sábado, 7 de enero de 2012

El Bautismo del Señor, ciclo B: completa la epifanía, manifestación de la gloria del Padre en la unción filial de Jesús como Hijo y nosotros con Él.


El Bautismo del Señor, ciclo B: completa la epifanía, manifestación de la gloria del Padre en la unción filial de Jesús como Hijo y nosotros con Él.

Lectura del Profeta Isaías 42,1-4. 6-7. Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.
Salmo 28,1a.2.3ac-4.3b.9b-10: R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, / aclamad la gloria del nombre del Señor, / postraos ante el Señor en el atrio sagrado. // La voz del Señor sobre las aguas, / el Señor sobre las aguas torrenciales. / La voz del Señor es potente, / la voz del Señor es magnífica. // El Dios de la gloria ha tronado. / El Señor descorteza las selvas. / En su templo, un grito unánime: ¡Gloria! / El Señor se sienta por encima del aguacero, / El señor se sienta como rey eterno.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10,34-38: En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: —Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,6b-11. En aquel tiempo proclamaba Juan: —Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: —Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.

Comentario. Los tres ciclos dominicales repiten hoy las dos primeras lecturas y varían el evangelio, todo ello nos muestra la manifestación de Dios en la persona y la misión de Jesús. Todo lo que el pueblo de Dios esperaba (1ª lectura) y todo lo que Jesús hizo y la Iglesia cree y anuncia (2ª lectura) está incluido en la proclamación del Jordán: Jesús es el hombre lleno del Espíritu de Dios que podrá manifestar y comunicar al Padre, al Dios del amor (ya que él es el Hijo, el amado, "en quien he puesto mi amor "=" el que es el predilecto"). La narración del bautismo de Jesús anuncia su vida pública, y esta unción divina se manifestará progresivamente (Transfiguración, Pasión con la afirmación ante el Sanedrín). Como dicen los evangelios: Jesús "crece" ante Dios y ante los hombres. Está para comenzar el año litúrgico, y el camino de Jesús sigue en nosotros: hemos recibido el Espíritu de Dios para manifestar y realizar el amor de Dios (J. Gomis). Hace unos días, comentando con unos pequeños que la estrella de los Magos la tenemos en el corazón, que allí hay una luz, como un GPS por el que Jesús nos indica el camino, y cuando nos despistamos y perdemos la señal puede ser que estemos sin batería, que hemos de cargar otra vez; y al preguntarles cómo cargamos ese GPS un niño contestó: “rezando y portándome bien”. Así es, pensé: trato con Dios (sacramentos y oración) y lucha por hacer por amor lo que toca, no “pasarlo bien” sino como Jesús un pasar "haciendo el bien"; hoy se concluye por así decir la fiesta de Epifanía, con esta otra escena epifánica o teofánica: "Apenas se bautizó el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre él. Y se oyó la voz del Padre que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto" (ant. de entrada). Hay varios signos epifánicos: el abrirse el cielo, cerrado para la humanidad por su pecado, el posarse sobre Jesús el Espíritu en un gesto que recuerda la primera creación, ungiéndole como Mesías, y la voz del Padre manifestando que aquel hombre, aparentemente pecador, es su Hijo predilecto (prefacio). Esto mismo expresa la oración colecta: "Dios todopoderoso y eterno, que en el Bautismo de Cristo, en el Jordán, quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo"... Los textos eucológicos insisten en el carácter teofánico de la escena del bautismo; en este día manifestaste a tu Hijo predilecto (ofrendas).
