lunes, 26 de diciembre de 2011

Navidad, 26 de Diciembre: San Esteban, protomártir, nuestro modelo para vivir mirando a Cristo, según las bienaventuranzas.

Navidad, 26 de Diciembre: San Esteban, protomártir, nuestro modelo para vivir mirando a Cristo, según las bienaventuranzas.

Hechos de los apóstoles 6, 8-10; 7, 54-60. En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espiritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: _«Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.» Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: -«Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: -«Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y, con estas palabras, expiró.

Salmo responsorial Sal 30, 3cd-4. 6 y 8ab. 16bc-17. R. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame.
A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en mi aflicción.
Líbrame de los enemigos que me persiguen; haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.

Texto del Evangelio (Mt 10,17-22): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará».

Comentario: A. Comentario mío del 2007. El gozo de Navidad va seguido del recuerdo del primer mártir, el valiente Esteban, ante el que los adversarios «no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba» (Hch 6,10), como hemos leído en la primera lectura. Mártir significa “testimonio”. ¿Cómo hemos de ser testimonios de Jesús? Mirando al cielo, como el joven que hoy celebramos: «mirando al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios» (Hch 7,55). Con fe, mirando Jesús, sin miedo de nada pues somos hijos de Dios. Se pregunta Benedicto XVI en su libro sobre Jesús: “¿qué son las Bienaventuranzas?” Y se refiere a esa mirada de fe en primer lugar, dentro de “una larga tradición de mensajes del Antiguo Testamento como los que encontramos, por ejemplo, en el Salmo 1 y en el texto paralelo de Jeremías 17, 7s: «Dichoso el hombre que confía en el Señor...». Son palabras de promesa que sirven al mismo tiempo como discernimiento de espíritus y que se convierten así en palabras orientadoras”.
Jesús muestra en plenitud este sentido, que Lucas sitúa –dentro del Sermón de la Montaña- ante los discípulos: «Levantando los ojos hacia sus discípulos...». “Describen, por así decirlo, su situación fáctica: son pobres, están hambrientos, lloran, son odiados y perseguidos (cf. Lc 6, 20ss). Han de ser entendidas como calificaciones prácticas, pero también teológicas, de los discípulos, de aquellos que siguen a Jesús y se han convertido en su familia”. Se refieren a los amigos de Jesús. Pero no es sólo una situación “actual”, de amenaza en que Jesús ve a los suyos, “ésta se convierte en promesa cuando se la mira con la luz que viene del Padre”. Son una paradoja: “se invierten los criterios del mundo apenas se ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios, que es distinta de la del mundo. Precisamente los que según los criterios del mundo son considerados pobres y perdidos son los realmente felices, los bendecidos, y pueden alegrarse y regocijarse, no obstante todos sus sufrimientos. Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que «se invierten los valores»”. Son promesas escatológicas, pero no en el sentido de que hay que mirar al “más allá” porque aquí no tenemos donde mirar, como una escapatoria: “Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios y, por tanto, ya ahora algo del éschaton, de lo que está por venir, está presente. Con Jesús, entra alegría en la tribulación”.
San Pablo explica que en su vida ha encontrado estas dificultades (2 Co 6, 8-10; 4, 8-10). Él es «el último», como un condenado a muerte y convertido en espectáculo para el mundo, sin patria, insultado, denostado (cf. 1 Co 4, 9-13). “Y a pesar de todo experimenta una alegría sin límites; precisamente como quien se ha entregado, quien se ha dado a sí mismo para llevar a Cristo a los hombres, experimenta la íntima relación entre cruz y resurrección: estamos expuestos a la muerte «para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4,11)”.
Esta es la maravilla de la mirada al cielo, ver a Cristo no hace dejar de sufrir, pero le da un sentido de amor, de felicidad, y de esperanza del cielo sin más sufrir y con plenitud de amor. “Y si el enviado de Jesús en este mundo está aún inmerso en la pasión de Jesús, ahí se puede percibir también la gloria de la resurrección, que da una alegría, una «beatitud» mayor que toda la dicha que se haya podido experimentar antes en el mundo. Sólo ahora sabe lo que es realmente la «felicidad», la auténtica «bienaventuranza», y al mismo tiempo se da cuenta de lo mísero que era lo que, según los criterios habituales, se consideraba como satisfacción y felicidad”.
