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domingo, 30 de mayo de 2010

llucià pou ya no te aconseja Grupos Emagister

Después de unos meses de participación en esta red social que se llama educativa, ya no la aconsejo. Alguno me ha hablado de la posibilidad de crear una cosa parecida, de tipo formativo, y le he dicho que me parece una buena idea... a ver si se va concretando... Saludos!

Llucià Pou Sabaté

viernes, 28 de mayo de 2010

Viernes de la 8ª semana, año 2. “Sed buenos administradores de la múltiple gracia de Dios”, dice S. Pedro, y es que la gracia nos transforma por la oración y las buenas obras.



1. Es el último pasaje que leemos de la
primera carta de Pedro. Aquellos primeros años tenían la creencia de que el fin del mundo estaba próximo: «El fin de todas las
cosas está cercano: sed, pues, moderados y sobrios, para poder orar».
Pero estos consejos, actitudes a las que invitan valen igual para nosotros: por ejemplo la fortaleza que un cristiano ha de
tener frente al «fuego abrasador» o las persecuciones que le puedan
poner a prueba su fe: tener el espíritu dispuesto a la oración, llevar un
estilo de vida sobrio y moderado, mantener firme el amor mutuo,
practicar la hospitalidad, poner a disposición de la comunidad las
propias cualidades, todo a gloria de Dios: “Ante todo, mantened en tensión el amor mutuo, porque el
amor cubre la multitud de los pecados. Ofreceos mutuamente
hospitalidad, sin protestar. Que cada uno, con el don que ha recibido,
se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la
múltiple gracia de Dios”. ¡Señor, ayúdame a "amar intensamente"! y ¡que este amor «cubra mis
pecados!» Amar a los demás, servirles, es compensar el mal que por
otra parte hacemos. La caridad cubre nuestros pecados, y Dios ve la
caridad... ¡como si ella camuflara nuestras faltas a los ojos de Dios! -Practicad la hospitalidad entre vosotros... Poned al servicio de los
demás la gracia que cada uno de vosotros haya recibido... Pedro indica
concretamente dos modos de amar:
-la acogida, la hospitalidad... literalmente, «el amor al extraño».
Esa hospitalidad, tan querida del alma oriental y tan generalmente
abandonada en occidente: ¡ser bautizado es ser acogedor!
-La puesta en común de los «carismas»... nuestras dotes personales
puestas al servicio de todos: ¡ser bautizado es compartir lo que se ha
recibido! Si alguien tiene el don de la palabra, ¡que sea portavoz de
Dios! Si tiene el don del servicio, ¡que lo cumpla con la fuerza que
Dios le da! Dios está aquí, presente, asoma sin cesar. Nuestros
«carismas» -dones recibidos- proceden de El. No podemos guardarlos
celosamente para nosotros mismos.
“El que toma la palabra, que hable palabra de
Dios. El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del encargo
recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de
Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos
de los siglos. Amén. Queridos hermanos, no os extrañéis de ese fuego
abrasador que os pone a prueba, como si os sucediera algo
extraordinario. Estad alegres cuando compartís los padecimientos de
Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo”
(1 Pedro 4,7-13). -Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de
Cristo. San Pedro, mártir, crucificado como Jesús... rogad por
nosotros (Noel Quesson).
No está mal que la carta
termine aludiendo a sufrimientos y persecuciones. Tal vez aquí se
refiere a alguna persecución contra los cristianos por los años 60
(cuando murieron Pedro y Pablo en Roma). Pero estas pruebas han sido
continuas a lo largo de los dos mil años de la comunidad cristiana y
siguen existiendo también ahora en la comunidad y en la vida de cada
uno: pruebas que dan la medida de nuestra fidelidad a Dios y nos van
haciendo madurar en nuestro seguimiento de Cristo.
Pedro protestaba, ahora aceptar el sufrimiento, lo ha asimilado, lo recomienda, da pruebas de conversión ante el sanedrín, y finalmente ante el emperador Nerón, hasta el martirio. No olvidemos que ese mismo san Pedro
morirá mártir en el año 64 o 67, es decir, ¡uno o dos años después de
esta carta! El «fin de todas las cosas»,
es un estimulante.
2. “Llega el Señor a regir la tierra.
Decid a los pueblos: "El Señor es rey, / él afianzó el orbe, y no se
moverá; / él gobierna a los pueblos rectamente."
Alégrese el cielo, goce la tierra, / retumbe el mar y cuanto lo llena;
/ vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, / aclamen los árboles del
bosque” (Salmo 95,10-13). Seguimos como en días pasados el salmo donde se contempla la salvación llevada a cabo por Jesús, con su obra redentora.
3. Jesús, al día siguiente, cuando salió de
Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó
para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas,
porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: -«Nunca jamás coma
nadie de ti.»” No encontró en ella, sino hojas, porque no era
tiempo de higos. Dijo a la higuera. Extraña maldición. Si Jesús tratase
de saciar el hambre, este gesto sería de un demente: ¡encolerizarse
contra un árbol por no encontrar frutos cuando no es la estación! No
es pues a ese nivel material que hay que interpretar esta maldición.
Jesús ha querido hacer un gesto "enigmático", y Marcos subraya la
extrañeza: los apóstoles "oyen", pero no quieren creerlo y quedarán
muy sorprendidos el día siguiente, al ver que la maldición se ha
realizado. La solución del enigma se dará más tarde. Y no será por
casualidad el hecho de que la "purificación" del Templo esté inserta,
como "un bocadillo" entre las dos mitades del episodio de la "higuera
maldita".
“Los discípulos lo oyeron. Llegaron a Jerusalén, entró en
el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las
mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no
consentía a nadie transportar objetos por el templo”.
Jesús cita al profeta Jeremías (7,11): el profeta reprocha a los hombres de su tiempo el hecho de participar en el culto con el fin de asegurarse... el
culto del templo es falaz, pues las gentes no se convierten. "Habláis
siempre del culto, decís: "Santuario de Dios, santuario de Dios,
santuario de Dios", pero oprimís al extranjero, al huérfano y a la
viuda. Robáis, matáis y venís luego a poneros delante de mí... ¿Es
este Templo una cueva de bandidos?'' Jesús cita también al profeta
Isaías (56,7). Es la afirmación sorprendente de que el Templo judío va
a ser "abierto a las naciones paganas". Esto enlaza con el tema
misionero, habitual en san Marcos. Jesús hace un gesto mesiánico
anunciado por el profeta Zacarías, 14, 21: "Ya no habrá más mercaderes
en el templo del Señor, en ese día".
“Y los instruía, diciendo: -«¿No está escrito: "Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos." Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos.»” Lo de la higuera va unido a lo del templo, Jesús quiere que el Templo sea «casa de oración para todos los pueblos», lugar de oración auténtica. y no una «cueva de bandidos» y de ajetreo de cosas y comercio.
 “Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas
y, como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su
doctrina, buscaban una manera de acabar con él. Cuando atardeció,
salieron de la ciudad”. Es la purificación del lugar donde Dios está presente. Jesús quiere devolver al Templo su pureza primitiva, su destino sagrado, y subraya
que este lugar santo está "destinado a todos": apertura universalista.
¿Qué sentido tengo yo de la plegaria? ¿De lo sagrado? ¿De Dios
presente?
-Llegó todo esto a oídos de los príncipes de los sacerdotes y de los
escribas. Buscaban cómo perderle... Al caer la tarde, salió de la
ciudad.

