sábado, 10 de diciembre de 2011

Domingo de la 3ª semana de Adviento, año B: nos llenamos de alegría con María, por la proximidad del Señor que viene a salvarnos


Domingo de la 3ª semana de Adviento, año B: nos llenamos de alegría con María, por la proximidad del Señor que viene a salvarnos
Lectura del Profeta Isaías 61,1-2a. 10-11. El Espíritu del Señor está sobre mí porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.
Salmo: Lc 1,46-48. 49-50. 53-54. R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
Proclama mi alma la grandeza del Señor / se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; / porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones / porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; / su nombre es santo, / y su misericordia llega a sus fieles / de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes / y a los ricos los despide vacíos. / Auxilia a Israel su siervo, / acordándose de la misericordia.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24. Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,6-8. 19-28. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: —¿Tú quién eres?
El confesó sin reservas: —Yo no soy el Mesías.
Le preguntaron: —Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?
El dijo: —No lo soy.
—¿Eres tú el Profeta?
Respondió: —No.
Y le dijeron: —¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?
El contestó: —Yo soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor" (como dijo el Profeta Isaías).
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: —Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías ni Elías, ni el Profeta?
Juan les respondió: —Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Comentario: 1. Is 61. 1-2a/10-11. La comunidad ha vuelto del destierro babilónico y se encuentra en Jerusalén. La voz del profeta quiere ser un rayo de esperanza. El profeta anuncia su vocación, que consiste en un don del Espíritu (cf 11,2; 42,1; 48,16) y que designa como una "unción". Habla de "liberación" (deror) es una expresión que justamente se refiere a la "liberación" en el sabbat o en el año jubilar (Lv 25,10; Ez 46,17), donde teóricamente todos volvían a tener libertad sobre cualquier deuta o esclavitud. El tiempo del gran cambio va a llegar, manifestándose de este modo la gloria del Señor (44,23). La llamada es a la alegría, porque el que la hace tiene la firme confianza en que Yahvé apresura ese tiempo de salvación; y esto es tan cierto como el crecimiento de la hierba en el campo y de los retoños en el huerto. Por eso, anima al pueblo a un regocijo semejante al novio que va a las nupcias; hay que cambiar el vestido de duelo por el de fiesta (Jr 33,11; Ap 21,2). El tiempo de la angustia y del llanto va a pasar; llegan los días del gozo y de la felicidad (“Eucaristía 1987”). Alegrémonos y démosle gracias al comprobar que este mensaje se está ya realizando en este Domingo "Gaudete" que motiva a ir con más ánimos en el camino de Belén.
Será la lectura cristológica la que dé sentido pleno a estas palabras: Jesús cita este texto en la sinagoga de Nazaret como credencial y finalidad de su misión profética (Lc 4; cf. A. Gil Modrego). Se venía anunciando la figura de un gran "Ungido", que en griego se dice "Cristo" y en hebreo "Mesías". La esperanza de este Ungido-Mesías es la que da lugar a lo que llamamos mesianismo y la que, en el fondo, posibilita todos los advientos. Se puede aplicar al Ungido lo que se dice de su Espíritu, que donde él está "allí hay libertad" (2 Co 3,13), derramará la gracia generosamente, proclamará "el año de gracia del Señor", "de su plenitud recibiremos gracia sobre gracia", se manifestará lleno "de gracia y de verdad" (Jn 1,16-17), un tiempo en que todo será misericordia y benevolencia, júbilo y generosidad. Dios se hace gracia por un año sin término, gracia para siempre (“Caritas”). Este texto se sitúa en la línea de los cánticos del Siervo doliente, con ciertos rasgos que hacen de su protagonista un profeta, movido por la fuerza del «espíritu».
2. Comentarios al Magnificat (Lc 1, 46-55), de "La Cadena de Oro" de Santo Tomás de Aquino. San Basilio: “La Santísima Virgen, considerando la inmensidad del misterio, con intención sublime, y con un fin muy alto y como avanzando en sus profundidades, engrandece al Señor. Por esto prosigue: "Y dijo María: Mi alma engrandece al Señor"”.
