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domingo, 25 de octubre de 2009

Martes de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: Dios en su atención amorosa nos revela la verdad del hombre, la transmisión del Evangelio es el mejor regalo para no caer en la esclavitud de las insignificancias, y tener la libertad de lo esencial.

Martes de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: Dios en su atención amorosa nos revela la verdad del hombre, la transmisión del Evangelio es el mejor regalo para no caer en la esclavitud de las insignificancias, y tener la libertad de lo esencial. 

 

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 1-8. Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil. A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor -apoyados en nuestro Dios- para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones. Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os tomamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.

 

Salmo 138,1-3.4-6. R. Señor, tú me sondeas y me conoces.

Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco.

 

Santo Evangelio según san Mateo 23,23-26. En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: -«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera.»

 

Comentario: 1.- 1Ts 2,1-8: Pablo alude en su carta a las dificultades que encontró durante los meses que pasó en Tesalónica y que le obligaron a huir, junto con Silas, por la violenta oposición de los judíos, celosos del éxito de su predicación (cf Hch 17,1-9). Defiende el estilo de su apostolado y puede presentar una admirable «hoja de servicios»: en su ministerio apostólico «no procedía de error o de motivos turbios», «no usaba engaños», no predicaba «para contentar a los hombres, sino a Dios», nunca tuvo «palabras de adulación» ni pretendía el «honor de los hombres». Tampoco se le puede acusar de «codicia disimulada». Más aún: Pablo puede afirmar: «os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestra propia persona». La entrega fue absoluta, y no duda en compararla al amor de una madre: «os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos». Podemos aplicarnos este examen de conciencia sobre nuestra vida cristiana, de modo particular si trabajamos en algún ministerio de animación en bien de la comunidad. ¿Podríamos afirmar de nuestra actuación lo que Pablo asegura de la suya?; ¿son tan limpias nuestras intenciones, tan desinteresada y generosa nuestra entrega?; ¿en verdad no hay engaño ni fraude ni adulación ni interés económico ni vanidad en nuestro servicio a la comunidad?

Tal vez nosotros también hemos conocido la «fuerte oposición» o los «sufrimientos e injurias» en nuestro testimonio de vida cristiana. Podemos aprender de Pablo a no acobardarnos nunca y a seguir adelante con entrega total y con la confianza puesta en Dios. Pablo se compara, por el cariño que siente por los de Tesalónica y por la entrega total que les ha hecho de su vida, a «una madre que cuida de sus hijos». Esta imagen está de actualidad, por lo que ahora prestemos más atención a la figura de «Dios como Madre», que ya se encuentra en la Biblia: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho? Pues aunque ella llegase a olvidar, yo no te olvido» (Is 49,15), «sobre las rodillas seréis acariciados: como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré» (Is 66,13).

-Hermanos, bien sabéis vosotros que nuestra ida a vosotros no fue inútil, después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipos... San Lucas contará más tarde en los Hechos (16,16-40) cómo Pablo había sido molido a palos y encarcelado en Filipos antes de llegar a Tesalónica. El «ministerio» no es una actividad de absoluto reposo. Ser «misionero» supone una gran dosis de generosidad: es reproducir la actitud de Jesús, ese «Servidor sufriente» cuyos padecimientos «no fueron inútiles», según Isaías (49,4). ¿Estoy convencido de que la evangelización lleva aparejada la cruz? Los santos de todos los tiempos consideraron sus sufrimientos como una participación en la redención de los hombres. ¿Me olvido de que mis sufrimientos pueden ser «útiles» si sé ofrecerlos libremente?

-Habiendo puesto nuestra «confianza» en Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas. He ahí la primera emergencia de una actitud típicamente paulina: tener plena confianza, hablar con seguridad (11 Cor 3,12; 7,14; Ef 3,12; 6,19; Fil 1,20; 1 Tim 3,13; Fil 8; Hebr 3,6; 4,16, etc.). Pablo no era orgulloso, era más bien tímido. Pero encontraba en Dios su solidez, su certidumbre. Era todo lo contrario de una persona indecisa. ¿Qué diría de nuestras tergiversaciones, de nuestras indecisiones, de nuestros temores a proclamar el evangelio?

-Cuando os exhortábamos no estábamos al servicio de falsas doctrinas, no teníamos motivos impuros, ni obrábamos con engaño. Pablo cuida de aislar su "ministerio" de todas las empresas algo semejantes en apariencia con las cuales se le podría confundir: cualquier clase de publicidad o propaganda, cuyo criterio es la astucia, el engaño... cuyo fin es el dinero, la influencia, motivaciones que Pablo estima impuras...

-Para confiarnos el Evangelio Dios nos puso a prueba... Si bien no hablamos para agradar a los hombres, sino a Dios. ¡El único criterio de Pablo es Dios! Pablo dice que «pasó un examen», que fue «puesto a prueba»: no delante de los hombres para agradarles, sino delante de Dios: exigencia infinita de autenticidad de la Palabra, de competencia.

-Nunca nos presentamos, ya lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia. Dios es testigo, ni buscando honores... El apóstol no proclama el evangelio solamente ni ante todo por sus palabras, sino por sus comportamientos. Señor, haz que nuestras vidas correspondan a nuestros discursos, a los buenos consejos que damos a los demás, al ideal que predicamos para la sociedad. ¡Cuántos sacerdotes no ponen en práctica sus sermones! ¡Cuántos padres no actúan según lo que recomiendan a sus hijos! ¡Cuántos militantes, responsables, que no aplican en su propia actividad los principios que defienden verbalmente! ¿Y yo? ¡Qué desfase hay entre mis intenciones y mi conducta real!

-Al contrario, con vosotros nos mostramos amables, como una madre cuida con cariño a sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos. Ternura, afecto, don de sí: virtudes maternales, virtudes del apóstol. No podemos anunciar el evangelio más que a los que amamos... y entregándonos nosotros mismos (Noel Quesson).

Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, n. 78 explicaba: "El Evangelio que nos ha sido encomendado es también palabra de verdad. Una verdad que hace libres  y que es la única que procura la paz del corazón; esto es lo que la gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo. Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y de la cual nosotros no somos, lo repetimos una vez más, ni los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores.

De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, más que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla.

Pastores del pueblo de Dios: nuestro servicio pastoral nos pide que guardemos, defendamos y comuniquemos la verdad sin reparar en sacrificio. Muchos eminentes y santos Pastores nos han legado el ejemplo de este amor, en muchos casos heroicos, a la verdad. El Dios de verdad espera de nosotros que seamos los defensores vigilantes y los predicadores devotos de la misma.

Doctores, ya seáis teólogos o exégetas, o historiadores: la obra de la evangelización tiene necesidad de vuestra infatigable labor de investigación y también de vuestra atención y delicadeza en la transmisión de la verdad, a la que vuestros estudios os acercan, pero que siempre desborda el corazón del hombre porque es la verdad misma de Dios.

Padres y maestros: vuestra tarea, que los múltiples conflictos actuales hacen difícil, es la de ayudar a vuestros hijos y alumnos a descubrir la verdad, comprendida la verdad religiosa y espiritual".

Los vv 7-12 hablan de que evangelizar es labor de los padres, hay que hacerlo con el amor con que una madre atiende a las necesidades de un hijo, pero mira más allá del momento presente, y así glosa S. Agustín las atenciones a los que nacen a la fe: "como la madre que gusta de nutrir a su pequeño pero no desea que permanezca pequeño. Lo lleva en su seno, lo atiende con sus manos, lo consuela con sus caricias, lo alimenta con su leche. Todo esto hace al pequeño, pero desea que crezca para no tener que hacer siempre tales cosas". De modo análogo, la predicación del Evangelio requiere toda clase de atenciones, pero ha de ofrecer certezas sólidas basadas en la palabra de Dios que permitan el arraigo, desarrollo y madurez en la fe de quienes la han recibido (Biblia de Navarra).

2. La Biblia de Jerusalén da a todo el salmo 138 el título de Homenaje a Aquel que lo sabe todo. Compárese esta meditación sobre la omnisciencia divina, llena de confianza en el Señor, con la que hace Job para expresar el temor del hombre bajo la mirada de Dios (Job 7,17-20).- Para Nácar-Colunga el título del salmo es La omnisciencia y omnipresencia divina. El salmo nos recuerda que Dios nos conoce por dentro, y es ante Él como debemos examinarnos: «Señor, tú me sondeas y me conoces, de lejos penetras mis pensamientos, todas mis sendas te son familiares». Meditación teológica sobre esos atributos de Yahvé, sobre los misteriosos designios divinos y sobre el problema del mal. Nada se oculta de la vista de Dios, ni los pensamientos más recónditos de los hombres. Pretender engañar a Dios haciéndole creer intenciones o actitudes profundas nuestras que no son reales, o encubriéndole las que sí lo son, es vana puerilidad del hombre, para quien lo único cabal y sensato sería la total sinceridad ante el Señor.- «Dios nos mira siempre con amor, para cumplir en nosotros sus designios providentes. Él conoce todos los secretos de nuestro corazón y de nuestra existencia. No se le oculta nada a su mirada de Padre. Para él no hay lejanía ni tinieblas. Dejarse mirar por él es ya una actitud filial de oración confiada, como diciendo que no tenemos dónde refugiarnos, sino en él. Que podamos decirle de corazón con Pedro: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo" (Jn 21,17)» (J. Esquerda Bifet).

La omnisciencia y omnipresencia divinas: Este salmo tiene el aire de una meditación teológica sobre los atributos de la sabiduría y omnipresencia de Yahvé, sobre los misterios de los designios divinos y sobre el problema del mal. Dios conoce a fondo las interioridades del hombre: sus designios, sus intenciones, sus pensamientos más secretos, porque le envuelve y penetra en todo su ser. Pero, al mismo tiempo, tiene especialísima solicitud de él. El salmista, ante este panorama, no comprende la actitud y conducta de los pecadores que hacen caso omiso de su Dios. Identificado con el sentir divino, llega a odiar a los enemigos de su Señor.

Muchas ideas de este salmo 138 son muy similares a las expuestas en el libro de Job, y aun el lenguaje se asemeja a este libro didáctico, en el que se plantea el problema de la permisión del mal en los planes divinos (cf. Job 10,9). El salmo es una meditación sobre la Providencia divina en estilo poético: «Los atributos divinos no son considerados en sí mismos, ni en su relación a la esencia divina, ni aun en sus relaciones con la humanidad en general, sino, como es natural en la plegaria meditada, en sus relaciones con la persona individual» (Faulhaber). «El desarrollo de los pensamientos se hace, no de una manera abstracta, sino por imágenes muy realistas, algunas veces demasiado brillantes. No se le lee, se le ve» (J. Calès). Es uno de los salmos más bellos del Salterio.

La estrofa de hoy trata de cómo Yahvé conoce los secretos del hombre (vv 1-6): La llamamos omnisciencia divina. El conocimiento divino sobre el hombre se extiende a todas sus más íntimas manifestaciones. Nada se escapa a su admirable percepción: cuando se sienta, cuando se levanta, cuando camina, cuando descansa, se halla siempre bajo la mirada escrutadora de Yahvé. Sus mismas palabras están ya medidas antes de que tomen expresión articulada. La razón de esta ciencia radica en el hecho de que Dios todo lo penetra con su Ser misterioso (v 5). El salmista, sin acudir a las formulaciones escolásticas -Dios está en todas partes «por esencia, presencia y potencia»-, sabe que lo llena todo, y particularmente envuelve y estrecha al hombre en todo su ser corporal y racional. Esto es un misterio que excede a la humana inteligencia, y el salmista, como el Apóstol de las gentes, declara que es incomprensible (Rm 11,33).

 3. Mateo 23,23-26. Uno de los defectos de los fariseos era el dar importancia a cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidar las que verdaderamente valen la pena. Jesús se lo echa en cara: «pagáis el diezmo de la menta... y descuidáis el derecho, la compasión y la sinceridad». De un modo muy expresivo les dice: «filtráis el mosquito y os tragáis el camello». El diezmo lo pagaban los judíos de los productos del campo (cf Dt 14,22-29), pero pagar el diezmo de esos condimentos tan poco importantes (la menta, el anís y el comino) no tiene relevancia, comparado con las actitudes de justicia y caridad que debemos mantener en nuestra vida. Otra de las acusaciones contra los fariseos es que «limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están rebosando de robo y desenfreno». Cuidan la apariencia exterior, la fachada. Pero no se preocupan de lo interior.

Estos defectos no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. También los podemos tener nosotros. En la vida hay cosas de poca importancia, a las que, coherentemente, hay que dar poca importancia. Y otras mucho más trascendentes, a las que vale la pena que les prestemos más atención. ¿De qué nos examinamos al final de la jornada, o cuando preparamos una confesión, o en unos días de retiro: sólo de actos concretos, más o menos pequeños, olvidando las actitudes interiores que están en su raíz: la caridad, la honradez o la misericordia? Ahora bien, la consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: «esto es lo que habría que practicar (lo del derecho y la compasión y la sinceridad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)». A cada cosa hay que darle la importancia que tiene, ni más ni menos. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes. También el otro ataque nos lo podemos aplicar: si cuidamos la apariencia exterior, cuando por dentro estamos llenos de «robo y desenfreno». Si limpiamos la copa por fuera y, por dentro el corazón lo tenemos impresentable. Somos como los fariseos cuando hacemos las cosas para que nos vean y nos alaben, si damos más importancia al parecer que al ser. Si reducimos nuestra vida de fe a meros ritos externos, sin coherencia en nuestra conducta. En el sermón de la montaña nos enseñó Jesús que, cuando ayunamos, oramos y hacemos limosna, no busquemos el aplauso de los hombres, sino el de Dios. Esto le puede pasar a un niño de escuela y a un joven y a unos padres y a un religioso y a un sacerdote. Nos va bien a todos examinarnos de estas denuncias de Jesús (J. Aldazábal).

-¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la Justicia, la Misericordia, la Lealtad! La Ley preveía que cada agricultor debía ofrecer al Templo el "décimo" -el diezmo- de la cosecha. Los fariseos lo habían encarecido al aplicar esta regla incluso a las hierbas que se emplean como condimento: la menta, el hinojo, el comino... ¡Nos imaginamos a las amas de casa separando de cada diez un ramito de perejil para la colecta del Templo! Estas son minucias de las que Jesús nos ha liberado. ¡Vamos! ¡Ampliad vuestros horizontes, abrid las ventanas de vuestra religión! Jesús nos repite esto HOY. Si los fariseos eran minuciosos en algunas bagatelas, tenían en cambio la manga muy ancha para otros asuntos más importantes. Y Jesús nos recuerda las grandes exigencias de todos los tiempos: la justicia, la misericordia, la fidelidad. Hoy diríamos: la ayuda a los más pobres, la defensa de los débiles y de los oprimidos, la pureza de la vida conyugal, la honestidad profesional, la justicia social, etc...

 -Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello. Jesús no es un revolucionario que predica la libertad por la libertad. Quiere que la fidelidad a las observancias en el culto sea el reflejo de una fiel observancia del amor a los demás, durante toda la vida. No "la vida" o "el culto"... Sino "la vida" y "el culto"...

-¡Guías ciegos que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡que purificáis por fuera la copa y el plato mientras que por dentro estáis llenos de codicia y de intemperancia! ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro la copa, para que también por fuera quede limpia! Los documentos de Qumram nos han mostrado cuán grande era, entre los judíos, la preocupación por la pureza legal: se requerían abluciones numerosas para cualquier propósito. Un mosquito que cayera en la sopa la hacía "impura". No nos creamos superiores, ni juzguemos despectivamente tales prácticas, como si la vida moderna nos hubiera liberado definitivamente de detalles sin importancia y de tabúes irracionales. Jesús nos repite, hoy también, que el ceremonial exterior -la purificación de la "copa y del plato"- tiene menos importancia que la pureza interior. Las controversias actuales en algunos países, sobre la "comunión en la mano", o la "comunión en la boca", pertenecen a este orden de cosas. "No mancha al hombre lo que entra por la boca; lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre" (Mt 15,11).

A veces nos imaginamos que solamente ahora, en la actualidad, nuestros tiempos son turbulentos, los usos y costumbres cambiantes y provocadores de oposiciones entre las distintas maneras de comportarse. Ahora bien, en todo tiempo la Iglesia ha conocido esos cambios y esas oposiciones. Jesús, en su tiempo, fue un factor de evolución de las costumbres de sus correligionarios judíos. Digamos simplemente que sobre esos asuntos de detalle ¡tenía, más bien, amplitud de ideas! Pero hay que añadir: se encolerizaba contra los que querían defender a toda costa los usos que Él reprobaba. La insistencia de Mateo en relatarnos esas invectivas, que nos extrañan a veces, proviene de que la Iglesia de su tiempo se enfrentaba a polémicas agudas entre el cristianismo y el judaísmo, en el interior mismo de las comunidades. Los judaizantes querían conservar el máximo de usos judíos. Los otros se apoyaban precisamente en esas palabras de Jesús para defender un punto de vista más amplio. Ayúdanos, Señor, a superar nuestras oposiciones (Noel Quesson).

Jesús se enfrentó abiertamente con las autoridades judías. Les criticaba la falta de responsabilidad para con el pueblo de Dios. El sanedrín, los sacerdotes y otros dignatarios estaban más comprometidos con el Imperio Romano, para asegurar sus intereses, que con el Dios al que rendían culto. Pero la acción profética de Jesús iba más allá. Confrontaba también a los muchos grupos y partidos que se hacían pasar por guías del pueblo. Les criticaba su falsedad, pues, a nombre del bien común únicamente perseguían intereses partidistas, sectarios e individuales. El de los fariseos era uno de estos grupos de fanáticos religiosos que prometían el cielo y la tierra al pueblo de Israel. Durante mucho tiempo consiguieron el apoyo popular haciéndose pasar por hombres justos y piadosos. Jesús con un marcado estilo profético, desenmascara el oportunismo y las verdaderas intenciones de estos grupos. Bajo el manto de corderos escondían una voracidad de lobos. Las comparaciones que hace Jesús ponen en evidencia la mentira con la que se encubren los fariseos. Estos se muestran como hombres extremadamente cumplidores de la Ley, pero no les importan la justicia ni la fidelidad a Dios. Ante la gente son hombres puros, pero en su interior sólo acumulan codicia y estafas. Se exhiben como hombres religiosos para ocultar la corrupción y la maldad. Hoy las comunidades cristianas están llamadas a continuar la acción profética de Jesús. Deben descubrir a todos aquellos que con piel de cordero se mezclan entre la gente para satisfacer mezquinos intereses personales. La comunidad no puede guardar silencio ante líderes populistas e inescrupulosos que embaucan al pueblo con mentiras y proyectos fantasiosos. Es hora de que la comunidad cristiana recupere su talante profético y afronte, desde su insignificancia y debilidad, a los falsos líderes y pastores (Servicio Bíblico Latinoamericano).

Por la ley de los diezmos Israel reconoce a Yahvé el derecho de propiedad sobre toda su tierra y sus bienes. La parte de Dios en estos bienes servía para el mantenimiento del culto y sus ministros y también para socorrer a los pobres. De los principales frutos de la tierra, los fariseos habían extendido el diezmo a los productos más mínimos, cosa a la que alude nuestro texto. La pedagogía de Jesús no excluye la fidelidad a lo pequeño, y aun a lo mínimo. El remedio que propone el Evangelio contra el abuso de descuidar lo principal no consiste en descuidar lo secundario, ni tampoco en allanar todos los valores con un mismo rasero, sino en integrarlos dentro de una razonable escala de "gravedad" o importancia. Los tres supremos valores señalados en el v. 23 vienen a ser una síntesis de la ley en su dimensión social: el justo juicio, es decir, la observancia del derecho y la justicia en las relaciones humanas; la misericordia, expresión casi universal del amor al prójimo; y la buena fe, o sea, probablemente, el hábito de la fidelidad sincera y leal que permite convivir en un clima de serena confianza. El reproche de Jesús sigue la línea de los juicios con que los profetas desenmascaraban las injusticias sociales de su pueblo, encubiertas bajo la hipocresía de una impecable religiosidad exterior. La imagen del v. 24 pone en contraste el animal más grande con el más pequeño. Evitan escrupulosamente sorberse un mosquito, pero se tragan un camello. La ironía tiene como trasfondo la ley que prohíbe comer animales "impuros".

Los vv. 25-26 corresponden a las acusaciones de Jesús contra los escribas y fariseos, a propósito de la falta de coherencia entre las purificaciones y apariencias de virtud por fuera y la pureza y virtud sincera por dentro. Para Jesús la pureza interior no se contrapone a sus signos externos. El Evangelio no proclama una hipocresía en sentido inverso al "farisaico": la de ser religioso, pero no parecerlo. Lo que afirma es que, si purifica de veras su interior, todo el hombre será puro ante Dios, a partir de dentro. Los fariseos son víctimas en sí mismos y sobre todo sus discípulos, no sólo de negligencia o de inconsecuencia, sino de una perversión religiosa que les hace tomar lo secundario por lo esencial. (J. Mateos-F. Camacho).

Estamos en la cuarta parte del evangelio de Mateo: el tiempo de las decisiones, de los rechazos y del juicio. Estos ayes de Jesús son como la antítesis de las Bienaventuranzas, el reverso de los valores del Reino. El proyecto de Dios está destrozado por la tradición del fariseísmo. La disciplina farisea se ha enloquecido. Su mayor fallo es haber "descuidado lo más grave de la Ley: la justicia, el buen corazón y la lealtad" (v.23). Jesús es la presencia del Dios compasivo, solidario con el sufrimiento de los pobres. Los dirigentes religiosos enterraron la fuerza de la palabra, se volvieron ilegítimos al olvidarse y despreciar a los pobres y no conmoverse sus entrañas. La ley debe estar en el núcleo del corazón, como ley de vida. Lo externo debe estar en coherencia con lo que hay en el corazón. Los ayes de Jesús intentan liberar de amarres al Dios del templo. El Dios de Jesús no es el tirano de las leyes, sino el Padre de misericordia. Jesús está contra la comercialización del templo. Los seres humanos somos especialistas en pervertir lo sagrado. La religión queda con frecuencia atrapada. Este Jesús del Evangelio denuncia la violencia del templo sobre las conciencias de la gente, y la manipulación del nombre de Dios. Es hacer de la religión una cueva donde esconderse después de haber sembrado el dolor, el robo, la injusticia, como hacen los ladrones que se refugian en lugar "seguro" para huir de su propia conciencia, que les grita. Es disimular con rezos, y prácticas externas el corazón desviado, lejos del amor y la misericordia. Palabras proféticas de Jesús que nos obligan a evaluar cómo usamos el nombre de Dios, el culto, los sacramentos, la Biblia. Es útil preguntarnos si los manipulamos, si los secuestramos a favor de nuestros egoísmos, intereses, ideologías, nacionalismos… (Servicio Bíblico Latinoamericano). San Juan Crisóstomo llama a la vanagloria "madre del infierno". San Basilio dice: "Huyamos de la vanagloria, insinuante expoliadora de las riquezas espirituales, enemiga lisonjera de nuestras almas, gusano mortal de las virtudes, arrebatadora insidiosa de todos nuestros bienes". Véase 6, 1 ss.  

Este espíritu de apariencia, contrario al Espíritu de verdad que tan admirablemente caracteriza nuestro divino Maestro, es propio de todos los tiempos, y fácilmente lo descubrimos en nosotros mismos. Aunque mucho nos cueste confesarlo, nos preocuparía más que el mundo nos atribuyera una falta de educación, que una indiferencia contra Dios. Nos mueve muchas veces a la limosna un motivo humano más que el divino, y en no pocas cosas obramos más por quedar bien con nuestros superiores que por gratitud y amor a nuestro Dios. Cf. I Cor. 6, 7 y nota. En el v. 26 Jesús nos promete que si somos rectos en el corazón también las obras serán buenas. Cf. Prov. 4, 23.

S. León Magno comenta: "Dice el Señor: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador, que ha establecido la reparación y santificación de los creyentes en el perdón de los pecados, prescindiendo de la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y haciendo así que de reos nos convirtiéramos en inocentes y que la abolición del pecado en nosotros fuera el origen de las virtudes.

La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la ley, sino por no entenderla en un sentido material. Por esto, el Señor, al enseñar a sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. ¿Qué paga sino la paga de la alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres.

El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y, si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.

En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas".

Llucià Pou Sabaté

24 de agosto, fiesta de San Bartolomé, apóstol: descubre en Jesús la respuesta a las inquietudes de su corazón, la Verdad que buscaba.

24 de agosto, fiesta de San Bartolomé, apóstol: descubre en Jesús la respuesta a las inquietudes de su corazón, la Verdad que buscaba.

 

Lectura del libro del Apocalipsis 21,9b-14. El ángel me habló así: -«Ven acá, voy a mostrarte a la novia, a la esposa del Cordero.» Me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

 

Salmo 144,10-11.12-13ab.17-18. R. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y la majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.

 

Santo Evangelio según san Juan 1,45-51. En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: -«Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» Natanael le replicó: -«¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe le contestó: -«Ven y verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: -«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: -«¿De qué me conoces?» Jesús le responde: -«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael respondió: -«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: -« ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: -«Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

 

Comentario: 1. La 1ª lectura corresponde a la visión final del libro del Apocalipsis: la visión de la Jerusalén futura, escatológica, ciudad-virgen-esposa, que baja del cielo para celebrar sus bodas divinas con el Cordero. Después de las terribles visiones de las plagas con que la cólera divina juzga la tierra, y de las luchas titánicas de la Bestia y el Dragón contra los ejércitos celestiales, la visión de la Jerusalén celeste es un anticipo de la victoria definitiva de Cristo, resucitado y glorioso, sobre todas las potencias del mal. Esta Jerusalén transfigurada, presentada con las imágenes de una hermosa utopía, es la misma Iglesia de Jesucristo llevada a su plenitud. Las doce puertas en la muralla, los doce nombres sobre ellas, los doce basamentos de la muralla, los doce nombres de los basamentos, nos están hablando del pueblo de Israel, por una parte, y del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, edificada "sobre el cimiento de los apóstoles".

Doce puertas, doce ángeles, doce tribus, doce apóstoles.

En honor al apóstol Bartolomé, del que tenemos muy pocas noticias, la liturgia eclesial toma un párrafo del capítulo 21 del Apocalipsis dedicado a la declaración solemne de que los apóstoles del Señor son columnas o fundamento de la Iglesia, por derivación del poder de Cristo Jesús.  Para nosotros, como creyentes, cuanto se refiere en la Escritura al grupo de apóstoles es de enorme importancia, pues ellos fueron las personas más cercanas y mejor instruidas por Jesús, y ellos principalmente -haciendo vida misional, evangelizadora- recibieron el encargo de cumplir la voluntad del Maestro: implantar el Reino en el mundo. Honrémonos, pues, en ellos y con ellos. Son maestros de nuestra fe. Y tengamos muy presente que, como apóstoles, y a imagen de Natanael, en nosotros no debe haber ni engaño ni doblez. Hoy, como ayer, es grato ante los ojos de Dios el corazón humano sencillo, ingenuo, pronto, servicial, disponible....