“A la mañana siguiente, al pasar, vieron la
higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús:
-«Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.» Jesús
contestó: -«Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte:
"Quítate de ahí y tirate al mar", no con dudas, sino con fe en que
sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Cualquier cosa que
pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis.
Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para
que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas» (Marcos 11,11-26; J. Aldazábal). -Pasando de madrugada, vieron que la higuera se había secado de raíz. He aquí la llave del extraño enigma de la víspera: Jesús no apuntaba a
la higuera, sino al Templo: Porque el Templo no responde ya a la
espera de Dios, suscita la "cólera de Dios" y será destruido (Mc 13,
2) (Noel Quesson). Fe es esperar de Dios, no de nosotros mismos ni de nuestras obras. San Josemaría comentó así esta escena de
La higuera estéril:Jesús maldice este árbol, porque ha hallado solamente apariencia de fecundidad, follaje. Así aprendemos que no hay excusa para la ineficacia. Quizá dicen: no tengo conocimientos suficientes… ¡No hay excusa! O afirman: es que la enfermedad, es que mi talento no es grande, es que no son favorables las condiciones, es que el ambiente… ¡No valen tampoco esas excusas! ¡Ay del que se adorna con la hojarasca de un falso apostolado, del que ostenta la frondosidad de una aparente vida fecunda, sin intentos sinceros de lograr fruto! Parece que aprovecha el tiempo, que se mueve, que organiza, que inventa un modo nuevo de resolver todo… Pero es improductivo. Nadie se alimentará con sus obras sin jugo sobrenatural.
         ”Pidamos al Señor que seamos almas dispuestas a trabajar con heroísmo feraz. Porque no faltan en la tierra muchos, en los que, cuando se acercan las criaturas, descubren sólo hojas: grandes, relucientes, lustrosas. Sólo follaje, exclusivamente eso, y nada más. Y las almas nos miran con la esperanza de saciar su hambre, que es hambre de Dios. No es posible olvidar que contamos con todos los medios: con la doctrina suficiente y con la gracia del Señor, a pesar de nuestras miserias.
         ”Os recuerdo de nuevo que nos queda poco tiempo: tempus breve est, porque es breve la vida sobre la tierra, y que, teniendo aquellos medios, no necesitamos más que buena voluntad para aprovechar las ocasiones que Dios nos ha concedido. Desde que Nuestro Señor vino a este mundo, se inició la era favorable, el día de la salvación, para nosotros y para todos. Que Nuestro Padre Dios no deba dirigirnos el reproche que ya manifestó por boca de Jeremías: en el cielo, la cigüeña conoce su estación; la tórtola, la golondrina y la grulla conocen los plazos de sus migraciones: pero mi pueblo ignora voluntariamente los juicios de Yavé.
         ”No existen fechas malas o inoportunas: todos los días son buenos, para servir a Dios. Sólo surgen las malas jornadas cuando el hombre las malogra con su ausencia de fe, con su pereza, con su desidia que le inclina a no trabajar con Dios, por Dios. ¡Alabaré al Señor, en cualquier ocasión! El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero, ¡cuánto puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!
         ”No nos servirá ninguna disculpa. El Señor se ha prodigado con nosotros: nos ha instruido pacientemente; nos ha explicado sus preceptos con parábolas, y nos ha insistido sin descanso. Como a Felipe, puede preguntarnos: hace años que estoy con vosotros, ¿y aún no me habéis conocido? Ha llegado el momento de trabajar de verdad, de ocupar todos los instantes de la jornada, de soportar -gustosamente y con alegría- el peso del día y del calor”.
         Recuerdo un amigo, hace muchos años, que me escribió una carta. Adolescente, quedó impactado por estas palabras, decía que hacía mucho tiempo que no veía un cura y no se confesaba, que se dejaba ir por la poltronería y la dejadez, por la bajada del ir dejándose llevar por lo más placentero… no estaba contento de sí mismo. Al leer esas palabras del comentario de la escena de la higuera que no daba frutos y que quedaba seca, fue a buscar un cura y se confesó.

jueves, 27 de mayo de 2010

Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. “Él fue traspasado por nuestras rebeliones”, dijo el profeta, y habla de Jesús, que en la santa Cena pronuncia: “Esto es mi cuerpo. Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre”, y se entrega por nosotros



 
1. El canto de Ísaías habla de Jesús: “Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito… como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron… Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores”. Está maravillosamente explicado como toma nuestros pecados y los hace suyos, al tomar la cruz carga con ellos…

Hebreos explica que por medio del Sacrificio expiatorio de Cristo hemos sido santificados de tal forma que, perdonados nuestros pecados, hemos sido consagrados para poder acercarnos al Dios vivo y poder, así, participar de la ciudad celeste. Así se ha cumplido lo que el Espíritu Santo prometió en las Sagradas Escrituras: Que nos perdonaría nuestras culpas y olvidaría para siempre nuestros pecados. Los que por medio de la fe aceptamos a Cristo y su oferta de salvación, junto con Él participamos ya desde ahora de la Vida que Él nos ofrece, y que llegará a su plenitud en nosotros cuando junto con Él, mediante su Sangre derramada por nosotros, estemos eternamente con Dios, santos como Él es Santo.
2. Es lo que hoy celebramos en la fiesta de Cristo Sacerdote perfecto, que canta con el Salmo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio.
Entonces yo digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi libro para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea”. Son las maravillas que Dios ha hecho a favor nuestro…
3. Hoy, la liturgia nos invita a adentrarnos en el maravilloso corazón sacerdotal de Cristo. Admiramos su corazón de pastor y salvador, que se deshace por su rebaño, al que no abandonará nunca. Un corazón que manifiesta “ansia” por los suyos, por nosotros: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15). Este corazón de sacerdote y pastor manifiesta sus sentimientos, especialmente, en la institución de la Eucaristía. Comienza la Última Cena en la que el Señor va a instituir el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, misterio de fe y de amor.
Por lo mismo que Dios ama, creó el mundo: ¡Cuánta maravilla, cuánta belleza!: "¡Oh montes y espesuras, / plantados por la mano del Amado!, / ¡oh, prado de verduras de flores esmaltado!, / decid si por vosotros ha pasado" (San Juan de la Cruz). Creó los hombres. Los hombres desobedecieron y pecaron (Gén 3,9). El pecado es un desequilibrio, un desorden, como un ojo monstruoso fuera de su órbita, como un hueso desplazado de su sitio, buscando el placer, la satisfacción del egoismo, de la soberbia. Como un sol que se sale del camino buscando su independencia. Frustraron el camino y la meta de la felicidad. De ahí nace la necesidad de la expiación, del sufrimiento, del dolor, por amor, para restablecer el equilibrio y el orden. Dios envía una Persona divina, su Hijo, a "aplastar la cabeza de la serpiente", haciéndose hombre para que ame como Dios, hasta la muerte de cruz, con el Corazón abierto.
Ese Hombre Dios, el Siervo de Yavé, que, "desfigurado no parecía hombre, como raiz en tierra árida, si figura, sin belleza, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, considerado leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, como cordero llevado al matadero", inicia la redención de los hombres, sus hermanos. El es la Cabeza, a la cual quiere unir a todos los hombres, que convertidos en sacerdotes, darán gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu, e incorporados a la Cabeza, serán corredentores con El de toda la humanidad. El Padre, cuya voluntad ha venido a cumplir, lo ha constituído Pontífice de la Alianza Nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinando, en su designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio. Para eso, antes de morir, elige a unos hombres para que, en virtud del sacerdocio ministerial, bauticen, proclamen su palabra, perdonen los pecados y renueven su propio sacrificio, en beneficio y servicio de sus hermanos. "Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de la redención, y preparan a sus hijos el banquete pascual, donde el pueblo santo se reúne en su amor, se alimenta con su palabra y se fortalece con sus sacramentos. Sus sacerdotes, al entregar su vida por él y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan testimonio constante de fidelidad y amor" (Prefacio).
El sacerdote intercede ante Dios, le hace propicio, le da gracias, da a Dios el culto debido. Impetra sus dones. El sacerdote ama. Ha reservado su corazón para ser para todos. El sacerdote es antorcha que sólo tiene sentido cuando arde e ilumina. El sacerdote hace presente a Cristo. En los sacramentos y en su vida. Es el alma del mundo. Donde falta Dios y su Espíritu él es la sal y la vida. No hace cosas sino santos. Todos hemos de ser santos, pero sin sacerdotes difícilmente lo seremos. Es grano de trigo que si muere da mucho fruto. Hemos de pedir al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies.