“Los primeros frutos del Espíritu Santo son la paz y la alegría. Y como la Santísima Virgen había reunido en sí toda la gracia del Espíritu Santo, con razón añade: "Y mi espíritu se regocijó". En el mismo sentido dice alma y espíritu. La palabra exaltación -de tanto uso en las Sagradas Escrituras- insinúa cierto hábito o estado del alma -alegre y feliz- en aquellos que son dignos de él. Por eso la Virgen se regocija en el Señor con inefable latir del corazón y transporte de gozo en la agitación de un afecto honesto. Sigue: "En Dios mi Salvador"” (S. Basilio). “Porque el espíritu de la Virgen se alegra de la divinidad eterna del mismo Jesús -esto es, del Salvador-, cuya carne es engendrada por una concepción temporal” (S. Beda). “El alma de María en verdad que engrandece al Señor, y su espíritu se regocija en Dios; porque consagrada en alma, espíritu y cuerpo al Padre y al Hijo, venera con piadoso afecto a un solo Dios, de quien son todas las cosas. Que el alma de María esté en todas las cosas para engrandecer al Señor; que el espíritu de María esté en todas las cosas para regocijarse en el Señor. Si según la carne una sola es la Madre de Cristo, según la fe el fruto de todos es Cristo. Porque toda alma concibe el Verbo de Dios, si, inmaculada y exenta de vicios, guarda su castidad con pudor inviolable” (S. Ambrosio). “Engrandece al Señor aquel que sigue dignamente a Jesucristo, y mientras se llama cristiano, no ofende la dignidad de Cristo, sino que practica obras grandes y celestiales; entonces, se regocijará el espíritu -esto es, el crisma espiritual-, o lo que es lo mismo, adelantará y no será mortificado” (Teofilacto).
“¡Oh verdadera humildad, que parió a los hombres un Dios, dio a los mortales la vida, renovó los cielos, purificó el mundo, abrió el paraíso y libró a las almas de los hombres! La humildad de María se convirtió en escala para subir al cielo, por la cual Dios baja hasta la tierra. ¿Qué quiere decir "miró", sino "aprobó"? Muchos parecen humildes a los ojos de los hombres; pero la humildad de ellos no la mira el Señor, porque si fuesen verdaderamente humildes, querrían que Dios fuese alabado por los hombres, y no que los hombres los alabasen. Y su espíritu se alegraría, no en este mundo, sino en Dios” (Pseudo-Agustín).
“Manifiesta la Virgen que no será proclamada bienaventurada por su virtud, sino que explica la causa diciendo: "Porque hizo conmigo cosas grandes el que es poderoso"” (Teofilacto). “¿Qué cosas grandes hizo en ti? Creo: que siendo criatura dieras a luz al Creador y que siendo sierva engendraras al Señor, para que Dios redimiese al mundo por ti, y por ti también le volviese la vida” (Pseudo-Agustín). “Esto se refiere al principio del cántico, en donde dice: "Mi alma engrandece al Señor". Sólo aquella alma, en quien Dios se ha dignado hacer cosas grandes, es la que puede engrandecerle con dignas alabanzas” (Beda).
“Volviéndose desde los dones especiales que ha recibido del Señor hacia las gracias generales, explica la situación de todo el género humano añadiendo: "Y su misericordia de generación en generación a los que le temen". Como diciendo: No sólo me ha dispensado gracias especiales el que es poderoso, sino a todos los que temen a Dios y son aceptos en su presencia” (Beda).
“Como parece que la prosperidad humana consiste principalmente en los honores de los poderosos y en la abundancia de las riquezas, después de la caída de los poderosos y la exaltación de los humildes, hace mención del anonadamiento de los ricos y la abundancia de los pobres… Los que desean las cosas eternas con todo interés y como hambrientos, serán saciados cuando Jesucristo aparezca en su gloria. Pero los que se gozan en las cosas de la tierra al final serán abandonados, vacíos de toda felicidad”.
