch 1,4).

El temple del buen cristiano se adquiere, con la gracia, en la forja de la oración. Y este alimento de la plegaria, por ser vida, no se desarrolla en un cauce único. El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María. Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha vertido la piedad de millones de hermanos en la fe: las de la liturgia -lex orandi-, las que han nacido de la pasión de un corazón enamorado, como tantas antífonas marianas: Sub tuum praesidium…, Memorare…, Salve Regina

En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8,2), Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te (Jn 21,17), Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo, Domine, sed adiuva incredulitatem team (Mt 9,23), creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine, non sum dignus (Mt 8,8), ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus (Jn 20,18), ¡Señor mío y Dios mío!… U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta.

La vida de oración ha de fundamentarse además en algunos ratos diarios, dedicados exclusivamente al trato con Dios; momentos de coloquio sin ruido de palabras, junto al Sagrario siempre que sea posible, para agradecer al Señor esa espera -¡tan solo!- desde hace veinte siglos. Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente.

Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin espectáculo, en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia, como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman, y todas nuestras acciones -aun las más pequeñas- se llenarán de eficacia espiritual.

Por eso, cuando un cristiano se mete por este camino del trato ininterrumpido con el Señor -y es un camino para todos, no una senda para privilegiados-, la vida interior crece, segura y firme; y se afianza en el hombre esa lucha, amable y exigente a la vez, por realizar hasta el fondo la voluntad de Dios.

Desde la vida de oración podemos entender ese otro tema que nos propone la fiesta de hoy: el apostolado, el poner por obra las enseñanza de Jesús, trasmitidas a los suyos poco antes de subir a los cielos: me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta el cabo del mundo (Hch 1,8).

Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico: me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía el fuego en mi meditación (Sl 38,4). ¿Qué fuego es ése sino el mismo del que habla Cristo: fuego he venido a traer a la tierra y qué he de querer sino que arda? (Lc 12,49). Fuego de apostolado que se robustece en la oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y a lo ancho del mundo, esa batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta que padecer a Cristo (cf Col 1,24)” (san Josemaría Escrivá).

-“Pedid y recibiréis, a fin de que vuestro gozo sea completo”. La oración, fuente de gozo... fuente de expansión... fuente de equilibrio. El mundo occidental, ¿no debería retornar a esta fuente? Orar. Pasar tiempo en la contemplación, en el reposo en Dios: quién sabe si no veremos volver esto desde las planicies del Ganges, o las arenas del desierto... o quizá también del hastío de nuestras vidas occidentales materializadas y encerradas en el "cerco de hierro" de una humanidad, a la que se le ha hecho creer que no hay nada más, que no tiene salida, que el hombre está encerrado en sí mismo... Pero ¡no! Hay una abertura: hay un mundo divino, próximo, cercano a ti, que te envuelve por doquier... y en el que la oración puede introducirte. Imposible experimentarlo en lugar de los demás. Hay que penetrar uno mismo en ello. Orad a fin de que vuestro gozo sea completo.

-“Llega la hora en que ya no os hablaré más en parábolas, sino que os hablaré claramente del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que Yo rogaré al Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado y creído que Yo he salido de Dios”. ¿Qué significan estas palabras? La abolición de las distancias. Entre Dios y los creyentes, hay una comunicación directa... que viene, por parte de Dios, de una actitud de amor -el Padre mismo os ama-... y por parte del hombre, de una actitud de fe y de amor -porque me habéis amado y habéis creído en mí. Entre el universo invisible y el universo visible, no hay muros. De la tierra, suben sin cesar plegarias, de amor y de fe. Del cielo, descienden sin cesar gracias y palabras divinas, de amor.

-“Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre”. Sí, en verdad Jesucristo es "la comunicación" entre estos dos mundos, que no están cerrados el uno al otro. El ha venido de ese mundo invisible, divino, celeste; que nos envuelve por todas partes. El nos lo ha revelado. Ha desvelado lo que estaba escondido en Dios: todo se resume en una sola palabra... Dios ama... Dios es Padre... Dios es amor... Ha vuelto a ese mundo invisible, divino, celeste, a ese mundo donde el amor es rey, a ese mundo donde el amor hace dichoso, a ese mundo donde las relaciones entre las Personas son totalmente satisfactorias, logradas, ¡y perfectas! ¿Vamos nosotros a beber, de vez en cuando, a esta fuente? (Noel Quesson).

Jesús sigue profundizando tanto en su relación con el Padre como en las consecuencias que esta unión tiene para sus seguidores: esta vez respecto a su oración. Ahora que Jesús «vuelve al Padre», que es el que le envió al mundo, les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz. El Padre y Cristo están íntimamente unidos. Los seguidores de Jesús, al estar unidos a él, también lo están con el Padre. El Padre mismo les ama, porque han aceptado a Cristo. Y por eso su oración no puede no ser escuchada, «para que vuestra alegría sea completa».