Juan expresa de otro modo este sufrir por Cristo, la cruz del Señor aparece como «elevación», como entronización en las alturas de Dios. “La cruz es el acto del «éxodo», el acto del amor que se toma en serio y llega «hasta el extremo» (Jn 13, 1), y por ello es el lugar de la gloria, del auténtico contacto y unión con Dios, que es Amor (cf. 1 Jn 4, 7.16)”. Es una cuestión misteriosa, la del amor y el sufrimiento que van unidos, pero no está probado un amor que no sufre, en el fondo no sabemos si es amor aquel hasta que está probado con las obras de sacrificio.
Por eso, “las Bienaventuranzas expresan lo que significa ser discípulo. Se hacen más concretas y reales cuanto más se entregan los discípulos a su misión”, como san Pablo, como vemos hoy en San Esteban. Estas cosas no podemos explicarlas en teoría, sino que es algo que “se proclama en la vida, en el sufrimiento y en la misteriosa alegría del discípulo que sigue plenamente al Señor”. Esto limita el modo en que podemos explicarlo a gente que no quiera probar este amor que está unido a la unión con Cristo. “El discípulo está unido al misterio de Cristo y su vida está inmersa en la comunión con Él: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20). Las Bienaventuranzas son la transposición de la cruz y la resurrección a la existencia del discípulo. Pero son válidas para los discípulos porque primero se han hecho realidad en Cristo como prototipo”.
Ratzinger analiza la versión de las Bienaventuranzas en Mateo (cf. Mt 5,3-12), para indicar “que las Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura. Él, que no tiene donde reclinar la cabeza (cf. Mt 8, 20), es el auténtico pobre; El, que puede decir de sí mismo: Venid a mí, porque soy sencillo y humilde de corazón (cf. Mt 11, 29), es el realmente humilde; Él es verdaderamente puro de corazón y por eso contempla a Dios sin cesar. Es constructor de paz, es aquel que sufre por amor de Dios: en las Bienaventuranzas se manifiesta el misterio de Cristo mismo, y nos llaman a entrar en comunión con El”. Y esto es lo que hemos de hacer vida, es el camino para vivir su Vida, la auténtica vida, cada uno según su vocación.
B. Comentario de 2009, con textos que tomo de mercaba.org. - El día siguiente del nacimiento del Hijo de Dios, celebramos la muerte del primer mártir.
1. Hch 6, 8-10. 7, 54-60. Y es que este Niño que nace es aquel que, por fidelidad al camino de Dios, llegará hasta la cruz; y como él, sus seguidores son llamados a ser testigos ("mártires") de la Buena Noticia con la totalidad de su vida.
- Este martirio, no obstante, lo celebramos como una fiesta gozosa: la muerte de Esteban es su nuevo nacimiento, es la participación de la Pascua de Jesús.
- Recordamos hoy también quién fue Esteban y por qué lo mataron: él es el hombre abierto que comprende que la Buena Noticia de la fe cristiana significa apertura a todo el mundo, rompiendo el círculo de normas y leyes del judaísmo. Y eso, los fundamentalistas de su tiempo no se lo podían tolerar.
- Y Esteban destaca también porque personalmente creía y vivía totalmente el mensaje de Jesús: él, como Jesús, hace aquello tan difícil de amar a los enemigos (la oración nos hace pedir que también nosotros lo sepamos hacer).
En la acusación de Esteban Lucas ha seguido el mismo esquema de la acusación a Jesús, tanto en el proceso contra Jesús como en el que ahora se sigue contra Esteban sus buscados falsos testigos. A ambos se les acusa de actitud y palabras blasfemas contra la ley y el templo. La misma actitud hostil de los dirigentes judíos que excitan a la muchedumbre contra los acusados. Son llevados al mismo tribunal, el Sanedrín, que les condenará por los mismos motivos.