“Después que hace mención de la piedad y de la justicia divina, vuelve a ocuparse de la gracia especial que dispensa por medio de la nueva encarnación, diciendo: "Recibió a Israel su siervo", como médico que visita al enfermo. Así, Dios se hizo visible entre los hombres, para hacer que Israel -esto es, el que ve a Dios- fuese su siervo” (Glosa). “Dice, pues, Israel, no la material a quien ennoblecía su nombre, sino la espiritual que retenía el nombre de la fe, teniendo sus ojos dirigidos hacia Dios para verlo por medio de la fe. También puede adaptarse a la Israel material, puesto que de ella creyeron muchos. Hizo esto "acordándose de su misericordia", porque cumplió lo que había ofrecido a Abraham, diciendo: "Porque serán bendecidas en tu descendencia todas las naciones de la tierra" (Gén 22,18). La Madre de Dios, recordando esta promesa decía: "Así como habló a nuestros padre Abraham". Porque se dijo a Abraham: "Estableceré mi pacto entre nosotros, y entre tu descendencia que habrá de venir después que tú, por medio de un pacto sempiterno que alcanzará a todas sus generaciones, a fin de que yo sea tu Dios y el de tu descendencia después de ti" (Gén 17,7)” (S. Basilio). “Llama descendencia, no tanto a los engendrados por la carne, como a los que han de seguir las huellas de su fe, y a quienes se ha prometido la venida del Salvador en los siglos” (Beda). En cualquier caso, aquí junto al don de Dios la alegría va ligada a la correspondencia a este don: Alegría, basada en el don de la filiación divina y fruto de la entrega. “Dios se entusiasma ante la entrega alegre del que se da por Amor con espontaneidad, y no como quien realiza un favor costoso” (Amigos de Dios, 140). “Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra” (Forja 1005). Y motivos de alegría tenemos muchos: las maravillas del universo, virtudes y cualidades de los demás, la amistad sincera, la satisfacción del trabajo bien hecho, la alegría del deber cumplido. Hemos de fomentar la alegría y cultivarla, porque sin alegría no se puede servir a Dios. No se puede servir bien entre penas y llantos, mejor es que sea fruto de la alegría, de felicidad, fidelidad amorosa al servicio de Dios y los demás. Y que es compatible con el cansancio físico, con el dolor... La alegría es consecuencia de la filiación divina, de sabernos queridos por nuestro Padre Dios, que nos acoge, nos ayuda, y nos perdona siempre. La misma tristeza de ver nuestros errores no puede degenerar en pereza que lleva a la melancolía e inactividad, la tristeza ante los fallos que lleva al decaimiento puede nacer de la soberbia; pero con humildad puede convertirse esta tristeza en santa y mueve a luchar. A veces el Señor se sirve de ello para purificarnos y hacer profundizar en la vida interior. No hay que confundir la tristeza con el cansancio y encima cargar con la tristeza de que uno no está entregado…
La tristeza mala es aliada del enemigo. La hemos de rechazar con prontitud, porque hace que desaparezca el optimismo humano y sobrenatural y el alma se ve asaltada por tentaciones de buscar compensaciones que suplan de algún modo el deseo de alegría, de felicidad. Son las salidas ansiosas hacia escapatorias (deporte exagerado, comida o bebida o sexualidad desmedidas). Además la tristeza hace ver todo desde el punto de vista negativo y pesimista, tanto para nuestras cosas como para la de los demás. Se pierde entonces la objetividad y la visión sobrenatural como el palo que dentro del agua se ve torcido, la confianza en Dios se atenúa pues se confía en las propias fuerzas y lógicamente no se llega a todo y llegando al desaliento se afloja en la entrega a Dios y los demás, se busca la satisfacción en otras cosas, se encuentra peros a todo, se desata el juicio crítico... aparece el enemigo: “la tristeza es un vicio causado por el desordenado amor de sí mismo, que no es un vicio especial, sino la raíz general de todos ellos” (Santo Tomás de A.). La tristeza es causa de otros muchos males para el alma. Origina faltas de caridad, despierta el afán de compensaciones y permite, con frecuencia, que el alma no luche con prontitud ante las tentaciones. Hay que ir a la auténtica base del edificio: “Si nos sentimos hijos predilectos de nuestro Padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿cómo no vamos a estar alegres siempre? —Piénsalo” (Forja 266). “"«¿Contento?» - Me dejó pensativo la pregunta. - No se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente -en el corazón y en la voluntad- al saberse hijo de Dios" (Surco 61). “Los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados” (Amigos de Dios 92).