Miércoles de la 8ª semana, año 2. “Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto”. Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado

Primera carta del apóstol san Pedro 1,18-25. Queridos hermanos: Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza. Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y duradera, porque «toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre.» Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.

Comentario: 1.- 2.- 1P 1,18-25. a) Pedro recuerda a los recién bautizados la suerte que han tenido, porque ahora creen en Cristo Jesús, han sido rescatados de su antigua vida y han vuelto a nacer de Dios.
Ser rescatados significa que alguien ha pagado el precio, la fianza por su liberación. Ese alguien ha sido Cristo, que no ha pagado con una cantidad de dinero, sino con su propia sangre.
Con eso ha cambiado la situación de estos neófitos: ahora ponen su fe y su esperanza en Dios, que ha resucitado a Cristo de la muerte. Han vuelto a nacer, no de un padre mortal, sino de Dios mismo, de su Palabra viva y duradera, el evangelio.
Pedro quiere que los cristianos saquen de esta convicción una consecuencia concreta: «Amaos unos a otros de corazón». Si todos hemos nacido del mismo Dios, todos somos hermanos.
b) Una perspectiva tan optimista debería motivar nuestra vida cristiana. De nosotros se tendría que poder decir que «habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza».
Tenemos motivos abundantes para esta confianza. Hemos vuelto a nacer, esta vez del amor de Dios mismo, no del amor de unos padres mortales. Hemos sido rescatados por la sangre de Cristo: debemos valer mucho, cada uno de nosotros, a los ojos de Dios, porque ha pagado un precio muy alto por nosotros.
Una primera consecuencia es que nuestra vida queda cambiada radicalmente. Esa Palabra viva de Dios que escuchamos y acogemos, nos quiere regenerar día tras día, infundiéndonos su fuerza transformadora. Otras palabras y doctrinas que nos pueden gustar son caducas, «como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae, pero la Palabra del Señor permanece para siempre». La Palabra de Dios es firme: si construimos sobre ella edificamos para siempre.
Hay otra consecuencia que se deriva de la anterior: los mismos dones que yo, los han recibido también los demás. Debo considerarlos hermanos míos, hijos del mismo Dios. La invitación de Pedro va para nosotros, cada uno en su ambiente: «habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente».
¿Cuántas veces nos enseña Dios, a través de las lecturas bíblicas, esta doble dirección de nuestra vida cristiana: la unión gozosa con él y la caridad sincera con el prójimo?
San Pedro continúa su catequesis del "bautismo". Esta Epístola es una de las mejores preparaciones al bautismo para los padres que esperan a un niño y lo confían ya en su oración al Señor. Es también una de las mejores meditaciones para avivar en nosotros la gracia de nuestro bautismo.
-Hermanos, conducíos con respeto y temor de Dios, mientras estáis aquí de paso. Hay dificultades en toda traducción. En la lengua bíblica, la lengua materna de Pedro el término "temor" no tiene el matiz teñido de miedo que posee en nuestras lenguas. Sería mejor traducir por «conducíos en el respeto amoroso de Dios»: es el sentimiento que experimentamos hacia nuestros padres... es el «temor» que los hijos tienen a sus padres cuando se sienten profundamente amados. Así lo que Pedro propone a los bautizados, es "vivir delante de Dios y con Dios" como los hijos en una familia. Ocasión de revisar nuestras actitudes como padres y madres. Ocasión de preguntarnos si adoptamos ante Dios esa misma actitud que pedimos a nuestros hijos. Estar bautizado es en el fondo "estar dispuesto a obedecer a Dios" a "hacer su voluntad por amor", a "adoptar su Proyecto sobre el mundo" a "ser un verdadero hijo para con Dios"... Esto no es tan sólo un privilegio, ¡es una responsabilidad! El bautismo es un "compromiso"", como decimos hoy. Convendría que fuéramos siendo capaces de decir a nuestros amigos no creyentes, en un lenguaje comprensible para ellos, lo que significa el bautismo para nosotros: Vivir adoptando el proyecto de Dios.
-Habéis santificado vuestras almas obedeciendo a la verdad, para amaros sinceramente como hermanos. En la misma frase: la santidad, la perfección, la obediencia a la verdad, la sumisión al plan de Dios, el amor fraterno... Tal es el contenido, para san Pedro, de esta «vida nueva» en la que el bautismo nos compromete: lo que Dios espera de nosotros es la perfección del amor. Haciendo esto, «obedecemos a la verdad». Es lo mismo que decir que realizamos aquello para lo cual hemos sido creados, aquello a lo que Dios nos ha destinado. ¡Estar bautizado es «corresponder» a Dios! ¡establecer una «correspondencia» entre nosotros y Dios!
-Amaos intensamente unos a otros con corazón puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible: la Palabra de Dios viva y permanente. Dios es amor. Corresponder a Dios es amar. Nuestro primer nacimiento humano fue ya el fruto de un amor, el de nuestros padres. Nuestro nuevo nacimiento -«engendrados de nuevo»- viene del «germen» mismo de Dios-Amor... un germen incorruptible, vivo y permanente. Ser bautizado es dejar que la Palabra de Dios quede «sembrada» en nosotros! ¡Concédenos, Señor, vivir de tu Palabra! ¡Que tu Palabra fecunde nuestra vida! Que nuestra vida llegue a ser «Amor», bajo la influencia de tu gracia.
-Toda criatura es como hierba... Como flor del campo... La hierba se seca y la flor se marchita. Pero la Palabra de Dios permanece eternamente. Admirable imagen bautismal. ¡Una flor perdurable! El hombre por naturaleza es efímero y frágil: ¡Dios lo eterniza! (Noel Quesson).


Salmo 147,12-15.19-20. R. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz.
Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.

