jueves, 24 de febrero de 2011

Jueves de la 7ª semana. Las lecturas nos marcan los propósitos de hoy: «No confíes en tus fuerzas para seguir tus caprichos». «Dichoso aquél cuyo gozo


Jueves de la 7ª semana. Las lecturas nos marcan los propósitos de hoy: «No confíes en tus fuerzas para seguir tus caprichos». «Dichoso aquél cuyo gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche». «Vivid en paz unos con otros»

Eclesiástico 5,1-8 1 En tus riquezas no te apoyes ni digas: «Tengo bastante con ellas.» 2 No te dejes arrastrar por tu deseo y tu fuerza para seguir la pasión de tu corazón. 3 No digas: «¿Quién me domina a mí?», porque el Señor cierto que te castigará. 4 No digas: «Pequé, y ¿qué me ha pasado?», porque el Señor es paciente. 5 Del perdón no te sientas tan seguro que acumules pecado tras pecado. 6 No digas: «Su compasión es grande, él me perdonará la multitud de mis pecados.» Porque en él hay misericordia, pero también hay cólera, y en los pecadores se desahoga su furor. 7 No te tardes en volver al Señor, no lo difieras de un día para otro, pues de pronto salta la ira del Señor, y perecerás al tiempo del castigo. 8 No te apoyes en riquezas injustas, que de nada te servirán el día de la adversidad.

Salmo 1,1-4,6 1 ¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, 2 mas se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche! 3 Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. 4 ¡No así los impíos, no así! Que ellos son como paja que se lleva el viento. 6 Porque Yahveh conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos se pierde.

Marcos 9,41-50 41 «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.» 42 «Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. 43 Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. 45 Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. 47 Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, 48 donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; 49 pues todos han de ser salados con fuego. 50 Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros.»