Va unido el don de la filiación divina y la tarea de responder como buenos hijos: “Si vivimos así, realizaremos en el mundo una tarea de paz; sabremos hacer amable a los demás el servicio al Señor, porque Dios ama al que da con alegría. El cristiano es uno más en la sociedad; pero de su corazón desbordará el gozo del que se propone cumplir, con la ayuda constante de la gracia, la Voluntad del Padre. Y no se siente víctima, ni capitidisminuido, ni coartado. Camina con la cabeza alta, porque es hombre y es hijo de Dios” (Amigos de Dios 93). Es un fruto del deseo eficaz de hacer la voluntad de Dios, pues lo propio del hijo es obedecer. Alegría en la cruz, en cumplir la voluntad de Dios, en decirle: “Señor, qué quieres de mí?” “Hemos de ver las cosas con paciencia. No son como queremos, sino como vienen por providencia de Dios: hemos de recibirlas con alegría, sean como sean. Si vemos a Dios detrás de cada cosa, estaremos siempre contentos, siempre serenos. Y de ese modo manifestaremos que nuestra vida es contemplativa, sin perder nunca los nervios” (san Josemaría Escrivá). Recuerdo aquello de Manzini en su obra “Los novios”: es importante saber que todas nuestros problemas y contrariedades, tanto por nuestra culpa como sin ella, si las vemos con fe, las llevamos mejor. La Cruz hace al cristiano “Ipse Christus”, para identificarse con la Voluntad del Padre del Cielo, imitando a Cristo; porque ante lo agradable y ante lo desagradable, ante lo que requiere poco esfuerzo y ante lo que quizás exige mucho sacrificio, decide ponerse en la presencia de Dios y afirmar con clara actitud: “¿lo quieres, Señor?… ¡Yo también lo quiero!”: “Nadie es feliz, en la tierra, hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor, ¡en cristiano!, Cruz; Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí y, después, eternamente” (Surco 52). “Una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios. En cambio, el triste siempre obra el mal” (Pastor de Hermas). Muchos hoy día aparecen como ásperos, impacientes, a veces duros y no nos extraña conocer a gente con amarguras y rostro disgustado. Esa especie de penosa desesperación que se ve en la calle se ha convertido en algo habitual. Tal vez hoy más que nunca apreciamos a la Alegría como una característica de las personas santas, como la Madre Teresa de Calcuta con su sonrisa y alegría que salía del alma mientras dedicaba sus cuidados a los menesterosos y enfermos que todo el mundo rechazaba. Como nos dice el Santo Padre (Aloc. 24-11-1979) “La alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del Hombre, no puede menos de experimentar en lo intimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría!”
Efectivamente, la alegría cristiana no es fácil de describir y es misteriosa. Como el amor, en la alegría hay misterio. Pero los cristianos tenemos un motivo fundamental para estar alegres: “Somos hijos de Dios y nada nos debe turbar; ni la misma muerte. Para la verdadera alegría nunca son definitivas ni determinantes las circunstancias que nos rodeen, porque está fundamentada en la fidelidad a Dios, en el cumplimiento del deber, en abrazar la Cruz. Sólo en Cristo se encuentra el verdadero sentido de la vida personal y la clave de la historia humana. La alegría es uno de los más poderosos aliados que tenemos para alcanzar la victoria. Este gran bien sólo lo perdemos por el alejamiento de Dios (el pecado, la tibieza, el egoísmo de pensar en nosotros mismos), o cuando no aceptamos la Cruz, que nos llega de diversas formas: dolor, enfermedad, contradicción, cambio de planes, humillaciones. La tristeza hace mucho daño en nosotros y en los demás. Es una planta dañina que debemos arrancar en cuanto aparece, con la Confesión, con el olvido de sí mismo y con la oración confiada” (Hablar con Dios).
“Dios se entusiasma ante la entrega alegre del que da y se da por Amor con espontaneidad, y no como quein realiza un favor costoso” (J. Escrivá, Amigos de Dios 140). O como dice S. Agustín, “si das el pan entristeciéndote, pierdes el pan y la recompensa” (ver también Forja, 308).
154.000 empleadas del hogar filipinas abarrotan las calles de Hong Kong. Están alegres, sonríen, participan de conversaciones festivas, son una nota de paz en un mar de calles llenas de gente estresada. Aprenden idiomas rápido (aparte de inglés fuido y tagalo hablan enseguida cantonés, tienen facilidad por las lenguas); muchas son universitarias, madres o hermanas mayores que trabajan con alegría para mandar dinero a los hijos / hermanos que han de alimentarse e ir a colegio. La pregunta que muchos se hacen es cómo pasar la vida contentas si muchas veces tienen un trabajo que les esclaviza; cómo no sentir la soledad lejos de su mundo, cómo en lugar de ser las personas más desgraciadas de Hong Kong son las más felices: un servicio de Aceprensa recoge estas preguntas. Según F. de León, profesor de la Universidad de Filipinas, “raíces malayas, mezcladas con espíritu católico y festivo de los antiguos colonizadores españoles, a los que se añade una pizca de sabor occidental, proveniente de los días en que era colonia americana”. Esta misma opinión recoge lo que podríamos decir su “buen carácter”: abiertos a todos y a todo, lo contrario de la cultura individualista de Occidente, cerrada al éxito personal que es lo que le pierde. La cultura filipina se basa en la noción de “kapwa”: compartir. “Todo, desde el dolor hasta una broma o una comida, existe para ser compartido”. Esto también se ve en culturas como la andaluza. “El filipino se siente urgido por conectar, por hacerse uno de ellos... hay mucha menos soledad entre ellos”. Y eso se extiende a la religión, la Misa es una gran reunión de familia... Dice el padre Lim, sacerdote filipino dedicado a esa pastoral entre filipinos en Hong Kong, que “esta íntima vivencia de la fe es una de las razones por las que no se dan entre las “amahs” casi ningún caso de drogas, suicidio o depresión, problemas crecientes entre los chinos”. En tagalo se las apoda “bayani”, heroínas, y así lo dice una de ellas cuando al presentarse en un concurso de belleza le preguntaron porqué se sentía dichosa: “somos heroinas porque nos sacrificamos por aquellos a los que queremos. Echarles de menos es normal. Aguantamos porque estamos unidas.” El amor produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, sólo disfruta de veras el que vive en caridad.