Esteban era diácono, es decir, encargado del servicio de comedor durante los ágapes o comidas fraternas. Estaba al servicio de los más pobres.
"Esteban lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios.
Deberíamos pedir esa "mirada interior" que nos hace ver lo invisible. De esa visión Esteban sacó su fuerza y nadie pudo doblegarle.
Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo.
"Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre, hablará por vosotros".
Serán llevados a los tribunales y juzgados en cuanto mensajeros y anunciadores de la Palabra Dei. La Palabra de Dios es llevada al tribunal de los hombres y como es Dios -su Palabra- el encartado en el pleito, él se defendería, dará a los discípulos la palabra oportuna para su defensa.
Saulo cambiará pronto su nombre por el de Pablo. S. Pablo conservó toda su vida un recuerdo vivo de las persecuciones en las que había participado. Aquel día estaba allí. Miraba cómo mataban a un hombre a pedradas. Estaba de acuerdo con esa tortura: guardaba los vestidos de los verdugos que se habían puesto más cómodo para su tarea. Desde aquel día, Saulo debió de hacerse una pregunta: "¿De dónde le viene ese valor y entereza? Hoy, todavía, la mayoría de las conversiones, vienen de un testimonio... de alguien cuyo modo de vivir suscita una pregunta.
-Pío XII: "Que tu conducta y tu palabra puedan significar un llamamiento de Dios a la mente y al corazón de los que de El están alejados".
"Señor, no les tengas en cuenta esta pecado". Esta es la novedad del Evangelio, capaz de suscitar una pregunta, pues hace al hombre capaz de orar y amar a quien los destruye.
Los ángeles de Navidad jamás anunciaron a un "Jesusito" dulzón y sosito. Anunciaron a un "salvador"; y es por la cruz que Jesús nos salva.
Esteban, según los Hechos de los Apóstoles es el «primer mártir», el primero en seguir a su maestro, al llevar, él también, su cruz. Esteban reproduce la muerte misma de Jesús.
-Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales. Era «diácono» es decir «encargado del servicio de comedor» durante los ágapes o comidas fraternas, en el curso de las cuales los primeros cristianos celebraban la eucaristía (Hechos 6, 2-3). Estaba al servicio de los más pobres. Fue nombrado para ese cargo esencial para aliviar de esa tarea a los apóstoles. (Hechos 6, 1-2.) Desde el principio, la Iglesia tuvo que hacer frente a situaciones de penuria, entre los sacerdotes. ¿Presto atención a las necesidades de los más pobres? ¿Soy capaz, como Esteban, de poner mis aptitudes al servicio de los más necesitados?
-Unos de la sinagoga se pusieron a discutir con Esteban; pero no pudieron resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Se encolerizaron contra él... Pero, Esteban, lleno del Espíritu Santo, miraba fijamente al cielo... y vio la gloria de Dios y a Jesús en pie a la diestra de Dios. Danos, Señor, esa «mirada interior», que nos hace ver lo invisible. Danos el Espíritu. Fue de esa «visión» que Esteban sacó su fuerza. A partir de ello nada pudo detenerle ni doblegarle.
-Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Este cambiará pronto su nombre por el de Pablo. San Pablo conservó toda su vida un recuerdo muy vivo de las persecuciones en las que había participado. Aquel día estaba allí. Miraba cómo mataban a un hombre a pedradas. Estaba de acuerdo con esa tortura: guardaba los vestidos de los verdugos que se habían puesto más cómodos para su tarea. Desde aquel día Saulo debió hacerse una pregunta: "¿De dónde le viene ese valor y entereza?" HOY todavía, la mayoría de las conversiones vienen de un testimonio... de alguien cuyo modo de vivir suscita una pregunta. Mi vida ¿suscita una pregunta a los incrédulos que me conocen?¿Hay a mi alrededor quienes podrían descubrir el móvil de mi vida? ¿Este mirar al cielo y ver a Jesús en pie?