Evangelio según san Marcos 10,32-45. En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: -«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará.» Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: -«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.» Les preguntó: -«¿Qué queréis que haga por vosotros?» Contestaron: -«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. » Jesús replicó: -«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» Contestaron: -«Lo somos.» Jesús les dijo: -«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo; está ya reservado. » Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: -«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
3.- Mc 10,32-45. a) En el camino hacia Jerusalén -lo cual no es un dato geográfico, sino un símbolo teológico de su marcha hacia la pasión y la muerte- sitúa Marcos varias escenas programáticas. Jesús «sube» a la pasión, muerte y resurrección, y el evangelista quiere dejar bien claro que los discípulos han de seguir el mismo camino. Jesús va decidido y se adelanta un poco a los demás. Marcos dice que «los discípulos se extrañaban y los que seguían iban asustados».
Jesús les anuncia por tercera vez su muerte. Marcos subraya cada vez que los discípulos no querían entender nada. La primera vez fue Pedro el que tomó aparte a Jesús y le echó en cara que hablara de muerte y fracaso. La segunda vez que Jesús anunció su muerte, los discípulos se pusieron a discutir sobre los primeros puestos. En esta tercera, de nuevo Marcos subraya la cerrazón de los apóstoles: nos cuenta la escena de Santiago y Juan, ambiciosos, en búsqueda de grandeza y poder, pidiendo los primeros puestos en el Reino.
Como respuesta Jesús les anuncia la muerte que deberán asumir esos dos discípulos que ahora piden honores: lo hace con las comparaciones de la copa y el bautismo. Beber la copa es sinónimo de asumir la amargura, el juicio de Dios, la renuncia y el sacrificio. Pasar por el bautismo también apunta a lo mismo: sumergirse en el juicio de Dios, como el mundo en el diluvio, dejarse purificar y dar comienzo a una nueva existencia. La pasión de Cristo -la copa amarga y el bautismo en la muerte- les espera también a sus discípulos. Santiago será precisamente el primero en sufrir el martirio por Cristo.
Los otros diez se llenan de indignación, no porque creyeran que la petición hubiera sido inconveniente, sino porque todos pensaban lo mismo y esos dos se les habían adelantado. Jesús aprovecha para dar a todos una lección sobre la autoridad y el servicio. Se pone a sí mismo como el modelo: «El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos».
b) Por si también nosotros ambicionamos, más o menos conscientemente, puestos de honor o intereses personales en nuestro seguimiento a Jesús, nos viene bien su lección.
La autoridad no la tenemos que entender como la de «los que son reconocidos como jefes de los pueblos», porque esos, según la dura descripción de Jesús «los tiranizan y los oprimen». Para nosotros, «nada de eso». Los cristianos tenemos que entender toda autoridad como servicio y entrega por los demás: «el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». Cuando nos examinamos sinceramente sobre este punto, a veces descubrimos que tendemos a dominar y no a servir, que en el pequeño o grande territorio de nuestra autoridad nos comportamos como los que tiranizan y oprimen. Tendríamos que imitar a Jesús, que estaba en medio de los suyos como quien sirve.
Pero además, y yendo a la raíz de la lección, debemos preguntarnos si aceptamos el evangelio de Jesús con todo incluido, también con la cruz y la «subida» a Jerusalén, sólo en sus aspectos más fáciles. El mundo de hoy nos invita a rehuir el dolor y el sufrimiento.
Lo que cuenta es el placer inmediato. Pero un cristiano se entiende que tiene que asumir a Cristo con todas las consecuencias: «que cargue cada día con su cruz y me siga». Ser cristiano es seguir el camino de Cristo e ir teniendo los mismos sentimientos de Cristo. El va hacia Jerusalén. Nosotros no hemos de rehuir esa dirección.
Igual que el amor o la amistad verdadera, también el seguimiento de Cristo exige muchas veces renuncia, esfuerzo, sacrificio. Como tiene que sacrificarse el estudiante para aprobar, el atleta para ganar, el labrador para cosechar, los padres para sacar la familia adelante.
Depende del ideal que se tenga. Para un cristiano el ideal es colaborar con Cristo en la salvación del mundo. Por eso, en la vida de comunidad muchas veces debemos estar dispuestos al trabajo y a la renuncia por los demás, sin pasar factura. La filosofía de la cruz no se basa en la cruz misma, con una actitud masoquista, sino en la construcción de un mundo nuevo, que supone la cruz. Lo que parece una paradoja -buscar los últimos lugares, ser el esclavo de todos- sólo tiene sentido desde esta perspectiva y este ejemplo de Jesús (J. Aldazábal).
-Iban subiendo hacia Jerusalén; Jesús caminaba delante, y ellos iban sobrecogidos y le seguían medrosos. Escena concreta. Contemplar. Según Marcos, en la construcción de su relato, es la primera vez que el grupo se dirige hacia Jerusalén. Hasta aquí todo tuvo lugar en Galilea o en territorio pagano y he aquí que ahora suben hacia la capital. Jesús va delante.
-Tomando de nuevo a los doce, comenzó a declararles lo que había de sucederle. Y detrás, ¡todos tienen miedo! Gesto afectuoso de Jesús. Les agrupa "junto a El", para hacerles de nuevo "la confidencia... "el tercer anuncio de su Pasión y de su Resurrección".
-"Subimos a Jerusalén: y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, se burlarán de El y le escupirán, y le azotarán y le darán muerte... Pero a los tres días resucitará. Ya hemos señalado que de un anuncio a otro, los detalles son cada vez más precisos. ¡Jesús sabe lo que le espera! Su muerte no es un accidente fortuito en su vida... ¡El sube hacia allá! No es tampoco una fatalidad inevitable... ¡Allá se dirige voluntariamente! Y no es algo banal, desesperante... ¡es un paso hacia la vida! La finalidad es la resurrección... ¡es la gloria! ¿Qué significa esto para mi? ¿Qué plegaria me sugiere?
-Santiago y Juan se acercaron a Jesús... "Concédenos sentarnos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria." Jesús les respondió: "No sabéis lo que pedís." Esta es todavía la postura de los apóstoles: buscan los primeros sitios, buscan "subir", comparten todavía los sueños mesiánicos de su pueblo. El Mesías es aún para ellos -¿y para nosotros hoy?- el triunfador victorioso que arreglará todas las cosas por su poder, con un "soplo de sus labios".
-"¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que Yo he de ser bautizado?" Jesús trata de hacerles comprender cuál es el camino para acceder a la gloria, el suyo. Dos símbolos:
-el cáliz, imagen de algo "difícil de tragar"...
-el bautismo, imagen de la inmersión con su riesgo...
¿Podéis ser sepultados conmigo bajo las aguas, es decir, participar en mi muerte?
-Los diez oyeron esto y se indignaron contra Santiago y Juan. Se indignan porque todos tienen la misma "ambición".
-"Ya sabéis cómo los que en las naciones son príncipes las dominan con imperio y los grandes ejercen poder sobre ellas. No ha de ser así entre vosotros; antes, si alguno quiere ser grande, sea vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos... Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida para redención de muchos." Para Jesús, el camino de la cruz no es ante todo "sufrir" sino "servir". Y es la regla constitutiva de la comunidad de los discípulos: cada uno debe ser servidor, siervo de todos. ¿Por qué? Para hacer como hizo Jesús. Sería una verdadera revolución, muy positiva, si todos nos esforzáramos en "servir" (Noel Quesson).
Camino de Jerusalén, ya cerca de la ciudad. Jesús «va delante»: firme, consciente de su destino. Anuncia por tercera vez la pasión. Tres veces quiere decir insistentemente. Los evangelistas presentan tan explícitas las predicciones, para resaltar que Jesús sabía adónde iba, y lo hacía con generosa libertad.
Como en las anteriores, también en esta última predicción podemos distinguir tres pasos: el anuncio, la incomprensión, el adoctrinamiento.
Anuncio. Es va casi un esquema o programa de los hechos. Subraya las humillaciones. El evangelista escribe para una Iglesia perseguida, que vive en clima de humillación social su propia "pasión".
Incomprensión. Dos de los más destacados en el grupo apostólico manifiestan claramente su ambición de gloria y privilegio. En contraste con la humillación del Hijo del hombre, la iniciativa de los dos hermanos resulta disonante, casi ridícula. Jesús «interpreta» y supera su deseo: tendrán ciertamente aquello que han pedido (la más íntima asociación de destino con el Maestro); pero a un nivel superior (el martirio), no como lo esperaban (la gloria en este mundo)...
Adoctrinamiento. Dirigido a todos los discípulos. Es decir, a todos los cristianos. Sobre todo a los que tendrán alguna especial responsabilidad en la Iglesia. No imitar a los gobernantes del paganismo, que gobiernan esclavizando. Fácil tentación de los dirigentes (cf. 1 Pe 5,2-3). Imitar, en cambio, al Hijo del hombre, el Rey universal y glorioso según Daniel (c. 7) que se ha hecho el servidor, no sólo de Yahvé (perspectiva de los "cánticos" en el Déutero-Isaías), sino también de los hombres (Flp 2,7-8).
Novedad cristiana de la autoridad-servicio. Servicio que se ha realizado en el acto supremo de dar la vida. Servicio-amor (= Jn 15,13). Único lugar del evangelio en que encontramos la palabra «rescate» (lytron), en el sentido teológico de redención. La gente sencilla de aquel tiempo relacionaría la palabra con la liberación de los esclavos o prisioneros de guerra. Los acostumbrados a leer la Biblia pensarían en la liberación de Israel al salir de Egipto. La noción cristiana de "rescate" o redención se amplía, identificándose con la liberación total -de todo pecado esclavitud y servilismo- a partir de la profunda interioridad personal de cada existencia humana. Sólo es libre quien sirve a Dios y a los hermanos, como Cristo, por amor (I. Goma).
Nos encontramos con el tercer anuncio de la pasión (Mc. 10, 32-35). Lo que antes se había anunciado en forma incompleta, ahora se hace realidad al final del camino, es decir, en Jerusalén, el lugar del cumplimiento de las promesas mesiánicas. El tercer anuncio de la pasión se convierte en marco de referencia para entender el relato posterior centrado en las ambiciones de poder de los Zebedeos.
El relato pone dos situaciones en contraste: A Jesús, que marcha a la cabeza, abriendo camino, tomando la iniciativa; y la admiración y miedo de los que lo seguían. El contraste es evidente: para Jesús se ha cumplido el tiempo, ha llegado el momento de enfrentar el poder político, económico y religioso que representa la ciudad de Jerusalén y sus instituciones: "Miren que subimos a Jerusalén, y el hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles". Por otro lado, para sus discípulos, la entrega y el sacrificio de la propia vida no es totalmente clara, sin embargo en este camino donde se anuncia la pasión y la muerte, Jesús se encarga de aclarar con sus palabras el sentido de todo lo que va a suceder.
Marcos nos presenta a Jesús subiendo a Jerusalén, lugar donde se manifestará plenamente el poder de Dios como signo del mayor antipoder. En este trasfondo debemos situar la petición de "Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo" que pretenden tergiversar el contenido del mensaje del Reino, queriéndose sentar a la derecha y a la izquierda, convirtiéndose así en signo de antagonismo mesiánico ya que Jesús plantea la entrega de la propia vida, y ellos pretenden el poder de los primeros puestos. A su vez, la actitud de los Zebedeos es motivo de división y ruptura en la unidad del grupo. Por un lado están los dos hermanos Zebedeos y por otro los diez restantes discípulos, apareciendo como dos grupos enfrentados entre sí. Los llamados y elegidos a ser signo de unidad como experiencia de verdadera vida común, prefieren la confrontación y la lucha por la ambición del poder temporal.
Ante la lucha por el poder en los discípulos, Jesús responde de dos maneras. A los Zebedeos los confronta con la capacidad de entrega de la propia vida y del sacrificio, lo cual se convierte en la clave para entender el discipulado. Los Zebedeos han pedido un trono de poder y Jesús les ofrece beber el cáliz y ser bautizados, haciendo que ellos puedan mantenerse fieles a la causa y a la entrega hasta la muerte. A los demás discípulos los confronta con la realidad de tiranía y opresión que generan los jefes de las naciones con su poder, y establece, como única medida de pertenencia al grupo, el servicio y la entrega. Jesús con sus respuestas pone una vez más la entrega de la propia vida como base de todo seguimiento (servicio bíblico latinoamericano).