“Sonríe a todos. Pondré gracia en tu sonrisa”, le decía el Señor a Gabrielle Bossis. Es algo simple, pero no sencillo. Es simple apreciar si una persona es alegre o no, y la forma en la que ilumina a los demás, sin embargo tratar de ser una persona así no es sencillo. La alegría es un gozo del espíritu. Los seres humanos conocemos muy bien el sufrimiento y el dolor, y quienes han perdido a un ser querido lo han experimentado en toda su profundidad. Así como el dolor proviene de una situación difícil, la alegría es exactamente al revés, proviene del interior. Desde el centro de nuestra mente, de nuestra alma, hay un bienestar, una paz que se reflejan en todo nuestro cuerpo: sonreímos, andamos por ahí tarareando o silbando una tonadita, nos volvemos solícitos... El cambio es realmente espectacular, tanto que suele contagiar a quienes están al rededor de una persona así. La alegría es consecuencia de la paz que llega como recompensa de la lucha interior por mejorar, incluso cuando las cosas no van como debieran, tenemos la alegría del hijo pródigo, rectificar, volver a Dios, recomenzar.
La alegría surge, en primer lugar, de una actitud, la de decidir cómo afronta nuestro espíritu las cosas que nos rodean. Quien se deja afectar por las cosas malas, elige sufrir. Quien decide que su paz es mayor que las cosas externas, entonces se acerca más a una alegría. Una alegría que viene desde de adentro.
La rutina sería fuente de tristeza, si no hubiera ese dulce sobresalto que produce el amor. No está el gozo en eludir la realidad, sino no esclavizarse por ella, sentirse libres en el trabajo (la satisfacción de la labor realizada), en la vida en familia, en los amigos, en ayudar a todos… ("es hacer el bien, sin mirar a quien"). Toda persona es capaz de irradiar desde su interior la alegría, manifestándola exteriormente con una simple sonrisa o con la actitud serena de su persona, propia de quien sabe apreciar y valorar todo lo que existe a su alrededor
Y "lo mismo que la tristeza, la alegría es contagiosa. Tengo un amigo que irradia alegría, y no porque su vida sea fácil, sino porque está habituado a reconocer la presencia de Dios en medio de todos los sufrimientos humanos, lo suyos y los de los demás. Vaya donde vaya, esté con quien esté, siempre es capaz de ver y oír algo hermoso, algo por lo que estar agradecido. No niega el sufrimiento que le rodea, ni está ciego o sordo ante lo suspiros y los gemidos de los seres humanos, sus prójimos, pero su espíritu gravita hacia la luz en medio de la oscuridad y tiende a orar en medio de los gritos de desesperación. Su mirada es amable, su voz suave. No es un sentimental. Es un realista; pero su profunda fe le enseña que la esperanza es más real que la desesperación, que la fe es más real que la desconfianza y el amor más real que el miedo. Este realismo espiritual es el que hace que sea un hombre feliz," y ya puedes hablarle de una guerra que dice "he visto a dos niños que compartían su pan entre sí, y he oído a una mujer decir 'gracias' y sonreír cuando otro la cubría con una manta. Esa pobre gente sencilla me da ánimos para seguir viviendo mi vida'.
La alegría de mi amigo es contagiosa. Cuando más estoy con él, más llegan hasta mí rayos del sol que pasa a través de las nubes. Sí, sé que hay un sol, incluso cuando el cielo está cubierto de nubes. Cuando mi amigo hablaba del sol, yo seguía hablando de las nubes, hasta que un día me di cuenta de que era el sol el que me permitía ver las nubes.
