sábado, 28 de enero de 2012

Domingo IV del Tiempo ordinario, ciclo B: Jesús es el profeta que nos trae la Palabra de Dios, para poderla hacer vida en nosotros y participar de est

Domingo IV del Tiempo ordinario, ciclo B: Jesús es el profeta que nos trae la Palabra de Dios, para poderla hacer vida en nosotros y participar de esta nueva Vida

Deuteronomio 18,15-20: Habló Moisés al pueblo diciendo: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos. A él le escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: «No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir.»
El Señor me respondió: «Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, es reo de muerte..»

Salmo 94,1-2.6-7.8-9: R/. Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestros corazones.
Venid, aclamemos al Señor, / demos vítores a la Roca que nos salva; / entremos en su presencia dándole gracias, / vitoreándole al son de instrumentos.
Entrad, postrémonos por tierra, / bendiciendo al Señor, creador nuestro. / Porque él es nuestro Dios / y nosotros su pueblo, / el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz: / «No endurezcáis el corazón como en Meribá, / como el día de Masá en el desierto: / cuando vuestros padres me pusieron a prueba / y me tentaron, aunque habían visto mis obras.»

Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 7,32-35. Hermanos: Quiero que os ahorréis preocupaciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.

Evangelio según San Marcos 1,21-28: Llegó Jesús a Cafarnaún y, cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él». El espíritu inmundo se retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundo les manda y le obedecen». Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Comentario: 1. Dt 18, 15-20: Después de haber hablado sobre el rey y sobre el sacerdote, pasa a hablar sobre el profeta. Este tema está introducido por una prescripción que prohíbe a Israel recurrir a la adivinación, como lo hacen los paganos (Dt 18,9-14). En efecto, para los hebreos el único medio de conocer la voluntad de Dios será recurriendo a los profetas (vv. 15-20). El pasaje termina enunciando los criterios que permiten reconocer al verdadero profeta (Dt 18,21-22). El Dt difiere de otros documentos del Pentateuco cuando presenta a Moisés como profeta (vv. 15.18; cf. Dt 34,10-12). La mediación profética es subrayada, en una época en que la realeza y el sacerdocio pasan por una grave crisis y en la que los profetas son los únicos que proclaman la voluntad de Dios, el regreso a las fuentes de la Ley y la constitución de un pueblo en torno a la Palabra. El profeta es más sensible a las instancias nuevas, a los casos imprevistos. Su Dios es un Dios del cambio, de la novedad, y tiene el poder de transformar sus palabras en actos: Moisés es realmente un profeta, y el autor, que escribe probablemente en el tiempo de los grandes profetas de Israel, sabe lo que dice cuando considera a Moisés como de mayor importancia que ellos (cf. Dt 34,10). Habrá que esperar la llegada de Jesús (Hch 3,33; 7,37) para encontrar un profeta más importante que Moisés, que libre la palabra del sacerdocio y del político para hacerla presencia activa de Dios en el seno de la realidad más cotidiana (Maertens-Frisque).
"Pediste al Señor tu Dios: "No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios". A la hora de la teofanía del Sinaí, ante los truenos, los relámpagos y el terrible incendio, el pueblo se asustó y dijo a Moisés: "No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios; no quiero morir" (Ex 20,18-19). "En diversas ocasiones y de muchas maneras Dios antiguamente había hablado a los padres por boca de los profetas; pero ahora, en estos días que son los últimos, nos ha hablado a nosotros en la persona del Hijo" (Hb 12,1-2) leíamos por Navidad. En él "se ha revelado el amor de Dios que quiere salvar a todos los hombres (...); la bondad de Dios, nuestro salvador, y el amor que tiene a los hombres" (Tt 2,11; 3,4). El pueblo esperaba un Profeta como Moisés (cf Jn 1,21). Pero la realidad sobrepasa la profecía. Nosotros vemos a Dios y le escuchamos en Jesús (J. Totosaus).