El Bautismo es el fundamento de la llamada a la santidad, el fundamento del deber y derecho a vivir el culto "en espíritu y en verdad". Es el primera peldaño del proceso de iniciación cristiana, que debe crecer con el don efusivo del Espíritu (Confirmación) y el sentarse por primera vez a la mesa del Señor (Eucaristía). Jesús en el Bautismo del Jordán asume "la realidad de nuestra carne para manifestársenos" (2a oración colecta). La asume en aparente condición pecadora, como siervo, poseído totalmente por el espíritu, en condición humilde y paciente. Su misión es promover el derecho y la justicia, siendo luz y liberando de las esclavitudes de los hombres (Is 42,1-4.6-7). Santo Tomás de Aquino hablaba de los "misterios de la vida de Cristo": el resplandor de Dios en el hombre Jesús de Nazaret. Él será hoy el centro de nuestra celebración y de nuestra contemplación: él, bautizado en el Jordán. Es una fiesta nueva, aún no tiene tradición y pasa más desapercibida. Para la gente, las fiestas de Navidad se han terminado. Pero litúrgicamente se prolongan hoy y aún hay reminiscencias el domingo próximo, en el que todavía escucharemos el testimonio de Juan y asistiremos a la "transferencia" de discípulos entre Juan y Jesús (en el Ciclo B). Las iglesias orientales celebran el bautismo del Señor en la fiesta de la Epifanía. La iglesia latina ha preferido en esta fiesta leer el evangelio de la adoración de los magos. Pero, ciertamente la gran Epifanía, tal como consta en los cuatro evangelios, y en la primitiva predicación de los apóstoles (cf. 2a.lect.), es el bautismo en el Jordán. Aquí tiene lugar la gran Teofanía que ya anuncia la Pascua. El Padre manifiesta, proclama, que Jesús es su Hijo, el amado; y el Espíritu desciende del cielo sobre las aguas como una paloma recordando el fin del antiguo diluvio y el establecimiento de una Alianza nueva, definitiva. Todo eso tendrá su plenitud en la Pascua: entonces, en la resurrección, Jesús es declarado Hijo de Dios (cf. Rom 1, 4) y se convierte en emisor del Espíritu (cf. Jn 20, 22). La Epifanía, celebrada sobre todo en el bautismo del Señor, anticipa la Pascua (P. Llabrés).
1. Is 42,1-4.6-7. Se nos presenta al elegido del Señor (bhr) sobre el que reposa su espíritu (rûh). Es el primer cántico del siervo en lenguaje velado y oscuro: ¿Quién es el siervo? ¿Ante quiénes se presenta? ¿Cuál es su misión? Se equipara a los profetas de Israel (Jc 6, 34; 1 S 11, 6; Is 6; 11, 2ss.). Pero aquí nos recuerda la presentación pública de los reyes ante el pueblo (cf 1 S 16: David, equipado con el don del espíritu, es proclamado rey). -Su misión es hermosa pero muy dura, ya que debe "implantar el derecho en la tierra...": abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas (v. 7). Ceguera, prisión, tinieblas, evocan realidades negativas que deben ser transformadas a través de actuaciones liberadoras: abrir, sacar. Toda la teología bíblica rezuma liberación; todo ser humano con vocación de redentor debe ser necesariamente liberador, ya que ambos términos se identifican. Muchas veces su premio será el sufrimiento, más no se quebrará (v. 4). Siempre confiado, transmitirá este sentimiento incluso a aquéllos que están a punto de extinguirse: "la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará". La postura del siervo es firme, inquebrantable en el cumplimiento de su deber (A. Gil Modrego).
La figura el siervo es enigmática. En la tradición oriental, en los procesos, después de proclamar la condena, el heraldo rompía una caña y apagaba una lámpara, signos de muerte. Esto es lo que no hará el Siervo... El siervo proclamará la misericordia de Dios a todos los pueblos y les hará conocer el derecho de Yahvé. Realizará su misión con firmeza = fidelidad y verdad. Con un juego de palabras, que remite al v. 3, dice que no se apagará ni quebrará hasta que haya cumplido su misión (P. Franquesa).