-Esteban oraba mientras le lapidaban... Mirad a uno que, en verdad, es más fuerte que sus verdugos.
-«Señor Jesús, recibe mi espíritu... Señor, no les tengáis en cuenta ese pecado.» La más pura joya del evangelio: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, rogad por los que os persiguen.» La víctima que "ama" a los que la dañan. Jesús fue el primero en hacerlo. Es la actitud evangélica por excelencia, el amor universal, sin condición y sin frontera... La novedad del evangelio, capaz de suscitar una pregunta al hombre. ¿A quién debo perdonar? ¿A quién he de ofrecer ese amor que va más allá de las concesiones humanas? No pasar ligeramente sobre esas dos preguntas, propias para ese tiempo de Navidad (Noel Quesson).
Celebramos el martirio de Esteban. Pero para la Iglesia el día de la muerte de un santo es el «dies natalis», el día de su verdadero nacimiento. No andamos lejos de la fiesta de ayer. Ahora se trata del nacimiento de Esteban a su vida gloriosa, ya en comunión perfecta con Cristo Jesús.
Esteban es el primero que ha dado testimonio hasta la muerte. A lo largo de la historia, cuántos cristianos han seguido a Cristo en medio de la persecución y las dificultades. Su respuesta ante las dificultades ha sido perseverar dando testimonio de Jesús y de su evangelio hasta la muerte. Que es el testimonio más creíble.
Hay martirios breves e intensos, como el de Esteban. Hay martirios largos: el testimonio y las dificultades de cada día, a lo largo de años. Tal vez éste es el nuestro. Y hoy se nos invita a no cansarnos de este amor y de esta fidelidad. ¿Damos nosotros, en nuestra vida, un testimonio así de creíble para los que nos rodean? ¿o nos echamos atrás por cualquier esfuerzo que nos suponga la fe en Cristo? Cuando surgen estas dificultades en nuestro camino de seguimiento de Cristo, ¿hacemos nuestras las palabras de confianza del salmo: «A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu», que Esteban hizo propias: «Señor Jesús, recibe mi espíritu»? ¿Sabemos hacer nuestras sus últimas palabras de perdón? El ejemplo de Esteban que, a imitación del mismo Cristo, muere perdonando, es una lección para nosotros. A nosotros no nos están apedreando físicamente. Pero al cabo de la vida tenemos mil ocasiones para perdonar a nuestros hermanos. Como hemos pedido en la oración del día: «concédenos la gracia de imitar a tu mártir san Esteban, que oró por los verdugos que le daban tormento, para que nosotros aprendamos a amar a nuestros enemigos» (J. ALDAZABAL).
Decía el Padre De Lubac: “Si la vida del cristiano transcurre sin persecución, es porque en ella no está presente la vida de su Maestro; el cristiano siempre será un hombre contestado”. Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de su primer mártir, el diácono san Esteban. El Evangelio, a veces, parece desconcertante. Ayer nos transmitía sentimientos de gozo y de alegría por el nacimiento del Niño Jesús: «Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). Hoy parece como si nos quisiera poner sobre aviso ante los peligros: «Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán» (Mt 10,17). Es que aquellos que quieran ser testimonios, como los pastores en la alegría del nacimiento, han de ser también valientes como Esteban en el momento de proclamar la Muerte y Resurrección de aquel Niño que tenía en Él la Vida. El mismo Espíritu que cubrió con su sombra a María, la Madre virgen, para que fuera posible la realización del plan de Dios de salvar a los hombres; el mismo Espíritu que se posó sobre los Apóstoles para que salieran de su escondrijo y difundieran la Buena Nueva —el Evangelio— por todo el mundo, es el que da fuerzas a aquel chico que discutía con los de la sinagoga y ante el que «no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba» (Hch 6,10). Era un mártir en vida. Mártir significa “testimonio”. Y fue también mártir por su muerte. En vida hizo caso de las palabras del Maestro: «No os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento» (Mt 10,19). Esteban, «mirando al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios» (Hch 7, 55). Esteban lo vio y lo dijo. Si el cristiano hoy es un testigo de Jesucristo, lo que ha visto con los ojos de la fe lo ha de decir sin miedo con las palabras más comprensibles, es decir, con los hechos, con las obras (Joan Busquets).