2. Sal 94: Jesús quiso revivir el tiempo del desierto, lugar de la prueba, lugar de la tentación y del desafío a Dios ("Meribá y Masá" Éx 17,1-7; Núm 20,1-13). Durante 40 días, evocando los 40 años de la larga peregrinación en el desierto, Jesús fue tentado. Y las tres formas concretas de esta tentación eran precisamente las mismas del pueblo de Israel: la tentación del hambre, la tentación de los ídolos, la tentación de los signos milagrosos. Un día u otro, son las tentaciones de cualquier hombre. "Durante 40 años esa generación me ha decepcionado". Esta palabra "generación", tomada en sentido peyorativo (como si se dijera "ralea"), la utilizó Jesús con el mismo sentido condenatorio de este salmo. "¿Por qué esta generación pide un signo? No se dará ningún signo a esta generación" (Mc 8,12). "Generación mala y adúltera que pide un signo" (Mt 12,39). "Generación incrédula, ¿hasta cuándo estaré con vosotros?" (Mc 9,19). "El rebaño guiado por su mano". Este tema del "pastor", Jesús lo utilizó también: "Yo soy el buen pastor"... (Jn 10). "Viendo las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellas porque las veía como ovejas sin pastor" (Mt 9,36). La imagen de la "roca" es la roca sólida que Jesús utilizó varias veces. "El hombre que escucha la palabra de Dios se parece a quien construye su casa sobre la roca" (Mt 7,24). Hoy renovamos con alegría la invitación: “venid, entrad, cantemos con alegría, aclamemos”. "¡Nadie es una isla!" Después de largos siglos de individualismo, el mundo actual redescubre los valores comunitarios. El gran anonimato de las ciudades causa una soledad que por contraste, hace desear "estar con" los demás. La liturgia actual se esfuerza por valorizar la participación comunitaria. Nunca deberíamos olvidar que si la Iglesia nos convoca a la misma hora, en el mismo lugar, no es para hacer una oración individual (por indispensable que ella sea, pero en horas distintas), sino para una oración "juntos": ¡venid, entrad, cantad con alegría, aclamad, cantad! Esto explica, por qué los monjes de madrugada, se invitan unos a otros a la alabanza común. Dejémonos llevar por la oración de los demás. No seamos de aquellos que rechazan esta invitación y se encierran en su aislamiento piadoso. Inclinaos, prosternaos. En oriente hay quizá más conciencia de lo sagado, necesidad de prosternarse, de adorar. ¿Hemos acaso olvidado en Occidente, este gesto casi universal de las religiones? Hay que hacerlo, para experimentar toda la carga afectiva: "Dime ante quién te inclinas"... "Dime a quién reconoces superior a ti"... Lo sabemos muy bien, un gesto es más verdadero y comprometedor que una palabra. Pero por desgracia, nuestra cultura occidental nos ha desencarnado... Pese a la célebre advertencia de Pascal: "Quien quiere hacer el ángel, hace la bestia".
La Alianza:... "El es nuestro Dios, nosotros somos su pueblo"... "¿Lo escucharemos?" "La Alianza", anillo recíproco que llevan los esposos, símbolo corporal de pertenencia mutua. Palabra clave de la Biblia. Audacia extraordinaria del hombre religioso que imagina su relación con Dios en términos de desposorio. Aventura extraordinaria de Dios, totalmente otro, que se une amorosamente a un pueblo, a pobres humanos. Esto garantiza vivir la fe como una relación de amor. Pero ilumina también el estado del matrimonio, haciendo de él un "sacramento" de fe. Los valores esenciales del amor humano son también valores fundamentales de la fe. "No me abandones, no me abandones" dice la canción, exigencia de fidelidad. "Escúchame, escúchame pues", forma concreta que toma el amor. "Tú me has defraudado, has cerrado tu corazón", el amor es también fuente de sufrimiento y decepciones . El pecado como "infidelidad", negación a escuchar". El "tú" de reproche que aparece al final del salmo: es el signo de un amor herido. Tal es, efectivamente, la verdadera dimensión del pecado. Se reduce considerablemente el mal cuando se limita a la simple transgresión de una ley, cuando se sitúa en relación a un mandamiento. Cuando se queda al nivel de lo permitido y lo prohibido. Para el hombre religioso, la moral no es solamente un sistema de normas de funcionamiento de la sociedad humana, es uno de los elementos de la relación con Dios. El mal "alcanza" a Dios,"frustra" a Dios. En lugar de acusar a Dios, de lanzarle "un desafío", por el problema del mal existente en el mundo, debemos comprender que el mal es contrario al plan de Dios, que El es el primero que sufre, como un artesano que ve desbaratarse su obra, como un esposo ridiculizado.
