Cuaresma, 2ª semana, viernes: el Señor saca bien hasta de las desgracias, si nos dejamos guiar por su providencia
“Escuchad otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta” (Mateo 21,33-34.45-46).
1. –“Un padre de familia plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, y edificó una torre”... Jesús, citas aquí un oráculo de Isaías (5,2-5) sobre la decepción divina. ¿Qué decepciones tienes de mí? ¿Qué esperas de mí, Señor? –“Y la arrendó a unos viñadores”... se me ha confiado la viña, con responsabi1idades: ¿Cuáles? ¿De qué y de quiénes deberé darte cuenta? ¿Qué debo hacer fructificar? ¿Qué iniciativas esperas de mí para que la porción de tus tierras no pase a ser un erial?
-“Cuando se acercaba el tiempo de los frutos, envió a sus criados para percibir su parte...” Los viñadores les apedrearon... Se rechaza a Dios. También hoy. Dios es un estorbo. Yo mismo te rehúso, Señor, cuando vienes a pedirme los frutos. Ahora, detenidamente, me propongo buscar, en mi vida concreta, las exigencias, las llamadas divinas que acepto mal y que rechazo (Noel Quesson).
–“De nuevo les envió otros siervos, en mayor número que los primeros. Finalmente les envió a su Hijo”. La perseverancia de Dios. Va hasta el final. Sacrifica lo que es más precioso para El. "De tal manera ha amado Dios al mundo que le ha enviado su propio hijo." Me detengo a contemplar la amplitud insospechada de este don: "Puesto que Dios nos ha amado hasta darnos a su propio Hijo, ni la muerte, ni el pecado nos arrancarán de su amor."
–“Cuando venga, pues, el amo de la viña... ¿Qué hará? Hará perecer de mala muerte a los malvados, y arrendará la viña a otros”. La historia que leemos hoy de José se repite en Jesús. El evangelio cita el salmo pascual por excelencia, el 117: «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». La muerte ha sido precisamente el camino para la vida. Durante la Cuaresma, y en particular los viernes, nuestros ojos se dirigen a la Cruz de Cristo, cuyo fruto es el Espíritu Santo. San Agustín así lo explica: «Se plantó la viña, es decir, la ley dada en los corazones de los judíos. Fueron enviados los profetas a buscar el fruto, o sea, la rectitud de vida. Estos profetas recibieron afrentas y hasta la muerte. Fue enviado también Cristo, el Hijo único del Padre de familia; y no sólo dieron muerte al heredero, sino que también, por ello, perdieron la heredad. Su perversa decisión les produjo el efecto contrario. Para poseerla le dieron muerte, y por haberle dado muerte, la perdieron». El Señor vino a salvarnos, y los suyos no le recibieron (Juan 1,11)... Así hicieron con el Señor: lo sacaron fuera de la ciudad y lo crucificaron.
2. “Israel amaba a José más que a ningún otro de sus hijos, porque era el hijo de la vejez, y le mandó hacer una túnica de mangas largas”. Israel amaba a José… "Este es mi hijo, mi bien amado, escuchadle...».


3. “-Y José fue llevado a Egipto”. La historia de José es muy bonita, y le toca sufrir, pero Dios escribe derecho en renglones torcidos. Todo sirve para nuestro bien, pues como dice el salmo, en Egipto fue “vendido como esclavo”… y luego “el rey ordenó que lo soltaran… lo nombró señor de su palacio y administrador de todos sus bienes”. El sentido del texto mesiánico está completado en este Salmo. Es el sentido misterioso del sacrificio.
Recuerdo la historia de una princesa triste de leyenda, que sueña felicidades extrañas asomada al jardín del palacio. De pronto, entre las flores aparece su hada madrina y le dice: -“La felicidad va a venir por estos caminos; si logras conocerla, ve tras ella y te dará la dicha que sueñas”.

Y apareció una mujer magnífica, adornada con todo tipo de joyas de oro y plata. La siguió la princesa anhelante y al ver que no era dichosa con ella, le preguntó:
-¿Eres tú la felicidad?
-No, contestó: soy la riqueza.
-Por eso, dijo la princesa, sentía yo a tu lado sabor de tierra despreciable en mis labios.
Y apareció enseguida otra joven cubierta con un manto de estrellas. La princesa caminó con ella, y al notar el corazón vacío, le preguntó:
-¿Eres tú la felicidad?
-No, contestó: soy la gloria.
-Por eso -dijo la princesa- sentía yo a tu lado llena de humo y de viento la cabeza.
Y apareció después otra, sonando cascabeles de alegría. La princesa la siguió y al ver en sus ojos una niebla triste, le preguntó:
-¿Eres tú la felicidad?
-No: soy el placer.

Y apareció una viejecita astrosa, pero agradable, con un rostro surcado de lágrimas, entre las que miraba sonriente. La princesa la siguió. Caminaba por caminos largos, de abrojos y espinas, y sentía la princesa como un descanso parecido al placer. Y en medio de un bosque se trocó en la más admirable de las hermosuras.
-¡Oh! -gritó la princesa, cayendo de rodillas- ¡Tú eres la felicidad!

La historia tiene una moraleja: la obsesión por el dinero deja regusto a tierra menospreciable, a tristeza, pues no hay cosa peor que la carcoma de la envidia, esa tristeza por lo que tienen los demás (me decía una persona: “daría todo el que tengo por arrancarme esta envidia que no me deja vivir”) y la avaricia (una persona mayor sufría mucho cuando aquel mes, en lugar de ingresar dinero al banco, tenía de sacar: aquello era ya una enfermedad pues vivía solo para tener más dinero). El poder y la gloria material es todo humo y viento como un globo que está lleno de aire y un día se pincha y se ve que no tenía nada dentro, como vemos en modelos e ídolos de nuestro tiempo, que se derrumban a la pequeña contrariedad... En cuando al placer, es peso de ilusiones muertas, si se busca “pasarlo bien” por encima de todo, como un mecanismo defensivo, y queriendo evadirse de la lucha por la vida se cae en la esclavitud del sexo, alcohol y drogas... y la desesperanza. Puede decirse que lo que hace infeliz a una sociedad es la búsqueda desordenada de bienes materiales.
Las palabras que más tarde José dirigirá a sus hermanos centran ese sentido de providencia por la que Dios lleva la historia: “No temáis, ¿puedo ponerme yo en lugar de Dios? Ciertamente que vosotros os portásteis mal conmigo, pero Dios lo cambió en bien para hacer lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran pueblo” (Gén. 50,19-20). Todo en la historia de José es emotivo: la envidia de los hermanos, los sueños de las vacas flacas y su interpretación, y cómo de la desgracia pudo valerse Dios para salvar de la muerte por sequía al pueblo de Israel. La sed que tenemos es de Dios, tú la sacias, Jesús.
Llucià Pou Sabaté