Santa Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz (1891- 1942) carmelita mártir, copatrona de Europa, hablaba de que “La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la han podido apagar”: “El Niño del pesebre extiende sus bracitos, y su sonrisa parece decir ya lo que más tarde pronunciarán los labio del hombre: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.” (Mt 11,28)...¡Sígueme! así dicen las manos del Niño, como más tarde lo harán los labios del hombre. Así hablaron al discípulo que el Señor amaba y que ahora también pertenece al séquito del pesebre. Y San Juan, el joven con un limpio corazón de niño, lo siguió sin preguntar a dónde o para qué. Abandonó la barca de su padre y siguió al Señor por todos sus caminos hasta la cima del Gólgota.
¡Sígueme!- esto sintió también el joven Esteban. Siguió al Señor en la lucha contra el poder de las tinieblas, contra la ceguera de la obstinada incredulidad, dio testimonio de El con su palabra y con su sangre, lo siguió también en su espíritu, espíritu de Amor que lucha contra el pecado, pero que ama al pecador y que, incluso estando muriendo, intercede ante Dios por sus asesinos.
Son figuras luminosas que se arrodillan en torno al pesebre: los tiernos niños inocentes, los confiados pastores, los humildes reyes, Esteban, el discípulo entusiasta, y Juan, el discípulo predilecto. Todos ellos siguieron la llamada del Señor. Frente a ellos se alza la noche de la incomprensible dureza y de la ceguera: los escribas, que podían señalar el momento y el lugar donde el Salvador del mundo habría de nacer, pero que fueron incapaces de deducir de ahí el “Venid a Belén”; el rey Herodes que quiso quitar la vida al Señor de la Vida. Ante el Niño en el pesebre se dividen los espíritus. El es el Rey de los Reyes y Señor sobre la vida y la muerte. El pronuncia su ¡sígueme!, y el que no está con El está contra El. El nos habla también a nosotros y nos coloca frente a la decisión entre la luz y las tinieblas” (El misterio de Navidad, Obras completas IV, 232).
Al día siguiente de la Solemnidad de la Navidad, la Iglesia nos recuerda a San Esteban, y enseguida nos dice sus “apellidos”: diácono y protomártir. ¿Quiénes eran los diáconos? Aquellos cristianos que, al ir creciendo la Iglesia, ayudaban a los apóstoles a realizar determinadas tareas: llevar la comunión a los enfermos, atender a las viudas, hacer las colectas, etc, para ser así más eficaces en el ministerio que les había encomendado el Señor. Protomártir es el otro “apellido” de Esteban, y junta dos palabras griegas de hondo calado: “protos”, que significa primero y “mártir”, que significa testigo. El primero de los que dio testimonio de Cristo con su sangre.
“Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios”. Aún tenemos en nuestras retinas la figura del Niño Dios acurrucado en el Pesebre, y a María y José velando su sueño o sus lloros. También nos ha emocionado ver a esos sencillos pastores acercarse al Portal, y dejar sus ofrendas y presentes a los pies de la cuna. ¡Qué dicha el ser testigos de un Dios hecho carne!… lo que generaciones anteriores desearon ver y no pudieron, lo que profetas durante siglos anunciaron… Sin embargo, existen otras formas de ver a Dios, y así lo hizo San Esteban. En el momento en que iba a ser lapidado vio, no sólo una figura, sino la misma gloria de Dios. Éste es el premio que se da a los testigos de Cristo, a los que derramaron su sangre por confesar su nombre.