La ciudad era una institución cultural y política en la época del NT. Los habitantes del Imperio Romano vivían de buena gana en las grandes y hermosas ciudades esparcidas a todo lo largo y ancho del territorio. Para el pueblo judío, Jerusalén con su templo era el paradigma de la santidad. En ella estaba asegurada la presencia protectora de Dios sobre su pueblo. Esta es la razón de que una ciudad celestial se convierta en el símbolo más perfecto de la Iglesia, fundada por la predicación de los apóstoles. Si leemos todo el capítulo 21 del Apocalipsis, al que pertenece nuestro texto, encontramos las maravillosas características de esta ciudad divina, parábola de lo que como cristianos esperamos de Dios para el futuro definitivo: en ella no habrá llanto, ni enfermedad alguna, ni muerte, ni dolor. Porque Dios habrá renovado el mundo. Tampoco habrá pecado alguno en la ciudad celestial, porque Dios mismo asegura su santidad excluyendo de ella a los que obran el mal. Un elemento fundamental de las antiguas ciudades grecorromanas, y de la misma Jerusalén, eran los templos levantados en honor de los dioses. Pues bien, en la Jerusalén celestial no habrá templo alguno: "porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su santuario". Es decir, que se supera la distancia abismal entre Dios y los seres humanos, distancia que tratamos de colmar y de salvar rindiendo culto en los santuarios de la tierra, esperando que nuestras alabanzas y peticiones alcancen hasta el Cielo. Ahora no: se realizará plenamente aquello de que "En Dios vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28), sin necesidad de ningún intermediario. Finalmente, la luz que es símbolo de la verdad, la justicia y la paz, no provendrá de otra fuente distinta del mismo Dios y del Cordero.

¿Una hermosa utopía? Sí, porque el Señor nos concede, leyendo el libro del Apocalipsis, soñar con una humanidad reconciliada consigo misma y con Dios, en la que todos los seres humanos podamos ser plenamente felices. Es la utopía del evangelio que predicaron y por el que derramaron su sangre los apóstoles, como san Bartolomé.

Después de la lectura del Apocalipsis, la del pasaje del evangelio de san Juan nos pone con los pies en la tierra: se trata del seguimiento. Dos discípulos de Juan Bautista han seguido a Jesús por propia iniciativa, Jesús los ha aceptado en su compañía (Jn 1,35-39). Andrés, uno de ellos, va en busca de su hermano Simón y lo lleva ante Jesús, quien lo toma también como discípulo, imponiéndole un nombre significativo (Jn 1,40-42). Luego, Jesús, camino de Galilea, llama en su seguimiento a Felipe, paisano de Andrés y Pedro según san Juan, originarios de la pequeña ciudad de Betsaida en el litoral norte del mar de Galilea (los sinópticos dicen que Pedro y Andrés eran de Cafarnaún, no dan más datos de Felipe). Ahora, en nuestra lectura de hoy, Felipe habla de Jesús a Natanael, un apóstol no mencionado en los sinópticos, pero identificado por la tradición con el apóstol Bartolomé cuya fiesta estamos celebrando. El proceso vocacional de este discípulo resulta más complicado, Natanael duda, al escuchar al entusiasmado Felipe hablándole de Jesús, el hijo de José, de que de la oscura y desconocida Nazaret pueda salir algo bueno. Esto manifiesta, tal vez, su carácter franco y exigente. El elogio de Jesús, que lo llama "Israelita de verdad", no lo conmueve, simplemente pregunta por qué razón es conocido. Cuando Jesús le muestra su poder mesiánico, su sabiduría divina, su conocimiento sobrenatural de las cosas y de los seres humanos, Natanael rendidamente reconoce: "Rabbí (maestro en arameo), tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel". Luego Jesús anuncia al nuevo apóstol que verá cosas más grandes que el conocimiento sobrenatural del Mesías, que lo verá glorioso, resucitado de entre los muertos, sentado a la derecha del Padre.

La memoria de los apóstoles nos habla de nuestra propia vocación. También nosotros fuimos llamados por Cristo, alguien nos lo presentó o nos introdujo en su presencia, o simplemente fuimos llamados: "sígueme". Y a nosotros también, como a cada uno de los apóstoles, nos ha sido confiada una misión en la Iglesia. Según nuestras capacidades, según nuestras responsabilidades. No podemos dejar que nuestra vocación se duerma inactiva en cualquier rincón de nuestra vida. Confesemos a Jesús como lo hizo el apóstol Natanael-Bartolomé, y abracémonos a nuestra responsabilidad de testimoniar y anunciar el mensaje cristiano (Juan Mateos).

Cuando sea la consumación entonces se llevará a efecto el Matrimonio eterno del Cordero con la Novia, la Ciudad Santa que descenderá del cielo, resplandeciente con la Gloria de Dios. Será algo totalmente nuevo; hacia esa ciudad, de sólidos cimientos, se encamina la Iglesia como peregrina por este mundo. No puede detenerse a contemplar la obra realizada. Constantemente debe vivir en el amor hecho servicio, pues sólo al final del tiempo podremos decir que Dios será en nosotros y nosotros en Dios. Nuestra fidelidad a la doctrina que recibieron los apóstoles será lo que le dé firmeza a nuestra fe. Pero esa fidelidad no puede centrarse sólo en la escucha de sus enseñanzas sino en la puesta en práctica de todo aquello que ellos experimentaron en su vida. Entonces, al igual que ellos, nos encaminaremos hacia las bodas eternas con el Cordero Inmaculado a través del camino, tal vez arduo, que nos lleva tras las huellas de Cristo, cargando nuestra cruz de cada día, sabiendo que jamás podremos decir que somos lo suficientemente perfectos, sino que necesitamos de una continua conversión y del ser conformados, día a día, por el Espíritu Santo, en una imagen cada vez más perfecta del Hijo de Dios.

Los apóstoles son las perlas preciosas que San Juan dice haber visto en el Apocalipsis y que constituyen las puertas de la Jerusalén celestial (Ap 21,21)... En efecto, cuando los apóstoles, por sus signos y prodigios hacen brillar la luz divina, abren las puertas de la gloria de la Jerusalén celestial a todos los pueblos convertidos a la fe cristiana. Y todos los que se salvan, gracias a ellos, entran en la vida, como un viajero entra por una puerta... De ellos dice el profeta: "¿Quiénes son ésos que vuelan como nubes...?" (Is 60,8) Estas nubes se condensan en agua cuando riegan la tierra de nuestro corazón con la lluvia de su doctrina para hacerla fértil y portadora de gérmenes de buenas obras... Bartolomé, cuya fiesta celebramos hoy, quiere decir en arameo: "hijo del portador de agua". Es hijo de este Dios que levanta el espíritu de sus predicadores a la contemplación de las verdades de arriba, de manera que puedan regar con eficacia y en abundancia, con la lluvia de la palabra de Dios, el campo de nuestros corazones. Ellos beben el agua de la fuente con el fin de podernos saciar a nosotros de esta misma agua.

Este paso de las 12 tribus de Israel a los 12 Apóstoles, del Antiguo pueblo a la Iglesia, de la Antigua a la Nueva Alianza, se ve muy bien en esta lectura. La Gaudium et spes 39 dice, al hablar de la Tierra nueva y el Cielo nuevo: "Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas, que Dios creó pensando en el hombre.

Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección".

2. Sal 145(144). Quien ha experimentado el amor de Dios no puede sino convertirse en testigo alegre del mismo para toda la humanidad. La Iglesia de Cristo proclama las maravillas de su Señor porque Él la amó y se entregó por ella para purificarla de todos sus pecados. Aun cuando a veces nos sucedan algunos acontecimientos incomprensibles, tal vez incluso dolorosos, el Señor jamás nos abandonará, sino que estará siempre a nuestro lado como poderoso protector, pues Él es nuestro Padre, lleno de amor y de ternura por nosotros, y no enemigo a la puerta. Él no está lejos de aquellos que lo buscan, y está muy cerca de quien lo invoca. Dejémonos amar por el Señor. Pero no sólo busquemos su protección; busquemos también vivir comprometidos con la Misión salvadora que Él confió a su Iglesia.

El tema central de este salmo es la providencia amorosa de Dios sobre los que sufren y sobre todas las criaturas y la universalidad del reinado de Dios mediante su bondad, que recoge especialmente la liturgia de hoy y que se realiza especialmente en la persona de Jesús y la Parusía, como hemos leído en el Ap. Comenta S. Juan de la Cruz: "para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más gusto de Dios; porque entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que Él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos, según lo da bien a entender David en un salmo (144, 18), diciendo: Cerca está el Señor de los que le llaman en la verdad, que le piden las cosas que son de más altas veras, como son las de la salvación; porque de éstos dice luego (Ps 144,19): La voluntad de los que le temen cumplirá, y sus ruegos oirá, y salvarlos ha. Porque es Dios guarda de los que bien le quieren. Y así, este estar tan cerca que aquí dice David, no es otra cosa que estar a satisfacerlos y concederlos aun lo que no les pasa por pensamiento pedir".

3. Hoy celebramos la fiesta del apóstol san Bartolomé. El evangelista san Juan relata su primer encuentro con el Señor con tanta viveza que nos resulta fácil meternos en la escena. Son diálogos de corazones jóvenes, directos, francos... ¡divinos!

Jesús encuentra a Felipe casualmente y le dice «sígueme» (Jn 1,43). Poco después, Felipe, entusiasmado por el encuentro con Jesucristo, busca a su amigo Natanael para comunicarle que —por fin— han encontrado a quien Moisés y los profetas esperaban: «Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). La contestación que recibe no es entusiasta, sino escéptica: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» (Jn 1,46). En casi todo el mundo ocurre algo parecido. Es corriente que en cada ciudad, en cada pueblo se piense que de la ciudad, del pueblo vecino no puede salir nada que valga la pena... allí son casi todos ineptos...

Pero Felipe no se desanima. Y, como son amigos, no da más explicaciones, sino dice: «Ven y lo verás» (Jn 1,46). Va, y su primer encuentro con Jesús es el momento de su vocación. Lo que aparentemente es una casualidad, en los planes de Dios estaba largamente preparado. Para Jesús, Natanael no es un desconocido: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¿De qué higuera? Quizá era un lugar preferido de Natanael a donde solía dirigirse cuando quería descansar, pensar, estar solo... Aunque siempre bajo la amorosa mirada de Dios. Como todos los hombres, en todo momento. Pero para darse cuenta de este amor infinito de Dios a cada uno, para ser consciente de que está a mi puerta y llama necesito una voz externa, un amigo, un "Felipe" que me diga: «Ven y verás». Alguien que me lleve al camino que san Josemaría describe así: Buscar a Cristo; encontrar a Cristo; amar a Cristo (Christoph Bockamp).

Jesús retrata a la perfección su personalidad atractiva en muy pocas palabras ante todos: Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez. Y, a continuación, en respuesta a la natural extrañeza del futuro apóstol, dice Jesús de modo implícito el motivo de su infinita sabiduría. Manifiesta abiertamente que sus capacidades son sobrenaturales: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. A partir de ese momento, y para el resto de su vida, no hubo ya para Bartolomé otro interés que servir a la causa de Jesús. La condición divina, de quien había podido conocerle por dentro y también su quehacer de unos momentos antes, debía ser, en justicia, confesada. Su hombría de bien le impulsa a no callar: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Lo demás, en la vida de san Bartolomé, fue una consecuencia lógica de quien, en efecto, no tiene doblez. Este apóstol procuró ser coherente en lo sucesivo con lo que tuvo ocasión de comprobar, con la asistencia eficaz de Felipe: que Jesús de Nazaret era el Cristo prometido por Dios como Salvador del mundo. Y ese mismo Hijo Dios lo admitía entre los suyos. Dios encarnado contaba con su colaboración y le prometía contemplar y participar en su gloria sobrenatural.

Ante la figura sencilla, franca y recia de Natanael, consecuente con sus convicciones por mucho que se deba rectificar: humilde, ¿qué conclusiones, que propósitos nos brotan en el silencio sincero de nuestra meditación? Posiblemente debemos aprender también de este apóstol su fe. Una fe en la divinidad de Jesucristo que se desborda en confesión pública y en conducta de vida leal a Quien se le ha manifestado de modo tan gratuito y le ha enriquecido para siempre. La promesa de Jesús: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo de el Hombre, es, desde luego, un animante estímulo para siempre, capaz de hacer reemprender el trabajo apostólico en momentos de aridez, o cuando una pesada soledad parece agostar las joviales energías de otro tiempo.

Dios no sabe abandonar a sus hijos. A cada uno nos basta ser como somos, coherentes con las capacidades que hemos recibido por familia, por cultura, por medios materiales, por salud... Dios nos conoce y quiere difundir en nuestros ambientes su Gracia y el tesoro de una Vida Eterna usando nuestras manos, nuestra boca, nuestro trabajo, nuestra sonrisa.

La Madre Dios, Reina de los Apóstoles, nos protege maternalmente, como protegió a los doce discípulos de su Hijo, hasta que se vieron llenos del Espíritu Santo.

Todos nosotros, nos hemos encontrado con Jesús desde pequeños, en casa desde niños nuestros mayores nos enseñaron a rezar. En la catequesis y en el colegio hemos aprendido cosas de Jesús. En la misa del domingo escuchamos la Palabra de Dios que nos habla de Jesús. En muchas ocasiones tenemos la posibilidad de conocer y de saber cosas de su vida. Pero de alguna manera nos pasa que no acabamos de entusiasmarnos con él. A diferencia de San Bartolomé la fe en Jesús no marca el rumbo de nuestra vida. Para nosotros la fe en Jesús no siempre es un descubrimiento, sino que más bien nos parece algo normal, y por parecernos algo normal podemos acabar por restarle importancia. Nos puede pasar que estemos acostumbrados a tener fe igual que podemos estar acostumbrados a tener agua potable (cuando solo una de cada tres personas la tiene en el mundo), o igual que podemos estar acostumbrados a vivir rodeados de un paisaje privilegiado y no valorarlo. La costumbre, en ocasiones, nos hace no valorar las cosas que tenemos a nuestro alrededor. Pues bien por eso al comenzar la Misa decíamos.- Afianza Señor en nosotros aquella fe con la que Bartolomé, tu apóstol, se entregó sinceramente a Cristo. Pedíamos al Señor que nos afiance la fe, y también debemos de pedir que nos la fortalezca, y que nos la aumente. Y debemos de pedir al Señor que nos ayude a valorar el tesoro que nos ha concedido. Que S. Bartolomé nos ayude a afianzar nuestra fe, y a compartirla con todos los que nos rodean para que crezca, y se fortalezca (Paco Artime).