La eficacia de nuestra oración por Cristo se explica porque los que creemos en él quedamos «incardinados» en su viaje de vuelta al Padre: nuestra unión con Jesús, el Mediador, es en definitiva unión con el Padre. Dentro de esa unión misteriosa -y no en una clave de magia- es como tiene sentido nuestra oración de cristianos y de hijos. Cuando oramos, así como cuando celebramos los sacramentos, nos unimos a Cristo Jesús y nuestras acciones son también sus acciones. Cuando alabamos a Dios, nuestra voz se une a la de Cristo, que está siempre en actitud de alabanza. Cuando pedimos por nosotros mismos o intercedemos por los demás, nuestra petición no va al Padre sola, sino avalada, unida a la de Cristo, que está también siempre en actitud de intercesión por el bien de la humanidad y de cada uno de nosotros. La clave para la oración del cristiano está en la consigna que Jesús nos ha dado: «permaneced en mí y yo en vosotros», «permaneced en mi amor». Por eso el Padre escucha siempre nuestra oración. No se trata tanto de que él responda a lo que le pedimos. Somos nosotros los que en este momento respondemos a lo que él quería ya antes. Orar es como entrar en la esfera de Dios. De un Dios que quiere nuestra salvación, porque ya nos ama antes de que nosotros nos dirijamos a él. Como cuando salimos a tomar el sol, que ya estaba brillando. Como cuando entramos a bañarnos en el agua de un río o del mar, que ya estaba allí antes de que nosotros pensáramos en ella. Al entrar en sintonía con Dios, por medio de Cristo y su Espíritu, nuestra oración coincide con la voluntad salvadora de Dios, y en ese momento ya es eficaz. Aunque no sepamos en qué dirección se va a notar la eficacia de nuestra oración, se nos ha asegurado que ya es eficaz. Nos lo ha dicho Jesús: «todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11,24). Sobre todo porque pedimos en el nombre de Jesús, el Hijo en quien somos hermanos, y por tanto también nosotros somos hijos de un Padre que nos ama (J. Aldazábal).

“El Padre os ama, porque vosotros me queréis y habéis creído”. Y comenta San Agustín: «¿Nos ama Él porque le amamos nosotros, o más bien le amamos porque nos ama Él? Responde el mismo evangelista en su carta: “Nosotros le amamos porque Él nos ha amado primero”. Nosotros hemos llegado a amar porque hemos sido amados. Don es enteramente de Dios el amarle. Él, que amó sin haber sido amado, lo concedió para ser amado. Hemos sido amados sin tener méritos para que en nosotros hubiera algo que le agradase. Y no amaríamos al Hijo si no amásemos también al Padre. El Padre nos ama porque amamos al Hijo, habiendo recibido del Padre y del Hijo el poder amar al Padre y al Hijo, difundiendo la caridad en nuestros corazones el Espíritu de ambos, por el cual amamos al Padre y al Hijo, amando también a ese Espíritu con el Padre y el Hijo. Ese amor filial nuestro con que honramos a Dios, lo creó Dios, y vio que era bueno; por eso Él amó lo que Él hizo. Pero no hubiera creado en nosotros lo que Él pudiera amar si, antes de crearlo, Él no nos hubiese amado».

“¿Y dejas, Pastor, Santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, / en soledad y llanto; y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados y los ahora tristes y afligidos, / a tus pechos criados, de ti desposeídos, ¿a dónde volverán ya sus sentidos?” “Hoy, en vigilias de la fiesta de la Ascensión del Señor, el Evangelio nos deja unas palabras de despedida entrañables. Jesús nos hace participar de su misterio más preciado; Dios Padre es su origen y es, a la vez, su destino: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). No debiera dejar de resonar en nosotros esta gran verdad de la segunda Persona de la Santísima Trinidad: realmente, Jesús es el Hijo de Dios; el Padre divino es su origen y, al mismo tiempo, su destino. Para aquellos que creen saberlo todo de Dios, pero dudan de la filiación divina de Jesús, el Evangelio de hoy tiene una cosa importante a recordar: “aquel” a quien los judíos denominan Dios es el que nos ha enviado a Jesús; es, por tanto, el Padre de los creyentes. Con esto se nos dice claramente que sólo puede conocerse a Dios de verdad si se acepta que este Dios es el Padre de Jesús. Y esta filiación divina de Jesús nos recuerda otro aspecto fundamental para nuestra vida: los bautizados somos hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo. Esto esconde un misterio bellísimo para nosotros: esta paternidad divina adoptiva de Dios hacia cada hombre se distingue de la adopción humana en que tiene un fundamento real en cada uno de nosotros, ya que supone un nuevo nacimiento. Por tanto, quien ha quedado introducido en la gran Familia divina ya no es un extraño. Por esto, en el día de la Ascensión se nos recordará en la Oración Colecta de la Misa que todos los hijos hemos seguido los pasos del Hijo: «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo». En fin, ningún cristiano debiera “descolgarse”, pues todo esto es más importante que participar en cualquier carrera o maratón, ya que la meta es el cielo, ¡Dios mismo!” (Xavier Romero)