Comentario: 1.- Si 5,1-10. El sabio nos da hoy a todos, a los ricos y a los no ricos, un serio aviso: «No confíes en tus riquezas... no confíes en tus fuerzas, porque el Señor te exigirá cuentas». Unos se sienten demasiado seguros porque se fían de sus riquezas. Otros se sienten «poderosos» porque se escudan falsamente en la bondad y la paciencia de Dios: «He pecado y nada malo me ha sucedido, porque él es un Dios paciente». Esta no debe ser excusa para hacer nuestro capricho. Porque Dios tiene mucha paciencia, pero también es justo y sabe enfadarse «y su ira recae sobre los malvados». Los cristianos podemos tener la tentación de la excesiva confianza. que nos lleva a la indolencia. Fiados en la misericordia de Dios, podemos dejar para mañana nuestra decisión firme de seguir sus caminos. Seguramente no será nuestro caso como el de los ricos, que tienen que oír lo de que «no confíes en tus riquezas injustas, que no te servirán el día de la ira». Pero sí podríamos caer en la trampa de poner nuestras seguridades en otros valores que nos hacen «poderosos» y autosuficientes. Aquí se nos dice que no nos fiemos de nuestras fuerzas, ni estemos demasiado satisfechos de cómo vaya nuestra vida. Más bien tendríamos que pensar si estamos dando los frutos que Dios esperaba de nosotros y preocuparnos de no defraudarle. Oigamos como dirigida a nosotros la consigna del sabio: «No tardes en volverte a él y no des largas de un día para otro». Porque seria muy triste que, regateando a Cristo nuestra fidelidad, abusando de la misericordia de Dios y dejando siempre para mañana nuestra conversión, «para lo mismo responder mañana», nos quedáramos enanos espiritualmente y no hiciéramos el bien que él había pensado que haríamos colaborando en la salvación del mundo. El salmo nos hace decir, por una parte, «dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor». Pero, por otra, nos recuerda que «dichoso el que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores, sino que su gozo es la ley del Señor». ¿Queremos ser «paja que arrebata el viento», sin fruto, sin consistencia, o bien «un árbol plantado al borde de la acequia, que da fruto en sazón»? (J. Aldazábal).
-No te apoyes en tus riquezas... No te dejes arrastrar por tu deseo y tu fuerza para seguir las pasiones de tu corazón... No digas: «¿Quién podrá dominarme?» porque el Señor te castigará debidamente. El sabio estigmatiza aquí la arrogancia y la suficiencia del hombre que, seguro de sí mismo, se cree invulnerable. La riqueza acentúa a menudo esa pretensión. El optimismo de Ben Sirac no le ciega: sabe que el hombre es frágil. Tampoco Jesús tardará en llamar «¡insensato!» a ese hombre que se creía seguro porque sus cosechas habían sido excepcionales y estaba pensando en engrandecer sus graneros.
-No digas: «Pequé, y ¿qué me ha sucedido?» porque el Señor es paciente. No te sientas tan seguro del perdón que acumules pecado tras pecado. La peor arrogancia es, ciertamente, la del pecador desvergonzado que se endurece en su ridícula pretensión. Si Dios no interviene constantemente para castigar el pecado es porque concede un plazo y espera pacientemente la conversión. Sería peligroso interpretar esta demora como una flaqueza de Dios, y aprovecharse de esa discreción divina para pecar más.
-No digas: «Su compasión es grande, el Señor perdonará la multitud de mis pecados.» Porque en El hay misericordia pero también cólera y ésta se desahoga en los pecadores. ¿Tengo ese mismo punto de vista tan equilibrado?:
-El sentido de la compasión y de la misericordia de Dios, que son una llamada a la conversión. -El sentido de su justicia y de su condena de todo mal, que son una llamada a la conversión. -No tardes en volver al Señor, no lo difieras de día en día. El fracaso forma parte de toda vida humana. El pecado forma parte de toda vida humana. Más condenable que el pecado es endurecerse en él, rehusar reconocerlo y remitir día a día la confesión de ese mal. En efecto, el presuntuoso que no quiere reconocer su fracaso lo transforma en mal definitivo, haciendo casi imposible la conversión. En cambio, el pecador que reconoce su pobreza y confiesa su falta abre con ello la posibilidad de una nueva partida por el recto camino. ¡Envía, Señor, tu Espíritu para que seamos lúcidos! A menudo no sabemos discernir claramente el mal que cometemos.