Está en relación con la felicidad: ¿Qué nos llena por entero? ¿Tú, Cristo, puedes llenar siempre el corazón humano, infinito por su propia capacidad? Jesús no sólo fue un hombre perfecto, sino que era por antonomasia Dios Perfecto. En su condición de Dios, Jesús puede garantizarnos a los seres humanos su capacidad infinita en el tiempo y en la eternidad de llenar el corazón humano. ¿Quién en esta vida nos puede asegurar que nos querrá siempre? Mucha gente se jura amor eterno, pero luego dice que era en aquel momento, bajo aquellas circunstancias… que aquello se pasa… ¿Qué en esta vida nos podrá certificar que nos agradará siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá vender la mentira de que siempre nos llenará de satisfacción? Todo, y todo lo que no sea Dios, es caduco, no podrá nunca asegurarnos un estado de felicidad infinita. Basta ver cómo se derrumban las esperanzas que tantos seres humanos han construido esperándolo todo de ellas. Sólo Cristo permanece.

Finalmente, ¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión mi caminar con ese Evangelio en donde sólo los pobres, los mansos, los misericordiosos, los perseguidos van a ser felices? Y Cristo nos asegura que sí, que Él es capaz de llenar nuestras vidas con todo esto que el mundo desprecia y rechaza, porque los bienaventurados del mundo moderno son los poderosos, los dominadores, los ricos, los vengativos, los iracundos, los reconocidos, los que ríen. Es tremendo ver cómo se puede concebir de forma tan distinta la felicidad, pero ya la historia va dando de sobra la razón al Evangelio. Porque del Evangelio han salido los hombres felices, en paz, llenos de ilusión y esperanza. De las teorías del mundo moderno han salido las depresiones, las ansiedades, las angustias, la tristeza.

En conclusión, aceptemos a Cristo con ilusión, como la esperanza que se coloca por encima de cualquier otra esperanza, como la promesa que hace realidad lo más apetecido por el ser humano, como la certeza de un futuro lleno de sentido y de gozo. Cristo, Hijo de Dios, Perfecto Dios y Perfecto Hombre es la medida del corazón humano.

Tras el encuentro con Jesús, Natanael exclama con ilusión y fuera de sí: "Rabbi, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel", y todo porque el Maestro le había dicho que lo había visto debajo de la higuera. Parece una escena surrealista, pero encierra una gran verdad, que vamos a comentar.

¿De Nazaret puede haber cosa buena? (Jn 1,46). Natanael, tal vez acostumbrado ya a tantos falsos mesías que habían salido como estrellas fugaces en la historia del pueblo de Israel, se extraña de aquellas palabras tan encendidas de Felipe en las que le comunica que un tal Jesús, de Nazaret, hijo de José, es el anunciado por Moisés y los profetas. No es rara esta experiencia para el hombre de hoy y de siempre, que lo ha esperado todo de todo y de todos y casi siempre se ha visto a sí mismo sorprendido por la inconsistencia de las cosas. Por eso, Natanael se sorprende y responde con esa pregunta: ¿De Nazaret puede haber cosa buena? Este tipo de repuestas se encuentran en los labios de muchos hombres de hoy a propósito de cualquier nueva proposición de dicha ofrecida por la sociedad o por un amigo. La desilusión y la desconfianza se han instalado en ese corazón ya un poco seco y pasota del hombre moderno. Él estaba harto de respuestas falsas, quizá hastiado de no encontrar sentido a la vida había hecho una petición al cielo, desesperado, había pedido una señal: "si hay algo serio, si hay un sentido a todo esto, que alguien me diga algo y haga referencia a este momento de la higuera"…

"Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel" (Jn 1,49). Después de que Felipe le invite a acercarse a Cristo y de que Cristo hable de su honradez y rectitud, son esas palabras de Cristo: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi", (Jn 1,48), las que mueven de una forma terrible el interior de Natanael y en un grito de admiración y de reconocimiento llama a Jesús "Hijo de Dios". Para Natanael, tal vez un inquieto rabino o estudioso de las Escrituras, de repente la vida se ha iluminado con la presencia de aquel hombre que le ha presentado su amigo Felipe. En él ha encontrado de repente y de golpe a quien buscaba y lo que buscaba en una armoniosa síntesis. Es como si una vida ya al borde del desencanto se encontrara de repente con esa verdad que lo explica todo y llena de paz y felicidad el corazón. Todavía no sabe cómo, pero Natanael intuye que aquel hombre va a colmar todas sus expectativas.

"Has de ver cosas mayores" (Jn 1,50). Jesús le anuncia que aquella primera experiencia se va a multiplicar. Es como si le dijese: si dejas a Dios de veras entrar en tu corazón, todo lo que anhelabas, esperabas, deseabas, se convertirá en realidad. Y es que Dios es mucho más de lo que el hombre puede imaginarse. En realidad la felicidad que el hombre busca no es nada al lado de lo que Dios le ofrece. Dios siempre supera toda expectativa, todo deseo, toda esperanza. Natanael, el desconfiado, de repente ha quedado cogido por Cristo y un sentimiento de entusiasmo se apodera de él. En adelante será un don, una gracia, un privilegio servir a aquel Maestro que ya le había visto cuando estaba debajo de la higuera. Si nosotros dejáramos a Dios entrar en nuestro corazón a fondo, si nosotros hiciéramos una experiencia auténtica de Dios, si nosotros nos liberáramos del miedo a abrir las puertas del corazón a Dios, también diríamos, llenos de entusiasmo y gozo, "Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios".

Este Apóstol, con su admiración por Cristo, nos puede enseñar a nosotros, hombres de hoy, una serie de actitudes muy necesarias frente a las cosas de Dios, pues a lo mejor es posible que nuestra vida espiritual y religiosa esté impregnada de modos fríos, racionalistas, calculadores, lejanos todos ellos de ese talante alegre, cordial y humano que debe caracterizarnos como hijos de Dios. Hay que decir que a veces el debilitamiento en la fe de muchos hermanos nuestros ha sido culpa de no ver en la religión a una persona, sino sólo un conjunto de principios y normas. Si nuestra religión no es Cristo, si el porqué de nuestra fidelidad no es su Persona, si en cada mandamiento no vemos el rostro de Jesús, la religión terminará agobiándonos, porque se convertirá en un montón de deberes, sin relación a Aquél a quien nosotros queremos servir. Vamos, pues, a exponer algunas de las características que deben brillar en la vivencia de nuestra fe y de nuestros deberes religiosos.

Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría profunda la fe, es decir, la relación personal del hombre con Dios. Muchas veces los cristianos con nuestro estilo de vivir la fe, marcado por la tristeza, la indiferencia, el cansancio, estamos demostrando a quienes buscan en nosotros un signo de vida una profunda contradicción. El cristianismo es la religión de la alegría y no puede producir hombres insatisfechos. Al revés, la religión vivida de veras, como fe en Jesucristo, confiere al hombre plenitud, gozo, ilusión. Frente a todas las propuestas de felicidad, que terminan con el hombre en la desesperación, Cristo es la respuesta verdadera que no sólo no engaña sino que colma mucho más de lo esperado. Esta certeza debe reflejarse en nuestro rostro, rostro de resucitados, rostro de hombres salvados.

Si Cristo está vivo y es Hijo de Dios, mi relación con él tiene que ser mucho más personal, cercana e íntima. Tal vez ha faltado en muchas educaciones religiosas ese acercamiento humano a la figura de Cristo, un acercamiento que nos permite establecer con él una relación más cordial y sincera, como la que se tiene con un amigo. Es fácil comprender por qué con frecuencia la vida de oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto con la Persona, sino sólo tal vez con una idea de Dios, aun dentro del respeto y de la veneración. De ahí el peligro para muchos hombres de racionalizar la misma oración, convirtiéndola en reflexión religiosa, pero no en experiencia de Dios. Lógicamente la fe se empobrece mucho así. Y no debe ser así. La fe ha de ser vivida como experiencia personal de Cristo, y por tanto en un clima de cordialidad y de cercanía (ver las obras de santa Teresa de Jesús, santa Teresita de Jesús, san Josemaría Escrivá, el santo Cura de Ars, san Francisco de Sales…).

Si Cristo es, en fin, la esperanza del mundo, de la que hablaron Moisés y los profetas, entonces hay que vivir en la práctica la fe con seguridad y convencimiento. Podemos dar la impresión los cristianos de que creemos en Cristo, pero no lo suficiente como para abandonar otros caminos de felicidad al margen de él, de su Evangelio, de su Persona. Y esto en la vida se convierte en una contradicción práctica. Aparentamos tener lo mejor, pero nos cuidamos las espaldas teniendo reemplazos. Es como si afirmáramos que tal vez la fe en Cristo no es del todo segura y cierta, que tal vez Él nos puede fallar. El mundo necesita de nosotros hoy la certeza de nuestra fe, una certeza que nos lleve a quemar los barcos, porque ya no los necesitamos, seguros como estamos de que hemos elegido la mejor parte.

Conclusión. Cómo se necesita en estos momentos en nuestra vida de cristianos y creyentes estas características en nuestra relación con Dios: un estilo de fe lleno de gozo y de entusiasmo, una relación con Dios cercana y cordial, una certeza absoluta de Dios como lo mejor para el hombre de hoy. En esta sociedad en que por desgracia la fe se ha convertido en una carga, hacen falta testigos vivos de un Evangelio moderno y verdadero. En este mundo en que falta alegría en muchos cristianos que viven un poco a la fuerza su fe, hacen falta rostros alegres porque saben vivir su religión en la libertad. Y en este peregrinar hacia la eternidad en el que muchos creyentes miran hacia atrás acordándose de lo que dejan, hacen falta hombres que caminen con seguridad y certeza, sin volver los ojos atrás, hacia el futuro que Dios nos promete.

Ser verdaderos hombres de fe, en quienes no haya doblez. Eso es lo que espera Dios de nosotros, que decimos haber depositado en Él nuestra fe y nuestra confianza. Jesús conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Ante sus ojos nada hay oculto. Pero el que Él nos conozca y nos ame no tendrá para nosotros ningún significado si no aceptamos ese amor que nos tiene, y si no nos dejamos conducir por Él. Confesar a Cristo como el Hijo de Dios y Rey de Israel no debe llevarnos a verlo como alguien lejano a nosotros. En Cristo, Dios se acercó a nosotros para liberarnos de nuestra esclavitud al pecado y hacernos hijos de Dios. Jesús es no sólo el Hijo de Dios; Él mismo le recuerda a Natanael que es el Hijo del hombre, que se convierte en nuestro camino para llegar hasta Dios. Mayores cosas habrá de ver Natanael: La glorificación de Jesús, que, pasando por la muerte, se sentará en su trono de Gloria eternamente y nos abrirá el cielo para que, llegado el momento, también nosotros participemos de su Gloria. Sea Él bendito por siempre.

Somos tan frágiles que no podemos negar que muchas veces el pecado nos ha dominado, y hemos vivido infieles a la Alianza que Dios ha sellado con nosotros mediante la Sangre del Cordero Inmaculado. Pero Dios no nos ha abandonado, sino que espera nuestro retorno, para revestirnos nuevamente de su propio Hijo, con todos los derechos que a Él le corresponden. ¿Acaso podrá salir algo bueno de nosotros? No tengamos miedo ni nos desanimemos. Basta que tengamos fe, pues el Señor hará grandes cosas por nosotros. Si confiamos en el Señor veremos maravillas, pues Dios hará que nuestra vida de pecado quede atrás y que en adelante vivamos como hijos suyos. Confiemos en Él. Veamos a los Apóstoles. Veamos sus fragilidades, defectos y traiciones. Pero contemplemos también la obra que la gracia realizó en ellos. Dios puede hacerlo también con nosotros, si no lo abandonamos ni desconfiamos de su amor ni de su misericordia.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber vivir en plenitud nuestro compromiso de fe en Cristo Jesús, no sólo para disfrutar sus dones, sino también para trabajar intensamente por su Reino. Que podamos algún día, ya desde aquí, entonar el Magníficat con Ella: reconociendo las maravillas que el Señor hace en nosotros, si le dejamos por la fe. Amén (Homiliacatolica.com).

 

 

 

 

 Llucià Pou Sabaté

Domingo de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: el Dios de la Alianza se hace tan próximo en Jesús, pan de vida, que nos da la posibilidad de transformarnos en Él, sentirnos formar parte de Dios

Domingo de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: el Dios de la Alianza se hace tan próximo en Jesús, pan de vida, que nos da la posibilidad de transformarnos en Él, sentirnos formar parte de Dios

 

Lectura del libro de Josué 24,1-2a.15-17.18b. En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo: - «Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.» El pueblo respondió: - «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; Él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; Él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!»

 

Salmo 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23. R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.

Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos.

Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor; Él cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará.

La maldad da muerte al malvado, y los que odian al justo serán castigados. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a Él.