La ambientación histórica son los años del destierro o inmediatamente siguientes. Aquí se nos habla de liberación, con terminología propia de la creación, "Yo te he formado", como al primer hombre. Es que con su siervo comienza un Nuevo Mundo, una Nueva Creación, un nuevo orden de cosas a través de la Nueva Alianza realizada con su pueblo. A partir de él todo será nuevo. "Los ciegos" o paganos abrirán sus ojos a la revelación; "los presos" o israelitas serán liberados de las tinieblas o equivocaciones en que viven desterrados. Y todo lo hará el que todo lo hizo con el soplo de su palabra, el creador de cielos y tierra. Creador y Redentor serán siempre ideas correlativas en nuestro profeta. Como rey implantará el derecho y justicia en la tierra. Derecho y justicia que están muy por encima de los conceptos modernos impregnados de legalismo o sociología; implican una actividad salvífica a todos los niveles sobre la base de los designios de Dios. Como sacerdote, es a él a quien compete exponer lo mismo que el rey debe implantar: el derecho. Tal era la costumbre en el pueblo de Israel. Como profeta, le compete ser el paciente altavoz de la voluntad divina en medio de todas las naciones de la tierra. Rey, sacerdote y profeta en maravilloso contraste con los reyes, sacerdotes y profetas de su tiempo. Nada de procedimientos militares ni de griteríos en las plazas ni de legalismo humano. Sencilla y llanamente transformando la interioridad de los individuos, reavivando la mecha a punto de extinguirse, llevando a cabo la verdadera revolución querida por Dios con las armas de la paz. Y todo ello será efecto de la acción dinámica de Yahveh en él, del espíritu divino que lo anima. En el bautismo y en el Tabor nos encontraremos con la realización de esta profecía en Jesús como primicia. Más tarde, en Pentecostés, sobre la naciente Iglesia como comunidad salvífica y medianera universal. Los exiliados no podían llegar tan lejos. A nosotros se nos ha revelado (Edic. Marova). Este «Libro de la Consolación» (40-56) está lleno de esperanza pues está lleno de la voz de Jesús, que vemos en el salmo.
2. Jesús habla por esas palabras –explica S. Agustín- en el corazón humano "humillaba a los soberbios mediante la contrición del corazón, ...que arrastraba a unos hacia su amor, mientras dejaba a otros en su propia malicia, ...que manifestaba la opacidad de los misterios contenidos en la Sagrada Escritura...". Es el anuncio de la Realeza de Cristo, quien, saliendo victorioso de la lucha y tras sentarse sobre su trono de gloria, hace partícipe a su pueblo de la fuerza, de la potencia y de la bendición en su Reino de paz. Este salmo- que habla tanto de tempestad- termina con una apacible visión de paz, como si se tratara de un reflejo literario de aquella otra tempestad de Viernes Santo que concluye con la luz gozosa de la Resurrección: tras la lucha y las borrascas de la vida presente, si la voz del Señor encuentra acogida en nuestro interior, nos espera el sosiego de la vida eterna (Félix Arocena).
Desde el simple ángulo poético, tenemos en este salmo un admirable trozo literario: la descripción de una tempestad que rodea la Palestina, originándose sobre el mar al occidente, desplazándose hacia el norte (los montes del Líbano y Sarión), y finalizando en el desierto de Cadés al sur. La descripción de la tempestad es muy concreta: al brillo de los relámpagos fantásticos, la imaginación exaltada ve saltar los montes como novillos furiosos... Los bosques desplomarse por los rayos, y los grandes árboles arrancados de raíz troncharse en el suelo al caer... Los animales enloquecidos protegen a sus pequeñuelos antes de tiempo... Estos efectos grandiosos son logrados mediante recursos literarios de una extrema simplicidad: las mismas palabras: repetidas según el ritmo gradual, como el rugido de un eco que se prolonga... Frases cortas "entrecortadas" y sobre todo estos siete golpes de "trueno" que escanden el poema: "voz del Señor" en hebreo "Qôl Yahveh...". En la liturgia judía, este salmo se canta en Pentecostés, para celebrar la revelación del Sinaí. Israel recuerda esta "teofanía" formidable que vivió a lo largo de su peregrinación de 40 años en el desierto de Cadés: la voz del Señor "era semejante a un trueno" esta "voz", esta "palabra" de Dios reveló a este pueblo su ley. No es mera coincidencia que esta voz se haga oír aquí, "siete veces". Es un número simbólico, que significa "la perfección". ¡La voz de Dios es perfecta!