“Pedid y recibiréis”... Per algunos dicen: “¿Para qué rezar, si no conseguimos nada? ¿Para qué rezar, si a veces sentimos un muro de soledad a nuestro alrededor?” Puede ser que no recemos con fe, o que no pidamos lo que nos conviene. Santa Teresa del Niño Jesús escribía lo siguiente: "Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría". Entonces sí vale la pena rezar, pues “sólo se ve la luz en medio de la oscuridad cuando miramos hacia delante, cuando descubrimos que Cristo pasó antes que nosotros por la prueba de la cruz, y ahora está con Dios Padre, y nos espera, y nos prepara un lugar. También el cristiano puede ganar mucho si sabe orar en el nombre de Cristo, si no se deja aplastar por el dolor o el fracaso. Toca a Dios decidir si nos concede eso que pedimos desde lo más profundo del corazón. Pero incluso cuando no llega el regalo que pedimos, no nos faltará el consuelo de saber que estamos en sus manos. ¿No es eso ya vivir en oración, el mejor regalo que podemos recibir de nuestro Padre de los cielos?” (Fernando Pascual).

“Orar, orar en el Nombre de Jesús. Esto significa que Él será el que, como Hijo, se dirija al Padre Dios desde nosotros. Y el Padre Dios nos ama porque hemos creído en Aquel que Él nos envió, y que sabemos que procede del Padre. Por eso Él escucha la oración que su Hijo eleva desde nosotros. Pidamos que nos conceda en abundancia su Espíritu; pidamos que nos dé fortaleza en medio de las tribulaciones que hayamos de sufrir por anunciar su Evangelio. No nos centremos en cosas materiales. Ciertamente las necesitamos; y, sin egoísmos, desde nuestras manos Dios quiere remediar la pobreza de muchos hermanos nuestros. Pero pidámosle de un modo especial al Señor que nos ayude a vivir y a caminar como auténticos hijos suyos, para que todos experimente la paz y la alegría desde la Iglesia, sacramento de salvación en el mundo.

Reunidos en esta celebración del Memorial del Misterio Pascual de Cristo, estando en comunión de vida con Él, desde Él dirigimos nuestra oración de alabanza y de súplica a nuestro Dios y Padre. El Señor escucha el clamor de sus hijos. Él nos concederá todo lo que le pidamos, siempre y cuando no vengamos a Él con un corazón torcido, buscando sólo nuestros intereses egoístas. Dios nos quiere como testigos suyos en el mundo. Él nos concederá todo lo que necesitemos para cumplir fiel y eficazmente con esa Misión que nos confía. Por eso la celebración de la Eucaristía más que un acto de piedad, es todo un compromiso para llenarnos de Dios y para poder llevarlo a la humanidad entera, desde la experiencia que de Él hayamos tenido en su Iglesia. Al recibir los dones de Dios nosotros también debemos escuchar el clamor de los pobres y de los más desprotegidos. En la medida de todo aquello que el Señor nos ha concedido, debemos concederle a nuestro prójimo el cumplimiento de sus legítimos deseos, expresados como una oración cuando contemplamos las diversas desgracias en que ha caído. Dios quiere continuar salvando, haciendo el bien y socorriendo a la humanidad que ha sido deteriorada por el pecado y azotada por la pobreza. Seamos un signo creíble del amor de Dios para nuestros hermanos. Por eso no sólo debemos pretender ser escuchados por Dios; también nosotros debemos escuchar a los demás para remediar sus males y fortalecerles en el camino de la vida. Aprendamos a estar a los pies de Jesús por medio de la escucha fiel de aquellos que, como sucesores de los apóstoles, nos transmiten la verdad sobre Jesucristo. Pero no nos guardemos lo aprendido y vivido. Llevémoslo a los demás con el ardor de la fe y del amor que proceden del Espíritu que Dios ha derramado en nuestra propia vida. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos amar como verdadero hermanos, buscando siempre el bien unos de otros, hasta que juntos podamos gozar de los bienes eternos, como hijos amados de nuestro Dios y Padre. Amén

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