“A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás”. De esta manera se abandona el salmista en la voluntad divina. De esta manera también deberíamos confiar plenamente en los planes que Dios tiene sobre cada uno de nosotros. Igual que San Esteban confió su destino en la Resurrección de Cristo, nosotros sabemos que pocas cosas en este mundo nos han de amedrentar. Únicamente el pecado nos puede confundir y entristecer, pero aún así sabemos que contamos con la gracia de la reconciliación, y que Dios nos concede en el sacramento de la Penitencia. ¡Qué más podemos pedir!
Apenas hemos celebrado el Nacimiento del Señor y ya la liturgia nos propone la fiesta de San Esteban, el primero que dio su vida por ese Niño que acaba de nacer. La Iglesia quiere recordar que la Cruz está siempre muy cerca de Jesús y de los suyos. En la lucha por la santidad el cristiano se encuentra con situaciones difíciles y acometidas de los enemigos del mundo: Si el mundo os odia, sabed que antes me ha odiado a mí... (Jn 15,18-20). La sangre de Esteban (Hch 7, 54-60), derramada por Cristo, fue la primera, y ya no ha cesado hasta nuestros días. Cuando Pablo llegó a Roma, los Cristianos ya eran conocidos por el signo inconfundible de la Cruz y de la contradicción. Nada nos debe extrañar si alguna vez en nuestro andar hacia la santidad hemos de sufrir alguna tribulación, por ser fieles a nuestro camino en un mundo con perfiles paganos. El Señor siempre nos ayudará con Su gracia: En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: Yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
No siempre la persecución ha sido de la misma forma. Durante los primeros siglos se pretendió destruir la fe de los cristianos con la violencia física. En otras ocasiones, sin que ésta desapareciera, los cristianos se han visto –se ven- oprimidos en sus derechos más elementales: sufren campañas dirigidas para minar su fe, dificultades para educar cristianamente a sus hijos, o se les priva de las justas oportunidades profesionales. Otras veces es la persecución solapada: ironía por ridiculizar los valores cristianos, presión ambiental que amedrenta a los más débiles, calumnia y maledicencia. Más doloroso es cuando la persecución viene de los propios hermanos en la fe movidos por envidias, celotipias y faltas de rectitud de intención, piensan que hacen un servicio a Dios (Juan 16. 2). Todas las contradicciones hay que sobrellevarlas junto al Señor en el Sagrario; allí adquiriremos fecundidad en el apostolado, y saldremos de esas pruebas con el alma más humilde y purificada.
El cristiano que padece persecución por seguir a Jesús sacará de esta experiencia una gran capacidad de comprensión y el propósito firme de no herir, de no agraviar, de no maltratar. El Señor nos pide, además, que oremos por quienes nos persiguen: debemos enseñar la doctrina del Evangelio sin faltar a la caridad de Jesucristo. En momentos de contrariedades es de gran ayuda fomentar la esperanza del Cielo. Nuestra Madre está cerca de nosotros especialmente en los momentos difíciles (Francisco Fernández Carvajal).

2. Sal. 30. Puestos en manos de Dios sabemos que Él vela por nosotros como lo hace un Padre amoroso sobre sus hijos. Ciertamente que esto no nos libra de las críticas, de las persecuciones, ni de la posible muerte a manos de los pecadores. Sin embargo, a quienes creemos en Dios como Padre nuestro, Él nos libra de la mano de nuestros enemigos, sabiendo que el último enemigo en ser vencido será la muerte. Así, Dios se levantará victorioso y nos hará partícipes de su vida eterna, donde ya no habrá ni llanto, ni luto, ni dolor, sino gozo y paz en el Señor.

3.- Mt 10. 16-22. Tres festividades de santos siguen inmediatamente a la de Navidad: San Esteban, San Juan, los santos Inocentes. La fiesta de Navidad es todo dulzura, pero no es sensiblera. Somos nosotros quienes hemos hecho del "Belén" algo gracioso... y de los pastores una ocasión de evocación pastoril emotiva... De hecho, el primer pesebre era ante todo el símbolo doloroso de la pobreza, de la miseria: un pesebre es lo contrario de una cuna. Todas las madre del mundo escogen las telas más finas y las cunas mas bonitas para recostar a sus bebés... Dios sólo ha tenido derecho a un rústico pesebre. La cruz se perfila ya. San Esteban fue el primer mártir. El primero en seguir verdaderamente a su maestro llevando la cruz, como otro Cristo.