Los que siguen hablando del sol mientras andan bajo un cielo encapotado son mensajeros de esperanza, son los verdaderos santos de nuestros días", están sorprendidos por la alegría. Venga noticias tristes, violencia, "es terrible", y "el gran desafío de la fe es dejarnos sorprender por la alegría", alegría que despierta ante una puesta de sol cuando unos ojos inocentes dicen: “mira papá”...
La alegría va de la mano con la risa: "el dinero y el éxito no nos hacen felices. como se ve que están angustiados y atemorizados, gente sombría, y pobres se ríen con gran facilidad y muestran alegría. "La alegría y la risa son los dones que trae consigo vivir en presencia de Dios y creer que no merece la pena preocuparse por el mañana. Siempre me sorprende que la gente rica tiene mucho dinero pero los pobres tienen mucho tiempo. Y cuando se tiene mucho tiempo, se puede celebrar la vida." "El problema no está en el dinero y el éxito; el problema consiste en a falta de tiempo libre y disponible para poder encontrarse con Dios en el presente y para que la vida pueda elevarse a su forma más bella y buena." Los niños que juegan estando juntos nos enseñan: "he hecho un pastel de arena, ven a verlo" "Dios busca los sitios donde hay sonrisas y risa. Las sonrisas y la risa abren las puertas del Reino. Por eso Jesús nos llama a ser como niños".
3. 1 Ts 5, 16-24. En tres palabras sintetiza Pablo la actitud del espíritu cristiano tal como corresponde a la voluntad de Dios: alegría, oración y agradecimiento. Van unidas, dan la clave para este día de "¡Alegraos constantemente!", o sea, incluso en las horas bajas y de sufrimiento (1,6), pues esos momentos no afectan al fundamento en el que descansa nuestra alegría; la certeza de la salvación en Cristo. La alegría es algo intrínseco a la vocación cristiana. Pedimos al Señor el “gaudium cum pace”, del que . Chesterton decía: "La alegría, que constituyó la pequeña publicidad del hombre pagano, es el gigantesco secreto del cristiano. Cristo nunca encubrió sus lágrimas. Él nunca escondió su ira. Pero hubo algo que controló. Hubo algo que era demasiado grande para que Dios pudiera mostrárnoslo, cuando anduvo por la tierra; y algunas veces se me ha ocurrido que ese algo era su alegría" (Orthodoxy). Y va muy unida a la oración: "Orad sin cesar". Naturalmente, no con palabras, sino con la conciencia de la unión con Dios, porque en el descanso del alma en él se encuentra precisamente la verdadera oración, sin palabras y de pleno valor, esto configura al santo en alguien alegre. "El buen humor es manifestación externa clara de que hay en el alma una juventud perenne", decía s. Josemaría, y lo ponía en práctica según cuentan las Hermanas de los Hospitales: "Yo le recuerdo siempre alegre. Si tuviera que destacar una cualidad de él, creo que me quedaría con ésta: la jovialidad, el gozo que emanaba de su persona. Nos alegraba la vida con su modo de ser". Sabía reír como un niño; hacía reír con su impresionante sentido del humor. El historiador y médico P. Berglar observa su expresión juvenil, “aquella sonrisa que muy a menudo surgía alrededor de los ojos y de la boca; una sonrisa que, de modo inconfundible, reunía en sí calor, picardía y libertad de espíritu (e imperturbabilidad) en sus diagnósticos”. Para poder ayudar a los demás hay que ser experto en humanidad, dar paz.