Hoy. La Iglesia nos propone recitar este salmo cada mañana, esto no es mera casualidad. La invitación a la alegre alabanza del comienzo, es una invitación diaria. La advertencia severa de resistir a la tentación, es también una invitación positiva: Hoy... todo es posible. El pasado es pasado... El mal de ayer se acabó. Una nueva jornada comienza (Noel Quesson). "Ojalá escuchéis hoy su voz" (Sal 94,8). El salmo, del cual se ha tomado la Palabra de vida, nos recuerda que nosotros somos el pueblo de Dios y que él nos quiere guiar, como hace un pastor con su rebaño, para introducirnos en la tierra prometida. El, que nos ha pensado desde siempre, sabe cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud, para alcanzar nuestro verdadero ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no hacer y nos señala el camino a seguir. Dios nos habla como a amigos porque quiere introducirnos en la comunión con Él. Si uno escucha su voz -dice nuestro salmo en su conclusión-, entrará en el "reposo" de Dios, es decir, en la tierra prometida, en la alegría del Paraíso. Jesús es el buen pastor al que hemos de escuchar su voy… Dios le hace sentir su voz a cada uno. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: "En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo pero a la cual debe obedecer y, cuya voz, lo llama siempre que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal; cuando es necesario le dice claramente a los sentidos del alma: haz esto, evita aquello. En realidad el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón…" ¿Qué tenemos que hacer cuando Dios habla a nuestro corazón? Simplemente tenemos que ponernos a la escucha de su Palabra sabiendo que, en el lenguaje bíblico, escuchar significa adherir enteramente, obedecer, adecuarse a lo que se nos dice. Es como dejarse tomar de la mano y hacerse guiar por Dios. Podemos confiarnos a Él como un niño que se abandona en los brazos de la madre y se deja llevar por ella. El cristiano es una persona guiada por el Espíritu Santo. "Ojalá escuchéis hoy su voz"… Enseguida después de estas palabras el salmo continua: "No endurezcáis el corazón". También Jesús ha hablado muchas veces de la dureza del corazón. Se puede oponer resistencia a Dios, uno puede cerrarse a Él y negarse a escuchar su voz. El corazón duro no se deja plasmar. A veces no se trata ni siquiera de mala voluntad. Es que cuesta reconocer "esa voz" en medio de muchas otras voces que resuenan dentro. Muchas veces el corazón está contaminado de demasiados ruidos ensordecedores: son inclinaciones desordenadas que conducen al pecado, la mentalidad de este mundo que se opone al proyecto de Dios, las modas, los "slogan" publicitarios. Sabemos lo fácil que resulta confundir las propias opiniones, los propios deseos con la voz del Espíritu en nosotros y lo fácil que es, por consiguiente, caer en caprichos y en lo subjetivo. Nunca tengo que olvidar que la Realidad está dentro de mí. Tengo que hacer callar todo en mí para descubrir la voz de Dios. Y tengo que extraer esa voz como se rescata un diamante del barro: limpiarla, sacarla a relucir y dejarse guiar por ella. Entonces también podré ser guía para otros, porque esa voz sutil de Dios que empuja e ilumina, esa linfa que sube del fondo del alma, es sabiduría, es amor y el amor se debe dar.