Martes de la 8ª semana de Tiempo Ordinario, año 2. “Predecían la gracia destinada a vosotros; por eso, controlaos bien, estando a la expectativa”: el que se entrega a Dios, recibe cien veces más y la vida eterna, ése sí que es rico.

1. Si ayer hablaba Pedro de la herencia y la esperanza que nos concede Dios en su misericordia, hoy sigue con el tema, pero situándolo como en tres etapas:
- en el pasado, los profetas del AT, inspirados ya por el Espíritu de Jesús, escrutaban el futuro y «predecían la gracia destinada a vosotros», porque «se les reveló que aquello no era para su tiempo, sino para el vuestro»;
- ahora, los predicadores cristianos, también inspirados por el Espíritu, nos anuncian la buena noticia: que en Cristo Jesús, en su muerte y resurrección, se cumple todo lo anunciado antes;
- y todavía queda otra perspectiva, la del futuro: «estad interiormente preparados para la acción, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo».
Mientras tanto, el autor de la carta quiere que los cristianos se controlen, que vivan en la obediencia, que no se amolden a los deseos de antes, sino que vivan en santidad, imitando la santidad del mismo Dios: «Seréis santos porque yo soy santo».
b) Los cristianos vivimos entre la memoria y la profecía, entre el ayer y el mañana. Y sobre todo en la vivencia del presente, del hoy, atentos a los valores fundamentales de nuestra salvación, la salvación que nos ofrece Dios por Cristo, la comunión en su vida.
Si miráramos más de dónde venimos y a dónde vamos, viviríamos más lúcidamente nuestro presente. No sólo porque nuestra existencia estaría transida de esperanza, sino también porque asumiríamos con decisión el compromiso de vivir vigilantes, no dormidos ni indolentes, sino con disponibilidad absoluta, guiados por Cristo, con la consigna de no amoldarnos ya a los criterios de este mundo sino a los de Dios.
Cada Eucaristía nos hace ejercitar esta actitud de memoria del pasado, de profecía abierta al futuro y de celebración vivencial del presente: «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa (hoy), anunciáis la muerte del Señor (ayer) hasta que venga (mañana)» (I Corintios 11,26).
Por eso la Eucaristía, con la luz de la Palabra y la fuerza de la comunión, nos va ayudando a ordenar nuestros pensamientos, a ir creciendo en la unidad interior de toda la persona, en marcha desde el ayer al mañana, viviendo el hoy con serenidad y empeño. La Eucaristía es nuestro mejor «viático», nuestro alimento para el camino.
-Hermanos, sobre esta salvación investigaron e indagaron los profetas que anunciaron la gracia destinada a vosotros... El Espíritu de Cristo estaba presente en ellos. Ahora, por medio de los que os trajeron e1 evangelio, os lo ha comunicado el Espíritu Santo enviado del cielo...
Tanto en el ritual judío como en la celebración cristiana de la vigilia pascual, se lee el pasaje de Éxodo, 12: la comida pascual, el cordero inmolado cuya sangre salva de la esclavitud y de la muerte.
San Pedro, en su homilía «actualiza ese mensaje»: lo que los antiguos profetas anunciaban, ¡sucede «HOY» y se realiza para vosotros! Y Pedro, siguiendo la costumbre de los primeros apóstoles, afirma la continuidad absoluta del Antiguo y del Nuevo Testamento: es el mismo Espíritu el inspirador de los «profetas» antiguos... y el de los «predicadores actuales del evangelio»...
En mi vida, ¿creo yo de veras que el Espíritu está ahí, presente en estas Palabras divinas escritas... y que está presente también en mi corazón para que yo las comprenda? ¿Qué espera de mí el Espíritu?
-Por lo tanto, tened alertado vuestro espíritu como servidores preparados para el servicio. Es por nuestro propio «espíritu» vigilante que podremos captar al «Espíritu».
El cristiano, ante todo es un hombre siempre alerta, siempre atento al Espíritu, disponible, despierto, vivo, vigilante. Y para expresar esto Pedro utiliza espontáneamente una imagen de Jesús que recuerda bien: manteneos bien ceñida la cintura y con vuestras lámparas encendidas, como el servidor siempre pronto a la acción...
Imagen viva, muy simpática. Pero, ¿ocurre siempre así? o, por el contrario: vivimos medio dormidos, aburridos, dejándonos llevar por la pasividad? ¡Ven Señor, mantén mi mente despierta! ¡hazme vigilante, disponible!
-Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la revelación de Jesucristo. No hay ninguna razón para hundirse en el pesimismo. Pedro no habla de desesperanza sino de esperanza perfecta. El mundo no se dirige hacia la nada o la perdición, sino ¡hacia la "revelación de Jesucristo"!
Pedro recuerda. Había visto y oído a Jesús en Palestina. Vivía en la esperanza de volver a verle. Y trataba de comunicar esa esperanza a sus oyentes. En griego la palabra «revelación» es el término «apocalipsis», «levantar el velo que cubre una cosa». Sí, Señor Jesús, Tú estás ahí, presente, pero escondido bajo un velo. Un día ese velo se rasgará y te veré. Haz que te encuentre HOY en mi vida y en mi oración. Y ¡que la espera de tu encuentro, cara a cara, al final de mi vida, ilumine de esperanza y de alegría cada uno de mis días en la tierra!
-No os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia. Más bien así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta.
¡Solamente esto! He ahí la espiritualidad aconsejada a esos recién bautizados que están escuchando a Pedro: ¡el ideal es muy alto! Imitar a Dios. En eso también Pedro repite lo que había oído decir a Jesús: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. La gracia de mi bautismo es una llamada a la perfección. Pedir el bautismo para un niño es lanzarlo a esa maravillosa aventura, de ser ¡un «hombre perfecto»! (Noel Quesson).