Este salmo lo propone la Iglesia el domingo del "bautismo de Jesús": "Se abrió el cielo... Se oyó una voz... Tú eres mi Hijo". El evangelio como cosa normal, utiliza todos los esquemas culturales del pueblo en el cual fue primeramente proclamado. .. Para un judío de ese tiempo, el "trueno", era "la voz de Dios". Y San Juan, no vacila en narrar lo siguiente: "Una voz vino del cielo: yo lo he glorificado y lo glorificaré aún". La muchedumbre que se encontraba allí y que había oído decía que se trataba de un trueno: otros decían que un ángel le había hablado". (Jn 12,28-29). El mismo San Juan, en el Apocalipsis, escuchó también "Siete ruidos de trueno" (Ap 10,3-4), exactamente como en este salmo. Se comprende por qué, el día de Pentecostés, también la presencia de Dios se sintió como una tempestad que conmovió la casa en que los apóstoles estaban reunidos... y por qué Saulo fue derribado por un relámpago en el camino de Damasco (Hch 9,3-4). Ante tantos problemas estos versos nos hacen estar en pie valientemente, y pensar que el hombre de fe no tiene miedo, no tiene miedo de nada, pues sabe que todo está en manos de Dios: "El domina, el Señor reina eternamente". La imagen de la tempestad que fulmina los cedros, que domina la fuerza de las aguas, nos dice elocuentemente que Dios tendrá efectivamente la última palabra contra todas las potencias hostiles. Jesucristo es este "Señor de la gloria" cantado ya por el salmista. El es verdaderamente la "voz del Señor", su palabra triunfante que como el fuego "destruirá el pecado con el soplo de su boca" (2 Tesalonicenses 2,8). No, el mal no puede permanecer ante Dios ¡Alegrémonos por ello! Que nuestras liturgias sean un grito ininterrumpido: "¡Gloria!" (Noel Quesson).
El cielo está oscuro, la tempestad se enfurece, las fuerzas del mal parecen haberse apoderado de cielo y tierra. La tempestad es símbolo y realidad de destrucción y confusión, de peligro y de muerte. El hombre teme a la tempestad y corre a protegerse cuando los rayos descargan. El hombre, desde su infancia personal e histórica, siempre ha tenido miedo a la oscuridad. Y, sin embargo, tú me enseñas ahora, Señor, que la tempestad es tu trono. En ella avanzas, te presentas, dominas los cielos y la tierra que tú creaste. Tú eres el Señor de la tempestad. Tú estás presente en la oscuridad tanto como en la luz; tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el cielo azul. El trueno es tu voz, y el rayo es la rúbrica de tu mano. He de aprender a reconocer tu presencia en la tormenta oscura, así como la reconozco en la alegre luz del sol. Te adoro como Señor de la naturaleza. «La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, la voz del Señor descuaja los cedros del Líbano. La voz del Señor lanza llamas de fuego». Después de reconocerte en las tormentas de la naturaleza, llego a reconocerte también en las tormentas de mi propia alma. Cuando mi cielo privado se oscurece, tiemblan mis horizontes y rayos de desesperación descargan sobre la soledad de mi corazón. Si las bendiciones vienen de ti, también vienen las pruebas. Si tú eres sol, también eres trueno; y si traes la paz, también traes la espada. Tú te acercas al alma tanto en el consuelo como en la tentación. Tuyo es el día y tuya es la noche; y después de venerarte como Dios de la luz del día, quiero también aprender a venerarte como Señor de la noche en mi propia vida. Aún te siento ahora más cerca en la tempestad, Señor, que en la calma. Cuando todo va bien y la vida discurre su curso normal, te doy por supuesto, reduzco al mínimo tu papel en mi vida, me olvido de ti. En cambio, cuando vienen las tinieblas y me cubren con el sentido de mi propia impotencia, al instante pienso en ti y me refugio a tu lado. Por eso acepto ahora con gratitud el misterio de la tormenta, la prueba del relámpago y el trueno. Me acerco a ti más en mis horas negras, y me inclino ante tu majestad en el temporal que ruge por los campos de mi alma. El Dios de las tormentas es el Dios de mi vida. «El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como Rey eterno. El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz».