“Ojalá escuchéis hoy su voz"… ¿Cómo afinar la sensibilidad sobrenatural y la intuición evangélica para estar en condiciones de percibir las sugerencias de esa voz? Antes que nada, es necesario reevangelizarse constantemente acudiendo a la Palabra de Dios, leyendo, meditando, viviendo el Evangelio, para ir adquiriendo, cada vez más, una mentalidad evangélica. Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida en que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre. Y esto se lo puede pedir con la oración. Luego deberemos dejar vivir al Resucitado en nosotros, renegando a nosotros mismos, haciéndole la guerra al egoísmo, al "hombre viejo" que está siempre al acecho. Esto requiere una gran inmediatez a decir que no a todo lo que va contra la voluntad de Dios y a decirle sí a todo lo que Él quiera; no a nosotros mismos en el momento de la tentación, cortando de inmediato con sus insinuaciones y sí a las tareas que Él nos ha confiado, sí al amor hacia todos los prójimos, sí a las pruebas y a las dificultades que encontramos. Podemos, finalmente, identificar más fácilmente la voz de Dios si tenemos al Resucitado en medio de nosotros, es decir, si amamos hasta la reciprocidad, creando en todas partes oasis de comunión, de fraternidad. Jesús en medio de nosotros es como el altavoz que amplifica la voz de Dios dentro de cada uno, haciéndola escuchar más claramente. También el apóstol Pablo enseña que el amor cristiano, vivido en la comunidad, se enriquece siempre más en conciencia y en todo tipo de discernimiento, ayudándonos a reconocer siempre lo mejor. Entonces nuestra vida estará como entre dos fuegos: Dios en nosotros y Dios en medio de nosotros. En este horno divino nos formamos y nos entrenamos a escuchar y seguir a Jesús. Una vida guiada en todo lo posible por el Espíritu Santo resulta hermosa: tiene sabor, tiene vigor, tiene mordiente, es auténtica y luminosa (Chiara Lubich).
Hablando con niños sobre los Evangelios de la Misa de estos días, veíamos que Dios pone pistas en nuestro corazón, como en la búsqueda de un tesoro o –salvando las distancias- las películtas tipo “Piratas del Caribe”, las pistas que ofrece Dios son para seguirlas y luchar en estos puntos, y vencer en una pelea en algún punto (sonreír ante las dificultades, evitar discusiones con sentido del humor, acabar un trabajo hasta los últimos detalles…) y así, después de una batalla se nos muestra otra pista, para seguir adelante esta aventura del amor, en la medida que hacemos oración facilitamos la labor del Señor para intuir esta pista, y al cumplirla se nos ofrece la siguiente pista, cada vez más interesante pues nos aproxima más a la meta que es participar de los sentimiento del corazón de Jesús.
También nos ayuda la oración para ver esa voz divina en las circunstancias de nuestro hoy. Por ejemplo, en un mundo en crisis económica, el que nos falten algunas cosas puede suponer un revulsivo para no caer en la esclavitud del tener. Es una oportunidad de oro para que todos nos eduquemos sin la idea de que las cosas se pueden conseguir de forma inmediata y sin esfuerzo, que cuando se rompe algo se repone enseguida comprándolo nuevo, sin ni siquiera considerar arreglarlo, que con dinero se compra todo o casi todo... a veces se comenta lo deprimida que está la gente en estos países del primer mundo y cómo cuesta renunciar a lo más superfluo de lo superfluo (ir a esquiar, estudiar fuera, blanquearse los dientes, cambiar de coche o de ordenador, la segunda residencia, la empleada doméstica fija, las extraescolares de los niños...). Mientras, en sitios más pobres de América, África o Asia se nota la providencia divina más cercana, y se valora más lo poco que se tiene, hay una alegría de vivir…, que ya sabemos que no está en el tener sino en el amar.