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5,21-32. Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; Él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

 

Santo Evangelio según san Juan 6,60-69. En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: -«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: -«¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: - «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: - «¿También vosotros queréis marcharos?» Simon Pedro le contestó: - «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

 

Comentario: 1. Josué 24,1-2a.15-17.18b. La asamblea de Siquén tiene una gran importancia religiosa. En Siquén, el Señor, que se manifestó en el Sinaí, es acogido como el Dios de todas las tribus. Todas aceptan su ley. Crece la conciencia del pueblo de Dios. El pasaje tiene la forma habitual de los tratados de alianza: recuerdo de los beneficios concedidos; fidelidad que se exige y se promete; rito que sella el mutuo compromiso. Dios mantiene su promesa: tierra y libertad. El pueblo se compromete a obedecer y servir sólo a este Dios. Testigo de la alianza es el pueblo, su conciencia. Y testigo es una gran piedra, estela sagrada, en la que se ha hecho la inscripción original. Como en ella quedan grabadas palabras, así deben quedar en nuestro corazón. No sólo para que las leamos y recordemos, sino para que las pongamos en práctica. Que el tiempo no las desgaste ni desfigure sus rasgos, sino que la fe las arraigue y el amor las mantenga vivas por las obras. Siquén era ya famoso por su santuario, cuyos orígenes se remontan a los tiempos de los patriarcas de Israel (cf Gn 12,6; 33,18,20; 35,2-4). Josué reúne en este lugar a las doce tribus del pueblo en asamblea general. Se trata de un asunto de capital importancia: asentado ya en tierras de Canaán, este pueblo ha de decidir ahora si quiere servir a Yavhé o prefiere someterse a los dioses falsos del territorio en el que ha de vivir en adelante. La alianza del Sinaí debe ser aceptada por todas las tribus y renovada por las nuevas generaciones. En cierto sentido, se trata de una asamblea constituyente del pueblo de Dios. La alianza es una relación con Dios que está siempre naciendo en la respuesta de cada una de las generaciones y de cada uno de los miembros del pueblo de Israel. En este mismo lugar, en Siquén, Jesús revelará a la Samaritana cuál es el verdadero culto, el que se da a Dios en espíritu y en verdad (Jn 4). El asentamiento de los pueblos primitivos en lugares fijos dio lugar al florecimiento de la cultura agraria y a la aparición de cultos territoriales. Los habitantes construían su ciudad a partir del templo o "casa de dios" y ordenaban religiosamente el espacio y la convivencia que en éste se desarrollaba. Cada pueblo o nación y cada territorio tenía sus dioses, y la religión, que había dado origen a la cultura, actuaba con sus ritos y sus mitos consolidando el orden que ella misma había establecido. De acuerdo con esta concepción religiosa, los antepasados de Israel sirvieron a los dioses caldeos hasta que Abraham dejó su tierra y su parentela para seguir la llamada del Dios vivo que no se ata a ningún lugar y abre caminos para la historia de la salvación universal. Pero, cuando los descendientes de Abraham, los hebreos, se asentaron a las orillas del Nilo, aceptaron el culto a los dioses territoriales y terminaron sirviendo a los egipcios como esclavos. Por eso la salida de Egipto, el éxodo, fue una liberación tanto de la idolatría como de la esclavitud de los israelitas. Durante la larga marcha a través del desierto Yahvé se muestra a su pueblo como Señor de la historia, como Aquel que camina delante de Israel. Por fin llegan los israelitas al país de los amorreos y se disponen a tomar tierra. Su identidad como pueblo y su libertad futura depende ahora de que sigan fieles a Yahvé y no se sometan a los dioses de los amorreos. Es la hora de la gran decisión, y para ello convoca Josué la gran asamblea ("Eucaristía 1991").

-Es muy verosímil que un grupo de gente perteneciente a las tribus de Manasés y de Efraín (=casa de José), y capitaneada por Josué, fuera la que vivió la gran experiencia del Sinaí en la ruta de Egipto a la tierra prometida. Ellos serían los que se comprometieron a servir fielmente al Señor. -A su llegada a Palestina estos clanes se encontraron con otros, también semitas, que habían ido ocupando poco a poco aquel territorio. Josué 24 es el recuerdo del pacto o alianza que Josué y los suyos establecieron con los otros clanes, comprometiéndose éstos últimos a abandonar a sus dioses y servir sólo al Dios del Sinaí. -Este pacto contribuyó al nacimiento de la anfictionía israelita: unión religiosa de las tribus, pero conservando cada una su autonomía política.

-Josué, anciano, se ha despedido ya de los suyos (cap. 23) porque va a emprender el camino de todo mortal. Un redactor final del libro que lleva su nombre añadió a la obra, en época posterior al destierrro, una serie de capítulos, entre los que se encuentra el 24, que dan una interpretación teológica de la ocupación de la tierra: se interpreta ahí los momentos más importantes de la historia del pueblo elegido siguiendo el modelo literario de alianza de los pueblos orientales (cf 8,30-35, así como los textos de la alianza sinaítica en Ex 19-20,24, y de la renovación de la alianza por Moisés en Moab: Dt 29-30). Tras la presentación del gran soberano, Dios (v 2a), se recuerdan las más importantes gestas históricas realizadas por el Señor en el pasado (vv 2b-13). Mirando con detención a la historia se descubre la mano divina: todas las grandes obras narradas en el Génesis y en el Éxodo son puro don divino, no esfuerzo humano (v 13; cf  Dt 6,10 ss). Y ante tanto beneficio divino la adecuada respuesta humana debe ser el servicio al Señor: el "pues bien" del v 14 introduce el mandato-respuesta del servicio. En el diálogo entre Josué y el pueblo (vv 15-24) éste se compromete libremente a servir de forma exclusiva al Señor (vv  21,14). Termina este relato con la puesta por escrito del documento y con la invocación de los testigos.

-Toda la historia del pueblo ha sido puro don divino, por eso de gente agradecida es el saber corresponder con el servicio a Dios y no a las otras divinidades (el término "servir" suena 14 veces en el relato). No se trata de un servicio impuesto (=nueva esclavitud) sino de una libre, sincera y madura elección. Servir al Señor es tarea muy ardua ya que no quiere ser uno más sino el único, y Josué insiste machaconamente en esta dificultad. El pueblo, también de forma reiterativa, expresa su libre elección (vv 16, 21,24).

-El dilema de la elección entre el servicio a Dios o a los ídolos es una constante en la historia de Israel. El pueblo elige libremente a Dios, pero toda su historia está salpicada de tristes recuerdos: es más fácil seguir a los ídolos porque son mucho menos exigentes que el Dios de Israel. El pueblo responde ratificando la alianza del Sinaí: Yahvé, el que lo sacó de la esclavitud de Egipto, será su Dios. Elegir a Yahvé es también elegir un modo de existencia desarraigada, orientada hacia el futuro, en el que se cumplirán las promesas. Elegir a Yahvé es elegir al Dios vivo, al Dios que libera siempre de un mal pasado, a condición de vivir abiertos a la sorprendente gracia de un futuro mejor. Yahvé, el Dios siempre mayor, es el futuro y la verdadera Tierra Prometida hacia la que siempre se está en camino. Los profetas alzarán su voz para mantener la pureza de la fe en Yahvé contra toda idolatría, pero también contra toda desviación del culto que pretenda domesticar a Yahvé y encerrarlo entre cuatro paredes (en el templo) y convertir la religión en elemento estabilizador de un orden concreto y de una determinada cultura. Esta línea profética llegará a su plenitud en Jesucristo. La fe cristiana, heredada de la fe de Abrahán y de los profetas, no es el cemento de la sociedad establecida, sino el fermento y el revulsivo que nos hace caminar hacia la sociedad futura y el verdadero reino de Dios ("Eucaristía 1976").

-También el pueblo de la Nueva Alianza se enfrenta, muchas veces, con alternativas, y es necesario escoger. Los nuevos dioses son muy atractivos: poder, dinero, amor... ¿Qué solemos escoger? Los brotes de entusiasmo están muy bien, pero son insuficientes. Por eso nuestra historia también está plagada de tristes recuerdos. -Y que nadie se crea intachable. Es muy fácil creerse bueno y anatematizar y excomulgar a los demás, pero el que esté libre... que tire la primera piedra. La actitud del intolerante es la más pobre, la más insoportable, la más llena de defecciones, la más farisaica... y la menos bíblica. Todos somos humanos y fallamos, por eso los autores bíblicos nos recuerdan que la Alianza se renueva muchas veces. El hombre bíblico siempre es comprensivo, nunca dogmático (A. Gil Modrego). Después del largo camino por el desierto, tantas  dificultades llegan a término. Tres aspectos resultan especialmente significativos:

a. Es una decisión. Y una decisión nada fácil, que el mismo Josué presenta de manera  polémica e incluso desafiante. Nuestra voluntad de seguimiento de Jesús también es una  decisión, y no algo que vamos arrastrando sin planteárnoslo nunca. (¡Y sin que, en  consecuencia, nos implique nunca nada!)  Es más, hay que re-planteárselo a menudo: dedicar un tiempo cada año, por ejemplo, para ver si seguimos esa decisión que hemos tomado.

b. La decisión se toma por un convencimiento experiencial profundo. Los motivos que el  pueblo da para seguir al Señor no son motivos teóricos: es la experiencia, la liberación  vivida, toda una historia que hace inimaginable ninguna otra posibilidad que no sea esta de  seguir al Señor. La última frase es maravillosa: "También nosotros serviremos al Señor: ¡es  nuestro Dios!". El motivo es éste: Él "es nuestro Dios". También el seguimiento de Jesús  funciona así. Es la gran síntesis de Pedro: "¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras  de vida eterna".

c.  La asamblea es el lugar de la decisión. La  decisión de seguir al Señor no es una decisión individual, sino una decisión que se plantea  colectivamente, en asamblea. La asamblea es el lugar en donde se afirma y se renueva  esta voluntad de seguimiento. Y eso nos ha de interpelar a nosotros. Nosotros tampoco  somos cristianos individualmente, como si fuera una cuestión de línea directa entre cada  uno y Dios. Nuestra asamblea eucarística de cada domingo es el lugar donde se hace  visible y real esta característica básica del ser cristiano, serlo en comunidad. Y la Eucaristía  tiene que ser un lugar donde reafirmar y renovar, cada domingo, la adhesión al Señor.

Ser hombre de fe no es cosa fácil; no son pocos los que, ante las exigencias que Cristo plantea para la vida, optan por un dios cómodo y fácil, por un dios más oportuno y llevadero; un dios, que, simplemente, esté acorde con la vida que el hombre suele llevar, que la respalde y la haga buena; que no pida cambios ni conversiones. Dioses así, evidentemente, no aportan al hombre nada de interés; una pequeña satisfacción del propio egoísmo, una relativa tranquilidad de la conciencia y poco más. Pero no le aportan al hombre vida; porque son dioses cuyos lenguajes han sido prefabricados por el propio hombre, y el hombre, por mucho que se autodivinice, nunca podrá darse vida a sí mismo. 

Nosotros, al reunirnos para celebrar la Eucaristía, proclamamos nuestra disponibilidad para aceptar la Palabra de Dios, por muy exigente que nos pueda resultar, y también proclamamos nuestra convicción de que ésa es la única palabra de verdad, la única palabra de vida para el hombre. Con este sentimiento, comenzamos nuestra celebración (Luis Gracieta).

2. Salmo 34/33: Es el "magnificat" del antiguo testamento: Son muchos los beneficios que el salmista ha recibido del Señor y se ve en la necesidad de agradecérselos. En tantos momentos, especialmente en las pruebas de la vida, ha visto la mano bondadosa de Dios, su fidelidad, su solicitud, que ahora quiere expresar en un canto estupendo toda su gratitud al Dios providente de Israel. Las pruebas que Dios permite no superan nunca las fuerzas del justo, de modo que las fuerzas del mal no parecen romper el equilibrio de la fidelidad. El salmista tiene experiencia de esta protección y solicitud de Dios y por eso le agradece su bondad y al mismo tiempo comunica a los demás su vivencia, exhortándolos a la fidelidad y a la confianza, invitándoles incluso a que ellos mismos tengan esa experiencia de la providencia y de la cercanía de Dios. Por esto este salmo tiene igualmente un cariz sapiencial y exhortativo. Como muchos salmos de tipo sapiencial, el salmo 33 tiene en su original hebreo forma acróstica o alfabética.

a) El salmista se exhorta a sí mismo y a los demás a agradecer y bendecir al Señor: vv. 2-4: el salmista alaba incesantemente, en todo tiempo, al Señor; su alabanza está siempre en sus labios. En Dios tiene puesta su gloria: su orgullo y su felicidad es Yahvé, su todo. Este inicio nos recuerda el comienzo del Magníficat de María: también la Virgen se sentía dichosa y feliz viendo las maravillas del Señor. ¿Qué categoría es invitada a dar gracias? Los "pobres", los "Anawim". "Óiganlo y alégrense hombres humildes". Sí, los "desgraciados", los "humildes", los "corazones que sufren", son proclamados "dichosos", ¡en tanto que los ricos son tildados de "desprovistos"! "Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos" comprendemos mejor, en salmos como éste, hasta qué punto Jesús estaba impregnado de la oración de su pueblo... Como María, de quien reconocemos aquí el "Magnificat". La acción de gracias, la alabanza, era el clima dominante del alma de Jesús. Una de sus oraciones es de igual tonalidad que este salmo: "Padre, te doy gracias porque revelaste estas cosas a los pobres y humildes y las ocultaste a los sabios y prudentes" (Lc 10,21).

Salmo: "Bendigo al Señor en todo momento... mi alma se gloría en el Señor..."

Magníficat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor,

                 se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador..."

b) Invitación a la confianza en Dios: vv. 9-21. El conocido versículo: "Gustad y ved qué bueno es el Señor" es una enseñanza en que pretende el salmista que tengamos una experiencia de Dios se diría incluso física, material, de tan conocida, de tan probada. Dicen los entendidos que esta expresión hebrea derivaría de una más antigua de la literatura ugarítica que rezaría así: "Comed y bebed qué bueno es el Señor", el Dios de nuestra fe, que debería ser algo tan conocido, tan cercano, tan experimentado como el comer o el beber. Feliz mil veces el hombre que a este Dios se acoge, que tiene en Él puesta su entera confianza, que acude siempre a Él, cuyo primer pensamiento es Dios y su primera invocación, el nombre del Señor.

c) Conclusión: resumen de la enseñanza de todo el salmo. El evangelista San Juan cita explícitamente este salmo cuando al explicar que se atravesó el costado de Jesús en la cruz en lugar de romperle las piernas como se hizo con los otros crucificados dice: "esto sucedió para que se cumpliera la escritura que dice: no le romperán ni uno solo de sus huesos" (Sl 33,21; Jn 19,36).