Juan Pablo II explicaba así cómo en el salmo –que algunos estudiosos consideran como uno de los textos más antiguos del Salterio- el Señor proclama solemnemente su palabra: “el salmista concibe el trueno como un símbolo de la voz divina que, con su misterio trascendente e inalcanzable, irrumpe en la realidad creada hasta estremecerla y asustarla, pero que en su significado más íntimo es palabra de paz y armonía. El pensamiento va aquí al capítulo 12 del cuarto evangelio, donde la muchedumbre escucha como un trueno la voz que responde a Jesús desde el cielo (cf. Jn 12, 28-29)… (luego,) al temor y al miedo se contrapone ahora la glorificación adorante de Dios en el templo de Sión. Hay casi un canal de comunicación que une el santuario de Jerusalén y el santuario celestial: en estos dos ámbitos sagrados hay paz y se eleva la alabanza a la gloria divina. Al ruido ensordecedor de los truenos sigue la armonía del canto litúrgico; el terror da paso a la certeza de la protección divina. Ahora Dios "se sienta por encima del aguacero (...) como rey eterno" (v. 10), es decir, como el Señor y el Soberano supremo de toda la creación. Ante estos dos cuadros antitéticos, el orante es invitado a hacer una doble experiencia. En primer lugar, debe descubrir que el hombre no puede comprender y dominar el misterio de Dios, expresado con el símbolo de la tempestad. Como canta el profeta Isaías, el Señor, a semejanza del rayo o la tempestad, irrumpe en la historia sembrando el pánico en los malvados y en los opresores. Bajo la intervención de su juicio, los adversarios soberbios son descuajados como árboles azotados por un huracán o como cedros destrozados por los rayos divinos (cf. Is 14, 7-8). Desde esta perspectiva resulta evidente lo que un pensador moderno, Rudolph Otto, definió lo ‘tremendum’ de Dios, es decir, su trascendencia inefable y su presencia de juez justo en la historia de la humanidad. Esta cree vanamente que puede oponerse a su poder soberano. También María exaltará en el Magníficat este aspecto de la acción de Dios: "Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos" (Lc 1, 51-52). Con todo, el salmo nos presenta otro aspecto del rostro de Dios: el que se descubre en la intimidad de la oración y en la celebración de la liturgia. Según el pensador citado, es lo ‘fascinosum’ de Dios, es decir, la fascinación que emana de su gracia, el misterio del amor que se derrama sobre el fiel, la seguridad serena de la bendición reservada al justo. Incluso ante el caos del mal, ante las tempestades de la historia y ante la misma cólera de la justicia divina, el orante se siente en paz, envuelto en el manto de protección que la Providencia ofrece a quien alaba a Dios y sigue sus caminos. En la oración se conoce que el Señor desea verdaderamente dar la paz. En el templo se calma nuestra inquietud y desaparece nuestro terror; participamos en la liturgia celestial con todos "los hijos de Dios", ángeles y santos. Y por encima de la tempestad, semejante al diluvio destructor de la maldad humana, se alza el arco iris de la bendición divina, que recuerda "la alianza perpetua entre Dios y toda alma viviente, toda carne que existe sobre la tierra" (Gn 9, 16). Este es el principal mensaje que brota de la relectura "cristiana" del salmo. Si los siete "truenos" de nuestro salmo representan la voz de Dios en el cosmos, la expresión más alta de esta voz es aquella con la cual el Padre, en la teofanía del bautismo de Jesús, reveló su identidad más profunda de "Hijo amado" (Mc 1, 11 y paralelos). San Basilio escribe: "Tal vez, más místicamente, "la voz del Señor sobre las aguas" resonó cuando vino una voz de las alturas en el bautismo de Jesús y dijo: "Este es mi Hijo amado". En efecto, entonces el Señor aleteaba sobre muchas aguas, santificándolas con el bautismo. El Dios de la gloria tronó desde las alturas con la voz alta de su testimonio (...). Y también se puede entender por "trueno" el cambio que, después del bautismo, se realiza a través de la gran "voz" del Evangelio"”.