3. 1 Cor 7,32-35: el celibato por el Reino. A ejemplo de Jesús, san Pablo también quiso poder entregarse totalmente a Dios y anunciar su mensaje; e invita a otros a hacer lo mismo. El hombre ha sido creado en cuerpo y espíritu con vistas al matrimonio (Gén 1,27.31). Y sin embargo, hay hombres y mujeres cristianos que con pleno conocimiento y libertad, y con gran alegría, renuncian de por vida al matrimonio. Lo hacen «por amor al Reino de los Cielos» (Mt 19,12). El «celibato» es siempre por motivos divinos, la «virginidad cristiana» es por causa de una vocación apostólica y por tanto fecunda, en la que se vive la paternidad y maternidad de otro modo, no biológico sino espiritual pero no por eso menos profundo. Así habló Jesús: «Hay hombres que se quedan sin casar por causa del Reino de los Cielos. El que puede aceptar esto, que lo acepte» (Mt 19,12). El Apóstol Pablo hace entender que en su tiempo ya había algunos creyentes que vivieron como vírgenes por un tiempo para dedicarse a la oración (1Cor. 7, 5). También dice el Apóstol que el cuerpo no está sólo destinado para la unión sexual, sino también para dar testimonio de Dios: «El cuerpo es para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y así como Dios resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder... ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Cor 6,13-15). Y en el texto de hoy Pablo habla de la virginidad como un estado mejor que el matrimonio, porque este estado de vida expresa más claramente la entrega total al Señor. Esto no es un mandato del Señor, dice Pablo (1 Cor 7, 25), sino una llamada personal de Dios, un carisma o un don del Espíritu Santo (1 Cor 7,7) y, como dice Jesús, esto no todos lo pueden entender. La virginidad es un signo del mundo que vendrá. Los que permanecen vírgenes en este mundo están despegando de este mundo (1 Cor 7,27) y esperan al Esposo y al Reino que ya vienen, según la parábola de las diez vírgenes (Mt 25,10). Su vida, su virginidad, es un «signo permanente» del mundo que vendrá, es signo visible del estado de resurrección, de la nueva creación, del mundo futuro donde no habrá matrimonio, y donde seremos semejantes a los ángeles y a los hijos de Dios (Lc 20,35-36).
El ejemplo de Jesús es iluminante para nuestra vida: no se casó, no tuvo hijos, no hizo una fortuna. El, que nada poseía, trajo al mundo tesoros que no destruyen ni el moho ni la polilla. El, que no tuvo mujer, ni hijos, era hermano de todos y entregó su vida por todos. Además, Jesús invitó a sus discípulos a seguirlo hasta lo último. Al joven rico, no le pidió solamente que cumpliera los mandamientos de la ley; le pidió un despojo total para seguirlo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y entonces tendrás riquezas en el cielo; luego ven y sígueme» (Mt 19,21). «Todos los que han dejado sus casas, o sus hermanos o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o bienes terrenos, por causa mía, recibirán la vida eterna» (Mt 19,29). María, la Madre de Jesús, es la única mujer del Nuevo Testamento a quien se aplica, casi como un título de honor, el nombre de «virgen» (Lc 1,27; Mt 1,23). Por su deseo de guardar su virginidad (Lc 1,34), María asumía la suerte de las mujeres sin hijos, pero lo que en otro tiempo era humillación iba a convertirse para ella en una bendición (Lc 1, 48). Desde antes de su concepción virginal, María tenía la intención de reservarse para Dios. En María apareció en plenitud la virginidad cristiana.