2. “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad” (Salmo 97,1.2-4): presenta una perspectiva de salvación universal referida a los últimos tiempos, similar a la que encontramos en algunos pasajes del libro de Isaías. Anuncia la obra redentora de Cristo, como recuerda San Pablo: toda la creación participa en la alegría de la salvación final.
3. Ayer el joven rico se marchó triste, sin decidirse a seguir a Jesús. Hoy Pedro, que sí le ha seguido, se lo recuerda: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». El resto ya se sobreentiende (y Mateo lo explícita en su evangelio): ¿qué recibiremos en cambio?
La respuesta de Jesús es esperanzadora y misteriosa a la vez: «Recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna». No se trata de cantidades aritméticas y tantos por ciento. La respuesta se refiere a la nueva familia que se crea en torno a Jesús: dejamos un hermano y encontramos cien. Ya habla Jesús cuáles eran los lazos de esta nueva familia: «¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34s).
En el fondo de la interpelación de Pedro está su concepto político e interesado del mesianismo, un concepto todavía muy poco maduro. ¿Pregunta acaso una madre cuánto le van a pagar por su trabajo? ¿pone un amigo precio a un favor? ¿pasó factura Jesús por su entrega en la cruz? Los discípulos buscan puestos de honor, recompensas humanas, soluciones económicas y políticas. Jesús y su Espíritu les irán ayudando a madurar en su fe, hasta que después de la Pascua se entreguen también ellos gratuita y generosamente al servicio de Cristo Jesús y de la comunidad, hasta su muerte.
Una experiencia de ese ciento por uno que promete Jesús la tienen tantos cristianos laicos que desde su condición en la sociedad entregan sus mejores energías a trabajar por el Reino de Dios. Ya saben lo que es la generosidad de Dios en este mundo, a la vez que esperan en el otro la vida eterna prometida al siervo bueno y fiel.
De un modo especial esta experiencia la tienen los que han abrazado la vida religiosa o el ministerio ordenado dentro de la comunidad como estado permanente de vida. Han entrado en la dinámica de este otro género de familia y parentesco: los hermanos y los hijos los cuentan por centenares y miles. No han formado familia propia, pero no por eso han dejado de amar: al contrario, están más plenamente disponibles para todos, movidos de un amor universal, no por una paga a corto plazo.
Unos y otros saben también que sigue siendo verdad una palabra muy breve pero muy realista que Marcos ha añadido a la lista de las ventajas: «con persecuciones». Jesús promete la vida eterna, después, y ya desde ahora una gran satisfacción. Pero no asegura el éxito y la felicidad y el aplauso de todos. En todo caso, la felicidad del que se sacrifica por los demás. Lo que sí promete es la cruz y las persecuciones. Una cruz que estaba incluida también en su programa mesiánico y que varias veces ha asegurado que les tocará llevar también a sus discípulos. Lo que vale cuesta. A la Pascua salvadora se llega por el vía crucis del Viernes Santo. El amor muchas veces supone sacrificio. Pero vale la pena (J. Aldazábal).
-Aquí Pedro, tomando la palabra dijo a Jesús: "Bien ves que nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido." Jesús ha pedido al joven rico que lo venda todo y lo siga. Pedro se alegra de hacer resaltar inmediatamente lo que ellos han hecho. Quizá haya algo de vanagloria en esa intervención de Pedro... pero sus palabras son también la expresión de una infinita generosidad.
-Jesús declaró: "En verdad os digo: Nadie, que por amor de mí y del Evangelio haya dejado... De paso, notamos de nuevo la exorbitante pretensión de Jesús. La persona que dice esto es o un desequilibrado mental o un hombre verdaderamente extraordinario. Ahora bien, Jesús a lo largo de su vida ha probado ser inteligente, equilibrado, humilde, estar sano. Hay pues que admitir que tenía una conciencia lúcida y precisa del papel que iba a desempeñar en la historia de la humanidad. Sí, millones de hombres y de mujeres, desde dos mil años, lo han dejado todo "por su causa". ¿En qué me afecta esta cuestión? ¿Qué plegaria me sugiere?
-Una casa, hermanos, hermanas, un padre, una madre, hijos o un país... ¡No es por desprecio a estas cosas, tan buenas en sí, por lo que uno las deja! No es por falta de amor. Jesús ha repetido una y otra vez que hay que amar a sus hermanos, a su padre, a su madre... Hay pues aquí una motivación escondida y poderosa: para abandonar cosas tan grandes, hay que hacerlo por algo que es mucho más grande aún. ¿Qué sentido doy a mis renuncias? ¿Tengo yo una actitud meramente negativa? o bien ¿hago una opción, una elección que sobrepasa todo esto?
-Sin que reciba, ya en este tiempo, el céntuplo... Renunciar a muchas cosas, por amor a Jesús, no es renunciar a la felicidad. Jesús promete a aquellos que le seguirán que serán personas colmadas, ya aquí abajo. Se recibe cien veces más de lo que se abandona, dice Jesús.
-Casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, tierras, con algunas persecuciones... Comparad la lista de las cosas abandonadas y de las que se centuplican. En un punto hay falta: no se reciben cien "padres", pues el Padre sigue siendo único... En un punto hay aumento: ¡se reciben "persecuciones" al céntuplo! La felicidad prometida, ese céntuplo prometido, esta plenitud de relaciones de amor... no se adquieren sin sufrimientos y sin persecuciones.
-Y la vida eterna en el mundo venidero. En definitiva, para el que cree que la "vida eterna" no es charlatanería, es verdad que es mucho más lo que se gana que lo que se renuncia.
-Muchos de los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros. Nuestro mundo está falseado. ¡Hay que invertir los valores para ver acertadamente! (Noel Quesson).
Jesús exige romper con estas estructuras que generan apegos para vivir los principios de una nueva vida que lleva a sus seguidores a que descubran que donde se deja uno (posesiones), se recibe ciento y se construye una nueva familia, amplia y extensa que no está unida por los vínculos de la sangre y de la carne, sino por la comunión con el proyecto del Reino, donde se deben compartir los bienes de la tierra en solidaridad y comunión fraterna. De esta forma, la ruptura (dejar el modo viejo de vivir: el egoísmo y la acumulación) se vuelve para Jesús en un principio nuevo de vida porque, paradójicamente, la donación total se convierte en espacio de abundancia de bienes y familia (servicio bíblico latinoamericano). Centuplicado. Todos los verdaderos pobres son ricos. "¿No os parece rico, exclama S. Ambrosio, el que tiene la paz del alma, la tranquilidad y el reposo, el que nada desea, no se turba por nada, no se disgusta por las cosas que tiene desde largo tiempo, y no las busca nuevas?".