3. Hch 10,34-38: Reflejando el kerigma primitivo en el fondo, encontramos dos temas principales en este discurso: universalidad del mensaje y función de Cristo. El primero de ellos (vs. 34-36) empalma con el contexto inmediato de Hechos, la conversión de Cornelio, consiguiente apertura del Evangelio a los gentiles y explicaciones de Pedro, primero a los catecúmenos y luego a los de la comunidad primitiva (cap. 11). A todos nos cuesta relativizar nuestra inteligencia de lo cristiano, sobre todo cuanto tiene vinculación con temas que son irrenunciables o que consideremos cercanos a ellos. Pero deberíamos tener más prudencia a la hora de discernir cuáles son esos temas irrenunciables. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de cómo se ha dado marcha atrás en muchos puntos que se creían vinculados incuestionablemente al cristianismo (F. Pastor). Ante el relativismo actual este discernimiento es más importante, distinguir el trigo de la paja, lo esencial de lo mudable en la historia, para no ofrecer dificultades añadidas a la mentalidad de la cultura actual. Pedro se encuentra en casa de Cornelio, comparte con él la misma mesa y le anuncia el Evangelio. Comprende que no debe distinguir ya entre alimentos puros e impuros, tampoco entre gentiles y judíos. Pero proclama la universalidad de la salvación que realiza Dios en Cristo. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios. Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones (Dt, 10,17; Rm 2,11; Gal 2,6) y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. La igualdad de los hombres ante Dios era comúnmente aceptada por los helenistas, esto es, por los cristianos procedentes de la gentilidad que habían sido mentalizados por la filosofía estoica. Sin embargo, para Pedro y los cristianos procedentes del judaísmo se trataba de un cambio radical en su concepción de la historia de salvación. Pero confiesa que el Evangelio es para todo el mundo, porque Jesús es el Señor de todos los hombres (Mt, 28,18-20; Jn 1,1ss; Fl 2,5-11).
Después de esta introducción, Pedro pasa ahora a predicar el Evangelio de Jesucristo. La descripción que se hace aquí de la actividad pública de Jesús a partir del Jordán y comenzando en Galilea recuerda el Evangelio según San Marcos, que recoge precisamente la tradición de San Pedro. En atención a sus oyentes gentiles, Pedro destaca particularmente el poder de hacer milagros y la fuerza con la que Jesús libera a los oprimidos por el diablo. Jesús es el "ungido", es decir, el Cristo o Mesías. Sobre él descendió el Espíritu Santo y fue consagrado con toda la plenitud de Dios. Su dignidad mesiánica está inseparablemente unida a su misión salvadora. Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, pasó por el mundo haciendo bien y curando a los oprimidos. Esta expresión sugiere el título de Salvador (Soter) y Benefactor (Euergetes), títulos que solían dar los antiguos a los soberanos después de su apoteosis. Claro que todos estos "salvadores y benefactores" no entendieron su autoridad como un servicio que se acercaba al menos al que prestó el Siervo de Yahveh. Los cristianos de la naciente Iglesia, confesando su fe en Cristo, el Señor, protestaban contra todo culto a los emperadores. Sólo Jesús vino a servir y no a ser servido, por eso Jesús es el Señor (“Eucaristía 1987”).
El discurso de Pedro señala como la intervención de Dios marca este camino de discernimiento en la Iglesia: no hace distinciones, toma una decisión que señala un cambio decisivo. Desde este momento nadie puede ser tenido por impuro. Todo hombre puede ser grato a Dios (P. Franquesa). Es la «Pentecostés de los gentiles» (44-46) y el bautismo de los miembros de la casa de Cornelio (47-48; cf. 2,1-13; 19,6-7; aquí está redactado de una forma que se ha de completar con las vacilaciones de Pedro, que en este mismo terreno provocarán un enfrentamiento con Pablo: Gál 2,11s: F. Casal).
4. -"Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán". El bautismo abre la etapa de la actividad pública de Jesús como predicador itinerante. Jesús es Dios hecho hombre (como hemos contemplado por Navidad), con todas las de la ley. Y va madurando como lo vamos haciendo los hombres: en contacto con los demás, recibiendo sus influencias y asimilándolas, descubriendo, con la ayuda de los demás, nuestras riquezas y nuestra vocación. El día de la Sagrada Familia leíamos: "...se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba". Jesús -el Hijo de Dios- crece y madura como hombre bajo la mirada amorosa del Padre, pero con la ayuda paternal de José y María y de los demás vecinos de Nazaret.
"Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo". Nótese que el evangelio no describe algo "que todos pudieron ver" sino lo que vio Jesús. Además, ¿qué puede querer decir que el cielo se rasgó, que el espíritu, como una paloma, bajó hacia él, y que se oyó una voz del cielo? Estas primeras pinceladas de la vida públcia del Señor pertenecen al ser más profundo de Jesús: a sus relaciones con Dios. ¿Quién es Jesús? Es el Hijo amado, el predilecto del Padre y en el que se ha posado su mismo Espíritu (1ª lect.) En Jesús se establece una íntima comunicación entre Dios y los hombres: el "cielo" no está "cerrado"(=no hay separación e incomunicación entre Dios y los hombres), sino que está abierto, "rasgado". De la misma manera que rompemos la cáscara de una almendra o de una nuez para sacar el fruto, hemos de romper, también, el lenguaje de textos como estos para descubrir (¡y no es difícil!) lo que nos quieren decir. No busquemos hechos maravillosos y extraños, sino comprendamos lo que nos dice el evangelista. Jesús que viene de Nazaret y está a punto de empezar su actividad de predicador itinerante por Galilea es aquel sobre el que reposa el Espíritu de Dios, el Hijo amado, el predilecto. "A tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo" (colecta). Nosotros fuimos bautizados: inmergidos, sumergidos, en Jesucristo. Incorporados a él, tomados por él, injertados en él. Y, con él y en él, entramos en el mismo orden de relaciones con Dios: somos también hijos amados del Padre, el Padre se complace en nosotros y nos envía su mismo Espíritu. Sólo poniéndonos en la escuela del Hijo amado, fiel en todo al Espíritu. de Dios, podemos comportarnos como hijos amados y ser dóciles. Es lo que hacemos cada domingo al celebrar la Eucaristía. Pero tenemos que vivirlo también a lo largo de nuestra vida de cada día (J. Totosaus).
Este texto se encuentra influenciado por la afirmación fundamental que encabeza el evangelio: Jesús, el Cristo, Hijo de Dios. Su carácter mesiánico lo vincula a los motivos teológicos de la antigua alianza. Juan hace de puente entre los dos testamentos. Hay una continuidad explícita entre Juan=AT, y Jesús-NT. El que viene "detrás de mí" puede más que yo. "Detrás de mí" significa que él se siente como el principio de una realidad futura que le supera. La obra del que viene detrás es el bautismo con Espíritu. El Bautista es el mayor, pero desaparece ante el que puede más que él. El bautiza con agua pero está ya presente el que bautiza con Espíritu. Los otros evangelistas hablan de su bautismo en Espíritu y fuego que se clarifica con la venida del Espíritu en forma de lenguas de fuego en Pentecostés. En el evangelio de Marcos, Jesús entra en nuestra historia a través del bautismo de Juan. Con este gesto se incardina en la historia de salvación del pueblo de Dios compendiada en el bautismo de Juan. Se pone entre los pecadores y se somete, junto con ellos, al juicio de Dios. El bautismo de Jesús es el primero de una serie de signos mesiánicos que -relacionados intrínsecamente con la muerte de Cristo- representan la salvación definitiva de Dios. La cena pascual puso fin a estos signos del cumplimiento escatológico. Marcos, para demostrar que Jesús bautizará con Espíritu, dice que se rasgaron los cielos, bajó el Espíritu y se oyó la voz del cielo. Rasgarse los cielos equivale a decir que ha llegado la salvación definitiva. Dios vuelve a hablar con su pueblo. Había enmudecido, no había profetas. La conclusión no es formulada aquí explícitamente, como en la narración de la transfiguración (Marcos 9,7), pero es clara: es mi hijo amado, mi preferido. Escuchadle (Pere Franquesa).