El Apóstol Pablo, un hombre apasionado por predicar el mensaje de la salvación, no quiso, como los predicadores de su tiempo, ir acompañado de una esposa (1 Cor 9,4-12). Además Pablo invitó a otros a seguir este estado de vida y dice: «Yo personalmente quisiera que todos fueran como yo» (1 Cor 7,7). El Apóstol vio que su vida como célibe le daba mayor disponibilidad de tiempo y una mayor libertad para la predicación. Vio que el celibato le daba más tiempo para el servicio de Dios y de sus hermanos (1 Cor 7,35). Seguramente los apóstoles y muchos discípulos siguieron esta forma de vida; recordamos las palabras de Pedro: «Señor, nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido» (Mt 19,27). ¿Cuál es el motivo fundamental para optar por una vida sin casarse? Después de todo, podemos decir que el celibato religioso brota de una experiencia muy especial de Dios. El no casarse en sentido evangélico es fruto de una profunda fe y de una experiencia de que Dios entra en la vida del hombre o de la mujer. Es el Dios vivo, que deja huellas en una persona. Es el Dios, Padre de Jesucristo, que ha seducido a algunas personas de tal manera, que ellos dejan todo atrás y van como enamorados detrás de Jesús. El hombre célibe religioso es una persona «seducida por Dios»: «Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir» (Jer 20,7). Desde el momento que llega Dios a la vida del religioso todo cambia. El hombre religioso deja todo atrás, aun el amor humano, porque simplemente ha llegado el Amor. Dios vuelve a ser el «único amor», es como si de improviso aparece el sol y se apagan las estrellas... Dice la Escritura: «Tú eres mi bien, la parte de mi herencia, mi copa. Me ha tocado en suerte la mejor parte, que Dios mismo me escogió» (Salmo 16, 5-6)… Dios como «amor». Con su oración y su silencio, esas almas quieren llegar a la fuente de todo amor que Dios ha manifestado en su Hijo Jesucristo. Quieren permanecer en celibato a fin de estar más disponibles para servir a sus hermanos y para entregarse totalmente al amor de Cristo. No hay nada más bello, nada más profundo, nada más perfecto que Cristo. He aquí el último núcleo de una vida célibe por el Reino de los Cielos.
No optan por un camino de egoísmo, ni tampoco desprecian la sexualidad o el matrimonio. No hacen un compromiso de «desamor», sino radicalismo en el amor: en su experiencia de amor descubren por in-tuición una dimensión más abierta y reclama un amor absoluto en toda su vida. Sin estos «especialistas de Dios», el mundo sería más pobre. Pero esto no todos lo pueden entender. Por algo dijo Jesús: «El que pueda entender que entienda» (Mt 19,12: Miguel Jordá. Sobre la virginidad y realización persona ver mi artículo http://www.churchforum.com/virginidad-realizacion-personal.htm; he escrito también sobre el celibato sacerdotal en http://es.catholic.net/sacerdotes/222/1091/articulo.php?id=2392 y también sus bases teológicas en http://es.catholic.net/escritoresactuales/542/1263/articulo.php?id=14285).