Lunes de la 8ª semana de Tiempo Ordinario. “No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable”, nos anima san Pedro: hasta una entrega radical, vivir aquella invitación de Jesús: “ Vende lo que tienes y sígueme”


1. Empezamos hoy la lectura de la primera epístola de san Pedro. Escrita hacia el año 64, después de las Epístolas de san Pablo -que fueron escritas entre el 50 y el 64, pero antes de los evangelios que fueron escritos entre el 64 y el 90. Centrada sobre el tema del «bautismo», esta Epístola es quizá una homilía pronunciada en una vigilia pascual en la que tenían lugar los bautizos de adultos:
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final”.
-Rebosáis ya de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas. La predicación de Pedro es realista. La vida no es divertida y sin embargo... el cristiano es un «hombre feliz», incluso en las pruebas. ¿Puede decirse de mí que «salto de gozo»? Y, en este caso, ¿en qué se apoya mi alegría?
-Esas pruebas verificarán la calidad de vuestra fe que es mucho más preciosa que el oro. La fuente de la alegría es la Fe. Pedro describe esa alegría de la fe con lirismo: «¡rebosáis ya de una alegría inefable que os transfigura!» Las pruebas mismas no destruyen la alegría porque profundizan la calidad de la Fe. Reflexiono detenida y pausadamente sobre mis pruebas, y las pruebas de la Iglesia... Para considerar de qué modo esas pruebas me acercan más a Dios. …“que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego-llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo”.
-...Cuando se revelará Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto y en quien creéis aunque de momento no le veáis. Estar bautizado es perdurar en un lazo de amor y de fe personal con Jesús... En la espera de verle un día (Noel Quesson); “y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación” (1 Pedro 1,3-9). Los primeros cristianos, más que ahora nosotros, estaban a la espera y la esperanza de la realización escatológica: ¿tiendo yo también a ese futuro que Dios está preparándome, tiendo hacia ese término final?
2. El Señor recuerda siempre su alianza. Grandes son las obras del Señor, nos dice el salmo… Hoy sentimos un viento fuerte. El viento en la sagrada Escritura es símbolo del Espíritu Santo, nos decía Juan Pablo II. Esperamos que el Espíritu Santo nos ilumine al escuchar el salmo 110, que encierra un himno de alabanza y acción de gracias por la obra de salvación: se habla de "misericordia", "clemencia", "justicia", "fuerza", "verdad", "rectitud", "fidelidad", "alianza", "obras", "maravillas", incluso de "alimento" que él da y, al final, de su "nombre" glorioso, es decir, de su persona. Así pues, la oración es contemplación del misterio de Dios y de las maravillas que realiza en la historia de la salvación.
Dice san Jerónimo: "Como alimento dio el pan bajado del cielo; si somos dignos de él, alimentémonos". Luego viene el don de la tierra, "la heredad de los gentiles" (Sal 110,6), que alude al grandioso episodio del Éxodo, cuando el Señor se reveló como el Dios de la liberación. Por tanto, la síntesis del cuerpo central de este canto se ha de buscar en el tema del pacto especial entre el Señor y su pueblo, como declara de modo lapidario el versículo 9: "Ratificó para siempre su alianza". Concluye con la contemplación del rostro divino, de la persona del Señor, expresada a través de su "nombre" santo. El Salmo nos invita al final a descubrir las muchas cosas buenas que el Señor nos da cada día. Nosotros vemos más fácilmente los aspectos negativos de nuestra vida. El Salmo nos invita a ver también las cosas positivas, los numerosos dones que recibimos, para sentir así la gratitud, porque sólo un corazón agradecido puede celebrar dignamente la gran liturgia de la gratitud, la Eucaristía, nos dice Benedicto XVI.
3. Así que salió Jesús para ponerse en camino... un hombre corrió hacia él y arrodillándose a sus pies... "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?" Escena muy viva. Un hombre de deseo: corre... se lanza de rodillas a sus pies... sin aliento, le pregunta. Esta, su pregunta, es ¡la pregunta esencial!
-"¿Por qué me llamas "Bueno"? Nadie es "Bueno" sino solo Dios. Respuesta tajante ¡como una cuchilla! ¡Jesús es el hombre que tiene siempre a "Dios" en la boca! Es su referencia constante. Dios. Sólo Dios. Rezo a partir de esta frase de Jesús.
-Tú sabes los mandamientos... Maestro, los he observado desde mi juventud... He aquí a un hombre recto, concienzudo, que observa la Ley, que está en regla. Leyendo este relato, los primeros lectores de Marcos podían comprender que para ser un buen discípulo no basta con cumplir la Ley. La Ley, ese hombre la cumple... y sin embargo, ¡le falta algo para ser un discípulo!
-Jesús mirándolo le mostró afecto y le dijo... La mirada de Jesús. Trato de imaginar que se posa también sobre mí... sobre aquellos con los que convivo, con los que tengo a mi cargo... El afecto de Jesús. Jesús ama, Jesús afectuoso. Y todo lo que dirá después es una prueba de este amor.
-"Una sola cosa te falta: Vete, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ¡ven y sígueme!" Encontramos de nuevo lo que Jesús no cesa de repetir.
-Fue la primera llamada: "Venid y seguidme... dejando enseguida sus redes... dejando a su padre en la barca... -Fue la primera instrucción a los discípulos al enviarles en misión: "les ordenó no tomar nada para el camino, ni pan, ni saco, ni dinero en el cinturón..."
-Fue la primera consecuencia que había que sacar del primer "anuncio de la Pasión": "si alguno quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo..." Jesús es coherente en sus ideas. Lo pide "todo o nada". Para seguirle a El, hay que abandonar todo lo restante. Exigencia infinita. El evangelio no es una buena recetita tranquilizadora, es la más formidable aventura, el riesgo, el "ahí-va-todo".
-Se marchó triste porque tenía mucha hacienda... Mirando en tomo suyo dijo a sus discípulos: "¡Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios, los que poseen riquezas!" Los discípulos se quedaron espantados con estas palabras. Pero Jesús continuó: "Es más fácil a un camello pasar por el agujero de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios". Cada vez más desconcertados los discípulos decían entre sí: "Entonces, ¿quién puede salvarse? "A los hombres sí les es imposible, mas no a Dios, porque a Dios todo le es posible". El "humor" de Jesús: esta comparación del "camello" y el agujero de la aguja. Lo serio de Jesús: esta "imposibilidad"… Incluso con las renuncias más extraordinarias, incluso dando todas nuestras riquezas a los pobres -dirá también san Pablo a los Corintios (13, 3), somos incapaces de entrar en el Reino de Dios. Dios solo... puede hacerlo. Hago mi oración sobre esta frase (Noel Quesson).
Aquel se marcho pesaroso, estropeando la mirada de ternura que había suscitado en Jesús y prefiriendo seguir en sus propias seguridades. Su búsqueda de la vida estaba subordinada a su propia seguridad. Ésta usurpaba el papel de Dios. Y también puede usurparla en nosotros, aunque no seamos ricos. Puede haber otras seguridades que son nuestro irrenunciable tesoro. No podemos olvidar que nuestro tesoro está, donde está nuestro corazón. Y, desde ahí, nos tenemos que preguntar: ¿nuestro corazón está en el Dios del Reino y en la búsqueda del Reino de Dios como algo irrenunciable u otras seguridades nos impiden el acceso a la vida en plenitud? ¿Cuáles son? ¿Estamos dispuestos a renunciar a estas falsas seguridades? ¿Si no lo estamos en este momento, esperamos que Dios nos cambie el corazón, puesto que para Él nada hay imposible? (José Vico Peinado).