He aquí una paradoja ¡Jesús, el pobre por excelencia, nos invita a escuchar su "acción de gracias" porque el Padre "vela sobre Él y guarda cada uno de sus huesos". Vemos una vez más, que la Biblia nos invita a hacer una lectura más profunda. La promesa de felicidad que llena este salmo no puede comprenderse en sentido literal, inmediato, materialista. Hay que pensar en Jesús al escuchar al salmista que dice, como la cosa más natural: "las pruebas llueven sobre el justo, pero cada vez el Señor lo libra y vigila sobre cada uno de sus huesos... Ni uno solo de ellos será roto". Tan sólo la resurrección dará final cumplimiento a esta promesa…

Promesas de felicidad. Quien quiere ser feliz debe "huir del mal", "practicar el bien", "adorar a Dios", "buscar a Dios". ¡Ingenuidad! dirán ciertos espíritus fuertes. ¿Y si esto es verdad? ¡Si los únicos felices son aquellos de quienes habla el salmo! Hagamos la experiencia (Noel Quesson)."Los ojos de Dios están puestos en los justos", Dios se complace en ellos. Sus oídos están siempre atentos a las peticiones y a las súplicas de sus fieles. Cuando uno clama a Dios, lo escucha y lo atiende, le libra de sus angustias, porque el Señor está cerca de los atribulados, de los abatidos y perseguidos, y Él les devuelve la vida y la esperanza. El salmista insiste en la confianza, en la idea de la pronta intervención de Dios. El justo está bajo las alas protectoras del Señor y nada le puede afectar.

La lección dada por el autor del salmo con su fina intuición del corazón y de la vida, la cierra ahora con un resumen de la misma. La maldad conduce al malvado a la perdición. El mal sólo puede crear el mal, la violencia, la violencia, y no pueden tener otra recompensa que el mal. Otro sabio del Antiguo Testamento ha escrito: "El que cava una fosa caerá en ella, el que deshace una pared es mordido por el áspid" (Eccl 10,8). Y para terminar, en un tono optimista, el autor engloba en el último versículo la actuación de Dios respecto al justo: Dios lo salva y lo redime liberándolo de todo peligro; quien se acoge a Él no será jamás confundido: la fidelidad del Señor es eterna, su bondad sobre los justos no conoce el crepúsculo.

Salmo sencillo, reiterativo, pero de una lección grande, siempre actual y necesaria. Composición poética fruto de una experiencia religiosa riquísima. La confianza en Dios, la fe perseverante y la confianza en el Dios de la salvación que nunca falta, y se obtiene de Él más aún de lo que se le pide.

Si durante tres mil años este salmo ha ido dando su lección a los corazones de los fieles, tal vez en nuestro tiempo es cuando esta lección se hace más apremiante. El mundo moderno parece alejado de Dios, inmerso en la inquietud, en la angustia, en la inseguridad. La confianza parece ausente, y la paz como desterrada de un mundo lleno de convulsiones y de guerras.

Pues sobre este mundo resuena una palabra de esperanza, de confianza: es el salmo 33, magnífica lección que alimenta el corazón del hombre creyente, y estupendo preludio a la gran doctrina de Cristo, que nos enseñó el sermón de la montaña y la oración del padrenuestro (J. M. Vernet).

El bienestar y el éxito no dependen sin más de la conducta recta, sino de la acción del Señor que escucha y libra al justo que clama a Él, por su arrepentimiento y la vuelta humilde a Dios, y como decía S. Ambrosio, comentando "aquellas palabras del Apóstol: Estad siempre alegres en el Señor. Las alegrías de este mundo conducen a la tristeza eterna, en cambio, las alegrías que son según la voluntad de Dios durarán siempre y conducirán a los goces eternos a quienes en ellas perseveren. Por ello, añade el Apóstol: Os lo repito, estad alegres.

Se nos exhorta a que nuestra alegría, según Dios y según el cumplimiento de sus mandatos, se acreciente cada día más y más, pues cuanto más nos esforcemos en este mundo por vivir entregados al cumplimiento de los mandatos divinos, tanto más felices seremos en la otra vida y tanto mayor será nuestra gloria ante Dios.

Que vuestra mesura la conozca todo el mundo, es decir, que vuestra santidad de vida sea patente no sólo ante Dios, sino también ante los hombres; así seréis ejemplo de modestia y sobriedad para todos los que en la tierra conviven con vosotros y vendréis a ser también como una imagen del bien obrar ante Dios y ante los hombres.

El Señor está cerca. Nada os preocupe: el Señor está siempre cerca de los que lo invocan sinceramente, es decir, de los que acuden a Él con fe recta, esperanza firme y caridad perfecta; Él sabe, en efecto, lo que vosotros necesitáis ya antes de que se lo pidáis; Él está siempre dispuesto a venir en ayuda de las necesidades de quienes lo sirven fielmente. Por ello, no debemos preocuparnos desmesuradamente ante los males que pudieran sobrevenirnos, pues sabemos que Dios, nuestro defensor, no está lejos de nosotros, según aquello que se dice en el salmo: El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra Señor. Si nosotros procuramos observar lo que Él nos manda, Él no tardará en darnos lo que prometió.

En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no sea que, afligidos por la tribulación, nuestras peticiones sean hechas -Dios no lo permita- con tristeza o estén mezcladas con murmuraciones; antes, por el contrario, oremos con paciencia y alegría, dando constantemente gracias a Dios por todo".

3. En el capitulo segundo del Génesis leemos un relato más extenso sobre la creación del hombre (Génesis, 2, 7). Las manos de Dios —narra el texto sa­grado— toman polvo de la tierra, y la boca de Dios infunde su aliento en ese polvo. En un símbolo sen­cillo a la vez que maravilloso, se realiza el desposo­rio del creador con su criatura; Dios inspira su vida a la estructura creada: lo divino y lo terreno forman una unidad en el hombre. El "aliento de vida" trans­forma al "hombre hecho de tierra" en imagen de Dios. Le hizo participar en la vida interna de Dios y le adornó con libre albedrío y conocimiento superior.

Este nuevo Adán restauró todo lo creado en la idea primigenia de Dios, más aún, Él mismo ya es la restauración (cf Col 1,20). Cuando, con su consummatum est, exhaló en la cruz su último aliento, se repitió lo que había sucedido al principio: Dios inspiró el "aliento de vida" (Génesis, 2, 7) en el rostro muerto de la humanidad, y éste se tornó vivo y hermoso como en los orígenes primeros. "Verdaderamente, el tiempo del rejuvenecimiento estaba ya a la puerta o, mejor dicho, dentro de la puerta", cuando, "después de la resurrección de entre los muertos", Cristo comunicó a sus discípulos, con el mismo aliento divino, su vida de resucitado y les dijo: "Recibid el Pneuma Santo. A quienes perdonareis los pecados, les son perdonados" (Juan, 20, 22 s). El aliento del Señor resucitado destierra la muerte y el pecado, que engendra la muerte. Y donde no hay pecado se abre de nuevo el paraíso. "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas, 23,43), promete en la cruz el Salvador moribundo al ladrón arrepentido. Ningún querubín cierra ya con espada de fuego la entrada del magnífico jardín de Dios. Nos envuelve de nuevo el perfume de flores que jamás se marchitan, y el árbol de la vida nos ofrece su delicioso fruto. ¿A nosotros? Sí, a todos nosotros, que hemos muerto y resucitado en Cristo, se 'nos ha abierto hoy, en la Pascua, el paraíso. Por eso la madre Iglesia, en su sabiduría, nos lee el grandioso relato del libro de la creación, no para que nos lamentemos por lo perdido, sino para que nos alegremos por lo recuperado. Hemos vuelto a encontrar el paraíso, no el del Adán terreno, que pasó, sino el del "Adán celeste" (1 Corintios, 15,49), que ya no podrá arrebatarnos la serpiente y en el que pudo entrar el buen ladrón. Se ha cumplido la profecía. En este nuevo paraíso vive también un hombre santo y, junto a é1, una mujer santa:  Cristo y la Iglesia.

Adán y su mujer nos anunciaron este magnum mysterium (Efesios, 5, 32). A los Padres les es familiar este lenguaje figurado de Dios, y ellos nos lo exponen fidedigna e inimitablemente. "El Padre escondido —escribe Jacobo de Batna en Sarug— escogió para su Hijo unigénito una esposa y, por medio de la profecía, la llevó a El en figura... Vino Moisés y, como hábil pintor, dibujó al esposo y a la esposa y cubrió después el grandioso cuadro con un velo. En su libro (Génesis, 2,24) escribió que el hombre dejaría padre y madre y se uniría a su mujer, para formar los dos una sola carne. El profeta Moisés, hablando del hombre y la mujer, anunciaba a Cristo y a su Iglesia. Con el ojo penetrante de la profecía vio cómo Cristo... se hace uno con la Iglesia... Pero no consideró al pueblo digno de este gran misterio, que expresaba en el hombre y la mujer diciendo que serían una sola cosa... Miraba a Cristo y lo llamó varón, a la Iglesia, y la llamó mujer... Pintó un cuadro en el aposento del real esposo y lo llamó hombre y mujer, aunque sabía que bajo este velo se ocultaban Cristo y la Iglesia. En lugar de ellos, para mantener oculto el misterio, se anunciaron hombre y mujer... Nadie sabía qué era este grandioso cuadro y a quién representaba. Pero vino Pablo después de las bodas, vio el velo y lo levantó, aclarando el hermoso enigma. Reveló e hizo ver al mundo entero que los que Moisés había pintado con pneuma profético eran Cristo y su Iglesia. El apóstol exclama con arrebatado entusiasmo. '¡Grande es este misterio!' (Efesios, 5, 32). El fue el primero en mostrar a quién representaba esta imagen escondida tras el velo, que la profecía llamaba hombre y mujer. 'Yo sé que son Cristo y su Iglesia, que siendo dos se hacen una sola cosa' (cfr. Efesios, 5, 32)... Acerquémonos todos a contemplar esa gloria que nunca podremos saciarnos de mirar. El gran misterio que antes estaba oculto, se ha revelado ahora. Los convidados a las bodas pueden gozarse en la hermosura del esposo y de la esposa."

Describiendo la unión de Cristo con la Iglesia, Jacobo de Batna en Sarug prosigue: "No están las mujeres tan estrechamente unidas con sus maridos como la Iglesia con el Hijo de Dios. ¿Qué esposo ha muerto jamás por su esposa, exceptuando nuestro Señor, y qué esposa ha escogido a un muerto por marido?... Él murió en la cruz y entregó su cuerpo a la esposa, radiante de gloria; ésta lo toma y diariamente lo come en su mesa..., para que el mundo vea que los dos se han hecho una sola cosa. Cuando Él hubo muerto en la cruz, ella no lo cambió por otro marido sino que amó su muerte, porque sabía que esta muerte le comunicaba con la vida. El hombre y la mujer eran sólo un medio de expresar este misterio, del que eran sombra, tipo, figura. Bajo sus nombres significaba Moisés el gran misterio... El gran Apóstol descubrió su resplandor y se lo mostró al mundo."

En Pascua, la comunidad congregada para el culto sagrado, contempla ese resplandor. Y no sólo lo contempla: ella misma irradia el resplandor. Ella es la mujer santa que el segundo Adán hizo nacer del agua y la sangre de su costado, que ahora hace "aparecer ante Él sin mancha ni arruga" (Efesios, 5, 27) en el santo misterio de cada Pascua, más aún, cada día, cuando en el misterio de la "memoria de su pasión" Él "se duerme" sobre el altar. Con íntimo amor se ha unido a ella y la ha transformado en cuerpo suyo. Ya en el siglo II un autor cristiano escribía: "No creo que ignoréis que la Iglesia viviente es el cuerpo de Cristo, pues dice la Escritura: 'Hizo Dios al hombre varón y hembra' (Génesis, 1, 27). El varón es Cristo, la hembra la Iglesia" (2 Clemente, 14). Con esta Iglesia suya Cristo está ante el Padre, no como dos, sino como una sola cosa. Porque el Padre "sólo acepta a un único hombre, cuya cabeza es Cristo. Él, el hombre único, el Cristo total, no se halla fuera de nosotros, puesto que es a la vez uno y muchos". También nosotros pertenecemos a ese cuerpo, cada uno y cada una de nosotros, a pesar de que todavía llevemos las debilidades y flaquezas humanas. Pues la hermosura de la "cabeza" glorificada llena también al "cuerpo" con la gloria de la resurrección.

Ahora comprendemos el gozoso himno de la luz que entona el diácono en la vigilia de Pascua y su júbilo por la borrada culpa de Adán. Ahora reconocemos la profunda verdad de las oraciones de esta vigilia, en que la Iglesia nos va descubriendo la realidad oculta tras las profecías; y, al brillo de la luz nueva, vemos cómo "lo caído se levanta, lo viejo se renueva y todo recupera su integridad" en virtud de la sangre de Cristo, que "redimió maravillosamente" lo que "maravillosamente había creado" (Bonifatia Brügge).

"¡Oh Padre, cómo bendeciremos tu bondad! ¡Oh Padre, cómo proclamaremos tu sabiduría! / ¿Alabaremos el pecado / que nos procuró tal salvador? / ¿Exaltaremos la culpa de Adán, / que con tal sangre fue borrada? / Una sola cosa podemos hacer: darte gracias / por tu único Hijo amado, / nuestro Señor Jesucristo / primogénito  entre  muchos  hermanos, / sumo sacerdote de nuestras oblaciones, / único mediador a la diestra de Dios, / por quien nos acercamos confiados al trono de gracia / y ofrecemos nuestro sacrificio: / nos ofrecemos a nosotros mismos, / nosotros mismos con nuestra Eucaristía. / ¡Acepta nuestra ofrenda de acción de gracias! /  Nosotros, 'Cristo-Ecclesia', estamos ante ti, / nupcialmente unidos en alianza santa" (O. Casel; Gaudium et spes 48, S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa 23, Juan Pablo II, Familiaris Consortio 13, cf Biblia de Navarra).

El contexto de este pasaje es la sección de aplicaciones prácticas de esta carta. No se trata de dar doctrina sólo sobre el matrimonio, sino de enfocar toda la vida doméstica como se ve en los pasajes cercanos. Es importante tener en cuenta todo esto porque tales exhortaciones, las llamadas "reglas de preceptos domésticos" que el autor emplea tomándolas de los ambientes éticos de su tiempo, reflejan mucho más las influencias culturales que otros textos. Lo humano está más en la superficie, por desgracia hay una preponderancia de lo masculino que desdibuja la línea de fondo teológica apuntada más arriba.

Son formas en que se vierte la Palabra de Dios y no son tan inmutables como otras. Por esto hay aquí expresiones más extrañas para nosotros y que no deben entenderse como Palabra de Dios también en su forma externa, accidental.