4. Mc 1, 21-28 (par.: Lc 4, 31-37): Siempre me ha interrogado la vida y el amor de Jesús en todo. Se acercaban a Él porque transmitía vida y acogía a todos. Nadie se marchaba de su lado sin haber experimentado de una u otra manera que era amado de Dios, de una forma única e irrepetible. Pero lo que más me ha impresionado siempre ha sido que Jesús no enseñaba como los demás, enseñaba con autoridad. ¿Qué significa esta autoridad? Jesús siempre era sugerente y no imponía nada que uno no pudiese aceptar libremente. «Si quieres...», le dijo al joven rico. He llegado a la conclusión de que la autoridad de Jesús se fundamentaba en que estaba detrás de ella la coherencia de su vida. Jesús enseñaba con autoridad porque todo lo que decía lo vivía. Su autoridad era su amor incondicional, la entrega total y absoluta de su vida. Nada le desautorizaba, porque lo que decía lo vivía, y en lo que mandaba estaba detrás la explicación con su ejemplo. Era coherente y veraz en todo, ésta era la autoridad que causa asombro. Enseñar con autoridad al estilo de Jesús es no un autoritarismo que no sabe de comprensión con las personas y que tiene mucho de amor propio. Enseñar con autoridad es la coherencia de que quienes le conocían decían de Él: «He ahí un hombre que lo que enseña lo vive y, sobre todo, que, antes de nada, enseña con su ejemplo de vida». ¡Qué distinto nuestro mundo de tanta palabrería y de tan poco hacer. De acciones sin contenido. De charlatanes sin cumplir casi con nada! Me quedo con Jesús, con su autoridad, la única que sigue siendo creíble, que brota de una vida auténtica, que se moja el primero. Autoridad, porque no decía, ni enseñaba nada que no estuviera explicado con su vida. Precisamente porque en la situación que hoy vivimos hay tanta inflación de palabras, por eso, hay tanto autoritarismo y tan poca autoridad, al estilo de Jesús. Nos falta vida y nos sobran palabras. Sólo con asomarse un poquito a nuestro querido, maltrecho y pequeño mundo, nos damos cuenta de ello (Francisco Cerro Chaves).
Jesús habla como quien tiene autoridad, porque es consciente de que en él y en su mensaje la Ley y los Profetas adquieren plenitud de sentido. Él es el Hijo a quien el Padre le ha entregado todas las cosas (Mt 11, 27). Por eso su palabra es poderosa para ordenar a los demonios y someterlos a su voluntad (v. 27), para perdonar los pecados que sólo Dios puede perdonar (2, 10), para curar enfermos y resucitar a los muertos. Por eso habla con autoridad y dispone de la Ley: "Habéis oído que se dijo... pero yo os digo" (Mt 5, 21ss; cf. Mt 7, 29). Jesús no rechaza el título de "Santo de Dios"; pero impone silencio al espíritu inmundo porque no ha llegado el momento de manifestarse públicamente como Mesías y, sobre todo, porque no admite sobre él ninguna influencia. El nombre de Jesús, lo que él es, sólo deben pronunciarlo aquellos que reconocen su autoridad y la confiesan en la obediencia de la fe. Según la concepción religiosa popular, el conocimiento del nombre y su pronunciación ejercía un dominio mágico sobre la persona que lo llevaba. Esta concepción subyace en nuestro texto, en el que la autoridad de Jesús se opone abiertamente al poder de los demonios y los vence (“Eucaristía 1982”; escribí sobre la autoridad de Jesús en http://www.es.catholic.net/educadorescatolicos/693/2138/articulo.php?id=26843).
Aquello es nuevo. "Nuevo" de la novedad de Dios, algo que te regenera, te renueva y rejuvenece. Lo viejo se purifica. Novedad, "ruptura", discontinuidad con lo que precede, con lo que dicen los demás, con lo que eres. Llamada de Dios nueva, sorprendente, inesperada; pero después de haberla oído, la encuentras dentro de ti; era lo que estabas esperando, quizás sin saberlo siquiera... La enseñanza de los escribas (los teólogos, los biblistas y los juristas de la época) sacaban su propia autoridad de las Escrituras y de la tradición de los antiguos, o bien se hacía aceptar remitiendo a la autoridad de algún maestro célebre; su autoridad no residía en la enseñanza misma. Pero no era así la palabra de Jesús: era un anuncio que llevaba consigo su propia fuerza, clara y transparente; un anuncio que te pone frente a tus contradicciones, con una evidencia que te penetra y te desconcierta. No remite a otra cosa. Frente a ella no hay que pensar en pruebas o falta de pruebas. Si te pones a buscar pruebas, es que no te rindes ante la luz. Si se te ofrece alguna prueba, ¿de qué serviría? La pondrías en discusión. Más aún, la enseñanza de Jesús es autoritaria, porque no es solamente palabra, sino gesto. Es una palabra poderosa que libera y que cura (Bruno Maggioni).

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