Domingo de la 25ª (B). Los que obran la justicia sufrirán persecución, como Jesús. No hemos de querer mandar, sino servir.

Por segunda vez, revelas a tus discípulos tu muy próxima pasión, y siempre que hablas de sufrir dices que es necesario para entrar en el Reino. Además, es preciso estar disponible como un niño, es decir, ser sencillo y no pretender los primeros puestos. Dentro del Reino es preciso hacerse el servidor de todos y ofrecer nuestro amor a los más pequeños. Jesús, has bendecido a los niños para que aprendamos la lección, quieres que tus discípulos se parezcan a los niños en aceptar la dependencia de los otros: no puedo salvarme solo. He de pensar en los demás, no basta que me porte bien con los demás en el trabajo, en clase o con los amigos y en casa sea un desastre y con mal humor. No basta que sea aplicado cuando me miran y luego en el tiempo libre sea un perezoso adicto a la tele o cualquier otro aparato, y no obedezca o no esté atento a los de la familia o no sepa ayudar cuando me lo pidan… ser cristiano no es rezar avemarías sino ayudar como lo haría Jesús. Por eso, te pedimos, Señor, aprender a servir, no ser prepotentes, no marginar a nadie y no dejar de lado a nadie en los juegos, como a nosotros nos gustaría que hicieran.


Disfrutar del presente, como los niños, que se acercan a lo que santa Teresa del Niño Jesús decía: «La santidad es vivir amando en el momento presente». Por último, los niños son sencillos. Conforme se van haciendo mayores, comienzan las eternas complicaciones y vergüenzas. El Evangelio es para los sencillos, pues los razonamientos complicados nos alejan de Dios: el Señor ama a los niños porque confían. Viven el momento presente y no son enrevesados ni complicados. Viven con gozo el Evangelio.
2. El Libro de la Sabiduría dice que los malos se meten con el bueno, que les resulta incómodo: porque el que se porta bien “se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”; es como una bofetada para su mala vida, y ellos lo atacan con la excusa de a ver si Dios se pone a ayudarle: “veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.» No tienen bastante con disfrutar de los placeres de los que son esclavos, los malvados, sino que hacen la vida imposible al “hijo de Dios”.
El Salmoreza: “El Señor sostiene mi vida”. “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras”. A veces nos vemos en peligro: “Porque unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte, sin tener presente a Dios”, como en la primera lectura, nos quieren hacer daño: “Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida”, y damos gracias a Dios: “Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno”. Poniendo este salmo en labios de Jesús encontramos un sentido de la Misa, que se ofrece por nosotros y nos salva: Jesús "dio gracias" (=Eucaristía) al Padre por su Alianza en el gran combate contra su enemigo principal, la muerte, y nos consigue la verdadera liberación, la resurrección.
3. Santiago nos pide que dejemos “envidias y rivalidades”, “desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones”. Quiere que dejemos todo egoísmo y lo pidamos en la Eucaristía, la escuela de Cristo, para ir asimilando, esta sabiduría de Dios. El "deseo", siempre querer más, incluso a costa de los demás; es acabar en continuas insatisfacciones porque siempre queremos más, y acabamos en guerras.
Llucià Pou Sabaté
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