Esto supuesto, la primera parte (vs. 22-24) habla de la sumisión de la mujer al marido y la segunda del amor del marido a la mujer (25-30); el final (31-32) podría ser algo común. Evidentemente, el autor de la carta es hijo de su tiempo y la cultura del mismo pesa sobre él. Por eso acepta y parte de la situación social de su tiempo y, en parte, no la cambia. Por eso habla del sometimiento de la mujer al marido. Pero hace un avance no indiferente: ha de ser en el Señor, o sea, por amor y no por miedo. Cuando ha cambiado la cultura y la sociedad, permanece la llamada al amor, pero no el sometimiento servil propio de otra época.

El amor del marido tiene como modelo el de Cristo. Eso es un gran avance también, no sólo para esa época, sino para todas. Por eso insiste largamente en ello. Amor que es entrega, por lo cual no se diferencia tanto del "sometimiento" de la mujer. Hay una profunda igualdad de los cónyuges, que aparece más clara, vg., en 1 Co 7,1-4, y que también representa un cambio fuerte en la concepción del matrimonio en aquel tiempo.

Dentro de la sección más ética y moral de la carta aparecen los celebérrimos versículos de la tradición paulina sobre el matrimonio.

En primer lugar, para interpretar correctamente este texto no hay que olvidar las circunstancias culturales del tiempo y ambiente. Esto es algo elemental para todo texto bíblico, pero es más esencial cuando se trata de textos muy concretos que hacen referencia a circunstancias humanas inmediatas como es, por ejemplo, la vida conyugal.

En este caso hay que tener presente la sensibilidad del momento, sin duda machista en un grado máximo, consagrada por la legislación, tanto romana como judía, y que los cristianos del siglo primero, como hombres que eran en esa época, aceptaban y vivían sin más. De hecho su fe no les cambiaba inmediatamente la mentalidad y las costumbres sino que es un proceso a largo plazo.

Por eso no es justo interpretar el texto como si consagrara ese machismo o sexismo que aparece en varias expresiones del texto.

Eso es paja que va mezclada entre el trigo de la Palabra de Dios y la vehicula. Dicho esto, el texto ofrece un avance enorme, o mejor un doble avance. Por un lado la básica igualdad en una sociedad que no pensaba así de las relaciones hombre-mujer. Aquí hay una de las semillas de la posterior igualdad de los sexos en todos los campos, aunque no se haya llegado todavía a ella.

El segundo es el valor simbólico de la unión conyugal. El amor entre esposos es una parábola del otro amor, el de Cristo a su comunidad. Lo cual hace ver la importancia de este amor y su valor. Es quizás, el texto más elevado en el Nuevo Testamento, sobre el amor y las relaciones sexuales. No se puede decir más. Tampoco separar amor de sexo.

Quedándonos, pues, con lo esencial: el amor de hombre y mujer, de mujer y hombre, visto con los ojos de Cristo, es reflejo de la relación Cristo-Iglesia. Ello por sí mismo, no por artificiales espiritualismos, ni por menosprecio de la relación que fuera necesario sublimar. Sino porque Dios es amor y donde hay amor, ahí está Dios. En esta línea hay mucho campo para la pareja de hoy y de siempre (Federico Pastor).

Pablo vuelve su mirada a la comunidad doméstica, la más pequeña comunidad de vida social, delimitando para cada miembro de la misma cuál es su puesto y cuáles sus correspondientes obligaciones. Así como en el siglo XVI se hicieron catálogos de las obligaciones de los miembros familiares, igualmente en contenido, aunque de manera mucho más breve, los tiene la antigüedad cristiana, como se refleja en Col 3, 18-41 o, de diferente manera, en 1 Pe 2, 13-3,17. Así también los tuvo la estoa o el judaísmo helenístico...

En lo que respecta a las obligaciones mutuas de mujer y hombre (la parte más débil se pone siempre delante) no puede hablar el apóstol sin referirse a la esencia misma del matrimonio. Da por supuesto tácitamente que el matrimonio fue instituido por Dios, y sus correspondientes obligaciones que de él se desprenden son expresiones de su voluntad (cf. 1 Cor 7). Pablo va aquí a lo profundo, estableciendo la unión entre cónyuges en paralelo a la unión de Cristo con su iglesia, su esposa mística.

En esta confrontación, Pablo habla más de Cristo y la iglesia -lo que constituye propiamente su tema- que del hombre y la mujer, pero sabe arrojar tanta luz desde ese alto punto de vista al tema del matrimonio, que sus palabras configuran la más sublime imagen que nunca se haya proyectado del matrimonio ("Eucaristía 1991").

Pablo amonesta a los casados sobre el espíritu que debe animar todas sus relaciones mutuas. Antes de ocuparse de los deberes de uno y otro cónyuge, establece un principio general, que es válido para los dos: "Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano". Y este respeto cristiano entre los esposos, que son igualmente miembros de un mismo cuerpo de Cristo (la iglesia), no queda anulado después en virtud de la visión patriarcal del matrimonio que comparte Pablo con todos sus contemporáneos.

Pablo distribuye la materia en dos partes: la primera se refiere a las esposas; la segunda, a los maridos. En aquélla acentúa la sumisión respetuosa de la mujer a su marido; en ésta, el amor que el marido ha de tener a su mujer. Pablo consigue dar un sentido profundo a la relación entre los cónyuges, al compararla con la relación existente entre Cristo y la Iglesia; pero esta comparación viene a confirmar la visión jerárquica del matrimonio con desventaja para la mujer.

El marido es la cabeza de la mujer y ésta su cuerpo (ambos unidos forman una sola carne), de la misma manera que Cristo es la cabeza de la iglesia y ésta su cuerpo (1, 22s). Por lo tanto -concluye Pablo-, las mujeres deben someterse a su marido como al Señor; pero esto supone que los maridos se comporten de hecho con sus mujeres como Cristo se comporta con la iglesia, a la que ama hasta el extremo de dar su vida por ella.

El "baño del agua" y la "palabra" son el bautismo y el evangelio respectivamente. Los que hemos sido bautizados y creemos en un mismo evangelio constituimos una misma iglesia, la cual recibe a Cristo lo mismo que una esposa a su propio esposo. El amor de Cristo que se entrega hasta la muerte por todos nosotros (muerte redentora simbolizada en el bautismo y proclamada en el evangelio) purifica a la iglesia de toda mancha y la engalana como conviene a su esposa. Pablo describe con estas palabras el ideal de la iglesia, aunque sabe muy bien que la iglesia real todavía tiene que ser purificada más y más hasta que llegue a la plenitud del Reino y a la celebración de las bodas eternas. Según el Génesis (Gn 2,24), el marido se hace con su mujer una sola carne, lo cual significa tanto como ser ambos una misma realidad.

De tal suerte que el marido puede y debe amar a su mujer como a sí mismo. También Cristo, como esposo y cabeza de la iglesia, se hace con ella una misma carne, un cuerpo total en el que los fieles son igualmente miembros unidos en Cristo y por Cristo. Esta unidad con Cristo, que es la cabeza, y en Cristo (en el que ya no hay hombre ni mujer, ni señores o esclavos), constituye una prioridad evangélica que elimina cualquier discriminación y relativiza la visión de un matrimonio jerarquizado en el que la mujer estaría en desventaja. Recordemos que tal concepción del matrimonio tiene su origen más en el mundo cultural de Pablo que en el evangelio.

Este hermoso texto del Génesis, aplicado a Cristo, significa que el Hijo de Dios se pone de nuestra parte y se hace con la iglesia una misma realidad ("una sola carne") frente al Padre. En cierto sentido, podemos decir que Jesús, unido a la iglesia y en la distancia del Padre ("Padre, ¿por qué me has abandonado?"), responde por nosotros y con nosotros, los hombres, ante el mismo Dios.

El matrimonio cristiano es un gran misterio, es decir, un sacramento. Como tal representa "in nuce" toda la historia del amor de Dios a su pueblo que culmina en la encarnación de su Hijo, que es el Esposo de la iglesia. Este tema de los desposorios de Dios con su pueblo aparece claramente en los profetas (cfr Os 2; Is 54,1-8; 62,4s; Jer 2,2; 3,20) y en los evangelios (Mt 22,1-4; Jn 3,29: "Eucaristía 1976").

-Este es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia (Ef 5,21-32) Siguiendo con el desarrollo del estatuto del cristiano en su nueva vida, Pablo llega a la vida familiar. Para dar un fundamento teológico a las situaciones recíprocas del marido y la mujer, enumera los deberes de uno y otro, apoyándose siempre en afirmaciones sobre lo que sucede en la unión de Cristo y la Iglesia.

Pablo no sentía dificultad alguna en trazar la imagen de la Iglesia como Esposa de Cristo. El profeta Oseas, para describir las exigencias de la Alianza, ya había recurrido a esta imagen de Dios, esposo de su pueblo, y había desarrollado el tema con realismo (Os 2, 18-22). En su segunda carta a los Corintios, Pablo ve en Cristo al esposo, y en la Iglesia a la esposa (2 Co 11 2). En la carta a los Efesios, ve a Cristo como Cabeza, y a la Iglesia como Cuerpo. Es una nueva manera de expresar la unidad entre Dios y su pueblo; es un modo de expresión totalmente nuevo. Por otra parte, la nueva imagen utilizada por Pablo no era una creación artificial de su imaginación. En la Biblia, y según lo que nos dice el Génesis, la esposa es el cuerpo de su esposo (Gn 2, 23-24). Por eso, después de citar este pasaje del Génesis, Pablo declara que este misterio es grande; y lo dice pensando en Cristo y en la Iglesia. Esta frase, bastante difícil para nosotros, parece significar lo siguiente: el tipo de unión presentado por el Génesis, la figura que representa, es una realidad que se aplica a la unión de Cristo y de la Iglesia y que, al mismo tiempo, es el antecedente de todo matrimonio. Este "tipo" de la unión del hombre y la mujer que encontramos en el Génesis, se realiza en la unión de Cristo y su Iglesia y, a su vez, el matrimonio encuentra hoy su verdadera realización en conformidad con esta unión de Cristo y su Iglesia.

El Apóstol, de este modo, nos comunica un aspecto de su teología de la Iglesia. Por lo que se refiere a la estructura de ésta, nos dice lo que piensa acerca de la estructura de la vida conyugal.

La expresión: "Es éste un gran misterio" ha hecho pensar en la afirmación del sacramento (traducción de la palabra griega "misterio") del matrimonio. Esto, indudablemente, significa ampliar el verdadero alcance del texto; parece más correcto ver en ello la imagen de un matrimonio, una forma de comprender lo que la Iglesia definirá como el sacramento del matrimonio. Por otra parte, de este modo lo entiende el mismo Concilio de Trento, cuando declara: "El Apóstol indica, hace entrever (innuit) en este texto las cualidades sacramentales del matrimonio" (DENZINGER 969: Adrien Nocent).

Así explicaba S. Agustín: "Cristo aparece en las Escrituras mencionado de distintas formas. A veces como Palabra igual al Padre; a veces como mediador, cuando la Palabra se hizo carne para que habitase entre nosotros (Jn 1,14), cuando el Unigénito por quien fueron hechas todas las cosas no juzgó una rapiña el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo y haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2,6-7); a veces como Cabeza y cuerpo, explicando el mismo Apóstol con toda claridad lo que se dijo en el Génesis del varón y la mujer: Serán dos en una sola carne (Gn 2,24; Ef 5,32). Ves que es él quien lo expone; no parezca que soy yo quien osa presentar propias conjeturas. Serán -dijo- dos en una sola carne; y añadió: Esto encierra un gran misterio. Y para que nadie pensase todavía que estaba hablando del varón y de la mujer, refiriéndose a la unión natural de los dos sexos y a la cópula carnal, dijo: Yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

Lo dicho: Serán dos en una sola carne, no ya dos, sino una sola carne, se entiende según esa realidad que se da en Cristo y en la Iglesia. Como se habla de esposo y esposa, así también de cabeza y cuerpo, puesto que el varón es cabeza de la mujer. Sea que yo hable de cabeza y cuerpo, sea que hable de esposo y esposa, entended una única realidad. Por eso, el mismo Apóstol, cuando aún era Saulo, escuchó: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (Hch 9,4), puesto que el cuerpo va unido a la cabeza. Y cuando él, ya predicador de Cristo, sufría de parte de otros lo mismo que él había hecho sufrir cuando era perseguidor, dice: Para suplir en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1,24), mostrando que cuanto él padecía pertenecía a la pasión de Cristo. Esto no puede aplicarse a él en cuanto cabeza, puesto que, presente ya en el cielo, nada padece; sino en cuanto cuerpo, es decir, la Iglesia, cuerpo que con su cabeza forma el único Cristo.

Mostrad, pues, que sois un cuerpo digno de tal cabeza, una esposa digna de tal esposo. Tal cabeza no puede sino tener un cuerpo adecuado a ella, ni tan gran varón toma una mujer no digna de él. Para mostrarse a sí -dijo- a la Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga (Ef 5,27). Ésta es la esposa de Cristo que no tiene ni mancha ni arruga. ¿Quieres no tener mancha? Cumple lo que está escrito: Lavaos, estad limpios; eliminad las maldades de vuestros corazones (Is 1,16). ¿Quieres no tener arrugas? Extiéndete en la cruz. Para estar sin mancha ni arruga no necesitas sólo lavarte, sino también tenderte. Por medio del lavado se eliminan los pecados; al tenderte se produce el deseo del siglo futuro, razón por la que fue crucificado Cristo. Escucha al mismo Pablo, ya lavado: Nos salvó no por las obras de justicia que hubiéramos hecho, sino, en su misericordia, por el baño de la regeneración (Tit 3,5). Escúchale a él mismo tendido: Olvidando -dijo- lo que está detrás y tendido hacia lo que está delante, en mi intención, persigo la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús (Flp 3,13-14)".