La conmoción que el Bautista con su predicación de penitencia y su modo de vivir produjo, fue tan grande, que muchos creyeron que él fuese el "Mesías" prometido. Para evitar este engaño, Juan acentúa su misión de "precursor" señalando con su dedo hacia Jesús: En pos de mí, viene uno... "Así como la aurora es el fin de la noche y el principio del día, Juan Bautista es la aurora del día del Evangelio, y el término de la noche de la Ley" (Tertuliano). "Es necesario que Él crezca y que yo disminuya”. Como el lucero de la mañana palidece ante el sol, así el Precursor del Señor quiere eclipsarse ante el que es la Sabiduría encarnada. Esta es la lección que nos deja el Bautista a cuantos queremos predicar al Salvador: desaparecer. "¡Ay, cuando digan bien de vosotros!"
Sugiere Raniero Cantalamessa: “Cuando se escribe la vida de los grandes artistas y poetas, siempre se intenta descubrir la persona (en general la mujer) que ha sido, para el genio, la fuente de inspiración, la musa frecuentemente escondida. También en la vida de Cristo hallamos un amor secreto que ha sido el motivo inspirador de todo lo que hizo: su amor por el Padre celestial. Ahora, con ocasión del Bautismo en el Jordán, descubrimos que este amor es recíproco. El Padre proclama a Jesús su «Hijo predilecto» y le manifiesta toda su complacencia enviando sobre él el Espíritu Santo, que es su mismo amor personificado. Según la Escritura, como la relación hombre-mujer tiene su modelo en la relación Cristo-Iglesia, así la relación padre-hijo tiene su modelo en la relación entre Dios Padre y su Hijo Jesús. De Dios padre «toda paternidad en los cielos y en la tierra toma nombre» (Ef 3,15), esto es, saca existencia, sentido y valor. Es una ocasión para reflexionar sobre este delicado tema. Quién sabe por qué la literatura, el arte, el espectáculo, la publicidad explotan una sola relación humana: la de fondo sexual entre el hombre y la mujer, entre el marido y la esposa. Dejamos en cambio casi del todo inexplorada otra relación humana igualmente universal y vital, otra de las grandes fuentes de gozo de la vida: la relación padres-hijos, la alegría de la paternidad. Igual que el cáncer ataca habitualmente los órganos más delicados en el hombre y en la mujer, así el poder destructor del pecado y del mal ataca los ganglios más vitales de la existencia humana. No hay nada que sea sometido al abuso, a la explotación y a la violencia como la relación hombre-mujer, y no hay nada que esté tan expuesto a la deformación como la relación padre-hijo: autoritarismo, paternalismo, rebelión, rechazo, incomunicación... El sufrimiento es recíproco. Hay padres cuyo sufrimiento más profundo en la vida es ser rechazados o directamente despreciados por los hijos, por los cuales han hecho cuanto han podido. Y hay hijos cuyo más profundo y no confesado sufrimiento es sentirse incomprendidos o rechazados por el padre, y que en un momento de irritación, tal vez han oído decir del propio padre: «¡Tú no eres mi hijo!». ¿Qué hacer? Ante todo creer. Reencontrar la confianza en la paternidad. Pedir a Dios el don de saber ser padre. Después esforzarse también en imitar al Padre celeste”. Vimos en la fiesta de la S. Famlilia cómo traza la Escritura la relación padres-hijos, con visión positiva, no “con continuos reproches y observaciones negativas, sino más bien animar cada pequeño esfuerzo. Comunicar sentido de libertad, de protección, de confianza en sí mismos, de seguridad. Como hace Dios, que dice querer ser siempre para nosotros una «roca de defensa» y una «ayuda siempre cercada en las angustias» (Sal 46). No tengáis miedo de imitar alguna vez, a la letra, a Dios Padre y de decir al propio hijo o hija: «¡Tú eres mi hijo amado! ¡Tú eres mi hija amada! ¡Estoy orgulloso de ti, de ser tu padre!». Si sale del corazón en el momento adecuado, esta palabra hace milagros, da alas al corazón del chaval o de la joven. Y para el padre es como generar una segunda vez, más conscientemente, al propio hijo”.
San Gregorio Nacianceno comenta: “Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él. Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua. Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa.» Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies. Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego. También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio. Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta. Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.

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