-Jesús decía a sus discípulos: "No os fiéis de estos hombres. Pues os delatarán a los tribunales y os azotarán... y por mi causa seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes..." Cuando Mateo escribe esto, la persecución es el lote cotidiano de los cristianos, en la Iglesia primitiva. Jesús había anunciado las dificultades de la misión que confiaba a sus discípulos: todo hombre que proclama el Reino de Dios debe estar dispuesto a afrontar la oposición, la contestación. ¡Qué misterio, Señor! ¿Por qué el mundo rehúsa a Dios? ¿Por qué el mundo rehúsa a los que hablan de ti? ¿Por qué los hombres persiguen a los que no desean otra cosa sino comunicarles una buena noticia? El discípulo de Jesús, el misionero sólo tiene por misión hacer el bien y decir cosas buenas. Y sin embargo, suscita la oposición. El caso es que Dios aparece siempre, desde el exterior, como un intruso: como alguien que viene para ocupar todo el espacio, como un inoportuno. El egoísmo del hombre, su deseo de independencia son la causa del rechazo. Se rechaza al amor. Es el rechazo a dejarse tomar por Dios. Rechazo a someterse a Dios. Cuando Dios verdaderamente "reina" se acaban las pretensiones orgullosas del hombre. Ayúdame, Señor, a someterme totalmente a ti. Ayúdame a soportar las dificultades y las oposiciones. Ayúdame a interpretarlas a la luz de tu presencia.
-No os atormentéis pensando lo que vais a decir... Puesto que no seréis vosotros quienes hablaréis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Jesús nos pide pues que renunciemos a las preocupaciones. "No os atormentéis". Tú, Señor, no quieres que tengamos miedo. Ello sería signo de que aún contamos demasiado con nuestras propias fuerzas, con nuestros recursos humanos. Se trata por lo contrario, de abrirnos a la acción de Dios: "el Espíritu hablará por vosotros". "No seréis vosotros los que hablaréis". ¡Señor! Quisiera, siguiendo tu invitación, dejarme desposeer totalmente por ti! ocupa todo mi ser. Que progresivamente llegue a ser un simple instrumento en tus manos, y al soplo de tu Espíritu.
-El que se mantendrá firme hasta el fin, sera salvado. ¡Es esto justamente lo mas difícil! Uno aguanta un momento, pero, a la larga, la cosa falla. ¡Oh, Señor, puesto que Tú me lo pides..., ayúdame también a "aguantar firme"! Que tu Espíritu venga realmente a mi espíritu (Noel Quesson).
Cristo anuncia a sus seguidores que les llevarán a los tribunales. Les perseguirán. Creerán que hacen un acto de culto a Dios eliminándolos. Pero no tienen que temer: el Espíritu es el que les inspirará lo que deben decir.
Esta página fue escrita cuando ya la comunidad tenía la amarga experiencia de las detenciones y los martirios, por ejemplo de Santiago. Pero la persecución la experimentaron todos: Pedro, los apóstoles, Pablo en sus varios viajes. Y el primero, Esteban. También aquí la Navidad apunta a la Pascua, con su gran decisión de entrega y de cruz, para Cristo y para sus seguidores.
Las consecuencias de la Navidad son inesperadas. De la alegría de Belén y del Dios-con-nosotros pasamos a la seriedad del testimonio de vida por coherencia con la fe. Navidad es algo más que la ternura del Niño entre pajas, acompañado por María y José y el canto de los ángeles. Creer en Jesús y seguirle comporta decisiones y tomas de postura: es signo de contradicción. Jesús lo había anunciado: sus seguidores serán perseguidos.