"¡Dad gracias por todo!". Incluso en las pruebas y sufrimiento. Aquí es donde tiene que mostrarse la fe fuerte, en que todo lo que viene de la mano de Dios es para nuestra salvación. Esta actitud del alma es, pues, la que concuerda con la voluntad de Dios, como nos lo reveló Jesús. "¡No apaguéis el espíritu!", dirá S. Pablo evocando el fuego y luz, como siempre indica el carisma más alto el amor, la fuerza del Espíritu. Y es que la alegría viene en primer lugar del amor, motor de la vida. Alegría y amor. La fuente más común, más profunda y más grande de la alegría es el amor. Se siente alegre cuando se conoce al amor de la vida, cuando se da cuenta de que esa persona nos quiere con locura. El amor rejuvenece y es una fuente espontánea y profunda de alegría. Ese amor es, efectivamente, el principal combustible para estar alegres. Quien no ama, no ríe. Y es por eso que el egoísta sufre, y nunca está alegre. La alegría es propia de los enamorados. Cuando alguien pasa por ahí canturreando y con una sonrisa en los labios, con un semblante pacífico, pensamos fácilmente “ah, son las cosas del amor”. Pues los católicos tenemos muchas y muy buenas razones para tener esa alegría propia de los enamorados. Copio de no sé donde: “La alegría es el amor disfrutado; es su primer fruto. Cuanto más grande es el amor, mayor es la alegría, decía S. Tomás de Aquino. Dios es amor (1, 4,8) enseña San Juan; un Amor sin medida, un Amor eterno que se nos entrega. Y la santidad es amar, corresponder a esa entrega de Dios al alma. Por eso, el discípulo de Cristo es un hombre, una mujer, alegre, aun en medio de las mayores contrariedades: Y Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar (Juan 16, 22). “Un santo triste es un triste santo” se ha escrito con verdad. Porque la tristeza tiene una íntima relación con la tibieza, con el egoísmo y la soledad. El Señor nos pide el esfuerzo para desechar un gesto adusto o una palabra destemplada para atraer muchas almas hacia Él, con nuestra sonrisa y paz interior, con garbo y buen humor. Si hemos perdido la alegría, la recuperamos con la oración, con la Confesión y el servicio a los demás sin esperar recompensa aquí en la tierra.”
Juan Pablo II nos pone delante de nuestra mirada a la Virgen Santa: “El canto del magnificat continúa siendo durante los siglos la expresión más pura de la alegría que brota en cada una de las almas fieles. Es la alegría que surge del estupor ante la fuerza omnipotente de Dios que puede permitirse realizar “cosas grandes” a pesar de la desproporción de los instrumentos humanos. Podemos cantar el magnificat con espíritu exultante, si tratamos de tener en nosotros los sentimientos de María su fe, su humildad, su candor”.
Sentirse amado es la fuente de la alegría. La posesión del Amor, y por tanto de la alegría, comienza a ser un hecho ya en la tierra mediante la gracia, que nos hace hijos de Dios, aunque será necesario esperar llegar al cielo para poseer la felicidad plena, que sacia sin saciar. “Si nos sentimos hijos predilectos de nuestro padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿como no vamos a estar alegres siempre?” (Forja 266). “¡Que estén tristes los que no quieren ser hijos de Dios! Esa aspiración de conducirse como buen hijo de Dios da juventud, serenidad, alegría y paz permanentes” (Forja 423). El gozo cristiano comienza en esta tierra y será pleno en la vida eterna, pero no se puede disfrutar de el si sólo se descubre motivos de desaliento. “¿Por qué nos entristecemos los hombres? Porque la vida en la tierra no se desarrolla como nosotros personalmente esperábamos, porque surgen obstáculos que impiden o dificultan seguir adelante en la satisfacción de lo que pretendemos” (Amigos de Dios).
Decía Teresa de Calcuta: “Un corazón lleno de alegría es resultado de un corazón que arde de amor. La alegría no es solo cuestión de temperamento, siempre resulta difícil conservar la alegría - motivo mayor para tratar de adquirirla y de hacerla crecer en nuestros corazones. La alegría es oración; la alegría es fuerza; la alegría es amor. Da más quien da con alegría. A los niños y a los pobres, a todos los que sufren y están solos, bríndales siempre una sonrisa alegre; no solo les brindes tus cuidados sino también tu corazón. Tal vez no podamos dar mucho, pero siempre podemos brindar la alegría que brota de un corazón lleno de amor. Si tienes dificultades en tu trabajo y si las aceptas con alegría, con una gran sonrisa, en este caso, como en muchas otras cosas, verás que tu bien si funciona. Además, la mejor manera de mostrar tu gratitud está en aceptar todo con alegría. Si tienes alegría, esta brillara en tus ojos y en tu aspecto, en tu conversación y en tu contento. No podrás ocultarla por que la alegría se desborda. La alegría es muy contagiosa. Trata, por tanto, de estar siempre desbordando de alegría donde quiera que vayas. La alegría, ha sido dada al hombre para que se regocije en Dios por la esperanza del bien eterno y de todos los beneficios que recibe de Dios. Por tanto, sabrá como regocijarse ante la prosperidad de su vecino, como sentirse descontento ante las cosas huecas. La alegría debe ser uno de los pivotes de nuestra existencia. Es el distintivo de una personalidad generosa. En ocasiones, también es el manto que cubre una vida de sacrificio y entrega propia. La persona que tiene este don muchas veces alcanza cimas elevadas. El o ella es como el sol en una comunidad. Deberíamos preguntarnos: "¿En verdad he experimentado la alegría de amar?" el amor verdadero es un amor que nos produce dolor, que lastima y, sin embargo, nos produce alegría. Por ello debemos orar y pedir valor para amar. Quien Dios te devuelva en amor todo el amor que hayas dado y toda la alegría y la paz que hayas sembrado a tu alrededor, en todo el mundo”. Todo esto lo vemos en las exhortaciones que concluyen la primera carta de Pablo, dirigida a los cristianos de Tesalónica, escrita hacia el año 51: alegría, oración, acción de gracias. La alegría va de la mano del dolor, y de la esperanza… pero ya tocaremos en otro momento estos aspectos.