-No lo difieras de un día para otro, pues de pronto salta la ira del Señor y perecerás el día del castigo. No nos gusta este lenguaje. Evidentemente hay que contar con el "antropomorfismo", que presta a Dios sentimientos humanos -como es el caso aquí de la «ira»-. Y si bien es verdad que no disponemos de otro lenguaje, es verdad también que las reacciones de Dios no son las del hombre. Sin embargo, más cercano a nosotros, san Pablo habla también de la «ira» de Dios que, «desde el cielo reprueba toda impiedad e injusticia humana». (/Rm/01/18). Y el mismo Jesús utiliza ese lenguaje lleno de vehemencia para despertar, en lo posible, a los Saduceos y Fariseos de su tiempo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a vosotros escapar de la ira inminente? Convertíos. El hacha está ya puesta a la raíz de los árboles» (/Mt/03/07-10). Notemos de nuevo que esa ira sólo va dirigida al endurecimiento que abusa de la paciencia y de la misericordia de Dios. Sabemos en cambio, a través de todo el Evangelio a qué extremo llega la benevolencia de Dios para todo pecador que sabe reconocer su debilidad y acusarse de ella, como el publicano (Lc 18,10) y tantos otros hombres y mujeres que Jesús ha salvado (Noel Quesson).
Las exhortaciones del Eclesiástico, de sabio a discípulo, resuenan siempre sobre el horizonte de una convicción continua y permanente, aunque a veces implícita: ¡Eres libre! Está en tu mano apoyarte en las riquezas, dejarte llevar por la fuerza que te arrastra a vivir según las pasiones de tu corazón; puedes incluso seguir pecando sin miedo, pues hasta ahora no te ha pasado nada. Y, por otra parte, puedes confiar en que la misericordia inmensa del Señor «perdonará mis muchos pecados» (5,6) Si quieres puedes vivir así, y quizá al final te salga bien. No le ha sido dado a la sabiduría del sabio prever con certeza el futuro de las personas, siempre incierto. La sabiduría tampoco niega que el Señor sea misericordioso y clemente; pero no puede menos de recordar su ira y su furor. Lo que la sabiduría ignora, y por eso se muestra prudente, es quién prevalecerá al final: el Señor misericordioso o el Señor airado. De hecho, la sabiduría no disimula su ignorancia: «El día de la venganza -dice a quien no le hace caso- perecerás» (9), dando a entender que no sabe nada de lo que pasará al día siguiente del castigo. Parece como si la ignorancia hiciera posible la libertad del hombre. Y por eso porque nadie sabe si hay un final ni cómo será, caso de que lo haya, el hombre queda totalmente libre frente a los dos caminos contrarios que puede emprender: el del sabio o el del pecador. Estos dos caminos se abren constantemente ante el hombre el cual puede optar libremente por uno o por otro. De ninguno de los dos sabe cómo acaba. Pero uno de ellos se le presenta como recto. Es el comportamiento que le indica la sabiduría. Hay que evitar unas cosas y hacer otras. Es lo que enseña la experiencia. Pero, a su vez, la sabiduría se apoya en un convencimiento íntimo: la certeza que nace del corazón del hombre y que le dice que, si sigue el camino de la sabiduría, al final sólo puede esperar cosas buenas y ninguna mala. Puede ir también por el otro camino, el del pecado y la injusticia. Pero entonces debe saber a qué se expone, dado que nadie sabe adónde va a parar. Seguirlo es, cuando menos, una imprudencia, jugárselo todo neciamente (M. Gallart).
2. Por el contrario, el salmo 1, canta al hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Es el Salmo del hombre honrado. Al “hombre dichoso”, al que procede en su vida con rectitud y acaba dando frutos que benefician a los hermanos, al mismo tiempo que proclaman la gloria de Dios. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón, y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. ¡Cómo me gusta esta imagen! He vuelto sobre ella muchas veces. Del árbol sólo vemos el tronco, las ramas y, en el momento oportuno, las hojas y los frutos. Pero no vemos que sus raíces absorben el agua de la acequia. Hermosa imagen para explicar en qué consiste la genuina experiencia de Dios… Si el árbol “exhibiera” sus raíces, se secaría en seguida. Dejemos que unos frutos sencillos, a su tiempo, den cuenta del agua que los ha hecho nacer. Pero no nos empeñemos en exhibir las raíces. Dejarían de transmitir vida (gonzalo@claret.org).
3.- Mc 9,40-49. El evangelio de hoy nos recuerda una serie de rasgos que deberían presentar los que quieren seguir a Jesús: - el que dé un vaso de agua a los seguidores de Jesús, tendrá su premio, - al que escandalizare a «uno de estos pequeñuelos que creen», o sea, a los débiles, más le valdría que le echasen al fondo del mar. - si la mano o el pie o el ojo nos escandalizan, sería mejor que supiéramos prescindir de ellos, porque es más importante salvarnos y llegar a la vida, aunque sea sin una mano o un pie o un ojo, - varias frases sobre la sal: la sal que salará al fuego (¿purificando a los fieles y haciéndolos agradables para Dios?), la sal que se vuelve insípida y ya no sirve para nada, y la sal que debemos tener en nuestras relaciones con los demás (sal como símbolo de gracia y humor).