(En otro lugar habla del Cristo total…) "Y desde aquella ciudad a la que peregrinamos nos han llegado unas cartas: son las Sagradas Escrituras que nos exhortan a vivir bien. ¿Por qué decir que nos han llegado cartas? El mismo rey descendió y se hizo camino para nuestra peregrinación, para que caminemos en él y no nos equivoquemos, ni desfallezcamos, ni caigamos en manos de los salteadores, ni vayamos a parar en los lazos que nos ponen junto al camino. Conozcamos, pues, al Cristo total e íntegro junto con la Iglesia; al único que nació de la Virgen María, la Cabeza de la Iglesia, es decir, el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús (1 Tim 2,5). Mediador para reconciliar por medio de sí a los que se habían alejado, pues mediador sólo se puede ser entre dos partes. Nos habíamos alejado de la majestad de Dios a quien ofendimos con nuestro pecado; fue enviado el Hijo como mediador para deshacer con su sangre nuestros pecados que nos mantenían alejados de Dios, y, para que puesto en medio, nos devolviese a él y nos reconciliase con aquel de quien nos hallábamos alejados por nuestros pecados y delitos. Él es nuestra Cabeza, él es Dios igual al Padre, la palabra de Dios por quien fueron hechas todas las cosas (Jn 1,3). Dios para crear, hombre para recrear; Dios para hacer, hombre para rehacer".

4. Jn 6, 61-70. La infinitud divina se encierra en los estrechos límites del cuerpo humano de Jesús y este cuerpo es alimento generador de vida sin término. En los dos domingos anteriores era la autoridad religiosa judía la que cuestionaba ambos hechos; hoy son los propios discípulos de Jesús quienes lo hacen. "Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?" Esta crítica no tiene necesariamente su origen en la mala voluntad humana, sino en la dificultad real de conciliar términos antitéticos (inmanente-trascendente; divino-humano). Esta conciliación es un verdadero escollo racional. "¿Esto os escandaliza?" (Mejor traducción que la litúrgica: "¿esto os hace vacilar?"). (Recuérdese lo escrito el domingo catorce a propósito del sentido etimológico de escándalo-escandalizar). El escollo se agranda a la hora de pensar en el retorno de Jesús a donde estaba antes. Esta misma problemática ya había aparecido en el diálogo con Nicodemo (cfr. Jn. 3, 11-13). La dificultad es real y su solución exclusivamente racional poco menos que imposible. Un claro reflejo de esto es el lenguaje del evangelista. Algo pasa, escribía el domingo pasado, que el lenguaje de Juan no acierta a expresar o que, si lo expresa, lo hace de manera contradictoria.

Compárense estas dos afirmaciones: "Mi carne es verdadera comida; la carne no sirve de nada". Con esta segunda afirmación el evangelista deja cumplida constancia de la validez y del peso de las críticas anteriores. La carne, es decir, la persona con toda su carga de ser efímero y perecedero, no puede, en efecto, ser generadora de vida sin término. Y, sin embargo, Juan sigue manteniendo la validez de la primera afirmación: "Mi carne es verdadera comida". ¿Por qué? Porque, para Juan, Jesús es simultáneamente espíritu. "El espíritu es quien da vida. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y son vida". Pero, una vez más, Juan insiste en la necesidad de la experiencia mística para poder descubrir, entender y aceptar esto: "Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Y no quisiera pecar de exagerado al afirmar que Juan da a esta experiencia el nombre de fe: "algunos de vosotros no creen".

Por primera y única vez en el cuarto Evangelio aparecen los doce. Lo hacen como grupo ya formado y cuya existencia se da por descontado. Juan los presenta como los hombres de la experiencia mística: "¿A quién vamos a acudir? En tus palabras hay vida eterna. Nosotros creemos". Es Pedro quien habla por todos. Nos hallamos probablemente ante el equivalente de Mt 16,15-16. Dos formulaciones diferentes del mismo hecho: del descubrimiento del insondable misterio de Jesús, de su persona de carne y hueso. De ahí el carácter fundamental e insustituible de los doce (Alberto Benito).

La actividad de Jesús en Galilea entra en una situación crítica: Después de rechazar Jesús la concepción mesiánica popular con todo su exacerbado nacionalismo, el entusiasmo de las multitudes se va enfriando y llega un momento en que, escandalizadas éstas por las palabras de Jesús, lo abandonan. La desilusión penetra incluso en el interior del círculo de los más adictos, en el grupo de los "discípulos" (más amplio que el de los "Doce", cf Lc 10,1). Pero Jesús, a pesar de este fracaso, anuncia ya la victoria de su resurrección y la gloria de su ascensión a los cielos.

Los que permanezcan hasta el fin tendrán un día experiencia de este misterio y conocerán la existencia gloriosa del Señor ascendido a los cielos. Entonces se acabarán todas las vacilaciones y serán confirmados en la fe. Comprenderán también que Jesús, por su ascensión a los cielos libre de todas las limitaciones naturales, poseerá para los creyentes un cuerpo espiritualizado; esto es, un cuerpo bajo la acción del Espíritu Santo y capaz de dar vida a cuantos lo reciban.

Ya ahora, las palabras de Jesús son espíritu y vida. El Espíritu de Dios da a las palabras de Jesús un sentido y una fuerza divina capaz de dar a cuantos las escuchan con fe. Pero no todos quieren escucharle, no todos creen en él. Estos no pueden entender nada y se escandalizan.

Muchos discípulos abandonan a Jesús, y aun entre los "Doce" que se quedan con él, hay un traidor. Sin embargo, Pedro responde a la pregunta de Jesús haciendo en nombre de sus compañeros una sincera profesión de fe. Ellos creen que Jesús tiene palabras de vida eterna y que es el Mesías o "Santo de Dios" por otra parte, como dice muy bien Pedro, la cuestión no es sólo seguir o dejar a Jesús, sino encontrar a otro que tenga como él palabras capaces de dar vida eterna ("Eucaristía 1976").

Los oyentes califican de "intolerable" el discurso de Jesús. Es un discurso que, sobre todo por la conexión que se establece entre el discurso del pan y el discurso de la eucaristía, plantea a los oyentes una grave exigencia, como exigencia de la fe en Jesús y también como exigencia de una concreción de esa fe en la participación en la mesa del Señor. Ello pone de manifiesto una vez más que la fe no es algo autónomo e independiente, sino más bien una decisión personal, que incluye la aceptación personal de Jesús por parte del hombre. Jesús no priva a los oyentes de su decisión. Así lo demuestra la pregunta: ""¿Esto constituye un tropiezo (o escándalo) para vosotros?" Jesús articula con ello el asentimiento del círculo de los oyentes, que comprende también a quienes hasta ahora han pertenecido al grupo de los discípulos de Jesús. También ellos, como antes los judíos, empiezan a murmurar, con lo que manifiestan su mala disposición para creer. El "tropiezo", o el escándalo como antes se prefería decir, no se puede evitar. "La posibilidad del escándalo es la encrucijada o significa lo mismo que hallarse en un cruce de caminos. Uno se inclina hacia el escándalo o hacia la fe; pero jamás se llega a la fe sino a través de la posibilidad del escándalo" (Kierkegaard; "El NT y su mensaje", Herder).

S. Agustín comenta: "Acabamos de oír al Maestro de la verdad, Redentor divino y Salvador humano, encarecernos nuestro precio: su sangre. Nos habló, en efecto, de su cuerpo y de su sangre: al cuerpo le llamó comida; a la sangre, bebida. Los fieles saben que se trata del sacramento de los fieles; para los demás oyentes, estas palabras tienen su sentido vulgar. Cuando, por ende, para realzar a nuestros ojos una tal vianda y una tal bebida, decía: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros (Jn 6,54) -y ¿quién sino la Vida pudiera decir esto de la Vida misma? Este lenguaje, pues, será muerte, no vida, para quien juzgare mendaz a la Vida- se escandalizaron los discípulos; no todos, a la verdad, sino muchos, diciendo entre sí: ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede sufrirlas? (Jn 6,61). Y el Señor, habiendo conocido esto dentro de sí mismo, y habiendo percibido el runrún de los pensamientos, respondió a los que tal pensaban, aunque nada decían con la boca, para que supieran que los había oído y desistiesen de seguir pensando lo que pensaban...

¿Qué les respondió? ¿Os escandaliza esto? Pues ¿qué será el ver al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? (Jn 6,62-63). ¿Qué significa Os escandaliza esto? ¿Pensáis que de este cuerpo mío, que vosotros veis, he de hacer partes y seccionarme los miembros para dároslos a vosotros? Pues, ¿qué será el ver al Hijo del hombro subir a donde estaba antes? Está claro: si pudo subir integro, no pudo ser consumido. Así, pues, nos dio en su cuerpo y sangre un saludable alimento, y, a la vez, en dos palabras resolvió la cuestión de su integridad. Coman, por tanto, quienes lo comen y beban los que lo beben; tengan hambre y sed; coman la Vida, beban la Vida. Comer esto es rehacerse; pero de tal modo te rehaces, que no se deshace aquello con que te rehaces. Y beber aquello, ¿qué cosa es sino vivir? Cómete la vida, bébete la vida; tú tendrás vida sin mengua de la Vida. Entonces será esto, es decir, el cuerpo y la sangre de Cristo será vida para cada uno, cuando se coma espiritualmente lo que en este sacramento se toma visiblemente, y se beba espiritualmente lo que significa. Porque se lo hemos oído decir al Señor: El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros, dice, algunos que no creen (Jn 6,64-65). Eran los que decían: ¡Cuán duras palabras son éstas!, ¿quién las puede aguantar? (Jn 6,62). Duras, sí, mas para los duros; es decir, son increíbles, mas para los incrédulos".

"La señal para saber si alguien come y bebe ese alimento y bebida es si Cristo permanece en él y él en Cristo; si Cristo habita en él y él en Cristo, y si está unido a él sin ser abandonado. Con palabras grávidas de misterio nos ha enseñado y nos ha exhortado a estar en su cuerpo, unidos a sus miembros bajo la misma cabeza, comiendo su carne y no abandonando su unidad. Muchos de los entonces presentes no entendieron y se escandalizaron; al oír esas cosas sólo pensaban en la carne porque ellos mismos eran carnales. El apóstol dice con verdad: Entender según la carne es muerte (Rom 8,6). El Señor nos entrega su carne para que la comamos, y entender esto según la carne es muerte, no obstante que Él diga de su carne que en ella está la vida eterna. Luego no debemos entender la carne carnalmente, como se deduce de las palabras siguientes.

Muchos de los que le escuchaban, discípulos, no enemigos, dijeron: ¡Qué discurso tan duro es este! ¿Quién puede oírlo? (Jn 6,61). Si los mismos discípulos juzgaron duras esas palabras, ¿cómo las juzgarían los enemigos? Pero era necesario que se expresase de modo tal que no todos las entendieran. Los secretos de Dios deben despertar nuestra atención, no nuestra aversión. Ellos desfallecieron luego, tan pronto como oyeron sus palabras. No dieron crédito al que les decía algo sublime ni al que ocultaba gracias inefables en sus palabras. Ellos las entendieron a su aire, muy humano, a saber: que Jesús quería o se disponía a dar, convertida en pedazos, a quien creyese, la carne de que se había revestido la Palabra. ¡Qué duras son estas palabras! ¿Quién puede soportarlas?, dicen.

Conociendo Jesús en sí mismo que murmuraban de eso sus discípulos, les respondió con estas palabras: «¿Os escandalizáis, porque os he dicho que os daré a comer mi carne y a beber mi sangre? ¿Es eso lo que os escandaliza? ¿ Y si viérais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?» (Jn 6,63). ¿Qué significa esto? ¿Elimina su dificultad? ¿Les abre el significado de lo que les escandalizaba? Sí, en verdad, en el caso de que lo comprendiesen. Ellos creían que les iba a dar su cuerpo, y él les dice que subirá al cielo, todo entero. Cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes, entonces os daréis cuenta de que no os da a comer su cuerpo como vosotros pensáis; os daréis cuenta de que su gracia no se come a bocados.

¿Cuál es el sentido de las palabras que siguen: El Espíritu es el que da la vida, mas la carne no sirve de nada. Digámosle -él nos lo consiente siempre que sea, con ánimo de aprender, no de contradecirle-; digámosle: «¡Oh Señor!, Maestro bueno, cómo es que la carne no sirve de nada, diciendo tú: -Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros? ¿No sirve de nada la vida? ¿No somos lo que somos para alcanzar la vida eterna que nos prometes con tu carne? ¿Qué significa la carne no sirve de nada?». No sirve de nada en el sentido en que lo entendieron ellos: carne muerta, hecha pedazos o como se vende en la carnicería, no la carne vivificada por el Espíritu. Se dice que la carne no sirve de nada igual que se afirma que la ciencia hincha (1 Cor 8,1). ¿Por eso se debe odiar ya la ciencia? No. ¿Qué significa la ciencia hincha? Cuando está sola, sin la caridad. Por eso añadió: la caridad edifica. Junta la caridad a la ciencia y la ciencia será útil; no por sí sola, sino por la caridad. Lo mismo aquí. La carne no sirve de nada, es decir, la carne sola; pero júntese el Espíritu con la carne, como se junta la caridad con la ciencia, y entonces vale muchísimo. Porque si la carne no valiese nada, la Palabra no se hubiese hecho carne para vivir con nosotros. Si Cristo nos valió mucho gracias a su carne, ¿cómo la carne no sirve de nada? Sirviéndose de la carne el Espíritu realizó nuestra salvación. La carne es un recipiente; mira lo que contiene, no lo que ella es. Los apóstoles, fueron enviados; su carne ¿no nos sirvió de nada? Si la carne de los apóstoles nos sirvió de algo, ¿es posible que la carne del Señor no nos sirva de nada? ¿Cómo nos llega el sonido de su palabra sino por la voz de la carne? ¿De dónde la pluma y de dónde la escritura? Todo esto lo hace la carne, pero moviéndola el Espíritu como órgano e instrumento suyo. El Espíritu es, pues, quien vivifica, mas la carne no sirve de nada: pero se trata de la carne como ellos la entendieron. Yo no doy a comer mi carne en ese sentido".

 

Llucià Pou Sabaté