martes, 25 de mayo de 2010

Jesús se queda en el Espíritu Santo, el Enviado del Padre: Domingo de Pentecostés




Los Hechos de los Apóstoles cuentan que “todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”, el día de la fiesta judía de la siega, que también celebraban la subida de Moisés al Sinaí y cómo Dios bajó con su poder y dio la Ley a su pueblo. A los 50 días de que Jesús, grano de trigo caído en tierra, muriera y fuera sepultado, ha dado mucho fruto y este fruto es el Espíritu Santo: “De repente un ruido del cielo, como de un fuerte viento, resonó en toda la casa donde se encontraban”. Es mucho más que la zarza ardiente de Moisés, o la columna de fuego en el desierto o la tempestad que mostraba la cercanía de Dios. “Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: -¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua”. Jesús ya les avisó: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo... y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra". Ahora va a comenzar la misión de los apóstoles. El que estaba preparado, entendía no obstante la diversidad de idiomas, mientras que los que no, no comprendían nada, como si hablaran en chino o estuvieran borrachos. En Pentecostés sucedió lo contrario de lo que se dice de Babel, donde los hombres que intentaron escalar el cielo terminaron sin entenderse los unos a los otros. Y es que los hombres sólo pueden entenderse entre sí cuando cada uno se abre a la gracia de Dios y no cuando luchan para alzarse sobre las nubes.
El otro día un chaval me dijo: así como para recibir la comunión tenemos la comunión espiritual, para recibir al Espíritu Santo, ¿qué podemos rezar? Le dije que pondría en esta hoja una oración, y van a ser 3, claro, en primer lugar el Salmo de hoy: “Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra: Bendice, alma mía, al Señor. / ¡Dios mío, qué grande eres! / Cuántas son tus obras, Señor; / la tierra está llena de tus criaturas. / Les retiras el aliento, y expiran, / y vuelven a ser polvo; / envías tu aliento y los creas, / y repueblas la faz de la tierra”. La vida es como un soplo, así Dios infundió la vida en el primer hombre, y el Espíritu Santo en esta nueva creación, pero el amor, siendo algo que parece débil como un soplo: “¿me quieres, sí o no?” es lo más importante de la vida. Nada hay tan penetrante como este soplo, viento divino, que se cuela por todas partes y que es la acción del Espíritu. La carta de San Pablo nos dice que “todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo”, somos de la familia de Jesús, porque tenemos “un solo Espíritu” con Él, que nos dijo: “yo rogaré al Padre y os dará otro consolador para que esté con vosotros eternamente: el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conoceréis porque morará con vosotros y estará dentro de vosotros”. Así lo explicaba S. Pablo: El amor de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Aquí va pues la 2ª oración, que san Josemaría rezaba: "Ven ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc coepit! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. / ¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras… / Santa María, Esperanza nuestra, Asiento de la Sabiduría. Ruega por mí. -San José, mi Padre y Señor, ruega por mí. -Angel de mi guarda, ruega por mí.”
También vivió san Josemaría  la experiencia de ir por María a Jesús, como amigo, como hermano, y sentir que era hijo de Dios... pero luego un sacerdote le dijo que no hablara con el Espíritu Santo, que lo escuchara, y sintió el Amor dentro de él: y quiso tratarlo más, ser su amigo, su confidente..., facilitarle el trabajo de pulir, de arrancar, de encender... Él le daba fuerzas, Él lo hacía todo: “Rézale: Divino Huésped, Maestro, Luz, Guía, Amor: que sepa agasajarte, y escuchar tus lecciones, y encenderme, y seguirte y amarte"… “quémame con el fuego de tu Espíritu!, clamas. Y añades: ¡es necesario que cuanto antes empiece de nuevo mi pobre alma el vuelo..., y que no deje de volar hasta descansar en El! *    —Me parecen muy bien tus deseos. Mucho voy a encomendarte al Paráclito; de continuo le invocaré, para que se asiente en el centro de tu ser y presida y dé tono sobrenatural a todas tus acciones, palabras, pensamientos y afanes"... "Frecuenta el trato del Espíritu Santo -el Gran Desconocido- que es quien te ha de santificar. / No olvides que eres templo de Dios. -El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones" "Propósito: 'frecuentar', a ser posible sin interrupción, la amistad y trato amoroso y dócil con el E.S. -'Veni, Sancte Spiritus...!' -¡Ven, Espíritu Santo, a morar en mi alma!”, como dice S. Pablo: somos templos del Espíritu Santo. "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?". Pero para oírle hemos de silenciar nuestro "bullicio interior" y mantener un diálogo con el Señor. Escuchar, porque Dios habla bajito, sugiere, invita, nunca coacciona. Decir que sí a sus mociones, supone un crecimiento en la vida de la gracia, correspondencia al Amor de Dios. Decir que no es enfriamiento, y no nos comportamos como buenos hijos. Es como si Jesús estuviera dentro de nosotros con su espíritu, y nos guiara, como si guiara nuestra bicicleta, y si pasamos por un sitio difícil impide que nos caigamos porque con Él vamos seguros, y cuando tenemos confianza tenemos paz…
En el Evangelio San Juan nos cuenta cómo lo mandó el día de la Resurrección, cuando apareció ante los Apóstoles y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Fue el regalo pascual, de la confesión y el Espíritu Santo, con la promesa de la vida eterna. Y ahora vemos que así como sobre María desciende el Espíritu Santo y nace Cristo, por obra y gracia del Espíritu Santo, sobre el Cenáculo desciende el Espíritu Santo con los apóstoles reunidos con María y nace la Iglesia: Pentecostés nos recuerda que es en el Cenáculo donde Cristo instituye la Eucaristía, donde nos lava los pies, donde se nos da el mandamiento nuevo del amor, donde la Iglesia vive unida por la paz y la gracia del Espíritu Santo, unida a María, desde donde se lanza la Iglesia sin miedo a evangelizar al mundo tan necesitado de la ternura de Dios. Ponemos otra oración, la del misal: “Ven, Espíritu divino, / manda tu luz desde el cielo. / Padre amoroso del pobre; / don, en tus dones, espléndido; / luz que penetra las almas; / fuente del mayor consuelo. / Ven, dulce huésped del alma, / descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos. / Entra hasta el fondo del alma, / divina luz, y enriquécenos. / Mira el vacío del hombre, / si Tú le faltas por dentro; / mira el poder del pecado, / cuando no envías tu aliento. / Riega la tierra en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las manchas, / infunde calor de vida en el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero. / Reparte tus siete dones, / según la fe de tus siervos; / por tu bondad y tu gracia, / dale al esfuerzo su mérito; / salva al que busca salvarse / y danos tu gozo eterno. Amén.”