Ojalá en nuestra convivencia -familiar o comunitaria- tengamos en cuenta estas cualidades que Cristo quiere para los suyos: - que sepamos dar un vaso de agua fresca al que la necesita, y no sólo por motivaciones humanas, sino viendo en el prójimo al mismo Cristo («me disteis de beber»); quien dice un vaso de agua dice una cara amable y una mano tendida y una palabra animadora; - que tengamos sumo cuidado en no escandalizar -o sea, poner tropiezos en el camino, turbar, quitar la fe, hacer caer- a los más débiles e inocentes; Pablo recomendaba en su primera carta a los Corintios una extrema delicadeza de los «fuertes» en relación a los «débiles» de la comunidad, para no herir su sensibilidad; nuestras palabras inoportunas y nuestros malos ejemplos pueden debilitar la voluntad de los demás y ser ocasión de que caigan; es muy dura esta palabra de Jesús para los que escandalizan a los débiles; - que sepamos renunciar a algo que nos gusta mucho -Ia mano, el pie, el ojo- si nos damos cuenta de que nos hace mal, que nos lleva a la perdición, o sea, nos «escandaliza»; aquí somos nosotros los que nos escandalizamos a nosotros mismos, porque estamos cogiendo costumbres que se convertirán en vicios y porque nos estamos dejando esclavizar por malas tendencias; el sabio es el que corta por lo sano, sin andar a medias tintas, antes que sea tarde; como el buen jardinero es el que sabe podar a tiempo para purificar y dar más fuerza a la planta. El seguimiento de Cristo exige radicalidad: como cuando Jesús le dijo al joven rico que vendiera todo, o cuando dijo que el tesoro escondido merecía venderlo todo para llegarlo a poseer, o cuando afirmó que el que quiere ganar la vida la perderá: - que seamos sal en la comunidad para crear una convivencia agradable, armoniosa, con humor. El que crea un clima de humor, de serenidad, de gracia, quitando hierro en los momentos de tensión, fijándose en las cosas buenas: ése es para los demás como la sal que da gusto a la carne o la preserva de la corrupción (J. Aldazábal).
-El que os diere un vaso de agua... "Un vaso de agua"... Casi nada. Es el símbolo del más pequeño servicio que pueda hacerse a alguien: ¡tan solo un vaso de agua. -En razón de pertenecer a Cristo... Jesús subraya la dignidad extraordinaria del "discípulo": pertenece a Cristo. El más pequeño de los creyentes, el más humilde discípulo de Jesús, ¡representa a Jesucristo! Jesús se identifica con el menor de los cristianos. -En verdad os digo que no será defraudado de su recompensa. Es una verdad sorprendente que Jesús repetirá y desarrollará a lo largo de su discurso sobre el Juicio final (Mateo, 25, 31-45). Lo que hicisteis con alguno de mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis". Importancia de los menores gestos. Nada es pequeño. ¡Cuántas ocasiones dejo que se pierdan!
-Y al que escandalizare a uno de esos pequeñuelos que creen en mí, mucho mejor le fuera que le ataran al cuello una de esas muelas de molino que mueve un asno y ¡le echaran al mar! Después del consejo "positivo" -dar un vaso de agua-, la puesta en guardia "negativa" -no escandalizar-. Pero de hecho es la misma conducta: ¡la atención a los demás! Descubrimos aquí un nuevo aspecto de Jesús: su violencia interior, su capacidad de vehemencia. Me imagino que no pronunció estas palabras ¡de un modo dulzón y azucarado! Y la imagen que utiliza hace temblar: "¡más le valiera que le echaran al mar atado a una muela de molino!" ¿De quién se trata? ¿Quién es el hombre que merece tal suerte? El que ha arrastrado a otro al pecado." ¡Señor! ¡Señor! Ten piedad de nosotros.
-Si tu mano te "escandaliza", te arrastra al "pecado", córtatela... Si tu pie te "escandaliza', córtatelo... Si tu ojo te "escandaliza, arráncatelo... Sólo Jesús tiene derecho a decir palabras semejantes: Sólo El sabe, verdaderamente, qué es el "pecado". ¡Es algo muy serio! ¡Es dramático! -Mejor te será entrar tuerto al reino de Dios, que con ambos ojos ir a la gehena. La vida eterna merece todos los sacrificios. Ayúdanos, Señor.¿Somos capaces de esa elección radical, absoluta? ¡Nuestra libertad no es un juego... para hacer como si...!
-Buena es la sal; pero si la sal se hace sosa, ¿con qué se la salará? Tened sal en vosotros y vivid en paz unos con otros. Marcos ha agrupado aquí una serie de consejos de Jesús sobre la vida fraterna: nada de querellas sobre prelaciones entre vosotros, sed servidores los unos de los otros, dejad a todo el mundo hacer el bien, ayudaros unos a otros, no seáis escándalo para nadie, vivid en paz... Y todo esto, después que les anunciara su propia Pasión: la moral cristiana está, por entero, ligada a Jesús. ¡Si por lo menos en nuestras familias, en nuestras comunidades cristianas se tuvieran esas exigencias profundas! (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté

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