4. Jn 1, 6-8. 19-28. Volvemos a Juan Bautista y su testimonio sobre su autoridad, dependiente de Jesús, ante los judíos de Jerusalén, como fiscales celosos de un sistema. En el Oficio de Lectura de hoy se leen unas palabras de s. Agustín: "Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna. Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón (...). Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Y cuando le preguntaron: ¿Quién eres?, respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto:`Allanad el camino del Señor'. La voz que grita en el desierto, la voz que rompe el silencio; pero ésta no se dignará venir a donde yo trato de introducirla, si no le allanáis el camino".
No era la luz sino su testigo enamorado. ¿Puede haber vocación más bonita? Decir a las gentes que no siempre es de noche ni todo es tinieblas. Llevar un rayo de esperanza a los corazones entristecidos. Una sonrisa gratuita en una sociedad violenta. Pronosticar que la verdad terminará imponiéndose. Descubrir valores ocultos y carismas no apreciados. Apreciar el lado bueno de las cosas y personas. Entender que no todo es relativo. Encontrar el sentido de la vida. Testigo de todas las luces. Testigo del que es todo luz.
-Yo soy la voz que grita. ¿Puede haber una vocaciòn más humilde y más grande? No es Mesías, ni profeta, ni quiere ser personaje. Es una voz, un mensaje, una llamada. Está hecho para gritar, para proclamar, para anunciar y para denunciar. Si deja de hablar, se muere. Si deja de gritar, deja de ser. Si deja de anunciar su mensaje, se condena. Una voz, pero hija del viento, del Espíritu. Una voz solamente, pero que no se puede acallar, y que empezará a renovar el mundo. ¡Cuánto vale su palabra! Cuando falten estas voces, el mundo habrá perdido su conciencia.
-Tú, ¿quién eres? Una pregunta que todos tenemos que hacernos. ¿Cuál es nuestra verdadera vocación? No el montaje que nos hemos preparado, o la rutina a la que nos hemos acostumbrado, o la obligación a la que nos sentimos forzados. ¿Quién eres?, sin caretas ni tapujos. No lo que piensan, o dicen, o esperan de ti. Ni lo que tú mismo has llegado quizá a creerte. ¿Quién eres, de verdad? ¿Podrías adivinar el nombre escrito en la piedra blanca que al fin te darán? Ojalá puedan escribir también algo parecido a "testigo de la luz" y "voz que grita" (“Caritas”).
Vivimos en una época de mucho griterío y muchos fuegos fatuos. Nos llegan cantidad de voces vacías de palabra. Distraen, y no establecen una comunicación a fondo entre nosotros ni nos ayudan a encontrarnos a nosotros mismos. Pero también es cierto que hay palabras vivas, aunque nos cuesta descubrirlas, distraídos como estamos. Jesús es el Verbo, es decir, la Palabra por excelencia, aquella que ha sido concebida en el fondo del corazón (en el seno mismo de Dios). Retengámosla, esta palabra, no la perdamos. Y para ello hagamos caso de la recomendación de Juan: "Allanad el camino del Señor". San Agustín nos lo explica así: "Es como si dijera: Yo grito para introducirlo en vuestro corazón, pero el Señor no se dignará entrar si vosotros no le preparáis los caminos". El Adviento es eso. ¿Y no podría ser una manera de prepararle el camino ponernos en sintonía con el Espíritu que reposa sobre Él y que le envía "a anunciar la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo?" (J. Totosaus).
En el ciclo B, el evangelio de Marcos que leemos habitualmente es completado de vez en cuando con fragmentos del de Juan, como hoy.

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