Todos los odiarán a ustedes por mi causa, pero el que persevere hasta el fin se salvará. ¡Ánimo, no tengan miedo! Yo he vencido al mundo. Bienaventurados serán ustedes, cuando los persigan y maldigan por causa mía, pues sus nombres estarán escritos en el Reino de los cielos. Sin embargo no podemos buscar ser mártires por el deseo de brillar mediante él. El Señor quiere le que vivamos plenamente fieles aceptando todas las consecuencias que se nos vengan por haber creído en Él. Aprendamos a ponernos en manos del Señor y a dejarnos conducir por su Espíritu para que nos quedemos en simples transmisores de palabras humanas, sino que seamos auténticos testigos del Evangelio.
“Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”. Efectivamente, hay muchas situaciones que se nos presentan y que nos agobian, que pueden quitarnos la tranquilidad interior: incomprensiones, injurias, malentendidos, difamaciones… pero Jesús es categórico: si somos fieles, el Espíritu Santo actuará y vendrá la paz. Mira al Portal, mira a Jesús, conviértete en testigo, y notarás que el Príncipe de la paz te devuelve la paz. La misma paz que en la Nochebuena proclamaba el ángel a los pastores, esa paz que surge al adentramos en la oración y contemplar a Dios en lo más humilde…, esa misma paz que el mundo nunca podrá dar hasta que reconozca a Cristo como su Señor y Rey… Aprenderás también a mirar con más simpatía a Esteban, porque aprenderás de él a ser mártir y ver la gloria de Dios donde otros ven amargura (Archimadrid).
El Señor, que por salvarnos y ser fiel a las promesas de salvación que nos hizo, entregó su vida por nosotros, nos reúne en esta Eucaristía para celebrar el Sacramento de su amor por nosotros. Él, perseguido por amarnos y ponerse de parte de los pecadores y de los pobres, haciéndose en verdad Dios-con-nosotros, nos une a Él y nos participa de su mismo Espíritu para que también nosotros nos convirtamos en fieles y valientes testigos suyos. Hemos de ir tras las huellas de Cristo, cargando nuestra cruz de cada día, hasta llegar a donde Él nos espera después de haber padecido por nosotros. En la Eucaristía, al entrar en comunión de vida con el Señor, asumimos la responsabilidad de continuar su obra salvífica con todas las consecuencias que nos vengan por haber aceptado el convertirnos en apóstoles de su Evangelio.
El riesgo del profeta, del apóstol del Señor es no sólo el ser rechazado, sino perseguido, calumniado, odiado, golpeado, juzgado y condenado a muerte. No podemos, a causa de querer evitar estos riesgos, quedarnos mudos ante la proclamación del Evangelio. No podemos convertirnos en cómplices de las injusticias que se cometen contra los más desprotegidos; no podemos pasar de largo ante la pobreza y sus consecuencias en millones de hermanos nuestros. Quien es congruente con su fe y con el Evangelio debe preocuparse, no de convertirse en un líder de luchas sociales destructivas, que generan guerras, terrorismo o actitudes aplastantes injustas, sino que se ha de convertir en liberador de conciencias que generen capacidad de diálogo, de colaboración, de solidaridad. Tal vez al vivir con sinceridad nuestra fe en Cristo sin ideologías extrañas seamos perseguidos, calumniados e incluso asesinados. Esto no debe angustiarnos, pues lo único que queremos es ser fieles al Señor que, nacido de Santa María Virgen, dio su vida por amor a nosotros. Ojalá y jamás cerremos nuestra boca ante la maldad que, apoderándose del hombre, requiere fuertes llamados a la conversión. Ojalá y no por querer quedar bien ante los poderosos y gozar de sus favores, con actitudes equivocadas nos pongamos de su lado y en lugar de llamarles a la conversión les indiquemos, de una y mil formas, que sus actitudes no son nada pecaminosas. Aquel que al nacer fue recostado en un pesebre, y al morir estuvo desnudo clavado en una cruz, nos llama a creer en Él y a seguirlo con mayor lealtad.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos guiar por el Espíritu Santo para poder convertirnos en valientes y auténticos testigos de Jesucristo y de su Evangelio. Amén (www.homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté

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